Corona de trueno - Tochi Onyebuchi - E-Book

Corona de trueno E-Book

Onyebuchi Tochi

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Beschreibung

"Bestias de la noche es una historia exquisitamente elaborada, imaginativa y absorbente."Sabaa Tahir, autora de Una llama entre cenizas "Una historia emocionante y llena de acción."Kendare Blake, autora de Tres coronas oscuras En su lucha por hallar la paz y el equilibrio, taj eleva una promesa a su pueblo: karima pagará por lo que ha hecho. Taj se dirige al oeste, pero las consecuencias de haber dejado Kos atrás lo persiguen. Civiles inocentes huyen a los campos de refugiados mientras la magia oscura de Karima continúa apoderándose de su ciudad. Taj debe regresar, pero primero necesita un plan. Con la ayuda de Arzu, Taj y Aliya llegan a la aldea de sus antepasados, hogar de los tastahlik, Devoradores con la misma capacidad que Taj para pelear e invocar bestias del pecado. Cuando Taj acepta su nueva magia, comprende que hay dos grupos muy diferentes de tastahlik: uno que usa sus poderes para el bien y otro con una finalidad más ambiciosa. A medida que Taj y Aliya tratan de descubrir los sentimientos que les unen y Arzu se conecta con su tierra natal, Karima comienza a pisarles los talones, y manda oscuras advertencias al pequeño pueblo donde se esconden. Taj tendrá que regresar y enfrentarse a ella antes de que envíe sobre ellos su arma más letal: Bo, quien fuera el mejor amigo de Taj.

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Para mamá,

como siempre

Y para Chinoye, Chibuikem y Uchechi,

quienes, sin falta, hacen luz la oscuridad

Capítulo 1

El sol poniente corta cintas rojas y azules en el cielo. La noche está cerca y eso significa que también lo están las inisisa que enviaron para asesinarnos.

Los rebeldes dicen que después de que despegué las sombras de ese jabalí, esa bestia del pecado que había invocado, me desmayé. Tiene sentido que yo no lo recuerde, pero hace que me resulte más difícil creer lo que sucedió. Y no recordarlo hace que sea más fácil cuestionar las cosas, preguntarme si en verdad sucedieron. Tal vez nunca invoqué mi propio pecado, ése que se convirtió en una bestia resplandeciente. Tal vez la batalla en Palacio fue un sueño. Tal vez podría decir lo mismo de los arashi que surgieron del cielo y prendieron fuego a Kos, mi ciudad. Tal vez también soñé la traición de la princesa Karima. Y la de Bo.

Es fácil desear que las cosas sean diferentes.

Es difícil, se siente imposible, regresar y hacerlas mejor.

Estoy justo al borde de un acantilado, el valle se extiende debajo. Hay más verde ahí abajo de lo que he visto en toda mi vida, tan diferente de los marrones y rojos de Kos. Cada vez que cierro los ojos, veo esas calles y las joyas de la Ciudad de las Gemas centelleando al sol, amenazando con cegarte si las miras directamente. Veo a los habitantes de Kos vagando por esa parte del Foro donde los joyeros vendían sus mercancías, todos con túnicas y envoltorios de colores brillantes, gritando para ser escuchados por encima de los otros, regateando precios, examinando gemas, girando los bastones, collares o pendientes entre sus manos. Luego, abro los ojos otra vez y todo lo que veo frente a mí es extraño.

Se escucha una explosión a lo lejos. Ni siquiera necesito entrecerrar los ojos para saber que proviene de Kos. No es el continuo rugir de los arashi, esos enormes monstruos míticos que surgieron del cielo, atraídos por el ejército de bestias del pecado que Karima y sus Magos de Palacio habían convocado. Suena más como un Bautismo. Como una dahia siendo demolida, todo un vecindario convertido en escombros. Mi pecho se calienta por la ira. Se suponía que las cosas serían diferentes. No puedo creer que Karima sea tan insensible como los anteriores gobernantes de Kos. Aún recuerdo su contacto. Puedo sentir sus dedos surcando a lo largo de las marcas de pecado en mis brazos y hombros.

Las hojas se agitan en las ramas de los árboles por encima de mi cabeza y doy vuelta justo a tiempo para ver a Noor saltar y aterrizar detrás de mí con la gracia de un gato callejero. Los ojos de pupila blanca brillan bajo el manto negro que cubre su cabeza. Entrené a esta joven Devoradora de pecados alguna vez, en un bosque como éste. Ella se unió a nosotros en la batalla para salvar a Kos y escapó de la ciudad con nosotros cuando todo estuvo perdido.

—Oga —dice, a modo de saludo. Todavía no sé si me llama jefe para burlarse o si lo dice en serio. Me sorprendería si todavía me considerara un líder.

—¿Qué hay de nuevo, Noor? —me siento cerca del acantilado. Ella se sienta a mi lado, con los puños a los costados. Cada vez que la veo, está lista para noquear la mandíbula o arrancarle los ojos a alguien.

—Pronto será la hora de comer.

—Bien —gruño mientras me levanto.

Debería considerarme afortunado de tener incluso esta pequeña porción de tiempo para mí. Casi quiero pedir a Noor que permanezca conmigo y veamos la puesta de sol, pero algunos de los Magos rebeldes han estado haciendo un escándalo sobre las inisisa que pasan volando. Dicen que son exploradoras. Con forma de pájaros y, a veces, de murciélagos. Y si me escabullera lejos de la espesura del bosque y una de esas cosas me descubriera, Karima sabría exactamente dónde enviar su ejército. Si yo fuera el único por el que tuviera que preocuparme, esto no sería un problema, pero sé que tan pronto como salga y me descubran, todas las bestias del pecado sueltas en Kos serán enviadas directamente detrás de mí. Noor, Ras y los demás tratarían de interponerse, los Magos rebeldes intentarían protegerme y el resultado sería un montón de cadáveres, sólo porque quise observar un atardecer. Bajo estas circunstancias, parece que no llegar tarde a la cena es lo menos que puedo hacer. No hay necesidad de que el trabajo de todos sea más difícil de lo que ya es.

Aunque en el bosque todos somos iguales, los aki y los Magos aún cenan separados. Hace algún tiempo, nosotros trabajábamos para ellos. Por algunos ramzi, nosotros, los aki, íbamos adonde los Magos nos enviaban. Ellos extraían el pecado de algún rico de Kos y, una vez que lo cazábamos y devorábamos, obtenían una bolsa llena de dinero. Luego nos entregaban una pequeña porción del pago, lo suficiente apenas para alimentarnos.

Algunos de los Devoradores de pecados me hacen compañía: son mis guardaespaldas. No estoy seguro de cómo sentirme al respecto. Cuando estuve a cargo de estos chicos, cuando los entrené bajo la atenta mirada de otros Magos de Palacio, su piel era intachable, sin tatuajes, sin marcas de batallas contra las inisisa. Entonces tuve que entrenarlos. Ahora se sientan o se paran o pasean a mi alrededor con tazones de sopa de egusi, y veo la marca de las alas abiertas de un pájaro del pecado en uno de sus brazos; un león del pecado se levanta sobre sus patas traseras a lo largo del muslo de otro aki; una niña aki tiene un gorrión del pecado tatuado justo debajo de su ojo izquierdo. Hablan entre sí, pero en su mayoría se mantienen en un estoico estado silencioso, como se supone que los guardaespaldas deben hacer. Es algo que Bo solía hacer.

En cuanto pienso en Bo, mi corazón se estruja. A veces, cuando duermo, sueño con nuestra pelea. Recuerdo estar en pie en la escalinata de Palacio y a Karima ofreciéndome gobernar Kos con ella. Recuerdo haberme negado y haber visto a Bo subir la escalinata. Recuerdo cuánto me alegré de tenerlo de regreso. Pero incluso en el sueño, sé que algo está mal y, de repente, Bo está encima de mí con su daga apuntada hacia mi corazón, y requiero toda mi fuerza para evitar que atraviese mi pecho.

Algunos de los Magos que ahora comen del otro lado de la fogata estuvieron allí. Vieron a Kos en sus momentos finales. La de trenzas de plata, Miri, es a quien todos los Magos rebeldes escuchan, pero a veces Miri y Aliya se dirigen juntas a la oscuridad, y es muy poco después de que regresan cuando debemos levantarnos y ponernos en movimiento de nuevo.

A veces surge en mí el impulso de seguir a Aliya, pero siempre se evapora un segundo después. No sé qué le diría o qué le preguntaría. Tal vez algo sobre la inisisa a la que supuestamente extraje de mí o tal vez algo sobre el hecho de que no consigo recordarlo. Tal vez le preguntaría si todas esas cosas que me dijo en la escalinata de Palacio eran reales, todas esas cosas acerca de que me mantuviera fiel a mí mismo y no me permitiera ser seducido por Karima y el poder que ella me ofrecía. Tal vez iría sólo para estar cerca de ella. Ella es diferente ahora. No es la misma chica que conocí en Zoe hace tantos meses, tan ansiosa por aprender sobre el pecado y las ecuaciones que terminó por derramar el té sobre mí, pero aún hay algo de esa curiosidad allí, algo de esa esperanza. Lo noto en la noche cuando la descubro escabullirse para observar las estrellas, con sus ojos brillantes y amplios, como solían ser.

Está masticando un poco de carne de cabra y tiene la cabeza inclinada hacia un lado mientras otro Mago le susurra algo. Ella termina, se lame los dedos y arroja los huesos al fuego. La grasa mancha su túnica, pero no lo ve o no le importa.

No me doy cuenta de que he estado mirando directamente al fuego hasta que ella me da un codazo.

—¿Estás bien, Taj? —pregunta.

Me sacudo el mareo.

—Sí. Estoy bien.

Pero no lo estoy. Estoy pensando en esas explosiones otra vez, imaginando cómo las casas se derrumban en un Bautismo, una dahia entera demolida. Me encuentro repitiendo todas las conversaciones que sostuvimos Karima y yo. Sobre el pecado y sobre Devorar y sobre el Innominado. Recuerdo cómo se iluminaron sus ojos cuando me vio. Ella no se burló de mis marcas de pecado. No arrugó la nariz la primera vez que me vio en Palacio. Cuando me miró, me sentí amado. Y ahora, bajo su mando, las dahia se están desmoronando. ¿Estuvo mintiendo todo el tiempo?

La mirada de Aliya se suaviza.

—Estás pensando en Karima.

Me encojo de hombros y abrazo mis rodillas.

—¿Qué fui para ella?

—Quizá no soy la persona adecuada para responder esa pregunta. Sería mejor si me preguntaras sobre la función tau o la etimología de al-Jabr, pero yo… —su voz se apaga— no sé si puedes amar a alguien y querer también separarle la cabeza del cuerpo. En ninguno de los textos antiguos que he leído me he encontrado todavía con una circunstancia semejante —sonríe y pone su mano sobre mi rodilla.

La gente se mueve detrás de mí y doy la vuelta justo a tiempo para ver a todos desmantelar el campamento. No otra vez.

Ras, con serpientes del pecado enroscadas en ambos bíceps, aparece detrás de mí y posa su mano en mi hombro.

—Hora de irnos, Jefe. Descubrieron algunas patrullas al norte y al este.

—De acuerdo. Vamos a movernos.

Aliya y yo nos levantamos. Aliya se dirige al frente del grupo con los otros Magos y yo permanezco atrás. Comienzo a trotar junto a Ras, y alcanzamos a algunos de los otros aki cuando llegamos a una zona de bosque denso. Levanto la mirada, Ras está sonriendo.

Me descubre mirándolo e intenta dejar de sonreír, pero no lo consigue y eso sólo lo hace sonreír más.

—Antes de que mis ojos se convirtieran y me volviera un aki, limpiaba casas —dice entre bocanadas—. Con mamá. Limpiábamos casas en nuestra dahia por dinero. Los otros niños corrían alrededor, exploraban la ciudad, tenían aventuras —sus ojos no se desvían del camino que está abriendo para nosotros con su daga—. Ésta es mi aventura.

Los otros aki se han reunido a nuestro alrededor, de manera que me encuentro en el centro de una formación diamante que me protege. No tengo idea de cómo aprendieron esto.

Estoy agradecido por ellos, por este grupo de aki y de Magos, jóvenes y viejos, unidos por la rebelión. Están arriesgando todo para protegerme. Pero correr de los bosques a los campos a las colinas, rodeado constantemente de Magos y aki que no parecen saber más que yo sobre lo que está sucediendo. Aun así, se mueven con propósito. Saben qué hacer. A veces parece que ésta es la aventura de todos, excepto la mía.

De cualquier manera, estoy corriendo con el estómago lleno, lo que significa que he recorrido un largo trecho desde que era un humilde aki en las calles de Kos en busca de pecados para Devorar. Por alguna razón, la idea de cuánto de mi vida ha cambiado y qué tan rápido sucedió me hace reír. De repente, sonrío al lado de Ras mientras avanzamos rápidamente por el bosque hacia un lugar seguro, mientras la noche nos baña a todos en su oscuridad.

Capítulo 2

El trueno crepita en el cielo cuando llegamos a la cueva.

La lluvia espera hasta que todo mundo está dentro antes de empezar a caer. Los Magos observan en silencio. Algunos de los aki, mis guardaespaldas, toman sus puestos en la boca de la cueva. Otros, los más jóvenes, se sientan en círculo y ríen. Ugo, un niño con sólo un dragón que sube en espiral a lo largo de su pierna, chasquea los dedos hacia Nneoma y señala algo que ha dibujado en el barro.

—Mi comida favorita de casa —dice Ugo, mientras los demás mantienen sus propias conversaciones—. Pescado fresco —hace un gesto hacia el dibujo que trazó en el suelo. Garabatos en su mayoría, con algunas líneas en torno para sugerir una mesa—. Con kwanga alrededor y makembe del otro lado. Eso que ustedes llaman plátano. O a lo que los norteños nombran platán —golpea el aire como si pasara por alto esa palabra.

Los otros se ponen estridentes, y Nneoma golpea su mano. Ella tiene los hombros duros y anchos de una norteña, alguien acostumbrada a trabajar las minas para cultivar piedras preciosas para la realeza.

—Es así porque ésa es la forma correcta de decirlo. No conozco ningún plátano. Decimos platán —los otros rugen de risa. Platán. ¡Platán!

Pero Ugo irrumpe en la protesta.

—Están equivocados. Chabacán. Platán. Humán.

Los otros comienzan a rodar por el suelo.

Nneoma intenta mantenerse seria, pero incluso ella está empezando a resquebrajarse.

—Bien, como ustedes quieran. ¡Plátano, chabacano, humano, villano! —el grupo estalla en otro ataque de risa—. Ustedes, los sureños, hablan como si tuvieran la boca llena de envolturas de suya de todos modos —dice ella.

Tal vez estuvieron allí durante la Caída de Kos. Suena raro en mi cabeza pensar en lo que le pasó a mi ciudad de esa manera. La Caída de Kos parece algo que lees en un libro o una historia que tu mamá o baba te cuentan durante el periodo de ayuno antes del Festival de la Reunificación, o algo de lo que habla Ozi en sus sermones. Suena antiguo y lejano. Pero no lo es. Lo veo casi cada vez que cierro los ojos para dormir. Las inisisa arrasando las calles de Kos, los cientos de habitantes del Foro tendidos en las calles o en sus casas con los ojos vidriosos, comidos por las bestias del pecado que habían sido desatadas. Los aki que Cruzaron, luchando por mantener a todos a salvo. Los que murieron. Estos aki tal vez lo vieron todo. Quizá se ganaron los pecados que llevan puestos mientras salvaban a Kos. Y aquí están discutiendo sobre cómo pronunciar “plátano”. Y protegiéndome.

Miri me encuentra parado en la boca de la cueva, mirando al bosque. La lluvia ha comenzado a caer a cántaros. Es como si estuviera mirando a través de cortinas hechas de agua.

—Taj —ella sonríe—, ¿cómo te sientes?

—Para ser sincero, como una mosca atrapada en un tarro. ¿Tenemos un plan?

—Eso es exactamente lo que estábamos discutiendo —asiente con la cabeza hacia los otros Magos.

—¿Y?

Su sonrisa se tensa.

—Estamos esperando.

La respuesta es tan poco satisfactoria como esperaba. Sin información nueva. Sin plan. Sin dirección.

—Esas explosiones —digo finalmente—, ¿eran Bautismos?

Miri frunce el ceño. Una sombra cruza su rostro.

—Dinamita.

—Dina… ¿qué?

Nneoma camina hacia nosotros.

—Es lo que usamos en el norte para abrir la tierra y extraer recursos. Palos de trueno. Enciendes fuego a la cuerda y luego BUUUM —imita la explosión con sus manos—. Tierra por todas partes, y entonces ya tienes un agujero en el suelo en el que puedes cavar.

Otra herramienta en manos de Karima. Está destrozando Kos.

Justo en ese momento, percibo movimiento por el rabillo del ojo; todos nos volvemos para ver a varios aki que cargan algo grande por encima de sus cabezas. Desde lejos parecen hormigas que encontraron una hoja gris gigante para protegerse de la lluvia. Las espaldas se inclinan, entran en la cueva y arrojan la cosa al suelo. Hace un fuerte ruido que reverbera en la cueva.

Un montón de los otros aki se reúne a su alrededor. Cuando llego, Aliya está allí también. Se baja las gafas y se inclina sobre eso, examinándolo en silencio mientras los demás susurran a su alrededor.

El trozo de metal tiene un centro redondeado con bordes afilados. Parece un escudo. Algo que los guardias de Palacio tendrían, pero más grande. Nadie puede decir de dónde viene, pero alguien murmura sobre cómo trabajan el metal al norte de Kos. Es demasiado grande y simple para ser una prótesis metálica. Las prótesis tienen engranajes y bisagras. Tienen forma de brazos y piernas, y mecanismos para imitar los movimientos de las extremidades humanas. Por un segundo, imagino a alguien intentando encajar esto en un muñón de brazo o en el lugar donde solía estar una pierna. Nneoma golpea la cosa con el pie, luego salta hacia atrás como si hubiera sido mordida por una serpiente.

Otro Mago, Dinma, se cierne sobre mi hombro, para observar la cosa. Sus ojos color de piel de serpiente destellan en azul antes de volverse de cristal otra vez.

—No hay ranuras para acoplarlo.

Aliya asiente.

—No hay lugar para que las correas encajen. Y su estructura es extraña. ¿A qué podría haber pertenecido?

Me abro paso hasta estar a su lado.

—¿Crees que haya estado unido a algo más?

Ha sido volteado, como un caparazón de tortuga al revés. Ella señala en su interior.

—¿Lo ves? Hay vetas negras dentro —se agacha y se acerca aún más—. Y el Puño de Malek —jadea. La desteñida insignia de los Magos de Palacio ha sido escrita con sangre seca—. Los Magos hicieron esto.

Los Magos se reúnen y susurran mientras algunos de los aki comienzan a patear el metal para probar su resistencia con los pies. A pesar de estar cerca de toda esta gente, me siento solo. Atrapado. Nadie parece notar que me alejo.

Con mi espalda contra la pared de la cueva, sostengo mi cabeza entre las manos. En mi muñeca, una piedra azul opaca cuelga de un fino hilo. La última vez que resplandeció, yo me encontraba parado en la escalinata de Palacio, luchando contra mi mejor amigo. La piedra le pertenecía a Zainab, una chica aki cuyas marcas de pecado cubrían cada centímetro de su cuerpo. Recuerdo que cuando ambos éramos niños, un Mago la llevó para que sanara a mamá del pecado que la había lisiado. El Mago la había guiado con una cadena atada a un collar alrededor de su cuello. Y luego, la siguiente vez que la vi, ya éramos mayores, y ella estaba cuidando a los aki que entrenaba en el bosque, justo afuera del Muro. Recuerdo haber sostenido su cuerpo flácido después de que Cruzó y murió. Después de haber Devorado demasiados pecados. Aliya y yo la enterramos en algún lugar en esta maraña de árboles y arbustos. No tengo idea de qué tan lejos o cerca de aquí está su tumba.

Miro a Aliya y me pregunto si también está pensando en Zainab. Quizás el inyo de Zainab, su espíritu sin purificar, acecha ese pedazo de bosque.

Estoy tan perdido en mis pensamientos que, al principio, ni siquiera me doy cuenta de que todos están corriendo. Y es entonces cuando lo escucho. Un ruido que suena como metal triturado, como algo que gime.

Todos llegamos a la boca de la cueva, y algunos de los aki avanzan un poco más para mirar a través de la cortina de lluvia. Está lloviendo tan fuerte que apenas conseguimos ver algo, pero podemos escuchar el ruido, y se está acercando.

Ugo está al frente, y da unos pasos más afuera de la cueva.

—¡Ugo! ¡Regresa! —grita Nneoma.

Ugo sigue caminando hacia afuera hasta que apenas alcanzamos a verlo girar para mirar por encima del hombro. Antes de que pueda darse vuelta, algo enorme salta fuera del bosque y se arroja contra él.

A través de la cortina de lluvia, veo el recubrimiento metálico que protege lo que sea que aplasta a Ugo. No consigo dar más de un paso antes de que Ras sujete mi muñeca y me empuje de regreso hacia atrás.

Ugo se esfuerza por gritar, pero la bestia sobre su pecho ahoga todo el aliento de sus pulmones.

—¡Ugo! —Nneoma sale corriendo de la cueva con su daga lista. Ella salta en el aire para alcanzar un buen ángulo en el cuello de la bestia, pero se estrella contra el metal y su daga gira fuera de su mano. Nneoma cae al suelo y presiona su muñeca.

La bestia se apoya sobre sus patas traseras y deja escapar un rugido. Briznas de humo negro se curvan entre las placas de la armadura.

Miri jadea.

—Es… una bestia del pecado.

—¿Pero cómo? —Aliya se encuentra entre Miri y yo, y todos miramos conmocionados mientras la inisisa cubierta de armadura nos mira—. Es… imposible.

—La armadura está fija a la inisisa —Dinma suena más como si estuviera en un laboratorio comiendo químicos con los ojos, a que estuviéramos a punto de ser devorados por un león del pecado de metal.

—¡Tenemos que salvar a Ugo! —grito. Mi daga está lista en mis manos. Me separo de Ras. No puedo recordar la última vez que corrí tan rápido. La bestia del pecado apenas se inmutó cuando Nneoma golpeó su recubrimiento metálico, pero puedo ver pequeños espacios entre su armadura. Una abertura justo al lado de su hombro. La inisisa se mueve sobre el pecho de Ugo. Corro hacia ella con mi daga apretada en la mano, y corto justo a través de su hombro.

La bestia brinca lejos de Ugo y me hace perder el equilibrio. Me recupero, me muevo para golpear su parte inferior, pero me doy cuenta demasiado tarde de que también está cubierta por la armadura. Nneoma se estrella contra mí y me aparta del camino justo en el momento en que la pata del león del pecado cae con fuerza en el lugar donde mi cabeza estaba. Todos los aki rodeamos a la bestia.

Las ramas de los árboles que están sobre nosotros se sacuden, y algo cae directamente del cielo y aterriza sobre la espalda de la inisisa. ¡Noor!

Recuerdo que ella estaba explorando y no había regresado antes de que encontráramos la cueva. Sus dedos encuentran un hueco en la armadura del león. La bestia mueve la cabeza, tratando de arrojarla, pero ella se las arregla para sostenerse con una sola mano y apuñala la nuca desprotegida hasta que por fin las piernas del león se doblan. Noor salta.

Cuando la bestia se disuelve en un oscuro charco negro, su armadura se desliza y cae al suelo del bosque.

El charco de tinta donde la inisisa se había dividido sale disparado junto a Noor y rebota en el suelo frente a ella antes de inundar su boca. Ella se tambalea, tosiendo y balbuciendo. Luego, todo ha terminado. No tenemos tiempo para ver a la nueva bestia grabada en su piel. Nneoma lidera el camino, y Noor y yo enganchamos los brazos de Ugo sobre nuestros hombros y lo llevamos hacia la cueva.

—Tenemos que irnos. ¡Ahora! —grita Noor—. Vienen más en camino.

Los ojos de Aliya se abren ampliamente.

—¿Hay más?

—Muchas más.

No hemos avanzado más de tres metros fuera de la cueva cuando un grupo de bestias del pecado con armadura irrumpe a través de los matorrales. Un oso, otro león, varios lobos. Todos nos apresuramos en la dirección opuesta, pero otro escuadrón de inisisa ya nos espera.

—Son demasiadas —siseo mientras el semicírculo nos va cercando. Ya nos encontramos de espaldas unos contra otros, Magos y aki. Me apoyo cerca de Aliya—. Sígueme —murmuro—. Cuando me mueva, no disminuyas la velocidad. Mantente justo detrás de mí.

—Espera, pero…

Corro lo más rápido que puedo hacia el león del pecado que está justo frente a mí. Si no cometo un error, podré salir vivo de esto. Sigo corriendo, y cuando estoy a sólo unos metros de distancia, la bestia se agazapa, lista para saltar.

Calculo mis acciones a la perfección, planto el pie y salto. La bestia brinca justo detrás de mí, pero yo estoy un poco más arriba, y en el momento en que paso volando por encima de su lomo, lanzo mi daga hacia su nuca. El cordón unido al cuchillo se enrolla a su alrededor, y jalo a la inisisa conmigo mientras caemos, hasta que aterriza sobre su espalda. La línea casi se revienta bajo la presión, pero miro detrás de mí y veo a Aliya inmóvil.

—¡Vamos! —grito.

La inisisa se agita, luego se disuelve en un charco de sombras en el suelo.

Aliya lo atraviesa, la tinta se adhiere al dobladillo de su túnica; la tomo de la mano y la llevo detrás de mí. El charco de pecado se convierte en una sola corriente en el aire y se precipita hacia mi boca abierta.

Mis ojos se cierran por reflejo. Mi cuerpo se contrae por los espasmos. El pecado me atraviesa como un río hecho de espinas, pero eventualmente pasa. Caigo sobre una rodilla. Tengo que levantarme. El golpe de dagas de piedra contra armaduras de metal resuena a través del bosque. Todavía están todos en pie. De repente, las inisisa se detienen y giran hacia mí. Van detrás, sólo por mí.

Aliya se da vuelta y ve a la manada de inisisa lanzándose hacia nosotros.

—¡Corre! —grito. La alcanzo y tomo su mano, y la sangre late tan fuerte en mis oídos que no escucho nada más. Ni el suave golpe de la lluvia sobre las hojas de los árboles en lo alto, ni el estruendo de una manada de bestias del pecado ávida de comer mi alma. Nada.

Al menos, los otros están a salvo.

Capítulo 3

—¡Vamos! —grito a Aliya. Está quedándose atrás.

Crujidos y gemidos. Ese horrible sonido. Se están acercando.

—Taj… —murmura Aliya, señalando hacia el crujido de las hojas de un arbusto a poca distancia a la derecha de nosotros.

Antes de que pueda responder, las formas negras se arrojan desde los arbustos y galopan en dirección a nosotros. Más inisisa. Aliya tropieza. Sujeto su brazo, y corremos tan rápido como podemos. Una sombra se desliza por el cielo, cubriendo el sol. Incluso desde abajo, reconozco al grifo. Nos van a atrapar.

Los recuerdos destellan en mi mente, borrosos y desenfocados.

Los recuerdos no me pertenecen. Son del pecado que acabo de Devorar. Aun así, la culpabilidad hace que mi pecho esté tan tenso que apenas consigo respirar.

Las raíces me hacen tropezar, y caigo con fuerza. Mi daga se suelta. Veo personas delante de mí, parecen tan reales. Magos, envueltos en negro. Y otras figuras en túnicas marrones, con las cabezas afeitadas. Hombres y mujeres que arreglan las baldosas en el piso. Se encuentran en círculo, y alguien está cantando.

Me sacudo la visión. No puedo perderme en mi cabeza. No en este momento.

Aliya me ayuda. Las inisisa están ganando terreno. El rechinido es más fuerte ahora. Más cercano.

El viento inclina algunas de las ramas de los árboles frente a nosotros. Reúno tanta fuerza como puedo y salto para atrapar una. Los cardos se encajan en mis palmas, pero mantengo mi agarre. Mis brazos arden. Despacio, comienzo a erguirme. Mis pies raspan contra el tronco húmedo del árbol. Después de unos momentos de lucha, me las arreglo para levantarme y tomo aliento, con mi espalda apoyada contra el tronco del árbol.

Aliya está debajo de mí.

—Ven, toma mi mano.

Echa un vistazo detrás de ella. Las inisisa no son lo suficientemente altas para llegar hasta aquí, no si subimos un poco más. Salta, toma mi mano y lucho con todas mis fuerzas para levantarla. Se esfuerza, y ambos estamos sobre la rama.

—Tenemos que llegar más alto —resoplo. Las visiones hacen que me sienta mareado. Sé que son los pecados de otra persona, pero la culpa me inunda como la bilis y quema el interior de mi garganta.

—¿Taj? ¡Taj!

Mis ojos se abren de inmediato, y entonces me doy cuenta de que me había quedado inconsciente. Se supone que los efectos de Devorar pecado no duran tanto. No había estado tan enfermo desde que Devoré mi primer pecado, cuando todavía era un niño.

—¿Cuánto tiempo estuve perdido?

—Sólo un momento —Aliya tiene esa mirada de preocupación en los ojos que no había visto en mucho tiempo. Ver que ella me mira así otra vez hace que mi corazón se caliente. La última vez que lo hizo, me estaba suplicando que dejara mi casa y la siguiera a este bosque fracturado.

—Yo sólo necesito… —llevo una palma a mi frente.

El sonido de arañazos conduce mi atención hacia la tierra, donde un pequeño grupo de inisisa da zarpazos al árbol en que estamos atrapados.

—Vamos, tenemos que subir más todavía —la lluvia se ha detenido. El trueno se ha callado, pero apenas puedo escucharme hablar.

—Taj, no puedes moverte en este momento. El pecado… está haciendo que enfermes. Tenemos que descubrir qué te hizo, si esto es diferente a las otras inisisa.

—No hay tiempo —siseo con los dientes apretados. Trastabillo al levantarme y luego me tambaleo. Aliya me sujeta y me jala hacia abajo.

—Taj, ¿qué ves?

Cierro los ojos. Por un momento, el mareo se detiene.

—Magos. Y personas… con túnicas marrones —mis ojos se abren ampliamente—. Algebristas.

—¿Qué más?

Los arañazos se intensifican. Las inisisa están saltando una encima de la otra, tratando de trepar. Son capaces de pararse sobre el lomo metálico de las demás. No tenemos mucho tiempo. De golpe, la sensación de que voy a vomitar desaparece. Puedo respirar de nuevo.

—Creo que puedo detenerlas. Como antes.

—No, espera. Taj, ¿qué harás?

Antes de que ella pueda terminar, salto a una rama cercana y luego al suelo. Mi aterrizaje no es tan suave como me hubiera gustado, pero ahora al menos tengo a todas las inisisa frente a mí. Mi mente todavía está nublada. Cada relampagueo de la memoria es como un rayo bajo una nube. Pero recuerdo esa noche en el balcón con la princesa Karima, y pienso en las inisisa que pululaban por las calles de Kos. Pienso en el caos que se tragó a mi ciudad, e intento pensar en lo que estaba sucediendo dentro de mí cuando pasó.

Extiendo las manos.

Ya dejaron de intentar subir al árbol y ahora me acechan. Un lobo, un león, un oso y un lince. Su armadura rechina y cruje con cada movimiento. Puedo verlas tensarse. Luego, en un movimiento, se lanzan hacia mí.

—¡Taj! —grita Aliya.

Supongo que será lo último que escuche. Aprieto mis párpados cerrados. De repente, el chirrido metálico se detiene. Escucho pájaros trinando, el viento silbar entre las ramas de los árboles y el susurro de las agujas de los pinos. Escucho los zumbidos de los insectos. Abro los ojos.

Todas las inisisa están paradas frente a mí. Inmóviles.

Casi no puedo creerlo, ¡se detuvieron!

—Aliya, no sé cuánto tiempo pueda mantenerlas así —mis brazos y piernas se tensan. Todo el interior de mi cuerpo arde.

Ella baja del árbol y se para cerca de mí.

—Tenemos que irnos —se está arrastrando dentro de mí otra vez ese mareo, esa sensación de que voy a vomitar cada comida que me ha alimentado desde que nací. Esa culpa. La culpa de alguien más, los pecados de alguien más.

Ella mira a las bestias con asombro y eso me saca del trance.

—Es como en la Caída de Kos. Lo hiciste.

—De acuerdo, de acuerdo. Lo hice, seguro. ¡Pero tenemos que ponernos en movimiento! —estoy preocupado de que vengan más en camino: había muchas cuando nos arrinconaron por primera vez. Tenemos que llegar a un lugar seguro.

Las inisisa inclinan la cabeza y luego se sientan en el suelo. No hacen un solo sonido.

Aliya mira hacia el cielo, mientras protege sus ojos del sol con una mano. Las nubes se han separado. Luego ella gira en un círculo lento.

—De acuerdo, por aquí —dice, señalando hacia el oeste. Toma mi mano y me jala.

Ni siquiera me atrevo a mirar atrás. No tengo idea de cuánto durará todo esto. Intento no pensar en lo que habría pasado si nos hubieran atrapado en ese árbol. Más culpa se adhiere a mi corazón. ¿Volverán las inisisa por los otros? Cuando estamos corriendo y vemos una ruptura en el bosque, con la luz del sol brillando, Aliya se vuelve y me sonríe, y en ese momento, su rostro brilla. Mi corazón se siente más ligero.

Salimos del bosque con tanta brusquedad que el brillo del sol nos detiene en seco.

La tierra se inclina debajo de nosotros en un pequeño valle con un río en la parte inferior.

—De acuerdo, vamos —le digo.

Esto es nuevo para ambos. Quizá lo más lejos que cualquiera de nosotros haya estado de casa.

Por fin, se siente como una aventura.

Bajamos por la ladera justo cuando escucho el ruido del metal detrás. Las inisisa emergen del bosque, hacen una pausa en lo alto de la cresta y luego se lanzan tras nosotros. Sujeto la mano de Aliya mientras corremos cuesta abajo.

—Tal vez estaremos a salvo si podemos llegar al río —digo, sin aliento. No tengo idea de cómo lo cruzaremos, pero la alternativa es perecer devorados.

El río fluye con más fuerza que cualquier cuerpo de agua que haya visto antes, pero ninguno de nosotros reduce el paso. Corremos directamente hacia el agua. Nos llega hasta la cintura, pero la corriente es fuerte.

—¡Tenemos que seguir adelante! —no miro hacia atrás. El agua está tan fría que los escalofríos recorren mi espalda. Cuanta más profundidad alcanzamos, menos puedo sentir mis pies.

—No sé qué tan profundo sea —me dice Aliya, con preocupación en la voz.

—Ten fe —digo. Le doy un apretón a su mano y nos llevo más adentro. Siento la misma descarga de adrenalina que sentí cuando salté sobre los tejados en Kos esquivando a los guardias de Palacio o corriendo por las estrechas calles intentando perder a los Centinelas Agha.

—¡Se detuvieron! —grita Aliya.

Echo un vistazo atrás. Ahí están, alineadas a lo largo de la orilla. Río a carcajadas.

—El metal. ¡Es el metal! Las hundiría —sigo riendo y no me importa que pueda parecer loco. Pero mi alegría es efímera.

Me doy vuelta justo a tiempo para ver una enorme rama de árbol que se balancea hacia mí y me golpea en la cabeza.

Lo último que siento es mi cuerpo girando, dando una y otra vuelta a medida que la corriente me arrastra. Aliya me llama a gritos, y su voz se va desvaneciendo. Entonces, la oscuridad.

Más negra que el costado de una inisisa, nada sino oscuridad.

Capítulo 4

Cuando mis ojos se abren, la boca de Aliya está sobre la mía.

—Taj —dice—. Taj, despierta —se escucha como si estuviera gritando debajo del agua.

Siento que algo burbujea en mi estómago y luego en mi pecho; vomito agua con tanta fuerza que ésta sale incluso por mi nariz.

Durante un par de minutos siento que estoy expulsando todos y cada uno de los órganos de mi cuerpo, antes de que consiga sentarme derecho. Todo es blanco, luego el rostro de Aliya se enfoca. El sol aún está en lo alto, pero yo estoy empapado y temblando.

—¿Dónde…? —miro alrededor. Todo es una costa verde. El agua lame mis tobillos. Una de mis sandalias se ha ido, para nunca regresar. El río es tan ancho aquí que no alcanzo a ver la otra orilla—. ¿Dónde estamos?

Aliya me da una palmada en la espalda, con fuerza.

—El río nos llevó corriente abajo. Estuviste inconsciente todo el tiempo, pero logré arrastrarte hasta la orilla.

—¿Qué me golpeó? —mi mano se dirige a mi frente. El bulto se siente como si llenara mi palma.

—Una rama de árbol, mientras no estabas mirando —sonríe, bromeando, pero por el tono de su voz puedo saber que está agradecida de que esté vivo.

—La rama no me dio oportunidad de defenderme —intento ponerme en pie, pero el suelo es demasiado suave, así que resbalo y aterrizo con fuerza sobre mi trasero. Ahora, eso también duele. Es entonces cuando la noto: en mi antebrazo derecho, una única y sólida banda negra. No hay león ni oso ni dragón. Sólo un trazo de negro sólido que cubre las marcas de pecado que antes se encontraban allí. La inisisa con armadura. Mi mente repasa la batalla de nuevo en destellos.

—¿Los demás?

Ella ve la expresión en mi rostro y desvía la mirada hacia el lecho del río.

—No lo sé.

—Están bien —digo, más para mí que para ella. Me obligo a ponerme en pie y hago algunos estiramientos. Agradables tronidos resuenan a lo largo de mi espalda. Me siento ágil de nuevo. Mareado, pero ágil—. Confía en mí, están bien —tengo que creerlo, duele demasiado pensar lo contrario. Aliya todavía está agachada, así que me inclino y la ayudo a levantarse—. Por lo menos, ahora estamos afuera de ese bosque fracturado. Uhlah, estaba empezando a sentir claustrofobia.

Ella arquea una ceja hacia mí.

—Sí, sé lo que significa “claustrofobia” —digo, y ella sonríe. Esperaba una risa, pero acepto sólo eso.

—Vamos. Tengo hambre.

La saliente no es demasiado empinada, y me arrastro hasta llegar a una llanura cubierta de hierba. Imagino que si seguimos el río durante el tiempo suficiente, será inevitable que nos lleve a algún sitio. De cualquier manera, sé que sólo necesito avanzar y ni siquiera me importa en qué dirección sea, siempre y cuando nos mantengamos en movimiento.

Aliya sube después de mí.

—¿Hambriento?

—Sí, tiene que haber bayas o algo por aquí, ¿cierto?

El sol todavía está alto en el cielo cuando alcanzamos la primer zona de árboles frutales. Un grupo se alinea con el río, y muchos más se extienden tanto que pierdo el rastro de sus filas. No me importa caminar bajo el sol, lo aprovecho para secarme rápido. La visión de kiwis en esos árboles me abre el apetito. Mi estómago reclama ruidosamente.

—¡Taj, ve más despacio!

Pero apenas puedo escuchar a Aliya mientras corro hacia los árboles. Recojo un palo del suelo y golpeo en la primera rama que encuentro. Los kiwis caen en cascada sobre mí. Están tan maduros que prácticamente se abren entre mis dedos. El primer mordisco me concede tanta felicidad que se siente como si hubiera muerto en paz y me hubiera unido al Infinito. Se siente como una bendición. El jugo fluye por los lados de mi boca y antes de que me dé cuenta, las cáscaras de kiwi vacías cubren el suelo.

—¡Taj!

Mi boca se abre cuando Aliya me alcanza. Mis manos están llenas, no alcanzo a llenar mis bolsillos con la rapidez suficiente.

—¡Taj! Éste es el huerto de alguien.

Intento preguntarle cuál es el problema, pero lo que sale de mi boca es incomprensible.

—Taj, estás robando.

Trago saliva, luego eructo. La expresión de su rostro me hace reír.

—¿Ves todos estos árboles? No van a extrañar unos cuantos kiwis.

—¿Unos cuantos?

Es entonces cuando veo el cementerio de cáscaras de kiwis a mis pies. Ya casi he limpiado por completo todo un árbol.

—De acuerdo, sólo unos pocos más para el camino. Deberías tomar algunos tú también. No sabemos cuánto tiempo tendremos que pasar sin comida.

Cuando nos volvemos para regresar al río, noto movimiento más adelante. Algunas figuras emergen de una choza a la distancia. Parece como si usaran sombrillas en lugar de sombreros. En sus manos llevan bastones tan altos como ellos. Se dirigen directo hacia nosotros.

—¡Taj! —advierte Aliya.

—¡Toma! —le lanzo un montón de mis kiwis, y ella atrapa algunos justo a tiempo. El resto cae al suelo. Salto y tomo algunos más de los árboles. Sostengo mi camisa para atraparlos, luego nos vamos. Bajamos por la saliente hacia el lecho del río y corremos, y no puedo evitar reír. Se siente como cuando era niño y robaba los puestos de comida en Kos, luego tenía que escapar de los pescaderos y carniceros mientras me perseguían en el Foro—. ¡Atrápalos! —le grito a Aliya. Los kiwis caen de mi camisa, pero corremos lo suficiente para que los gritos de las personas con los sombreros de paja de ala ancha se pierdan.

Para cuando Aliya me encuentra, escondido detrás de una roca a un lado de la orilla, ella también está riendo. Nos toma un segundo recuperar el aliento. Aliya se sienta a mi lado y sostiene el primer kiwi frente a su rostro. Su túnica está manchada por el barro; el dorado Puño de Malek bordado sobre su pecho, desteñido. Algunos de los hilos se han soltado. Pero cuando da un mordisco al kiwi, sus grandes ojos y su enorme sonrisa la transforman en la chica que conocí en Zoe.

Levanta la vista, me descubre mirándola y me observa directamente a los ojos.

—¿Me estás viendo comer? —pregunta con la boca llena.

Trato de no reír, fracaso.

Las peludas cáscaras de kiwi cubren el suelo a nuestro alrededor. Sin ninguna advertencia, arrebata uno de los frutos de mi regazo. En mi lucha por recuperarlo, dejo caer un montón más, pero Aliya se levanta antes que yo y ya está fuera de mi alcance.

—Dejaste caer tu fruta —me dice, sonriendo, como si yo no lo hubiera notado. Ella mira hacia el lecho del río, luego vuelve a mirarme como si se le acabara de ocurrir una idea—. Ven aquí, quiero mostrarte algo.

—Claro —le digo con una sonrisa. Limpio mis palmas en la camisa y me levanto para seguirla.

Su mirada busca algo en la costa. Sus ojos se posan en una ramita, y la recoge. Por un largo tiempo sostiene el kiwi frente a ella, justo entre sus ojos. La veo concentrarse. El sol se pone sobre el agua y las olas brillan. Los mechones de cabello castaño caen alrededor de su rostro. Sus ojos permanecen completamente enfocados. Ella mira hacia mí, rompe su trance y luego comienza a garabatear en la arena con una pequeña rama. Con el ceño fruncido y la espalda inclinada, parece como si estuviera buscando tesoros.

Me acerco y miro sobre su hombro.

—¿Qué es eso?

Me acerco más y trato de descifrar la cadena de letras, números y flechas que dibuja en la tierra.

—Es una prueba —Aliya brilla.

—¿Una qué?

—Una prueba.

Miro los garabatos, luego a ella, luego otra vez los garabatos.

—¿Una prueba de qué?

—¡Del kiwi, idiota! Dibujé una imagen del kiwi.

Entorno los ojos. Quizás hay algo que no estoy viendo. Ni siquiera veo un dibujo crudo de la fruta que estábamos comiendo.

—Vas a tener que ayudarme con esto.

—Uhlah —está a punto de levantar las manos por la frustración, pero se contiene—. De acuerdo, entonces tienes una línea recta, ¿la ves? —la dibuja en el suelo—. Y puedes extender esa línea indefinidamente en cualquier dirección, ¿cierto?

Asiento con la cabeza.

—Por supuesto.

—Y tienes un círculo —dibuja un círculo para que la línea comience desde el centro y la atraviese—. ¿Y esto aquí mismo? —señala nuevamente a la línea—. Ésta es la diferencia entre el centro y el final. El radio —dibuja otra línea, ésta es perpendicular a la primera—. Y tienes un ángulo recto, y asumes que todos los ángulos rectos son iguales, ¿sí?

Me encojo de hombros.

—Seguro, ¿por qué no?

—Ahora, si un segmento de línea intersecta dos líneas rectas formando dos ángulos interiores en el mismo lado… —mientras habla, dibuja otra serie de líneas que forman un triángulo extraño y deforme, y escribe letras en el interior. Reconozco algunas de ellas en su “prueba”, pero más allá de eso, todo es un garabato—. Además, recuerda que éstos son modelos de objetos y no los objetos mismos. Ahora, todo se reduce al ángulo y a la distancia: ésos son los únicos componentes que necesitas…

Estoy empezando a marearme. Comienzo a retroceder lentamente.

—… y luego puedes extender eso a un plano diferente y medir el volumen de un sólido paralelepipédico y desde allí… —levanta la vista finalmente y se da cuenta de que regresé al lugar donde estábamos sentados antes—. ¡Taj!

—Lo siento, ¿pero todo eso es una imagen de un kiwi? No he visto ni un solo kiwi en todo Odo que luzca así.

—Es el kiwi en una forma diferente —señala la masa de letras y flechas y otras marcas que había hecho antes—. Ésta es su forma algebraica. La ecuación que describe al kiwi.

Miro la fruta peluda en mi mano.

—¿Así que eso es lo que hemos estado comiendo todo este tiempo?

Sonríe.

—Eso es lo que veo, sí. Cada vez que como kiwi, eso es lo que veo —su sonrisa se amplía. Se profundiza, incluso. Tira el palo, se acerca y recoge los kiwis restantes—. Venga, se está haciendo de noche. Deberíamos seguir hacia el sur.

Sigo su ejemplo.

—¿Qué hay al sur?

—No lo sé. Pero está lejos de esos monstruos de metal, —gira sobre sus talones y comienza a caminar a lo largo de la ribera del río. La alcanzo y caminamos lado a lado.

—Hey, ¿puedes hacer eso con todo? —pregunto.

Me mira.

—¿A qué te refieres?

—¿Crees que puedes escribir una de esas cosas para mí?

—¿Qué, como una prueba de Taj?

Muerdo un kiwi. El jugo gotea por mi barbilla. Alarga la mano como si fuera a limpiarla, pero en el último segundo, se la lleva al rostro y se retira un mechón de cabello. Siento que mi rostro se calienta. Pero Aliya no pierde el ritmo.

—No hay suficiente barro en todo el reino para escribir una prueba de ti, Taj.

—¿Es porque soy tan especial?

Ríe.

—Bueno, prefiero la palabra “complicado”.

Sonrío.

—Me conformaré con eso.

Capítulo 5

Por la noche, el viento sopla.

Hemos reducido el ritmo sólo un poco, pero lo noto. Aliya abraza su túnica con un poco más de fuerza. Sus dientes castañean. Las puntas de su cabello que enmarcan su rostro bajo la capucha brillan, aún húmedas por nuestro viaje por el río. Y parece que su túnica tampoco se ha secado por completo. Desearía tener un abrigo o una cobija o algo para ofrecerle, pero lo único que tengo es mi camisa hecha jirones, y eso no servirá. Así que seguimos caminando, y el viento continúa soplando.

—¿Tal vez deberíamos alejarnos del río?

No responde, sólo sigue poniendo un pie adelante del otro. Casi de manera mecánica, como si sus piernas fueran prótesis metálicas.

Estuvimos a punto de ser asesinados por una inisisa con armadura y después casi nos ahogamos en un río, luego fuimos perseguidos por personas con grandes sombreros y ahora tiritamos en la oscuridad. Estoy empezando a cansarme de esta “aventura”. Las cosas eran más fáciles cuando el Muro era el sitio más lejano al que había llegado. Cuando era más joven, Kos parecía el mundo entero. Podía vagar y vagar y vagar, y seguir sin ver todo lo que valía la pena ver. Podía perderme por días en las diferentes dahia. Podía caminar de un lado a otro del Foro durante semanas y no ver lo mismo dos veces. Luego, hubo momentos en que me pregunté qué había afuera de Kos. Parecía que el mundo terminaba después del Muro. Veía entonces a la gente ir y venir a través de él, pero la mayoría no regresaba.

Pienso en Arzu. Mi sicaria, la encargada de protegerme cuando era un sirviente en Palacio, a quien su madre trajo aquí desde el oeste. Ella me habló de cosas que me resultaba difícil creer. Aki que no son escupidos o abofeteados. Aki que son venerados por su capacidad para Devorar. La última vez que la vi, ella había inmovilizado a mi mejor amigo en la escalinata de Palacio con un cuchillo en la garganta, para evitar que me matara. Luego un arashi surgió del cielo y prendió fuego a la ciudad. Incendió mi casa.

Estoy perdido en mis pensamientos cuando Aliya me da un codazo.

—¡Taj, mira! —señala hacia el cielo, hacia el horizonte.

Ni siquiera necesito entrecerrar los ojos para verlo.