Billy y la aventura gigante - Jamie Oliver - E-Book

Billy y la aventura gigante E-Book

Jamie Oliver

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Beschreibung

Una pizca de aventura, un chorrito de amistad, un toque de misterio y una ENORME cucharada de magia… ¡Jamie Oliver, autor de una veintena de libros de cocina de gran éxito y chef de renombre internacional, nos trae la receta perfecta en su irresistible debut en la literatura juvenil, espléndidamente ilustrado por Mónica Armiño! Billy sabe que el acceso al bosque de Waterfall está prohibido; se rumorea que allí han ocurrido cosas extrañas y nadie en su pueblo se ha aventurado más allá de sus muros durante décadas... Pero cuando Billy y sus amigos, Anna, Jimmy y Andy, descubren una entrada secreta, son incapaces de resistir la tentación de explorarlo. Pronto descubren que el bosque rebosa magia y está habitado por todo tipo de criaturas increíbles, ¡incluida toda una comunidad de duendecillos que necesitan la ayuda de nuestros protagonistas! Con batallas mágicas, una ciudad mítica perdida mucho tiempo atrás, máquinas voladoras fantásticas, banquetes épicos y un rescate GIGANTE, ¡prepárate para una aventura que nunca olvidarás!

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Este libro es para todos los niños que tienen dificultades

en la escuela, o que son disléxicos, como yo.

Nunca pierdan la esperanza. ¡Confíen!

¡Tienen el poder de ver el mundo de maneras que nadie

más verá! Encuentren su propio modo, como Billy.

¡El Modo Billy-Boy!

Prólogo

—¡Bien! ¿Quién quiere un cuento? ¿A quién le toca elegir nuestro libro esta noche? —pregunté.

Una mano emocionada se levantó disparada —Jesse, como de costumbre—, seguida por otra mano ligeramente menos entusiasta de su hermana melliza, Autumn.

A Jesse le encantaban los cuentos a la hora de dormir, sobre todo, si eso significaba que él podía elegir el libro que leerían conmigo. Autumn era mucho menos entusiasta. No es que no le gustaran los cuentos, sino que leer no le resultaba tan fácil como a su hermano. Yo entendía exactamente cómo se sentía, pero no quería que se rindiera.

—Autumn, corazón, ¿por qué no lo eliges tú esta noche? —sugerí con suavidad.

—¡Papá, no lo entiendes! Las palabras se mezclan y bailan por toda la página. No puedo concentrarme… es tan frustrante —contestó, con lágrimas en los ojos—. La señora Jackson cree que soy maleducada porque doy golpecitos en la mesa cuando intento leer, pero necesito hacerlo porque eso me ayuda a concentrarme.

—No llores, cariño. A mí también me costaba leer cuando era pequeño, pero si seguimos practicando, nos resultará más fácil. Además, los cuentos son para compartir la imaginación y el asombro, no para acertar con todas las palabras.

Autumn se enjugó una lágrima y preguntó esperanzada:

—Papá, ¿puedes contarnos esta noche un cuento que tengas en la cabeza?

—¡Sí! —dijo Jesse con ansias—. ¡Una historia emocionante!

—¡Llena de aventuras y magia! —añadió Autumn, entusiasmada.

—Mmmm… —fingí que estaba pensando—. ¿Una aventura emocionante y mágica?

Los niños guardaron un silencio cargado de expectativas.

—Bien, tal vez les cuente la verdadera historia de algo que sucedió allá por los años ochenta, cuando yo tenía más o menos su edad.

Autumn arrugó la cara.

—¡Eso fue hace una ETERNIDAD! ¡¿Cómo eso podría ser emocionante?!

—¡Hey! ¡Monstruo atrevido! Escuchen, he estado guardando esta historia para el momento oportuno. Porque en realidad se supone que tendría que ser un secreto… así que ustedes dos deberán prometerme que no se la van a contar a nadie. Quedará entre nosotros, ¿de acuerdo?

Autumn y Jesse asintieron, así que me dispuse a empezar mi historia.

—Empecemos…

Capítulo 1

El día que todo comenzó

—¡Billy! ¡Hora de levantarse!

Billy se acurrucó más profundamente bajo su edredón, intentando silenciar la voz que lo estaba sacando de su sueño perfecto con el más delicioso tocino…

—Vamos, Billy. ¡Es sábado! ¿Sabes lo que eso significa?

—¡Que no hay escuela! —gritó Billy, levantándose de un salto y olvidando al instante todo pensamiento de sueño.

—Sip, no hay escuela —dijo su mamá, asintiendo. Lo besó en la mejilla y le apartó la melena rubia de la cara.

En su mano había un plato con crujiente tocino ahumado sobre el panecillo más suave y esponjoso, lo cual explicaba el delicioso sueño que había tenido Billy. ¡Su mamá hacía los MEJORES sándwiches de tocino! El secreto eran las salsas roja y marrón: así podías sumergir el panecillo en las dos para mezclarlas y crear una insuperable sensación mágica de sabor.

—¿Sabes qué, mamá? —dijo Billy con una sonrisa, tomando el pan—. Creo que hoy va a ser un buen día.

Billy vivía con su mamá y su papá en un pequeño pueblo en el campo llamado Little Alverton, encima de una taberna llamada El Gigante Verde, que se encontraba en lo alto de la colina que dominaba el pueblo. Todos los fines de semana estaban muy ocupados en la taberna, lo que significaba libertad para Billy y, por lo general, pasaba el tiempo con sus tres mejores amigos del mundo entero: Anna, Andy y Jimmy. Los cuatro siempre habían sido inseparables y hacían todo juntos: salían a pasear en bicicleta, inventaban juegos, pasaban el tiempo por ahí y se divertían mucho.

Billy era quien tenía más tiempo de conocer a Anna y se habían convertido en los mejores amigos desde el primer momento. Anna era intrépida, ferozmente leal y sabía cómo hacer reír a Billy, hasta cuando estaba de muy mal humor. De alguna manera, el simple hecho de estar cerca de Anna hacía que Billy se sintiera más valiente y audaz.

Andy había sido el siguiente en unirse a la pandilla. A Billy le encantaba que Andy siempre fuera él mismo y se sintiera feliz en su pequeño mundo. Andy también era la única persona que Billy conocía que amaba la comida casi tanto como él… ¡aunque el inmenso apetito de su amigo a menudo provocaba desafortunados, y en ocasiones explosivos, efectos colaterales!

Y luego, un par de años atrás, Jimmy se había mudado al pueblo, proveniente de Londres (“un Cockney”,1 se llamaba a sí mismo, aunque los demás no sabían qué significaba eso) y los tres mejores amigos se convirtieron rápidamente en cuatro. Jimmy era enérgico y estaba lleno de vitalidad, pero también estaba seriamente obsesionado con la naturaleza… ¡a tal grado que se había ganado el apodo de Niño Naturaleza! Jimmy había aprendido por su cuenta todo lo que había que saber sobre animales, insectos y plantas, y estaba contentísimo de haber dejado la ciudad de concreto y, por fin, vivir rodeado por la naturaleza.

Les había enseñado a sus amigos un montón de cosas que estaban justo en la puerta de su casa y que ellos ni siquiera habían notado. Jimmy creía que se podía encontrar todo un reino animal bajo cada hoja y rama. Su frase favorita era: “¡Mira más de cerca y presta atención!”. Siempre decía que si hacías eso, podrías descubrir las cosas más asombrosas.

¿Y Billy? Si les preguntabas a sus amigos, te decían que era leal y amable, y que tenía un corazón muy grande. Siempre intentaba ponerse en los zapatos de los demás y entender cómo veían ellos el mundo. A Billy también le ENCANTABAN las herramientas y los aparatos. Cuando no estaba con sus compañeros, solía pasar el tiempo en su casa del árbol tratando de arreglar cosas rotas o de convertirlas en algo nuevo. Tal vez no siempre terminaba consiguiendo exactamente lo que había planeado, pero, aun así, los inventos de Billy siempre parecían útiles.

Debido a la fascinación de Jimmy por la naturaleza, Billy y sus amigos habían convertido en su misión el descubrir la mayor parte posible de su pequeño pueblo. Pero había un área que todavía no habían explorado… el Bosque de la Cascada. Corría a lo largo de los límites del pueblo y se extendía por kilómetros y kilómetros. Nadie iba nunca ahí porque estaba rodeado por un alto muro de piedra que hacía casi imposible entrar y salir. Sin embargo, incluso si ese muro no se hubiera construido, la mayoría de la gente del pueblo habría evitado ese lugar porque durante muchos años se había hablado de sucesos extraños y criaturas peligrosas.

Todas estas historias habían tomado peores matices gracias al viejo Wilfred Revel, cuyo jardín trasero daba al bosque. Día tras día, Wilfred se paraba junto a la reja de su retorcida y destartalada cabaña —la antigua puerta de entrada— y le advertía a la gente que no se alejara demasiado del camino ni se adentrara en el bosque.

En una ocasión, Billy había oído a su mamá y su papá hablando acerca de que Wilfred había perdido algo que amaba hacía mucho tiempo. Billy no estaba seguro de a qué se referían, pero no pudo preguntarles… pues habría tenido que admitir que estaba escuchando a escondidas. Todos los niños (y algunos adultos) del pueblo le tenían miedo a Wilfred, pero a Billy no le asustaba en realidad; simplemente se sentía triste porque el viejo parecía estar muy solo.

Como sea, más o menos un mes antes, había caído una ENORME tormenta, y al día siguiente, mientras paseaba a su perro Conker, Anna había descubierto una entrada secreta por encima del muro. La tormenta había provocado que un viejo olmo se derrumbara, y Anna —que siempre era la primera en lanzarse en cualquier tipo de aventura y que disfrutaba treparse a los árboles (¡casi tanto como ganarles a los chicos en el futbol!)—, no había podido resistirse a investigar. Había encontrado una rama particularmente útil que podías jalar hacia atrás, doblar y encajar mientras subías por ella. Luego, cuando la soltabas, la rama te catapultaba por encima del muro para dejarte caer con suavidad sobre un mullido trozo de musgo.

Anna estaba muy emocionada cuando se lo contó a Billy, Jimmy y Andy, y el sábado siguiente se habían pasado todo el día practicando cómo saltar el muro y cómo regresar de allí. Sin duda, había que tener habilidad para ello, y todos acabaron con bastantes rasguños y moretones. Incluso Andy, con su miedo a las alturas y a los árboles, se las había arreglado para conseguirlo, aunque le costó un poco de trabajo soltarse de la rama una vez que se encontró sobre el muro…

Volver desde el otro lado también había resultado bastante complicado, hasta que Jimmy tuvo la idea de apilar algunas ramas caídas en ese lado del muro para facilitar la salida.

Aquel día no habían ido más lejos, pero ahora que disponían de esta ingeniosa forma de entrar, Billy había decidido que tal vez había llegado el momento de explorar el bosque y averiguar si las historias eran ciertas. Con todo un sábado de libertad por delante, ¡ése era el día de la aventura!

—¿Algún receptor?, aquí Tisanóptero, buscando quién me copie. Cambio —Tscccchhhhh. El walkie-talkie de Billy crepitó con la voz de Jimmy.

Había sido idea de Anna que ahorraran para comprar los walkie-talkie (después de que se habían metido en problemas con sus padres en demasiadas ocasiones porque debían pagar enormes facturas de teléfono), y Billy había encontrado la manera de conectarlos a su antena de televisión para tener más potencia, alcance y claridad.

—Tisanóptero, aquí Hamburguesa Uno —dijo Billy, entre bocados de sándwich de tocino—. Chicos, creo que hoy deberíamos ir al bosque. Pero no sólo ir y volver, ¡vamos a explorar! Cambio.

—¿Y qué hay de todas esas historias de criaturas peligrosas? Debe haber una razón por la que la gente no va allí. Cambio —dijo Jimmy.

—Gata Insolente recibiendo… Acabo de regresar de mi reparto de periódicos —llegó la voz de Anna, claramente sin aliento—. ¡Yo creo que es una gran idea! Cambio.

—Te copio, Gata Insolente —respondió Billy—. Vamos, Tisanóptero, ¡estaremos bien si nos mantenemos juntos! Cambio.

—Pero… Andy está de vacaciones, así que no estaremos todos juntos. Cambio —replicó Jimmy, tratando de escabullirse del plan.

—A él no le importará. Vamos, ¡hagámoslo! Gata Insolente, nos vemos en tu casa en quince minutos y de ahí nos vamos a casa de Tisanóptero. ¡Lleven algo de comer! Cambio y fuera —dijo Billy, despidiéndose antes de que Jimmy pudiera lanzar otra protesta.

Con el plan hecho, Billy se zampó el resto de su pan y corrió a su habitación para prepararse. Llenó la mochila de provisiones extra (para lo cual hizo una parada rápida en la cocina de la taberna, por supuesto, a fin de tomar a escondidas algo de comida para más tarde), antes de correr para tomar su bicicleta BMX.

Era un día soleado y bajó la colina a toda velocidad, alejándose de la taberna y en dirección a la cabaña de Anna, donde ella vivía con su familia adoptiva. Billy iba feliz, haciendo saltos de conejo y caballitos por el camino, cantando a pleno pulmón (aunque, para ser sinceros, lloriqueando sería una mejor descripción) cuando, de la nada, una bolsa de basura medio llena salió volando por los aires y lo golpeó justo en la espalda, tras lo cual quedó cubierto del apestoso jugo de basura. Billy cayó sobre el césped, se raspó las rodillas y se estrelló de cabeza contra un árbol.

A través de una neblina llena de estrellitas, vio un par de grandes botas que se dirigían hacia él y levantó la mirada para encontrar a Bruno Brace, un chico de la escuela que era un conocido bravucón. Sus dientes estaban tan torcidos que debía usar un enorme soporte metálico para alinearlos de nuevo.

—¡Hey! —gritó Bruno—. ¡Deja de pasar con tu estúpida bicicleta delante de mi casa y deja de hacer ese ruido espantoso! ¡Es tan molesto! No vuelvas a pasar jamás por mi puerta, ¿entendido?

—Vamos, Bruno —Billy suspiró mientras Bruno se alzaba sobre él—. Todo el mundo usa este camino, no puedes enojarte conmigo.

—¡Sí. Claro. Que. Puedo! —gruñó Bruno, dándole un empujón a Billy—. Tú eres demasiado feliz. Me exasperas. Piérdete.

Bruno le dio la espalda y se marchó dando fuertes pisotones.

Billy se frotó las rodillas ensangrentadas y doloridas, luego volvió a treparse a su bicicleta y se dirigió a casa de Anna.

—¡Hey, Billy! —dijo Anna cuando su amigo se detuvo frente a ella—. ¿Estás bien? ¡Puaj! Hueles un poco raro. Y pareces un poco triste.

—Estoy bien… Bruno me lanzó una bolsa de basura… y sólo porque pasé por su casa cantando un poco, en mi bici—dijo Billy.

—¡¿Por qué se la pasa molestándote?! ¿Quieres que vaya y lo ponga en su lugar? Yo me encargaré de él —dijo Anna, enfurecida.

—No, olvidemos este asunto y vamos a divertirnos.

—Vamos entonces, Billy —respondió Anna con una sonrisa, dándole un pequeño abrazo.

Los dos salieron a toda velocidad en sus bicicletas y un rato después llegaron a casa de Jimmy. Una casa casi de ensueño en medio del pueblo, que incluso tenía un pequeño arroyo que corría a un costado. Jimmy siempre estaba en el arroyo pescando peces espinosos, salamandras, ranas y todo tipo de cosas maravillosas para estudiarlas después.

Unas semanas antes, la BMX de Jimmy había sido aplastada por un tractor justo afuera de su casa. Con la ayuda de Billy, Jimmy había hecho todo lo posible por arreglarla y le habían puesto las llantas de la bicicleta de carreras de su papá, pero tenía un aspecto ridículo y sólo duró una semana antes de quedar totalmente inservible, tras lo cual Jimmy se había quedado sin bicicleta.

Cuando sus amigos se acercaron, Jimmy se subió a los estribos de la bicicleta de Billy para viajar en la parte de atrás.

Los amigos atravesaron el pueblo; las casas y la gente parecían un manchón borroso mientras pasaban volando por la carretera. Cuando estaban frente a la cabaña de Wilfred Revel, Billy vio al anciano en su puerta, como era su costumbre.

—¡Tengan cuidado! —gritó Wilfred—. No se vayan a meter en problemas…

Los tres amigos se miraron nerviosos entre ellos, y Billy no pudo evitar un suspiro de alivio cuando la voz del anciano se desvaneció a sus espaldas. Sin embargo, cualquier pensamiento de ansiedad sobre lo que podría acechar en el bosque quedó en el olvido en cuanto llegaron al olmo y la emoción por la aventura que les esperaba se activó.

Guardaron las bicicletas en una zanja, fuera de la vista, se subieron a la rama elástica y se catapultaron por encima del muro hacia el bosque.

—Necesitamos seguir el camino de la naturaleza —les dijo Jimmy a sus amigos, mientras se ponía al frente para dirigirlos—. Éste nos llevará a algún lugar sumamente interesante.

—¿El camino de la naturaleza? ¿A qué te refieres con eso? —preguntó Billy—.

—Sí, yo no veo ningún camino, Jimmy —añadió Anna.

—¿Recuerdan lo que siempre digo? ¡Miren más de cerca y presten atención, asquerosas comadreeeeeeeejas! —respondió Jimmy, usando uno de sus dichos favoritos—. ¿Ven ahí, entre la maleza? Hay un montón de pequeños caminos creados por animales que los utilizan una y otra vez. Ésos son los caminos de menor resistencia.

Anna y Billy miraron al suelo y vieron senderos entrelazados que se adentraban en el bosque, hechos por ciervos, conejos y tejones.

—¡Vaya! Tienes razón, ¡mira cuántos hay! Sigamos éste —sugirió Billy. Empezó a avanzar por un desgastado sendero que parecía llamarlos para que lo siguieran.

—Siempre me he preguntado por qué se llama Bosque de la Cascada —dijo Anna mientras caminaban—. Nunca he visto una cascada por aquí, y este bosque es plano como un hotcake.

—Quizá por la misma razón por la que nuestra taberna se llama El Gigante Verde —dijo Billy—. Tan sólo suena bien. La verdad es que nunca he visto un gigante verde… o gigante alguno, para el caso.

No muy lejos, en el bosque, llegaron a un enorme roble viejo y nudoso que tenía una gran cicatriz negra en medio de su tronco.

—¿Cómo pudo haberse quemado así? —se preguntó Billy.

—Fue golpeado por un rayo, pero parece que sucedió hace mucho tiempo —supuso Jimmy—. Creo que se ha mantenido en pie porque es un árbol muy viejo, mira lo ancho que es.

Él se giró hacia el árbol e hizo algo que Anna y Billy no se esperaban…

¡Le dio un fuerte abrazo de oso!

Billy rio.

—¡Jimmy! ¿Qué estás haciendo?

—Tienes que abrazar a un árbol cuando es así de viejo. ¡Es genial! —dijo Jimmy—. Vamos, ¡inténtenlo!

Anna y Billy se miraron y se encogieron de hombros. ¿Por qué no?

Aunque Anna fue la primera, le dio al árbol el más rápido de los abrazos porque se sentía un poco tonta. Pero Billy decidió intentarlo de verdad: se acercó corriendo y saltó con los brazos y las piernas extendidos, para aterrizar en lo alto y apretar al nudoso árbol con todas sus fuerzas.

Entonces, sucedió algo increíblemente extraño. Cuando estaba abrazando al árbol, Billy experimentó una extraña sensación que recorría su cuerpo —como el cosquilleo de la electricidad estática que sientes cuando frotas un globo y hace que tus pelos se paren de punta, o el crujido que percibes en el aire cuando se acerca una tormenta— sólo durante un segundo, y luego había desaparecido. Saltó para bajarse del árbol.

—¿Sintieron eso? —preguntó Billy.

—¿Qué cosa? —respondió Jimmy.

Los amigos de Billy parecían confundidos. Quizás había sido sólo su imaginación.

—Olvídenlo —dijo—. Vamos, debemos seguir.

—¿Sabes qué es raro? —dijo Anna—. Todo este tiempo yo había creído que el Bosque de la Cascada era increíblemente plano, pero ahora que estamos aquí, dentro, de alguna manera parece diferente.

Billy asintió con la cabeza. Él había estado pensando exactamente lo mismo. Habían caminado cerca de media hora después de que dejaron el olmo y, en lugar de seguir por un camino plano y uniforme, se dirigían definitivamente cuesta arriba.

—Sí —coincidió Jimmy—. Tal vez se trate de alguna especie de… ilusión óptica o algo así que hace que desde el exterior no se pueda ver lo escarpado que es el bosque en realidad.

—Mmmm… tal vez… —dijo Billy. ¿Era realmente posible? ¿Las colinas podían ocultarse así a la vista?

Siguieron caminando, la colina se hacía más empinada a cada paso. Finalmente, llegaron a un claro en la cima, de un verde casi irreal, que les ofrecía una vista brillante del bosque que se extendía debajo.

—¿Esa idea tuya de la ilusión óptica explica por qué el bosque también parece mucho más grande ahora que estamos en él? —le preguntó Anna a Jimmy.

—Olvídense de eso —dijo Billy, todos los pensamientos inquietantes habían desaparecido en el momento en que su estómago retumbó para tomar el control—. Este lugar es perfecto para un picnic. ¡Ya debe ser la hora de comer y muero de hambre!

Se sentaron y sacaron sus almuerzos. Durante su incursión matutina en la cocina, Billy había hecho sándwiches con pan fresco esponjoso untado con mantequilla cremosa y relleno de delicioso salmón ahumado. Justo cuando estaba a punto de hincar el diente en uno de ellos, se dio cuenta de que Anna y Jimmy tenían las miradas fijas en él.

—¿Qué es esa cosa rosa? —preguntó Anna.

—Salmón ahumado… lo usamos en la taberna todo el tiempo. ¿Quieres probarlo? —respondió Billy.

—No creo que me guste —Jimmy hizo una mueca.

—Pruébenlo… en verdad, les va a encantar —dijo Billy, mientras arrancaba dos trozos para que sus amigos los probaran.

Anna y Jimmy miraron sus propios sándwiches —con jamón el de Anna y con mermelada el de Jimmy— y decidieron que no tenían nada que perder, así que se metieron los trozos a la boca. Al empezar a masticar, el recelo se convirtió en la más pura alegría cuando el sabor del delicioso pescado ahumado les llenó la boca y grandes sonrisas se dibujaron en sus caras.

—¿Cambiamos? —dijeron ansiosos al mismo tiempo.

—Oh, vamos, chicos, ustedes ya tienen sus sándwiches —contestó Billy.

—¿Por favoooooor? —preguntó Anna con una sonrisa—. ¡Sabes que quieres cambiarlo, Billy! ¡Lo saaaaaaabes!

—Oh, no, Anna… ¡no quiero! —dijo Billy, a sabiendas de lo que estaba por venir.

—¡Sí quieeeeeereeeees! —dijo Anna otra vez, con una risita. Dobló su mano como si fuera el pico de un pájaro y pretendió atacar a Billy, picoteándole el cuello.

—¡Sí quieeeeeereeeees! —canturreó Jimmy, uniéndose con una carcajada y sintiéndose contento de que, por una vez, Billy recibiera el típico picotazo de Anna.

—De acuerdo, de acuerdo… ¡me rindo! Podemos compartir —dijo Billy, pasándoles un poco de su sándwich.

Anna y Jimmy intercambiaron sonrisas de satisfacción y aceptaron agradecidos el ofrecimiento de Billy. Anna estaba por darle una enorme mordida…

—¡Detente! —gritó Billy.

—¿Por qué? —preguntó ella, un poco enfadada.

Billy tomó un trozo de limón de su mochila, abrió el sándwich y lo exprimió sobre el salmón, luego regresó el pan y lo aplastó.

—Ahora pruébalo.

Anna le dio una enorme mordida… la combinación del suave pan blanco, la mantequilla cremosa, el salmón ahumado y el ácido limón fresco era increíble.

—¡Mmm! ¡Está súper delicioso! —exclamó ella. Le gustó tanto que su gigante sonrisa se extendió de oreja a oreja.

Justo en ese momento, se escuchó un fuerte sonido, algo como un zumbido… ¡zuuuuuuummmm!

—¿Qué fue eso? —preguntó Billy, mirando alrededor.

El sonido se escuchó más fuerte… y más cerca.

Anna dejó salir un grito y apuntó al aire. Se había olvidado por completo de la comida.

—¡Miren!… ¡Es una persona d-d-d-diminuta!

—¡Ay, no seas tonta! —se burló Jimmy—. Debe ser una libélula o algún otro insecto.

Billy sintió que algo aterrizó sobre su hombro. Lentamente, giró su cabeza y, en efecto, ahí sentada estaba una persona miniatura… ¡con alas! Billy se quedó atónito.

No podía creer lo que estaba viendo. ¡Seguramente se trataba de un sueño!

—Cierra la boca, jovencito. Me llamo Albahaca, ¿quiénes es y qué hace ustedes en mi bosque? —dijo la criatura con una vocecita de acento cadencioso.

—¡Increíble! ¡Un hada! —dijo Anna asombrada.

—Discúlpame… yo no es un hada, yo es un Duende —dijo Albahaca volando desde el hombro de Billy hacia Anna—. Todo el mundo sabe que las hadas no es reales…ellas es míticas. Pero nosotros, los Duendes, es mágicos.

—Pero los Duendes y la magia tampoco son reales… —dijo Jimmy, aunque tenía que admitir que Albahaca parecía muy real, de hecho.

—Sís, nosotros lo es —resopló Albahaca—. Y éste es nuestro bosque, así que no importa quiénes sea yo. ¿Quiénes es ustedes?

—Soy Billy —dijo Billy—. Y éstos son Anna y Jimmy. Somos niños. Somos niños humanos. No queríamos molestarte. Es que nunca habíamos visto un Duende.

—Yo nunca había visto un homano —admitió Albahaca—. Así que yo entiende que tús esté confundidos.

Billy entonces cayó en la cuenta. ¡Él y sus amigos debían parecerle tan raros a Albahaca como él a ellos!

Billy y Albahaca se miraron de arriba abajo.

—¿Tienes cola? —preguntó Billy.

—No. ¿Y tús? —preguntó Albahaca amablemente.

—No. ¿Y dedos en los pies? —contestó Billy.

Albahaca asintió.

—Sí, dedos en los pies. Seis. ¿Y tús? ¿Tiene alas?

—Diez dedos en los pies, nada de alas —dijo Billy.

—¡Diez dedos en los pies! Eso es asqueroso. ¿Para qué tús necesita tantos? ¿Y cómo tús llama a esto? —preguntó Albahaca con el ceño fruncido, tirando de la camiseta de Billy.

—Ropa —explicó Billy.

—Nosotros, los Duendes, siempre nos vestimos para impresionar… moda de temporada —replicó Albahaca con orgullo, erguido y con las manos en la cadera para mostrar su atuendo, confeccionado con lo mejor que el verano podía ofrecer—. ¿Por qué tús no lleva cosas así?

Billy rio.

—¡No estoy seguro, la verdad! Supongo que es sólo porque somos diferentes a los Duendes, igual que todos los humanos son diferentes entre sí. Anna tiene rizos ondulados, Jimmy tiene rizos apretados, pero yo tengo el pelo alborotado. Y si vieras a papá… ¡él ni siquiera tiene pelo!

—Duendes es también todos diferentes… pero ¿sin pelo? Debe tener mucho frío…

El aire a su alrededor empezó a zumbar y a mecerse y, en pocos segundos, cientos —quizá miles— de Duendes aparecieron en el claro. Jalaron las ropas de los tres amigos para arrastrarlos hacia el interior del bosque.

Billy, Anna y Jimmy se miraron unos a otros, sin saber qué pensar de este giro de los acontecimientos. Parecía el comienzo de una aventura emocionante, pero ¿y si los Duendes no estaban tramando nada bueno? Billy pensó en las historias del pueblo sobre las criaturas peligrosas en el bosque. Seguro que no se trataba de los Duendes, ¿cierto? ¡Parecían tan agradables!

—¿A dónde nos están llevando? —preguntó Billy con una risa nerviosa.

—A nuestra casa —respondió Albahaca—. Tenemos que hablar con la Jefa Mirren sobre sus presencia aquí. Ella es nuestra líder… ella sabrá qué hacer.

Billy, Jimmy y Anna trastabillaron, tropezaron y se agacharon para abrirse paso a través de los árboles, guiados todo el camino por la ráfaga de Duendes. El bosque parecía no tener límites, parecía un mundo completamente distinto. Billy había querido explorar, ¡y vaya que lo estaban haciendo!

De repente, los Duendes dejaron de empujar y tirar.

—Nosotros está aquí —dijo Albahaca.

—¿Dónde? —preguntó Anna.

Billy también estaba confundido. Albahaca había dicho que los estaba llevando a su casa, pero no había señales de ningún tipo de aldea o pueblo.

—Recuerden que deben ver de verdad —dijo Jimmy, mirando fijamente algo en los árboles.

—Tú tiene razón —le dijo Albahaca a Jimmy—. Las mejores cosas están ocultas hasta que tú intentas verlas en verdad.

Billy miró con más atención los árboles que tenían delante y, de pronto, empezó a distinguir las cabañitas más hermosas hechas con pequeños palos, escondidas entre las ramas. A medida que más Duendes salían a recibirlos, las diminutas casas empezaron a brillar con luces y actividad. ¡Era increíble!

—¡Bienvenidosos! —anunció Albahaca por encima de los gritos y chillidos de los duendes, que señalaban a los niños y se maravillaban de su gigantez.

Los niños estaban igual de asombrados por la cantidad de pequeños Duendes que tenían frente a ellos: viejos, jóvenes, algunos con sombrero, otros con botas… toda una comunidad estaba emergiendo de entre los árboles.

Albahaca revoloteaba por aquí, por allá y por acullá, presentando con orgullo a sus nuevos amigos al mayor número posible de miembros de su familia.

—Nosotros necesita traer a la Jefa Mirren para que vea a tús —dijo y voló hasta posarse en el hombro de Billy—. Pero hasta entonces, mientras tús está aquí con el tamaño a su favor, sería poco duendesco no darles un trabajo o tres —les guiñó un ojo y sonrió.

—¡Por supuesto, nos encantaría ayudar! —dijo Billy.

Anna y Jimmy asintieron entusiasmados, igual de ansiosos por ver más de aquel mundo asombrosamente mágico.

Así que los amigos se pusieron manos a la obra.

Billy recolectó grandes ramas y ayudó a despejar la densa maleza, salvando a los Duendes de semanas de trabajo y dolores de espalda. Jimmy ayudó a apuntalar las presas del río con rocas, que para los Duendes eran tan grandes como montañas, mientras que Anna-Sin-Miedo se subió a los árboles para ayudar a recoger las moras más jugosas de las copas. En lugar de recogerlas una a una, ella sacudía las ramas desde lo alto, y los Duendes recogían en sus cestas toda aquella hermosa abundancia de bayas.

—Las mejores bayas solían estar en el valle, junto al río, pero este año no han crecido en absoluto —le dijo Albahaca a Anna, mientras ella se bajaba del árbol para reunirse con sus amigos.

—¿Saben por qué? —preguntó Anna.

—Nosotros no está seguros —dijo Albahaca con un preocupado ceño fruncido—. No es sólo las bayas. Otras frutas y flores tampoco es buenas. Nosotros está tratando de utilizar los alimentos conservados del año pasado para ayudar con los suministros, pero si algo no cambia pronto, habrá problemas en el horizonte. Es como si el Ritmo se hubiera perdido.

—¿Qué es el Ritmo? —preguntó Jimmy.

—El Ritmo es lo más importante de todas las cosas —explicó Albahaca—. Es así como nosotros nos mantiene vivos y en armonía con el bosque. Nosotros puede hacer lo que nosotros quiera y ser lo que nosotros quiera ser, pero sólo si todos desempeña nuestro papel en el Ritmo. Y cada criatura viviente tiene sus propias responsabilidades. Nosotros, los Duendes, tritura la roca de lava y esparce el polvo mineral en el río, para que fluya por la tierra. Y cada año, cuando se inunda, toda esa bondad llega a todas partes. Nosotros, los Duendes, alimenta a la tierra, y la tierra explota de felicidad y gratitud, y a cambio nos cuida a nosotros —se frotó la barriga y dio un grito de alegría—. Entonces, ¿qué hace ustedes tres homanos por el Ritmo? —preguntó.

Se hizo un silencio incómodo mientras los tres amigos se miraban, dándose cuenta de que nunca antes habían pensado en el mundo de esta manera. No estaban seguros de que estuvieran haciendo algo útil.

—Sólo somos niños —dijo Billy—. Nos divertimos y vamos a la escuela… eso se lo dejamos a los adultos, para ser sinceros.

—Ser jovencitos no es excusa —replicó Albahaca—. No importa la edad que tús tenga. Todos debe respetar la tierra, todos y cada uno de nosotros tiene que trabajar juntos para mantener el Ritmo en armonía. Tús necesita tener cuidado, de lo contrario tús acaba como esos Boonas.

—¿Boonas? —preguntó Billy con los ojos muy abiertos.

Conocer un pueblo de Duendes ya era alucinante, pero ¿ahora Albahaca decía que también había otras criaturas mágicas como los Boonas?

—Sí. Los Boonas vive río abajo y siempre es un poco gruñones, ¡pero en los últimos meses se ha vuelto locos! Ellos se está volviendo un poco temibles, para ser honesto, e incluso ellos ha tratado de atrapar Duendes. ¡Ellos dice que quiere comernos! Nosotros debe tener mucho cuidado. La Jefa Mirren dice que nosotros debe estar en alerta duende.

—¡Oh, no! —dijo Jimmy—. Eso no suena bien.

—Yo lo sabe. La parte del Ritmo de los Boonas es recoger setas y esparcir sus esporas por el bosque. Esas esporas se convierte en miles de setas más y descompone cualquier cosa muerta que esté obstruyendo el bosque —Albahaca fingió que se atragantaba y retorció su cuerpo—. A cambio, las esporas ayuda a que surja nueva vida.

Giró sobre sí mismo, dio una patada en el aire y extendió los brazos como una flor que se abre, mientras sonreía ampliamente. Luego, se detuvo y se quedó muy quieto.

—Eso significa que todo vive para siempre porque todos forma parte del Ritmo: no hay principio y no hay fin —susurró.

Billy y sus amigos compartieron una sonrisa. Aquella parecía una forma maravillosa de ver el mundo.

—Pero los Boonas ha dejado de hacer su parte, ¡y eso no es bueno! Y hay más. Parece que otras partes del Ritmo se ha vuelto extrañas: las plantas no está floreciendo cuando debería, no hay tantas abejas, los animales actúa de forma extraña, las cosas muere cuando debería estar floreciendo.