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BENJAMIN FRANKLIN: La Autobiografia E-Book

Benjamin Franklin

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Beschreibung

La Autobiografía de Benjamin Franklin es la historia de vida de uno de los padres fundadores de América. En esta inspiradora autobiografía, además de contarnos buena parte de su bella y exitosa existencia, Benjamin Franklin nos muestra su fórmula personal para el éxito. Franklin predicó el sacrificio, el trabajo duro, el ahorro, la frugalidad y la educación continua como determinantes de la prosperidad individual y colectiva. La idea básica de Franklin de que no importa quién seas, con trabajo arduo y frugalidad, puedes lograr la prosperidad y la grandeza. Se recomienda encarecidamente a todos aquellos involucrados en el desarrollo empresarial o proyectos colectivos que lean este libro electrónico. Benjamin Franklin fue el prototipo del empresario honesto y competente tanto en la gestión pública como en la privada y  será por siempre un gran ejemplo de ciudadano, empresario y hombre público.

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BENJAMIN FRANKLIN

Autobiografia

1a edición

Prefacio

Amigo Lector

La autobiografía de Benjamin Franklin es la historia de vida de uno de los padres fundadores de América. A menudo se describe a Franklin como un “hombre que se hizo a sí mismo” y “El primer estadounidense” debido a su dedicación de por vida a valores como el trabajo, la disciplina y la superación personal.

Benjamin Franklin escribió esta autobiografía en cuatro partes a lo largo de su vida. Y esta, cubre las primeras etapas de su vida, las que le convirtieron en el gigante que conocemos. Su autobiografía, plagada de las anécdotas y enseñanzas de su larga vida, inacabada por definición, como el mundo en que se había gestado, iniciada como una carta a su hijo y continuada como un testimonio ante sus conciudadanos, conserva todo el valor promisorio de los textos fundamentales de la tradición norteamericana.

Una excelente lectura

LeBooks Editora

Sumário

PRESENTACIÓN

Sobre el autor

Sobre la obra

BENJAMIN FRANKLIN: Autobiografía

Apéndice: Un escrito sobre Religión y Ciencias.

PRESENTACIÓN

Sobre el autor

“A los que gobiernan, que tienen muchos negocios en sus manos, generalmente no les gusta tomarse la molestia de considerar e implementar nuevos proyectos. Por lo tanto, las mejores medidas públicas casi nunca se adoptan de antemano, sino que las imponen las circunstancias del momento.” B. Franklin.

Benjamin Franklin fue un científico, político e inventor norteamericano, que nació el 17 de enero de 1706 en Boston. Decimoquinto hijo de un total de diecisiete, su formación consistió únicamente estudios elementales, y sólo los realizó hasta los diez años. Primero trabajó ayudando a su padre en la cerería de su propiedad, luego empezó a trabajar como aprendiz en la imprenta de su hermano James. Cuando tenía 15 años, fundó el "New England Courant", considerado como el primer periódico realmente independiente de las colonias británicas y en 1724 se fue a Inglaterra para completar su formación como impresor.

Regresó a América en 1726 y en septiembre 1729 compró el periódico La Gaceta de Pensilvania, que publicó hasta 1748. Publicó además el Almanaque del pobre Richard (1732 - 1757) y fue el encargado de la emisión de papel moneda en las colonias británicas de América (1727). Su afición por los temas científicos comenzó a mediados de siglo y coincidió con el comienzo de su actividad política. Participó de forma muy intensa en el proceso que conduciría finalmente a la independencia de las colonias británicas de América, influyó en la redacción de la Declaración de Independencia (1776) con participación de Jefferson y J. Adams, y se fue a Francia en busca de apoyo para continuar la campaña contra las tropas británicas. Terminada la guerra, participó en las conversaciones para finalizar el tratado de paz que pondría fin al conflicto y contribuyo a la redacción de la Constitución estadounidense.

En lo que respecta a su actividad científica, en su estancia en Francia, en 1752, hizo el famoso experimento de la cometa que le permitió demostrar que las nubes están cargadas de electricidad y que, los rayos son descargas de tipo eléctrico. Para hacer el experimento, que era muy arriesgado, utilizó una cometa dotada de un alambre metálico sujetada por un hilo de seda que, de acuerdo con su suposición, debía cargarse con la electricidad captada por el alambre. En la tormenta, acercó la mano a una llave que pendía del hilo de seda, y observó que, lo mismo que en los experimentos con botellas de Leyden que había realizado antes, saltaban chispas, lo cual demostraba la presencia de electricidad.

Este descubrimiento le permitió inventar el pararrayos, cuya eficacia dio lugar a que ya en 1782, en la ciudad de Filadelfia, se hubiesen puesto 400 de estos ingenios. Sus trabajos acerca de la electricidad le llevaron a formular conceptos tales como el de las cargas negativas y las cargas positivas, a partir de la observación del comportamiento de las varillas de ámbar, o el de conductor eléctrico, entre otros. Enunció el principio de conservación de la carga eléctrica. Inventó también el llamado horno de Franklin y las denominadas lentes bifocales. La gran curiosidad que sentía por los fenómenos naturales le indujo a estudiar, entre otros, el curso de las tormentas que se forman en el continente americano, y fue el primero en estudiar la corriente cálida que discurre por el Atlántico norte y que en la actualidad se conoce con el nombre de corriente del Golfo.

Su temperamento activo y polifacético lo impulsó a participar también en las cuestiones de ámbito local, por ejemplo, en la creación de instituciones como el cuerpo de bomberos de Filadelfia, la biblioteca pública y la Universidad de Pensilvania, así como la Sociedad Filosófica Americana. Fue el único americano de la época colonial británica que tuvo fama y notoriedad en la Europa de su tiempo. En 1753 la Royal Society le concedió la Medalla Copley. En marzo de 1785 renunció a su cargo en Francia para regresar a Filadelfia, donde fue elegido inmediatamente presidente del Consejo Ejecutivo de Filadelfia (1785-1787). Falleció el 17 de abril de 1790 en Filadelfia.

Sobre la obra

La autobiografía de Benjamin Franklin es la historia de vida de uno de los padres fundadores de América. A menudo se describe a Franklin como un “hombre que se hizo a sí mismo” y “El primer estadounidense” debido a su dedicación de por vida a valores como el trabajo, la disciplina y la superación personal. También es conocido por su papel en la guerra de independencia de Estados Unidos, en concreto por convencer a las tropas francés a ofrecer apoyo durante la guerra. Apoyo sin el cual, no habrían podido obtener la libertad.

Benjamin Franklin escribió esta autobiografía en 4 partes a lo largo de su vida. Y esta, cubre las primeras etapas de su vida. Las que le convirtieron en el gigante que conocemos. Y una de las mejores partes, es que no solo comparte su éxito, sino también sus defectos y errores.

 Algunas citas que que guiaron la vida de Benjamin Franklin y que nos ayudan a entender su carácter de son:

● “Acostarse temprano y levantarse temprano hace un hombre saludable, rico y sabio”.

● “Un centavo guardado es un centavo ganado”.

● “Tres pueden guardar un secreto, si dos de ellos están muertos”.

Vivió hace muchos años, pero incluso hoy en día muchas personas siguen mirando a Benjamin Franklin como modelo a seguir. El inversor multimillonario Charlie Munger (también conocido como socio comercial de Warren Buffet) dijo que Benjamin Franklin es uno de sus héroes. Y he leído muchos libros modernos de autoayuda que comparten una historia o un consejo de la vida de Franklin.

BENJAMIN FRANKLIN: Autobiografía

Twiford. En casa del obispo de Asaph, 1771

Querido hijo:

Siempre me ha gustado conocer pequeñas anécdotas de mis antepasados. Recordarás las pesquisas que hice entre los parientes que me quedan cuando estuviste conmigo en Inglaterra, así como del viaje que emprendí a tal fin. En la creencia de que podría ser igualmente agradable para ti saber las circunstancias de mi vida muchas de las cuales ignoras, y ante la perspectiva de una semana de inactividad en mi actual retiro campestre, me dispongo a poner por escrito, pensando en ti, el resultado de aquellas pesquisas.

Por otro lado, existen otros estímulos que me impulsan a hacerlo. De la pobreza y medianía en las que nací y viví mis primeros años, he logrado elevarme a un estado de desahogo y en cierto modo a un cierto nivel de celebridad mundana. La fortuna me ha sido fiel, incluso en lo más avanzado de mi existencia, y pienso que la posteridad quizá sienta deseos de enterarse de los medios de que me valí, y con los que, gracias a la Providencia, alcancé el éxito. Incluso puede que alguien piense en imitarme, caso de encontrarse en circunstancias parecidas a las mías.

Al pensar en la buena suerte que he tenido, cosa que suelo hacer con frecuencia, me inclino a veces a pensar que, si me dieran esa opción, no me importaría volver a vivir mi vida desde el principio al final; aunque, eso sí, solicitando se me diera la oportunidad que tienen los escritores de corregir en la segunda edición algunas de las faltas que se cometieron en la primera. Querría cambiar, también, ciertos acontecimientos por otros más agradables. Aunque eso no fuera posible, aceptaría la oferta, pero como, de todos modos, no habrá otra segunda oportunidad de vivir la misma vida, haré lo que más se parece a ello, que es evocar los momentos de la que viví, poniendo por escrito mis recuerdos para darles una mayor permanencia.

Al aplicarme a este empeño, cederé a esa inclinación tan corriente en los viejos de hablar de sí mismos y de sus hechos, pero, en mi caso, no aburriré a los que puedan creerse obligados a escucharme por respeto a mis canas, ya que, en todo caso, siempre serán libres de leerme o no. Y además (y en esto también he de ser sincero, pues de no serlo nadie me creería), en no poca medida, complazco así mi vanidad. A decir verdad, nunca he visto a nadie que comience con la frase «lo digo sin ninguna vanidad...», que no se deje llevar poco después por esa debilidad.

A la mayor parte de la gente le desagrada la vanidad de los demás, sin ver la suya propia. Yo siempre me muestro comprensivo en esto, persuadido como estoy de que, a menudo, resulta bueno no sólo para el que la siente, sino para los que se encuentran en su esfera de acción. Por consiguiente, hay que reconocer que no resulta absurdo en absoluto que alguien dé gracias a Dios por su propia vanidad, como las da por otros dones que la vida le proporciona.

Ahora que hablo de dar gracias a Dios, debo reconocer con toda humildad la deuda de felicidad que tengo con la Divina Providencia por todo lo que he recibido en esta vida, por cuanto hizo posible que yo dispusiera de los medios idóneos y los utilizara con éxito. Esta creencia me induce a esperar, aunque sin darlo por sentado, que la divina benevolencia me seguirá deparando la misma felicidad que hasta ahora, y, en caso contrario, me dará fortaleza para soportar la adversidad que, como a otros, pueda sobrevenirme. Solo Dios conoce mi futuro, y en sus manos está llenarme de bendiciones, incluso en medio del infortunio.

Ciertas notas, que un tío mío (dotado de mí misma curiosidad por recordar anécdotas familiares) me proporcionó, valieron para facilitarme información acerca de mis antepasados. Gracias a ellos me enteré de que habían habitado en el mismo pueblo, Ecton en Northamptonshire, en una propiedad de treinta acres de extensión, durante trescientos años por lo menos, y quizás más. Tal vez desde que adoptaron el nombre de Franklin, que antes había sido el apelativo de una determinada clase social, como apellido: lo que hicieron muchas gentes a lo largo y a lo ancho del reino.

Esta pequeña finca no debió resultar suficiente como medio de subsistencia. Por eso, comenzaron a dedicarse a la profesión de herreros, que perduró en la familia hasta la época de mi tío, siendo costumbre educar al primogénito en dicho oficio, como efectivamente hicieron mi tío y mi propio padre. Investigando el registro civil de Ecton, pude averiguar sus nacimientos, matrimonios y defunciones, desde el año 1555 solamente, por no existir registro anterior. Así me enteré de que yo era el hijo menor del menor de los hijos en cinco generaciones. Mi abuelo Thomas, nacido en 1598, vivió en Ecton hasta que, por su avanzada edad, hubo de abandonar sus negocios, retirándose a Banbury en Oxfordshire y viviendo en casa de su hijo John, un tintorero al que mi padre ayudó como aprendiz. Allí murió, y fue enterrado, mi abuelo. Pudimos ver su tumba en 1758. Su hijo mayor, Thomas, vivió en la casa de Ecton, dejándosela con todas sus tierras a su hija única, casada con un tal Fisher Wallinghorough; ellos la vendieron más tarde a Mr. Isted, su actual propietario. Mi abuelo tuvo cuatro hijos: Thomas, John, Benjamin y Joseph. Como no tengo mis notas aquí, trataré de recordar lo que dicen, y, si no se han extraviado en mi ausencia, tú podrás completar mi información con ellas cuando las veas.

Thomas aprendió el oficio de herrero con su padre. Tenía talento y, como un hidalgo llamado Palmer, que por entonces era el vecino más importante de aquella parroquia, le animó a estudiar (lo que hizo también con los restantes hermanos), Thomas se hizo amanuense, y llegó a ser un personaje destacado en los asuntos de la provincia: fue uno de los principales promotores de todas las empresas comunales que se llevaron a cabo en su provincia, en la ciudad de Northampton, y en su pueblo natal de muchas de ellas nos hablaron en Ecton, y consiguió que Lord Halifax le tuviera en gran estima y le ayudara. Murió en 1702, el día 6 de enero, cuatro años justos antes de nacer yo. Los relatos de los viejos de la localidad sobre su vida y su personalidad, según mis recuerdos, te resultaron bastante sorprendentes, pues se parecían a lo que tú sabías de mí. De haber muerto el mismo día, pero cuatro años más tarde, dijiste, «podría haberse pensado en una transmigración». A John le enseñaron el oficio de tintorero de lana, según creo. Benjamin aprendió ese mismo oficio para la seda, tras el correspondiente aprendizaje en Londres. Era hombre de ingenio. Le recuerdo bien de cuando yo era pequeño, porque vino a casa de mi padre, en Boston, y estuvo con nosotros varios años. Mi padre y él se tuvieron un gran afecto, y yo fui su ahijado. Vivió muchos años, y dejó escritos dos volúmenes en cuarto de manuscritos con poesías suyas. Son composiciones de valor efímero, dedicadas a amigos y parientes, entre las que figuraba la siguiente, que me envió, y puede valer como ejemplo:

A mi tocayo, con ocasión de saber sobre su vocación por la milicia (7 de julio de 1710).

Créeme, Ben, la guerra es asunto peligroso

La espada marra tanto como alerta

Y más destruye que edifica

A muchos empobrece, a pocos enriquece y a menos ilustra.

Siembra la ruina en las ciudades, de sangre los campos,

Y es el aliado de la desidia y el escudo del orgullo

Florecientes ciudades de hoy, tras la guerra

Pronto se ven sumidas en aflicción y penuria

Las propiedades quedan en ruinas, el vicio se expande

La destrucción, el vicio, las cicatrices y los miembros mutilados:

Esos son los efectos de las guerras asoladoras.

ACRÓSTICO

Bendice y venera a tus progenitores Encuentra constancia en hacer tu deber diario Niégate a la pereza, la lujuria o la soberbia Jamás te pesará seguir estos consejos.

Ante todo, evita la enfermedad del egoísmo;

Mira que el mal está en nosotros tanto como en Satanás.

Intenta enriquecerte en prudencia, saber y virtud:

Nunca temas soportar el sufrimiento por el Salvador,

Fuera de tus tratos la falsedad o el engaño,

Recuerda ser religioso en pobreza y en riqueza,

Adora al que te creó,

No dudes en entregar tu corazón a Dios. Ahora es tiempo:

Conciencia limpia es el mejor amigo.

La conciencia sea tu juez y tu testigo;

Inclínate, y adora de corazón a Nadie más que a la Trinidad.

Mi tío inventó un método propio de taquigrafía que me enseñó, aunque luego lo olvidé por falta de práctica. Era piadoso, y asistía con asiduidad a los sermones de los predicadores más conocidos, cuyas pláticas transcribía al papel, con su método taquigráfico, hasta llegar a reunir varios volúmenes de Sermones. Tampoco le faltaban dotes políticas, incluso le sobraban si pensamos en su vida profesional. Hace poco cayó en mis manos, en Londres, una colección que mi tío había reunido, con los principales folletos relativos a los acontecimientos políticos ocurridos entre 1641 y 1717. Faltan muchos de sus volúmenes, según se deduce de su numeración: ocho en folio y veinticuatro en cuarto y en octavo. Un librero de viejo los descubrió y, como me conocía por haberle comprado libros, me los proporcionó. Al parecer mi tío los dejó aquí antes de marcharse a América, hace cosa de cincuenta años. Hallé muchas notas marginales suyas. Su nieto Samuel Franklin vive todavía en Boston.

Nuestra humilde familia abrazó desde un principio la Reforma. Nuestros antepasados siguieron siendo protestantes durante el reinado de María, estando en frecuente trance de ser perseguidos, debido a su celo antipapista. Tenían una Biblia inglesa y, para ocultarla, la guardaban abierta bajo la tapa de un escabel sujeta con cintas. Cuando mi tatarabuelo deseaba leerla en familia, no tenía más que darle la vuelta al escabel para, poniéndolo sobre sus rodillas, pasar las páginas por debajo de las cintas. En tales ocasiones, uno de los hijos se apostaba junto a la puerta para avisar de alguna visita inoportuna, como la de algún funcionario del Tribunal espiritual. Si se producía esa visita, la banqueta volvía a su posición primitiva, quedando oculta de nuevo la Biblia. Esta anécdota me la contó mi tío Benjamín. La familia siguió siendo fiel a la Iglesia anglicana hasta finales del reinado de Carlos II. Algunos clérigos, que habían sido destituidos por inconformistas, celebraban por entonces conventículos en Northamptonshire, y Benjamín y Josias se unieron a ellos, y con ellos continuaron de por vida. El resto de la familia siguió perteneciendo a la Iglesia episcopaliana.

Josias, mi padre, se casó joven, trasladándose con su esposa y sus tres hijos a Nueva Inglaterra en 1682. Como, por entonces, las reuniones religiosas no conformistas habían sido prohibidas, y eran con frecuencia interrumpidas por las autoridades, hubo personas prominentes conocidas suyas que decidieron irse a dicho país, y que convencieron a mi padre para que les acompañara en su viaje, en la esperanza de poder practicar allí su religión en completa libertad. Mi padre tuvo cuatro hijos de la misma mujer, que nacieron en Nueva Inglaterra, y luego diez más de su segunda esposa, sumando en total diecisiete. Recuerdo haber visto, con frecuencia, hasta a trece reunidos a la mesa. Todos se criaron con normalidad y luego se casaron. Yo era el más joven de todos los varones, y tuve dos hermanas menores que yo. Nací en Boston, en Nueva Inglaterra.

Mi madre, segunda esposa de mi padre, era Abiah Folger, hija de Peter Folger, uno de los primeros colonizadores de Nueva Inglaterra, a quien menciona encomiásticamente Cotton Mather en la historia eclesiástica del país, publicada bajo el título de Magnolia Christi Americana, llamándole «culto y piadoso inglés», si no recuerdo mal. Según he oído, escribió algunas obras sueltas, de las que solamente una fue publicada recuerdo haberla visto hace años. Fue escrita en 1675, en verso sencillo, al uso de la época y de la gente, y dedicada a los que se ocupaban de los asuntos de gobierno en Nueva Inglaterra. Aboga por la libertad de conciencia, defendiendo a los anabaptistas, cuáqueros y otras sectas perseguidas. Atribuye las guerras contra los indios y otras calanüdades a dicha persecución, considerándolas como castigos de Dios por tantas ofensas, y exhorta a abolir aquellas leyes tan faltas de caridad. Esta obra me pareció escrita con un viril sentido de la libertad y con una grata sencillez. Aunque he olvidado los dos primeros versos, recuerdo los seis últimos, que se referían a la buena voluntad que había guiado, en sus críticas, al autor, cuyo nombre debía, por ello, darse a conocer:

Porque dice odio ser un libelista

con todo mi corazón,

desde Sberburne Town, donde vivo,

hago aquí constar mi nombre,

sin ofender a ningún sincero amigo:

Y ese nombre es Peter Folgier.

Mis hermanos mayores trabajaron de aprendices en oficios diversos. A mí me mandó mi padre a un colegio a los ocho años, con la idea de que cursara estudios superiores y me entregara al servicio de Dios. Mi facilidad para leer (que debió ser temprana, pues no recuerdo cuándo no sabía leer), y la opinión de todos sus amigos de que yo sería un buen estudiante, le animaron en su propósito. Por su parte, mi tío Benjamín mostró también su aprobación, y me ofreció todos los sermones escritos en su peculiar taquigrafía, por si yo la quería aprender.

No obstante, permanecí en el colegio durante bastante menos de un año, aunque en ese tiempo llegué a los primeros puestos de la clase y pasé a la inmediatamente superior, de la que iba a ser transferido al grado siguiente al final del curso. Pero mi padre, abrumado por una familia numerosa, se las veía y se las deseaba para pagar mi educación. considerando sobre todo (según le dijo a un amigo suyo en mi presencia) lo poco que los estudios superiores compensaban a los que los seguían. Así que abandonó sus intenciones sobre el colegio para meterme en una escuela elemental de escritura y aritmética, regentada por un personaje famoso: Mr. Geo. Brownell. Era un profesor muy diestro; tenía grandes éxitos en su profesión con sus métodos docentes, suaves y convincentes. Bajo su dirección aprendí buena caligrafía en seguida, si bien fallaba en cuestiones de aritmética, sin progresar casi nada en ella. Con diez años ayudaba a mi padre en su negocio de velas de alumbrar y jabonería, oficios que no aprendió de pequeño, sino que adoptó a su llegada a Nueva Inglaterra, al darse cuenta de que su oficio originario de tintorero no tenía porvenir como medio de subsistencia familiar. De esta suerte aprendí a cortar los pabilos de las velas, llenar los moldes de cera, atender la tienda, hacer recados, etc.

El tal oficio no me gustaba nada, y mi inclinación era en realidad ser marino, cosa en la que me encontraba con la oposición de mi padre. Al vivir a orillas del mar tenía, sin embargo, mucho contacto con ese mundo. Así fue como aprendí pronto a nadar bien y a gobernar embarcaciones. Cuando montaba en alguna barca, en compañía de otros chicos, solían dejarme llevar el timón, sobre todo cuando había dificultades. En general, yo era un poco su jefe en muchas ocasiones y aventuras, de las que mencionaré una, porque quizá sea un poco precursora de lo que después sería mi vida pública, aunque en aquella ocasión no anduve muy acertado.

Existían unas salinas, en torno al estanque del molino, junto al mar abierto, donde solíamos entretenernos en pescar pececillos. De tanto patearlo, habíamos llegado a hacer del lugar un verdadero cenagal. Mi idea era construir un pequeño muelle, para poder andar más cómodamente sobre él. Cerca de allí había un montón de piedras, con las que pensaban construir una casa, y yo les dije a mis camaradas que con ellas podíamos hacer el muro. Esperamos a que los obreros se fueran a sus casas por la noche, y un grupo de amigos y yo nos pusimos a trabajar con denuedo; trasladamos de lugar todas las piedras amontonadas para construir la casa, y con ellas levantamos nuestro pequeño muelle. Al día siguiente, los obreros quedaron sorprendidos al observar que las piedras habían desaparecido; se indagó sobre los autores del hecho, nos descubrieron y dieron parte de nosotros a las familias, algunas de las cuales nos aplicaron el correspondiente escarmiento. Aunque yo procuré demostrar a mi padre lo útil que podía ser aquel muelle, él me convenció de que lo que no se hace honradamente no puede ser útil.