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La protagonista intuye que en las míticas tierras de Egipto encontrará el tesoro espiritual que anuncian textos simbólicos. Experimenta, por primera vez, regresiones espontáneas a vidas pasadas cuando se contacta con objetos históricos vinculados con Tutankamón. Se pregunta "¿Qué razón poderosa y secreta se oculta en la preservación de los tesoros y del sarcófago con la momia de Tutankamón? ¿Por qué y quién lo ha protegido misteriosamente de los profanadores y lo conduce a ser adorado por la eternidad? ¿Cuál es el nuevo mensaje del espíritu que bendice a la humanidad con el descubrimiento de la tumba de Tutankamón?" Los interrogantes se develan a medida que avanza el relato. Fabiana Mastrangelo participa, como historiadora, en una misión argentina académica – científica realizada en Luxor, Egipto. Su estadía e investigación en este legendario país la inspiran para escribir esta novela histórica que recibió el Premio Escenario de Novela. Entre sus últimas obras citamos: La creatividad y el sentido de la vida (2011), Pensador de síntesis (2013), Espiritualidad práctica (2014), Valores humanos de José de San Martín (2016). Ha sido Corresponsal de la revista científica Saber y Tiempo; coordinadora de comisiones académicas de postgrado en Desarrollo Humano; integrante del equipo de Ediciones Santillana; investigadora del Centro de Documentación Histórica de la Universidad Nacional de Cuyo. Actualmente es Secretaria de Relaciones Institucionales de la Sociedad Argentina de Escritores (2016-2019).
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Seitenzahl: 97
Veröffentlichungsjahr: 2016
fabiana mastrangelo
Bendiciones de Tutankamón
Viaje iniciático a vidas pasadas
Editorial Autores de Argentina
Mastrangelo, Fabiana
Bendiciones de Tutankhamon : viaje iniciático a vidas pasadas / Fabiana Mastrangelo. - 1a ed . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2016.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-711-716-5
1. Novela. 2. Historia. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail:[email protected]
Diseño de portada: Justo Echeverría
Diseño de maquetado: Inés Rossano
Queda hecho el depósito que establece la LEY 11.723.
Índice
Dedicatoria
Invitación
Capítulo I - El misterio de la tumba de Tutankamón
Capítulo II - El Templo de Karnak, el Escriba Real y el Sumo Sacerdote de Amón “Apis-Ra”
Capítulo III - La iniciación sacerdotal del Astrónomo Real “Nakht”
Capítulo IV - La Asamblea de los Sumos Sacerdotes de Egipto
Capítulo V - Tutankamón, el Iniciado
Capítulo VI - El legendario y adorado Sumo Sacerdote de Amón “Apis-Ra”
Capítulo VII - Tutankamón, el bendecido y protegido del Dios Amón
Capitulo VIII - El tiempo sagrado ha llegado
Dedicatoria
A los seres humanos que sostienen y ofrendan
sus vidas para crear una sociedad universal y en PAZ.
INVITACIÓN
Redacté esta obra inspirada en la vibración sagrada
y en el brillo áureo de Tutankamón.
Dejé volar la imaginación y así surgió esta novela histórica,
como resultado de mi primer viaje a Egipto.
Invito a recorrer estas páginas con el mismo
espíritu libre, participante y universal con el que las escribí.
Fabiana Mastrangelo
CAPÍTULO I
El misterio de la tumba de Tutankamón
- Siglo XXI, año 2003 -
“¡Luxor, la antigua Tebas, tierra de iniciaciones!”, exclamé con fuerza cuando vi por primera vez esta ciudad. Para los antiguos egipcios fue el primer lugar que surgió, después del caos que originó el Universo.
Pregunté a Azul Ferraris: “¿Podemos instalarnos en un hotel desde el cual se vean los templos de Luxor?”. Azul era la directora del equipo de investigación histórica sobre el Antiguo Egipto que se había formado en Buenos Aires. El equipo también lo integraban una egiptóloga auxiliar, Cristina Arrocena, y el fotógrafo, Horacio Crin.
Azul contestó: “Desde el hotel veremos Karnak, el Nilo, los sembradíos, el Templo de Luxor y las embarcaciones que recorren las orillas”.
Así fue, nos instalamos en un hotel, típicamente árabe, a orillas del Nilo. Dejé mi valija y mi mochila. Me fui a caminar, quería descubrir qué tenía esa misteriosa ciudad para decirme. Caminé varias cuadras con negocios de telas, papiros y adornos. Me dirigí hacia la región oeste de la ciudad. Paulatinamente fui dejando la urbanidad y me introduje en el desierto. Llegué hasta el Valle de los Reyes. El silencio del lugar y su misterio aquietaron mis sentidos. Me descalcé, toqué con mis pies y mis manos la arena egipcia y sin esfuerzo mi mirada se fijó en un punto del espacio. Entré en otro tiempo.
Azul y Horacio que habían seguido mi itinerario, sin que yo lo advirtiera, observaron mi desconexión de la realidad y hasta cierta paralización de mis movimientos. Sólo vi ese punto en el espacio y me introduje en él. La arena en mis pies me conectaron con un tiempo físico y espiritual diferente, de lejos podía ver los nichos de las tumbas del Valle de los Nobles. Sentí una presencia viva de otra época.
Río Nilo, a la altura de Luxor (antigua Tebas). Vista al Valle de los Reyes donde se encuentra la tumba de Tutankamón.
Siglo XX, año 1922 -
El horizonte se extendía sin límites hacia el desmesurado desierto que clamaba por sombra, agua y hombres. La aridez de la incertidumbre y la soledad inundaban el alma de un típico señor inglés de principios del siglo XX. Sus zapatos, su traje, sus ropas, su aire y hasta sus pensamientos parecían mezclarse con el polvo del desierto. Los días eran agotadores. La ansiedad, acumulada por años, hacía de cada instante de excavación una eternidad. Años y años buscando sin una pista. Al fin, el día 4 de noviembre de 1922, surgió una esperanza: se descubrió un escalón tallado en la roca. Los excavadores exclamaron con júbilo: “¡Es un hallazgo demasiado bueno!”. Así fue, el 26 de noviembre de ese año, vi a Howard Carter asomar su cabeza por el último círculo que había abierto sobre la piedra caliza, el polvo y el cansancio. Un bendito sonido retumbó en los espacios siderales y en cada rincón del planeta. Un tiempo nuevo se abrió en un punto del universo: el Faraón asomó con sus brillos, sus oros, sus piezas de rey, su rostro de ser iniciado; dejó su descanso eterno, silencioso y oculto para compartir el siglo del hombre sin Dios. Debajo de esa máscara, esa dorada y bendita máscara, el Rey oculto bajo las blancas arenas ¿Por qué permaneció allí, sin ser visto? ¿Qué escondía su máscara? ¿Por qué había estado oculta por más de tres mil años? ¿Quién la preservó? ¿Qué designio la ocultó por milenios? El tiempo la había resguardado bajo la monotonía de la arena esclavizada y liberada - al mismo tiempo - por el viento. Una razón poderosa y secreta se ocultaba en su preservación.
En medio del maravilloso hallazgo, vi la imagen luminosa del Ser de Blancas Vestiduras. Estaba descripto en las enseñanzas de mi Maestro, muchas extraídas del Antiguo Egipto. Ese Señor caminaba entre los brillos de oro, participaba serenamente de un tiempo nuevo, diferente, dinámico. Carter y su equipo no podían verlo. El Señor del Umbral, cubierto de blancas vestiduras, vio el cuerpo embalsamado de Tutankamón y percibió la energía divina que aún permanecía en él. El joven Faraón había restablecido el culto universal y sin formas de Amón, después de la persecución de sus sacerdotes y la consecuente reforma religiosa de su antecesor Akenatón. Éste había perseguido al clero amoniano y borrado su nombre de estatuas, monumentos y papiros. La luz de Tutankamón resplandecía como testimonio espiritual de la profundidad y sabiduría egipcia. Su rostro parecía restablecer el orden cósmico universal.
La imagen del Señor del Umbral desapareció y vi nítidamente a Carter atónito ante el hallazgo de una luz sutil, espiritual y de tiempos pretéritos. Sus primeras palabras a sus compañeros de campaña que esperaban detrás de él la noticia, fueron: “cosas maravillosas”. ¿Quién es ese adolescente-Faraón? El dios Amón, el oculto, estaba representado en su tumba. El grupo expedicionario con las fuerzas agotadas se revitalizó por el hallazgo del sepulcro real. Todo parecía indicar que estaba intacto. Los profanadores de tumbas no la habían visto. Volvían a resonar las preguntas ¿Por qué se conservó?
Máscara funeraria de Tutankamón.
¿Qué extraño designio preservó su momia con los tesoros reales? ¿Fue recompensado con esta bendición por haber restablecido el culto a Amón? La humanidad recibía su legado eterno, en ese instante de beatitud. El misterio envolvía el hallazgo y otro misterio restaba por descifrar: su origen.
Una mezcla de alegría, asombro e incertidumbre invadió al equipo de Carter. Los movimientos eran lentos para evitar romper objetos milenarios. Encontraron un elemento de caza del joven rey, una silla de niño con sus inscripciones, platos y vasijas de oro. Todo parecía recrear su condición humana. Carter comenzó a limpiar, con paciencia y dedicación, un objeto que consumía toda su atención. Con una pequeña escobilla quitaba la tierra delicadamente en uno de sus extremos y cuando llegó a la profundidad descubrió un brillo especial, parecía metal. La curiosidad y la pasión por el hallazgo hacían olvidar a Howard de las necesidades básicas de alimentación. Evelyn, la hija de Lord Carvanon - el inglés millonario que financió y creyó en las investigaciones de Carter - se acercó para llevarle agua y un plato de comida. No quería despreciar el alimento que le ofrecía Evelyn, pero el hallazgo y la ansiedad por continuar con el descubrimiento le habían quitado el apetito. El diálogo fue lacónico. Carter dijo: “Gracias por la comida. Pero el tiempo es escaso para todo lo que tenemos por delante” y Evelyn contestó: “Así es, pero no debe dejar de alimentarse para ganar fuerzas”.
Pectoral de oro, plata, vidrios y piedras semipreciosas, encontrado en la tumba de Tutankamón. En el centro, un escarabajo alado que sostiene una embarcación celeste con el ojo de Horus (permite ver lo invisible), la cual soporta un disco lunar donde está representado el Faraón, acompañado por el dios lunar Thot y el dios solar Ra-Horakhty con gesto protector. Flores y capullos de papiro y de loto, emblemas del Alto y del Bajo Egipto, forman la base del pectoral.
Finalmente, Carter aceptó el plato de arroz con verdura y el vaso de agua. Evelyn admiraba la pasión de Howard por su trabajo y la entrega a su descubrimiento.
Egiptólogos, curiosos, aventureros e investigadores se dieron cita en ese desierto. Memorias, informes, estudios microscópicos y demás inundaron las bibliotecas y las publicaciones con el nombre de Tutankamón. El niño-adolescente Faraón que inició, más de tres mil años después de su muerte, un periodo de fama y de gloria como, quizá, no lo había tenido en vida. El brillo de su oro provenía de un tiempo sin marcas, desde un pasado que era eterno presente.
Sin saber cómo, me había introducido en un tiempo sagrado. Empecé a recorrer un camino que no sabía a qué sitio me llevaría. El devenir histórico pasaba ante mis ojos y una vida, casi propia, se hacía presente, racional o intuitivamente, en uno y mil espacios y tiempos. Percibí el “acontecimiento” espiritual que tiende un puente entre las esferas sagradas y los espacios profanos. Los sacerdotes de Amón del Egipto Antiguo compararían este acontecimiento con un ceremonial de iniciación y exclamarían ante la máscara de oro y el brillo sagrado de Tutankamón: “Más brillante que mil soles”. Ese acto litúrgico abrió un canal nuevo de conexión entre el hombre y Dios, en el siglo XX. Fue un acto de alabanza a un Iniciado, despertó canales desconocidos de la mente humana y conectó el tiempo humano con el espiritual. La fórmula mágica de los Grandes Sacerdotes Egipcios decía: “No, no estás muerto porque estás aquí, pero vives y por la eternidad”. ¿Qué sacerdote egipcio habría llenado de bendiciones al rey iniciado, en su entierro, para que se convirtiera en el más célebre de los faraones de todos los tiempos? Los aceites benditos derramados hace más de cuatro mil años, volvían a ser esparcidos desde Egipto al mundo entero, en 1922.
Las investigaciones egipcias dieron un giro sorprendente con este hallazgo pero, por sobre todas las cosas, se abría un tiempo sagrado para la humanidad porque el Faraón, iniciado en el amor de la Diosa Bastet y los misterios de Maat - el orden cósmico que debe ser mantenido por medio de la verdad y la justicia - , se hacía presente en el siglo XX, en el que el hombre perdería a Dios. Nunca tan oportuno este hallazgo para el destino humano.
- Siglo XXI, año 2003 -
Azul y Cristina me tocaron el brazo para indicarme donde estaba la tumba de Tutankamón Volví a “mi” presente cronológico. Recorrimos una buena parte del Sagrado Valle de los Reyes hasta llegar al recinto sepulcral donde habitaba el espíritu eterno del Faraón iniciado. Entramos y sentí una profunda renovación interior, parecía que el aire penetraba en mi piel purificándola. Era una tumba pequeña, en comparación con otras, pero se respiraba armonía en el ambiente. Maat quiso que su momia permaneciera intacta y en su lugar, lejos de los museos, los vidrios, el cemento, el ruido de ciudad. Pero sí, resplandecía en el Museo del Cairo, el brillo áureo de su máscara y de sus objetos personales que abrían el camino a los habitantes de diversos sitios del mundo que transitaban el Egipto Antiguo.