Breve manual del perfecto aventurero - Pierre Mac Orlan - E-Book

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Pierre Mac Orlan

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Beschreibung

Insólito pedagogo, el autor de este manual (que hizo las delicias de Raymond Queneau) se dirige a los sedentarios, los "compañeros de fatigas", que ansían vivir grandes aventuras sin renunciar a una vida confortable: viajecitos cuidadosamente escogidos, ciudades y cabarets míticos, lecturas raras y esenciales; éstos son los ingredientes que permiten construir el decorado de una novela de aventuras y lanzarse a escribir como quien se hace a la mar, experimentando, eso sí, el riesgo de la cabeza ajena. "Mac Orlan tiene una cosa de gran pirata, aunque mejor dicho es el escritor que ha dejado de ser pirata, pero aún toca el acordeón de la tarde como el ángelus supremo de la piratería."  Ramón Gómez de la Serna

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PIERREMAC ORLAN

BREVE MANUAL DEL PERFECTO AVENTURERO

traducción del francés

I. PRÓLOGO

Parece evidente que los jóvenes de hoy sienten cierto desprecio por la literatura de aventuras. Los adultos pueden, pues, aconsejar tranquilamente a los adolescentes a su cargo que lean novelas de aventuras que, por otra parte, ellos tampoco leerán.

A nuestro juicio, lo anterior se debe a que la picardía y la perversidad se han desterrado, nadie sabe por qué, de esa clase de libros, de modo que los jóvenes prefieren leer novelas de amor a la francesa —esto es, llenas de adulterios— o libros de aviación —que pueden dejarse en manos de cualquiera.

Es fácil, en efecto, comprobar que los autores de novelas de aventuras se caracterizan por una afición a la castidad que hoy en día resulta incomprensible. Pese a que en sus libros abundan las islas desiertas donde los náufragos se dedican a las más variadas tareas de supervivencia, pocas veces aparece una mujer, ni aun de índole dudosa.

Sin duda, la presencia de una mujer entre las víctimas de una catástrofe náutica lleva a evocar imágenes tan explícitas, como las de ciertas estampas japonesas que a nadie recomiendo ver. Si combináramos con medida un poco de ese escabroso espíritu médico que hizo famoso el «naturalismo», los yerros de una imaginación pervertida por los caprichos del azar y «la inconstancia de los malos ángeles», por decirlo con Pierre de Lancre, obtendríamos una novela de aventuras de mucho éxito.

Los jóvenes que descubrieran en ella las imágenes prohibidas que sólo hallamos en la clase de novelas que solemos exportar al mundo la leerían con gusto; la hermana seguiría al hermano, y así, por poco que un escritor audaz introdujera una historia picante en la novela de aventuras, este género literario atraería la atención del gran público y volvería a estar en auge.

Este breve manual no quiere engañar a nadie. Por eso nos ha parecido necesario prescindir de la forma novelesca, que, repitámoslo, solamente sirve para enseñar las reglas del adulterio a los adolescentes de ambos sexos con las modificaciones que la moda impone.

Leyéndolo, un joven algo pusilánime y sin una vocación precisa puede convertirse en un aventurero hecho y derecho sin ensuciarse las manos, lo que sin duda es menos absurdo que gemir en prisión por haberse fiado en exceso de la elasticidad de las leyes en materia comercial.

Advertimos que este libro contiene ciertos pasajes —no anticipamos cuáles— que incluso a una imaginación pobre pueden hacerle concebir ideas lúbricas sobre la vida aventurera; sin embargo —y aunque esté destinado a los adolescentes de ambos sexos—, no rebasaremos los límites de cierta decencia, entendamos lo que entendamos por esta palabra que, como todo en este mundo, es de lo más relativo.

II. LAS DISTINTAS CLASES DE AVENTUREROS

Es preciso establecer como un axioma que la aventura no existe: la aventura está en el espíritu de quien la persigue y, al tocarla, se desvanece para reaparecer más allá, transformada, en los límites de la imaginación.

La guerra podía considerarse una aventura, y no necesitamos echar mano de los recursos propios de las vidas imaginarias para saber lo que ha significado cuando nos hemos puesto a ella.

Pero volveremos sobre esta cuestión más adelante. Baste de momento saber que vivir una aventura es, a grandes rasgos, bastante peligroso, pues normalmente no se obtienen sino decepciones y pesares.

Este último consejo va dirigido sobre todo a la segunda clase de aventureros de la que hablaremos en este libro.

En efecto, los aventureros pueden dividirse en dos grandes grupos con numerosas subdivisiones.

El primero podría ser la clase de los aventureros activos y la segunda la de los aventureros pasivos.

Antes de estudiar con detalle estas dos clases de individuos radicalmente distintas entre sí, conviene avisar al lector, sin importar su edad, que siempre es peligroso fiarse de los libros cuyos cuadros pinta y cuyas leyes dicta solamente la imaginación.

Precisamente porque pertenecen al mundo de la especulación imaginativa, los aventureros difuntos ofrecen una amplia garantía de perversión. Los daños póstumos causados por aventureros insignificantes son incontables.

Cuanto más desconocido es el individuo —en este caso el aventurero—, cuantos menos detalles precisos contiene su biografía, más pernicioso es su ascendiente sobre el lector.

Marcel Schwob asumió una pesada responsabilidad al narrar las vidas admirables de algunos aventureros que carecían de interés para sus contemporáneos. Es uno de los escritores venerados por la clase de los aventureros pasivos, y sus devotos se parecen a los del satanismo, que en diversas circunstancias recurren a las invocaciones más sugestivas de la nigromancia.

Los contemporáneos de un suceso, sobre todo cuando éste infringe las convenciones sociales, tienden a generalizar. Esto es un error, pues son los detalles los que permiten reconstruir la atmósfera exacta en la que floreció determinado personaje. El futuro depara a veces historiadores capaces de reconstruir esa atmósfera con más precisión que la que encontramos en las memorias de la época. Esto es decididamente peligroso, pues no debemos olvidar que las cosas muertas influyen en los vivos incluso más que el medio donde viven.

Una mala acción nunca muere; al contrario, produce frutos cada vez más abundantes.

Cubierta de la edición francesa de las Vidas imaginarias de Marcel Schwob (1896).