Bisa Bea, Bisa Bel - Ana María Machado - E-Book

Bisa Bea, Bisa Bel E-Book

Ana María Machado

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Beschreibung

Hacer limpieza general puede descubrirnos un mundo. En el cuarto de mi madre -cuenta Bel- había un armario, dentro del armario había un cajón, dentro del cajón había una caja, dentro de la caja había un sobre, dentro del sobre había un montón de retratos, dentro de un retrato estaba Bisa Bea. Y así, de la mano del pasado y del futuro, Bel vivirá su presente.

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ANA MARIA MACHADO

ilustrado por IGNASI BLANCH

traducción de FÁTIMA ANDREU

Primera edición en portugués, 1982 Primera edición en español, 1988 Segunda edición, 1997    Tercera edición, 2012 Primera edición electrónica, 2013

© 1982, Ana Maria Machado, texto Publicado por Salamandra Consultoria Editorial, Río de Janeiro Título original: Bisa Bia, Bisa Bel

© 2012, Ignasi Blanch, ilustraciones

D. R. © 2012, Fondo de Cultura Económica Carretera Picacho-Ajusco, 227; 14738 México, D. F. Empresa certificada ISO 9001:2008

Comentarios y sugerencias:[email protected] Tel. (55) 5227-4672

Se prohíbe la reproducción total o parcial de esta obra, sea cual fuere el medio. Todos los contenidos que se incluyen tales como características tipográficas y de diagramación, textos, gráficos, logotipos, iconos, imágenes, etc., son propiedad exclusiva del Fondo de Cultura Económica y están protegidos por las leyes mexicanas e internacionales del copyright o derecho de autor.

ISBN 978-607-16-1758-3

Hecho en México - Made in Mexico

Índice

En el fondo de una cajita

Empanada cachetona

Tatuaje transparente

Pláticas de antaño

Niñas que silban

Un estornudo y una tragedia

La dueña de la voz misteriosa

Trenza de gente

¿Sabes? Te voy a contar un secreto. Nadie lo sospecha, y es que Bisa Bea vive conmigo.

Nadie sabe nada. Nadie puede verla.

Pueden buscar por toda la casa, pero dudo que la encuentren. Aunque alguien buscara en un rinconcito del cajón, no la encontraría. Tampoco si husmeara debajo del tapete. Ni atrás de la puerta. Si quieren, pueden esperar a que yo esté muy distraída y espiar por el agujero de la cerradura de mi cuarto. ¿Piensan que van a poder ver a Bisa Bea?

No, no podrán…

¿Sabes por qué? Es que Bisa Bea vive conmigo, pero no a mi lado. Bisa Bea vive muy cerca de mí, de veras. Ella vive dentro de mí. Y hasta hace poco tiempo, ni yo misma lo sabía. A decir verdad, ni siquiera sabía que Bisa Bea existía.

En el fondo de una cajita

La primera vez, Bisa Bea estaba muy bien escondida. Sólo apareció a causa de los arreglos de mi mamá.

Mi mamá es graciosa. No tiene esas manías de andar arreglando la casa como muchas mamás de otros niños; a veces va dejando las cosas medio regadas por la casa, un poco fuera de lugar, y cuando necesita alguna cosa vuelve locos a todos, revolviendo por allí y por acá. De vez en cuando sin embargo, se preocupa. Da un arreglo general, como ella dice. Arregla, arregla, arregla, dos, tres días seguidos. Pone todo en su lugar, rompe papeles, separa la ropa vieja que ya no usa y encuentra un montón de cosas que estaban perdidas, tira a la basura las revistas, nos da un montón de papeles para que nosotros los usemos en la clase de arte de la escuela. Y siempre tiene sorpresas para mí —como un collar todo colorido y brillante que un día encontró y me dio para jugar.

Pues fue en uno de estos arreglos, cuando mi mamá hacía limpieza general, que pude conocer a Bisa Bea. Hasta parecía la historia de la vida del gigante que mi tía cuenta. ¿Sabes aquella historia que dice así: dentro del mar había una piedra, dentro de la piedra había un huevo, dentro del huevo había una vela y quien soplara la vela mataba al gigante? Claro que no había ningún gigante en el arreglo general de mi mamá. Ni huevo. Pero había una vela color de rosa, del pastel de cuando cumplí un año y que ella guardaba de recuerdo, dentro de un zapatito viejo de bebé que usé cuando yo era pequeñita. Me acordé de la historia del gigante porque podríamos contar la historia de Bisa Bea de este modo: dentro del cuarto de mi mamá había un armario, dentro del armario había un cajón, dentro del cajón había una caja, dentro de la caja había un sobre, dentro del sobre había un montón de retratos, dentro de un retrato estaba Bisa Bea.

Al principio yo no lo sabía. Llegué de la escuela y vi la puerta del cuarto abierta, la puerta del armario abierta, el cajón abierto y mi mamá sentada en el piso, descalza, toda despeinada, con una caja cerrada en la mano. Le di un beso y miré la caja. Era la cosa más linda del mundo, toda de madera, pero de madera de colores diferentes, unos más claros, otros más oscuros, formando un dibujo, un paisaje, donde había una colina, una casita, un pino y unas nubes en el cielo. Entonces mi mamá abrió la caja y sacó de adentro, de mero abajo, un sobre de papel pardo, viejo y medio arrugado.

—¿Qué tienes ahí dentro, mamá?

—Ya ni me acuerdo, hija. Vamos a ver.

—Debe haber muchas cosas, pues el sobre está bien gordito.

Y así era. Un montón de retratos. Había uno de unas personas serias en una plaza. Había otro de una familia entera, con muchos niños y hasta un perrito, debajo de la estatua del Cristo Redentor. Había otra más, de una niña con dos moños hechos de listones en la cabeza, en medio de una planta extraña, una especie de arbusto en forma de camello, imagínate. Me quedé impresionada.

—Mamá, ¿cómo puede una planta parecerse a un animal?

—Es que antes estaba de moda que se cortaran los arbustos de esa forma: unos redonditos, otros en forma de sillón, otros con forma de animal. Era en la Plaza París, un lugar con un laguito y una fuente que por las noches se iluminaba llena de colores. Parecía un globo de agua iluminado en el piso.

—¿Cómo sabes todo eso?

—Pues porque me acuerdo, hija. Esa niña de allí soy yo.

—No es posible. Estás bromeando…

Yo miraba a mi mamá y la foto de la niña, me parecía gracioso: mi mamá niña, jugando con el cuello de un camello, pensando en un globo de agua. Y era medio raro verla grande, allí frente a mí, sentada en el piso, explicando cosas, toda animada:

—Viajábamos en tranvía, era divertido, fresco, todo abierto. A veces tenía remolque. Cuando pagábamos el pasaje, el despachador jalaba una cuerdita y tocaba una campanita. Entonces se cambiaba el número de una especie de reloj que quedaba en lo alto y marcaba cuántas personas iban en el tranvía.

Yo imaginaba cómo sería aquello. Sabía que el tranvía era una especie de tren de ciudad, ya lo había visto en una película en la televisión, pero quería saber más.

—Y cuando el despachador jalaba la cuerdita, ¿no tenía que soltar el control del motor? ¿No era peligroso?

A mi mamá le hizo gracia mi pregunta.

—¡No, qué idea! El tranvía era la cosa menos peligrosa del mundo. Y el despachador no tenía nada que ver con el motor, él sólo cobraba. Quien manejaba era el conductor…

Nosotras estábamos platicando y mirando los retratos; de repente vi uno que era la cosa más linda que puedas imaginar. Para empezar, no era cuadrado ni rectangular, como los retratos que uno siempre ve. Era medio redondo, alargado. Oval —mamá me explicó después—, en forma de huevo. Y no era en colores, ni en blanco y negro. Era marrón y beige claro. Mamá me dijo que ese color de retrato viejo se llama sepia. Y no estaba suelto, como las fotos que uno toma y va a buscar después a la tienda, en un álbum pequeño o dentro de un sobre. Nada de eso. Ese retrato oval y sepia estaba montado en un cartón duro y gris, todo adornado de flores y lazos de papel, sólo que realzado, como si el cartón estuviera medio hinchado en ese lugar —se sentía rico pasar el dedo por el cartón realzado—. Y dentro de todo eso estaba lo mejor: una niñita linda, de cabello lleno de bucles, con un vestido claro adornado con cintas y pasamanería; en una de sus manitas tenía una muñeca con sombrero, y en la otra, una especie de rueda de bicicleta suelta, sin bicicleta, ni rayos ni pedal, no sé, una cosa parecida a un círculo de metal.

—Ay, ma, ¿me das esa muñequita…?

—No es una muñeca, hija, es un retrato de la abuela Beatriz.

—¿Cómo? A esa abuela yo no la conozco. Sólo conozco a la abuela Dina y a la abuela Ester. ¿Hay más, ma?

—Sí, hay otra que era mi abuela. La abuela Beatriz. Tu bisabuela…

—Mi bisabuela Beatriz…

Me quedé mirando el retrato y luego vi que no podía llamar bisabuela Beatriz a aquella niña graciosa con carita de muñeca. No tenía ninguna cara de bisabuela. Nada más de verla daban ganas de jugar con ella.