Canción de Navidad - Charles Dickens - E-Book

Canción de Navidad E-Book

Charles Dickens.

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Beschreibung

La historia de Navidad más popular de la literatura universal, ahora en edición adaptada Charles Dickens está considerado como el más grande de los novelistas británicos de todos los tiempos, no solo por el contenido de sus espléndidas y célebres novelas, sino por el personal enfoque que da a las historias que relata y por un estilo tan peculiar que los críticos han dado en llamar dickensiano. "Canción de Navidad" fue publicada en 1843 y de inmediato atrajo la atención del público y de los críticos, al orientar su objetivo a promover la caridad hacia los más necesitados de la sociedad, a avisar de los peligros de la avaricia y de la obsesión por el éxito en los negocios y a recuperar las tradiciones de la Navidad, perdidas en su época. Ha sido adaptada a todos los géneros: teatro, cine, radio, televisión, llegando a ser un clásico de la Navidad. Igualmente, su protagonista Scrooge se ha convertido en un verdadero icono de ser humano tacaño, como así consta su nombre en los diccionarios de habla inglesa. En suma, es una de las obras más conocidas no solo de la literatura inglesa, sino universal, que todos debemos leer y que no debe faltar en ninguna biblioteca.

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Seitenzahl: 116

Veröffentlichungsjahr: 2024

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Índice

Introducción

Primera estrofa. El fantasma de Marley

Segunda estrofa. El primero de los tres espíritus

Tercera estrofa. El segundo de los tres espíritus

Cuarta estrofa. El tercero de los tres espíritus

Quinta estrofa. El final de la historia

Apéndice

Créditos

Charles Dickens, defensor de los pobres

Charles Dickens es considerado como un defensor de los pobres. Vamos a ver las circunstancias que le llevaron a serlo. Canción de Navidad (A Christmas Carol) fue publicada en 1843, año en que la reina Victoria I gobernaba en Gran Bretaña. Hacía poco que acababa de subir al trono, en 1837, y su mandato se iba a prolongar hasta 1901. Inglaterra en ese momento era una gran potencia mundial, que había eclipsado el predominio que antes habían tenido Francia, en el siglo XVIII, y España en los siglos XVI y XVII. Esa prosperidad se basaba en varios aspectos: a) En su propia expansión geográfica, pues sus colonias le proporcionaban grandes beneficios económicos. b) En su liberalismo político, que fomentaba el progreso material y el capitalismo. c) En los avances tecnológicos y la maquinización propios de la Revolución Industrial, que a su vez le permitían la fabricación masiva de productos. d) En el comercio, pues las comunicaciones también mejoraron con el ferrocarril, inaugurado en 1825, y los barcos de vapor que empiezan a atravesar el Atlántico desde 1838.

En este contexto se desarrolló una clase social que hasta entonces había sido incipiente, pero que ahora iba a tomar la preponderancia favorecida por la Ley de Reforma de 1832, por la que se permitió el voto a los varones de la clase media. Ellos impondrían sus valores a la nueva sociedad: moral, orden, austeridad, trabajo, ahorro, familia, casa y bienestar. Sin embargo, este progreso tuvo su lado negativo, pues se produjo a costa de las clases más humildes, un 80% de la población. Estas personas, que habían emigrado del campo a la ciudad, en especial a Londres, en busca de mayores oportunidades, se hacinaban en barrios insalubres a orillas del Támesis y trabajaban en fábricas o talleres en condiciones infrahumanas, muchas veces con riesgo de sus vidas. Este gran movimiento demográfico trajo consigo el aumento de la pobreza y, por ella, el hambre, la enfermedad, el robo, la prostitución y, en resumen, la corrupción, que era la verdadera cara que se ocultaba detrás de la aparente opulencia.

En 1834 se aprobó una Ley de Pobres con la intención de mejorar su situación, aunque en realidad era para evitar que los vagos viviesen a expensas de la comunidad. Si hasta ahora habían sido las iglesias las que se encargaban de la subsistencia de los más necesitados, se decidió agrupar a todas las parroquias en lo que se llamó sindicatos para los pobres y se crearon casas de trabajo (workhouses), a las que se mandaban a las personas que carecían de medios de vida, muchos de ellos niños huérfanos, para que vivieran en ellas y a la vez trabajaran. Según la teoría del economista Thomas Malthus, expuesta en su Ensayo sobre el principio de población (1803), la población crecía más deprisa que los recursos del planeta, que eran insuficientes para alimentarla; así que los pobres, a los que consideraba holgazanes, tenían que ganarse su sustento. Las condiciones de todas estas instituciones eran atroces, pues más que albergues eran prisiones en las que la dignidad y la libertad de las personas eran negadas y las familias eran separadas. Dickens las describe bien, por ejemplo, en Oliver Twist (1837-38). Además, como cronista del Parlamento que era, tuvo ocasión de leer los documentos que en este se redactaban sobre ello y también de hacer varias visitas, entre otras, a una escuela de niños huérfanos y harapientos (ragged school) de Field Lane, donde pudo comprobar los terribles efectos de la miseria y de la ignorancia, y darse cuenta de lo importante que era la educación como medio de redimir a los pobres. De esas visitas envió varios informes a la prensa y a algunos magnates, para tratar de remover sus conciencias.

En 1838, un gran número de trabajadores de Londres se unieron para reivindicar sus derechos, dando lugar al cartismo, movimiento surgido de la Carta del Pueblo que mandaron al Parlamento, reclamando la jornada laboral de diez horas, el descanso semanal de un día, el derecho al voto de todos los hombres mayores de veintiún años, el voto secreto y la participación obrera en el Parlamento. Su intento de democratizar el Estado fracasó, pero abrió el camino para que en la segunda mitad del siglo la clase obrera fuera logrando sus derechos.

Este es el mundo que retrata Dickens, porque además en su propia infancia vivió y sufrió estas circunstancias. Sus obras contribuyeron de manera decisiva a la mejora social de las clases más desfavorecidas.

Londres en el tiempo de Charles Dickens

En estos años de los que hablamos, Londres era la más grande y espectacular ciudad del mundo. Pasó de tener una población de un millón de habitantes en 1800 a dos millones y medio en 1850, y a cuatro y medio en 1880. Ese crecimiento se debió, sin duda, a la aparición del ferrocarril, que permitió el gran movimiento migratorio del campo a la ciudad al que nos hemos referido. Con esta superpoblación, su atmósfera llegó a ser irrespirable a causa de la suciedad y de la insalubridad: no había agua corriente, así que el agua que bebía la gente era la del río, al que iban a parar las aguas negras de las alcantarillas, que se saturaban; miles de chimeneas de fábricas y hogares expulsaban el humo del carbón que usaban como combustible, con la consiguiente emisión de partículas que las personas respiraban y les originaban enfermedades pulmonares; las calles estaban abarrotadas de cientos de carruajes de alquiler tirados por caballos y solo las vías principales estaban iluminadas por lámparas de gas, no las secundarias ni el interior de las casas, que tenían que alumbrarse con velas o con candiles de aceite.

En consecuencia, el índice de mortalidad era enorme. La esperanza de vida en Gran Bretaña en 1840 era de cuarenta años para los hombres y de cuarenta y dos para las mujeres. En cuanto a la infancia, el 50% de los funerales que se celebraban en Londres era de niños antes de cumplir diez años y de ellos, Dickens comenta que uno de cada tres moría antes de cumplir los cinco años. La mayoría de los que sobrevivían no tenían recursos ni para comer ni para educarse. Las familias eran muy numerosas y la pobreza, extrema. No es extraño, pues, que las epidemias de cólera se extendieran durante toda la década de 1840 y que en 1850 se produjera una gran peste, el Gran Hedor (Great Stink). El mismo Dickens apunta que el río se había convertido en una mortífera cloaca. La vacuna del cólera no se desarrollaría hasta 1885; la única que se conocía era la de la viruela, que en 1796 había inventado Edward Jenner.

Dickens conocía perfectamente su ciudad y la amaba; pero, buen observador de la realidad a su alrededor, no podía cerrar los ojos ante las enormes diferencias sociales y de formas de vida que había en su época. En Canción de Navidad refleja una población variopinta que va desde los ricos burgueses inversores o agentes de bolsa como Scrooge, a los pequeños burgueses como Fred, comerciantes como Fezziwig, modestos empleados como Bob Cratchit, y una variada selección de tenderos, mineros, marineros, fareros, dependientes y empleadas del hogar, hasta pícaros y rateros, como el viejo Joe. Pero lo que realmente le interesa es oponer la avaricia de poder y de dinero, valores prioritarios de la clase burguesa, a la miseria de las clases bajas. Es lo que iba a traer el sistema capitalista que critica Dickens: el tiempo que marca el reloj, la adicción al trabajo, la preocupación por la rentabilidad en el negocio, la acumulación de dinero, la vida sometida a reglas… No había más objetivos. El espíritu de la Navidad se opone a todo esto.

El espíritu de la Navidad

Canción de Navidad se publicó en diciembre de 1843, justo unos días antes de la Navidad. Para escribirla, Dickens se basó en otro relato parecido que había escrito siete años antes y que incluyó en Los papeles póstumos del club Pickwick (1839), además de en los informes del Parlamento que había leído, en sus visitas a instituciones benéficas, en su experiencia personal y en la propia observación directa de su entorno. Por otra parte, la situación económica de su familia no era solvente en ese momento, pues su mujer estaba esperando su quinto hijo, y creyó que con su venta mejorarían sus cuentas. Él conocía de cerca lo que era la necesidad y esa preocupación por la pobreza de los de abajo; en especial, sentía verdadera predilección por los niños, y, por el contrario, también conocía la crueldad de los más pudientes. Esto le lleva a escribir este relato precisamente en esta fecha, convirtiéndolo así en símbolo de la Navidad.

Varios aspectos se suman en esta novelita: por un lado, el humano; por otro, el social, del que ya hemos hablado, y un tercero, el popular. En el aspecto humano, Dickens quiere contraponer la dualidad del bien y del mal que todos los seres humanos llevamos dentro y, junto a estos, otros opuestos encarnados en los personajes: avaricia y generosidad, crueldad y misericordia, soledad y compañía, desprecio y amor, malhumor y alegría, trabajo y fiesta, oscuridad y luz, frío y calor…, muerte y vida, en definitiva. Todos los rasgos negativos están presentes en el viejo Scrooge hasta que, merced a la intercesión del fantasma de su amigo Jacob Marley y de los tres espíritus que le van a visitar, logrará redimirse a tiempo y cambiar para no ser castigado eternamente por su maldad. En este sentido, la moraleja o enseñanza que podemos extraer del cuento es que el destino del hombre no está predeterminado, sino que cada uno de nosotros estamos siempre a tiempo de rectificar nuestras obras y salvarnos. Es este un viejo tema de controversia entre los filósofos y teólogos de todos los tiempos. Dickens presenta además la evolución en la actitud del personaje como una experiencia psicológica, adelantándose así a la ciencia que más tarde habría de nacer, la psicología, en 1879. Y es precisamente el día de Navidad cuando este cambio se va a producir en el personaje, porque este es un tiempo —según lo define Fred, el sobrino de Scrooge— amable, indulgente, generoso y feliz. Scrooge volverá a recuperar sus cualidades humanas y, en consecuencia, la alegría de vivir.

Al mismo tiempo, insistimos, Dickens pretende dar una lección moral y religiosa a todas aquellas personas insensibles ante el sufrimiento de sus congéneres, para que se conviertan en seres caritativos y amantes de su prójimo. Y no acaba aquí; sin pretender que la obra sea un alegato político, su mensaje de filantropía también se extiende a las clases dirigentes, el gobierno y las instituciones, para que se preocupen más por la población más necesitada y le de protección.

En el aspecto popular, la Navidad es una fiesta entrañable y muy importante en todos los países occidentales. Su celebración en el Reino Unido es similar a la de España y se empieza a preparar con mucha antelación: las ciudades se adornan y las familias planean la comida que compartirán con sus seres queridos, que allí suele ser, tanto en los tiempos de Dickens como en la actualidad, pavo asado con castañas o manzanas asadas y pudin o plumcake con frutos secos. Coros profesionales o aficionados cantan villancicos en las esquinas y la gente acude a las iglesias o pasea por las calles con sus mejores ropas. El espíritu de la Navidad lo inunda todo, superando los preceptos de cualquier religión concreta —aunque su origen está en la cristiana conmemoración del nacimiento de Cristo—, para coincidir en los valores que todas ellas predican: paz, amor, tolerancia, solidaridad y también encuentro familiar y alegría.

Pues bien, la costumbre de celebrar la Navidad se había perdido en Gran Bretaña con el puritanismo del gobierno de Oliver Cromwell en el siglo XVII. Este pretendía purificar la iglesia protestante de prácticas católicas y reformarla para ser más estricta en sus ritos. La llegada del príncipe Alberto desde Alemania, para casarse con la reina Victoria en 1840, supuso recuperar la celebración de la Navidad; él trajo la moda de poner un árbol decorado y de cantar villancicos. Pero es tras el éxito de Canción de Navidad cuando la celebración de la Navidad triunfa en toda Europa, en especial, el descansar del trabajo el día 25 de diciembre para reunirse con la familia, el felicitarse y el comer un menú que se preparaba con esmero hasta en las casas más humildes. Todo en un ambiente festivo y cordial. El Father Christmas, San Nicolás, que luego sería Papá Noel, traía regalos para los niños la noche del día 24 de Nochebuena. Iba vestido con una capa blanca, verde o del color que se quisiera —más tarde sería roja—. Eran también enviadas cartas o tarjetas de felicitación con los mejores deseos para las Pascuas y el año nuevo.

La repercusión que tuvo esta obra es, pues, indiscutible. Lo que quizá no pudo prever Dickens es que el espíritu navideño adquiriría hoy día un objetivo prioritario comercial y de consumo.

Los libros de Navidad (Christmas books)

Canción de Navidad es el primero y más famoso de una serie de cinco libros de Navidad que Dickens escribió. Tras el éxito del primero, sus lectores le pidieron que escribiera un nuevo relato de Navidad cada año, y Dickens así lo hizo: Las campanadas (The Chimes), 1844; El grillo del hogar (The Cricket on the Hearth), 1845; La batalla de la vida (The Battle of Life), 1846, y El hombre hechizado y su trato con el fantasma (The Haunted Man and the Ghost’ Bargain), 1848. Todas son similares y fueron recibidas por el público con entusiasmo.

Robert Louis Stevenson, escritor coetáneo de Dickens y también ferviente lector suyo, escribió sobre ellos: «Son tan buenos, y yo me siento tan bien después de haberlos leído, que voy a hacer el bien sin perder más tiempo. Quiero salir para confortar a alguien… ¡Oh, qué cosa tan maravillosa es para un hombre haber escrito libros como estos y llenar con ellos de piedad el corazón de la gente!».

Esta edición

Según es la norma de esta colección de Clásicos a Medida, la obra que aquí presentamos es una traducción y adaptación del original inglés, sin que en ningún momento hayamos alterado ni su argumento ni la intención de su autor.