Ben Hur - Lewis Wallace - E-Book

Ben Hur E-Book

Lewis Wallace

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Beschreibung

Ben-Hur, la obra maestra histórica de Lew Wallace, transporta a los lectores a la antigua Judea y relata la extraordinaria historia de Judá Ben-Hur, un príncipe judío que sufre injusticias y traiciones, solo para encontrar redención y propósito en la búsqueda de venganza. Ambientada durante la vida de Jesucristo, la novela aborda temas de fe, sacrificio y perdón mientras Ben-Hur se encuentra con figuras bíblicas y se ve inmerso en eventos cruciales. La trama épica sigue la travesía de Ben-Hur desde su juventud hasta convertirse en un esclavo galley, y luego, hacia su lucha por la justicia y la libertad. El relato incorpora elementos de acción, intriga política y un toque de romance, todo enmarcado por la grandiosidad del Imperio Romano y la esencia espiritual de la narrativa. Publicada por primera vez en 1880, Ben-Hur ha perdurado a lo largo de los siglos como un clásico literario, apreciado por su prosa rica y su capacidad para mezclar la historia con la ficción de manera magistral. La novela continúa cautivando a los lectores con su poderosa narrativa y sus temas perdurables.

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Veröffentlichungsjahr: 2024

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Libro I

Capítulo I

Hacia eldesierto

Capítulo II

La reunión de los sabios

Capítulo III

Habla el ateniense: fe

Capítulo IV

Discurso del hindú: amor

Capítulo V

El relato del egipcio: buenas obras

Capítulo VI

La puerta de Jaffa

Capítulo VII

Personajes típicos de la puerta de Jaffa

Capítulo VIII

José y María van a Belén

Capítulo IX

La cueva de Belén

Capítulo X

El fulgor en el cielo

Capítulo XI

Nace Cristo

Capítulo XII

Los magos llegan a Jerusalén

Capítulo XIII

Los testigos en presencia de Herodes

Capítulo XIV

Los sabios encuentran al niño

Libro II.

Capítulo I

Jerusalén bajo los romanos

Capítulo II

Ben-Hur y Messala

Capítulo III

Un hogar judío

Capítulo IV

Las extrañas cosas que Ben-Hur quiere saber

Capítulo V

Roma e Israel: una comparación

Capítulo VI

El accidente de Grato

Capítulo VII

Un esclavo a galeras

LibroIII

Capítulo I

Quinto Arrio embarca

Capítulo II

Al remo

Capítulo III

Arrio y Ben-Hur en cubierta

Capítulo IV

Número sesenta

Capítulo V

El combate naval

Capítulo VI

Arrio adopta a Ben-Hur

LibroIV

Capítulo I

En Antioquía

Capítulo II

En el Orontes

Capítulo III

La petición de Simónides

Capítulo IV

Simónides y Esther

Capítulo V

El bosque de Dafne

Capítulo VI

Los morales de Dafne

Capítulo VII

El estadio del bosque

Capítulo VIII

La fuente de Castalia

Capítulo IX

Discusión de la carrera de cuadrigas

Capítulo X

Ben-Hur oye hablar de Cristo

Capítulo XI

El siervo prudente y su hija

Capítulo XII

Una orgía romana

Capítulo XIII

Un auriga para los corceles árabes de Ilderim

Capítulo XIV

El aduar en el vergel de las Palmeras

Capítulo XV

Baltasar impresiona a Ben-Hur

Capítulo XVI

Cristo viene aBaltasar

Capítulo XVII

El reino, ¿espiritual o político?

Libro V

Capítulo I

Messala se quita el penacho

Capítulo II

Los caballos árabes de Ilderim

Capítulo III

Las artes de Cleopatra

Capítulo IV

Messala en guardia

Capítulo V

Ilderim y Ben-Hur deliberan

Capítulo VI

Entrenando a los caballos

Capítulo VII

Simónides rinde cuentas

Capítulo VIII

¿Espiritual o político? La intervención de Simónides

Capítulo IX

Esther y Ben-Hur

Capítulo X

Preparado para la carrera

Capítulo XI

Apuestas

Capítulo XII

El circo

Capítulo XIII

La salida

Capítulo XIV

La carrera

Capítulo XV

La invitación de Iras

Capítulo XVI

En el palacio de Iderneo

Libro VI

Capítulo I

La Torre Antonia. Celda VI

Capítulo II

Las leprosas

Capítulo III

De nuevo Jerusalén

Capítulo IV

Ben-Hur a la puerta de su hogar

Capítulo V

La tumba del Jardín del Rey

Capítulo VI

La estratagema de Pilatos: el combate

Libro VII

Capítulo I

Jerusalén sale a recibir al profeta

Capítulo II

La siesta junto al lago. Iras

Capítulo III

La vida de un alma

Capítulo IV

Ben-Hur monta guardia con Iras

Capítulo V

En Betabara

Libro VIII.

Capítulo I

Huéspedes en casa de los Hur

Capítulo II

Ben-Hur habla del Salvador

Capítulo III

El sacrificio de la sierva

Capítulo IV

El milagro

Capítulo V

La misión del Mesías

Capítulo VI

Iras abre su corazón

Capítulo VII

Mientras Esther duerme

Capítulo VIII

La traición

Capítulo IX

La ascensión al Calvario

Capítulo X

La crucifixión

Capítulo XI

La catacumba

Libro I

Vienen y van llamaradas,

La bóveda celeste se rompe con estrellas que derraman sus luces por doquier.

AlfredTennyson.

Capítulo I

Hacia eldesierto

ElJebel-es-Zublehesunamontañademásdecincuentamillasdelongitudytanestrecha que su dibujo en el mapa se parece a una oruga reptando de sur a norte. De piesobre sus peñascos pintados de rojo y blanco, sólo se ve el desierto de Arabia, que losvientos del este, tan odiados por los cultivadores de vides, se han reservado como terrenode juego desde el principio de los tiempos. El pie de dichos montes está bien cubierto dearenas arrastradas por el Éufrates y depositadas allí, porque la montaña constituye unmuro protector de los campos de Boab y de Ammón, al oeste, que de otro modo formaríanpartedeldesierto.

El árabe ha dejado el sello de su lengua en todo lo que se encuentra al sur y al este deJudea; de modo que, en su idioma, el viejo Jebel es el padre de innumerables wadis que,cortando la vía romana (vaga sombra de lo que fue en otro tiempo, polvoriento senderorecorrido hoy por los peregrinos que van y vienen de La Meca), imprimen sus surcos,profundizando a medida que avanzan, para llevar las avenidas de la estación lluviosa alJordán, o a su último receptáculo, el mar Muerto. De uno de aquellos barrancos (o, másconcretamente, del que corre por el extremo del Jebel y, extendiéndose del este hacia elnorte, acaba por constituir el lecho del río Jabbok) salía un viajero que se dirigía hacia lasaltiplaniciesdeldesierto.

Paraestepersonajereclamamosenprimerlugar laatencióndellector.

A juzgar por su aspecto, tenía los cuarenta y cinco años bien cumplidos. Su barba, enotrotiempodelnegromásintenso,quecaíaenanchoraudalsobreelpecho,estabasurcada por hebras blancas. Su cara era negra como un grano de café tostado, y la llevabatan cubierta por un rojo kufiyeh (como llaman hoy en día los hijos del desierto al pañueloque les protege la cabeza) que sólo era visible en parte. De vez en cuando levantaba losojos, unos ojos grandes y negros. Vestía las holgadas prendas que imperan en Oriente;aunque no es posible describir con más detalle su estilo, porque el viajero iba sentadodebajodeunaminúsculatienda,cabalgandoungrandromedario blanco.

Es dudoso que los hombres de Occidente logren sobreponerse alguna vez a la impresión que produce en ellos la aparición de un camello cargado y equipado para la travesía del desierto. La costumbre, tan fatal para otras novedades, no influye sino muy levemente en ese sentimiento. Al final de largos viajes con las caravanas, después de años de vivir con los beduinos, el hijo de Occidente, esté donde esté, se parará y contemplará el paso del majestuoso bruto. Su encanto no está en la figura, ni el amor puede embellecer, ni en el movimiento, o en el silencioso caminar, ni en la ancha carnadura. Como el afecto del mar por un barco, así es el del desierto para su criatura, a la que viste con todos sus misterios, de tal modo que, mientras miramos aquélla, pensamos en éstos: y en eso reside la maravilla.

El animal que salía ahora del vado tenía méritos sobrados para exigir el homenaje de rigor. Su color y su altura; la anchura de su pie; el volumen de su cuerpo, no cargado de grasa sino de músculos; su cuello largo y esbelto, curvado como el de un cisne; su cabeza, ancha a la altura de los ojos y adelgazándose luego hasta un hocico que el brazalete de una dama podía casi aprisionar; su andadura, el paso largo y elástico, el andar seguro y silencioso, todo certificaba su sangre siria, antigua como los tiempos de Ciro, y de un valor incalculable. Llevaba la brida habitual, que cubría su frente con una orla escarlata y adornaba su cuello con pendientes, cadenitas de bronce de cuyos extremos colgaban unas campanillas de plata; pero aquella brida no tenía riendas para el jinete ni ronzal para un conductor. El aparejo colocado sobre el lomo del animal era un artefacto que en cualquier otro pueblo distinto del oriental habría hecho famoso a su inventor. Consistía en dos cajas de madera de apenas cuatro pies de longitud, equilibradas de tal modo que colgaban una a cada lado, y su interior, forrado y alfombrado muellemente, estaba arreglado de forma que el dueño pudiera sentarse o descansar tendido. Y todo ello quedaba cubierto por un toldillo verde. Anchas correas y cinchas en el lomo y el pecho, sujetas y aseguradas mediante innumerables nudos y ataduras, mantenían el ingenio en su sitio. Aquello era lo que habían discurrido los ingeniosos hijos de Cush para hacer más cómodos los agostados caminos del desierto, hacia los que les empujaba el deber tanto como la diversión.

Cuando el dromedario remontaba la última cuchillada del barranco, el viajero habíacruzadoellímitedeelBelka,laantiguaAmmón.Erademañana.Antesíteníaelsol,medio cubierto por un velo de lanosa neblina; ante sí también se extendía el desierto, no elreino de las movedizas arenas, que estaba mas allá, sino la región en la que las hierbasempiezan a menguar, y cuya superficie aparece salpicada de rocas graníticas y de piedrasgrises y pardas entremezcladas con raquíticas acacias y trechos de hierba de camello. Elroble, las zarzas y el madroño quedaban atrás; como si hubieran llegado a una frontera,mirabanhacialasinmensidadesdesprovistasdemanantialesyseacurrucabandemiedo.

Ahora terminaban todos los caminos y senderos. Más que nunca el camello parecíaarrastrado de un modo insensible; alargaba y apresuraba el paso, su cabeza se levantabadirigida hacia el horizonte y por los anchos ollares engullía el aire a grandes sorbos. Lalitera se mecía, caía y se levantaba como un bote entre las olas. Las hojas secas, formandomontonesaquíyallá,crujíanbajolaspisadas.Aratosunperfumecomodeajenjoendulzaba toda la atmósfera. Alondras, mirlos y golondrinas de las rocas echaban a volar,y las perdices blancas se apartaban corriendo entre silbidos y cloqueos. Muy de vez encuando,unazorraounahienaapresurabaeltroteparaestudiaralosintrusosdesde prudencial distancia. Lejos, hacia la derecha, se levantaban los montes del Jebel, y el velocolor gris perla que descansaba sobre ellos pasaba en un momento a tomar un colorpúrpura al cual daría el sol, unos instantes después, un matiz sin par. Sobre los más altospicosnavegabaunbuitreconsusanchasalas,describiendocírculosqueseibanensanchando. Pero, de todas esas cosas, el ocupante de la verde tienda nada veía o, por lomenos,nomanifestabaquesehubiesefijadoenellas.Teníalosojosfijos,comosoñando.Ensucomportamiento,tantoelhombre comoelanimalparecíanguiadosporotro.

Dos horas siguió avanzando el dromedario, siempre con el mismo trote sostenido ydirigiéndose al este. En todo ese tiempo el viajero no cambió de posición, ni miró a laderecha ni a la izquierda. En el desierto la distancia no se mide por millas o leguas, sinopor el saat, u hora, y el manzil, o parada; tres leguas y media forman el primero; quince oveinticinco forman la segunda, y son la media normal del camello común. Un animal depuraestirpesiriapuedehacertresleguas fácilmente.Atodavelocidadalcanzaalosvientosordinarios.

Como resultado del rápido avance, el aspecto del panorama sufrióun cambio. El Jebelseextendíaporelhorizonteoccidentalcomounacintaazulpálido.Aquíyalláselevantaba un tell, o montículo de arcilla y arena cementada. De trecho en trecho las peñasbasálticas erguían sus redondas coronas, vigías de la montaña contra las fuerzas de lallanura;perotodolodemáseraarena,avecesllanacomolaplayabarrida,otrasplegadaencontinuadasserranías,aquíformandoolascortadas,allálargasondulaciones.Delmismomodocambiótambiénlacondicióndelaatmósfera.Elsol,muyaltoenelhorizonte, se había saciado de rocío y niebla, y caldeaba la brisa que besaba al peregrinobajo el toldo; tanto en la lejanía como más cerca, iba tiñendo la tierra de una blancuralechosa,y encendíaelcielo.

Dos horas más continuó avanzando la bestia, sin descansar ni desviarse de su ruta. Lavegetación cesó por entero. La arena, formando en la superficie una costra tan consistenteque se rompía a cada paso en crujientes fragmentos, gozaba de un imperio que nadie ledisputaba. El Jebel había desaparecido de la vista; ningún accidente del terreno llamaba laatención de la mirada. La sombra, que hasta entonces había caído hacia atrás, ahora seinclinaba hacia el norte y sostenía una nivelada carrera con los objetos que la proyectaban.Ynodandoseñalalgunadequererdetenerse,laconductadelviajerosehizopormomentosmásy másextraña.

Nadie,recuérdesebien,buscaeldesiertocomocampodeplaceres.Lavidaylanecesidad lo atraviesan por senderos en los que, como otros tantos trofeos, se hallandispersos los huesos de seres que murieron. Tales son los caminos que van de un pozo aotro, de unos pastos a otros. El corazón del jeque más avezado acelera sus latidos cuandose encuentra solo por aquellas extensiones sin camino. Así, pues, el hombre de quien nosocupamos no podía ir a la busca de placeres; tampoco se comportaba como un fugitivo: niuna sola vez miró atrás. En tal situación el miedo y la curiosidad son las sensaciones máscomunes; sobre él, no tenían ningún imperio. Cuando los hombres se sienten rodeados porla soledad, acogen gustosos cualquier compañía; el perro se convierte en un camarada, elcaballo en un amigo, y no es una vergüenza dedicarles un diluvio de caricias y de palabrasdeafecto.Elcamellono recibióunregalo tal;niunapalmada,niunapalabra.

A las doce exactamente, y por propia iniciativa, el dromedario se detuvo y profirió ese grito o lamento, singularmente lastimero, con el cual protestan siempre los animales de su especie contra una carga exagerada, o reclaman a veces cuidados y descanso.

Con ello el dueño se movió, despertando como si hubiera estado dormido. Levantó lascortinas del castillo e inspeccionó larga y detenidamente la región hacia todas las direcciones, como si quisiera identificar el lugar de una cita. Satisfecho de la inspección, respiró profundamente y movió la cabeza en sentido afirmativo, como queriendo decir: “¡Por fin, por fin!”.

Un momentodespués, cruzólas manos sobre el pecho,inclinóla cabeza yoróensilencio. Cumplido el piadoso deber, se dispuso a desmontar. De su garganta salía elsonido que oyeron, sin duda, los camellos favoritos de Job: “¡Ikh! ¡ikh!”, la señal paraarrodillarse. El animal obedeció pausadamente, gruñendo todo el rato. Entonces el jineteapoyóelpie sobre elesbelto cuello y saltóalaarena.

Capítulo II

La reunión de los sabios

Comopodíaverseporfin,aquelhombreestabaadmirablementeproporcionado,vigoroso y de mediana estatura. Aflojando el cordón de seda que le sujetaba el kufyeh a lacabeza, empujó hacia atrás los arrugados pliegues hasta dejar al descubierto su cara, unafaz enérgica, de color casi negro, pero en la que la frente, ancha y baja, la nariz aquilina, losángulos externos de los ojos ascendiendo ligeramente, el cabello abundante, áspero yestirado, de reflejos metálicos y cayendo sobre los hombros en varias trenzas, eran signosde un origen que no cabía disimular. El mismo aspecto tenían los faraones y los últimosPtolomeos;elmismoteníaHizraim,elpadre delarazaegipcia.

Vestía kamis, camisa blanca de algodón, de mangas ceñidas, abierta por delante, quellegabahastalostobillosybordadaenelcuelloyelpecho,sobrelaquellevabaunacapadelanaparda,llamadaahora(igualquelallamaríanentonces,segúntodaslasprobabilidades)elaba,prendaexteriorconfaldalargaymangascortas,forradainteriormente de unatela de algodón y seda y ribeteada en todo su contorno por unafranja amarillo oscuro. Calzaba unas sandalias sujetas con unas correas de cuero suave. Uncíngulole ceñíaelkamisalacintura.

Considerandoqueibasoloyquemerodeabanporeldesiertoleonesyleopardos,además de hombres tan salvajes como las fieras, lo que resultaba más notable era que nollevase armas, ni siquiera el palo curvo utilizado para guiar camellos; de donde podemosinferir, cuando menos, que le traía un asunto pacífico y que era un hombre singularmenteaudazo colocadobajounaprotecciónextraordinaria.

Elviajeroteníalosmiembrosentumecidos,pueslatravesíahabíasidolargaypesada;de ahí que se frotase las manos y golpease el suelo con los pies, y luego diese vueltasalrededor del fiel sirviente cuyos brillantes ojos se cerraban de tranquilo contento con larumiainiciadaya.

Mientras iba describiendo círculos, se detenía con frecuencia y, protegiéndose los ojosconlasmanos,examinabaeldesiertohastaellímitealcanzadoporlavista;aunquesiempre, al terminar la inspección, nublaba su cara un desencanto leve, pero bastante paraindicaraunobservadorperspicazqueelviajeroesperabacompañía,siesquenoestabaallí obedeciendo a una cita. Y al mismo tiempo el observador quizás habría notado en símismo un aguijonazo de curiosidad por saber qué clase de negocio podía ser aquel quehabíade solventar enunlugar tandistante delmundo civilizado.

Por más que manifestara desencanto, no cabía dudar de la confianza del viajero en lallegada de la compañía esperada. En prenda de ello, fue hasta la parihuela y, de la camillaocajaopuestaalaqueélhabíaocupadoalvenir,sacóunaesponjayunapequeñaalcarraza de agua con las cuales lavó los ojos, cara y narices del camello; hecho lo cual sacódelmismorecipienteunpalorecio.Despuésdealgunasmanipulaciones,esteúltimoresultó un ingenioso artificio formado de piezas menores, una dentro de la otra, las cuales,unavezconvenientementedispuestas,formabanunpostecentralmásaltoquesuplantado el poste, y colocadas las estacas a su alrededor, el viajero extendió sobre ellos latela, y se encontró literalmente en casa, en una casa mucho menor que las habitaciones deun emir o un jeque, pero que en todos los otros aspectos podía compararse a ellas. De lasparihuelas sacó todavía una alfombra o estera cuadrada, con la cual cubrió el suelo de latienda de la parte en que le daba el sol. Hecho esto, salió fuera y, una vez mas, con grancuidado y mayor anhelo, sus ojos recorrieron todo el círculo del horizonte. Excepto por unchacal distante, que galopaba a través de la llanura, y un águila que volaba hacia la partedel golfo de Akaba, ni la inmensidad de abajo, ni tampoco el azul que la cubría ofrecíansignoalguno de vida.

El viajero se volvió hacia el camello, diciendo en voz baja y en una lengua extraña aldesierto:

—Estamos lejos de casa, oh corcel que desafías a los vientos más rápidos; estamos lejosdecasa,peroDiosestáconnosotros.Tengamospaciencia.

Luegosacóunas cuantas habas de un saquitode la silla ylaspusoen un morraldispuesto de modo que colgara debajo del hocico del dromedario, y cuando hubo visto eldeleite con que su fiel servidor devoraba el alimento, se dio la vuelta y escudriñó de nuevoelmundode arena,borrosoacausadelfulgordelsol,que caíaverticalmente.

—Llegarán —dijo con calma—. El que me ha guiado a mí los guía a ellos. Cuidaré lospreparativos.

De las bolsas que tapizaban el interior de la litera y de un cesto de mimbre que formabaparte del mobiliario de ésta sacó elementos para un ágape: fuentes hechas de un apretadotejidodefibradepalma;vinoenpequeñosodresdepiel;carnerosecoyahumado;shami,es decir, granadas sirias, sin hueso; dátiles de el Shelebi, de maravilloso sabor y criados ennakhil o vergeles de palmeras; un queso similar a las “rebanadas de leche de David”, y pande levadura de la panadería de la ciudad; todo lo cual transportó y distribuyó sobre laesteracolocadaenelinteriordelatienda.Comopreparativofinalpusojuntoalasprovisiones tres trozos de tela de seda, utilizadas en Oriente por las personas refinadaspara cubrir las rodillas de los huéspedes mientras estaban a la mesa, circunstancia que nosindica el número de personas que participarían del refrigerio, el número de personas queesperaba.

Ahora todo estaba preparado. El viajero salió al exterior. ¡Mira, allá al este se veía en lasuperficie del desierto una manchita negra! Pareció que sus pies habían echado raíces en elsuelo; sus ojos se dilataron; por su epidermis corría un escalofrío, como si sintiera uncontacto sobrenatural. La manchita crecía; al final tomó unas proporciones bien definidas.Un poco después apareció perfectamente a la vista una copia de su propio dromedario, unanimalaltoyblanco,quetransportabaunahowdah,laliteradeviajedelIndostán.Elegipciocruzó lasmanossobreelpechoy levantó losojosalcielo.

—¡Sólo Dios es grande! —exclamó con los ojos llenos de lágrimas y el alma henchida desantotemor.

El extranjero se acercaba; por fin se detuvo. Y también, a su vez, pareció que despertabade un sueño. Contempló el camello arrodillado, la tienda, y al hombre que estaba de pie enlapuertaorando.Entoncescruzólasmanos,inclinólacabezayrezócalladamente;despuésdelocual,transcurridouncortorato,saltódelcuellodesumonturaalaarenayseacercóalegipcioalmismotiempoqueésteavanzabahaciaél.Unmomentoestuvieron mirándose el uno al otro. Luego se abrazaron; es decir, cada uno puso el brazo derechosobre el hombro del otro mientras el izquierdo le rodeaba parcialmente el talle, apoyandouninstantelabarbilla primerosobreelladoizquierdoyluegosobreelderechodelpecho.

—¡Lapazseacontigo,ohsirvientedelverdaderoDios!—ledijoelextranjero.

—¡Y contigo, oh hermano de la verdadera fe! Paz y bendiciones para ti —replicó elegipcioconfervor.

El recién llegado era un hombre alto y flaco, con la cara delgada, los ojos hundidos, elcabello y la barba blancos y un cutis de un color intermedio entre el matiz del cinamomo yel del bronce. También iba sin armas. Vestía a la manera del Indostán: sobre un birretellevaba un chal atado en grandes pliegues, formando turbante; las ropas que le cubríaneran del mismo estilo que las del egipcio, excepto por el alba, que era más corta, dejando aldescubierto unos calzones anchos y caídos atados a los tobillos. En lugar de sandaliascalzaban sus pies unas babuchas de cuero rojo y afilada punta. Excepto las babuchas, todosu atuendo, de pies a cabeza, era de tela blanca. Tenía un aire altivo, majestuoso, severo.Visvamitra,elmayordelosascéticos,héroedelaIlíadadelEste,teníaenélunrepresentante perfecto. Podrían haberle definido diciendo que era — una vida empapadadelsaberdeBrahma;devociónencarnada.Sóloensusojoshabíaunapruebadehumanidad; cuando levantó la cara, apartándola del pecho del egipcio, brillaban en elloslaslágrimas.

—¡SóloDiosesgrande!—exclamó,concluidoelabrazo.

—¡Y benditos son los que le sirven! —respondió el egipcio, meditando la paráfrasis quehabía empleado como exclamación—. Pero esperemos —añadió—, esperemos; porque,mira,¡elotro viene allá!

Ambos dirigieron la mirada hacia el norte, donde, ya bien visible, un tercer camello, dela misma blancura que los anteriores, venía, inclinándose de costado como un barco. Yaguardaronhastaque llegóeltercero,desmontó yavanzóhaciaellos.

—¡Pazati,ohhermanomío!—dijo,abrazandoalhindú.Yelhindúrespondió:

—¡HágaselavoluntaddeDios!

El recién llegado se diferenciaba por completo de sus compañeros; era de constituciónmás delicada; tenía la piel blanca; una mata de cabello rubio formaba una corona perfectapara su cabeza, pequeña pero hermosa; el fuego de sus ojos azul oscuro certificaba unamentedelicadayuntemperamentovalerosoyafectivo.Llevabalacabezadescubiertaeibadesarmado.Bajolosplieguesdelmantotirioquellevabacongraciainconscienteaparecía una túnica de mangas cortas y cuello bajo, recogida a la cintura por una faja y quele llegaba casi hasta las rodillas, dejando desnudos el cuello, los brazos y las piernas. Unassandalias protegían sus pies. Cincuenta años, y probablemente más, habían pasado sobreél,sinmásefecto,enapariencia,queimpregnarsucomportamientodegravedadyatemperarsuspalabrasconlareflexión.Elvigordelcuerpoylabrillantezdelalmaseguían intactos. No era preciso decir a un estudioso de qué estirpe había salido; si noprocedíadelosbosquecillosdeAtenas,susantecesoreshabíannacido allí.

Cuandosusbrazosseapartarondelegipcio,éstedijoconvoztrémula:

—El Espíritu me trajo a mí primero; por eso veo que me ha elegido para que sirva a mishermanos. La tienda está preparada, y el pan sólo espera que lo partan. Dejad que cumplamioficio.

Y tomando a cada uno por la mano los guió al interior de la tienda, les quitó las sandalias,les lavó los pies, derramó agua sobre sus manos y se las secó con unas servilletas.

Luegodehaberselavadolassuyaspropias,dijo:

—Cuidémonos, hermanos, para que podamos llevar a cabo nuestra misión, y comamosafindetenerfuerzasparalosdeberesquenosquedanporcumplirduranteeldía.Mientras comemos, cada uno se enterará de quiénes son los otros dos, de dónde vienen, ydecómo hansido llamados.

E hizo que se acercasen a la estera del banquete, sentados de tal modo que estuvierancara a cara. Las cabezas de los tres se inclinaron a un tiempo, sus manos se cruzaron sobrelos respectivos pechos, y hablando al unísono recitaron en voz alta esta sencilla acción degracias:

—Padre de todo, ¡Dios!, lo que aquí tenemos de ti viene; acepta nuestro agradecimientoy bendícenos,paraquepodamoscontinuar cumpliendo tuvoluntad.

Pronunciada la última palabra, los tres levantaron los ojos, y se miraron el uno al otromaravillados. Cada uno había hablado en una lengua jamás oída por sus compañeros; y,sin embargo, cada uno había entendido perfectamente lo que habían dicho los otros. Unadivina emoción estremecía sus almas, porque en aquel milagro veían la intervención de lapresenciadivina.

Capítulo III

Habla el ateniense: fe

Para expresarlo en el estilo de la época, la reunión recién descrita tuvo lugar el año 747delafundacióndeRoma.Eraelmesdediciembre;reinabaelinviernoentodalaregióndel este del Mediterráneo. Los que cabalgan por el desierto en dicha estación no recorrenmucho terreno sin sentirse atormentados por un vivo apetito. Los reunidos en la tienda noeran una excepción a la regla. Estaban hambrientos y comían con excelente disposición.Despuésdelvino empezaronahablar.

—Para el caminante que va por tierras extrañas, nada más dulce que oír su nombre enlabios de un amigo —dijo el egipcio, que ocupaba la presidencia—. Nos esperan muchosdías de camaradería. Es hora de que nos conozcamos. Por lo tanto, si es de vuestro agrado,elque hallegado elúltimoque hable primero.

Entonces,muydespacioalprincipio,comosisereprimieraasímismo,elgriegoempezó:

—Loquetengoquedecir,hermanos,estanextrañoqueapenassépordóndeempezarni de qué puedo hablar con toda propiedad. Ni yo mismo lo entiendo todavía. De lo queestoy más seguro es de que acato la voluntad de un Amo, sirviendo al cual se vive en unéxtasisconstante.Cuandopiensoenelobjetivoquemehanenviadoácumplir,sientoenmíungozotaninexpresablequeconozco,queaquellavoluntadeslavoluntaddeDios.

El santo varón hizo una pausa, incapaz de proseguir, mientras los otros, por simpatía asussentimientos, bajabanlavista.

—Muy al oeste de aquí —empezó de nuevo— hay un país que jamás será olvidado;aunque no fuese sino por la gran deuda que el mundo tiene con él, y porque esta deudanace de cosas que procuran al hombre sus placeres más puros. No diré nada de las artes,nada de la filosofía ni de la elocuencia, ni de la poesía, ni de laguerra. ¡Oh, hermanosmíos, al pueblo que digo le corresponde la gloria de brillar perdurablemente en letrasperfectas, por las cuales aquel al cual vamos a buscar y anunciar será conocido en toda latierra.ElpaísdequehabloesGrecia.YosoyGaspar,elhijodeCleantes,elateniense.

“Mis antepasados —prosiguió— se entregaban por entero al estudio, y de ellos heheredado yo la misma pasión. Se da el caso de que dos de nuestros filósofos, los másexcelsos entre una pléyade de ellos, enseñan, el uno la doctrina de un alma en cadahombre, y de que tal alma es inmortal; el otro, la doctrina de un Dios único, infinitamentejusto. De la multitud de temas sobre los cuales disputaban las escuelas, separé estos dos,como únicos dignos del trabajo de buscarles una solución; porque pensé que existía unarelación,todavíadesconocida,entreDiosyelalma.Sobreestetemalamentepuederazonar hasta un punto, hasta un muro macizo, infranqueable; llegando allí, todo lo quepuede hacerse ya es detenerse y llamar a voz en grito pidiendo ayuda. Esto hice yo; peroninguna voz vino del otro lado del muro. Desesperado, me aparté de las ciudades y de lasescuelas.

Aestaspalabras,unagravesonrisadeaprobación iluminóelflacorostrodelhindú.

—En la parte septentrional de mi país, en la Tesalia —siguió diciendo el griego—, hayuna montaña conocida como la morada de los dioses, donde Zeus, al cual mis paisanosconsideran el mayor de todos, tiene su vivienda; Olimpo es su nombre. Allá me trasladé.Hallé una cueva en una altura donde la montaña, que viene del oeste, toma la direcciónsureste, y allí viví entregado a la meditación... No; me dediqué a esperar aquello quesolicitaba con una plegaria en cada aliento, a esperar la revelación. Creyendo en Dios,invisible aunque supremo, creía también posible suplicarle que se apiadase de mí y meenviaraunarespuesta.

—¡Ah, y la envió! ¡La envió! —exclamó el hindú, levantando la mano, que tenía sobre latelade seda,ensuregazo.

—Escuchadme, hermanos —dijo el griego, calmándose con esfuerzo—. La puerta de miermita da sobre un brazo del mar, sobre el golfo de Thermas. Un día vi a un hombrearrojado por encima de la borda de un barco que pasaba. Aquel hombre nadó hacia laplaya. Yo lo recibí y lo cuidé. Era un judío muy versado en, la historia y las leyes de supaís, y por él vine a saber que el Dios de mis oraciones existía ciertamente y había sido enel curso de las edades su legislador, su gobernante, su rey. ¿Qué era aquello sino unarevelación?,medecíayo.Mife nohabíasidoestéril,¡Diosmecontestaba!

—Comorespondeatodoslosqueleimploranconunafe semejante—dijoelhindú.

—Pero,¡ay!—continuóelgriego—.Elhombrequemehabíanenviadodeaquellamanera me dijo más. Me habló de los profetas que, en las edades que siguieron a laprimera revelación, caminaron y conversaron con Dios, y declaraban que vendría otra vez.Me dio sus nombres, y citaba sus mismas palabras, sacadas de los libros sagrados. Todavíamedijomás;medijoquelasegundallegadaerainminente,queenJerusalénlaconsiderabancomoun hecho quehabíade producirsedeunmomentoaotro.

Elgriegohizounapausa,ylaluminosidaddesucarasedesvaneció.

—Es cierto —dijo después de unos instantes—, es cierto que aquel hombre me dijo queDios y la revelación de que me hablaba habían sido únicamente para los judíos y que otravez volvería a ocurrir así. El que había de venir sería el rey de los judíos. “¿No traerá nadapara el resto del mundo?”, pregunté. “No”, fue la orgullosa respuesta. “No, nosotrossomos el pueblo elegido.” Esta contestación no destruyó mi confianza. ¿Cómo había delimitar semejante dios su amor y sus generosidades a un país y, como sucedía en este caso,aunasolafamilia?Yempeñémicorazónensaberlo.Alfinalpenetréatravésdelorgullode aquel hombre, descubriendo que sus antepasados habían sido unos meros servidoreselegidos para mantener viva la verdad, a fin de que el mundo acabara por conocerla y asíse salvase. Cuando el judío se fue y me quedé solo otra vez, sosegué mi alma con unanueva oración: la de que se me permitiese ver y adorar al Rey cuando viniese. Una nocheestabasentadoenlapuertademicueva,tratandodedilucidarlosmisteriosdemiexistencia, sabiendo cuán grande es el de conocer a Dios; y he aquí que, de pronto, alláabajo en el mar, o, mejor aún, en la oscuridad que cubría su superficie, vi que empezaba ainflamarse una estrella. Levantóse lentamente, se acercó y se puso encima de la altura ysobre mi puerta, de modo que su luz caía de lleno sobre mí. Yo me vine al suelo, y ensueños oí una voz que decía: “—¡Oh, Gaspar! ¡Tu fe ha triunfado! ¡Bendito eres! Con otrosdos,venidosdelaspartesmasdistantesdelatierra,túverasalPrometidoyserástestigo de su presencia y servirás de ocasión para dar testimonio de Él. Por la mañana levántate yveareunirteconellos.TenconfianzaenelEspírituque teguiará”.

“Y por la mañana me desperté con el Espíritu, como una luz interior que aventajaba a ladelsol.Arrojéelatuendodeermitañoymevestícomoantiguamente.Cogídeunescondite el tesoro que me había traído de la ciudad. Pasó un barco de vela. Lo llamé, meadmitieron a bordo y desembarqué en Antioquía. Allí compré el camello y sus arreos. PorlosjardinesyvergelesqueesmaltanlasmárgenesdelOrontes,viajéhastaEmesa,Damasco, Bostra y Filadelfia; y de allí he venido aquí. Ya habéis oído mi historia. Permitidqueahoraescuche yo lavuestra.

Capítulo IV

Discurso del hindú: amor

El egipcio y el hindú se miraron; el primero hizo un ademán; el segundo se inclinó, ycomenzó:

—Nuestrohermanohahabladobien.Ojalámispalabrasseantansabias.Sedetuvo,reflexionó unmomento,y luegoprosiguió:

—Podéis conocerme, hermanos, por el nombre de Melchor. Os hablo en un idioma que,si no es el más antiguo del mundo, fue al menos el primero reducido a letras. Me refiero alsánscrito de la India. Por mi nacimiento, soy hindú. Mis antepasados fueron los primerosen caminar por los campos del conocimiento, los primeros en clasificarlo, los primeros enembellecerlo. Suceda lo que suceda de ahora en adelante, los cuatro Vedas vivirán, porqueellos son las fuentes primeras de la religión y de la inteligencia provechosa. De ellos sederivaronlosUpa-Vedas,entregadosporBrahma,loscualestratandemedicina,ballestería, arquitectura, música y las sesenta y cuatro artes mecánicas; los Ved-Angas,revelados por santos inspirados y dedicados a la astronomía, la gramática, la prosodia, lapronunciación, los embrujos y sortilegios, ritos religiosos y ceremonias; los Up-Angas,escritos por el sabio Vyasa, dedicados a la cosmogonía, cronología y geografía; de ellosforman parte también el Ramayana y el Mahabharata, destinados a la perpetuación denuestros dioses y semidioses. Al igual, oh, hermano, que los Grandes Shastras, o libros delasordenanzassagradas.

“Para mí son ahora cosa muerta; sin embargo, a través de las edades servirán para dartestimoniodelgenioenciernesdemiraza.Eranpromesasdeunrápidoperfeccionamiento. ¿Preguntáis por qué las promesas fallaron? ¡Ay! Esos mismos libroscerraron todas las puertas del progreso. Bajo el pretexto de cuidar de la criatura, susautoresimpusieronelprincipiodequeunhombrenodebededicarsealosdescubrimientos ni a la invención, pues el cielo ha procurado ya todo lo necesario. Cuandoeste mandato se convirtió en una ley sagrada, la lámpara del genio hindú se hundió a lomás profundo de un pozo, donde, desde entonces, ha iluminado muros estrechos y aguasamargas.

“Estas alusiones, hermanos, no nacen del orgullo, como comprenderéis cuando os digaquelosShastrashablandeunDiossupremollamadoBrahm,y,además,quelosPuranas,o poemas sagrados de los Up-Angas, nos hablan de la virtud de las buenas obras y delalma.Demodoque,simihermanomepermitelafrase—elhindúseinclinócondeferencia hacia el griego—, siglos antes de que su pueblo fuese conocido, las dos grandesideas,Diosyelalma,habíanabsorbidoyatodaslasenergíasdelamentehindú.Ampliando mi explicación, permitid que os diga que los libros citados presentan a Brahmcomo una Tríada: Brahma, Visnú y Shiva. De entre los tres, se dice que Brahma ha sido elautor de nuestra raza, la cual, en el curso de la creación, se dividió en cuatro castas.Primeropoblólos mundos, abajo, ylos cielos, arriba; despuéshizola tierra para losespíritusterrenos;luegosacódesubocalacastadelosbrahmanes,lamáspróximaaélen semejanza, la más alta y más noble, los únicos que enseñan los Vedas, los cuales fluyeronen sus labios completos, perfectos, conteniendo todos los conocimientos útiles. Luego hizobrotar de sus brazos los Kshatriya, o guerreros; de su pecho, asiento de la vida, surgieronlosVisya,oproductores(pastores,labriegos,mercaderes);desuspies,enseñaldedegradación, saltaron los Sudras, o siervos, condenados a realizar trabajos corporales paralas otras clases (criados, domésticos, peones, artesanos). Tomad nota, además, de que laley, nacida junto con estas castas, prohibía que el perteneciente a una casta pasase a formarparte de otra; el brahman no podría entrar en un rango inferior; si violaba las leyes de supropia esfera se convertía en un proscrito, repudiado por todos, menos por los proscritoscomoél.

Enestepuntolaimaginacióndelgriego,percibiendoenuninstantetodaslasconsecuencias de tal degradación, se sobrepuso a la profunda atención que prestaba, y lehizoexclamar:

—Ohhermanos;ensemejanteestado,¡quétremendanecesidad deunDiosamoroso!

—Sí—corroboróelegipcio—,deunDiosamorosocomoelnuestro.

Lascejasdelhindúsejuntaronconpesar;unavezconsumidaaquellaemoción,prosiguiócondulcificado acento:

— Yo nací brahmán. En consecuencia, mi vida estaba ordenada hasta el menor de misactos,hastalaúltimademishoras.Elprimertragodealimento,elactodedarmemiprimer nombre, el de sacarme por vez primera a ver el sol, el de investirme con la triplehebra por la cual me convertía en uno de los nacidos dos veces, mi consagración a laprimera orden, todo se celebró según unos textos sagrados y unas ceremonias meticulosas.Yo no podía andar, comer, beber o dormir sin correr el peligro de violar una regla. Y elcastigo, oh hermanos, ¡el castigo lo recibiría mi alma! Según el grado de las omisiones, mialma iría a uno de los diversos cielos, de los cuales el de Indra es el más bajo, y el deBrahma es el más alto; o sería degradada convirtiéndose en la vida de un gusano, uninsecto, un pez o un bruto. La recompensa por observar perfectamente todas las normassería la beatitud, o absorción en el ser de Brahm, que más que una verdadera existencia esunreposo absoluto.

Elhindúse concedióunmomentoparapensar.Luego,siguiódiciendo:

—La parte de la vida de un brahmán llamada Orden Primera es la dedicada al estudio.Cuando estuve preparado para entrar en la Segunda Orden, es decir, cuando estuve endisposición de casarme y tener un hogar, lo puse todo en tela de juicio, incluso a Brahm;me volví hereje. Desde las profundidades del pozo había descubierto, arriba, una luz, yanhelaba subir para ver sobre qué derramaba su claridad. Al fin (¡después de unos cuantosaños de tarea, ay de mí!), llegué al día perfecto y contemplé el principio de la vida, elelementofundamentaldelareligión,eleslabónentre elalmay Dios;¡elamor!

La arrugada faz del santo varón se enterneció visiblemente sus manos se estrecharonuna a la otra con fuerza. Se hizo un silencio, durante el que los demás le estuvieronmirando;elgriego,atravésde laslágrimas.

Alfinal,prosiguió:

—El amor halla su felicidad en la acción; la prueba del amor la da lo que uno estédispuesto a hacer por otros. Brahm había llenado el mundo con demasiadas miserias. Lossudrasmedabanlástima.Tambiénmeladabanlosinnumerablesdevotosyvíctimas.La isla de Ganga Lagor se hallaba allí donde las aguas del Ganges desaparecen en el océanoPacífico. Allá me trasladé. A la sombra del templo erigido al sabio Kapila, uniendo misrezos a los de los discípulos que la memoria santa de aquel hombre sagrado mantienereunidosalrededordesucasa,penséhallarreposo.Sólodosvecesalañovanalláperegrinaciones de hindúes buscando la purificación del agua. Su miseria enardecía miamor. Pero tenía que cerrar la boca con fuerza, resistiendo el impulso de este amor pormanifestarse, porque una sencilla palabra contra Brahm o la Tríada o los Shastras habríasignificado mi condenación. Un gesto de afecto para los brahmanes proscritos que de vezen cuando se arrastraban para ir a morir sobre la ardiente arena (una bendición recitada, elacto de darle un vaso de agua) me habría convertido en uno de ellos, arrebatándome a mifamilia,mipaís,misprivilegios,micasta.

“¡Pero el amor venció! Hablé a los discípulos en el templo, y me expulsaron. Hablé a losperegrinos, y desde la isla me apedrearon. Por las carreteras intenté predicar: los oyenteshuyeron de mí, o atentaron contra mi vida. Al final, en toda la India no había lugar endonde pudiese encontrar paz ni seguridad, ni aun entre los proscritos, porque, caídosincluso, seguían creyendo en Brahm. En tan extrema situación, busqué una soledad en laque esconderme de todos, menos de Dios. Recorrí el Ganges hasta sus fuentes, arriba, enlasentrañasdelHimalaya.CuandoentréporelpasodeHurdwar,dondeelrío,deinmaculada pureza, salta hacia el curso que le espera por las tierras bajas y fangosas, roguépor mi raza y me consideré separado de ella para siempre. Por cañadas y peñas, cruzandoglaciares, trepando hasta la cima de picos que parecían tan altos como las estrellas, seguími camino hasta el Lang Tso, un lago de maravillosa belleza, dormido a los pies del TiseGangri, el Gurla y el Kailas Parbot, gigantes que ostentan sus coronas de nieves perpetuasalasmiradasdelsol.Allí,enelcentrodelatierra,dondeelIndo,elGangesyelBrahmaputra surgen para precipitarse hacia sus diferentes cursos, donde la humanidadtuvo su primera morada y de donde se dispersó para llenar el mundo, dejando a Balk, lamadredelasciudades,comotestigodelgranacontecimiento,dondelanaturaleza,retornada a su condición primaveral y segura en sus inmensidades, invita al sabio y alexilado, prometiéndole a éste seguridad y soledad al primero, allí fui a morar a solas conDios,rezando,ayunando y esperando lamuerte.

Una vez más, se apagó su voz, y las descarnadas manos se unieron en una fervienteplegaria.

— Una noche caminaba por las orillas del lago, hablando al silencio, que me escuchaba:“¿Cuándo vendrá Dios a reclamar lo que le pertenece? ¿Acaso no habrá redención?”. Desúbito, empezó a formarse una luz trémula en el agua; pronto se levantó una estrella, vinohacia mí y se quedó arriba, sobre mi cabeza.. Su esplendor me dejó atónito. Y mientrasestaba tendido sobreel suelo, oí una vozde infinita dulzura, diciendo: “Tu amor havencido. Bendito eres tú, ¡oh hijo de la India! La redención está al alcance de la mano. Conotros dos, venidos de rincones distantes de la tierra, tú verás al Redentor, y serás testigo desu llegada. Levántate por la mañana, ve al encuentro de tus compañeros, y pon toda tuconfianza en el Espíritu que te guiará”. Y desde aquel momento, la luz ha continuadoconmigo, de forma que yo conocía que era la presencia visible del Espíritu. Por la mañanaemprendí el regreso hacia el mundo por el mismo camino que había seguido al dejarlo. Enunaquiebradelmonteencontréunapiedradegranvalor,quevendíenHurswar.Por Lahore, Kabul y Yedz fui a Ispahán. Allí compré el camello, y de allí fui guiado hastaBagdad,sinesperarlascaravanas.Viajabasolo,sinmiedo,porqueelEspírituestabaconmigo, y está todavía. ¡Qué gloria la nuestra, oh hermanos! ¡Nosotros hemos de ver alRedentor,le hablaremos,leadoraremos! He terminado.

Capítulo V

El relato del egipcio: buenas obras

El animado griego estalló en un torrente de expresiones de gozo y de felicitaciones,despuésde lo cual,elegipcio dijo,concaracterísticagravedad:

—Yo te saludo, hermano mío. Has sufrido mucho, y yo gozo con tu triunfo. Si los dosme habéis de escuchar con gusto, voy a deciros quién soy yo y cómo fue que me llamasen.Esperadmeunmomento.

Elegipciosalió,atendióaloscamellos,volvióaentraryocupónuevamentesuasiento.

—Vuestraspalabras,hermanos,veníandelEspíritu—dijocomocomienzo—,yelEspíritumehadadoeldondeentenderlas.Cadaunodevosotroshahabladoparticularmentedesupaís,enlocualseencerrabaungrandesignio,queyoexplicaré.Pero para que la interpretación resulte completa, permitid que hable primero de mí mismoyde mipueblo.Yo soyBaltasar,elegipcio.

Las últimas palabras fueron pronunciadas en tono sosegado, pero con tanta dignidad,quelosdosoyentesse inclinaronreverentemente anteelque hablaba.

—Muchasdistincionespuedoreclamarparamiraza—prosiguióéste—,peromecontentaré con una. Nosotros fuimos los primeros en perpetuar los hechos dejando noticiadeellos.Deahíquenotengamostradiciones,yenlugardepoesíaosofrezcamoscertidumbre.Enlasfachadasdepalaciosytemplos,enlosobeliscos,enlasparedesinteriores de las tumbas, escribimos los nombres de nuestros reyes y los relatos de sushazañas. Y al delicado papiro le confiamos la sabiduría de nuestros filósofos y los secretosdenuestrareligión.Todoslossecretosmenosuno,delcualhablarédentrodeunmomento. Más antiguos que los Vedas de Para-Braham o los Up-Angas de Vyasa, ¡ohMelchor!; más viejos que los cantos de Hornero o la metafísica de Platón, ¡oh mi Gaspar!;anteriores a los libros sagrados y a los reyes de la China, o los de Sidhartha, hijo de lahermosa Maya; anteriores al Génesis del Moisés de los hebreos, los escritos humanos másantiguos son los de Menes, nuestro primer rey —haciendo una pequeña pausa, fijó unamirada cariñosa en el griego y dijo—: En la juventud de la Hélade, ¿quiénes fueron, ohGaspar,losmaestrosde susmaestros?

Elgriegoseinclinóconunasonrisa.

—Segúnaquellosescritos—continuóBaltasar—,sabemosquecuandolospadresvinieron del lejano Oriente, de la región donde nacen los tres ríos, del centro del mundo (elviejo Irán, del cual hablabas tú, oh Melchor), vinieron trayendo con ellos la historia delmundoantesdelDiluvio,yladelDiluviomismo,talcomolaenseñaronalosariosloshijos de Noé, y enseñaban la existencia de Dios, Creador y Principio de todo, y del alma,inmortalcomoDios.Cuandohayamosterminadofelizmentelamisiónquenosestáencomendada ahora, si queréis acompañarme, os enseñaré la biblioteca sagrada de lossacerdotes egipcios; os mostraré, entre otros, el Libro de los Muertos, que contiene el ritualquedebeobservarelalmadespuésdequelamuertelahaenviadodeviajeparaacudirasujuicio.Lasideas(Diosyalmainmortal)nacieronenlamentedeMizraimalláenel desierto,yporobra deMizraimsepropagaronporambasorillasdelNilo.Entoncesreinaban en toda su pureza, fáciles de comprender, como es siempre todo lo que Dios nosbrinda para nuestra felicidad; parecido era también el primer culto: una canción y un rezonaturalesenunalmagozosa,esperanzadayenamoradade suCreador.

Aquíelgriegolevantólasmanosalcielo,exclamando:

—¡Oh,laluzpenetramásprofundamenteenmiinterior!

—¡Yenelmío!—dijoelhindú,conlamisma devoción.

Elegipciolosmiróbenignamente.Luego,continuódiciendo:

—La religión es, meramente, la ley que une al hombre con su Creador: en puridad noconsta de otros elementos que éstos: Dios, el alma y su mutuo reconocimiento, del cual,una vez puesto en práctica, nacen la adoración, el amor y la recompensa. Esta ley, comotodas las demás de origen divino (como, por ejemplo, la que ata la Tierra al Sol), fueimpuesta en el comienzo por su Autor. Tal era, hermanos míos, la religión de la primerafamilia; tal era la religión de nuestro padre Mizraim, quien no pudo quedar ciego ante lafórmula de la creación, en ninguna parte tan discernible como en la primera fe y en el cultomás antiguo. La perfección es Dios; la simplicidad es perfección. La maldición de lasmaldicionesestáenqueloshombresno sepanrespetarverdadescomoéstas.

Baltasarsedetuvo,comosiconsiderasedequémanerahabíadecontinuar.

—Muchas naciones han amado las dulces aguas del Nilo —dijo luego—: Los etíopes, lospali-putra, los hebreos, los asirios, los persas, los macedonios, los romanos... Y todos,excepto los hebreos, han sido dueños de ellas en uno u otro momento. Tanto ir y venir depueblos corrompió la antigua fe mizraímica. El Valle de las Palmeras se convirtió en unValledelosDioses.ElSerSupremofuedivididoenocho,cadaunodeéstospersonificando un principio creador de la naturaleza, con Amón Ra en cabeza, de todos.Luego fueron inventados Isis y Osiris, y su círculo, representando el agua, el fuego, el airey otras fuerzas. Y las multiplicaciones siguieron todavía hasta que tuvimos otro orden,sugeridoporlascualidades humanas,talescomola fuerza, el conocimiento, el amoryotrasparecidas.

—¡Entodolocualsemanifestabalaviejalocura!—gritóimpulsivamenteelgriego—.

Sólolascosasqueestánfueradenuestroalcancecontinúantalcomollegaronanosotros.

Elegipcioseinclinóy prosiguió:

—Todavía un poco más, ¡oh hermanos míos!, un poco más, antes de llegar a mí mismo.Aquello a cuyo encuentro vamos parecerá todavía más sagrado en comparación con lo queexiste ahora y lo que ha existido en el pasado. Las historias demuestran que Mizraimencontró el Nilo en posesión de los etíopes que se extendieron de allí por el desiertoafricano, un pueblo de genio fecundo y fantástico entregado por completo a adorar lanaturaleza. El poético persa ofrecía sacrificios al sol, como la imagen más completa deOrmuz, su dios. Los hijos devotos del lejano Este esculpían sus deidades en madera y enmarfil, pero los etíopes, sin escritura, sin libros, sin facultades mecánicas de ninguna clase,sosegaban sus almas adorando animales, pájaros, insectos, dedicando el gato sagrado a Ra,el toro a Isis, el escarabajo a Ptah. Una larga lucha contra su ruda fe terminó adoptándolacomo religión del nuevo imperio. Entonces se levantaron los poderosos monumentos quellenan la orilla del río y el desierto: obeliscos, laberintos, pirámides, y la tumba del reycombinadaconladel cocodrilo.¡Hastatalbajezallegaron,ohhermanos,loshijosdelario!

Aquí, por primera vez, abandonó al egipcio su notable calma. Aunque su fisonomía continuase impasible, se le quebró la voz.

—Nodespreciéisdemasiadoamiscompatriotas—empezódenuevo—.Notodosolvidaron a Dios. Recordaréis que he dicho hace unos momentos que confiaron al papirotodoslossecretosdenuestrareligión,menosuno.Deéstequierohablarosahora.Teníamosenciertotiempoporreyaundeterminadofaraónqueseentregóatodasuertede cambios e innovaciones. A fin de asentar el nuevo sistema, puso todo su empeño endesterrarelantiguodelamemoriadelasgentes.Entoncesloshebreosvivíanentrenosotros como esclavos. Ellos seguían fieles a su Dios, y cuando la persecución se hizointolerable, fueron libertados de una manera que nunca se olvidará. Ahora hablo segúncuentan las crónicas: Moisés, que también era hebreo, fue a palacio a pedir autorizaciónpara que los esclavos, en número de diez millones, pudieran salir del país. Hizo la peticiónen nombre del Señor Dios de Israel. El faraón se negó. Oíd lo que pasó luego. Primero todael agua, lo mismo la de los lagos y los ríos que la de los pozos y depósitos, se convirtió ensangre. Pero el monarca siguió negándose. Luego vino una plaga de ranas que cubrió todoel terreno. Y el rey continuó firme. Entonces, Moisés arrojó unas cenizas al aire, y unaepidemia atacó a los egipcios. A continuación murió todo el ganado, excepto el de loshebreos. Los saltamontes devoraron todo lo verde que había en el valle. Al mediodía, laoscuridad se hizo tan negra que las lámparas no querían arder. Finalmente, por la noche,todos los primogénitos de los egipcios murieron. No se libró ni el del faraón. Entonces éstecedió. Pero enseguida que los hebreos hubieron partido, los siguió con su ejército. En elúltimomomento se separaron las aguas del mar, a fin de que los fugitivos pudieranpasarloapieenjuto.Cuandolosperseguidoresselanzarondentro,traslosperseguidos,las aguas volvieron a juntarse y ahogaron jinetes, infantes, conductores de carrozas y almismorey.Túhablabasde revelación,miGaspar...

Losazulesojosdelgriegocentelleaban.

Yoescuchéesahistoria delabiosdeljudío—exclamó—.Túlaconfirmas,¡ohBaltasar!

—Sí, pero por mis labios habla Egipto, no Moisés. Yo interpreto los mármoles. Lossacerdotesdeaqueltiempoescribieronasumaneraloquehabíanpresenciado,ylarevelaciónhapervivido.Yahorallegoalnoanotadosecreto.Desdelosdíasdeldesdichado faraón, en mi país hemos tenido siempre dos religiones: una privada, otrapública.Unademuchosdioses,practicadaporelpueblo.Laotra,deunsoloDios,cultivadaúnicamenteporlaclasesacerdotal.¡Alegraosconmigo,hermanos!Elpasoasoladordelasdiversasnaciones,todoelgradeorealizadoporlosreyes,todaslasinvenciones de los enemigos, todos los cambios del tiempo han sido en vano. Como unasemilladebajodelasmontañasesperandosuhora,laverdadgloriosahavivido.Yéste,

¡ésteessudía!

Ladescarnadaarmazóndelhindútemblaba dedicha.Elgriegogritóconfuerza:

—¡Amímeparecequeelmismodesiertoestácantando!

Deunodredeaguaqueteníaasualcance,elegipciobebióuntragoycontinuó:

Yo nací en Alejandría, nací príncipe y sacerdote, y recibí la educación propia de los demi clase. Pero muy pronto hizo presa en mí el descontento. Una de las creencias queimponía aquella fe era que, después de la muerte, una vez destruido el cuerpo, el almacomenzabaalmomentosuprimeraprogresión,desdelomásbajohastallegaralhombre, última y más elevada forma de existencia. Y esto sin relación alguna con la conductaseguida durante la vida mortal. Cuando oí hablar del Reino de la Luz, de los persas, de suparaíso al otro lado del puente Chinevat, al cual sólo van los buenos, su recuerdo meobsesionó de tal modo que durante el día, lo mismo que durante la noche, reflexionabasobre las dos ideas comparativas. Transmigración eterna y vida eterna en el cielo. Si, deacuerdo con lo que enseñaba mi maestro, Dios era justo, ¿por qué no había distinción entrelos buenos y los malos? Al final vi con toda claridad (fue para mí una certidumbre, uncorolario de la ley al cual reduje la religión pura) que la muerte no era sino el punto deseparación en el cual los perversos quedan abandonados o perdidos, y los fieles asciendena una vidasuperior. Noel nirvana de Buda, ni el descansonegativode Brahma, ohMelchor,nola mejorsituaciónenelinfierno,queestodoelcieloqueconcedelafeolímpica,ohGaspar,sinolavida,lavidaactiva,gozosa,perdurable,¡lavidaconDios!

“Esedescubrimientomellevóaotraindagación.¿Porquéhabíaqueseguirconservando la verdad como un secreto reservado para el egoísta solaz del sacerdote? Larazónparacallarlohabíadesaparecido.Lafilosofíanoshabíaenseñado,porlomenos,aser tolerantes. En Egipto teníamos a Roma en lugar de a Ramsés. Un día en el Brucheium,el barrio más espléndido y populoso de Alejandría, me puse en pie y prediqué. El este y eloesteaportaronelauditorio.Estudiantesqueibanalabiblioteca,sacerdotesdelSerapeium, ociosos del museo, patronos de las carreras, labriegos del Rhacotis, toda unamultitudse detuvo para escucharme. Yo les hablé de Dios, del alma, del bien y del mal,del cielo, de la recompensa a una vida virtuosa. A ti, oh Melchor, te apedrearon. Misoyentes, primero se quedaron pasmados, después se rieron. Probé otra vez y me llenaronde epigramas, cubrieron a mi Dios de irrisión, y oscurecieron mi cielo con sus burlas. Paranoextenderme enexceso:fracaséante aquellagente.

Elhindúexhalóaquíunprofundosuspiro,almismotiempoquedecía:

—Elenemigodelhombreeselhombre,hermanomío.Baltasar se hundió enelsilencio.

Yo medité mucho con objeto de descubrir la causa de mi fracaso, y por fin lo conseguídijo, comenzando de nuevo—. Río arriba, a un día de camino de la ciudad, hay unapoblación de pastores y hortelanos. Cogí un bote y me fui allá. Por la noche convoqué alpueblo, hombres y mujeres, los más pobres entre los pobres. Y prediqué ante ellos lomismo exactamente que había predicado en el Brucheium. Ellos no se rieron. La nochesiguiente hablé otra vez, y ellos me creyeron y se alborozaron, y extendieron la noticia portodas partes. En la tercera reunión se constituyó una sociedad dedicada a la plegaria.Entonces regresé a la ciudad. Bajando río abajo, a la luz de las estrellas, que nunca mehabían parecido tan brillantes y cercanas, saqué la siguiente lección: para empezar unareforma, no vayas allá donde están los grandes y los ricos; ve más bien en busca deaquelloscuyacopadedichacontinúavacía,buscaalospobresyaloshumildes.Yentonces me tracé un plan y fijé un objetivo en mi vida. Como primer paso, dispuse de misextensos bienes de forma que percibiera una renta segura y siempre al alcance de la manopara el alivio de los que sufriesen. Desde aquel día, ¡oh hermanos!, viajé arriba y abajo delNilo, predicando en las poblaciones y ante las tribus, hablando del Dios único, de una vidavirtuosaydelarecompensadelcielo.Hehechoelbien,nohedeseryoquiendigaenqué medida. Sé, asimismo, que aquella porción del mundo está madura para recibir a quiennosotrosvamosa buscar.

Unruborsonrojólamejillamorenadelquehablaba,perosobreponiéndosealaemoción,continuó:

—Durante los años vividos así, oh hermanos míos, me atormentó continuamente unpensamiento:cuandoyohubiesedesaparecido,¿quéseríadelacausaquehabíainiciado?

¿Terminaríaconmigo? Muchas veces habíasoñado que la organizaciónsería lamejorcoronaparamitrabajo.Paranoesconderosnada,intentémontarla,perofracasé.Hermanos,elmundoseencuentraactualmenteenunasituacióntalque,parareinstaurarla antigua fe de Mizraim, el reformador habría de contar con algo más que la sanciónhumana. No le bastaría venir en nombre de Dios; debería dar pruebas que acreditasen suspalabras, debería demostrar todo lo que dijese, debería incluso dar testimonio seguro deDios. Tan preocupada está la mente de mitos y sistemas, de tal modo lo llenan todo lasfalsas deidades: el aire, la tierra, el cielo, de tal modo han venido a formar parte de todo,que el retorno a la primera religión no se conseguirá sino por caminos de sangre, cruzandocampos de persecución. Es decir, los que se conviertan habrán de estar dispuestos a morirantes que abjurar. Y en estos tiempos, ¿quién puede inflamar la fe de los hombres hastaeste punto si no es el mismo Dios? Para redimir a la raza (no digo para destruirla), pararedimir al género humano, Dios debe manifestarse una vez más: ha de venir Él mismo enpersona.

Unaintensaemociónseapoderódelostres.

—¿Acasonovamosnosotrosasuencuentro?—exclamóelgriego.

Vosotros comprendéis ya por qué fracasé en mi intento de formar una organización —