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La mayoría de los personajes de estos relatos –seres mínimos, losers, criaturas vencidas y perturbadas- quedan al arbitrio de fuerzas oscuras e inmanejables, más allá de sus propias impericias. Las dudas y vacilaciones no hacen más que ahondar sus fracasos. Sin embargo, dueños de un destino que los emplaza a la derrota más perentoria, aun se permiten soñar. Y en esa fuerza subterránea de la resistencia tal vez radique su eventual redención.En Café de los milagros los personajes nos harán emocionar, entristecer o reír porque, por sobre todas las cosas, son el espejo en el que queda reflejada la atroz falibilidad de los seres humanos.
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Seitenzahl: 126
Veröffentlichungsjahr: 2015
Gabriel Cocimano
Café de los milagros
y otros relatos
Cocimano, Gabriel Darío
Café de los milagros / Gabriel Darío Cocimano. - 1a ed. . - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2015.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-711-405-8
1. Narrativa Argentina. 2. Cuentas. I. Título.
CDD A863
Editorial Autores de Argentina
www.autoresdeargentina.com
Mail:[email protected]
Diseño de portada: Justo Echeverría
Diseño de maquetado: Maximiliano Nuttini
Ilustración de portada: Guadalupe Barro Gil e Iván Villasmil
Página de autor:
www.gabrielcocimano.wordpress.com
Prólogo
La creación suele ser un conjuro contra los males que nos amenazan e interpelan. Sin llegar a la desmesurada convicción de Rilke, el gran poeta alemán, para quien la inspiración artística trascendía su propia felicidad, se puede afirmar que el acto creativo es en sí mismo terapéutico.
La literatura permite transformar el dolor en belleza o en verdad. El escritor lleva consigo su incómoda carga de obsesiones, y la creación literaria es resultado del forcejeo entre aquellas. La elección de una palabra -como la de un color para el pintor o un acorde para el músico- surge de una emoción, de un microcosmos sutil, secreto y subterráneo. Se conectan empujadas por una energía liberadora, y fluyen como signos de un trance, de una selección que muchas veces no depende de la voluntad.
Por estas páginas desfilan algunos de mis relatos o narraciones, que es decir algunas de mis obsesiones e inquietudes: la incertidumbre y el azar, la libertad, el exilio, el viaje, la melancolía y la eterna búsqueda del amor. La mayoría de los personajes que transitan por aquí son seres derrotados y humillados,losersensombrecidos por sus historias personales, que se debaten al borde de las miserias y desalientos. El humor trabaja -en ellos y, sobre todo, en mí- como un recurso compasivo y piadoso.
La búsqueda precipitada y estéril de la felicidad, la libertad o el amor conduce a los protagonistas a través de caminos tortuosos y anegados. En algunos casos el azar (Tómbola,El juego inesperado,Serpentinas), en otros, su propia perturbación anímica (La urna,El body azul,La ofrenda de Roma) los arroja a infiernos insospechados. Hay, sin embargo, un lugar para la esperanza, sobre todo en aquellos seres que no admiten claudicaciones ante ninguna adversidad (En la ciudad de las Malenas,El fisgón de París).
También recorren estas páginas algunos personajes bizarros y esperpénticos: apacibles e inofensivos los unos, como en el caso deCafé de los milagros; violentos y despreciables los otros, como enPecado City. Ambos relatos se inscriben dentro de la tipología del cuento fantástico.
EnLos Ojossobrevuela alguna referencia a la última dictadura militar en la Argentina; también enWoman del Adiós, que alude a los tópicos del exilio político, el horror, la delación y la muerte. EnDos exiliosabordo la historia del destierro de un inmigrante perseguido por el contexto sociopolítico de su tiempo.
Por último, incluyo dos relatos sobre las tradiciones populares y los cultos paganos, ambientados en la llanura pampeana: una estación de tren que funciona como santuario (La Estación de los deseos) y una veneración rural generada en un antiguo equívoco (La devoción de Aparicio Casal). Ambos pretenden ilustrar, con afecto y admiración, las características del imaginario popular en el habitante de nuestras pampas.
Acaso sea caprichosa la selección de relatos: el azar también lo es. La mayoría de los personajes de estas historias quedan al arbitrio de fuerzas oscuras e inmanejables, más allá de sus propias impericias. Las dudas y vacilaciones no hacen más que ahondar sus fracasos. Sin embargo, dueños de un destino que los emplaza a la derrota más perentoria, aun se permiten soñar. “Yo sé bien que la triste Cobardía–afirmaba el poeta Leopoldo Marechal-suele atar a los hombres junto al Río moroso”. Y en esa fuerza subterránea de la resistencia tal vez radique su eventual redención.
EnCafé de los milagroslos personajes nos harán emocionar, entristecer o reír porque, por sobre todas las cosas, son el espejo en el que queda reflejada la atroz falibilidad de los seres humanos.
GC
Tómbola
El profesor Orestes Coutiño vivió acosado por traumas, obsesiones y fobias desde su más temprana edad. Hijo único de madre dominante y padre ausente, creció entre los prejuicios sociales y sexuales de su época, las burlas de sus compañeros y un insano e irracional temor por las cuestiones azarosas e impredecibles.
Fue docente en una universidad del conurbano bonaerense, en donde impartió clases de Filosofía y pregonó las teorías deterministas delprincipio de causalidad, de las que era un devoto guardián. Para él, todo acontecimiento estaba determinado por la incorruptible cadena causa-efecto: nada sucede por casualidad. En verdad, más que negar el azar, le resultaba espantoso y aterrador.
Y así se ejercitaba en asociar absurdos encadenamientos causales. Por ejemplo: “si ayer llovió y logré dictar una brillante clase de Lógica, todos los días tomentosos podrán ser pasibles de idéntica eficacia”. O argumentos de la siguiente especie: “el primer día de cada mes -así como cada día impar, al que los dioses consideraban como de buen augurio- es el más propicio para comprar y renovar objetos e iniciar procesos de transformación personal”.
A los treinta años conoció a una mujer, Sofía, de la que se enamoró. Pero el amor no fue correspondido, por lo que flirtearon cierto tiempo y ella lo abandonó. Su obsesiva conducta hizo que, durante años, frecuentara el barLa Gloria-sitio donde la había conocido- todos los días viernes a las veintitrés horas. A lo largo de más de diez años usó el perfume con el que la había intentado conquistar. Y pedía el mismo trago de entonces: gin con agua tónica. Aunque a los pocos años se hizo a la idea de que Sofía ya no iba a volver, consideraba el sitio como de buen augurio para conocer a un nuevo amor.
Disponía de una inusual cantidad de rituales compulsivos, que desplegaba en forma recurrente: los días impares transitaba por veredas de numeración impar; evitaba mirar carteles publicitarios y marquesinas que terminen con la letra E previamente a acontecimientos que creía de suma importancia: el encuentro con una mujer, un partido de fútbol decisivo de su equipo favorito, una fecha en que debía tomar exámenes, etcétera. Eludía el alquitrán del pavimento como así también las baldosas de color rojo; desistía cerrar una evaluación con el número 4; rechazaba el número 59 por estimarlo portador de mala fortuna y solía tocar con su mano sucesivas veces –por lo general, tres- un objeto que había sido involuntariamente rozado por su cuerpo.
Precisamente el número tres lo obsesionaba: esa era la cantidad de veces que se persignaba ante episodios que consideraba adversos, las veces que dejaba sonar su teléfono ante llamados imprevistos, y las que se acomodaba sus lentes en clase en momentos de zozobra intelectual frente a sus alumnos. No se iba a dormir sin leer ni escuchar en última instancia una palabra finalizada con la letra A. Antes de salir de su casa, acariciaba con su mano derecha la rodilla de su pierna diestra.
Y, aunque era en exceso cabulero y supersticioso, curiosamente los gatos negros le eran indiferentes, y hasta alguna vez sugirió que no entregar un salero en mano durante una comida era signo de mala educación.
El profesor era obsesivo con las simetrías y las equidistancias. En su casa reinaba un orden riguroso, casi geométrico, y había dispuesto los espejos de tal modo que desde cualquier sitio él pudiera observarse. Los libros de su biblioteca estaban distribuidos, por altura y grosor de lomo, con una exacta precisión simétrica. Idéntico rigor lucía su vestuario en el placard y el antiguo cristalero vitrina que decoraba un iluminado salón de estar. En una de las paredes de su habitación pendía un cuadro enmarcado con frases palindrómicas, de una estética similar al test de Snellen que utilizan los oftalmólogos para verificar la agudeza visual:
Diestro ajedrecista, amaba los círculos concéntricos y las palabras cruzadas. En su obstinada ofensiva por mitigar el azar, instaló en su ordenador un programa de cálculo de probabilidades sobre los juegos por sorteo -como los de las loterías y quinielas- valiéndose de una base de datos actualizada con las apuestas ganadoras de los últimos años. Manejaba frecuencias de números y combinaciones, motivo por el cual sus escasos allegados lo consultaban en forma asidua para conocer las posibilidades de éxito.
Coutiño descreía de la información del Servicio Meteorológico suministrada por los medios masivos. Por tal motivo, tenía en su vitrina una colección de adornos de material termocromático –los clásicos gallos, lobos marinos, hipocampos- reversibles a los cambios de temperatura. En estos objetos se fiaba para salir de su casa con la vestimenta que consideraba apropiada para soliviantar las impredecibles cuestiones climáticas. El pequeño paraguas que portaba siempre dentro de su maletín indicaba, empero, su predisposición a desconfiar hasta de sus simpáticos adornos.
Su feroz batalla contra la ventura lo condujo hacia un camino más sombrío y oneroso: contrató los servicios de una pitonisa como consultora permanente. En efecto, la tarotista Catalina Souza Soares fue, durante muchos años, sutrainerespiritual. Más popular por la manera de promocionar sus servicios –recorría los suburbios montada en una pala mecánica o en la escalerilla de una autobomba con altavoces- que por los resultados que arrojaban sus predicciones y conjuros, la mujer supo manipular la mente del profesor y generarle una dependencia adictiva, que lo arrastró casi hasta la quiebra financiera. Consultas semanales, hechizos y talismanes, rituales mágicos y ceremonias colectivas fueron minando sensiblemente sus ingresos. Harta de su propensión sibilina, Inés, la única mujer con quien estuvo cerca de concretar una relación sentimental, se fue del barrio y se mudó de país.
El 30 de junio de 2004, al salir de su vivienda ubicada en la calle Sarmiento 4115 de la ciudad de Buenos Aires, fue atropellado por un vehículo que se incrustó contra la pared tras un violento choque. Coutiño falleció en el acto.
Justamente él, que empeñó su vida en someter lo imprevisto a la mínima expresión posible, desaparecía por un mero efecto caótico. Quien trató de imponerse a sí mismo la tradicional certeza matemática para compensar la incertidumbre natural que refleja lateoría de las estructuras disipativas–oteoría del caos, que Coutiño explicaba, aunque de manera lacónica, a sus alumnos- murió intempestivamente de un golpe azaroso. “La previsión exacta–había dicho el químico belga Ilya Prigogine, teórico del caos-es imposible(…)El sistema evoluciona por zonas de incertidumbre donde no reinan las leyes eternas de la física”. Como la tómbola, como la vida.
El profesor tenía 59 años.
El body azul
La armónica convivencia que llevaban como pareja de pronto se agrietó. Si bien la rutina y la pasión habían sido hábilmente dosificadas, algo comenzó a inquietar la mente de Franco, ajeno hasta entonces a los avatares de la infidelidad. Raquel era, por lo demás, su amante y amiga, su compañera de proyectos y sueños.
El exceso de trabajo, el estrés y acaso las exigencias de su oficio fueron determinantes a la hora de provocar la perturbación del hombre que, por otra parte, no fue en modo alguno drástica, sino despaciosa y casi imperceptible.
Todo comenzó con un sueño. Imaginó una mujer, un encuentro, un diálogo íntimo. Con el correr de los días fue soñando, sucesivamente, una cena romántica, un paseo por la ciudad, el primer acercamiento sexual. Lucía era la mujer ideal: bellísima, discreta y apasionada. Recorría todas las noches cada parte de su cuerpo, exploraba cada detalle suyo, cada fragancia, cada gota de sudor. Comenzó a reconocer los sitios que ella frecuentaba: su oficina, el restorán favorito, el barrio. Cierta vez le obsequió un body azul, un camafeo italiano, una colonia:Mystere. Caminó por las calles que lo separaban de ella, y hasta socializó con el entorno personal de la mujer. Y hurgó en cada rincón de esas paredes en las que pasaban largas noches de pasión.
La sonrisa franca, los enormes ojos verdes y los ademanes, el escote sugerente, la nariz perfecta y las manos suaves de Lucía se empecinaban en aparecer en cada sueño diurno o nocturno de Franco. Cada vez la soñaba con mayor frecuencia. Diariamente en el largo trayecto que recorría con su vehículo por la autopista pero, además, en su oficina, en la hora del almuerzo cotidiano y hasta en la plaza, donde solía ir para escaparse del asedio laboral.
Este desorden comenzó a desgastar su relación con Raquel. Ella lo hallaba taciturno y distante, y con cierto grado de apatía sexual. Con el tiempo, la extrañeza se convirtió en impaciencia y ésta en desconfianza. Franco no lograba reaccionar, y atribuía su pesadumbre al cansancio físico y mental. Cuando hacían el amor procuraba sumergirse en la imagen de Lucía e intentaba, infructuosamente, asociar ambos cuerpos. Pero ni los orgasmos de su mujer ni los jadeos se parecían a los de su amante espectral.
El instinto femenino avezado en percibir indicios asociados con la infidelidad no escapó aquí a las generales de la ley. ¿No era Franco, por lo demás, infiel? ¿Debía revelarle a su compañera el verdadero móvil de su conducta? ¿Cómo confesarle sin pudor un relato de apariencia tan inverosímil?
Agobiado, pasaba las noches dormitando apenas en el sofá. Sólo con Lucía gozaba de los únicos instantes de placer; sólo con esa mujer producto de una ensoñación y que, sin embargo, se obstinaba en inquietarlo con su presencia sutil. El deterioro de la relación sentimental con Raquel era directamente proporcional al crecimiento de su obsesión.
La apacible vida se había truncado por la aparición de un sueño que jamás haría realidad. Pensó que alejarse de su mujer no le allanaría el camino más que para sucumbir definitivamente a la maraña de un amor idealizado. La soledad lo conduciría a un precipicio de locura del que difícilmente pudiese retornar.
Entonces decidió urdir un plan que le devolviese su vida anterior. Proyectó una hipótesis posible: la muerte de Lucía, la desaparición de ese espectro que lo colmaba de felicidad a la vez que iba arrastrándolo irremediablemente al abismo. Pensó en una muerte accidental: intentó también con un asesinato por encargo, o una enfermedad terminal. Pero lo único que lograba era consolidar su fantasía.
Inventó un amante para ella, hipótesis que sólo le traería un largo y doloroso desencanto. Una amante para él, pero no lograba concebir en sus sueños la figura de una mujer que superara la perfección de Lucía.
Finalmente todos sus esfuerzos fueron vanos. Cierto día, al regresar de su oficina, Raquel había decidido abandonarlo en forma definitiva. Comprendió entonces que esa era la única alternativa posible; al menos, la única inmediata. Habitado por su criatura, conminado por las circunstancias a vivir y actuar al arbitrio de aquella, Franco enfrentó el duelo con la resignación y la desidia de su agonía anímica.