Cambio de vida - Sara Orwig - E-Book

Cambio de vida E-Book

Sara Orwig

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Beschreibung

¿Se arriesgaría a intentar echarle el lazo al hombre de su vida? Un experto en rodeos como Wyatt Sawyer estaba acostumbrado a tratar con potros salvajes, ¡pero no con bebés! Por eso, cuando se enteró de que tenía que cuidar de su sobrina de cinco meses, Wyatt supo que necesitaba una niñera. Lo que no esperaba era que la niñera resultara ser la bella Grace Talmadge... una verdadera tentación para el corazón de un cowboy con miedo al compromiso. A Grace le gustaba llevar una vida tranquila y sin riesgos, pero su jefe... y sobre todo sus besos... acabarían por causarle problemas.

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Editados por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2003 Sara Orwig. Todos los derechos reservados.

CAMBIO DE VIDA, Nº 1391 - junio 2012

Título original: The Rancher, the Baby & the Nanny

Publicada originalmente por Silhouette® Books

Publicada en español en 2005

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-687-0162-2

Editor responsable: Luis Pugni

Conversion ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Prefacio

Desfiladero del Caballo, Texas, llamado así de acuerdo con una antigua leyenda en la cual un guerrero apache se enamoró de la hija de un capitán de caballería de Estados Unidos. Cuando el capitán se enteró de su amor, trató de obligar a su hija a casarse con un oficial de caballería. El guerrero y la chica planearon escapar y casarse. La noche que el guerrero fue a buscarla, el capitán lo mató. Su espíritu se convirtió en un caballo blanco que siempre va en busca de la mujer que amaba. Con el corazón roto, la chica entró en un convento, donde en las noches de luna podía ver al caballo blanco corriendo desbocado, pero no sabía que era el fantasma de su guerrero. El caballo blanco sigue aún rondando por la zona y, según la leyenda, llevará el amor a aquél que consiga domarlo. No muy lejos del Desfiladero del Caballo, en los condados de Piedras y Lago, hay un caballo blanco salvaje que cabalga por las tierras propiedad de tres solteros de Texas: Gabriel Brant, Josh Kellogg y Wyatt Sawyer. ¿Está el caballo blanco de la leyenda a punto de llevar el amor a sus vidas?

Capítulo Uno

Desfiladero del Caballo.

–¡Oh, no!

Con un bebé en brazos, Wyatt Sawyer estaba de pie junto a la ventana de su rancho de Texas y observaba cómo una mujer salía de su coche. Mientras se aproximaba a la casa, Wyatt recorrió su cuerpo con la mirada e inmediatamente la desechó de su lista de posibles niñeras. Ella misma parecía una niña. Tenía melena pelirroja y rizada recogida con una pinza y algunos mechones le caían por la cara. La ausencia de maquillaje, su anodino vestido gris y su blusa blanca hacían que pareciese una niña de dieciséis años.

–¿Cuántas niñeras tendré que entrevistar para ti? –le preguntó Wyatt al bebé, que dormía en sus brazos. Miró a su sobrina de cinco meses y la ternura lo inundó–. Megan, cariño, encontraremos a la niñera perfecta. Voy a ocuparme de ti lo mejor que pueda –levantó al bebé y le dio un beso suave en la frente. Luego devolvió la atención a la mujer que se aproximaba a la puerta.

El sol de mayo iluminaba el cuerpo de la chica y revelaba una mirada fresca que no hacía más que aumentar su apariencia juvenil. Wyatt deseaba poder preguntarle la edad, porque parecía imposible que pudiera tener más de dieciocho años. Observándola más detenidamente, vio que tenía las piernas largas. Pensó en dos de las mujeres que ya había entrevistado y que eran auténticas bellezas. En ambas ocasiones, cuando habían entrado en la sala, él se había quedado sin aliento. Y tres minutos de entrevista después, ya se había dado cuenta de que nunca podría dejar a Megan con ninguna de ellas.

Suspiró. ¿Por qué era un trabajo monumental encontrar ayuda? El dinero que ofrecía no estaba nada mal. Pero sabía cuál era el inconveniente. La mujer tendría que vivir en el rancho. Las que tenían raíces en algún rancho o granja no estaban mucho más interesadas que las que venían de la ciudad. O eso, o las candidatas buscaban un marido potencial, y Wyatt no tenía ningún interés en el matrimonio.

Sonó el timbre y fue a contestar. Abrió la puerta y se encontró ante un par de ojos verdes que lo miraban con una astucia alarmante. Durante unos segundos ambos se vieron atrapados por el silencio, una experiencia extraña para Wyatt. Parpadeó y la estudió más detenidamente. La chica tenía pecas en la nariz.

–Señor Sawyer, soy Grace Talmadge.

–Adelante. Llámame Wyatt –dijo él, sintiendo que era más viejo que sus treinta y tres años. ¿Cuánto tiempo le llevaría librarse de ella? Le había dedicado a cada una veinte minutos, pero con aquélla planeaba estar nada más que diez. No podría tener más de veintiuno.

–¿Ésta es tu niña? –preguntó ella.

–Mi sobrina, Megan. Cuido de ella.

–Es un bebé precioso.

–Gracias, eso creo. Adelante –repitió Wyatt.

Cuando Grace pasó ante él, Wyatt apreció una esencia a limones. ¿Sería su jabón? Cerró la puerta la guió por el pasillo. Se detuvo y le abrió paso a la sala familiar, siguiéndola después.

Ella se quedó de pie mirando a su alrededor como si nunca hubiera estado en una habitación como ésa.

Wyatt miró la habitación, a la que normalmente no le prestaba mucha atención. Era la única habitación de la casa que no había sufrido cambio alguno desde su niñez, con su familiar artesonado, el lince disecado, las cabezas de ciervo y antílope, todos los animales que su padre había matado. También había estanterías llenas de libros, alfombras de oso en el suelo y un rifle colgado sobre la chimenea.

–Debes de ser cazador –dijo ella con el ceño fruncido.

–No, mi padre era el cazador. Le gustaba matar animales salvajes y grandes –dijo Wyatt, sabiendo que, tantos años después, seguía sin poder mantener la amargura lejos de sus palabras–. Siéntate, por favor –añadió mientras cruzaba la sala para sentarse en una mecedora. Acunó al bebé en sus brazos y comenzó a mecerse ligeramente.

Grace Talmadge se sentó frente a él en una silla, con las piernas cruzadas a la altura de los tobillos y las manos cruzadas sobre el regazo.

–Entonces, señorita Talmadge, ¿tienes experiencia como niñera?

–No –contestó ella–. Soy contable en una compañía de rotulación en San Antonio. Llevo cinco años con este trabajo, pero el dueño ha decidido retirarse y va a cerrar el negocio. Así que necesito encontrar otro trabajo.

Lo de los cinco años lo sorprendió. Wyatt imaginó que se habría ido a trabajar nada más acabar el instituto.

–¿Y por qué quieres ser niñera? ¿Te das cuenta de que eso significa vivir aquí, en el rancho?

–Sí, lo tuve claro desde el principio.

–Si nunca has sido niñera, ¿cuáles son tus cualificaciones para el trabajo? ¿Has tenido relación con niños?

–De hecho no, pero creo que puedo aprender.

–Gracias por venir hasta aquí –dijo Wyatt poniéndose en pie–. Sé que es un largo camino pero necesito a alguien con experiencia para este puesto.

Ella se puso de pie también y lo miró.

–¿Y tú has tenido mucha experiencia como padre?

–No, no tuve elección, pero soy pariente de… –se detuvo al ver lo que estaba a punto de decir. Ser pariente de sangre no significaba necesariamente amor o cariño.

–Al menos dame una pequeña oportunidad –dijo ella.

–¿Por qué quieres el trabajo si no tienes experiencia? Puede que no soportes ser niñera.

–Oh, no. Nunca podría no soportar cuidar a un bebé.

–¿Estás familiarizada con los niños?

–Tengo algunos primos pequeños con los que he estado a veces, pero viven en Oregón, así que no los veo muy a menudo.

–No estás aquí buscando marido, ¿verdad? Porque no soy un hombre casadero.

Ella se rió, revelando sus dientes blancos al tiempo que sus ojos verdes brillaban.

–¡No!, claro que no. ni siquiera te conocía cuando me enteré del trabajo. Tengo una amiga en el Desfiladero del Caballo, así que había oído algo de ti. Creo que tú y yo no tenemos nada en común.

–Lo siento, pero algunas mujeres a las que he entrevistado siempre tienen el matrimonio en mente, y además les han alimentado la idea. Así que, si no sabes nada de bebés y no estás interesada en el matrimonio, ¿por qué estás dispuesta a vivir aquí apartada sola con mi sobrina y conmigo? ¿Por qué quieres este trabajo?

–He estado estudiando en la universidad. Quiero liquidar las deudas. Ya tengo el título ahora quiero hacer un master en contabilidad. Si consigo este trabajo podré ahorrar dinero y cuando la niña esté en preescolar, podré ir a clase mientras ella esté fuera.

–Para eso falta mucho. Es sólo un bebé.

–El tiempo vuela, y para entonces ya habré ahorrado dinero. Pero ahora tengo que saldar mis deudas.

–¿Así que cuando consigas el master yo me quedo sin niñera?

–No, en absoluto. Sólo será algo que tendré si lo necesito. Quizá pueda trabajar como contable mientras Megan esté en la escuela. Y si no hago otra cosa con ello, ahora mismo ya llevo mis propias finanzas y las de mi familia, así que estaré mejor preparada.

–Háblame de tu familia. ¿Viven en San Antonio? –preguntó él dándose cuenta de que tenía la boca rosada y los labios sensuales.

–No, son misioneros en Bolivia. Tengo dos hermanas. Pru, que vive en Austin, es terapeuta y profesora voluntaria. Faith, la mayor, es enfermera y trabaja como voluntaria con personas mayores incapacitadas.

Escuchar a Grace hablar de su familia hizo que Wyatt recordara a sus amigos de la niñez, Josh Kellogg y Gabe Brant, que adoraban a sus padres y a sus hermanos y que eran correspondidos. Aún recordaba la sorpresa al ir a casa de Gabe y descubrir que una familia podía ser cálida.

–Aquí está su foto –dijo ella abriendo su bolso y sacando una fotografía que le enseñó.

–¿Llevas una foto de tu familia contigo?

–Sí, me gusta mirarla.

Al tomar la fotografía, sus dedos rozaron con los de ella ligeramente y él fue plenamente consciente del roce. La foto mostraba a una pareja sonriente, de la mano, y a dos chicas de pelo castaño, también sonrientes. Tras ellos, unas montañas verdes.

–¿Son tus padres? –preguntó él observando al hombre alto y de pelo oscuro y a la esbelta mujer pelirroja que parecía demasiado joven para tener tres hijas adultas.

–Sí. Tom y Rose Talmadge. Se casaron jóvenes.

–¿Con quince?

–¡Claro que no! tenían dieciocho. Te has equivocado en tres años. Eran amigos de la infancia. Mi abuelo por parte de padre, Jeremy, es ministro en el fuerte Worth.

–Agradable familia –dijo él.

–Ésas son mis hermanas. Fueron a ver a nuestros padres el año pasado, pero yo estaba en mi último semestre en la universidad y no pude ir.

–¿Así que bienes de una familia de bienhechores y sin embargo tienes una educación en contabilidad y quieres tener un trabajo bien remunerado?

–Eso es. Mi familia dice que yo soy la práctica. De hecho tengo un don para las cifras y me gusta hacer dinero. El dinero significa muy poco para el resto de mi familia.

–Bueno, al menos tenemos algo en común –dijo él–. A mí también me gusta hacer dinero. Pero no creo que tu don para las cifras te sea de mucha ayuda para cuidar de un bebé –dijo Wyatt, y le entregó la fotografía–. Tus padres parecen agradables.

–Son agradables –dijo ella volviendo a guardar la fotografía en el bolso–. Sé que no piensas muy bien de mí, pero vengo de una familia estable y trabajadora y tengo buenas referencias. Creo que puedo aprender a cuidar de tu bebé.

Wyatt se sentía intrigado por ella. Aquella chica con acento suave y pecas lo estaba ganando poco a poco. Y sabía por qué. Exceptuando el ligero vínculo que había tenido con su hermano, Hank, Wyatt nunca había estado muy unido a su familia, y ella le recordaba a su pasado de una manera que pocos habían conseguido.

–Siéntate y hablaremos –dijo Wyatt.

Ella se sentó con los tobillos cruzados y con aspecto de remilgada, como antes. También parecía que iba a salir corriendo si él decía «bu», sin embargo se había puesto de pie para hacerle la pregunta sobre su experiencia como padre. En eso tenía razón. El primer día le había llevado horas descubrir el modo correcto de ponerle un pañal a Megan.

–El trabajo implica que vivas aquí, en el rancho. Significa vivir en esta casa con Megan y conmigo –le recordó.

–¿Hay alguna razón por la que eso debería preocuparme?

–El aislamiento.

–No me importa.

–Para alguien joven eso es extraño. Éstos son los años principales para encontrar marido. A la mayoría de las mujeres no les gusta el aislamiento.

Ella le sonrió.

–Conseguir un marido no está en mi lista de prioridades. Me ocuparé de tu sobrina y no me importará el aislamiento para nada.

–¿No quieres casarte?

–Si surge, algún día, pero si no, me da igual. Tengo una vida muy ocupada.

Él no la creyó ni por un minuto, pero pasó a otro tema.

–Tengo una mujer que es cocinera y ama de llaves a la vez, y vive en el rancho, así que será de ayuda, pero si tú eres la niñera, tendrás que vivir en esta casa. Como ésta será tu casa durante la semana, necesito saber si existe algún novio.

–No, no existe novio alguno. He estado ocupada para poder terminar la universidad y no he tenido tiempo para citas.

–Estar ocupada no tiene mucho que ver con tener citas.

Ella se encogió de hombros y dijo:

–Bueno, nunca he encontrado a nadie que estuviera realmente interesado en mí. No suelo tener citas.

–¿Cuándo te graduaste en el instituto? –preguntó él para poder averiguar su edad.

–Tengo veinticinco –dijo ella con una sonrisa–. Me gradué hace siete años.

Megan estiró los brazos mientras se despertaba y comenzó a llorar.

–¿Cómo está mi niña? –preguntó Wyatt mientras se ponía en pie–. ¿Me disculpas durante un minuto mientras la cambio y le doy el biberón?

–Claro.

Se marchó y Grace observó cómo se iba con una mezcla de sentimientos. Su amiga de la universidad, Virginia Udall, le había advertido sobre Wyatt, hablándole de su oscuro pasado. Cómo durante el instituto había tenido que dejar las clases y abandonar la ciudad. Había oído historias sobre su descontrol, sobre las locuras que había hecho de joven, sobre las chicas a las que había seducido, sobre las peleas de borrachos en los bares. Virginia tenía una hermana mayor que había ido al instituto con Wyatt. Grace había visto en el anuario la foto de él. Recordaba mirar la fotografía de un chico que, a pesar de su pelo largo y descuidado, era el más guapo del instituto.

De todas las cosas que había oído sobre él, en la única que estaba de acuerdo era en que era el hombre más guapo que jamás había visto. Cuando le había abierto la puerta, se había quedado petrificada observando aquellos ojos marrones, aquellos pómulos prominentes, su nariz recta y su mandíbula firme. La melena había desaparecido, pero su pelo negro seguía estando alborotado e indomable. No era extraño que aquel hombre tuviera reputación con las mujeres.

Era difícil asociar las historias que había oído con el tío cariñoso que parecía ser. Miró a su alrededor y se dio cuenta de que la habitación era muy masculina, sin ningún toque femenino, aunque le habían dicho que durante algún tiempo su hermano y su mujer habían vivido allí. Era difícil imaginarse a un bebé gateando sobre una alfombra de oso y Grace se preguntó si la habitación habría estado siempre así, desde la infancia de Wyatt. Era más difícil aún imaginarse a Wyatt de niño.

¿Estaría metiéndose en la boca del lobo como le había dicho su amiga? Si aceptaba el trabajo, tendría que vivir allí sola con Wyatt Sawyer y un bebé. Su aspecto era incapaz de disimular el granuja que había sido. Por un momento, mientras se aproximaba a la casa, le habían entrado ganas de darse la vuelta y volver al pueblo. Pero luego había considerado el rumor que corría por el Desfiladero del Caballo de que Wyatt no podía encontrar una niñera y que ofrecía un sueldo enorme.

Wyatt regresó a la habitación con el bebé en un brazo y el biberón en el otro. Se sentó de nuevo en la mecedora y comenzó a darle el biberón. Megan, con sus pequeños dedos agarró la botella y comenzó a chupar. Mientras observaba a su sobrina, su cara de absoluta devoción hizo que Grace se preguntara si todas las historias que había oído eran ciertas.

–¿Por qué no me cuentas algo sobre el trabajo? –preguntó ella.

Él levantó la cabeza y la miró como si hubiera olvidado su presencia.

–Vivirías aquí y te ocuparías de Megan. Yo estaría por las noches, pero no durante la mayor parte del día. La persona que contrate tendrá que ocuparse de mi sobrina durante el día, así que tiene que ser alguien en quien pueda confiar, alguien que pueda darle cariño y que sea competente.

–Creo que yo puedo hacer eso.

–Te darás cuenta de que es una vida solitaria cuando te apetezca quedar con amigos y con alguna cita.

–Bueno, estoy segura de que tendré tiempo libre.

–Sí, los fines de semana. Yo me ocuparé de Miegan entonces. Francamente, eres joven. Yo tenía en mente a alguien más madura, quizá una abuela con mucha experiencia. Alguien sin interés por las citas. Y otra cosa, si sales con alguien, no lo quiero ver en el rancho. Nada de novios en el rancho. Creo que tengo que…

De pronto Megan apartó el biberón y comenzó a llorar. Wyatt intentó que comiera más, y luego se la colocó sobre el hombro dándole palmaditas en la espalda y hablando con ella. Al ver que la niña chillaba más, se levantó y comenzó a caminar de un lado a otro.

–No sé si es que se da cuenta de que algo ha ocurrido o si siempre ha sido así, pero a veces se pone insoportable. El pediatra dice que está sana. Quizá está enfadada con el mundo.

Grace dejó su bolso y se puso de pie para acercarse a él.

–Deja que la tome un poco en brazos para ver si un cambio en la persona ayuda en algo –dijo, y tomó al bebé en brazos–. Quizá tengas que prepararle otro biberón.

–No creo que coma más –dijo él viendo el biberón casi vacío–. Normalmente no se termina los biberones.

Grace comenzó a caminar por la habitación mientras le daba palmaditas en la espalda a Megan, como había hecho Wyatt. Se colocó junto a una ventana y luego se giró para que Megan pudiera ver el paisaje, luego siguió caminando. Pero la niña seguía llorando, así que se la acercó más al cuerpo y comenzó a cantar suavemente. Poco después, Megan se calmó y Grace siguió dando vueltas por la habitación.

Wyatt regresó con un biberón medio lleno y observó cómo Grace se sentaba en la mecedora.

–Dame el biberón a ver si quiere más –dijo ella.

Grace se cambió a Megan de brazo y tomó el biberón. Para sorpresa de Wyatt, la niña comenzó a comer mientras Grace se mecía y cantaba suavemente.

–Para ser alguien que no tiene ni idea de bebés, lo estás haciendo muy bien –dijo él–. A veces no puedo hacer que se calme en una hora. Nada le va bien. La he llevado fuera, he caminado con ella, le he cantado, la he mecido.

–Quizá quiera que yo sea su niñera –dijo Grace con una sonrisa, y él tuvo que reírse. A Grace se le aceleró el pulso porque su risa era seductora, irresistible.

–Tengo que ver algunas referencias antes de seguir.

–Las tengo en mi bolso.

–¡No pares con Megan! –dijo Wyatt.

–Cuéntame más sobre el trabajo –dijo Grace.

–Yo iré y vendré. Tengo una oficina aquí y a veces habrá gente aquí mientras trabajo. Otras veces estaré en el Desfiladero del Caballo o en San Antonio. Tendré que hacer algunos viajes. No sé si sabes algo de mi pasado o no…

–Muy poco.

–Una breve historia familiar para que sepas por qué tengo a Megan. Mi madre murió cuando yo era un niño. Mi padre me educó a mí y a mis dos hermanos. Yo soy el pequeño. Jake, mi hermano mayor, murió cuando estaba en el instituto. El año pasado murió mi padre.

–Lo siento –dijo Grace.

–No estábamos muy unidos. Megan es la hija de mi otro hermano. Hank y su mujer, Olivia, murieron recientemente cuando su avioneta se estrelló. En su testamento decía que yo tenía que ocuparme de Megan.

–Me alegro de que ella te tenga –dijo Grace.

–¿Has crecido en esta parte del país? –preguntó él. Nadie que lo hubiera conocido en el pasado se alegraría de que alguien como él se ocupara de Megan.

–Sí, he vivido en San Antonio toda mi vida.

–¿Y tienes una amiga en el Desfiladero del Caballo que te ha hablado de mí?

–Sí. Virginia Udall.

–No la recuerdo –dijo Wyatt–. Realmente debes de querer este trabajo. La mayoría de la gente de la zona no se alegra de que yo sea el tutor de Megan. La familia de mi difunta cuñada amenaza con emprender acciones legales para quitármela.

Grace levantó la cabeza y sus ojos verdes se cruzaron con los de él.

–Veo que realmente quieres a tu sobrina y que quieres lo mejor para ella.

–Bueno. La verdad es que no tienes ni idea de cómo me las apaño con ella. Quizá me la llevo a bares. No sabes lo que hago.

–Nunca te llevarías a este bebé a un bar y apuesto a que es lo primero en tu vida. ¿Tengo razón?

Aquella mujer lo estaba retando a su manera tranquila y sosegada. Se dio cuenta de que su primer juicio sobre su inmadurez no era exacto, algo que rara vez ocurría cuando se trataba de mujeres.

–Tienes razón, nunca la llevaría a un bar y ya la quiero como si fuera mi hija. Para ser novata, lo estás haciendo muy bien.

–Es un bebé precioso.

–Sí, lo es. ¿Quieres que la tome en brazos?

–Estoy bien, y ella está bien. Sigue y siéntate.

Wyatt estaba alucinado. Grace Talmadge actuaba como si aquélla fuese su casa y él fuera el entrevistado. Mientras se sentaba, Wyatt arqueó una ceja y preguntó:

–Si consiguieras el trabajo y te mudaras aquí, ya que los dos somos jóvenes, comenzarían los rumores. ¿Estás preparada para eso?

–No tengo problemas con los rumores. Mis abuelos y mis padres están en Bolivia, lejos de los rumores. Mis hermanas y mis amigos me conocen, y yo me conozco. No me importan los demás ni sus estúpidos rumores.

–¿Así que no habías oído rumores sobre mí antes de venir aquí?

–He oído algunas cosas. Si fuera cierto, ya me habría marchado hace rato, pero no eres más que un caballero.

–Me tientas a mandar a paseo la fachada de caballerosidad, pero tengo que pensar en Megan, así que el orden del día es mantener esto a un nivel impersonal y profesional. Otra de las razones por las que esperaba encontrar a alguien mayor. No existiría la tentación del flirteo.

–Oh, no creo que tengas que preocuparte por eso. Los hombres como tú no están tentados a flirtear con mujeres como yo –le aseguró ella.

–Si hubiera mantenido esta entrevista a nivel profesional, pasaría por alto eso, pero hace tiempo que dejamos lo profesional a un lado. ¿Hombres como yo?

–Tienes experiencia y eres sofisticado. Me imagino que te gustan las mujeres que comparten tus intereses. Soy una rata de biblioteca, mojigata y un montón de cosas más que no atraen a los hombres sofisticados. El flirteo no será un problema, ni para mí ni para ti. ¿Cuándo quieres que comience?

–Lo antes posible –dijo él. Quiero alguien a largo plazo, no un continuo ir y venir de niñeras que le provoquen a Megan un trastorno.

–No tienes garantía de alguien a largo plazo con nadie que contrates. A una mujer mayor podría ocurrirle algo que le hiciera dejar el trabajo al igual que a una chica joven. Soy de fiar, ya te lo he dicho. Tengo referencias. Mis notas de la universidad son buenas y mi asistencia a las clases y al trabajo fue y es excelente.

–¿Te importa si me pongo en contacto con tu jefe actual?

–No sabe que estoy solicitando este puesto, pero no pasa nada. Junto con mis referencias te daré su número.

–Quizá será mejor que vayamos a los detalles –dijo él–. Trabajarías de lunes a viernes, todo el día, aunque cuando yo esté aquí, pasaré las tardes con Megan. Quiero una niñera interna que sea como la madre que Megan ha perdido. Vivirás aquí. Los fines de semana son cosa tuya. Nada de novios en el rancho ni de fiestas salvajes.

–¿Debo suponer entonces que no habrá fiestas salvajes aquí?

–Me refiero a ti, pero no, no habrá ninguna, ni por mi parte ni por parte de la niñera.

–Me parece bien.

–Eres de fiar.

–A veces, cuando esperas lo mejor de la gente, ocurre lo contrario. Y si no lo esperas, me iré.

–Muy bien. Tengo que hacer otras entrevistas. Dame tus referencias –dijo él mientras se acercaba a ella–. Devuélveme a Megan.

Grace le entregó al bebé y, al hacerlo, sus manos rozaron las de él y sintió un escalofrío.

–Es muy dulce.

–Tienes su voto –dijo él mientras tomaba a Megan en brazos. Entonces la niña comenzó a agitarse y a llorar de nuevo–. Ey, Megan, ¿cuál es el problema? –preguntó mirando a Grace–. No sé qué es lo que la pone tan nerviosa.

–Quizá le estén saliendo los dientes.

–No lloraba contigo –dijo él caminando de un lado a otro. Mientras tanto, Grace cruzó la sala y sacó unos papeles del bolso.

–Aquí están mis referencias –dijo ella dejándolas sobre una mesa–. Gracias por la entrevista. Puedo salir sola.

–Grace.

Cuando se dio la vuelta para ver lo que quería, los gritos de Megan subieron de volumen.

–Sólo un minuto, Megan –dijo él.

Grace dejó su bolso y cruzó la habitación para tomar al bebé en brazos. Poco después Megan se tranquilizó y dejó de llorar.

–Quizá sí que quiera que seas su niñera –dijo él–. No has preguntado por el salario.

–Si tú me quieres como niñera y yo quiero el trabajo, supongo que podremos llegar a un acuerdo.

Wyatt le dijo lo que pensaba pagar y Grace lo miró sorprendida porque la cifra era astronómica.

–Con un salario como ése deberías ser capaz de conseguir a la niñera que te diera la gana.

–No, las mujeres no aceptan el aislamiento, a no ser que incluya matrimonio. Que no es el caso –dijo él, aunque también sabía que su reputación disminuía las posibilidades–. El trabajo significa dedicar tu vida al bebé.

–No es verdad. Los fines de semana están libres.