Bestias de la noche - Tochi Onyebuchi - E-Book

Bestias de la noche E-Book

Onyebuchi Tochi

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Beschreibung

Un mundo de fantasía épico y único con personajes legendarios y un concepto brutal: jóvenes devoradores de pecado que cargan en su piel los tatuajes indelebles del remordimiento y la culpa. Ha sido uno de los libros seleccionados por la BEA de 2017, y uno de los títulos más esperados de este año en Estados Unidos En la ciudad amurallada de Kos, los magos corruptos pueden conjurar las perversiones cometidas por un pecador en formas de monstruosas bestias del pecado: criaturas letales engendradas por los sentimientos de culpa. Taj es el más talentoso de los aki, jóvenes devoradores de pecados al servicio de los magos para deshacerse de dichas bestias. Pero la forma de vida de Taj tiene un costo terrible. Cuando mata a una bestia del pecado, un tatuaje con la forma de la bestia aparece en su piel mientras que la culpa de ese pecado se materializa en su mente. La mayoría de los aki no tardan en caer en la locura, pero Taj, tiene 17 años, es arrogante y está desesperado por darle sustento a su familia. Cuando a Taj se le ordena devorar un pecado de un miembro de la realeza, se ve arrastrado en una oscura conspiración para destruir Kos. Entonces Taj deberá luchar por salvar a la princesa que ama y su propia vida.

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Para Amber y la señora B,quienes me ayudaron a combatir mi inisisa.

Y para mamá,quien una noche me dijo, hace décadas, que escribiera.Y cuyas órdenes no me atrevo a desobedecer.

Capítulo 1

Me aseguro de sentarme en donde no puedan verme.

Desde donde estoy encaramado, fuera de su vista, arropado por una pila de escombros, tengo una buena visión de los otros Devoradores de pecados, los aki. Están reunidos en el pequeño claro que se encuentra enseguida, rodeado por los escombros de lo que antes fuera casa de alguien.

Si se enteraran de que estoy aquí, tal vez se sentirían demasiado cohibidos, dejarían de jugar y no pararían de hablar hasta dejarme sordo. Puño del Cielo esto, Portador de Luz aquello… Cualquier lahala con la que me llamen ahora en el Foro. Parece que casi nadie recuerda mi nombre, Taj.

Este grupo de aki es joven. Algunos son sólo niños, pero otros parecen estar muy cerca de mi edad, incluida una chica con una sonrisa grande y sincera que llama mi atención. Llevan pendientes en sus orejas, gemas para recordar a los familiares o seres queridos que abandonaron o que los abandonaron cuando sus ojos cambiaron y fue claro que eran aki. Otros usan carbón donde irían las piedras preciosas. Joyas para la vida. Carbón para los muertos.

Sonrío ampliamente mientras veo a la chica de la sonrisa presumiendo para sus amigos, saltando hacia atrás en un pedazo de balcón roto. Aterriza firmemente; la túnica se levanta un poco y deja al descubierto un fragmento de su muslo marrón claro. Echo un vistazo a una nueva marca negra que se envuelve alrededor de su pierna, el tatuaje de un lobo gruñendo.

Luciendo otra sonrisa, la Chica Lobo levanta su mano para llamar la atención de todos, y los aki forman un círculo.

Comienzan a aplaudir, lentamente y al unísono, sus cuer pos se balancean con ritmo. Brazos abiertos, luego aplausos. Brazos abiertos, aplausos. Más rápido. Más rápido. Aún más rápido.

Ahora los aki comienzan a golpear con los pies al ritmo de cada aplauso mientras cantan una conocida canción.

Una, dos, tres, cuatro piedras,

sonido de Arbaa aki llamando a tu puerta.

Una piedra, dos, tres, cuatro, cinco,

dahia Khamsa, un aki prendió fuego a tu calle.

Una piedra, dos y una suman tres,

un aki de Thalatha trepando por tus árboles.

Una piedra, una piedra, una piedra, por favor,

para que la hermosa chica aki pueda verme.

Sigo la canción con mis labios, con cuidado de no dejar escapar un sonido. No puedo recordar la última vez que me uní a un círculo de jóvenes aki como éste, pero no he olvidado una sola palabra.

A medida que las últimas palabras de la canción pierden fuerza, uno de los niños más pequeños entra al círculo y rebota en sus pies, haciendo piruetas, hasta que consigue la atención de todos. Y entonces se esfuerza en verdad, salta a la izquierda del círculo, se lanza hacia la derecha. Gira. Vuela por el aire. Los pequeños aki a su alrededor lo animan y aplauden.

Otra chica se separa del grupo y baila hacia él, mientras aplaude en su rostro. Ella lo hace igual de bien que él, salto por salto, y ahora tenemos una pelea. Los dos aki patean y esquivan mientras el círculo canta sobre el niño que roba la perla y tiene que abandonar el pueblo trepando la enorme muralla que rodea nuestra ciudad de Kos y escapando hacia el bosque prohibido del otro lado, hacia quien sea que lo está esperando para recibirlo en casa.

La mayoría de los aki, a excepción de la Chica Lobo, parecen tener la piel sin marcas. Pero si observo con atención, puedo ver una pequeña lagartija tatuada a lo largo de una clavícula. Un grifo que delinea los omoplatos de otro. Tinta negra sobre piel roja, morena. La mayoría de ellos son demasiado jóvenes para haber Devorado mucho pecado, su piel es casi perfecta, sin las marcas animales ganadas por expiar los pecados. Esas marcas por las que nos etiquetan como parias, que hacen que nos miren despectivamente y nos empujen en el Foro. Estos aki tienen suerte. Cubro mis brazos y piernas. Están repletos de bestias.

Podría estar dentro, durmiendo, como lo merezco, preparándome para mi próximo Alimento, pero es agradable estar afuera. No está tan seco para que el polvo te provoque un ataque de tos a los dos pasos, y tampoco tan húmedo para que el aire se sienta pesado.

Incluso me sorprendo balanceando mis piernas al ritmo de la canción, que resuena hasta donde estoy sentado. Mientras veo a los aki reír y bailar, es fácil olvidar que algunos de ellos serán escupidos tan pronto como salgan de nuestra dahia, nuestro vecindario, y caminen por el Foro. Algunos serán pateados, tal vez incluso golpeados por los guardias de Palacio que recorren nuestras calles con sus sables y sus guantes y su absoluta falta de humor. Aquí, están felices y sin preocupaciones. Aquí, estamos felices y sin preocupaciones.

Una sombra pasa sobre mí.

Me retraigo, listo para atacar, pero se trata de Bo.

—No hagas eso, hermano; estuve a punto de hacerte polvo —resoplo.

Pero estoy contento de verlo, aunque ahora sé que es sólo cuestión de tiempo para que los otros aki se den cuenta de que estamos aquí. Mi amigo es fácilmente cuatro o cinco manos más alto que la mayoría de la gente en la ciudad de Kos. Es difícil no verlo.

Me muevo a un lado para que pueda sentarse también. Pero Bo se queda en pie, con sus brazos recién marcados cruzados sobre su enorme pecho y su rostro tan inexpresivo y sereno como siempre.

—Taj, hemos sido llamados a Palacio —dice Bo, luego se aclara la garganta para asegurarse de que sigo escuchando en lugar de mirar a la Chica Lobo. Sonrío. Eso significa que él también la mira.

—Jai fue llamado a Devorar un pecado. Falló.

Mi sonrisa se desvanece.

—Así que él Cruzó.

—Sí —la voz de Bo es baja pero firme—. La inisisa se lo comió y todavía anda suelta. Necesitan que nos encarguemos de ella.

Me levanto y me sacudo el polvo, ignorando el pequeño escalofrío que recorre mi espalda. No conocía bien a Jai, pero levantábamos la barbilla en señal de saludo cada vez que nos encontrábamos. Los aki lo respetaban. Y ahora está muerto. Peor que muerto. Devorado.

En mi mente, ya estoy tratando de evaluar la inisisa, la bestia del pecado. ¿Qué tan grande es? ¿Qué tan rápida?

Compruebo que mi daga esté en la banda de mi brazo, aunque sé que siempre está ahí. Lo primero que hago cada mañana es deslizarla en su lugar. Me sentiría desnudo sin ella.

—¿Ya está aquí el Mago? —nadie llega a los terrenos de Palacio sin una escolta.

—Sí, está esperando —Bo pone una pesada mano en mi hombro cuando lo paso—. Cuidado, Taj. Jai era bueno. La inisisa no debería haberlo derrotado.

—¿Ese Mago lamejoyas dijo qué tan grande es la inisisa? —encojo los hombros tratando de librarme de la mano de Bo.

Bo niega con la cabeza. Al parecer, decir no sería demasiado esfuerzo.

—Bueno, no te preocupes, hermano —doy una palmada en su mano—. Si esa inisisa sueña siquiera con golpearme, la despertaré y haré que se disculpe.

Quito la mano de Bo de mi hombro y sigo caminando hacia la calle, donde encuentro a un Mago con una túnica negra, esperando para llevarme a mi siguiente compromiso.

Mientras nos dirigimos a Palacio, paso mis dedos por mi cabello crespo. Está empezando a crecer y me gusta su aspecto, como de un casco enorme y acolchado, pero requiere demasiado esfuerzo. Tengo que lavarlo bien. Y, a veces, cuando hace calor y está húmedo, cae sobre mis orejas y hace que me vea como un burro. No lo sé, no parece valer la pena. Pero cuando está bien y seco y esponjado, me encanta.

Odio cuando me hacen esperar. Cuanto más tiempo me dejan solo con mis pensamientos, más comienzo a ponerme nervioso. Juego con mi daga, la lanzo dando vueltas en el aire y la atrapo una y otra vez, con cuidado de agarrar el mango y no la punta afilada. Intento no pensar en lo que me espera detrás de las puertas cerradas.

Estoy sentado en una banca en un balcón exterior, esperando ser llamado al interior de Palacio, donde reside la familia real. Incluso las personas más ricas sólo pueden darse el lujo de contratar a un aki para que Devore sus pecados y los absuelva tal vez una o dos veces al mes. La familia real Kaya llama a un aki cada pocos días. Aquí en Kos, el más puro, el más libre de pecado gobierna todo. Para que los Kaya mantengan el poder, es necesario que la familia real se absuelva de cada pequeño pecado, hasta la última mentira blanca. Para ser supuestamente puros de alma, nuestros líderes nos mantienen ocupados.

Fuera de la balaustrada de mármol, hay verde en todas partes. Verde césped que se prolonga para siempre, algunos árboles, arbustos que se alinean en pasarelas de piedra que se curvan en los terrenos de Palacio. Estoy tan acostumbrado a los rojos, marrones y negros del Foro que el verde parece casi demasiado brillante, y lastima mis ojos. Incluso la brisa que silba a través de esta entrada se siente como un lujo. Nosotros rara vez tenemos viento en el sofocante calor del Foro.

En el balcón, sólo estamos yo y algunos de los guardias de Palacio. Sus uniformes están decorados con el escudo real de Kaya. Se supone que el escudo de Kaya es una especie de dragón, pero para mí siempre se ha visto como una de esas molestas lagartijas comunes que constantemente se escurren por las paredes, aparecen en los costales de arroz y asustan a los niños.

Uno de los guardias de Palacio me mira fijamente mientras golpeteo en el mármol con mi pie. Sostengo su mirada y sonrío lo más que puedo mientras giro mi cuchillo entre mis dedos.

Por fin, la puerta a mi izquierda se abre y cuatro guardias de Palacio emergen, cargando lo que indiscutiblemente es el cuerpo de Jai envuelto en una manta. Su brazo cuelga por un lado, y puedo ver las marcas que lo cubren. Lagartijas y gorriones tatuados en los dedos, un dragón cuyas alas rodean su muñeca. Por un segundo, me pregunto si su espíritu sin purificar, su inyo, todavía camina por los pasillos de Palacio, impidiéndole unirse al Infinito. Los pecados nos vuelven pesados, y si los llevas contigo después de la muerte, la tierra y el cielo te rechazarán. Dicen que por eso los aki envenenan el suelo donde están enterrados, para que nada bueno crezca sobre nuestros cuerpos. Yo digo que los árboles de plátanos crecen perfectamente sobre nuestros cadáveres. Aunque no estoy interesado en toda esa lahala supersticiosa, Palacio todavía me da escalofríos, y murmuro una oración rápida al Innominado, esperando enviar el inyo de Jai en su camino.

Antes de que lo pongan en el suelo, alguien tendrá que cortarle la garganta. Cruzó, pero no está completamente muerto; eso es lo peor que puede pasar. Sería demasiado cruel enterrarlo vivo.

Jai nunca mencionó a su familia, pero espero que tenga, para que no lo arrojen a los pozos poco profundos donde entierran nuestros cuerpos pesados, lejos de las minas.

Incluso mientras aparto la mirada, veo que la piel de Jai es azul bajo los tatuajes. Sé que si me levantara y mirara el rostro del aki, vería sus ojos vidriosos, del color del hielo, tan diferente al marrón habitual. Las piedras brillantes que adornaban su oreja izquierda ahora serían tan opacas como el carbón. Su rostro estaría congelado en la misma expresión que cuando la bestia del pecado lo consumió, absorbiendo su espíritu y dejando sólo su cuerpo arruinado.

Pero no me voy a permitir mirarlo, ni siquiera para decirle adiós, porque así es como el miedo entra. Tan rápido como una lagartija correteando directamente a mis oídos, si le doy oportunidad. Entonces anidaría allí y crecería. Me haría torpe y lento, y cuando llegara el momento de luchar contra la bestia del pecado, no podría moverme tan rápido como sea necesario. Tal vez eso fue lo que le sucedió a Jai. Se dejó asustar.

Miro directamente hacia adelante mientras los guardias de Palacio conducen el cuerpo de Jai fuera de la vista. Un Mago sale con una túnica oscura, y yo oculto mi sorpresa cuando reconozco a Izu, el Mago mayor. En nuestro barrio, los aki bromeamos y lo llamamos Gran Jefe a sus espaldas, pero él estuvo en la calle con los guardias de Palacio cuando sus hombres nos arrancaron de nuestras familias o nos sacaron de nuestros escondites. Otros Magos nos llaman para que hagamos un trabajo, pero Izu es el único que he visto reclutarnos. Carbón muy oscuro debe arder en el pecho de un hombre que hace ese tipo de trabajo.

Son los Magos quienes tienen el poder de extraer los pecados del cuerpo de las personas. Los pecados toman la forma de bestias, las inisisa, y entonces los Magos se hacen a un lado mientras los aki arriesgamos nuestras vidas para matar a esos monstruos.

Izu levanta su barbilla hacia mí y voltea bruscamente la cabeza hacia la puerta. Llegó el momento.

Me pongo en pie y lo sigo mientras me conduce por el pasillo. Las puertas se cerraron grandiosamente detrás de nosotros. Todo aquí necesita ese peso extra. No hay un solo gesto que no esté adornado con soberbia.

Mis zapatos gastados dejan huellas sobre la lujosa alfombra roja mientras caminamos por un pasillo interminable. Empiezo a escuchar un débil sonido metálico que se hace cada vez más fuerte. Para cuando doblamos una esquina, el sonido es ensordecedor. Nos acercamos a una puerta que está casi doblada por la mitad, abultada por algo que está dentro y no deja de golpearla. Lo que sea suena grande. Y enojado.

Me abro paso entre los dos guardias de Palacio que se encuentran en pie junto a la puerta, con la espalda tan recta como sus lanzas. Una sonrisa burlona retuerce mis labios cuando veo sus manos temblorosas.

Cierro los ojos y respiro profundamente. Siempre está la tentación de preguntarme de quién será el pecado que Devoraré, cuya culpa llevaré a mi alma y a mi piel. Pero no puedo pensar en eso. Porque entonces empezaré a pensar en princesas y príncipes Kaya de piel suave. Y comenzaré a pensar en cómo pueden caminar puros y bañarse en la luz, mientras yo tengo que deslizarme por el fangoso Foro, escupido y ridiculizado por mis marcas, prueba de crímenes que no cometí.

Pero no puedo permitirme ir allí. Por eso ya no me lo pregunto. No hago preguntas. Sólo estoy aquí para Devorar y recibir el pago.

De repente, el ruido se detiene. Izu está a mi lado, y espero su permiso. Él asiente; sus ojos verdes brillan bajo su capucha. Los guardias de Palacio dan un paso al frente, abren la puerta y me lanzo dentro de la habitación blandiendo mi espada. Ni siquiera escucho las puertas cerrarse detrás, porque la bestia del pecado se lanza sobre mí y ruge en mi rostro.

Miro a un enorme león, uno de los más grandes que he visto. La inisisa está formada por sombras tan oscuras que parece absorber toda la luz de la habitación, hasta el resplandor de la daga que está en mi mano. Sus garras, oscuros tentáculos de tinta negra, chocan contra las baldosas mientras se recuesta sobre sus enormes ancas. Pecado convertido en vida, respirando carne gracias a la magia oscura.

Veamos cuánto me toma hacer lo que Jai no pudo. Apago mi mente para que sólo seamos yo y mi cuerpo. No hay lugar para las emociones, para la ira o el miedo o incluso la alegría. La bestia levanta una enorme pata y me tira un zarpazo.

Me agacho para esquivar el primer golpe. Otra pata viene hacia mí y brinco hacia atrás, pero no lo suficiente. Sus garras rasgan mi camisa, sombras tan agudas y letales como cualquier garra verdadera.

Trastabillo sobre los restos de lo que debe haber sido una cama lujosa, y astillas de madera se encajan en mis palmas. La habitación es un desastre. Las alfombras se encuentran dispersas en el suelo. Hay manchas de sangre casi seca por todas partes. Me gustaría pensar que Jai dio pelea.

La bestia se abalanza trás de mí, y su pata vuelve a aparecer. Salto fuera del alcance de su golpe, luego me lanzo sobre ella. Aterrizo en su hombro izquierdo y me empujo hacia arriba para poder trepar sobre su espalda. El león ruge, pero yo aprieto mis muslos a cada lado de su inmenso cuello. Se sacude una, dos veces, tratando de tumbarme. Hundo mi daga en su cuello.

La habitación se estremece con el grito de la bestia, y ésta se sacude una y otra vez, pero me aferro con fuerza. Apuñalo, apuñalo y apuñalo. Finalmente, sus patas colapsan y la bestia se desploma en el suelo. Respirando con dificultad, salto de su espalda.

Tres minutos y medio. Uhlah. No rompí una marca hoy.

Sacudo mis manos y me vuelvo para enfrentar a la bestia del pecado muerta. Lentamente, se convierte en bruma y se disuelve poco a poco, miembro por miembro, hasta formar un estanque negro de alquitrán en el suelo de mármol. La sustancia de tinta oscura comienza a arremolinarse, más y más rápido, hasta que se precipita hacia mí.

Odio esta parte.

Me pongo en cuclillas y abro la boca mientras los restos de la inisisa nadan a través de mi garganta. Quema. Tengo que cerrar los ojos. Cada vez. Y cada vez parece que durará para siempre. La tristeza que rasga mi piel. La culpa que se apodera de mi mente. El frío que perfora los huesos y congela mi médula. Y quiero gritar, pero mi garganta está llena de pecado, y el momento se estira como un trozo de goma que se jala y tira hasta que finalmente revienta.

Y estoy de vuelta.

Restos de sombra escurren por las comisuras de mi boca, y limpio el pecado con el dorso de mi mano. Escucho ecos del mal en mi mente, pero rápidamente sacudo la cabeza para evitar que se arraiguen. No necesito saber quién hizo qué a quién. Lo hecho hecho está. Sólo estoy aquí para Devorar el pecado y recibir el pago. Al principio, me quedaba tirado en el suelo durante media hora después de Devorar, temblando hasta que parecía que mis dientes iban a caerse. Ahora estoy en pie en menos de cinco minutos.

Me acerco a las puertas cerradas y las golpeo una, dos veces, para que Izu y los guardias de Palacio sepan que he terminado. Consumí el pecado, el pecado no me Devoró a mí. Hice lo que Jai no pudo hacer, lo que ningún otro aki podría hacer.

Cuando las puertas se abren, veo el miedo y la repugnancia en los rostros de los guardias de Palacio mientras observan la habitación detrás de mí. Sólo el rostro de Izu permanece impasible, mirándome como si yo fuera algo desechable. Como un martillo oxidado o un clavo que eventualmente terminará por doblarse.

Ya estoy acostumbrado.

Al lado de Izu se encuentra un pequeño de cabello dorado que reconozco con sorpresa como el príncipe Haris. Probablemente el sexto o séptimo en la línea sucesoria al trono, pero igualmente de sangre real. Inclino la cabeza con rapidez, pero no antes de echar un vistazo a su mirada fría. Debe haber llegado cuando yo estaba allí luchando contra la bestia del pecado. Su bestia del pecado.

Las monedas tintinean, hay un resplandor dorado, luego una barra de metal es empujada hasta la palma de mi mano. Me tomo un segundo para mirar la marca. No es suficiente tiempo para ver cuánto me han pagado, pero sí para entender que estoy recibiendo menos. Antes de que pueda decir algo, los guardias están sobre mí y me empujan hacia afuera; casi pierdo la barra en el proceso.

Escupo un par de veces para tratar de olvidar el sabor del pecado en mi boca, luego camino por el sendero hacia las puertas de la entrada de Palacio, donde Bo me está esperando para llevarme a casa. Una extraña sonrisa atraviesa su rostro, la única señal de que pensó que tal vez yo no regresaría.

Cuando llego con él y da un golpe en mi espalda como saludo, siento que el tatuaje quema mi antebrazo. Este león grabado en mi piel estará conmigo para siempre, un marcador del pecado del príncipe Haris. Ahora él puede caminar puro, noble y libre mientras yo llevo la evidencia de sus crímenes en mi cabeza y en mi cuerpo. Por un momento, siento la pesadez. La angustia y la desesperación por el pecado me inundan, pero me concentro y las saco de la cabeza como me enseñaron, como lo he estado haciendo desde que tenía nueve años.

Con la barra canjeable entre mis dientes, juego con mi cabello. Necesito las dos manos para arreglarlo, para que se esponje de la manera correcta.

Resulta que Jai no tiene familia cercana, así que depende de nosotros enterrarlo. Un grupo de aki camina hacia una cornisa que sobresale del muro de tierra que rodea la dahia Ashara del norte, como el borde de un cuenco. Más allá del muro están los pozos mineros, e incluso en pleno mediodía, veo a los hombres, negros como la obsidiana, trabajando la tierra. Con paños oscurecidos por el carbón envueltos alrededor de la nariz y la boca, los hombres emergen de los pozos de la mina o entregan cestas llenas de las piedras preciosas que encontraron. El sonido metálico de sus martillos golpeando contra la piedra llena el aire. Es un tipo diferente de ruido aquí que en el Foro.

Las viviendas de piedra salpican la base del cuenco, pero la mayoría son chozas y algunas barracas con techos de lámina. Apenas puedo ver a la gente de abajo, pequeños puntos que entran y salen de las chozas, pero sé que, en algún lugar, una cabra se cocina sobre el fuego y las mujeres se preparan para espolvorear metales preciosos en la frente de una joven con el fin de conmemorar su mayoría de edad. En algún lugar, sus hermanas menores están moliendo ñames y refunfuñando al respecto. En algún lugar, en callejones oscuros, los inhalapiedras trituran rocas y aspiran los pedacitos del dorso de sus manos para olvidar sus problemas. Sobre todo ello se alza la enorme estatua de Malek, la figura mítica que, hace mucho tiempo, luchó contra los arashi, los monstruos demoniacos que descendieron del cielo y atacaron las dahia. La escultura es de color marrón rojizo cuando el sol se encuentra en este ángulo, y el brazo de la espada de Malek se inclina hacia atrás, listo para asestar un golpe devastador contra un enemigo invisible. Su mirada se dirige al cielo.

Como uno de los aki más grandes, Bo preside el entierro de Jai. Después de que los aki lo recostaron al lado de su tumba vacía, es él quien le corta la garganta con la daga del mismo Jai, y lo libera de su muerte mental. No tengo corazón para los entierros, pero creo que por lo menos les debo a los aki estar cerca. No hace falta un minero o un agricultor para decir dónde se ha removido recientemente la tierra en esta parte de la dahia. No hay lápidas que indiquen dónde han sido enterrados los aki, pero la hierba los evita. Nos evita.

Enterramos a Jai con sus piedras apagadas en su oreja.

El inyo revolotea en el aire como negras ráfagas de viento, luego se desvanecen, y siento a Jai entre ellas.

Bo comienza a cantar en voz alta y clara, pero no puedo captar las palabras, sólo el ritmo. Comienza el baile y los otros aki se unen. El inyo de Jai baila con ellos.

El león en mi muñeca quema, como todas las marcas nuevas. Siento una punzada en mi estómago y al principio creo que es porque estoy viendo a otro aki ser enterrado, pero luego me doy cuenta de que no he comido en todo el día.

Cuando el entierro termina, me arrastro contra el borde de la pared de Ashara en busca de sopa de pimienta.

Se supone que el Equilibrio es el principio que nos gobierna. Pecado y sacrificio. Noche y día. Muerte y vida. Llego a la cima de la colina, y me encuentro un niño parado con los ojos cerrados, casi como si me estuviera esperando.

No hay expresión en su rostro, pero tiene manchas de lágrimas en sus mejillas. Le cuelgan sus ropas: una túnica llena de agujeros, amplios pantalones, todo el color del barro. Debe haber estado en la calle por lo menos durante una semana. Quizás el doble, por lo que puede verse. Parece como si estuviera soñando. Sus brazos están apretados alrededor de su pecho, y mantiene sus ojos cerrados.

—¡Hey! —me acerco a él. Mi sombra se cierne—. ¿Te perdiste?

El niño sale de su trance y comienza a temblar. Ni siquiera parece que tenga un hogar adonde ir. Tal vez haya un lugar para él con la tía Sania y la tía Nawal en el marayu, con el resto de los huérfanos de Kos.

—Hey, ¿cómo te llamas?

El niño abre los ojos, y es entonces cuando lo veo. Pupilas blancas. Sus iris son marrones, pero justo en el centro hay un sol brillante. Aki. No veo un solo pecado en él, lo que significa que sus ojos cambiaron recientemente.

Cada vez que los predicadores en el Foro hablan sobre el Equilibrio y el Innominado, el pecado y la pureza, todo es lahala. Pero apenas terminamos de enterrar a Jai y aparece este niño. Quizás a esto se refieren cuando hablan de Equilibrio. Uno se va. Otro llega.

—Omar —dice el niño—. Me llamo Omar.

Extiendo mi mano con la palma hacia arriba.

—A ti y a tu gente, Omar —digo.

Le toma un momento al niño, pero luego desliza su mano sobre la mía. Está cubierto de polvo y la suciedad se adhiere a sus uñas.

—A usted y a los suyos, señor.

—Taj —digo—. Mi nombre es Taj —sin pensarlo, llevo mi mano a su cabeza y acaricio su cabello esponjado—. Eres un aki ahora. Vamos a conocer a tus hermanos y hermanas —doy media vuelta y lo conduzco cuesta abajo.

La sopa de pimienta no irá a ninguna parte.

Capítulo 2

Cada vez que regreso al Foro, el ruido me golpea como una pared. En menos de un minuto, mis pies en sus sandalias están cubiertos de tierra y mugre. Espero que el aire y el sol me ayuden a aclarar mi mente y que la sopa de pimienta caliente mi cuerpo. Miro el nuevo león tatuado en mi antebrazo. Todavía arde. El pecado del príncipe Haris se está quedando conmigo más tiempo de lo habitual, lo cual, supongo, no es sorprendente teniendo en cuenta qué tan grande era esa inisisa.

El rugido de la multitud se convierte en un silencio ahogado, pero si me esfuerzo, puedo elegir un fragmento de conversación sobre los primos de alguien que vienen de visita o sobre el aumento del precio de los dátiles. Los acentos de los habitantes de Kos del norte y los del sur se entremezclan. Por encima de todo, un pregonero se aleja por la calle, cantando versos sagrados con una voz que sobresale entre la multitud.

Más abajo, los olores anuncian el mercado abierto. Una mezcla de hierbas importadas, la empalagosa dulzura de los puff-puff fritos, el hormigueo picante de la sopa de pimienta con fufu. Aléjate un poco, sin embargo, y todo comienza a oler a basura agridulce.

Entre los puestos de los joyeros, que destellan con cristales y anillos demasiado brillantes y numerosos para ser reales, están los comerciantes de libros. Muestran sus mercancías prohibidas sobre una tela extendida, lista para ser arrebatada en cualquier momento. En su mayoría, los libros son versiones diferentes de la Palabra, el texto sagrado que rige nuestras vidas. Las páginas están enrolladas en cilindros, y debes acomodar el libro en un ojo para mirar la espiral del texto y formar nuevas palabras a medida que lees. Algunos cilindros son simples y resistentes tejidos de cuero con tinta negra. Otros son más coloridos y ornamentados, y muestran una ostentosa escritura curva. He visto a través de bastantes de estos recipientes para saber que la mitad de ellos no contiene doctrina religiosa, sino historias secretas, relatos prohibidos sobre los orígenes de Kos, del mundo, textos que proclaman que el pecado no se puede comprar, vender o Devorar.

Veo a un niño dando vueltas a uno de los libros en sus manos. Tiene esa cosa presionada contra su rostro. Me inclino un poco hacia atrás y puedo ver que el interior no tiene palabras, sino dibujos. Conozco ese libro. Este comerciante de libros vende aventuras: jóvenes aki que buscan encontrar un amuleto mágico para purificar todos sus pecados o cosas así.

Dos puestos más allá del hierbero, se encuentra un hombre que vende historias de príncipes y princesas que se parecen mucho a los Kaya. Nunca son nombrados, pero todos en Kos saben quién es el Príncipe que quedó atrapado en el dormitorio de otra dama en el episodio de la semana pasada. Tal vez fue Haris. Las personas reales en Kos, las que se ensucian en el Foro, las que tratan de abrirse camino a través de la docena de idiomas que se hablan en todo momento, saben que la familia real no es pura. Todos lo sabemos. Muchos de nosotros Devoramos sus pecados. Debemos actuar como si fueran puros como el agua del río para que no nos cuelguen de las puertas delante de nuestras familias, y así yo puedo seguir ganando monedas ramzi para enviarlas a mi familia.

—Oya, niño, cómpralo o déjalo. Esto no es una biblioteca —el comerciante arrebata el libro de la mano del niño, con cuidado de no aplastar el cilindro. Lo miro y busco en mi bolsillo para encontrar el marcador de Izu. Pagaré por el maldito libro. Hay que dejar que el niño disfrute de sus aventuras.

Pero entonces saco el marcador y me lamo los dientes. Me pagó menos aún de lo que pensaba. Esto es apenas suficiente para enviar a casa, a mi familia. Por un segundo, pienso en rastrearlo y cortarle la mano para recuperar mis monedas, pero entonces ya no tendría más trabajo porque estaría muerto.

De repente, el vendedor de libros suelta un silbido y me lanza una mirada incisiva. Luego, se asienta en una mirada aburrida, fija en la distancia, mientras sus manos se mueven tan rápido como una cabra voladora intentando no ser aplastada. Lo veo deslizar algunos cilindros debajo de otros, y luego empuja algunos dentro de su mochila. Escucho más silbidos bajos, y me vuelvo para ver a otro librero en esa misma danza furtiva y, más abajo, a otro. Cuando escucho el ruido metálico de las botas blindadas, entiendo.

Una Agha se desliza entre la multitud, casi como si no estuviera caminando en el barro, al frente de una falange de guardias. Ella usa la faja doble rojo rubí de los oficiales de más alto rango. Los guardias de Palacio que caminan detrás no son más que soldados de infantería a espaldas de un general. Ella mantiene la mirada al frente, pero todos saben que los ha visto. Los libreros observan fijamente su mercancía, y los guardias continúan más allá de la intersección antes de ser devorados por la multitud.

El niño todavía está sollozando por el libro que le arrebataron. Tal vez no tiene idea de que el comerciante acaba de salvarle la vida. Quién sabe lo que la Agha habría hecho si hubiera encontrado al niño moviéndose en espiral a través de historias ilegales.

Alboroto el cabello del chico y me escabullo por un callejón para volver a casa, ignorando a los estafadores y charlatanes que se alinean en los senderos sombríos: adivinos que prometen leer tu futuro por unos pocos ramzi, trúhanes que ofrecen curas secretas para aquéllos afligidos por dolencias físicas o espirituales.

En una calle lateral escucho a una mujer suplicando a un mercader, aferrando su manto cerca del pecho.

—Por favor, mercader, es mi hijo, está acosado por los pecados —está al borde de las lágrimas—. Durante muchos años, no ha sido capaz de levantarse de su cama. Y llora. Siempre llora, aunque no hay una sola herida en su cuerpo.

Me tenso cuando la escucho. Debería alejarme. No es mi problema. Pero cuanto más escucho, más enojado me siento. He visto esto antes.

Yo era mucho más joven. Tal vez llegaba hasta las rodillas de baba. Me aferraba a su pierna mientras él regateaba con un Mago para comprar una cura para mamá. Un pequeño grupo de niños se escondía en las sombras donde baba hablaba con el Mago. Recuerdo que el Mago llamó a uno de ellos, una pequeña niña un poco más alta que yo en ese momento. Las marcas de pecado corrían arriba y abajo en sus brazos. Y sabía que era para mamá, que había estado enferma durante casi un mes, postrada en la cama con un pecado del que ninguno de nosotros podía absolverla.

Incluso después de todos estos años, mamá y baba siguen en deuda.

Quiero ayudar a esta mujer, pero necesitaría a un Mago para que invocara el pecado, y eso significaría romper mi contrato con Izu.

—Es la culpa lo que pesa sobre su alma —suplica la mujer en el mercado—. Por favor, salve a mi hijo. No podemos permitirnos un aki. Mi hijo morirá por falta de purificación y su inyo rondará mi casa —la pobre mujer cae de rodillas en el barro.

Escucho con la mandíbula apretada mientras el mercader promete una cura que borrará todas sus dudas y restaurará a su hijo, lo rescatará de la culpa que lo atormenta. Me sacude el dolor agudo en mi mano. Hay sangre corriendo por mis dedos: he estado apretando mi daga.

La mujer saca un pequeño bolso y lentamente cuenta los ramzi en la palma de su mano, luego mira al mercader que la anima con el mentón en alto. Ella duda, luego saca unos ramzi más, los cuenta. Su bolso está casi vacío.

Hago todo lo que puedo para no tomar mi daga y arrancar la mirada codiciosa de la cara de ese mercader en este momento. Él le entrega un pequeño frasco, que la mujer sostiene con ambas manos antes de ocultarlo bajo su manga. El alivio llena su rostro, y se aleja apresuradamente, con la cabeza baja.

La observo irse, luego retrocedo y comienzo a caminar hacia el mercader. Él me sonríe, todo rastro de falsa preocupación ha desaparecido de su rostro ahora que completó su venta. Echa un vistazo a mis tatuajes, y su sonrisa se hace más amplia. Sabe que nada hay que yo pueda hacer, que sería su palabra contra la mía, ¿y quién le creería a un aki? El mercader escupe a mis pies, mete un sijara enrollado en su boca y luego camina de regreso a la muchedumbre.

Empujo a través de la multitud de cuerpos en la calle y lo sigo. Me aseguro de levantar las mangas para que la gente pueda ver mis marcas de pecado. La multitud se aparta de inmediato. La mayoría de los habitantes del Foro evita tocar a un aki, convencida de que la culpa y la angustia y el peso del pecado de alguna manera podrían transferirse a ellos. Es un montón de lahala, pero me resulta útil en momentos como éste.

A medida que me acerco al mercader, intento no ahogarme con el humo de su sijara, que ondea a sus espaldas.

Ahora estoy justo detrás. Avanzando con mi hombro, me estrello contra él. El mercader tropieza y cae al suelo. Su sijara da vueltas en el polvo.

—¡Tú! —gruñe mientras se levanta y sube sus mangas con furia.

—Por favor, señor. Mis disculpas —me inclino y bajo los ojos respetuosamente mientras él suelta una cadena de maldiciones.

Espero antes de enderezarme hasta que lo escucho alejarse. El saco lleno de dinero del mercader descansa en mi mano. Los ramzi alimentarían a la mujer y a su hijo durante mucho tiempo. Pero también podría ser engañada por otro comerciante. Mamá y baba también necesitan los ramzi. Deslizo el abultado bolso del comerciante por mi manga.

Me abro paso entre la multitud, ignorando las sucias miradas de los habitantes del Foro que observan fijamente mis marcas de pecado. Sus silbidos me siguen a través de calles sinuosas y callejones hasta que llego a las afueras del Foro. Aquí, la dahia que llamo mi hogar se extiende frente a mí: una pequeña colina apretada entre las paredes exteriores de dos dahia vecinas; edificios oxidados y derrumbados, apilados uno sobre otro, y demasiadas personas viviendo en muy poco espacio. Inhalapiedras intoxicados compartiendo el espacio de los callejones con carteristas y ladrones. Cubro mi nariz y mi boca con la manta, luego marcho a través de los senderos donde malandrines permanecen en cuclillas, esperan o haraganean. Mis pies evitan los frascos y botellas de vidrio vacíos por instinto. Lo mismo ocurre con los ríos de desechos que descienden por el centro de estos caminos. He estado siguiendo esta ruta a casa desde que era un niño. Podría encontrar mi camino de regreso con los ojos vendados.

Finalmente, el estrecho camino me lleva a una colina desde donde puedo ver mejor las chozas color fango. Los techos de lámina brillan rojizos bajo el sol moribundo. Arriba en la colina, las viviendas se extienden hasta donde alcanzo a ver, y me sorprendo sonriendo. Hogar.

Pero primero necesito ver a Nazim, el corredor de dinero. Los ramzi están quemando un agujero en mi bolsillo, y al menos algo de eso tiene que llegar a mamá y baba.

Capítulo 3

Ser un aki tiene sus ventajas.

La fila para ver a Nazim recorre varios escaparates y da la vuelta por el puesto de un carnicero; cuando llego ahí, las moscas que zumban alrededor de la carne determinan que será mejor que yo sea su comida. He pasado toda mi vida en Kos, pero nunca me acostumbraré a los insectos. Ciertamente podría prescindir de las moscas y su constante necesidad de sumergirse hasta lo más profundo de mis oídos. Una intenta meterse por mi nariz y la ahuyento. Maldición, por el Innominado, si la supervivencia es un instinto animal tan básico, ¿por qué las moscas del Foro no lo tienen?

Alguien me empuja desde atrás, y casi caigo sobre el hombre que se encuentra frente a mí. La fila está formada en su mayoría por comerciantes, algunos constructores y algunos habitantes más jóvenes del Foro, de mi edad o más pequeños. Sólo puedo adivinar en qué trabajan. Sirvientes de algún Palacio real, sus hermanas o sus esposas. Algunas doncellas. Tal vez algunos vendedores de periódicos que corren por el Foro con pergaminos doblados que llevan noticias de un rincón a otro de la ciudad. Los he visto por todas partes, pasando velozmente entre las piernas de los más viejos habitantes del Foro; los mejores son capaces de ir de una dahia a otra en sólo medio día. Conozco Kos, pero no tan bien como ellos, pues reconocen todos los rincones, todos los callejones e incluso los túneles subterráneos de los que se rumora, y por un instante me imagino a toda una legión de niños arrastrándose por pasajes debajo de la ciudad, trayendo a la gente noticias de sus seres queridos o de la llegada de nuevos comerciantes o algún mensaje o sermón de un santo lejano.

Un hombre se detiene frente a mí para ajustar la chirriante prótesis metálica que tiene en el lugar de su pierna, y manipula los engranajes y las perillas de su miembro falso. El metal que comienza debajo de su rodilla luce limpio y resistente, pero es gris y en nada se parece a los metales preciosos o las brillantes piedras que usan los Kaya. Se ve robusta, pero chirría. Las personas con extremidades incompletas provienen en su mayoría del norte de Kos, y debo admitir que la visión de sus prótesis metálicas de brazos y hombros y rodillas me produce escalofríos. No debería hablar, dado que así es justo como la mayoría de la gente se siente con respecto a los aki, y es verdad que muchas de las chicas con prótesis mecánicas soldadas son lindas. Pero aun así…

El calor está empezando a tener esa calidad húmeda y pesada sobre esto. Lo sé porque mi puff está empezando a inclinarse. Eso no detiene a las moscas. Así que ahora tengo que lidiar con ellas, y el chico que está frente a mí comienza a apestar. Estoy harto de esto.

Salgo de la fila y doy vuelta a la esquina hasta llegar al frente. Empujo a los mercaderes sin mediar palabra, pero murmuro algunas disculpas ante las ancianas. Cuando llego al frente de la fila, doy tres golpes a la puerta de Nazim.

Alguien me toma por el hombro y me da media vuelta.

—¿Qué crees que estás haciendo? —el desagradable aliento de cebolla del comerciante prácticamente me deja fuera de combate. Joyas brillan alrededor de su cuello y sus muñecas. No suelta mi camisa. Me jala más cerca—. Regresa al final de la fila, rata.

—Oga —sonrío—, ¿besas a tu esposa con esa boca?

Los ojos del hombre se abren de par en par. La multitud se agita, anticipando una pelea.

Un cuchillo emerge, refleja la luz del sol. El comerciante arremete.

Recibo el filo del mercader con el mío, luego le doy un tirón del brazo a su espalda. Cae de rodillas al instante. Las gemas de sus anillos brillan a la luz del sol. Ostentoso y derrochador. Este tipo no tiene gusto.

—No te hagas esto, viejo —susurro a su oído mientras lucha contra mi agarre. Una mosca zumba insistentemente por mi nariz, y la envío lejos. Ella tiene más corazón que el hombre que se encuentra de rodillas frente a mí, eso es seguro.

Un jadeo se propaga entre la multitud, y levanto la vista para observar cómo todos se alejan lentamente, con los ojos fijos en mis brazos. Es entonces cuando me doy cuenta de que en la refriega mis mangas se subieron y ahora los tatuajes en mis antebrazos y dedos están a la vista.

—Miren a ese aki. Nunca había visto uno con tantas marcas —susurra uno de ellos.

Pateo en la puerta de Nazim de nuevo y espero no tener que esperar mucho más tiempo. El mercader está empezando a forcejear con más fuerza, y los murmullos de la multitud están creciendo. Un par de segundos más, y su sorpresa se convertirá en disgusto y luego, eventualmente, en ira. Rezo al Innominado para que Nazim abra la puerta. Él no se sentirá complacido de que me haya expuesto como aki. Mucha gente evita frecuentar los mismos lugares que un aki, pero ya es demasiado tarde para eso.

—¡Suéltame! —grita el comerciante, pateándome. Jalo su brazo aún más alto, y grita de nuevo. Dos segundos, entonces habrá más cuchillos.

Vamos, Nazim. Abre la puerta.

Se me termina el tiempo. La fila se ha disuelto, y ahora una multitud de hombres comienza a rodearme. Listos para pelear. Presiono mi espalda contra la puerta, mientras sostengo al mercader frente a mí como un escudo.

—Nazim —pateo la puerta cerrada—. ¡Ahora!

Más hombres se empujan al frente. Alguien saca una daga de su manga. Otros lo imitan.

Supongo que así es como termina entonces. Gracias a algunas moscas del Foro y a mi gran boca. Suelto al mercader y lo pateo hacia la multitud. Me pongo en cuclillas y tomo mi daga. Será como pelear contra bestias del pecado, me digo. Sólo que con alrededor de cincuenta. Al mismo tiempo.

Justo cuando están a punto de embestir, la puerta se abre. Caigo de espaldas sobre el pobre corredor de dinero, que me atrapa en sus brazos. Nazim me endereza, su sorpresa se convierte en diversión.

—Taj —dice, levantando una ceja.

Al ver al corredor de dinero, la multitud de comerciantes se tranquiliza en el acto. Espero hasta que guardan sus navajas antes de levantarme y enfundar mi cuchillo.

—Hace calor, señor. Ya sabe cómo nos afecta el clima algunas veces.

Nazim está sacudiendo la cabeza.

Lo sé.

Con una mano firme en mi brazo, me hace atravesar la puerta hacia el interior de su despacho. No dejo escapar el aliento que he estado conteniendo hasta que oigo que la puerta se cierra detrás de nosotros. Un día más en la vida de un aki.

En su escritorio hay pilas pulcramente ordenadas de pergaminos con, sólo puedo suponerlo, cuentas escritas. Nazim toma asiento detrás de su escritorio y hace un gesto hacia la silla que se encuentra frente a él.

—Por favor —dice en su atropellado y correcto dialecto del sur.

Sacudo el polvo de mi capa, paso los dedos por mi puff e intento que otra vez se vea bonito y redondo. Está más fresco aquí que afuera. Mucho más.

—Taj, realmente preferiría que no hicieras un negocio de ahuyentar a la gente de mi negocio.

—Nazim, lo intento. En verdad, lo hago —me siento y estiro mis piernas. Cuanto más recta está su espalda, más quiere encorvarse la mía. Cuanto más derechas están sus piernas cuando se sienta, más se relajan las mías—. Pero tienes algunos clientes muy indecorosos del otro lado de esa puerta. Puede que incluso haya visto algunos contrabandistas. De especias ilegales, textos prohibidos… Nunca se sabe quién podría venir a tu puerta con un ramzi sucio que necesite limpiarse.

—Ahora, Taj —dice Nazim—, sabes que no discrimino en mi provisión de servicios. Estoy a instancias de la comunidad.

—Claro —saco la bolsa de monedas de debajo de mi camisa y la arrojo sobre su mesa. Cae emitiendo un satisfactorio ruido sordo.

Nazim me mira largamente, y puedo decir que quisiera preguntar de dónde saqué esa cantidad de ramzi. Pero su negocio depende de la discreción, por lo que se limita a relajarse en su silla.

—Ahora, ¿enviaremos todo esto a casa?

Quiere saber si voy a guardar algo para mí, pero recuerdo el marcador en mi bolsa y el pecado que Devoré para obtenerlo.

—Sí. Todo.

Nazim sumerge su estilete en el tintero, saca una hoja de pergamino de una pila y garabatea en silencio.

Me pregunto si alguna vez piensa en cómo esas figuras y nombres que escribe en su hoja se convertirán en ayuda para que las familias se alimenten. Me pregunto si alguna vez piensa en las vidas que dependen del dinero que envía y recibe. Para ser sincero, me pregunto si algún corredor de dinero piensa en ese tipo de cosas.

Mientras Nazim escribe, cierro los ojos y pienso en mamá, y pienso en baba. Intento recordar sus rostros, pero son otros los que aparecen en mi memoria. Sonrientes príncipes y acicaladas princesas. Cada vez es más y más difícil verlos a ellos, mamá y baba. Sus rostros.