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"Y puesto que vivimos por el Espíritu, andemos también en el Espíritu" Gálatas 5:25 El Espíritu Santo nos da fuerzas, nos guía y nos capacita, para crecer y perseverar en nuestra relación con el Padre por medio de Jesucristo. El Espíritu Santo es la persona de la Trinidad menos comprendida, pero aun así, sigue siendo el foco principal de renovación y avivamiento. J. I. Packer busca ayudar a los creyentes a reafirmarse en el llamamiento a la santidad, atentos a la función que desempeña el Espíritu en el nuevo pacto con Dios. Packer nos muestra la riqueza y profundidad de la obra en acción del Espíritu, evaluando para ello las facetas de la santidad y de los carismas, permaneciendo Cristo en todo momento en el centro y fundamento de un genuino ministerio del Espíritu. Un capítulo complementario analiza la seguridad con que el cristiano puede contar. Relevante y pleno de significado, este libro aporta un conocimiento vital para una vida cristiana sana y gozosa, mediante el conocimiento y experiencia propia de Dios Espíritu Santo. Un libro que el creyente comprometido leerá una y otra vez.
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Veröffentlichungsjahr: 2018
“Y puesto que vivimos por el Espíritu, andemos también en el Espíritu” Gálatas 5:25
El Espíritu Santo nos da fuerzas, nos guía y nos capacita, para crecer y perseverar en nuestra relación con el Padre por medio de Jesucristo. El Espíritu Santo es la persona de la Trinidad menos comprendida, pero, aun así, sigue siendo el foco principal de renovación y avivamiento.
J. I. Packer busca ayudar a los creyentes a reafirmarse en el llamamiento a la santidad, atentos a la función que desempeña el Espíritu en el nuevo pacto con Dios. Packer nos muestra la riqueza y profundidad de la obra en acción del Espíritu, evaluando para ello las facetas de la santidad y de los carismas, permaneciendo Cristo en todo momento en el centro y fundamento de un genuino ministerio del Espíritu. Un capítulo complementario analiza la seguridad con que el cristiano puede contar.
Relevante y pleno de significado, este libro aporta un conocimiento vital para una vida cristiana sana y gozosa, mediante el conocimiento y experiencia propia de Dios Espíritu Santo. Un libro que el creyente comprometido leerá una y otra vez.
EL AUTOR
J. I. Packer es reconocido como uno de los más prestigiosos teólogos evangélicos. Es miembro de Board of Governors of Theology de Regent College, en la ciudad de Vancouver, en Columbia Británica, y es autor de numerosos libros, destacando, entre otros, El conocimiento del Dios santo, El renacer de la santidad y El evangelismo y la soberanía de Dios.
“Si hay alguien que ha dedicado toda su vida a pensar sobre la santidad, ese es Packer. Su obra no es solo una clara y concisa exposición bíblica sobre la necesidad de la obra del Espíritu en la vida del creyente, sino también una advertencia sobre el perfeccionismo y las enseñanzas sobre ‘la vida cristiana victoriosa’ que ignoran la realidad del pecado. No conozco obra más profunda sobre la santidad que Caminar en sintonía con el Espíritu”.
José de Segovia, Pastor, predicador y conferenciante, autor de El asombro del perdón.
A algunos amigos de Texas:
Howard y Barbara Dan Butt,
Betty Ann Cody,
Mareen Eagan,
con amor y gratitud.
J. I. Packer
Caminar en sintonía con el Espíritu
Cómo encontrar la plenitud en nuestro andar con Dios
Publicaciones Andamio
Alts Forns nº 68, sót. 1º
08038 Barcelona. España
Tel. (+34) 93 432 25 23
www.publicacionesandamio.com
Publicaciones Andamioes la editorial de los Grupos Bíblicos Unidos en España, que a su vez es miembro del movimiento estudiantil evangélico a nivel internacional (IFES), cuya misión es hacer discípulos y promover el testimonio de Jesús en los institutos, facultades y centro de trabajo.
Caminar en sintonía con el Espíritu
© Publicaciones Andamio, 2017
1ª edición junio 2017
Keep in Step with the Spirit
© J. I. Packer, 1984, 2005
Esta traducción de Keep in Step with the Spirit publicada primeramente en 1984 se publica con el permiso de Baker Books, una división de Baker Publishing Group, Grand Rapids, Michigan, 49516, EE. UU.
Todos los derechos reservados. Prohibida la reproducción total o parcial sin la autorización de los editores.
Traducción: Loida Viegas
Diseño de arte de la colección: Sr y Sra Wilson
Maquetación ebook: Sonia Martínez
Depósito Legal: B. 16331-2017
ISBN: 978-84-947537-8-7
Impreso en Ulzama
Impreso en España
Índice
Prólogo a la serie
Prólogo al prólogo 2005
Prefacio 1984
Capítulo 1 Enfocar el Espíritu
Capítulo 2 El Espíritu Santo en la Biblia
Capítulo 3 Trazado de la senda del Espíritu: El camino de santidad
Capítulo 4 Trazado de la senda del Espíritu: Versiones de santidad
Capítulo 5 Trazado de la senda del Espíritu: La vida carismática
Capítulo 6 Trazado de la senda del Espíritu: Interpretación de la vida carismática
Capítulo 7 Ven, Espíritu Santo
Capítulo 8 El cielo en la tierra: Una exposición de Pentecostés
APÉNDICE El “hombre miserable” de Romanos 7
Iglesias y entidades colaboradoras de esta serie
Otros libros de la serie Ágora
Prólogo a la serie
Un sermón hay que prepararlo con la Biblia en una mano y el periódico en la otra.
Esta frase, atribuida al teólogo suizo Karl Barth, describe muy gráficamente una condición importante para la proclamación del mensaje cristiano: nuestra comunicación ha de ser relevante. Ya sea desde el púlpito o en la conversación personal hemos de buscar llegar al auditorio, conectar con la persona que tenemos delante. Sin duda, la Palabra de Dios tiene poder en sí misma (Hebreos 4:12) y el Espíritu Santo es el que produce convicción de pecado (Juan 16:8), pero ello no nos exime de nuestra responsabilidad que es transmitir el mensaje de Cristo de la forma más adecuada según el momento, el lugar y las circunstancias.
John Stott, predicador y teólogo inglés, describe esta misma necesidad con el concepto de la doble escucha. En su libro El Cristiano contemporáneodice:Somos llamados a la difícil e incluso dolorosa tarea de la doble escucha. Es decir, hemos de escuchar con cuidado (aunque por supuesto con grados distintos de respeto) tanto a la antigua Palabra como al mundo moderno. (…). Es mi convicción firme que sólo en la medida en que sepamos desarrollar esta doble escucha podremos evitar los errores contrapuestos de la falta de fidelidad a la Palabra o la irrelevancia.
La necesidad de la “doble escucha” no es, por tanto, un asunto menor. De hecho tiene una clara base bíblica. Podríamos citar numerosos ejemplos, desde el relevante mensaje de los profetas en el Antiguo Testamento -siempre encarnado en la vida real- hasta nuestro gran modelo el Señor Jesús, maestro supremo en llegar al fondo del corazón humano. Jesús podía responder a los problemas, las preguntas y las necesidades de la gente porque antes sabía lo que había en su interior. Por supuesto, nosotros no poseemos este grado divino de discernimiento, pero somos llamados a imitarle en el principio de fondo: cuanto más conozcamos a nuestro interlocutor, más relevante será la comunicación de nuestro mensaje.
La predicación del apóstol Pablo en el Areópago (Hechos 17) constituye en este sentido un ejemplo formidable de relevancia cultural y de interacción con “la plaza pública”. Su discurso no es solo una obra maestra de evangelización a un auditorio culto, sino que refleja esta preocupación por llegar a los oyentes de la forma más adecuada posible. Esta es precisamente la razón por la que esta serie lleva por nombre Ágora, en alusión a la plaza pública de Atenas donde Pablo nos legó un modelo y un reto a la vez.
¿Cómo podemos ser relevantes hoy? El modelo de Pablo en el ágora revela dos actitudes que fueron una constante en su ministerio: la disposición a conocer y a escuchar. Desde un punto de vista humano (aparte del papel indispensable del E.S.), estas dos cualidades jugaron un papel clave en los éxitos misioneros del apóstol. ¿Por qué? Hay una forma de identificación con el mundo que es buena y necesaria por cuanto nos permite tender puentes. El mismo Pablo lo expresa de forma inequívoca precisamente en un contexto de testimonio y predicación: A todos me he hecho todo, para que de todos modos salve a algunos. Y esto hago por causa del Evangelio (1 Corintios 9:22-23). Es una identificación que busca ahondar en el mundo del otro, conocer qué piensa y por qué, cómo ha llegado hasta aquí tanto en lo personal (su biografía) como en lo cultural (su cosmovisión). Pablo era un profundo conocedor de los valores, las creencias, los ídolos, la historia, la literatura, en una palabra, la cultura de los atenienses. Sabía cómo pensaban y sentían, entendía su forma de ser (Romanos 12:2). Tal conocimiento le permitía evitar la dimensión negativa de la identificación como es el conformarse (amoldarse), el hacerse como ellos (en palabras de Jesús, Mateo 6:8); pero a la vez tender puentes de contacto con aquel auditorio tan intelectual como pagano.
Un análisis cuidadoso del discurso en el Areópago nos muestra cómo Pablo practica la “doble escucha” de forma admirable en cuatro aspectos. Son pasos progresivos e interdependientes: habla su lenguaje, vence sus prejuicios, atrae su atención y tiende puentes de diálogo. Luego, una vez ha logrado encontrar un terreno común, les confronta con la luz del Evangelio con tanta claridad como antes se ha referido a sus poetas y a sus creencias. Finalmente provoca una reacción, ya sea positiva o de rechazo, reacción que es respuesta natural a una predicación relevante.
Pablo era, además, un buen escuchador como se desprende de su intensa actividad apologética en Corinto (Hechos 18:4) o en Éfeso (Hechos 19: 8-9). Para “discutir” y “persuadir” se requiere saber escuchar. La escucha es una capacidad profundamente humana. De hecho es el rasgo distintivo que diferencia al ser humano de los animales en la comunicación. Un animal puede oír, pero no escuchar; puede comunicarse a través de sonidos más o menos elaborados, pero no tiene la reflexión que requiere la escucha. El escuchar nos hace humanos, genuinamente humanos, porque potencia lo más singular en la comunicación entre las personas. Por ello hablamos de la “doble escucha” como una actitud imprescindible en una presentación relevante del Evangelio.
Así pues, la lectura de la Palabra de Dios debe ir acompañada de una lectura atenta de la realidad en el mundo con los ojos de Dios. Esta doble lectura (escucha) no es un lujo ni un pasatiempo reservado a unos pocos intelectuales. Es el deber de todo creyente que se toma en serio la exhortación de ser sal y luz en este mundo corrompido y que anda a tientas en medio de mucha oscuridad. La lectura de la realidad, sin embargo, no se logra solo por la simple observación, sino también con la reflexión de textos elaborados por autores expertos. Por ello y para ello se ha ideado esta serie. Los diferentes volúmenes de Ágora van destinados a toda la iglesia, empezando por sus líderes. Con esta serie de libros queremos conocer nuestra cultura, escucharla y entenderla, reconocer, celebrar y potenciar los puntos que tenemos en común a fin de que el Evangelio ilumine las zonas oscuras, alejadas de la luz de Cristo.
Es mi deseo y mi oración que el esfuerzo de Editorial Andamio con este proyecto se vea correspondido por una amplia acogida y, sobre todo, un profundo provecho de parte del pueblo evangélico de habla hispana. Estamos convencidos de que la Palabra antigua sigue siendo vigente para el mundo moderno. Ágora es una excelente ayuda para testificar con la Biblia en una mano y “el periódico” en la otra.
Pablo Martínez Vila
Prólogo al prólogo 2005
El libro que tienes ante ti es la segunda edición actualizada y ampliada de un extenso ensayo sobre la vida en el Espíritu Santo de Dios y por medio de Él, un trabajo que se publicó por primera vez hace veintiún años, en 1984, para aquella época. Este prólogo a las aclaraciones preliminares contiene pensamientos sobre su continuada relevancia. Un error memorable hizo que una biblioteca de préstamo británica lo publicitara en una ocasión como uno de “los mejores libros descatalogados y anticuados”, y es razonable preguntarse si un libro de 1984 no debería catalogarse en tan odiosa categoría. Personalmente, creo que no es el caso, y me alegra tener la oportunidad de explicar por qué.
Sigo coincidiendo rotundamente con todo lo que sostiene Caminar en sintonía con el Espíritu, y siempre estoy agradecido a Dios por la forma en que, a lo largo de los tiempos, muchos evangélicos han adoptado sus ideas clave, y por la gran confusión que se ha aclarado. Las profundas tensiones del momento en el que se escribió parecen ahora pertenecer, en gran medida, al pasado y otros estudios más recientes y con mayor base en la pneumatología han reforzado varias de mis afirmaciones. Como contribución a la polémica, el libro es menos importante de lo que fue. No obstante, creo que le queda un trabajo importante por hacer. Permíteme explicarme.
Caminar en sintonía con el Espíritu surgió de la interconexión de un grupo de preocupaciones que pesaban, y siguen pesando, en mi mente. Reflejan la identidad de convicción, relacional y vocacional que me pertenece en Cristo, y que ahora tengo más clara que nunca, en la última cuarta parte de lo que puede, o no, ser un siglo de vida en la tierra. Suplico la indulgencia del lector mientras bosquejo de dónde vengo (como se suele decir), porque esto clarificará las razones por las que el libro es como es y por las que me siento tan feliz de que el editor planee volver a difundirlo por el mundo cristiano.
Perspectiva personal
Mis colegas británicos solían verme como un bicho raro, y tal vez tuvieran razón. Se supone que los pietistas tratan la teología con frialdad, y no se espera que los teólogos consideren que el fomento de la devoción sea asunto suyo, pero yo me tengo por pietista teológico y teólogo pietista al mismo tiempo. Me denomino pietista, porque, para mí, la relación con Dios es, sencillamente, lo más importante de la vida. Él me proporcionó instintos pastorales y mi deseo para cualquier teología, y sobre todo la mía, es que ayude a las personas a seguir adelante en fe, adoración, obediencia, santidad y crecimiento espiritual. Me identifico como pietista teológico, porque siempre he sido consciente de que la piedad bíblica, totalmente radical en su empuje moral y empírico para buscarnos, quebrantarnos, reintegrarnos y transformarnos, también lo es en su impacto intelectual. Llegar a ser maduro en Cristo depende, pues, de aprender a pensar en términos de las verdades y los valores bíblicos y a desaprender todas las formas alternativas de pensamiento que el mundo ofrece. Y me catalogo como teólogo pietista, porque aceptando el aforismo de Congar respecto a que “la teología es el cultivo de la fe mediante el uso sincero de los medios culturales disponibles en el momento”,1 he descubierto que la búsqueda del conocimiento, el buen juicio, la perspectiva, la sabiduría y el discernimiento de los límites a la hora de tratar las cosas divinas es ineludiblemente urgente desde el principio. Y esta sensación de urgencia ha crecido en mí haciéndome responsable de compartir con amplitud los resultados de mi búsqueda, para el bienestar espiritual de otros.
Entre las variedades del pietismo que el mundo cristiano conoce, estoy comprometido en amplios términos con la rama evangélica del protestantismo histórico, basada en la Biblia, centrada en la cruz, orientada a la conversión y que prioriza la comunión de la iglesia y el alcance de la misión.2 Desde el punto de vista bíblico e histórico, considero que es la principal corriente cristiana auténtica, y las demás versiones de la vida de fe, individuales y colectivas, más o menos excéntricas, son como poco subdesarrolladas en relación a ella. Dentro del ámbito evangélico, estoy convencido de la mayor sensatez, en perspectiva y sustancia, del legado de vida, pensamiento, cultura, educación, devoción y cosmovisión reformados en comparación con otras versiones de la perspectiva evangélica. Y, dentro de los parámetros reformados, admiro en especial y aprendo de la ágil y absoluta genialidad de Calvino, el alcance y la profundidad pastorales de los puritanos ingleses y la lúcida comprensión de la antítesis entre la modernidad de la Ilustración y el cristianismo histórico en los gigantes holandeses como Kuyper, Bavinck, Dooyeweerd y Rookmaaker. Entretanto, dentro del organismo de la teología cristiana yo estaba, y estoy, particularmente interesado en la obra del Espíritu Santo en la inspiración y la interpretación de las Escrituras, en la regeneración, la santificación, la garantía, la preparación y el empoderamiento de los cristianos individuales; en la provisión de los dones y en usar al pueblo de Dios en diversas formas de servicio; en el reavivamiento o la renovación, como llegó a denominarse, de las iglesias y las comunidades. Todas estas cosas han sido importantes preocupaciones para mí desde los albores de mi vida cristiana adulta.
Por tanto, a principios de la década de 1960, cuando el maremoto rompió sobre Gran Bretaña, y en especial sobre la Iglesia de Inglaterra, donde yo era una persona del clero que me esforzaba por el regreso a las raíces del anglicanismo de la reforma y de los puritanos,3 enseguida participé en tensas discusiones evaluativas. El énfasis carismático sobre el bautismo del Espíritu, las lenguas, los cánticos ininterrumpidos y la expresión corporal como senda divina para la renovación de la iglesia pusieron fin a la preocupación por pastorear el corazón a través de la mente y buscar el avivamiento espiritual en el molde histórico que yo había procurado fomentar y del que quería ser modelo; provocó, asimismo, un amplia gama de reacciones entre los colegas y amigos, incluidos veteranos como John Stott y Martyn Lloyd-Jones, quienes criticaron el movimiento desde distintos puntos de vista (el primero por detalles no bíblicos y el segundo por indiferentismo teológico). Cuando un editor me pidió que escribiera un libro censurando a los carismáticos, me negué por no estar seguro de algunas de sus afirmaciones, por sentir que la experiencia de ellos era mejor que su teología, y temiendo apagar el Espíritu que, con toda claridad, estaba obrando en gran parte del movimiento. Sin embargo, a su debido tiempo, en mi mente surgió la idea de un libro que tuviera cuatro propósitos: (1) reiterar que el ministerio del nuevo pacto del Espíritu Santo está centrado en Cristo, y así contrarrestar la idea del Espíritu como centro de atención que se estaba expandiendo; (2) reafirmar el llamado bíblico a la santidad frente a las distorsiones y la desatención que durante tanto tiempo venía sufriendo; (3) valorar con imparcialidad el movimiento carismático y sus afirmaciones, algo que por fin me sentía capaz de hacer; y (4) mostrar que, en cualquier caso, la visión carismática no alcanza la plenitud del avivamiento según las Escrituras, de manera que por más agradecidos que podamos estarle a este movimiento, tal vez deberíamos mirar más allá. Así es como nació Caminar en sintonía con el Espíritu; y su cuádruple mensaje me sigue pareciendo importante hoy.
Orientación temática
Uno de los puntos fuertes de la teología de Lutero, Calvino y los puritanos clásicos es que trata la enseñanza doctrinal de las Sagradas Escrituras como una verdad universal de Dios, aplicada a las personas indicadas en el texto y que ahora necesita ser aplicada a todos aquellos que lo reciban. Se consideraba que su aplicación agitaba la conciencia, es decir, el poder de autojuicio en la presencia de Dios y delante de Su trono que Él dio a la humanidad (coram Deo). El papel de quienes predicaban y enseñaban consistía en poner la conciencia en acción, y guiarla una vez estuviera activa haciendo referencia directa a la verdad revelada de Dios. Esta es la longitud de onda en la que, por mi parte, procuro operar en mi ministerio.
Sin embargo, la mayor parte de la teología actual no está sintonizada de un modo tan directo con la conciencia ni tampoco su exégesis bíblica refleja un entendimiento tan claro de que Dios habla en y a través del texto escrito; tampoco está guiada por la visión catequética de fomentar la vida espiritual personal. Aunque sin perder todo el contacto con lo que afirma la Biblia, los escritores teológicos contemporáneos persiguen, en su mayoría, las discusiones internas del gremio, es decir, del grupo de maestros de teología profesionales en universidades y seminarios. Estos, como un solo cuerpo, debaten los distintos puntos de vista sobre las creencias históricas de la iglesia con diversos grados de compromiso con dicho legado. En este mundo de actividad intelectual sostenida, como en todos los círculos de intercambio académico, la amplitud, el equilibrio, la claridad de exposición y la solidez dialógica de argumento son los valores que se buscan principalmente, de manera que la influencia de las posturas particulares en la vida del pueblo de Dios se convierte en un interés secundario. En otras palabras, la teología actual no es pastoral ni catequética ni tiene capacitación en las realidades prácticas de la vida con Cristo, según las Escrituras. Solo se ocupa de ellas de manera incidental y a distancia, y por lo general de un modo un tanto fragmentado. Esto lo afirmo tan solo para aclarar que este libro no trata la pneumatología académica contemporánea,4 sino las preguntas a las que se enfrentan los que procuran vivir según la Biblia con fe y una buena conciencia. Reconozco que esto me desintoniza en gran medida respecto a lo que está sucediendo en la actualidad.
Mi mayor esperanza para Caminar en sintonía con el Espíritu es que se contemple como algo que llena un vacío. Los tratados de hoy sobre el Espíritu Santo —y agradezcamos que existan algunos; hace cincuenta años no había ninguno— tienden, en primer lugar, a ser más tímidos y menos directos que yo al afirmar la personalidad divina del Espíritu, por la cual no es menos sino más personal (es decir, más persona) que nosotros, como ocurre con el Padre y el Hijo. Contrariamente a los que escriben sobre el Espíritu como si (para algunos, ello o ella) se tratara de un tipo de persona distinta a Jesucristo, yo me tomo la personalidad trascendente del Espíritu como un asunto de revelación clara y explícita y, por tanto, como clave hermenéutica para la lectura de ambos Testamentos, una clave que Cristo mismo nos dio. Por otra parte, los tratados modernos expresan poco o nada específico en torno al conflicto constante con el pecado y la tentación que forman el núcleo central del relato bíblico del proceso santificador; poco o nada, también, sobre la afirmación que se sigue haciendo respecto a que la piedad carismática en su plenitud es la principal forma de cristianismo bíblico a nivel personal;5 y poco o nada sobre la obra intensificada del Espíritu Santo en visitaciones de avivamiento. Estos, sin embargo, son los temas fundamentales hacia los que este librodirige a sus lectores, y nadie cuya conciencia tenga relación con las Escrituras al estilo clásico cristiano negaría su importancia.
Por esta razón, saco esta segunda edición de mi libro, con la confianza de que pueda ser una contribución útil a la vida evangélica del siglo XXI, como pareció ser la primera hace veintiún años.
El nuevo capítulo de esta reedición es una exploración expositiva de la seguridad, es decir, del abanico de certezas sacadas de la Palabra de Dios y garantizadas por ella, que el Espíritu Santo imparte a los fieles junto con algunas indicaciones de cómo lo hace en realidad. Pablo enumera las glorias de la seguridad cristiana en dos lugares de su carta a los Romanos, brevemente en 5:1-11 y de un modo más completo en el capítulo 8, una rapsodia evangélica de principio a fin sobre la seguridad que destaca en la carta y, de hecho, en la totalidad del Nuevo Testamento, así como el Everest supera en altura los picos vecinos del Himalaya. Mi exposición cubre los primeros de estos pasajes. Aquí, junto con el resto de lo que este libro expone, está el conocimiento vital para un estilo de vida cristiano saludable y gozoso, según el ideal que expone el Nuevo Testamento como un asunto del siglo I. Si, con la bendición de Dios, este libro sirve de ayuda para que quienes buscan esta vida de gozo la puedan encontrar, me sentiré sumamente feliz. Después de todo, el cristianismo del siglo I es la calidad de vida que yo, y todos los que lean estas palabras, junto con el pueblo de Dios de todas las épocas, deberíamos codiciar para nosotros, y uno de los mejores servicios que puedo prestar es ayudarnos mutuamente a ordenar nuestras prioridades y mantenerlas así.
1. Yves Congar, I Believe in the Holy Spirit (Nueva York: Crossroads Herder, 3 vols. en 1, 1997), tercera compaginación, XIII.
2. Para explorar la unidad interior de la fe y la visión evangélicas, véase J. I. Packer y Thomas C. Oden, One Faith: The Evangelical Consensus (Downers Grove, IL: InterVarsity, 2004).
3. Hay que recordar que, históricamente, el puritanismo era en sus aspectos teológico, pastoral y reformador de la iglesia, un movimiento anglicano y que los principios de Westminster fueron principalmente aportados por los anglicanos.
4. Entre los estudios más relevantes de pneumatología se encuentran Gary D. Badcock, Light of Truth and Fire of Love (Grand Rapids: Eerdmans, 1997); Congar, I Believe in the Holy Spirit; Jurgen Moltmann, El Espíritu de la vida (Salamanca: Editorial Sígueme, 1998); Clark Pinnock, Flame of Love (Downers Grove, IL.: InterVarsity, 1996); Alasdair I. C. Heron, The Holy Spirit (Filadelfia: Westminster, and Londres: Marshall, Morgan and Scott, 1983). Las contribuciones exegéticas más relevantes han sido, sin duda, James D. G. Dunn, Jesús y el Espíritu (Barcelona: Editorial Clie, 2014) and Gordon D. Fee, God’s Empowering Presence: The Holy Spirit in the Letters of Paul (Peabody, MA.: Hendrickson, 1994).
5. Aquí, la honrosa excepción es Congar, I Believe in the Holy Spirit, segunda compaginación, 145–212. Badcock, Light of Truth and Fire of Love, 138, resume sus puntos principales.
Prefacio 1984
El Espíritu Santo de Dios, el Señor, el dador de vida, que sobrevoló las aguas en la creación y habló en la historia por los profetas, se derramó en los discípulos de Jesucristo en Pentecostés para cumplir el nuevo papel del Paracleto que Jesús había definido para ellos. En Su carácter de segundo Paracleto, el sustituto de Jesús y agente representativo en la mente y en el corazón de los hombres, el Espíritu ministra hoy. Paracleto (paraklētos en griego) significa “Consolador; Consejero; Ayudador; Abogado; Fortalecedor; Sostén”. Jesús, el Paracleto original, continúa Su ministerio a la humanidad a través de la obra del segundo Paracleto. Así como Jesucristo es el mismo ayer, hoy y para siempre, lo mismo ocurre con Su Espíritu; y en cada época desde Pentecostés, dondequiera que ha llegado el evangelio, el Espíritu ha seguido haciendo, en mayor o menor escala, las cosas que Jesús prometió que haría cuando lo enviase en esta nueva capacidad.
¡Qué bien que lo haya hecho! Si hubiera dejado de hacerlo, la iglesia habría perecido hace mucho tiempo, porque ya no habría cristianos que la compusieran. La vida de los cristianos, en todos sus aspectos —intelectual y ética, devocional y relacional, resurgente en la adoración y extrovertida en el testimonio— es sobrenatural; solo el Espíritu puede iniciarla y sustentarla. Por tanto, aparte de él, no solo no habría creyentes y congregaciones vivas, sino que ni los unos ni las otras existirían. Pero la realidad es que la iglesia sigue viviendo y creciendo, porque el ministerio del Espíritu no ha cesado ni lo hará jamás con el paso del tiempo.
A pesar de todo, la obra del Espíritu en este mundo es visiblemente más extensa y, al parecer, más profunda en algunos períodos que en otros. En la actualidad, por ejemplo, parece más extensa en África, Indonesia, América Latina, en los Estados Unidos y en la Iglesia Católica Romana de lo que parecía serlo hace cincuenta años. Y digo parece y parecía, porque solo Dios conoce la realidad de todo ello, y las advertencias bíblicas contra juzgar por las apariencias en los asuntos espirituales son muchas y muy firmes. Cuando Elías creyó ser el único israelita leal que quedaba, Dios le dijo que seguía habiendo otros siete mil, y esto debería proporcionarnos una pausa cuando intentamos estimar lo que Dios estaba haciendo mucho antes de que llegáramos nosotros o de lo que está haciendo ahora a nuestro alrededor. Sin embargo, por si la impresión sirve de algo, me parece (y no solo a mí) que aunque los cristianismos de compromiso estén cayéndose a pedazos, hoy existe un soplo fresco de vida del Espíritu en muchas partes del mundo. Su profundidad es otra cosa: Un líder muy viajado ha señalado que el cristianismo de Norteamérica mide casi cinco mil kilómetros de ancho y un centímetro y medio de profundidad, y desde otros lugares también han expresado sospechas de superficialidad. Sin embargo, comoquiera que pueda ser, este libro ha surgido por tener la sensación de que el Espíritu nos está empujando a hacerlo.
Debería leerse como un conjunto de indicadores hacia lo que Richard Lovelace denomina la teoría del “campo unificado” de la obra del Espíritu Santo en la iglesia ayer, hoy y mañana. Su contenido ha nacido más bien como el menú para una comida de cinco platos. Por consiguiente:
El capítulo 1 va dirigido a la conclusión de que el pensamiento clave que desbloquea la comprensión del ministerio del nuevo pacto del Espíritu media la presencia y el ministerio personal del Señor Jesús. Este argumento sería, en cierto modo, el entrante.
El capítulo 2 contempla la enseñanza bíblica sobre el Espíritu desde este punto de vista. Es, por así decirlo, la sopa —un poco espesa, quizás, pero nutritiva (eso espero). Es posible que, a diferencia de otros tipos de sopas, se las arreglará para ser espesa y clara a la vez; desde luego, al ser yo quien la cocino, es así como quiero que sea.
Los capítulos 3, 4, 5 y 6 son la carne del libro: encuentros con el perfeccionismo de Wesley, la enseñanza clásica de Keswick y la espiritualidad carismática contemporánea y, junto a ellos, la reafirmación de una visión más antigua de la vida en el Espíritu que me parece más profundamente bíblica que estas.
Luego, de postre (la parte de la comida en la que la dulzura debería predominar), ofrezco algunos pensamientos sobre la obra del Paracleto: la revitalización del cuerpo de Cristo. Tal vez te resulte agridulce; creo que eso dependerá más de ti que de mí.
Los sabores dulces y fuertes del queso y la fruta rematan bien una buena comida. Como espero que, hasta aquí, esta haya resultado ser buena confío también en que la exposición sobre Pentecostés, de Romanos 5:1-11, añadida en esta edición del 2005, tenga un efecto similar.
El título, Caminar en sintonía con el Espíritu, se centra en el empuje práctico del libro de principio a fin. La idea de “caminar en sintonía” refleja el pensamiento de Pablo en Gálatas 5:25: “Si vivimos por el Espíritu, andemos también por el Espíritu”. En él, andemos no es peripateō, como en el versículo 16 y significa literalmente el movimiento de los miembros de aquel que camina y, de forma metafórica, la actividad de vivir; sin embargo, stoicheō, que conlleva el pensamiento de andar en línea y atenerse a una regla, indica el proceder bajo la dirección y el control de otro.
La fe, la adoración, la alabanza, la oración, estar abierto a Dios y obedecerle, la disciplina, la valentía, el realismo moral y el enriquecimiento evangélico son las metas que persigo. Pablo afirma también: “...sed llenos del Espíritu, hablando entre vosotros con salmos, himnos y cantos espirituales, cantando y alabando con vuestro corazón al Señor; dando siempre gracias por todo, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, a Dios, el Padre; sometiéndoos unos a otros en el temor de Cristo” (Efesios 5:18-21). Mi más alta esperanza para este libro es que pueda ayudar a sus lectores a implementar la serie de directrices paulinas recogidas en esa frase tan tremenda. De modo que te ruego que compruebes ahora delante de Dios tu disposición a aprender este estilo de vida nuevo y sobrenatural, te cueste lo que te cueste en tu actual forma de vida; y es que no hay nada que apague tanto el Espíritu como estudiar Su obra sin estar dispuesto a que te toque, a ser humilde, a estar convencido y ser cambiado a medida que lo haces.
Analizar la obra del Espíritu Santo es una empresa abrumadora para cualquiera que sepa, aunque solo sea indirectamente, lo que el Espíritu puede hacer. En 1908, unos misioneros en Manchuria escribieron lo siguiente a su familia:
A la iglesia ha llegado un poder que no podemos controlar ni aunque quisiéramos. Es un milagro que el impasible y santurrón John Chinaman haya abandonado su forma de ser para confesar pecados que ni las torturas del Yamen1 habrían logrado arrancarle; para un Chinaman, degradarse a implorar y clamar por las oraciones de sus hermanos creyentes es algo que supera toda explicación humana.
Es posible que ustedes lo cataloguen de especie de histeria religiosa. También lo pensamos algunos de nosotros… Pero aquí estamos, unos sesenta presbiterianos escoceses e irlandeses —de todo tipo de temperamento— que lo hemos visto y, aun cuando muchos de nosotros nos acobardamos en un principio, todo aquel que ha visto y oído lo mismo que nosotros, cada día de la semana pasada, está seguro de que solo hay una explicación: se trata del Espíritu Santo de Dios que se está manifestando... Una cláusula del Credo que tenemos ahora presente en toda su solemnidad inevitable y terrible es “Creo en El Espíritu Santo”.2
“Solemnidad inevitable y terrible”: ¿Encaja esta frase en nuestra percepción actual del Espíritu Santo y Su obra? Lo que ocurrió en Manchuria en 1908, cuando el Espíritu atacó y derrocó la santurronería, entró en los detalles de la conciencia de las personas y les robó toda la paz y la tranquilidad interior hasta que confesaron sus pecados y cambiaron sus caminos, podría ser algo parecido a lo del libro de Hechos de los Apóstoles. Sin embargo, cuando no ocurre nada de esto ni se imagina siquiera, las afirmaciones de que el Espíritu está obrando deben juzgarse como irreales. El Espíritu Santo viene a santificarnos, nos da a conocer la realidad de Dios y nos la hace sentir por medio de Su Hijo Jesucristo; Dios odia nuestros pecados, retrocede y se aíra ante ellos, e insiste con amor en cambiar y reedificar nuestro carácter, a la vez que nos perdona por amor a Jesús. ¿Hemos sentido alguna vez estas cosas, es decir, nos ha agitado, sacudido y alterado su impacto? ¿Estamos ahora internamente preparados para embarcarnos en un estudio que puede hacernos sentir todo esto?
“Lector —escribió John Owen, el puritano, al principio de un tratado que le había costado siete años de duro trabajo—, si, como muchos de esta era de fingimientos, eres un observador de señales y títulos, y recurres a libros como los de Catón en el teatro para volver a salir como si nada, ya has tenido tu entretenimiento; adiós”. En este momento, es lo que quiero decirle a cualquiera en cuyas manos haya caído este libro. En esta “era de fingimiento”, se necesita más que la mirada casual que los lectores suelen echarles a los libros cuyas páginas hojean. Tampoco se ha escrito para agradar a quienes solo sienten curiosidad por saber lo que piensa su autor sobre el Espíritu Santo, en estos días. Se ha escrito para ayudar a los cristianos que van en serio con Dios y que están preparados para que Él se ocupe de ellos. En mi opinión, sería sabio que leyeras tranquilamente, y con mucha oración, todo el Salmo 119 dos o tres veces antes de seguir adelante con la lectura de este libro. Llenarnos la cabeza de pensamientos improductivos, por veraces que puedan ser, solo hinchan y no edifican, cuando esto último es lo que necesitamos. ¡Que el Señor tenga misericordia de todos nosotros!
Me gustaría expresar mi gratitud a las numerosas personas que, a lo largo de los años y a ambos lados del Atlántico, me han ayudado con sus respuestas a elaborar versiones más tempranas de este material y, en particular, a la facultad y los estudiantes del Seminario Teológico de Asbury a quienes me aventuré a presentar mi encuentro con la enseñanza de John Wesley, bajo el nombre de Conferencias Ryan de 1982. También estoy en deuda con varias mecanógrafas valientes y, de manera más notable, con Mary Parkin, Nancy Morehoyse, Ann Norford y Naomi Packer, y a Jim Fodor, por los índices.
Finalmente, permíteme señalar que esto no es un tratado técnico y que, por tanto, las notas al pie y las referencias a otro material se han reducido al mínimo; no obstante, es un libro de estudio y, como otros muchos que he escrito, mi intención es que se consulten las referencias bíblicas que figuran en el texto.
1. Oficina gubernamental de un burócrata local o de un mandarín en la China imperial.
2. Jonathan Goforth, Por mi Espíritu (Nashville: Grupo Nelson, 1988) págs. 17-18 del original en inglés.
Capítulo 1 Enfocar el Espíritu
Ya se han escrito muchos libros sobre el Espíritu Santo: ¿Por qué uno más? Permíteme empezar a contestar tan adecuada pregunta, hablándote de mi miopía.
Cegato
Si mientras te hablo tuviese que quitarme las gafas, te convertirías en un mero borrón. Seguiría sabiendo dónde estás; podría incluso decir si eres hombre o mujer; hasta es posible que me las apañase para no chocar contigo. Sin embargo, tu figura perdería definición y tus rasgos serían tan borrosos que no podría hacer una descripción adecuada de ti (excepto recurriendo a mi memoria). Si entrase un extraño en la habitación mientras yo tuviese las gafas quitadas, podría señalarlo, sin lugar a dudas, pero su rostro sería una mancha y jamás sabría qué expresión tendría. Tú y él estarían directamente fuera de enfoque en lo que a mí respecta, hasta que volviera a tener mis lentes en su lugar.
Una de las escasas ilustraciones de Calvino compara cómo las personas cegatas, como yo, necesitan gafas para poder enfocar textos y personas con la forma en que todos precisamos que las Escrituras concentren nuestro sentido genuino de lo divino. Aunque Calvino solo estableció esta comparación en términos generales, es evidente que tenía en mente verdades bíblicas específicas como las lentes mediante las cuales se obtiene dicha visión. Calvino pensaba que todo el mundo tiene una cierta idea de la realidad de Dios, pero que esta es vaga y emborronada. Poner a Dios dentro del enfoque significa pensar correctamente en Su carácter, Su soberanía, Su salvación, Su amor, Su Hijo, Su Espíritu y todas las realidades de Su obra y Sus caminos; significa, asimismo, pensar del modo correcto en nuestra propia relación con Él como criaturas, bajo el pecado o bajo la gracia, viviendo la vida sensible de fe, esperanza y amor o insensible en esterilidad y penumbra de corazón. ¿Cómo podemos aprender a pensar en estas cosas de la manera adecuada? La respuesta de Calvino (que también es la mía) es: aprendiendo sobre ellas en las Escrituras. Hasta que aprendamos de este modo no seremos capaces de afirmar que Dios, el Creador Trino, que es Padre, Hijo y Espíritu, es más que un borrón en nuestra mente.
Volvamos ahora a mi idea y mi razón para escribir estas páginas. Como ya he indicado, hoy se le está prestando gran atención al Espíritu Santo: quién es y qué hace en el individuo, en la iglesia y en la comunidad humana más amplia. La comunión, la vida del cuerpo, el ministerio de cada miembro, el bautismo del Espíritu, los dones, las directrices, la profecía, los milagros y la obra de revelación, renovación y avivamiento del Espíritu son temas que están en boca de muchos y que son objeto de exposición en muchos libros. Esto es bueno: debería alegrarnos que sea así, porque de otro modo sería una señal de que algo no va bien en nuestra espiritualidad. Sin embargo, así como el miope no ve todo lo que mira y como cualquiera puede tener una impresión equivocada de cualquier cosa y, por ende, no poseer más que la mitad de la historia, también nosotros podemos (y creo que nos ocurre con frecuencia) no llegar a tener el enfoque bíblico sobre el Espíritu cuya obra celebramos a menudo. En realidad, estamos demasiado cegados y tenemos demasiados prejuicios en las cosas espirituales que nos impiden ver del modo adecuado lo que estamos considerando aquí.
Conocer y experimentar a Dios
Damos por sentado, con sospechosa facilidad que, porque sabemos algo de la obra del Espíritu en nuestra vida, ya poseemos todo el conocimiento importante sobre el Espíritu mismo; sin embargo, esto no es así. La verdad es que, así como el conocimiento nocional puede exceder la experiencia espiritual, también la experiencia espiritual de una persona puede tener ventaja sobre su conocimiento nocional. Quienes creen en la Biblia han recalcado tanto, con frecuencia y con razón, la necesidad de tener unas nociones correctas que han pasado esto por alto. Sin embargo, es una realidad, como podemos aprender de la experiencia de los seguidores de Jesús durante Su ministerio terrenal. La comprensión que tenían de las cosas espirituales era defectuosa; con frecuencia malinterpretaban a Jesús, aunque Él era capaz de tocar y transformar sus vidas más allá de los límites de lo que sus mentes habrían abarcado, sencillamente porque ellos lo amaban, confiaban en Él, querían aprender de Él y pretendían obedecerle sinceramente en la medida de lo que hubieran entendido. Así fue como once de los doce fueron “limpios” (sus pecados fueron perdonados y sus corazones renovados [Juan 15:3]) y otros entraron con ellos en el don del perdón y la paz de Jesús (ver Lucas 5:20-24; 7:47-50; 19:5-10), antes de que ni uno solo de ellos hubiera entendido en absoluto la doctrina de la expiación por el pecado, a través de la inminente cruz de Jesús. Recibieron el don y sus vidas cambiaron primero; la comprensión de lo que había sucedido les llegó después.
Así ocurre también cuando, de buena fe y con sensibilidad a la voluntad de Dios, las personas piden más de la vida del Espíritu. (¡Naturalmente! Y es que buscar vida del Espíritu y de Jesús es, en realidad, la misma búsqueda con nombres distintos, lo sepamos o no). Pedir de forma consciente aquello que las Escrituras nos enseñan a pedir es aquí lo ideal, y como Dios es fiel a Su palabra, podemos esperar confiados que lo recibiremos, aunque podamos descubrir que cuando el buen don viene a nosotros, es mucho más de lo que imaginamos jamás. El Señor Jesús dijo: “Pedid, y se os dará... Pues si vosotros... sabéis dar buenas dádivas a vuestros hijos, ¿cuánto más vuestro Padre celestial dará el Espíritu Santo a los que se lo pidan?” (Lucas 11:9, 13). Muchos se han quedado perplejos ante la riqueza de la respuesta divina, en la experiencia, a esta petición.
Sin embargo, al ser Dios tan clemente, también puede profundizar nuestra vida en el Espíritu, aunque nuestras ideas sobre esa vida sean inexistentes o bastante equivocadas, siempre que busquemos Su rostro de verdad y con sinceridad, y queramos estar más cerca de Él. La fórmula que se aplica aquí es la promesa de Jeremías 29:13-14: “... cuando me busquéis de todo corazón. Me dejaré hallar de vosotros, declara el Señor...”. A continuación viene la tarea de entender, mediante la luz de las Escrituras, lo que el Señor ha hecho en realidad en nosotros y cómo Su obra específica en nuestra experiencia personal, hecha a medida y con amor según nuestras necesidades temperamentales y circunstanciales particulares de ese momento, debería relacionarse con las declaraciones bíblicas generales de lo que Él hará por medio del Espíritu para todos los Suyos. En mi opinión, muchos de los que forman el pueblo de Dios tienen esta tarea por delante en el presente.
Ahora, ¡ruego que no me malinterpreten! No estoy diciendo que Dios bendiga a los ignorantes y a los que están errados por motivo de su ignorancia y error. Tampoco estoy afirmando que no le preocupe si conocemos o no Sus propósitos revelados, y si los comprendemos. Tampoco sugiero que la ignorancia y el error carezcan de importancia para la salud espiritual siempre que uno sienta una pasión genuina hacia Dios. Desde luego, Él bendice a los creyentes precisa e invariablemente a través de algo perteneciente a Su verdad y que la creencia equivocada como tal es, por su propia naturaleza, espiritualmente estéril y destructiva. Con todo, cualquiera que trate con almas se sorprenderá una y otra vez ante la misericordiosa generosidad con la que Dios bendice a los necesitados y que nos parece como una diminuta aguja de verdad escondida en medio de todo un pajar de errores mentales. Como ya he indicado, numerosos pecadores experimentan de verdad la gracia salvífica de Jesucristo y el poder transformador del Espíritu Santo, aunque sus nociones al respecto sean erradas y ampliamente incorrectas. (De hecho, ¿dónde estaríamos nosotros si Dios hubiera retenido Su bendición hasta que todas nuestras nociones fueran correctas? Todo cristiano, sin excepción, experimenta mucho más por el camino de la misericordia y la ayuda que por la calidad de los justificantes de sus ideas). Del mismo modo, sin embargo, apreciaríamos mucho más la obra del Espíritu y, tal vez, evitaríamos algunos obstáculos al respecto, si nuestros pensamientos sobre el Espíritu mismo fueran aún más claros; y en esto es en lo que este libro intenta ayudar.
Mi mente vuelve a una tarde húmeda, una generación atrás, cuando me abrí camino hacia el cine del barrio que llamábamos “cine de mala muerte” para ver por primera vez una de esas famosas películas del cine mudo que había llegado a la ciudad. Era El General, un film de 1927, aclamada por los críticos de hoy como la obra maestra de Buster Keaton. Hacía poco que yo había descubierto al triste payaso de altos principios, propenso a los desastres, nervioso y recurrente que era Keaton, y El General me atrajo como un imán. Había leído que la historia estaba ambientada en la Guerra Civil estadounidense y, sumando dos y dos, supuse que como en tantas de sus otras películas, el título me estaba indicando cuál sería el papel de Keaton. Yo no soy un aficionado a las películas de guerra, y recuerdo haberme preguntado al dirigirme hacia el cine en qué medida me cautivaría lo que estaba a punto de ver.
Bueno, El General vestía ciertamente a Keaton de uniforme —para ser precisos, el de teniente—, pero catalogarla de película en la que dicho actor es un soldado con responsabilidades de liderazgo sería inadecuado y engañoso a más no poder. Y es que a Keaton solo le entregan su uniforme en los momentos finales, y lo que se desarrolló ante mis inquisitivos años, durante los setenta mágicos minutos anteriores a aquello, no fue una parodia del ejército al estilo de Goon o M.A.S.H. ni nada por el estilo, sino la épica de una antigua locomotora de vapor —una cara, dignificada y pesada quitapiedras 4-4-0 que, habiendo sido robada, a su intrépido conductor le encasquetan las heroicidades inteligentes y locas de una maravillosa operación de rescate individual, de la que sale recompensado con la identidad militar que se le había negado con anterioridad y sin la que su chica no quería ni mirarlo. Resultó que General era el nombre de la locomotora, y la historia era la versión de Keaton de La gran persecución en locomotora, de 1863, cuando la verdadera General fue secuestrada por unos saboteadores norteños en Marietta, Georgia, pero fue perseguida y capturada de nuevo cuando se quedó sin combustible, antes de llegar al territorio del norte. Como adicto a las bufonadas y un loco de los trenes, estaba absolutamente embelesado.
Lo que estoy sugiriendo ahora, es que algunas de las cosas que se dicen hoy sobre la obra del Espíritu Santo y la verdadera experiencia de la vida del Espíritu que muchos disfrutan reflejan ideas sobre Él que no concuerdan más con la realidad que mis primeros pensamientos sobre el argumento de El General. Consideren conmigo algunas de estas ideas, y déjenme mostrar lo que quiero decir.
Poder
Para empezar, algunas personas ven la doctrina del Espíritu básicamente como poder, en el sentido de la capacidad concedida por Dios para hacer lo que sabes que deberías hacer y lo que, en realidad, quieres hacer pero sientes que careces de la fuerza necesaria. Los ejemplos incluyen rechazar los deseos (por el sexo, la bebida, las drogas, el tabaco, el dinero, los placeres, el lujo, ascensos, poder, reputación, adulación, etc.), ser paciente con las personas que ponen a prueba tu paciencia, amar a los que son difíciles de amar, controlar tu mal humor, permanecer firme bajo presión, hablar con valor de Cristo, Confiar en Dios frente a los problemas. De pensamiento y de palabra, predicando y orando, el poder capacitador del Espíritu por la acción de este tipo es el tema con el que estas personas andan machacando constantemente.
¿Qué deberíamos decir sobre su énfasis? ¿Está mal? Desde luego que no, justo al contrario. En sí mismo es magníficamente correcto. Y es que poder (por lo general dunamis, de donde deriva el término dinamita, y en ocasiones kratos e ischus) es un gran término del Nuevo Testamento, y el empoderamiento de Cristo por medio del Espíritu es, en verdad, un hecho neotestamentario trascendental, una de las glorias del evangelio y una marca de los verdaderos seguidores de Cristo en todas partes. Observa estos textos clave si dudas de mí.
“... Permaneced en la ciudad”, indicó Jesús a los apóstoles, a quien había comisionado para evangelizar al mundo, “hasta que seáis investidos con poder de lo alto...”. “Pero recibiréis poder cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros...” (Lucas 24:49; Hechos 1:8). Cuando el Espíritu fue derramado en Pentecostés, “Con gran poder los apóstoles daban testimonio de la resurrección del Señor Jesús...”(Hechos 4:33); y “Esteban, lleno de gracia y de poder, hacía grandes prodigios y señales...” (Hechos 6:8; véase también la declaración similar de Pedro sobre Jesús, que fue ungido “con el Espíritu Santo y con poder...” [Hechos 10:38]). En estos versículos, Lucas nos dice que el evangelio fue divulgado por el poder del Espíritu desde el principio.
Pablo ora para que los romanos abunden “en esperanza por el poder del Espíritu Santo” (Romanos 15:13). A continuación habla de lo que “Cristo ha hecho por medio de mí... en palabra y en obra, con el poder del Espíritu Santo...” (Romanos 15:18-19). Les recuerda a los corintios que ha predicado a Cristo crucificado en Corinto, “con demostración del Espíritu y de poder, para que vuestra fe no descanse en la sabiduría de los hombres, sino en el poder de Dios” (1 Corintios 2:4-5; véase también 2 Corintios 6:6-10; 10:4-6; 1 Tesalonicenses 1:5; 2:13). De su aguijón en la carne escribe que Cristo “me ha dicho: Te basta mi gracia, pues mi poder se perfecciona en la debilidad. Por tanto, muy gustosamente me gloriaré más bien en mis debilidades”, y prosigue, “para que el poder de Cristo more en mí” (2 Corintios 12:9; véase también 4:7). Le hace hincapié a Timoteo en que Dios ha dado a los cristianos “...un espíritu... de poder, de amor y de dominio propio”, y censura a los que son “amadores de los placeres en vez de amadores de Dios; teniendo apariencia de piedad, pero habiendo negado su poder” (2 Timoteo 1:7; 3:4-5). Declara que Cristo da fuerza (endunamoō, dunamoō, krataioō), para que el cristiano sea capaz de hacer todo lo que no habría podido hacer por sí solo (Efesios 3:16; 6:10; véase también 1:19-23; Colosenses 1:11; 1 Timoteo 1:12; 2 Timoteo 4:17; véase también 2 Corintios 12:10; 1 Pedro 5:10). Y su propio grito triunfante desde la prisión cuando se enfrenta a una posible ejecución es: “Todo lo puedo [que significa, todo aquello que Dios me llame a hacer] en Cristo que me fortalece” (Filipenses 4:13). No hay equívoco alguno en el sentido de todo estos pasajes. Lo que se nos está indicando es que la raíz del cristianismo del Nuevo Testamento es una vida sobrenatural a través de un empoderamiento sobrenatural, de manera que quienes profesando la fe no experimentan ni proyectan esta capacitación son sospechosos si nos regimos por los principios neotestamentarios. Este empoderamiento siempre es obra del Espíritu Santo, aun cuando se nombra a Cristo solamente como su fuente, porque Él es el dador del Espíritu (Juan 1:33; 20:22; Hechos 2:33). El poder de Cristo por medio del Espíritu es, pues, un tema al que siempre habría que dar prominencia, cuando y donde se enseñe el cristianismo.
Por más de tres siglos, los creyentes evangélicos han estado dándole mucha importancia a la promesa y la provisión de poder de Dios para vivir, y debería alegrarnos que lo hicieran. Y es que, como vimos, este no solo es un tema clave en las Escrituras, sino que habla de una necesidad obvia y universal del ser humano. Todos los que sean realistas sobre sí mismos se sienten, de vez en cuando, abrumados por una sensación de ineptitud. Una y otra vez, los cristianos se ven obligados a clamar: “Señor, ayúdame, fortaléceme, capacítame, dame poder para hablar y actuar como te complazca a ti, haz que esté a la altura de las exigencias y las presiones a las que me enfrente”. Estamos llamados a luchar contra el mal en todas sus formas, en nosotros y a nuestro alrededor, y tenemos que aprender que, en esta batalla, solo el poder del Espíritu da la victoria, mientras que la confianza en uno mismo conduce al descubrimiento de la impotencia propia y la experiencia de la derrota, nada más. El hincapié evangélico está, por tanto, en la santidad sobrenatural por medio del Espíritu, como algo real y necesario que ha estado, y estará, siempre enseñando oportunamente.
Poder para los cristianos. El poder del Espíritu en la vida de los seres humanos, enseñado primeramente con insistencia por los puritanos del siglo XVII, se convirtió en una cuestión de debate entre los evangélicos en el siglo XVIII, cuando John Wesley empezó a enseñar que el Espíritu desarraigará, por completo, el pecado del corazón de los hombres en esta vida. Esta fue la “santidad bíblica” para cuya propagación Dios —según creía Wesley— había levantado el metodismo. Los no wesleyanos recularon y consideraron que la afirmación no era bíblica y era engañosa, y advirtieron constantemente a sus seguidores en contra de la misma. Sin embargo, hacia la segunda mitad del siglo XIX, se creyó que el péndulo de reacción había llegado demasiado lejos en su oscilación; y muchos sintieron, con razón o sin ella, que el celo antiperfeccionista había provocado que los cristianos dejasen de ser conscientes del poder que Dios tiene para liberar de las prácticas pecaminosas, motivar una justicia serena y triunfante, y proporcionar una eficacia penetrante a las palabras de los predicadores. De un modo bastante repentino, el tema del poder en la vida humana cuajó como tema para sermones, libros y grupos informales de debate (“reuniones de conversación” como se las llamaba), a ambos lados del Atlántico. Lo que expresaron Phoebe Palmer, Asa Mahan, Robert Pearsall Smith y Hannah Whitall Smith, Evan Hopkins, Andrew Murray, R. A. Torrey, Charles G. Trumbull, Robert C. McQuilkin, F. B. Meyer, H. C. G. Moule, y otros que dedicaron sus fuerzas a proclamar que el “secreto” (la palabra que emplearon) del poder para los creyentes fue aclamado casi como una nueva revelación; de hecho, así fue como lo acogieron los maestros mismos. Había comenzado un nuevo movimiento evangélico y estaba en funcionamiento.
El “secreto” de lo que en ocasiones se denominó la “vida más elevada” o “victoriosa” había sido plenamente institucionalizado en la semana anual de la Convención de Keswick, en Inglaterra. Allí opera, hasta el día de hoy, como los arreglos que estaban “en la cabeza” de los conjuntos de jazz, una idea acordada de que el tema del lunes es el pecado; el martes, Cristo que salva del pecado; el miércoles, la consagración; el jueves, la vida en el Espíritu; y el viernes, el servicio empoderado de los santificados, sobre todo en las misiones. En 1874, se inauguró un periódico en Keswick llamado The Christian’s Pathway of Power [La senda de poder del cristiano].Tras cinco años, le cambiaron el nombre por el de The Life of Faith [La vida de fe] pero esto no significaba cambio de carácter alguno; la fe es la senda del poder, según Keswick. Su influencia ha sido a nivel mundial. Los “Keswicks” afloran por todas partes en el mundo de habla inglesa. “La enseñanza de Keswick ha llegado a considerarse como una de las fuerzas espirituales más potentes en la reciente historia de la Iglesia”.1Los predicadores “al estilo Keswick”, especializados discursos multitudinarios sobre el poder, se han convertido en una especie ministerial evangélica diferente, junto con los evangelistas, los maestros de la Biblia y los oradores sobre temas proféticos. Así institucionalizado y con su grupo de seguidores formado por quienes aprecian la ética Keswick —ecuánimes, alegres, controlados, meticulosos, muy sociables con la clase media—, el mensaje de Keswick sobre el poder para santidad y el servicio ha llegado claramente para quedarse algún tiempo.
Tampoco es esa la única forma en que el tema del poder se ha venido desarrollando en los años recientes. El poder de Cristo, no solo para perdonar el pecado, sino también para liberar por medio de su Espíritu del mal esclavizador, se está convirtiendo de nuevo en lo que fue en los primeros siglos cristianos, un ingrediente importante en el mensaje evangelizador de la iglesia. Esto es así en el Oeste urbano, donde el mal que se afronta suele ser el poder del hábito destructivo y también entre las comunidades tribales donde el mal sigue siendo con frecuencia el poder de los malévolos demonios reconocidos como tales. Con su hincapié en la ley, la culpa, el juicio y la gloria de la muerte expiatoria de Cristo, la evangelización más antigua tiene, ciertamente, fuerzas de las que carece hoy la actual; sin embargo, en conjunto, le quitaba importancia al tema del poder y, por tanto, en este sentido era más pobre.
Dado que la promesa y la provisión de poder de Dios son realidades, es bueno que el tema se resalte de la manera en que lo he descrito. La insistencia en ello marca ahora, de una forma u otra, prácticamente toda la corriente principal del cristianismo evangélico junto con el movimiento carismático mundial, y esto es sin duda una señal esperanzadora para el futuro.