Boletín de ida - Ana Teresa Molina Álvarez - E-Book

Boletín de ida E-Book

Ana Teresa Molina Álvarez

0,0

  • Herausgeber: RUTH
  • Kategorie: Krimi
  • Sprache: Spanisch
  • Veröffentlichungsjahr: 2022
Beschreibung

Premio Novela del Concurso de Literatura Policial "Aniversario de la Revolución" en el año El suspenso mantiene atento al lector en esta novela basada en hechos reales, nos lleva de la mano por los dramáticos acontecimientos que en 1946 horadaron la tranquilidad de una humilde y trabajadora familia cubana. Todos creían que la respetada y querida tía, estaba de viaje en el interior de la isla, cuando la verdad era que estaba muerta. A los pocos días un amigo supo, por pura casualidad, que el cuerpo sin identificar, encontrado en el baño de la Estación Terminal era Aida Rosa y así se los informó. Años después con un minucioso trabajo de investigación su sobrina nieta desentraña la verdad sobre lo acontecido. septiembre de 1960 y marzo de 1961 se efectuaron 68 misiones de suministros aéreos de armas y explosivos sobre las montañas de Cuba para los grupos insurgentes.

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern
Kindle™-E-Readern
(für ausgewählte Pakete)

Seitenzahl: 174

Das E-Book (TTS) können Sie hören im Abo „Legimi Premium” in Legimi-Apps auf:

Android
iOS
Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.


Ähnliche


Página legal

Premio novela del concurso “Aniversario del Triunfo de la Revolución” del MININT, 2020.

Jurado: Marta Rojas Rodríguez

Pedro de la Hoz González

Jesus Orta Pérez

Edición: Vivian Lechuga

Diseño de cubierta: Alexis Manuel Rodriguez Diezcabezas

Diseño interior: Yunet Gutierrez Fernández

© Ana T. Molina Álvarez, 2021

©Sobre la presente edición:

Editorial Capitán San Luis, 2021

ISBN: 9789592115859

Editorial Capitán San Luis, calle 38 no. 4717, entre 40 y 47, Kohly, Playa, La Habana

Email: [email protected]

Web: www.capitansanluis.cu

https://www.facebook.com/editorialcapitansanluis

Sin la autorización previa de esta editorial, queda terminantemente prohibida la reproducción parcial o total de esta obra, incluido el diseño de cubierta, o su trasmisión de cualquier forma o por cualquier medio. >Quedan rigurosamente prohibidas, sin la autorización escrita de los titulares del Copyright, bajo la sanción establecida en las leyes, la reproducción parcial o total de esta obra por cualquier medio o procedimiento, comprendidos la reprografía y el tratamiento informático, y la distribución de ejemplares de ella mediante alquiler o préstamo público. Si precisa obtener licencia de reproducción para algún fragmento en formato digital diríjase a CEDRO (Centro Español de Derechos Reprográficos, www.cedro.org) o entre la web www.conlicencia.com EDHASA C/ Diputació, 262, 2º 1ª, 08007 Barcelona. Tel. 93 494 97 20 España.

       A Cristina Valle Valle y Crisna Moráguez Díaz, por la disección que hicieron de la versión original, con paciencia y dedicación.

A mi esposo por convencerme de que valía la pena retomar el proyecto engavetado durante treinta años.

A la memoria de Ana Luisa Ulloa del Valle, protagonista real de esa novela.

A la memoria de mis padres, por su apoyo y aliento.

Esta novela está basada en hechos reales ocurridos en el año 1946.

Permanecen con sus nombres verdaderos aquellos personajes que no tuvieron

una participación directa en los hechos.

La autora

Todo pudo ocurrir así

Año 1946, mañana del 1 de junio…

Aida Rosa se levantó temprano y, como de costumbre, se dirigió a la cocina, donde Mercedes, cocinera de la casa desde hacía muchos años, ya había colado café. La escena se desarrollaba en una casona de El Vedado, que en aquel entonces, era propiedad de una conocida familia de comerciantes de la capital que dadas las condiciones de la vivienda, sus dueños la destinaron a casa de huéspedes. Una parte de las habitaciones de la planta baja, estaba ocupada por Aida Rosa y algunos familiares suyos, estos eran: su hermano mayor Ignacio, soltero aún, a pesar de sus cuarenta y tres años; una prima, también soltera llamada Julia, de muy mal carácter y sus sobrinos Fina y Francisco; este último vivía acompañado de su esposa María Luisa, con la que estaba casado desde hacía pocos meses y ya estaban a la espera de su primer hijo. Las otras habitaciones estaban alquiladas a personas ajenas a la familia.

Aida Rosa residía allí desde su divorcio ocurrido dos años atrás. No tuvo hijos, pero, quería profundamente a sus sobrinos a los que ayudó a criar, ya que su hermana Margarita, madre de ambos, falleció a consecuencia de la tuberculosis cuando eran aún pequeños y el padre de ellos los abandonó a su suerte sin preocuparse más por la situación de sus hijos.

Mercedes sirvió el café y mientras Aida Rosa lo saboreaba, comenzó a dialogar con la cocinera a quien consideraba como parte de la familia:

–Quiero que me ayudes, Negra.

Así le decía cuando estaban solas. Al resto de la familia, sobre todo a la prima Julia, no le gustaba esa familiaridad con los criados y menos si estos eran “de color”. Según ella, había que darse su lugar. Aida Rosa nunca logró entender a qué lugar se refería su prima, pues ellos no eran millonarios, no poseían propiedades y vivían alquilados en una casa de huéspedes. Además en ese momento, ella no tenía trabajo. Lo poco que consiguió ahorrar, no era suficiente para mucho tiempo y le golpeaba la idea de tener que depender de sus sobrinos. Nunca le gustó vivir a costa de nadie, ni siquiera de su ex marido, con quien discutía continuamente por este asunto. Él no quería que ella trabajara en la calle y que fuera independiente. Este y otros más fueron los motivos de la separación de ambos.

Mercedes prestó atención: –Usted dirá, señora.

–Negra, me voy de viaje hoy por la noche –explicó Aida Rosa–.Tengo unos amigos en Remedios que hace tiempo están detrás de mí para que vaya a pasarme una temporada con ellos. Así descansaré un poco de este caserón que me quiere caer encima. Lo del trabajo, parece que por ahora no se va a resolver y ya le he dado muchas veces de largo al viaje, por lo que ya tomé la decisión de ir. Así que… voy a necesitar tu ayuda para preparar mi equipaje. Pienso salir más temprano porque debo resolver un asunto antes de tomar el tren.

–¿Y ya el señor Francisco lo sabe? Usted lo conoce, a él no le gusta mucho separarse de la señora, ¡se preocupa tanto! A lo mejor si fuera su hijo, no sería tan celoso…

–No, mi sobrino no sabe nada. Lo del viaje lo decidí ayer, no obstante, se lo diré a María Luisa, ella se lo informará. Además, creo que estoy bastante crecida para discernir por mí misma qué es lo que debo hacer.

A Mercedes le dio la impresión que Aida Rosa se había alterado un poco, pero no le dio importancia.

–Despreocúpese, señora, en cuanto todos desayunen, iré para su cuarto a ayudarla. ¿No va a tomar nada más?

–Ahora no tengo apetito. Si acaso más tarde, me tomaré un jugo. Aida Rosa se levantó de su asiento y se dispuso a salir de la cocina, pero en ese instante, recordó algo:

–¡Ah! Negra, llama a la bodega y que me traigan dos barras de dulce de guayaba con jalea, que lo pongan en mi cuenta. Es lo único que puedo llevar de regalo.

La cocinera asintió y continuó con los preparativos del desayuno. Después de fregar la loza y adelantado el almuerzo, encargó la guayaba y se dirigió a la habitación que ocupaba Aida Rosa, donde esta la esperaba con ambas puertas de su armario abiertas y varias mudas de ropa encima de la cama.

–Mira, ¿que tú crees? –Tenía en sus manos un vestido de jersey azul marino con óvalos blancos. –Tiene una sola puesta y creo que me servirá para viajar, como tiene mangas, me viene bien por si hace frialdad en el tren–. Se paró frente al espejo y se colocó el vestido por encima de su ropa.

–Creo que sí, que es el mejor, tengo los zapatos y la cartera en combinación. Por cierto, Negra, hazme el favor de sacar los zapatos que están ahí, a la izquierda, abajo, ¡en una caja gris… ¡Aja!, revísalos, creo que no están muy limpios.

Mercedes sacó los zapatos de la caja. Eran blancos y con un lacito. Sí, estaban un poco sucios.

–Ahí en la mesita de noche está el Griffin1 blanco y pañitos.

Aida Rosa continuaba frente al espejo. Mientras limpiaba los zapatos, Mercedes la observaba de reojo. Era una mujer de baja estatura, pero de buena figura. Acostumbraba a usar tacones altos con plataformas que manejaba a la perfección, ya que caminaba con seguridad y elegancia a la vez. Por otra parte, aunque no poseía un ropero muy extenso, se combinaba de tal forma, que siempre parecía llevar puesto algo distinto. Sus modales eran refinados: el haber sido secretaria durante muchos años, la obligó a tratar con mucha gente y siempre lo hacía con el tacto y la corrección requeridos para cada caso. Pero Mercedes sabía que detrás de aquella menuda mujer se ocultaba un carácter fuerte y decidido, que en el tiempo que la conocía, aprendió a admirar y a respetar.

Después de decidir qué ropa llevaría, Aida Rosa con la ayuda de Mercedes, la situó cuidadosamente en una pequeña maleta que yacía sobre una butaca en el cuarto.

–Ya está. Ahora voy a pintarme las uñas y descansaré un rato después del almuerzo, quiero que mis amigos me vean bonita.

Mercedes la notó un poco más alegre que por la mañana temprano cuando tomó el café en la cocina y esto la hizo sentirse a gusto. Se retiró a sus quehaceres y pensó que el paseo le vendría muy bien, aunque seguro que la extrañaría porque ella no era como los demás, a excepción de Francisco, su sobrino, que tenía su mismo carácter.

Aproximadamente a las cinco de la tarde, Mercedes telefoneó a la piquera de autos de alquiler para solicitar el transporte que llevaría a Aida Rosa hacia su destino.

–Y bien, ¿Cómo me veo?–, preguntó a Mercedes y a María Luisa, la esposa de su sobrino.

Aida Rosa vestía la ropa que había seleccionado en combinación con la cartera y los zapatos. Un pequeño sombrero blanco realzaba su peinado, el cual servía de marco a un rostro cuidado y maquillado con sencillez y naturalidad.

–Muy elegante, señora–, señaló Mercedes. Al mismo tiempo, María Luisa sonreía en señal de aprobación, pero hizo una observación que transformó el rostro de Aida Rosa por unos instantes:

–¿Y por qué se va tan temprano? El tren no sale hasta por la noche y de aquí a allá, con este calor, la ropa se le puede estropear.

Aida Rosa calló y miró con recelo a María Luisa, la cual bajó la cabeza apenada porque le pareció que había cometido una indiscreción. Todo eso fue cuestión de segundos, ya que, en ese momento se escuchó el claxon del taxi que aguardaba por su única pasajera. Mercedes tomó la maleta y las tres mujeres se dirigieron al vehículo. Aida Rosa lo abordó y la cocinera entregó la maleta al chofer quien la guardó en el maletero. María Luisa permaneció junto al automóvil mientras despedía a la viajera.

–Diviértase mucho, no se preocupe. Si Paco se pone bravo, después se le pasa, usted lo conoce, él es así.

Aida Rosa señaló hacia el vientre de María Luisa. Cuando conoció que esta estaba embarazada, se llenó de regocijo al pensar que, a finales de ese año, su vida se alegraría un poco con el nacimiento del que consideraba “su nieto”.

–Cuídalo mucho y tú también. Quiero que mi futuro nieto sea varón. Las mujeres sufrimos mucho, hija. Dale un beso bien grande a Paco y que se porte bien contigo.

–¿Y cuando regresa?–, preguntó María Luisa.

–Pronto, muy pronto, solo voy por unos días. No van a tener tiempo de extrañarme. Adiós.

El auto se puso en marcha y atrás quedaron María Luisa y Mercedes agitando las manos en señal de despedida. Aida Rosa a su vez respondió y el vehículo dobló en U para incorporarse a la calle diecisiete. Ninguna de las tres mujeres se percató que, en ese momento, detrás de un grueso y añejo laurel del parque que se encuentra a lo largo de la calle Paseo, un individuo observaba, sin ser visto, la escena de la despedida de Aida Rosa y, una vez que el auto que la conducía pasó cerca de él, chequeó la hora en su dorado reloj pulsera y se dirigió rápidamente a realizar una llamada telefónica. Era una parte del trabajo que le había sido encomendado y por el que recibía un jugoso honorario desde hacía ya algún tiempo.

Tres días después de la partida de Aida Rosa, Francisco, su sobrino recibió la llamada telefónica de un abogado con el que mantenía relaciones de amistad.

–¿Paco? Te habla Julio, ¿Cómo estás?

–¡Cará Julito! ¡Cuánto tiempo! Chico, por aquí estamos bien y, ¿qué tal esta tu familia?

–Bien, muy bien. Este… Paco, y ¿cómo está tu tía Aida?

–De lo mejor. Ahora está para el interior, en casa de unas amistades. Pero… ¿qué te pasa?, te noto nervioso.

–Mira, Paco, te voy a ser franco, el problema es… que acabo de regresar de la morgue.

–¿De la morgue? ¿Y qué tiene que ver la morgue con tus nervios? Ya tú tienes que estar acostumbrado a esas cosas–. El tono de voz de Francisco era de broma.

–Déjame explicarte, pero por favor ten calma, no te alteres. Tuve que ir allí para un asunto legal y en la tablilla donde exponen las fotografías de los cadáveres que no han sido identificados, había las de una mujer que se parece mucho a tu tía. Yo creo que debes ir allá a averiguar, quisiera estar equivocado, ojalá así sea. Perdóname, pero creí mi deber decírtelo…

Francisco le agradeció la información y colgó el teléfono.

–¡No puede ser! Tía muerta… no es posible. Ella salió bien de aquí y no ha habido accidentes de trenes. Quizás esa mujer se le parece– y se repetía a sí mismo: –Tiene que ser un error, madre mía, ¡tiene que ser un error!

Lamentablemente no se trataba de un error. El cadáver no identificado pertenecía a Aida Rosa Roque Martínez, de la raza blanca, de cuarenta años de edad y vecina de la calle Paseo en El Vedado. Su muerte se debió a la ingestión de un veneno y fue hallada agonizante en un servicio sanitario público en la Estación Terminal de Ferrocarriles de La Habana. Las autoridades informaron a su sobrino que, después de realizadas las investigaciones pertinentes, se comprobó que se trataba de un suicidio.

Los funerales se realizaron en la casona de la calle Paseo. Alguien entregó a Fina y a Francisco, sendas cartas en las que la occisa explicaba las razones que motivaron la fatal decisión. Aida Rosa tenía varios motivos, pero el de más peso, era el de no soportar ver a su sobrino casado con María Luisa. En las cartas, acusaba a esta última de infiel y de ladrona, entre otras cosas.

Las acusaciones que Aida Rosa hizo a la esposa de su sobrino, provocaron una actitud hostil hacia la muchacha por parte de Francisco. Ella, por su parte, al desconocer el contenido de las cartas, no se explicaba la actitud de su marido y se sentía totalmente confundida por el cambio que se produjo en él. Pasado algún tiempo comenzó a sospechar que Aida Rosa tuvo algo que ver en ese cambio de conducta y decidió averiguar por sí misma. Un día, mientras Francisco se estaba bañando, tomó su llavero y abrió la caja donde se guardaban las pertenencias de la muerta y pudo leer lo que su “suegra” pensaba de ella, cosas que nunca le había dicho y aunque María Luisa estaba consciente de que todo lo que allí se decía era mentira, se sintió, en cierto modo, culpable de su muerte. No tuvo el valor de contárselo a nadie y continuó sufriendo sola, con la esperanza de que su esposo se diera cuenta de que todo aquello era una calumnia y le pidiera perdón por su desconfianza.

Por su parte, Fina, la hermana de Francisco, no dio crédito a lo planteado por su tía en las cartas y pensó que había sido víctima de celos maternales, al considerar que su hijo adoptivo le retiró el cariño que siempre sintió por ella cuando contrajo matrimonio con María Luisa. Su actitud hacia esta no cambió. Quemó la carta dirigida a ella y guardó silencio acerca de su contenido, aunque para sus adentros consideraba que no existían motivos suficientes para un suicidio y mucho menos en la forma en que ocurrió.

El vacío que dejó en la familia la muerte de Aida Rosa, demoró unos meses en llenarse. En diciembre de ese mismo año y contrariamente a lo que ella había deseado, María Luisa dio a luz una hembra a la cual pusieron por nombre Teresa. Nunca imaginaron sus padres, que años más tarde, ya adulta, la sonriente niña de cabello crespo y grandes ojos, fuera capaz de desentrañar el misterio que siempre rodeó la muerte de su tía abuela.

Teresa comienza a investigar

Año 1946, junio 2. Crónicas de Prensa:

Apareció muerta una mujer2

En los servicios sanitarios de mujeres de la Estación Terminal, apareció muerta una mujer de la raza blanca, como de cuarenta años de edad, bien vestida y con zapatos blancos, cuya identificación no se ha podido establecer.

Junto a la misma había un vaso con residuos al parecer de veneno. El cadáver fue descubierto por el Sargento de los Ferrocarriles, Sr. Amado Alfonso quien dio cuenta a la Policía de la 2da. Estación

Muerta una mujer en la terminal

Apareció en los servicios sanitarios. Envenenada. No ha sido identificada aún.

En los servicios sanitarios de la Estación Terminal, fue hallada anoche una mujer de la raza blanca como de cuarenta años de edad, a la cual se le ocupó una cartera nueva de piel carmelita, dos pomos vacíos que al parecer contuvieron veneno, un peine y dos pañuelos. Cuando el Sargento Amado Alfonso de los Ferrocarriles, conducía a la desconocida al Primer Centro de Socorros, esta dejó de existir, certificando el Dr. Claret que presumía había sido víctima de un envenenamiento. El Teniente Juan Mora, de la 2da. Estación, que inició las actuaciones, le tomó declaración al vigilante de los Ferrocarriles Juan Luis Rodríguez, quien expresó haber ocupado la cartera de la desconocida sin que entre los objetos hallados hubiera algún documento que permitiera su identificación.

Cree la Policía que la mencionada mujer llegó a la Terminal para embarcar hacia el interior o esperaba en ese lugar a alguna persona, ya que solo le hallaron treinta y cinco centavos.

Remitidas las diligencias al Dr. José A. Zunzunegui, Juez de guardia nocturna, este dispuso que el cadáver fuera remitido al necrocomio a disposición del juez de instrucción de la cuarta, de guardia en el día de hoy, autoridad que dispondrá la práctica de la autopsia.3

En la estación terminal murió ayer una dama

Su cadáver no ha podido ser identificado. Creen murió a causa de alguna enfermedad.

En los servicios sanitarios de la Estación Terminal, fue hallada anoche en estado preagónico, una señora como de cuarenta y cinco años de edad, de la que se ignoran sus generales y domicilio.

El hallazgo lo realizó el sargento Amado Alfonso de la Policía de Ferrocarriles a la cual condujo al Primer Centro de Socorros donde el Dr. Claret certificó que era cadáver sin que se le apreciara lesión alguna.

La Policía ocupó en el lugar donde estaba dicha señora, una cartera que contenía dos pomos de medicina y una barra de dulce de guayaba. El cadáver fue remitido al necrocomio para su identificación. Créese que la desconocida fue víctima de una enfermedad que padecía.4

Días más tarde, la prensa publicaba la noticia de la identificación de la mujer por un sobrino suyo, así como la esquela mortuoria, en la que los familiares solicitaban que no se enviaran flores y que agradecerían misas por su alma.

Año 1984, mes de agosto…

Teresa se recostó en la silla. Dejó a un lado el bolígrafo y sus notas, miró por la ventana y observó por unos breves minutos el tránsito de vehículos que circulaba por la avenida 20 de Mayo –¿por qué se seguirá llamando así?– se preguntó–. No es una fecha muy memorable que digamos– pero bueno, eso sucede con muchas calles de La Habana, la gente le sigue llamando por su antiguo nombre, así que a lo mejor no vale la pena hacer el cambio.

Volvió entonces su vista hacia los periódicos que tenía delante y se detuvo a pensar en lo contradictorio de las crónicas que, sobre un mismo hecho, realizaron tres periodistas diferentes. Cada uno aportaba un elemento distinto.

Uno afirma que fue un suicidio, otro que murió a causa de una enfermedad que padecía; versiones disímiles acerca de la cartera y su contenido, incluso del dictámen médico. En fin, nada en claro, aunque en cada uno pudiera existir algo de verdad. Entonces, suspiró un poco agotada y miró su reloj: Las dos menos diez de la tarde y recordó que aún no había almorzado.

En ese momento, casi por reflejo, sintió hambre y decidió marcharse, ya que debía hacer algo más ese día y quería aprovechar sus vacaciones para ello, porque su trabajo como profesora universitaria no le dejaba mucho tiempo libre que no fuera para atender la casa, sus hijos y, de vez en cuando alguna visita a sus padres y amistades.

Ese día, a las diez de la mañana, llegó a la Biblioteca Nacional, pero tuvo que esperar un buen rato para que le entregaran los inmensos folios que contenían los periódicos que ella deseaba consultar. Estos se encontraban en muy mal estado de conservación, por lo que debió manipularlos con gran cuidado, ya que las corrientes de aire del salón le rasgaban las hojas amarillentas en las que esperaba encontrar la información que la llenaba de curiosidad.

Mientras hojeaba la prensa, le llamo la atención la cantidad de páginas que poseían los periódicos de aquella época, llenas de anuncios, de crónicas sociales, de propaganda política, y de artículos anticomunistas. Por momentos centraba su atención en la noticia acerca de la ejecución del dictador rumano Antonescu,5