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¿Sería la noticia de su embarazo un acorde equivocado o música para sus oídos? Mia Navarro, una joven dulce y callada, se había pasado la vida a la sombra de su hermana gemela, la princesa del pop, pero una aventura breve y secreta con Nate Tucker, famoso cantante y productor musical, lo cambió todo: Mia se quedó embarazada. Sin embargo, ella no lograba decidir si debía seguir cuidando de la tirana de su hermana o lanzarse a la vida que llevaba anhelando tanto tiempo. Y cuando por fin se decidió a anteponer sus necesidades, hubo de enfrentarse a algo aún más complicado.
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Seitenzahl: 187
Veröffentlichungsjahr: 2018
Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2017 Catherine Schield
© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Canción para dos, n.º 2109 - febrero 2018
Título original: Little Secret, Red Hot Scandal
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-9170-744-8
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Portadilla
Créditos
Índice
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Si te ha gustado este libro…
Nate Tucker se tumbó en el sofá que había en la sala de control de West Coast Records’s L.A., después de decirle al ingeniero de sonido que se tomase un descanso. Cerró los ojos y se quedó escuchando el tema que acababan de grabar. Con el paso de los años había entrenado su oído para percibir cada matiz de una interpretación, y mentalmente ajustó las frecuencias, amplió o recortó ecualización, añadió un toque de reverberación para mejorar el sonido natural.
Pero nada podía arreglar lo que estaba oyendo en su propia voz, prueba de que había llegado demasiado lejos en la parte final de su gira de doce meses.
Confiaba en que tres semanas de descanso permitieran que se le recuperaran las cuerdas vocales, pero su registro se había reducido y seguía estando ronco. La cirugía de las cuerdas vocales que le esperaba al día siguiente era inevitable. Sus maldiciones reverberaron en la sala. Otra cosa más para la que tampoco tenía tiempo.
Desde que había vuelto a Las Vegas después de la gira mundial con su banda, Free Fall, se había visto inundado de trabajo. Menos mal que había podido escribir algo durante los viajes, porque se había quedado sin espacio y sin energía para componer su siguiente álbum, algo que quizás, bien mirado, no fuese tan malo. Teniendo la voz fuera de combate, no iba a poder cantar en breve.
El teléfono sonó y miró la pantalla antes de incorporarse en el sofá. En los últimos tres días había llamado media docena de veces a Trent Caldwell, su socio y amigo. Además de ser socios en el Club T, el más famoso club nocturno de Las Vegas del que él, Trent y Kyle Tailor eran propietarios, Nate y Trent eran socios en su sello discográfico, el Ugly Trout Records de Las Vegas, además de en West Coast Records, la empresa que hacía poco le había comprado a su familia.
Silenció la música que salía de los altavoces y contestó.
–Ya era hora –espetó sin rodeos–. ¿Dónde te habías metido?
–Savannah empieza a rodar la semana que viene, así que me la he llevado a ella y a Dylan a un hotel con spa en Washington –parecía más relajado y feliz que nunca. Haberse comprometido con el amor de su vida obviamente le había sentado bien–. Los dos hemos tenido el teléfono desconectado.
Desde que había reiniciado la relación con la mujer que antes fuera su amante y había descubierto que había sido padre, su amigo era otra persona. Entendía la transformación después de lo que a él le había pasado con Mia. Era fácil ser cínico y desconfiado con esas cosas hasta que te ocurrían a ti.
–Genial.
La envidia le provocó una punzada. No era propio de él desear lo que tuviera otro hombre. Él ya tenía fama y dinero, pero no era esa su motivación principal. A Nate le encantaba lo que hacía, y no le importaba si el fruto de su trabajo era o no un montón de dinero. Era la música lo que le motivaba.
Hasta que había visto a su amigo enamorarse hasta las trancas de Savannah. Entonces la música había dejado de serlo todo.
–He leído tu mensaje sobre la reunión con Ivy Bliss. ¿Es que te has vuelto loco?
–¿A qué te refieres? –preguntó, aunque lo sabía de sobra.
Ivy Bliss había sido actriz de niña y al crecer se había convertido en una princesa del pop con una impresionante voz. Cinco años atrás, había firmado con West Coast Records y habían sacado dos álbumes que no habían ido mal, pero por culpa de la pobre gestión de la marca, la producción no había sido de lo mejor y las fechas se habían retrasado tantas veces que los fans habían acabado perdiendo el interés.
Eso había ocurrido antes de que Trent y Nate tomasen el control del sello de su familia, hacía ahora un mes. Su intención era darle la vuelta al sello discográfico y que el éxito que el nuevo álbum de Ivy Bliss iba a cosechar fuera su punto de inicio.
Pero esa no era la razón por la que Nate se había puesto en contacto con el padre-productor de Ivy para ofrecerle la producción de su nuevo álbum.
–No dejaste de quejarte de ella las ocho semanas que estuvo de gira contigo.
–Ah, eso.
–Ah, eso –lo imitó–. Un segundo –dijo. Se oía el balbuceo de un bebé–. Dylan, papá está hablando por teléfono con el tío Nate. ¿Quieres cantarle la canción nueva?
No pudo evitar sentir una punzada en el pecho al oír a Dylan balbucear con su padre una canción. Desde que se había decidido a hacer carrera en la música, toda su energía había ido a parar a componer, actuar y producir. Ahora disfrutaba del dinero que le había reportado todo ello, sin embargo había algo que lo carcomía por dentro.
–Qué bien –lo felicitó cuando terminó la canción.
–No te despistes. Hablemos de Ivy. ¿Por qué quieres producir su nuevo álbum?
Nate suspiró.
–No tengo que recordarte que esa chica tiene talento y está preparada para triunfar. Solo necesita un buen álbum.
–Es una pesadilla con veinticinco años. Eso es lo que es.
–Ya… bueno, no tanto.
Siete años antes, cuando tenía diecisiete y actuaba en un musical de Broadway, Ivy se hizo con el número de teléfono de Nate y durante cuatro meses estuvo enviándole apasionados mensajes de texto y fotos de sí misma en poses insinuantes. En un principio él había contestado educadamente. Luego pasó al silencio. Al final tuvo que ponerse en contacto con su padre y advertirle de que aquello no iba a quedar bien si llegaba a saberse. El contacto cesó.
–Es un poco tonta y está muy mimada –admitió–, pero las superestrellas se vuelven así a veces.
–¿Por qué no le recomiendas que contacte con Savan o Blanco?
Trent conocía perfectamente la reputación de «difícil» que tenía Ivy en los estudios de grabación. No aceptaba sugerencias y las críticas la ponían histérica. Ninguno de los productores que había mencionado Trent querrían volver a trabajar con ella.
–Lo hago por West Coast Records.
Otra mentira. Había otra docena de tíos que podían producirla y sacar un álbum que la llevara a lo más alto de las listas.
–No me lo trago –Trent no había logrado que todas sus uniones profesionales fuesen un éxito siendo tonto–. Un momento… no te habrás colgado con ella, ¿no? ¡Maldita sea! Es de locos, pero mi hermana me dijo que te habías enamorado de alguien en la gira. ¡Jamás se me habría ocurrido pensar que fuera Ivy Bliss!
–Es que no lo es –decidió cambiar de tema antes de que Trent insistiese–. La otra razón por la que te he llamado es porque mañana me operan.
–¿Te operan? ¿Qué te pasa? –se inquietó.
–Lo de los pólipos en las cuerdas vocales –dijo quintándole importancia. La situación era seria, pero no quería preocuparle–. Necesito que me los quiten.
–Suena feo.
–Es una cirugía sin hospitalización. Un par de horas máximo. Solo quería que supieras que voy a estar fuera de juego unos días.
–¿Quieres que te acompañe?
–¿Para qué? ¿Para darme la mano? Venga ya.
–Vale. Pero si necesitas algo, dímelo.
–Lo haré.
Una hora después de colgar, Nate entraba en la sala de conferencias para mantener su reunión con Ivy Bliss, pero no eran Ivy y su padre quien lo esperaban, sino Mia Navarro, su hermana gemela y asistente personal. El corazón le voló hasta donde estaba e involuntariamente sus pies pretendieron seguirlo, pero se detuvo. ¿Qué narices iba a hacer? ¿Abrazarla contra su pecho? ¿Decirle que aquellas tres últimas semanas habían sido un infierno sin ella? ¿Que deseaba escuchar su voz y que el día sin su sonrisa se volvía gris?
Ella ya había hecho su elección, y el afortunado no había sido él.
–¿Qué tal va todo? –le preguntó, buscando algún rastro que le hubiera dejado el sufrimiento: ojeras, tristeza en la expresión… no parecía alegre, pero intentó disimular el desencanto.
–Estupendamente. Ivy ha aparecido en The tonight Show y Ellen. También le han pedido que participe en American Music Awards, y por supuesto está superentusiasmada por trabajar contigo.
Nate tuvo que controlar su impaciencia. ¡No era posible que volvieran a estar en la casilla de salida! Se había pasado semanas charlando con ella en la gira, temiendo que, si presionaba un poco más de la cuenta, volviera a retirarse al papel de asistente personal de Ivy Bliss. Muchas veces se había preguntado por qué se empeñaba de ese modo en llamar la atención de alguien que quería pasar desapercibido, pero luego ella le sonreía y el día brillaba.
Si lograra convencerla de que dejara a su hermana… tenía mucho más que ofrecer al mundo que el papel de comparsa de Ivy Bliss. Para empezar, tenía un talento tremendo para escribir canciones. Cuando se había enterado de que era ella quien componía todos los temas de su hermana, pero que luego no aparecía en los créditos, había estado a punto de plantarse en la habitación de Ivy y exigirle el debido reconocimiento.
–No me refería a tu hermana con la pregunta, sino a ti.
–Estoy bien. Nunca he estado mejor.
Mia podía pasarse horas hablando de Ivy, pero cuando se trataba de hablar de sí misma, su elocuencia quedaba reducida a dos palabras.
–Dime la verdad.
Le estaba preguntando por su bienestar, pero en realidad lo que quería saber era si lo había echado de menos. Era una locura que se hubieran conocido hacía apenas tres meses y fuera ya para él como el aire para respirar.
–Estoy muy bien. De verdad.
–¿Qué has hecho desde que terminó la gira?
–Lo de siempre –respondió, encogiéndose de hombros.
Es decir, que lo que Ivy hubiera hecho era lo que ella había hecho. Siendo su asistente personal, vivía y respiraba Ivy Bliss, la princesa del pop.
–Espero que hayas tenido algo de tiempo libre.
–Invitaron a Ivy a un evento con fines humanitarios en South Beach, y nos quedamos allí un par de días más para disfrutar de la playa.
Ivy exigía toda la energía y el tiempo de Mia. Que hubieran podido pasar algún tiempo a solas durante las ocho semanas que había durado la gira había sido casi un milagro, pero habían tenido que hacerlo escabulléndose como adolescentes.
Durante un tiempo se preguntó si se había sentido atraído por Mia porque deseaba rescatarla de las garras de su hermana. Cuando estaba con su hermana era como un ratoncito quieto en un rincón, llevándole una infusión, teniendo preparado su aperitivo favorito, relajando su tensión con un suave masaje en los hombros. Y a él le había molestado que Ivy la tratase como si fuera una empleada y no su hermana. Nunca parecía apreciar cómo su comportamiento amable y atento iba más allá del papel de asistente personal.
–No me gusta cómo quedaron las cosas entre nosotros –le dijo al fin, dando un paso hacia ella.
Mia hizo lo mismo, pero hacia atrás.
–Me pediste algo que yo no podía darte.
–Te pedí que vinieras a Las Vegas porque quería tener la posibilidad de conocerte mejor.
–Es que todo estaba ocurriendo demasiado deprisa. Apenas nos conocíamos desde hacía un par de meses –fue la misma excusa que había utilizado hacía tres semanas y le había parecido tan mala entonces como en aquel momento–. Y no puedo dejar sola a Ivy.
–Podría buscarse otro asistente.
También era lo mismo que él había dicho la mañana siguiente a la última actuación. La mañana siguiente a la noche que habían pasado juntos hasta que amaneció.
Su última parada había sido Sídney, y Nate se había asegurado de dejar ocupada a Ivy mientras se escapaba con Mia a una romántica habitación de hotel que miraba a la bahía. Allí habían hecho el amor por primera vez. Pero en cuanto el sol iluminó la habitación, Mia se subió al avión de Ivy, deshaciéndose en excusas por lo mucho que había tardado.
–No soy solo su asistente. Soy su hermana –dijo entonces y repetía en aquel momento–. Me necesita.
«Yo también te necesito».
No iba a repetir esas palabras. No serviría de nada. Seguiría escogiendo la obligación hacia su hermana por encima de ser feliz con él. Y no era capaz de comprender por qué.
–Tu hermana es una niña malcriada –la frustración le estaba ganando la partida–. La única razón por la que he accedido a trabajar con ella en su nuevo álbum es porque estás tú.
Los preciosos ojos color chocolate de Mia se abrieron de par en par y, aunque despegó los labios, no dijo una palabra.
Sonó el teléfono.
–Es Ivy –adivinó, casi aliviada–. Voy a contestar –y puso el manos libres–. Hola, Ivy. Estoy con Nate. Te escuchamos los dos.
Tras una breve pausa, la voz de soprano de Ivy salió del teléfono.
–Hola, Nate. ¿Te ha pedido disculpas Mia porque no he podido asistir a la reunión? Me gustaría que nos tomásemos algo más tarde para charlar del álbum.
Mia no lo miró.
–Aún no.
–Entonces te lo digo yo –respondió, empleando su voz seductora y mimosa–. Por favor, pásate por casa a las ocho.
El significado de la invitación estaba para él claro como el agua.
–Si querías hablar del álbum, deberías haber venido.
No la enfades, le dijo Mia en lenguaje de signos. Durante la gira habían descubierto que los dos lo conocían, y Nate lo había utilizado para que venciera su timidez.
–¿No te ha contado Mia que he tenido un problema de agenda? Es que he tenido que reunirme con un representante de Mayfair Cosmetics. Todavía no hay nada acordado, pero están buscando una cara nueva para su línea de belleza.
¿Puedes quedarte a cenar?, le preguntó Mia en signos, y Nate tuvo que refrenar su temperamento recordándose que había accedido a trabajar con Ivy para poder estar cerca de Mia y convencerla de que lo eligiese a él por encima de su hermana en aquella ocasión.
–Puedo hacer una reserva para cenar –sugirió.
–Perfecto.
–Le pasaré a Mia los detalles y, esta vez, más vale que te presentes.
Y mientras Mia lo miraba horrorizado, Nate apagó la llamada.
–Reservar tiempo en el estudio cuesta dinero. Estoy trabajando con una docena de artistas en este momento, y si Ivy no se va a presentar dispuesta a trabajar, mejor que se busque otro productor.
–¡No, por favor! Cuenta con trabajar contigo –le rogó con ansiedad–. Me aseguraré de que esté donde tenga que estar cuando tú digas.
–¿Lo prometes?
Y le tendió la mano. Quería comprobar si seguía sintiendo lo mismo por ella. Desde el principio le había atraído. Era una mujer natural y competente, mientras que Ivy era artificial e inconstante, pero era la electricidad que circulaba entre ellos cuando se tocaban lo que quería volver a experimentar.
–Prometido –contestó ella, mirándolo con seriedad al tiempo que le estrechaba la mano.
Mia esperaba que no se diera cuenta de que le temblaba la mano. En aquellos maravillosos segundos, su hermana se borró de su pensamiento, dejando solo a aquel hombre alto y carismático con los ojos del color de las nubes de tormenta.
Ella había sido siempre invisible. ¿Quién se iba a fijar en una niña corriente que se escondía detrás de su preciosa y carismática hermana? Esa diferencia entre gemelas se había acrecentado cuando le dieron un papel en una serie de televisión y se fue a Broadway a empezar su carrera musical, de modo que ella había quedado atrapada en la sombra.
Pero entonces había conocido a Nate. Jamás en un millón de años se habría imaginado que un hombre del talento y el carisma de Nate, voz del grupo Free Fall, iba a reparar en su existencia, y mucho menos a sentirse atraído por ella. Era el primero que la veía como una persona independiente de su hermana, con sus propios intereses y objetivos, así que ¿cómo no se iba a enamorar de él? ¿Qué mujer de sangre caliente no lo habría hecho?
Pero la gira se había terminado, llevándose con ella la fantasía en la que había vivido casi dos meses. ¿Cómo alguien con dos Grammys y seis nominaciones en sus treinta y un años de vida podría fijarse en una insignificancia como ella? Solo podía ser una distracción para él, así que no le había quedado más remedio que rechazar su oferta de acompañarle a Las Vegas.
–¿Estás bien? –preguntó él.
Seguían con las manos unidas, y Mia se sonrojó.
–Perdona –dijo, soltándose–. Es que me he quedado pensando en la suerte que tiene Ivy de trabajar contigo.
–Mia, sobre lo que pasó en Sídney…
–No tienes por qué hablar de eso. La gira fue una locura. ¡Qué bien lo pasamos! Nunca lo olvidaré.
–No es eso a lo que me refiero y tú lo sabes.
–Por favor, Nate… –cómo deseaba rendirse a aquella mirada y correr a sus brazos–. Tienes que centrarte en Ivy. Y yo también. Está asustada de esta nueva dirección que está tomando su carrera. Le dije que eras el mejor productor del sector y que contigo llegaría a platino.
–Me importan un comino tu hermana o su álbum. Esto lo hago para poder pasar más tiempo contigo.
Sus palabras la removieron por dentro, pero negó con la cabeza.
–No digas eso. Ivy necesita que este álbum sea especial.
Si su hermana lograba un gran éxito, quizás sus inseguridades dejasen de consumirla y Mia podría empezar a vivir su vida un poco al margen de su exigente hermana.
–¿Cuánto tiempo piensas seguir siendo su criada? ¿No quieres ser libre de una vez para explorar lo que te hace feliz a ti?
–¡Pues claro! Y algún día tendré esa oportunidad.
–Pues por tu bien espero que sea pronto.
La intensidad de su mirada la hizo estremecer.
–Tengo que irme –dijo, aunque fuese lo último que quería hacer–. ¿Me escribes con los detalles de la cena?
–Sí.
Bajaron al vestíbulo. Nate no volvió a tocarla.
–Me alegro de haberte visto –le dijo en voz baja, pero en realidad querría abrazarse a él y decirle lo mucho que lo había echado de menos, aunque solo sirviera para empeorar las cosas entre ellos.
Había hecho ya más de la mitad de los recados que su hermana le había encargado cuando sonó el teléfono. Era Ivy, pero se demoró unos segundos en contestar.
–¡Por fin! ¿Dónde te habías metido? Te he escrito… no sé, seis veces por lo menos –detrás de las bambalinas, la encantadora estrella del pop podía ser una diva exigente–. Me muero por saber lo que te ha dicho Nate sobre que vayamos a trabajar juntos.
–Perdona que no te haya contestado –en realidad estaba tan metida en sus pensamientos que no había oído los avisos–. Es que había mucho tráfico y…
–Si hubiera mucho tráfico, estarías metida en el coche y me habrías oído, pero da igual. Dime qué te ha dicho.
–Pues que va a ser el mejor álbum, pero mira, Ivy, quería…
–¡Ya lo sé! –la interrumpió–. Está por mí.
–¿Qué?
–Nate. Que está por mí.
Había estado a punto de darle por detrás al coche que llevaba delante cuando este frenó en seco.
–¿Nate está por ti? ¿Y eso cuándo ha pasado?
–A diario. ¿Cómo es que no te has dado cuenta?
Incluso antes de ser famosa, Ivy sabía cómo manipular una situación y que Mia recibiera siempre el latigazo.
–Ya. Claro.
–No te lo había contado, pero la última noche de Sídney…
–¿Qué?
–Estuvimos juntos.
No pudo evitar que se le escapara un taco.
–Perdona. Este tráfico es un verdadero asco.
–¿Has oído lo que he dicho?
–¿Que estuviste con él la última noche en Sídney?
No sabía si reír o echarse a llorar. Menos mal que había decidido dejar atrás su relación con Nate. Ahora que Ivy había decidido que le gustaba, percibir el más mínimo atisbo de que a su hermana le interesaba sería desastroso.
–Debería habértelo dicho.
–¿Por qué no lo has hecho? –espetó con una aspereza que no era habitual en ella.
–No tienes por qué ponerte así. Siento no haberte dicho algo antes, pero no estaba segura de si lo nuestro iba a llegar a alguna parte.
–¿Y ahora? –preguntó mientras aparcaba.
–Desde que supe que quería trabajar conmigo en el nuevo álbum, estoy convencida de que esta vez es de verdad –declaró, triunfal–. ¿Cuándo llegarás a casa?
–Estoy en Rodeo Drive por lo que querías devolver. No tardaré más de media hora.
Ivy siempre quería saber lo que estaba haciendo, hasta tal punto que Mia había renunciado a tener secretos, hasta que Nate había aparecido en escena. Que los dos conocieran el lenguaje de signos le había permitido tener algo para sí en lo que Ivy no podía meterse o apropiarse.
En un principio, simplemente había disfrutado de la presencia carismática de Nate. No solo era un genio musical, sino que tenía unos hoyuelos que la dejaban sin habla y un cuerpo alto y atlético que volvía de gelatina sus rodillas.
En un principio no se había tomado su atención en serio, hasta un día en el que ambos coincidieron entre bambalinas mientras Ivy ensayaba. Su hermana había parado el ensayo y le estaba echando la bronca al batería. Nate hizo un gesto que a Mia le hizo sonreír, a lo que él contestó guiñándole un ojo.
Ella le preguntó con signos si sabía lo que ese gesto significaba, y él le había contestado del mismo modo que por supuesto que sí. Ambos tenían un familiar con problemas de audición, y eso propició algo inesperado: había hecho un amigo. Y en las semanas que siguieron, su amistad progresó.
–¿Puedes traerte un café? –preguntó Ivy, interrumpiendo sus pensamientos–. Ya sabes cómo me gusta.
–Claro.