Bodoque - Federico Girón - E-Book

Bodoque E-Book

Federico Girón

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Beschreibung

A Marité y León les surge la posibilidad de viajar a una zona turística. Es verano y unos días cerca del mar, con hospedaje y comida gratis, no parece mala idea. Pero nada resulta como imaginaban. Lo que suponían iba a ser atender a Luisa, una señora mayor con un esguince de tobillo, no solo se extiende por varias semanas, sino que además la casa, la mujer y todo lo que la rodea, empieza a resultar amenazador y cargado de misterio. La extraña convivencia pondrá de manifiesto facetas desconocidas de León y avivará sospechas sobre Luisa, esa mujer excéntrica que vive en la opulencia y que aparece en sus vidas como un escollo o "Bodoque" y que pone en evidencia la crisis en la que están inmersos. Desdibujados los límites entre realidad y sugestión, la experiencia resultará perturbadora para todos.

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Ähnliche


Federico Girón

BODOQUE

Girón, Federico

Bodoque / Federico Girón. - 1a ed. - Ituzaingó : Cienflores , 2021.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-4039-50-7

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas de Suspenso. I. Título.

CDD A863

Editorial Cienflores

Lavalle 252 (B1714FXB), Ituzaingó, Provincia de Buenos Aires.

Tel: +54-011-2063-7822 / email: [email protected]

Queda hecho el depósito que previene la ley 11.723.

Director editorial: Maximiliano Thibaut.

Arte y fotografía de tapa: Juan Augusto Girón / www.gironfotografias.com.ar

Diseño y diagramación: Soledad De Battista.

Impreso en la Argentina

Ninguna parte de esta obra puede ser reproducida o transmitida en cualquier forma o por cualquier medio electrónico o mecánico, incluyendo fotocopiado, grabación o cualquier otro sistema de archivo y recuperación de información, sin el previo permiso por escrito de los editores.

Índice

Un verano

Juego de niño

Saltar, huir o entregarse

Pajerito

Muriel

Cámaras

Doctora Bodoque

La llegada

Vieja puta

En la playa

Ojos bien abiertos

Ropa sucia

A propósito del etcétera

A lo Dupin

Nené

Un ritual

El tema de los Gatos

Enferma

Bake

Encontrar la zanahoria

El bosque de pinos

Mamá

Of course

Detenida

Facesitting

Ternurita de Ken

Rara

Carpa gourmet

Vergüenza

Fantasmas

Pasadizos

Abismo

Irse

Sé todo, León

Robo

Ordenate

Vidrios esmerilados

Epílogo

El mar cargó un soplo espeso y ardiente.

Me pareció que el cielo se abría en toda su extensión

para dejar que lloviera fuego.

“El extranjero”

Albert Camus

Un verano

Ahora que lo pienso, nunca supe cómo se esguinzó el tobillo el Bodoque. ¿Importa? Imagino que no, ya irás viendo Marité. Ahora ordenate.

La propuesta aparece el 2 o el 3 de enero.

Es y promete continuar siendo un verano cargado de dificultades: no tenemos un mango, estamos atrasados en las cuotas de un par de deudas, el calor promedia los 35 grados, además soy docente (estoy en el receso de verano) y León, mi marido, está sin un trabajo estable hace más de medio año (qué medio año, Marité, mucho más, una eternidad), lo que implica que nos crucemos por la casa con más frecuencia de lo recomendable.

Estamos a punto de colapsar como pareja, cónyuges, familia, o lo que a esta altura seamos con León, a punto de trastornarnos en todos los sentidos, lo presiento. No tenemos hijos y esto, por más que haya quienes crean lo contrario, lo tomo como un atenuante, una válvula aliviadora de presión; creo que de tener una o más criaturas en medio de esta crisis, la casa ya hubiera implosionado con nosotros dentro. Es que todo empeoró mucho a partir de mediados de diciembre con el intervalo escolar. Verlo desmoralizado, echado en el sofá mirando tele me crispa los nervios, ya no sé qué hacer para motivarlo. Tampoco estoy segura de si León se quiere motivar con algo. El último tiempo estuvo remiseando algunas tardes (no es remis, es Uber, me aclaró) — yo le anticipé que no era buena idea desgastar el auto por migajas, que era un arma de doble filo— y como era de esperar le hizo mierda algo en el tren delantero o no sé qué cosa de los extremos y hasta nombró algo tan raro como los cáliper de no sé qué garcha. Ahora tengo que esperar a cobrar mi sueldo para repararlo, ya no podemos pedir plata prestada.

Veo una luz de alarma, o mejor dicho aparece una alarma cargada de oscuridad todas las mañanas cuando veo mis ojeras en el espejo. Estamos encallados, un estancamiento que pareciera no tener salida. A veces tengo ganas de gritarle, algo, cualquier cosa, un “andá a cortar pasto por las casas”, un “ponete a vender turrones en la esquina de la plaza, León, hacé algo la reputa madre…”, no sé, tampoco quiero humillarlo, se siente inútil, está deprimido, eso dice hasta mi mamá que lo detesta. León era vendedor y visitaba comercios por todo el país, pero las ventas fueron cayendo hasta desplomarse y la empresa para la que trabajaba necesitó quitárselo de encima. León me lleva doce años, tiene 48 y a veces dice que está aniquilado, que el sistema lo expulsó, que ya nadie le va a dar trabajo a su edad, como le pasó a su padre cuando él era chico — lo mató el mercado, lo oí decir alguna vez al referirse a su muerte prematura—, y ahora, tantos años después le toca a él ser uno de los fusibles de un sistema al que él describe como cíclico. No sé para qué cuento esto, o sí, quizá quiera humanizarlo, contextualizar y engañarme un poco, justificar su estado de vulnerabilidad o simplemente intentar explicarme por qué sucede todo lo que termina sucediendo este verano.

Pero, ordenate Marité, veamos: la cosa comienza con el matutino y usual llamado telefónico de mamá en una de esas fatídicas y complejas mañanas — las madres siempre están en los albores de todo—. Sí, mamá es la que aproxima los engranajes de las maquinarias, hasta ese momento distantes, para que tanteen sus dientes, se acomoden y comiencen a girar; diría ahora, conociendo el desenlace, tan bien aceitados y a perfecto ritmo sincopado, que sospecho, o estoy casi segura de que Luisa — el Bodoque la apoda León casi desde un comienzo—, con la información que le proporciona mi madre, es la artífice principal del plan. No estás segura de esto Marité, por ahora sería más atinado decir que las dos se intercambian favores. Cuáles, está por verse.

Ordenate. El llamado de mamá. Primero lo desestimo por completo, como casi todo lo que emane de mi madre a esa hora de la mañana:

—Mamá, estoy limpiando la casa y me venís a hablar de una Luisa que no tengo ni reputa idea de quién es… ¡decís que la vaya a buscar!, no entiendo.

—Porque no te acordás, eras chica — me tiene una paciencia inmensa—, ella sí se acuerda de vos, Luisa…

—Tengo que cortar, quiero mandar a León a que haga unas compras.

—Ah, mirá… y qué andás necesitando porque yo tengo que ir al almacén y...

—Nada mamá— la corto, tajante; hay días que no tolero esa predisposición de madre a la cooperación sin reparos con su descendencia—. Quiero que salga de mi vista por lo menos un rato, eso quiero — digo subiendo un poco la voz para que León me escuche, aunque sé que es al pedo, está en el cuarto contiguo abstraído en su mundo. El estudio le decimos, su guarida para mí. Tiene repisas con muñequitos de Dragon Ball, cuadros con fotos del Chavo, un poster de Volver al futuro, videos en VHS, películas en DVD, aparatos que reproducen esas antigüedades y la tele conectada a un centro musical. Ah, cómo olvidarme de la computadora con su juego de Pac-Man siempre abierto y en pausa, listo para entrenar (?) cuando lo crea necesario, cuando sienta que sus reflejos puedan estar involucionando. Juega torneos online. De Pac-Man, sí. Sin palabras. Ahora mira un partido de fútbol, una liga del orto de no sé qué país también del orto. Hace un calor del infierno adentro y afuera de la casa y antes del llamado de mamá, evaluaba, o fantaseaba con ponerme frente al televisor y decirle a León que me cogiera o que se mandara a mudar, o las dos cosas juntas. Ah, y que me quería separar.

—Justamente: León. A eso iba este cuento, Marité — pone tono de psicóloga superada. Hija de puta. Hay días, mami, en que te ahorcaría con mis propias manos.

—Mamá, ¿qué cuento?, todavía tengo las tripas revueltas del vitel toné de año nuevo, no quiero complicarme más, además, si se entera de que hablo de él con vos se enferma.

—Es que no me oís, Marité, todo esto que vengo hablando con Luisa hace unos días derivó en que me cuenta que está con un esguince en el tobillo y no puede manejar — mamá está entusiasmadísima, eso me preocupa—. Te dije que ella vive medio año en la costa y medio año acá, tiene un buen pasar y desde que enviudó hace unos años…

—Eso ya me lo contaste.

—Por eso, necesita venir en veinte días a firmar unos papeles de unas propiedades, sin falta, se vencen sellados o algo así, esas cosas, trámites, y hablando se me ocurrió que podrían buscarla ustedes.

—Estás en pedo mamá— me sale del alma—, mi vida es un desorden y me postulás para que le resuelva la vida a alguien que ni conozco— casi grito.

—La concés, hijita, te conoce. ¡Cuántas veces me oíste hablar de Luisa!

—Nunca. Que se tome un micro, por dios.

—No puede tomar un micro, le cuesta caminar, casi no camina, tiene el tobillo hecho una morcilla y tiene que traer sus cosas, valijas, su auto, porque ya se quedaría unos meses en su casa de acá, ¿entendés?

—No. Nada. Me contaste que hace como 10 años que no la ves y…

—Pero cada tanto nos hablamos, trabajamos juntas durante años en educación, cuando yo todavía era vice directora…

—Otra docente en mi camino, lo que me faltaba mamá, me pego un tiro en la concha.

—Qué ordinaria que sos. Igual a tu padre, no sé de qué me extraño. Una cloaca sos.

—Que dios lo tenga en la gloria, dale, decilo— digo provocadora—, así no queda ninguno de tus latiguillos por decir esta mañana.

—Oíme, no seas pelotuda— mamá me dice ordinaria y pelotuda casi en la misma frase, viniendo de una docente de la vieja escuela da indicios de que voy por buen camino—, tiene un departamento hermoso frente al mar, a una cuadra de la playa y…

— Ya me lo dijiste también.

—No te hablo más. Pensalo con el holgazán de tu marido — le brota el veneno, juro que le partiría la cabeza con una pala como hizo Norman Bates; no me jode por León, que bien podría valerle ser catalogado de vago de mierda, más bien me irrita la intencionalidad de mamá que quiere evidenciar mi falla al elegir pareja, y lo que es peor, que use la palabra: “holgazán”—, quizá le hace bien, se le despejan los fantasmas, las excusas para no ponerse los pantalones como Dios manda— hace un silencio, la oigo tragar, toma aire, y sí, la hiel es amarga—. Además son unos días y quizá vienen renovados los dos. Luisa encantada, ya está hablado. ¿Tan mal estuve? Se me ocurrió porque como ustedes no tienen chicos.

Om, om, om… Tomá aire, Marité. Infaltable el otro vértice de conflicto con el que mamá goza sacándolo a flote periódicamente.

—Claro, como somos subnormales que no tenemos chicos, entonces podemos ocuparnos de lisiados desconocidos que imagino tampoco tienen hijos y que necesitan que los acompañen a cagar.

La oigo suspirar. Ni por asomo me hago una idea de todo lo que retiene y esconde esa pausa. Ni quiero.

—Sos insufrible cuando te ponés negativa, te contagiaste de tu marido. Estás a tiempo todavía, Marité, sos joven y…

—¿A tiempo de qué?— me oigo indignada.

—A tiempo de mirar la vida desde otra perspectiva… — mamá es especialista en ser evasiva y dar en el clavo, en decir lo que quiere decir sin ser específica—. No nena, no los trato de anormales, lo digo porque es ideal para Luisa, ella es medio huraña, viste, no tuvo hijos tampoco, no tiene nietos, ¿entendés?... y me dijo, pero sí, claro, me vendría bárbaro, deciles que se vengan unos días antes y disfrutan.

—Claro, ahora entiendo todo. Le damos una mano y de paso me hacés ver en el espejo de una maestra jubilada, viuda, sin hijos, más sola que la mierda, resentida, llena de manías y seguro loca como una cabra.

—Sos conchuda Marité. Mirá las palabrotas que me hacés decir.

—Ni idea mamá, no puedo pensar ahora.

Arriesgo que no se le ocurre a ella, que es Luisa (el Bodoque) la que fuerza su ocurrencia y mamá, para nada inocente, casi que nos entrega con moño. No digo que Luisa tuviera todo el plan diagramado, pero con lo que fui enterándome después, está claro que el cubilete y los dados los eligió ella.

La cosa es que apenas corto me hago un café, me siento en una banqueta y con el sonido que llega del partido de fútbol que mira León, empiezo a fantasear y me veo en una reposera frente al mar, tostándome, relajada y lejos de la mierda pantanosa del comienzo de enero que me rodea. Unos días con hospedaje gratis, me digo, darle una mano a una vieja es una tarifa baja, después es cuestión de pagar la nafta y unos peajes y después ratonear, cocinar en la casa de Luisa como acá, no salir de compras, no gastar en boludeces, sí, con León en eso somos especialistas...

Me pongo de pie y voy hasta donde está León.

—Nos vamos a la playa—le digo.

Me mira con cara de imbécil, está con su taza térmica de Pac-man que le regalé para su cumpleaños a punto de llevársela a los labios. Parece no haberme oído, todavía tiene el partido jugándose en su cabeza. Le repito lo de la playa. Se lo explico brevemente a título informativo, para que comprenda que no hay espacio para la disertación. Arquea las cejas, asiente dubitativo con la cabeza y dice que si me parece bien, para él también y vuelve la vista a la televisión. Voy a nuestro cuarto y empiezo a preparar los bolsos.

Juego de niño

León sale del baño. Está en pantuflas y calzoncillos. Tiene mala cara, de descompuesto, de no sentirse bien. Pareciera que dudara antes de entrar al cuarto de Luisa, pero se manda y mira todo en detalle. Todo, la cama, el vestidor, la mesa de luz, los siete gatos embalsamados que tiene la vieja sobre la cómoda (a uno se le acerca para estudiarle uno de los ojos, se lo toca, a dos o tres les huele el pelaje y hace un mohín raro y queda pensativo). Abre el primer cajón de una cómoda y saca algunas prendas. Las vuelve a doblar, revisa cuidadoso su interior un momento. Saca un revólver y lo mira de cerca, corre el tambor para el costado y parece mirar los agujeros donde van las balas. No llego a distinguir si está cargado. Apunta en varias direcciones cerrando un ojo, como en las películas viejas, con cara de niño que juega a los cowboys o a los super agentes. Lo guarda otra vez dentro del cajón; antes de cerrarlo, meticuloso, parece revisar que todo haya quedado en su lugar. Va hasta la mesa de luz y también abre los cajones. Del segundo saca una bombacha, la estira y la pone frente a su cara. Después la huele en distintas zonas. Se acaricia por encima del calzoncillo.

Saltar, huir o entregarse

Está hasta las manos, hasta el cuello. León. Eso siente, que está al borde de un colapso nervioso. Quizá vos también, Marité, estés hasta las pelotas. Claro que como me fui del departamento hace unos minutos y ya salí del edificio, si bien estoy nerviosa y no tengo un buen pálpito, el aire de mar me oxigena un poco y no puedo tomar verdadera dimensión de lo que pueda llegar a ocurrir ahí dentro, en ese clima denso del que me obligaron a irme.

Tiene poco tiempo, con suerte unos minutos para decidir qué hacer: saltar, huir o entregarse. Me cuesta ubicar a León en alguna de estas situaciones. No lo veo ni como un suicida, tampoco asumiéndose como prófugo y menos con ropa de preso. Me resulta un disparate. Todo. La cuestión es que en alguna de estas tres cosas deberá convertirse.

No comprende cómo llega hasta ahí, o sí, sin embargo el recorrido linda con el absurdo, lo estúpido, lo promiscuo, una embolia de sucesos le obturan cualquier posibilidad de análisis coherente. ¿En qué momento se salteó los detalles que lo hicieran al menos sospechar que Luisa (el Bodoque) lo estaba llevando a la ruina? ¿Cómo no advertir a tiempo ese costado perverso? Qué imbécil, con su devoción por abrir cajones y armarios, por inspeccionar y recorrer en soledad intimidades ajenas como un detective del morbo… y de nada, León, te sirvió tu avidez por descubrir secretos bajo llave (¿de quién hablás, Marité?, ¿de vos o de León?). Lo veo y… el modo en que se inunda de placer, ah, me crispa los nervios recordarlo, me asquea. Forro, pajero. ¿Me pregunto cómo pude aguantarlo, cómo me dejé contaminar por toda esa mierda y guardar el secreto? Vamos Marité, hacete cargo, te causó placer también, ¿o no? Sí, entraste en la lógica de Luisa. Bodoque de mierda. Y en la lógica de León, te gustó hacerte la Auguste Dupin y poner en práctica ese teorema que repetiste a tus alumnos de colegio hasta el cansancio en clase: algo se desconoce, algo se busca, algo se encuentra, algo es restituido, pero nunca es ese algo, es otra cosa. Y León, eso, no te disperses, estás en que León es el que ahora tiene que decidir, porque no tiene escapatoria… tan asquerosamente pajerito, me da náuseas, casi que lo veo otra vez, con toda esa minuciosidad felina puesta en recorrer y revolver una casa ajena y silenciosa, rozando objetos, manoseándose y oliendo ropa. ¿Qué clase de tipo tenías al lado?

Concentrate. Ya sé que te faltan estas imágenes, igual no puede ser tan difícil.

Ahora León está frente al Bodoque, que al borde del balcón lo desafía, quebrada, enloquecida, tambaleante, falopeada seguro también. Adjetivá más Marité, sí, pongamos también lacrimógena, y no te olvides del vaso de whisky en una mano — te lo dijo León—, y menos del arma en la otra — el arma sí la viste vos antes de que Luisa te ordenara que te fueras—. Una Isabel Sarli dolida de traición, que exagera hasta el límite las emociones para que, si bien se corre el riesgo de que generen lo contrario, se vean más intensas y dramáticas, ayudadas por el viento del océano que despeina con ráfagas frescas por la espalda y le envuelve y cubre la cara, mete mechones dentro de su boca y la transforma, al final, en algo grotesco…Y siniestro, claro, si además uno se detiene en el revólver con el que apunta a León.

¿Cómo entender que se te escapara ese detalle, León?, el principal: cámaras de seguridad. Una locura impensada, cierto, León, una locura, pero el trabajo lo había hecho un profesional, cosa que vos nunca fuiste. Bien estúpido estuviste por no darme bola cuando te decía que oía ruidos detrás de las paredes, algo rechinaba, pasos, algo se movía desde las sombras de escondites secretos, pasadizos, que ese departamento no estaba nada bien, que todo era raro ahí… Hubieras estado más atento si no te lo hubieras tomado en joda. Esta podría ser una respuesta válida a todas las preguntas que te hacés. Un profesional no subestima a nadie ni ningún detalle si está por hacer algo que debe ser un secreto y… además, ¿cómo el Bodoque se iba a desestabilizar de esta forma? Esto sí que ni yo me lo explico.

— Sos un cínico, una porquería… Apurate entonces, usala para escapar, es bastante más de lo que te prometí que te iba a pagar— eso le dice el Bodoque refiriéndose al dinero—, o entregate, es una de dos…

Lo imagino como una película, una pésima película, melodrama y suspenso berreta, en algo parecida también a las setentosas de agentes secretos o de terror que le gustaba ver León los sábados a la noche, de vampiros… Sí, el Bodoque bien podría representar un modo de vampirismo. También se me ocurre ahora que todo esto, si trasciende, podría terminar en un libro y posteriormente en una película, malos los dos, de esos productos chotos que impactan al menos en el final porque dicen “basada en un hecho real” y que agregan antes del listado del reparto, fechas, lugares y datos de lo acontecido a los protagonistas después de lo narrado. Quizá me toque confeccionar ese texto del futuro de los involucrados, además de ser uno de los personajes protagónicos. Marité enloquece y pierde a su mejor amiga. La madre es cómplice, partícipe necesario. El Bodoque deja una suculenta herencia a un sobrino lejano que nunca frecuentó. León pasa el resto de su vida… No te adelantes, Marité, estás diciendo boludeces, sin entender no hay chances, no quieras condenar sin juicio previo, además, te falta recopilar piezas, es lo que siempre le enseñaste a tus alumnos: después de haber leído el libro completo, la historia recomienza y se resignifica.

—Tengo la guita en el auto, Luisa, perdóname, me equivoqué, no sé, me dejé llevar… bajo, te la traigo y esto se resuelve, tranquila— intenta contenerla él.

—No hay solución…te dije dos opciones y me equivoqué. Tenés una tercera León… ¿en el auto dijiste?

—Sí, debajo de la rueda de auxilio. Ya bajo, calmate por favor.

—¡Qué imbécil que sos!, en una de esas ya te la robaron.

—Por favor, quédate quieta Luisa, estás muy al borde…

—La tercera opción es seguirme.

—¿Qué decís, por dios? No jodas más.

—Te ahorrás el calvario León, eso te propongo, si tenés pelotas…— lo desafía por última vez el Bodoque.

Entonces: saltar, huir o entregarse.

Pajerito

Revuelve el tercer cajón de la mesa de luz hasta que su mano reaparece sosteniendo un consolador. Se sienta en la cama y lo sacude, sonriente lo ve temblar, gelatinoso. Se toca otra vez por encima del calzoncillo y, ay León, no, pero sí, se lo baja y hace aparecer su verga parada. Pone el consolador junto a su pito, lo pone a competir en tamaño como buen orangután que es y vuelve a reírse; el mismo gesto alegre con el que festeja los recontra sabidos latiguillos y gag del Chavo del 8. Cómo le gusta el Chavo. Me pregunto dónde se conjugan o en qué momento se bifurcan estos dos Leones: uno, este con capacidad de repetir una y otra vez el asombro y la lealtad de un niño con su programa favorito, y el otro, este adulto con tinte adolescente que ahora se muerde los labios y que empieza a frotarse con velocidad hasta que se detiene. No sé, Marité. Quizá para evitar presenciar estas conductas fue que no quisiste tener un hijo. Se sube el slip y vuelve a guardar el consolador, toma una bombacha, empuja el cajón con suavidad y se pone de pie. Antes de salir del dormitorio se detiene frente a uno de los gatos embalsamados que hay sobre la cómoda. Son siete, Luisa ya nos contó algo de la historia conmovedora que envuelve a esas felinas alimañas en estado de monstruosa quietud permanente. León, como ya vi en otra oportunidad, fija sus ojos en el animal, elije el del medio — el que me da más impresión, la última de las mascotas según nos contó el Bodoque que tuvo con su marido—, parece fascinado, le acaricia el lomo unas tres o cuatro veces, me impresiona, me cuesta tolerar la transformación de su cara a un gesto de éxtasis al frotar entre sus yemas el pelo erizado de angora de Abraxas. Se llama así, o se llamaba. Luisa habla en presente de sus gatos, dice peinarlos y pasarle no sé qué producto para conservar intactos su pelaje y sus rasgos; la oí indicarle a Nené — imagino que se lo repite desde hace años al menos semanalmente— que tenga mucho cuidado con sus gatitos al limpiar su cuarto, que recuerde no tocarlos, que de su mantenimiento se encarga ella. Había que mantenerlos, como a un bonsái, a una casa o a un hijo y recuerdo que me impactó esta idea de mantener algo vivo en lo ya muerto, hasta recordé a mamá yendo al cementerio a “ver a sus padres”, así decía, “visitarlos”. Pensé en cómo a veces nos esforzamos en mantener la vida o más bien la muerte intacta, sin permitirnos pensar o aceptar la degradación y el próspero puente que de ella surge; mamá cambiando flores, quitándole el polvo y las telas de araña a la lápida, renovando las fotos dentro del marco del nicho… sí, los cementerios son otra forma de embalsamar nuestros muertos, un intento por embalsamar nuestro pasado y nuestra vida. Pero te vas al carajo, Marité, más adelante regresás con la historia de los gatos embalsamados del Bodoque, ahora ocúpate de León que sin abandonar la caricia en el lomo de Abraxas mira a uno por uno, encantado y como si estuviera frente a un tesoro millonario. Gatos embalsamados. Son siete. Ya lo dijiste, Marité. De no creer. Abraxas en el medio y tres a cada uno de sus lados, ¿tendría alguna importancia este número?, quiero decir algo significativo para el Bodoque o en su momento para su marido. Okey, vuelvo a León: pareciera estar en trance, imantado, atraído por algo poderoso e invisible que emana de esos bichos en estado de turbadora quietud, hasta que tiene una reacción brusca, da un paso hacia atrás, como repelido y con la bombacha que tiene en una de sus manos, a modo de defensa, le da una especie de latigazo a la cara de Abraxas, el gato que estuvo acariciando y sin más, sonriente, lo toma con las dos manos (casi me muero del asco al verlo) y sale al pasillo. La gente parece chiflada cuando está sola.

Entra al baño, apoya el gato dentro del bidet y cierra la puerta con traba. Se baja los calzoncillos, toma asiento en el inodoro y se la envuelve con la bombacha. La garcha, sí, está bien así, Marité. Yo sé que te cuesta escribir “garcha”, incluso tanto como haberlo visto, pero es tu voz, no la de la profesora frente a los alumnos leyendo un capítulo de Mi planta de naranja lima para emocionarlos, sos vos la que narra, no te confundas, a vos en privado te gusta decir garcha, “León, este mate que hiciste es una garcha”… Además esto que escribís, aunque no es más que un borrador para entender y ordenarte, es una buena práctica, digamos literaria, y “garcha” es mejor porque no repetís; ya pusiste pito y verga. Un pito parado es verga o garcha, Marité. Pito, pitulín es más de la generación de mamá, tiene un sonido que intenta resguardar un pudor al que quiero mantener lejos. Una profe de Lengua debe hacer uso de los sinónimos y punto, sino búscate otra historia o poné a otra mujer de protagonista.

León, okey. Sí, León se huele los dedos con los que tocó al gato embalsamado, muerto... No puedo creerlo. ¿Es un perverso o será por el olor del producto con que los embadurna la vieja? Las dos cosas. A las pruebas me remito: se reclina hasta apoyar su espalda en la mochila de la descarga del inodoro, cierra los ojos y comienza a machacarse sin pausa. ¿Por qué, León?, si cogimos ayer, a lo sumo antes de ayer, te hice mantenimiento como el Bodoque a los gatos, qué necesidad… Eso, el gato, León, mientras se pajea, con la mano libre lo acaricia y el bicho ahí, inerte, inconmovible dentro del bidet en su estado de dureza y resequedad interior infringida por, me imagino barnices o alcoholes usados por expertos taxidermistas. ¿Estoy frente a un caso de zoofilia o necrofilia? Dejá de hacer preguntas pelotudas, Marité.

Por supuesto llega ese momento en que entreabre los ojos, casi que se le ponen en blanco, los párpados se le vencen temblorosos. Tenso se retuerce en un espasmo, la mano libre se contrae y cierra sobre el pelaje tupido de Abraxas y lo levanta en el aire; por la bombacha, prematuro, aparece chorreando un gotón espeso de semen, hasta que rápidamente aparta la prenda y se pone de pie sin soltar el gato y tras unos gemidos ahogados, dispara sobre el lomo de Abraxas dos o tres disparos de guasca.

Buena puntería, León. Sos repugnante.

Se limpia el pito con cuidado (sí, ahora es pito porque lo tiene arrugado, una cabeza de tortuga anciana y convaleciente), con la dedicación de quién cambia el pañal a un bebé… ¿por qué esta comparación tan desagradable, Marité? Sí, es la voz de mamá que surge de mi interior y me cuestiona. Lo mismo hace con el gato, intenta emprolijarlo, sólo que ahí la cosa queda medio apelmazada y usa un poco de agua para retirar ese efecto gel en el pelo de angora del germánico y bello Abraxas. Se toma unos minutos, con una toalla lo seca un poco y con los dedos logra reacomodar en parte el pelaje del animal. No lo convence y de las puertas de debajo del vanitory saca un secador.

Mucho mejor, aprueba con un gesto después de aplicarle unos minutos aire caliente y batirle el pelo.

Antes de salir, aunque se sabe solo, por recaudo mira a ambos lados del pasillo. Sale dando pasitos cortos, teatrales, en puntitas de pie. Pienso en el Chavo otra vez, más precisamente en don Ramón, pícaro, huyendo del señor Barriga. Lleva la bombacha apretada en una mano y a Abraxas bajo el brazo. Ay León.

Muriel

No me parece buena idea que vaya— me dice mamá cuando le cuento que posiblemente venga Muriel a pasar unos días a la playa.

Doy vueltas como un perro alrededor del toallón extendido sobre la arena. Me saluda el guardavida que pasa caminando, ya me reconoce, vengo a la misma playa hace más de dos semanas. Todavía no sé que se llama Marcelo. Le respondo con una sonrisa amplia y un “hola” exagerado, moviendo la manito, bien alegre. Antes de pronunciarlo tapo el micrófono del celular. ¿Me mira con onda o soy yo que deliro por sus abdominales?

—…eran unos días para que se relajen ustedes…— sigue mamá.

—Es mi amiga mamá, ¿qué decís?— retomo la charla. Me dan ganas de cortarle. Marcelito me da la espalda. Es una bestia.

—Bueno, qué querés que te diga, es un momento de relax para la pareja. Además, ya te comenté hace tiempo que no me gusta cómo te mira, no sé, es…— no le oigo bien, se entrecorta, pareciera que el viento de la playa tensara la señal invisible que une nuestros teléfonos y provocara cortocircuitos.

—¿Qué?, no te oigo bien.

—Que es envidiosa digo, o no sé, algo no me gusta de su actitud… y encima me decís que se separó.

—Ay, cortala mamá, ¿qué me va a envidiar?, ¿pensá lo que decís?, ¿qué podría envidiarme, mamá?, además falta bastante para que venga y ni siquiera es seguro.

— No sé…vos sabrás.

—Tendrías que preocuparte de tu amiga que pareciera tiene mucho que ocultar. Me voy a meter al mar, más tarde hablamos.

—Es una mujer sola, tendrá sus mañas, ya te dije, ¿qué cosa va a ocultar?— insiste como hace días con devolverme la pregunta. Me irrita—. Al final siempre me olvido de preguntarte, no me dijiste si le diste mi regalo.

—Sí, se lo di— le miento.

Explico de qué regalo habla mamá: el día antes de salir para la playa, mamá me alcanza a casa una bolsita con un regalo para el Bodoque. Al irse, recuerdo que abro el envoltorio para ver qué es; no me quiere decir cuando le pregunto, una chuchería, le resta importancia. Por eso me da curiosidad y porque se toma un remis especialmente para que se lo haga llegar a Luisa. Al final es una carta (que por supuesto no se me ocurre abrir) y una caja con uno de esos gatos de la suerte, de los que mueven su manito. Me da gracia por más que le tengo asco a los gatos, hasta pienso que es un regalo apropiado, una chuchería digna de viejas docentes. Al llegar, cuando veo tanta opulencia, no me atrevo a dárselo, recién lo hago pasadas unas cuantas semanas. Después voy a hablar de este tema, la cosa es que ahí, mientras hablo con mamá, todavía lo tengo metido en una valija.

—¿Le gustó?

—Le encantó, sí. Lo tiene sobre un mueble en la cocina— invento para que no joda.

—¿Qué cosa va a ocultar?— rebobina.

—Ay, no sé mamá, vas y venís con los temas, es lo que te pregunto cada vez que hablamos, vos eras la que se suponía la conocías y al parecer no tenés ni reputa idea.

—Qué exagerada que sos, dejá de ver fantasmas y enigmas a dilucidar, esos libros que leés o les hacés leer a tus alumnos te están haciendo mal.

—Son policiales, mamá, tampoco para exagerar.

—Sos vos la que exagera, mi amor, pasala bien y déjate de hinchar, no entiendo qué te preocupa.

—Tampoco me preocupa. O no sé. Es una sensación como de amenaza, es manipuladora, mentirosa, ya te dije, exagera su convalecencia y la casa…

—¿Cómo que exagera?

—Te dije, se hace la renga con esa muleta y de pronto desaparece desde la mañana del departamento y no vuelve hasta la tarde.

—¿Y a dónde va?

—Y qué se yo, mamá. No le voy a andar preguntando. Trabajo dice, la buscan unos tipos, choferes o empleados… si no maneja todavía. ¿Manejó alguna vez?, hasta de eso tengo dudas… Ves, ahí tenés. Le sobra guita, empleados y ¿nosotros teníamos que llevarla a firmar papeles?

—Bueno Marité, quizá sean empleados de negocios que tiene ahí y no puede usarlos o disponer de ellos para ir a cualquier lado.

—No sé, además… unos tipos que la verdad trato de estar lejos cuando aparecen, no me gustan un carajo. Una facha de… hay uno que lo llama por el nombre, Ordoñez, es del tamaño de un placard, es el que anda más seguido, las veces que lo crucé no me gustó cómo nos mira. A veces los oigo hablar cuando tocan timbre en el departamento, señora de acá, señora de allá, ¿quién sós?, pará un poco.

Me tiro boca abajo sobre el toallón.

—No me hago una idea de esto que me describís, no parece que hablaras de Luisa.

—Para que te ubiques— suspiro—, tu amiga se hace la Joan Collin, la de la serie de mierda esa que me hiciste morfar de pendeja.

—¿Dinasty?

—Esa. Será que no me cayó bien de entrada. Y esos gatos embalsamados que tiene, dios. León en cambio le tiene paciencia.

—¿León?, mirá vos… no tuvo hijos, entendela, para ella sus mascotas…

—Yo tampoco tengo hijos y no ando embalsamando cosas. Siete tiene, a León le da gracia, a mí me da miedo. Le tiene una paciencia, pareciera que fuera su madre, la ayuda a levantarse de la mesa, a veces le lleva un té al cuarto, hasta ya le hizo trámites.

—Viste que les iba a hacer bien.

—Ahora hace unos días que está enfermo, se quedó en el departamento y me vine sola a la playa.

—¿Qué le pasó al pobre?— exagera mamá, en el “pobre” que sale de su boca resuena la palabra vago.

—Se descompuso, nada, vómitos, cagadera… anda en calzones y con la misma remera de Don Ramón hace dos días. Si tengo suerte y viene Muriel voy a tener alguien con quien charlar de esto.

—¿De esto qué?

—De lo que te digo, mamá, de que el Bodoque posterga el regreso, los papeles “super” importantes que tenía que firmar parece que ya no son tan importantes. Y su esguince que sigue diciendo la tiene media postrada pero no le impide ir a trabajar, y León que ya le tomó el gustito a la camioneta importada de la vieja y la llevó varias veces a la inmobiliaria o la oficina…

—Tiene negocios que atender, Marité, es una empresaria. ¿Bodoque dijiste?

—Sí, después te explico mamá.

—No entiendo. La verdad cada vez me cuesta más entender a los jóvenes, nosotros éramos más sencillos. Esa insatisfacción… ¿qué buscan?

—La vieja ahora tira que los abogados le avisan cuando debe volver a firmar y…

—No le digas vieja que es más joven que yo.

—….y con carita angelical nos dice: ¿se pueden quedar unos días más? Y… para mí es raro, tanta urgencia por el regreso, impostergable era, y que no tenía quien la lleve… las pelotas, y ahora parece como si nos quisiera retener.

Me hago visera sobre la frente y observo la gente en la orilla.

—Ay nena, estás delirando. Te hago una pregunta ¿vos la estás pasando mal?

—No. La verdad es que era aburrirme todo el verano, separarme o esto.

—No te entiendo entonces.

—Qué novedad, yo tampoco mamá, no importa. De todos modos en no mucho más tiempo tendría que volver para presentarme al colegio— me distraigo con el guardavida que merodea por la orillita con ese flotador que le queda tan bien bajo el brazo, esa especie de piragüita naranja de plástico que se cuelgan al pecho, casi a tono con su bronceado. Lo imagino entrando a mi dormitorio, desnudo y con la piraguita esa en la mano.

—Por eso, relajate y disfrutá, dejate de joder con eso de ver una amenaza en cada esquina. Lo que sí, prestá atención a…

—Al sol, sí, está venenoso, ni lo digas — la interrumpo y me pongo de pie—, me voy a meter al mar, me estoy meando y me encanta mear en el mar, te llamo mañana.

—Cochina.

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