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Caperucita Roja es el cuento de hadas de transmisión oral que mejor ha sobrevivido al paso del tiempo, como manifiestan las múltiples versiones que de esta historia se han realizado a través de los siglos. Tiene muchas lecturas, pero ante todo es un cuento para jóvenes que, de alguna manera, simboliza el paso de la niñez a la adolescencia. Esta edición reúne las tres principales versiones del cuento: En 1697 Charles Perrault fue el primero en incluir en un volumen de cuentos la historia de Caperucita. Escribió una fábula moralizante con la intención de advertir a las "señoritas" de la corte sobre los peligros de "ciertos hombres", disfrazados de lobos. En 1812 Jacob y Wilhelm Grimm retomaron el cuento y su versión es la más conocida hoy en día. Por último publicamos una rareza, la versión dramática y en verso que el gran escritor alemán Ludwig Tieck escribió en 1800. Además, coincidiendo con el quinto aniversario del nacimiento de Nórdica, buena parte de los ilustradores que han trabajado para nosotros en estos años ha recreado diferentes partes del cuento... ¡Para disfrutarlo mejor!
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Seitenzahl: 46
Veröffentlichungsjahr: 2022
Charles Perrault Jacob y Wilhelm Grimm Ludwig Tieck
Caperucita Roja
Ilustraciones de
Agustín Comotto, Marta Gómez-Pintado,Ana Juan, Alicia Martínez, Verónica Moretta, Elena Odriozola, Luis Scafati, Noemí Villamuza y Javier Zabala
Traducción de
Charles Perrault
Caperucita Roja
Traducción de Luis Alberto de Cuenca
Había una vez una niña de pueblo, la más bonita que hubieseis visto; su madre estaba loca con ella, y su abuela más loca todavía. Esta buena mujer encargó para ella una caperuza roja que le sentaba tan bien que todos la llamaban Caperucita Roja.
Un día, su madre, que había cocido y hecho tortas, le dijo:
—Ve a ver cómo anda tu abuela, pues me han dicho que estaba enferma. Llévale una torta y este tarrito de mantequilla.
Caperucita Roja salió en seguida para ir a casa de su abuela, que vivía en otro pueblo. Al pasar por un bosque, se encontró con el compadre Lobo, a quien le entraron muchas ganas de comérsela, pero no se atrevió, potextorque había algunos leñadores por la floresta. Le preguntó adónde se dirigía. La pobre niña, que no sabía lo peligroso que es detenerse a escuchar a un lobo, le dijo:
—Voy a ver a mi abuela, y a llevarle una torta con un tarrito de mantequilla que mi madre le envía.
—¿Vive muy lejos? —le dijo el Lobo.
—¡Oh, sí! —dijo Caperucita Roja—. Al otro lado del molino que podéis ver allá lejos, en la primera casa del pueblo.
—Pues bien —dijo el Lobo—, yo también quiero ir a verla; voy a tirar por este camino y tú por aquel, a ver quién llega antes.
El Lobo echó a correr con todas sus fuerzas por el camino que era más corto, y la niña se fue por el camino más largo, entreteniéndose en coger avellanas, correr detrás de las mariposas y hacer ramilletes con las florecillas que iba encontrando.
No tardó el Lobo en llegar a la casa de la abuela. Llama a la puerta: toc, toc.
—¿Quién es?
—Soy tu nieta, Caperucita Roja —dijo el Lobo, imitando la voz de la niña—, y te traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre te envía.
La buena de la abuela, que estaba en la cama porque se encontraba un poco mal, le gritó:
—Tira de la llave, que caerá el pestillo.[1]
El Lobo tiró de la llave y la puerta se abrió. Se arrojó sobre la buena mujer y la devoró en un periquete, pues hacía más de tres días que no había comido. Luego cerró la puerta y fue a acostarse en la cama de la abuela, esperando a Caperucita Roja, que llegó un poco después y llamó a la puerta: toc, toc.
—¿Quién es?
Caperucita Roja, que oyó el vozarrón del Lobo, tuvo miedo al principio, pero, creyendo que su abuela estaba resfriada, respondió:
—Soy tu nieta, Caperucita Roja, y te traigo una torta y un tarrito de mantequilla que mi madre te envía.
El Lobo le gritó, suavizando un poco la voz:
—Tira de la llave, que caerá el pestillo.
Caperucita Roja tiró de la llave y la puerta se abrió.
El Lobo, al verla entrar, le dijo mientras se ocultaba en la cama bajo la manta:
—Pon la torta y el tarrito de mantequilla encima del baúl y ven a acostarte conmigo.
Caperucita Roja se desnuda y va a meterse en la cama, donde se queda muy sorprendida al ver el aspecto que ofrece su abuela en paños menores. Le dice:
—Abuelita, ¡qué brazos tan grandes tienes!
—¡Son para abrazarte mejor, hija mía!
—Abuelita, ¡qué piernas tan grandes tienes!
—¡Son para correr mejor, niña mía!
—Abuelita, ¡qué orejas tan grandes tienes!
—¡Son para oír mejor, niña mía!
—Abuelita, ¡qué ojos tan grandes tienes!
—¡Son para verte mejor, niña mía!
—Abuelita, ¡qué dientes tan grandes tienes!
—¡Son para comerte!
Y diciendo estas palabras, el malvado Lobo se arrojó sobre Caperucita Roja y se la comió.
[1]Lachevillette era una pequeña llave de madera que llevaba atada una cuerda que pasaba al exterior por un agujero practicado en la puerta; labobinette, un tarugo de madera que hacía de pestillo. Obsérvese el ritmo cantable de la frase original: «Tire la chevillette, la bobinette cherra». (N. del T.)
Jacob y Wilhelm Grimm
Caperucita Roja
Traducción de Isabel Hernández
Érase una vez una adorable niñita, a la que todos querían solo con verla, pero quien más la quería era su abuela, que ya no sabía ni qué regalarle. En cierta ocasión le regaló una caperucita de terciopelo rojo, y, como le sentaba tan bien y la niña no quería ponerse otra cosa, todos la llamaron a partir de entonces Caperucita Roja.
Un buen día su madre le dijo:
—Mira, Caperucita, aquí tienes un trozo de tarta y una botella de vino, llévaselos a la abuela; está enferma y débil, y esto la reanimará. Ponte en camino antes de que empiece a hacer calor, y cuando te marches, anda con cuidado y no te apartes del sendero, no vaya a ser que te caigas, se rompa la botella y la abuela se quede sin nada. Y cuando llegues a su casa, no te olvides de darle los buenos días, y no te pongas a hurgar por todos los rincones.
—Lo haré todo muy bien —dijo Caperucita Roja a su madre dándole la mano.
Pero la abuela vivía en el bosque, a media hora de la aldea. Cuando Caperucita Roja llegó al bosque, el lobo le salió al encuentro. Caperucita Roja no sabía qué animal tan malvado era y no se asustó.
