Caricias prestadas - Natalie Anderson - E-Book
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Caricias prestadas E-Book

Natalie Anderson

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Beschreibung

Katie Collins no podía creer que estuviese delante del conocido playboy Alessandro Zeticci, pidiéndole que se casase con ella. Estaba desesperada por escapar de un matrimonio no deseado, organizado por su despiadado padre de acogida y la única solución que se le había ocurrido era encontrar ella otro marido. Alessandro no había podido ignorar la desesperación de Katie e iba a acceder a casarse con ella si era solo de manera temporal. No obstante, con cada caricia, Alessandro tuvo que empezar a preguntarse si iba a ser capaz de separarse de su novia.

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Seitenzahl: 157

Veröffentlichungsjahr: 2020

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Natalie Anderson

© 2020 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Caricias prestadas, n.º 2753 - enero 2020

Título original: The Innocent’s Emergency Wedding

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1348-039-8

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

NO ME puedes obligar a que me case con él, ni con nadie…

Katie Collins se inclinó hacia delante, nerviosa, en la suave silla de la enorme recepción de Zed Enterprises, agarró su bolso con fuerza y se recordó que debía seguir respirando para permanecer consciente. Si hubiese tenido más orgullo, o una alternativa, se habría marchado de allí una hora antes, pero se había quedado porque no podía dejar de dar vueltas a las amenazas que le habían hecho. Él era el único que la podía ayudar.

–Si no te casas con él, ya te puedes marchar, y sabes que eso acabará con ella…

Katie parpadeó, horrorizada, y miró a su alrededor. La empresa de Alessandro Zetticci era moderna, minimalista y sofisticada. No la sorprendió. Era un hombre que se había hecho rico con bastante rapidez y que siempre había sabido lo que querían los demás.

Hacía una década que no lo veía y era consciente de que tal vez él no la recordase. Tendría que refrescarle la memoria antes de rogarle que fuese benevolente con ella.

–Te quedarás sin casa, lo mismo que la mujer que durante tantos años ha cuidado de ti. Eres una desagradecida y una…

Katie intentó sacar las palabras de su padre de acogida de su cabeza y distraerse. La recepcionista era alta y rubia e iba vestida con una falda azul marino y una camisa blanca, parecía una estrella de cine francesa a la que los años le habían sentado muy bien. Katie también iba vestida con una falda azul marino y camisa blanca, pero la suya no era de seda, sino sintética, pasada de moda…

Katie se puso tensa y se dijo que no necesitaba ropa elegante, dado que trabajaba la mayor parte del tiempo en los huertos y en la cocina.

–No puedes negarte, después de todo lo que he hecho por ti…

Una gota de sudor corrió por su espalda a pesar de que había aire acondicionado en el edificio. No podía estar más nerviosa.

No había pedido cita y era una suerte que Alessandro estuviese en la oficina aquel día. No sabía lo que habría hecho si no hubiese estado allí. Tampoco tenía ni idea de lo que iba a hacer si este le decía que no.

–¿No quieres formar parte de esta familia?

Le había dolido que su padre de acogida hubiese intentado manipularla. Entonces, después de tanto tiempo, ¿seguía siendo una extraña? Siempre había sentido que Brian no la quería, pero nunca se lo había dicho con tanta claridad.

Pero el problema era que no quería perjudicar a Susan, su madre de acogida, porque le debía mucho y porque la quería y tenía que protegerla.

–¿Señorita Collins? –la llamó por fin la elegante recepcionista–. Alessandro la está esperando.

A Katie le dio un vuelco el corazón. Sintió el impulso de correr en dirección contraria, pero, en su lugar, siguió a la otra mujer y tomó aire antes de entrar.

Fue una suerte que lo hiciera, porque, nada más entrar en la habitación tuvo la sensación de que sus pulmones y todo el resto de su cuerpo, se quedaban inmóviles. Lo había buscado en Internet en el trayecto en tren, pero, en persona, Alessandro Zetticci era impresionante.

Katie no pudo sonreír cuando la recepcionista se fue, no pudo mirar a su alrededor, solo veía al hombre que había sentado detrás del escritorio y lo recordaba en el huerto, sonriendo, riendo…

Parpadeó e intento desesperadamente centrarse en el presente.

Un mechón de pelo moreno caía sobre sus ojos. Tenía los pómulos marcados y una mandíbula perfecta, pero no recién afeitada, y esto hacía que pareciese que acababa de levantarse de la cama. Sus increíbles ojos azules estaban enmarcados por unas largas pestañas oscuras y las cejas también morenas.

De no haberlo conocido, habría pensado que llevaba lentillas azules, pero Katie lo había visto recién levantado, a altas horas de la noche, después de la cena de Navidad, e incluso enfadado, pero siempre con el mismo brillo en los ojos.

Sus labios dibujaban una permanente sonrisa burlona. Eran unos labios hechos para besar.

Llevaba el primer botón de la camisa desabrochado, dejando al descubierto su cuello bronceado. Aunque Katie también recordaba que no solo tenía el cuello bronceado, sino todo el cuerpo.

Era un hombre muy guapo, un hombre que atraía miradas a su paso.

Pero no llamaba la atención solo por su físico, sino también por su energía. Era esto último lo que había hecho crecer su imperio tan deprisa.

Más que seguro de sí mismo, ella habría dicho que era arrogante. Y daba la impresión de estar siempre dispuesto a pasarlo bien. Era irresistible.

No obstante, la vida de Alessandro Zetticci no había sido siempre fácil. Y Katie contaba con aquello para que la comprendiese y quisiese ayudarla.

Parpadeó de nuevo y se acercó más a él, que no la saludó, no dijo nada. La miró de arriba abajo en silencio.

–Soy Katie Collins –empezó ella, avergonzada–. Vivo en White Oaks con Brian Fielding…

Él siguió sin sonreír.

–No hace falta que me recuerdes quién eres, Katie.

–No sabía si te acordarías…

–¿Cómo iba a olvidarte? –inquirió él, mirándola con desaprobación.

Ella se humedeció los labios. Era evidente que no había significado nada para él.

Alessandro Zetticci había entrado en su vida con quince años, cuando ella había tenido solo diez. Su padre, el famoso chef italiano Aldo Zetticci, acababa de casarse con la hermana de Brian, Naomi. Brian y Naomi estaban muy unidos, así que Aldo y Alessandro habían pasado las vacaciones con la familia Fielding, en White Oaks, muy a pesar de Alessandro.

Un par de años después, Aldo había fallecido. Y Alessandro y Naomi habían luchado por hacerse con su imperio culinario. Brian había apoyado a Naomi, pero Alessandro se había mantenido firme y había mostrado su enfado con la interferencia de Brian.

–Si te marchas ahora, no vuelvas nunca jamás –le había dicho Brian a Alessandro.

Y este último no había vuelto por White Oaks. Katie había preguntado por él y le habían hecho entender que el muchacho había tenido la culpa de todo.

Siempre había sido una persona decidida y fuerte, pero, a juzgar por su mirada, también era implacable.

Katie se aclaró la garganta y se obligó a seguir hablando.

–He venido a hacerte una propuesta.

Él arqueó una ceja.

–Qué enigmática.

Pero no se mostró en absoluto intrigado.

–Trabajo en White Oaks –continuó ella–. Y he desarrollado algunas salsas con nuestros productos. Se venden muy bien.

Hizo una pausa. Alessandro parecía aburrido. Ella estaba desesperada.

–Ve al grano, Katie –le dijo–. ¿Qué quieres de mí?

–Que te cases conmigo –le respondió ella sin más preámbulo.

Él abrió los ojos con sorpresa, el resto de su cuerpo no se movió. Ni siquiera parecía estar respirando.

–No de verdad –añadió enseguida–. Sería un matrimonio falso. Y breve.

–¿Quieres que me case contigo? –repitió él muy despacio–. La verdad es que eso no me lo esperaba.

Katie se puso tensa, incapaz de descifrar su expresión, pero entonces Alessandro echó la cabeza hacia atrás y se echó a reír.

Y aquello la puso furiosa porque se sintió humillada.

–Me alegro de haberte hecho reír –comentó en tono sarcástico–. Olvídate de lo que te he dicho.

–¿Cómo lo voy a olvidar?

Alessandro se levantó para darle la vuelta a su escritorio y acercarse a ella.

–¿Qué estás haciendo? –le preguntó Katie, avergonzada al ver que entraba en su espacio personal.

Él no respondió, en su lugar, la estudió de arriba abajo. Después, se inclinó hacia ella.

–¿Me estás oliendo? –preguntó Katie, indignada.

–Sí. ¿Has estado bebiendo? –le preguntó él, agarrando su barbilla.

Katie se quedó inmóvil e intentó fulminarlo con la mirada, pero Alessandro no se inmutó.

–¿Tomás drogas?

–¿Qué? No –replicó, zafándose de él–. Mira, estoy sobria, pero tengo un problema y tú eres la única persona que puede ayudarme, aunque es evidente que no vas a hacerlo, así que, adiós.

Se dio la media vuelta sintiéndose más avergonzada que en toda su vida y muy enfadada.

–No sé por qué pensé que comprenderías lo que es el deseo de proteger a un ser querido, de evitar que pierda lo que más quiere –le gritó–. ¡No sé por qué pensé que lo entenderías!

Él la miró con los labios apretados.

–Katie…

Pasó por su lado y abrió la puerta, pero él apoyó una mano en la madera para volver a cerrarla.

–Katie, espera –le dijo.

Ella se quedó inmóvil, consciente del espectáculo que estaba dando. Respiró hondo e intentó bloquear las sensaciones que provocaba la invasión de Alessandro de su espacio personal. Lo tenía justo detrás, tan cerca que podía sentir su calor. Intentó ignorar la tentación.

Cerró los ojos, avergonzada.

–No puedes presentarte aquí, pedirme semejante cosa y después marcharte sin darme más explicaciones. Tienes que sentarte y empezar desde el principio.

Katie se quedó inmóvil un segundo más. Alessandro tenía razón. Y ella se había equivocado al ir allí.

Pero él no iba a permitir que se marchase sin antes darle una explicación.

Así que soltó lentamente el pomo de la puerta y se giró sobre sí misma. Porque Alessandro no había retrocedido. Todavía tenía la mano apoyada en la puerta, como para evitar que intentase escapar de nuevo. Seguía estando tan cerca que Katie se sentía casi aturdida.

«Respira, Katie, respira».

Pero lo miró a los ojos y se sintió confundida. Había sido muy ingenua al pensar que podía lidiar con él.

Alessandro la miró muy serio.

–Siéntate y háblame.

Se apartó de repente para dejar que se moviera.

Ella se dirigió a la silla más cercana y se dejó caer en ella, le temblaban las rodillas.

–White Oaks está endeudada. Al parecer, estamos a punto de perder la finca, pero Susan no lo sabe.

–¿Pero la finca no pertenece a Susan? –preguntó Alessandro, cruzándose de brazos.

–Sí.

Su madre de acogida había vivido allí toda su vida, había heredado la finca a la muerte de sus padres. Y en esos momentos estaba muy enferma, así que Katie no podía quedarse de brazos cruzados viendo como perdía su santuario.

–Cuando su salud empezó a deteriorarse, dejó la gestión en manos de Brian y se dedicó a cuidar de los jardines, que ya sabes que le encantan. Todos estos años…

Katie sacudió la cabeza. Ella tampoco había sabido que la situación de la finca era tan mala, que Brian había hecho que se hundiera.

–Me enteré ayer.

Katie no podía permitir que Susan perdiese algo que amaba, que formaba parte de su vida. Katie había pensado que con las visitas guiadas a los jardines y la venta de salsas era suficiente para mantener la finca, pero se había equivocado.

–Al parecer, Brian ha hecho un trato. Si me caso con Carl Westin, este asumirá la deuda y Susan y Brian podrán quedarse en White Oaks.

–¿Si tú te casas con Carl Westin? –repitió Alessandro, apartándose de la puerta y acercándose a ella con el ceño fruncido–. ¿De Westin Processing?

–¿Lo conoces?

Alessandro parecía sorprendido.

–Es poco más joven que Brian…

–Mucho mayor que yo, sí.

–Por no mencionar que no es un tipo de fiar y es…

–Siniestro –lo interrumpió ella–. No me puedo casar con él.

Alessandro se llevó la mano a la boca, ocultando una sonrisa que tentaba a muchas mujeres.

–Estamos en Londres, en el siglo XXI, Brian no puede obligarte a que te cases con quien él diga.

Katie se sintió incómoda. Alessandro no era consciente de los sutiles desprecios que le había hecho su padre de acogida a lo largo de los años.

–No puede obligarme por la fuerza, pero emocionalmente…

Se le hizo un nudo en la garganta y se quedó en silencio. Odiaba sentirse indefensa, no ser más fuerte.

Él dejó de sonreír al ver su expresión.

–¿Te refieres a que se supone que estás en deuda con Susan?

No se suponía que estuviese en deuda con Susan. Estaba en deuda con Susan porque esta la había cuidado durante años. De hecho, era la única persona que la había cuidado en toda su vida.

Katie había llegado a su casa con dos años, después de que Susan y Brian hubiesen pasado años intentando tener hijos propios, pero Brian nunca había accedido a adoptarla, y Katie había vivido con la amenaza de poder ser devuelta al sistema.

En realidad, Brian no solo había querido controlarla a ella, sino también a Susan, pero esta no había parecido darse cuenta.

–Es vulnerable –le dijo Katie a Alessandro–. Ahora está en silla de ruedas. No puede pasar mucho tiempo sola.

Según iba avanzando la enfermedad neurológica de Susan, esta iba encerrándose más en su mundo, en los jardines de la finca. Un mundo del que Katie formaba parte.

–Si tiene que marcharse de White Oaks, se morirá –sentenció Katie–. Es su vida.

No podía querer más a su madre de acogida y estaba dispuesta a hacer casi cualquier cosa por ella, pero no podía contarle lo mala que era su situación económica, ni el plan de Brian. Quería mantenerla al margen de todo aquello.

–Entonces, si Carl se casa contigo, Susan podrá seguir en White Oaks –resumió Alessandro–, pero ¿por qué quiere Carl casarse contigo?

Ella se ruborizó.

–¿No piensas que pueda resultarle atractiva? –balbució.

–Si de verdad te quisiera, no te daría nunca un ultimátum así.

–Tal vez no encuentre a nadie que quiera casarse con él por voluntad propia. Tal vez piense que voy a ser una esposa obediente –respondió Katie en tono amargo–. De este modo, podrá controlarme. Está acostumbrado a conseguir siempre lo que quiere.

Alessandro se acercó a ella y sonrió.

–¿Y tú piensas que yo voy a ser diferente?

Aquello la enfadó.

–Estoy segura de que también estás acostumbrado a conseguir siempre lo que quieres, pero, por suerte, no me quieres a mí.

–¿Y eso, cómo lo sabes?

–Porque nunca me has mirado.

–Si no recuerdo mal, la última vez que nos vimos eras poco más que una niña. ¿Cómo iba a mirarte entonces? –le preguntó, ladeando la cabeza–. Pero sí que te estoy mirando ahora.

–Pues ni te molestes. Puedes tener a la mujer que quieras, o a todas a la vez.

–¿A todas a la vez? –repitió él con incredulidad.

–Bueno, da igual. Sabes muy bien que no tienes que amenazar a ninguna mujer para estar con ella. No te hace falta chantajear a nadie.

–Pero eso es lo que Brian hace contigo –dijo él, poniéndose serio de nuevo.

Ella tomó aire, suspiró.

–Está acostumbrado a que lo obedezca.

Porque Katie siempre se había esforzado en mantener la paz, por Susan, pero en esa ocasión Brian había ido demasiado lejos.

–Pero tú no eres su hija –añadió Alessandro.

–Gracias por recordármelo –le respondió ella.

El comentario le dolió a pesar de que Brian le había recordado aquello constantemente.

–No, no somos parientes consanguíneos.

–¿A mí no me consideras familia? –le preguntó Alessandro.

Ella lo miró.

–No vivías allí.

Alessandro solo había ido a White Oaks cuando salía del internado en vacaciones o para alguna celebración y nunca había mostrado interés en tener relación con su nueva familia.

–Gracias por recordármelo –le dijo él. Después, sonrió con arrogancia–. Decidí marcharme de allí, ¿por qué no haces tú lo mismo?

–Porque no soy como tú –le dijo ella–. No puedo marcharme. No puedo contárselo todo a Susan. Asumiría la deuda si pudiera, pero casi no tengo dinero.

–Pero has dicho que las salsas se venden bien.

–Sí. Las vendemos a través de Sybarite aquí en Londres.

Había sido una gran noticia que la tienda de productos gourmet comprase prácticamente todo su stock.

–¿Sybarite? Qué bien –comentó él en tono burlón–. Entonces, ¿no pagan bien?

–He invertido todos los beneficios en el negocio… Yo, personalmente, no necesito mucho.

Alessandro arqueó las cejas.

–Vivo allí –continuó ella, molesta–. Tengo alojamiento y comida. No necesito mucho más.

Él la miró de arriba abajo y Katie sintió que encogía bajo sus ojos.

Pero entonces se creció.

–Yo sabía que las cosas no iban bien, por eso empecé con las visitas a los jardines. Tengo que trabajar duro, se lo debo… Tengo que ayudar a Susan.

Brian se lo había dicho muchas veces, que se lo debía. Que la habían sacado de una vida de pobreza y abandono… ¿Qué habría sido de ella de no ser por su generosidad?

–No les debes el resto de tu vida –le dijo Alessandro.

–No, pero quiero a Susan –replicó ella–. Y me necesita.

–¿No hay nadie más? ¿No la puede ayudar su marido?

–En Brian no se puede confiar.

–Y piensas que, si te casas con otro hombre, no tendrás que hacerlo con Carl…

–Sí.

–¿Y por qué yo? –le preguntó Alessandro.

–Porque eres lo suficientemente temerario para hacer algo así –respondió ella sin más.

Era un mujeriego al que nadie podría hacer que sentase la cabeza, pero que podía sentirse tentado por hacer semejante barbaridad.

–Y, al parecer, tienes dinero más que de sobra.

–Ves, eso era lo que esperaba desde el principio –comentó él–. ¿Quieres que rescate White Oaks? ¿Por qué no me pides el dinero? ¿Por qué tenemos que casarnos?

–Porque ese es el idioma que entiende Brian. Si no me caso, si no tengo la protección de un hombre… querrá seguir controlándome. Si me caso, retrocederá. No quiero estar fuera de su alcance, lo que quiero en realidad es repelerlo.

–¿Repelerlo? –repitió Alessandro–. ¿Y vas a conseguir eso casándote conmigo? Vaya… Así dicho, parece que estuviésemos en el siglo XVIII… ¿Tan mal le parecería que estuvieras conmigo?

–Que me casara contigo, sí.

Katie había visto la cara de Brian cuando había leído un artículo acerca de Alessandro en el periódico.

–Brian odiará que haya acudido a ti.

Alessandro tomó aire.

Katie se dio cuenta de lo que acababa de decir y se arrepintió.

–Lo siento…

–No te disculpes por haber sido sincera –le respondió él–. ¿Harías cualquier cosa por cuidar de Susan?

–Casi cualquier cosa –admitió ella, sintiéndose culpable.