Cartas a mi madre por Navidad - Rainer Maria Rilke - E-Book

Cartas a mi madre por Navidad E-Book

Rainer Maria Rilke

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Beschreibung

Rainer Maria Rilke mantuvo una peculiar y nunca interrumpida correspondencia navideña con su madre, Sophie Entz, desde 1900 —cuando se establece en la colonia de artistas de Worpswede, cerca de Bremen— hasta 1925, año anterior a su fallecimiento. Estas cartas sobresalen por la homogeneidad de su contenido y tono respecto de la ingente correspondencia que el poeta envió a su madre, con quien tuvo una relación cuanto menos problemática. Están escritas con gran delicadeza lingüística y contienen algunos rasgos conmovedores: son firmadas siempre por "René", nombre usado solo en el ámbito íntimo; año tras año se menciona el compromiso de pensar uno en el otro a las seis de la tarde de la víspera de Navidad; la correspondencia nunca se interrumpió, ni siquiera durante la guerra. Rilke consideró siempre sus cartas como un ejercicio literario de introspección. Al estar éstas centradas en la Navidad, son de particular interés para entender el sentimiento religioso del poeta. Como señala Antonio Pau en el epílogo, Rilke "estuvo siempre en lucha con Dios, y no una noche, como Jacob con el ángel, sino toda su vida; (...) quizá por eso Rilke, aunque no le entendamos, ha sido uno de los hombres más auténticamente religiosos que han existido".

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Literaria

14

Serie dirigida por Guadalupe Arbona

Rainer Maria Rilke

Cartas a mi madre

por Navidad

1900-1925

Traducción, introducción y notas de Leonor Saro

Epílogo de Antonio Pau Pedrón

Ilustraciones de Andrea Reyes

© Ediciones Encuentro, S. A., Madrid, 2018

© Del epílogo: Antonio Pau Pedrón

© De las ilustraciones: Andrea Reyes

Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública y transformación de esta obra sin contar con la autorización de los titulares de la propiedad intelectual. La infracción de los derechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual (arts. 270 y ss. del Código Penal). El Centro Español de Derechos Reprográficos (www.cedro.org) vela por el respeto de los citados derechos.

Fotocomposición: Encuentro-Madrid

ISBN Epub: 978-84-9055-880-5

Depósito Legal: M-34170-2018

Printed in Spain

Para cualquier información sobre las obras publicadas o en programa y para propuestas de nuevas publicaciones, dirigirse a:

Redacción de Ediciones Encuentro

Conde de Aranda 20, bajo B - 28001 Madrid - Tel. 915322607

www.edicionesencuentro.com

Nota introductoria

«Allí donde no estás, está la felicidad»

Der Wanderer, Georg Philipp Schmidt von Lübeck

René Karl Wilhelm Johann Josef Maria Rilke nació en Praga el 4 de diciembre de 1875 en la calle Heinrichsgasse 19. Su padre, Josef Rilke, había sido militar, pero terminó trabajando como funcionario de ferrocarriles, y su madre, Phia Entz, provenía de una familia acomodada de Praga de origen judío. Desde niño tuvo una relación especialmente conflictiva con su madre que condicionó en gran medida su personalidad. La primera infancia del poeta estuvo teñida por la sombra de la prematura muerte de su hermana mayor, fallecida al poco de nacer. Phia llamó a su hijo varón René, renacido en francés y, según sus biógrafos, llegó incluso a vestirlo de niña y a llamarlo Sophie durante sus primeros años. Cuando Rilke abandonó el hogar materno, renegó de su nombre.

Phia Entz jamás aceptó su condición de clase media y siempre tuvo ciertas pretensiones nobiliarias. Le gustaba frecuentar personalidades, le daba mucha importancia a la apariencia y fantaseaba con un estilo de vida aristocrático que se alejaba mucho de sus posibilidades económicas. La educación de Rilke estuvo marcada por el anhelo de los valores de una nobleza decadente destinada a desaparecer. Cuando el matrimonio de los padres se rompió en 1884, Phia se fue a vivir a Viena para rodearse del mundo de la corte y dejó a Rilke con su tío. Un par de años después fue enviado contra su voluntad a una escuela militar, pero tuvo que abandonar la carrera de las armas a causa de su precaria salud. La férrea disciplina de la escuela contrastaba dolorosamente con su carácter melancólico y con su temperamento artístico y Rilke vivió esos años como un tormento.

La infancia perdida de Rilke y la nostalgia por los breves momentos de felicidad de su niñez dejaron una grave impronta en su corazón de poeta. Rilke fue, como su madre, un gran viajante, un peregrino voraz de paisajes y gentes nuevas, siempre a la busca de aquello que le faltaba y no sabía nombrar.

Tras estudiar Filosofía y Derecho en Praga, abandonó definitivamente su ciudad natal y comenzó su periplo. En 1897 en Múnich conoció a Lou Andreas Salomé, una mujer diez años mayor que él que fascinó a Rilke con su arrolladora personalidad y su enorme intelecto. Fueron amantes y compañeros de viajes, hasta que se separaron en 1899. No obstante, siguieron compartiendo una pasión y una admiración mutuas que se mantendrían hasta la muerte del poeta.

En 1900 Rilke fijó su residencia en la colonia de artistas de Worpswede, cerca de Bremen, donde conoció a la escultora Clara Westhoff. Contrajeron matrimonio en 1901 y tuvieron una hija, Ruth. Sin embargo, Rilke se cansó pronto de su apacible vida familiar en Oberneuland y en el verano de 1902 se fue a París a conocer a Rodin. Clara, que había sido discípula del escultor, pasó esas Navidades con su marido. La pareja se separó al año siguiente. Desde entonces hasta 1910, París se convirtió en su residencia principal, aunque siguió realizando continuos viajes, casi siempre acogido por amigos o conocidos admiradores de su obra. Durante esos años siguió visitando a su hija y a Clara en Oberneuland, donde pasó algunas Navidades.

En 1911 se instaló en el castillo de Duino, donde, gracias al aliento de su amiga y anfitriona Marie von Thurn und Taxis, que le ayudó a superar sus bloqueos creativos, comenzó la escritura de las Elegías de Duino, una obra en la que trabajó hasta 1922. En 1912 visitó España, conoció Cordoba y Toledo, y pasó dos meses en la pequeña localidad de Ronda.

El estallido de la Primera Guerra Mundial sorprende a Rilke en Alemania. Al ser considerado súbdito del enemigo, sus propiedades fueron subastadas en París. En 1916 fue movilizado por el ejército austrohúngaro, pero gracias a la intercesión de unos amigos consigue la dispensa del servicio militar.

Al terminar la guerra, es invitado a Zúrich a pronunciar una conferencia. Aprovecha este viaje para trabajar y tratar de evadirse del caos de la posguerra. Durante estos años reside en diferentes ciudades suizas, hasta que en 1921 se instala definitivamente en Muzot. Estos últimos años de su vida son especialmente prolíficos. Termina las Elegías de Duino y trabaja en los Sonetos a Orfeo, dos obras fundamentales en su producción poética. En 1923 cae enfermo y decide pasar una larga temporada en un sanatorio de Valmont. Con la esperanza de que un cambio de aires pudiera mejorar su precaria salud, viaja a París durante una breve temporada. Al no experimentar ninguna mejoría, decide regresar a Valmont, donde finalmente murió de leucemia.

La vida de Rilke, consagrada al arte, a la belleza y a la búsqueda de lo inefable, fue la travesía de un caminante que siempre buscó la felicidad lejos del lugar donde él mismo se hallara. No obstante, cada año, dondequiera que estuviese, acudía a la cita navideña con su madre, a la hora convenida, en el lugar acordado: en el refugio seguro de su propio corazón, donde guardaba su infancia como un tesoro, donde el Dios eterno podía hacerse pequeño y comprensible, donde, obedeciendo con sencillez a un gesto, misteriosamente acontecía un encuentro que parecía imposible.

Leonor Saro

Cartas a mi madre por Navidad

Matasellos: Berlín,

22 de diciembre de 1900.

Mi querida y bondadosa madre:

Nunca hemos tenido muchas ocasiones para hablar junto al árbol de Navidad. Hoy tampoco puede ser, sobre todo porque hablar sobre el papel no puede evocar la ilusión de la cercanía. Debes tener, más que la ilusión, la seguridad de que estoy junto a ti en esta noche que tú siempre has adornado y enaltecido gracias a tu ejemplo, a tu amor y a tu bondad, desde que la experimenté por primera vez. Debes sentirme cerca, pues te he enviado mi nuevo libro y de este modo vengo a ti con lo mejor que he conseguido hasta ahora, con lo mejor en lo que me he podido transformar, con mucho más que con mi cuerpo y mi rostro, con mucho más que con mi alma: con la potencia de mi fuerza y de mi amor, con una parte de mi devoción más profunda, con un trozo de mi futuro. Mi libro Historias del buen Dios es todas esas cosas. Recíbelo con agrado y deja que en esta noche santa cumpla en ti lo que yo deseo. Reconóceme en él, querida madre.

No digo más, madre. Simplemente voy a dejar mi libro bajo el arbolito de Navidad, o sobre la mesita donde están los ángeles cantores y donde todos estos años has desplegado la abundancia de tus regalos. Ya ves, podemos expresarnos tranquilamente, porque estoy ahí contigo, como el año pasado, pero esta vez sin prisas, sin llegar y sin marcharme corriendo a una hora determinada. Esta noche recorro tranquilo todo el salón sin odio y participando con todo mi amor. Y no me voy a marchar hasta que no empieces a ponerte triste... Pero eso no va a pasar, ¿verdad?, porque mi libro está lleno de confianza y de luz.

Y ahora, bromas aparte, otro pequeño presente: un librito de Josef Victor von Scheffel como recuerdo de nuestro viaje a Toblino1. Espero que te guste. Cientos de besos:

René,

¡y su presencia!

Westerwede en Worpswede, Baja Sajonia,

21 de diciembre de 1901.

Querida madre:

¡Es Navidad! Me gustaría poder escribirte una larga carta, pero mi nueva condición de padre me tiene tan atareado que no puedo enviarte más que unas pocas y sentidas palabras. Creo que esta vez no vivirás con tanta tristeza y temor que no vaya a pasar el día 24 contigo a Praga, puesto que sabes que ahora tengo mi propia casa y una mujer maravillosa y una niña para las que me gustaría decorar el árbol de Navidad2. ¡Ya no estoy solo! ¡Eso lo dice todo! En la hora de los regalos estaré contigo en espíritu. Me temo que vengo con las manos vacías, porque no he podido adjuntarte el libro Los últimos que quería regalarte... ¡Quiero animarte un poco, querida madre! Así que te envío dos fotos nuestras, como tanto me has pedido... Así también tendrás contigo una imagen de nosotros y podrás ver una parte de nuestra casa y del jardín. ¡Qué bonito pensar que ya lo conoces todo! Me hubiera gustado enviártelas enmarcadas, pero no conozco el tono exacto de la tapicería roja y por lo menos deberían ir a juego con las tuyas. Así que las recibirás tal cual están. En cuanto anochezca haremos el reparto de regalos y Clara (que hoy ya está despierta) caminará por la habitación y podrá llevar a nuestra querida niña hasta el árbol.

¡Gracias por todo y feliz Navidad!

Te llevamos en lo más profundo de nuestros pensamientos. Te mando besos cariñosos.

Tu agradecido René.

Querida madre:

Te mando mis mejores deseos y un abrazo muy cariñoso en este día de Navidad, y también un saludo de nuestra pequeña.

Tu hija Clara.

París, rue de l’Abbé de l’Epée,

21 de diciembre de 1902.

Mi querida y bondadosa madre: