Cautiva a su lado - Kate Walker - E-Book

Cautiva a su lado E-Book

KATE WALKER

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Beschreibung

Bianca 2016 Al ver las atractivas pero implacables facciones del magnate italiano Ricardo Emiliani, Lucy supo que había cometido un error volviendo a la palaciega mansión del lago Garda. Pero haría cualquier cosa por su hijo, incluso volver con el marido que no la había amado nunca.Ricardo estaba convencido de que su mujer era una buscavidas, pero el pequeño Marco necesitaba una madre, de modo que mantendría a Lucy cautiva en su isla privada hasta que demostrase que podía ser su esposa… en todos los sentidos.

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2009 Kate Walker

© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Cautiva a su lado, n.º 2016 - diciembre 2022

Título original: Kept for Her Baby

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1141-310-7

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EL CALOR del día empezaba a desaparecer y había refrescado al caer la tarde. Ahora, ya casi de noche, la diminuta isla estaba envuelta en sombras mientras Lucy llevaba el bote de remos a la orilla del lago y saltaba sobre la arena.

El agua le llegaba por los tobillos mientras tiraba del bote hacia la playa, mirando a un lado y a otro.

¿La habría oído alguien?, se preguntó. No quería que la viesen antes de que pudiera llegar a la casa. Si el ejército de hombres armados de Ricardo la oyera y alguien fuese a investigar estaría perdida antes de haber empezado. La echarían de la isla y la devolverían a la diminuta y triste pensión en la que se alojaba esa semana.

Aquella semana desesperadamente vital para ella.

Si conseguía quedarse en Italia, claro. Una vez que Ricardo supiera que había vuelto podría decidir que la quería fuera del país. Fuera del país y fuera de su vida para siempre.

–Dios mío…

Al percatarse de que estaba conteniendo el aliento Lucy dejó escapar un largo y angustiado suspiro, pasándose una mano por el largo cabello rubio que había escapado de la coleta, mientras miraba de un lado a otro.

Pero si alguien la hubiera visto los matones de Ricardo ya estarían allí, pensó.

Suspirando, sacó las zapatillas del bote y se sentó sobre la hierba para ponérselas.

Ojalá pudiera esconder el bote de alguna forma… tal vez cubriéndolo con ramas y hojas secas. Pero no tenía fuerzas para tirar de él y los impacientes latidos de su corazón la urgían a moverse lo más rápidamente posible.

Ahora que estaba allí sabía que no podía retrasarlo un segundo más. Había esperado y planeado aquello durante tanto tiempo…

Desde que le devolvieron la carta que le había enviado a Ricardo sin abrir siquiera había sabido que aquélla era la única solución. Tenía que tomar el asunto en sus manos y hacer lo único que podía hacer.

Había intentado ser civilizada, pero eso no valió de nada. Había intentado apelar a lo mejor de Ricardo, pero tampoco eso sirvió de mucho.

De modo que se veía obligada a ir allí en secreto. Había vuelto a la isla como un ladrón en medio de la noche; al único sitio en el que podría burlar la seguridad de Ricardo.

Paleando suavemente en lugar de remar para hacer menos ruido había logrado llegar a la playa sin que la vieran y ahora sólo podía rezar para tener la misma suerte mientras se dirigía a la casa.

Pasando bajo las ramas de un enorme ciprés, Lucy descubrió que estaba conteniendo las lágrimas mientras miraba la enorme villa neogótica adornada con hermosos balcones, balaustradas de mármol y amplios escalones que llevaban al edificio de piedra blanca que una vez había sido un monasterio y luego un palacio.

Las vidrieras de las ventanas reflejaban los últimos rayos del sol. A uno de los lados había un torreón con troneras desde las que se veían las tranquilas aguas del lago Garda y las provincias de Verona al sureste y Brescia al oeste. Directamente enfrente estaba el pueblo de San Felice del Benaco, que daba su nombre a la isla y la villa.

Un asombroso palacio, la fantástica casa que una vez había sido su hogar.

Pero ya no lo era. No lo había sido durante muchos meses. Y ni siquiera le había parecido un hogar cuando vivía allí…

Lucy tembló a pesar del calor de la tarde cuando los recuerdos la asaltaron; recuerdos de su vida allí, cuando no sentía que fuera su sitio.

–No puedo hacerlo –murmuró–. No puedo enfrentarme…

Lucy sacudió la cabeza, intentando apartar de sí tan tristes pensamientos. Tenía que enfrentarse con aquello porque en el interior de la casa, además de los horribles recuerdos de los peores meses de su vida, estaba lo que más le importaba en el mundo, lo único por lo que merecía la pena vivir.

Siguiendo el camino que tantas veces había recorrido mientras vivía en San Felice encontró la verja que llevaba a los jardines e intentó abrirla sin hacer ruido… pero hizo una mueca cuando la vieja madera crujió.

–Por favor, que no venga nadie –murmuró, mientras corría para esconderse entre unos arbustos–. Que no me vea nadie.

Apenas se había escondido cuando oyó que se abría una puerta y le pareció que era la del salón. La misma puerta por la que ella había escapado siete meses antes sin atreverse a mirar atrás, aterrorizada de lo que podría pasar si alguien se daba cuenta de que intentaba huir.

–Buona sera…

La voz, que llegaba desde el interior de la casa, hizo que su corazón se detuviera durante una décima de segundo.

Ricardo.

Lucy reconoció la voz de inmediato. La hubiera conocido en cualquier sitio. Sólo un hombre poseía esa voz tan grave, tan masculina.

¿En cuántos tonos diferentes le había oído pronunciar su nombre? Divertido, burlón, furioso. Y en otras ocasiones llena de ardor, convirtiendo su nombre en magia cuando la llamaba «Lucia, su pasión».

Su mujer.

Se le encogió el corazón al recordar esa palabra y el orgullo que había sentido una vez Ricardo Emiliani al pronunciarla. O eso había pensado ella.

–Mi mujer –había dicho, tomando su mano para dirigirse a la puerta de la iglesia, después de que el sacerdote los hubiese declarado marido y mujer–. Mia moglie.

Y durante un tiempo ella había disfrutado de ese título. Había disfrutado cuando la llamaban «la señora de Ricardo Emiliani». Enterrando las dudas y los miedos que la asaltaban, Lucy había sonreído hasta que le dolía la mandíbula mientras hacía el papel de esposa feliz que tenía todo lo que había soñado.

Cuando en realidad, en su interior, había sabido siempre la verdad; la razón por la que Ricardo se había casado con ella.

Y el amor no había tenido nada que ver.

–Si te enteras de algo, llámame enseguida.

Le sorprendió que no hablase en italiano sino en su idioma…

¿Con quién estaría hablando? ¿Y de qué?

Un escalofrío recorrió su espina dorsal al pensar que tal vez había cometido un error garrafal al volver a San Felice. Al escribirle, por desesperada que estuviera, le había dado una pista de su paradero.

Y Ricardo, siendo un hombre inmensamente rico, no tendría la menor dificultad en descubrir lo demás. Sólo con chascar los dedos tendría un ejército de hombres a su disposición: detectives privados, investigadores; todos dispuestos a hacer lo que tuvieran que hacer para descubrir dónde estaba y…

¿Y qué?

¿Qué haría el hombre que durante su última discusión, antes de irse de San Felice, había declarado que casarse con ella había sido el mayor error de su vida?

–Quiero terminar con este asunto lo antes posible.

–Me pondré con ello ahora mismo. Los contratos estarán listos para la firma mañana mismo.

La voz del otro hombre la devolvió a la realidad.

Se estaba engañando a sí misma, pensó. ¿Por que querría Ricardo saber nada de ella? Su marido la había dejado ir sin protestar, ¿no? Nadie había ido a buscarla para intentar convencerla de que volviese a San Felice. Y que le hubieran devuelto la carta sin abrir dejaba bien claro lo que sentía Ricardo.

Contratos y firmas, por supuesto. ¿Qué le importaba a Ricardo Emiliani, aparte de su negocio de venta de automóviles?

Su marido no quería saber nada de ella y nunca la perdonaría por lo que había hecho, de modo que era una tonta si pensaba que algún día podría ser de otra manera.

Lucy se encogió, en un rincón entre el muro de la balaustrada y los arbustos, mientras Ricardo bajaba los escalones que llevaban al jardín. Al verlo, Lucy sintió como si algo la hubiera golpeado en el pecho, dejándola sin aire.

Incluso de espaldas seguía teniendo tal impacto físico en ella que era incapaz de apartar los ojos.

Ricardo también estaba de espaldas la primera vez que lo vio, de modo que recordaba bien la orgullosa cabeza oscura, el cuello bronceado, los hombros anchos, la poderosa espalda y largas piernas. Entonces, como ahora, llevaba unos vaqueros tan gastados que se pegaban a su piel. Pero aquel día en la playa, dos años antes, no llevaba camisa… nada que ocultase su bronceada piel. También iba descalzo, como ahora. Parecía un turista, nada en su exterior delataba al hombre poderoso que era.

Y ya estaba medio enamorada de él cuando descubrió la verdad.

Aquella noche llevaba un polo blanco, pero ella sabía lo que había bajo ese polo porque lo había acariciado tantas veces… y tantas veces había sentido cómo él se excitaba. Había tocado su cuerpo con un deseo y un ardor desconocidos hasta que Ricardo la llevaba al éxtasis…

No, no, no. No debía pensar eso. No debería recordar cómo una vez había respondido tan fácilmente a sus caricias. No debía pensar eso o habría terminado antes de empezar; su plan destrozado antes de poder llevarlo a cabo.

Había ido allí por una razón y ésa era…

Un ruido, nuevo e inesperado, interrumpió sus pensamientos. Pero por un momento le pareció un eco de lo que había en su corazón, como si lo hubiera conjurado, como si fuera un sueño.

Pero entonces oyó el sonido de nuevo: el llanto de un niño.

Y el mundo se abrió bajo sus pies, dejándola débil y mareada. Con una mano Lucy se agarró a los arbustos mientras su cabeza daba vueltas…

–No…

Un gemido escapó de su garganta. No podía ser real; tenía que haberlo imaginado. Pero cuando abrió los ojos y parpadeó para calmarse se fijó en la posición de los brazos de Ricardo, como si sujetase algo. Y al ver el cariño, la atención que ponía mientras sostenía su pequeña carga, el corazón de Lucy volvió a encogerse.

–Calla, caro…

Una vez más, esa voz ronca encogió su vulnerable corazón.

–Hora de dormir, figlio mio.

Ricardo se dio la vuelta entonces, permitiéndole ver lo que llevaba en los brazos… y lo que vio encogió el corazón de Lucy como si una mano cruel hubiese entrado en su pecho para apretarlo salvajemente.

Ahora podía ver el pelito suave, negro como el de su padre, la cabecita relajada.

¿Y por qué no? El niño estaba a salvo en brazos de Ricardo aunque una vez Lucy había temido que no estuviera a salvo en los suyos.

–Oh, Marco…

Su visión se empañó cuando las lágrimas asomaron a sus ojos; el dolor que sentía rompiéndole el corazón en mil pedazos.

Sin darse cuenta había alargado una mano, como si pudiera tocar al niño, la razón por la que estaba allí. La única persona en el mundo por la que se hubiera atrevido a enfrentarse con la ira de Ricardo, con la furia y el odio que brillarían en sus ojos si la encontraba allí.

Había pensado que nunca volvería a ver a su marido y se había resignado a que así fuera. Pero a lo que nunca había podido resignarse era a no ver al niño al que amaba con todo su corazón. Al niño al que no había podido cuidar.

El hijo de Ricardo… y el suyo.

Su hijo.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

SU HIJO estaba a unos metros de ella.

Y nunca en su vida la frase «tan cerca y, sin embargo, tan lejos» había sido más acertada. Estaba tan cerca que con dar un par de pasos estaría a su lado. Podría mirarlo y ver cuánto había crecido, cuánto había cambiado… porque tenía que haber cambiado en los meses que ella había estado fuera.

Tal vez podría salir de su escondrijo y tomarlo en sus brazos…

¡No!

Ni en sueños se atrevería a ir tan lejos.

Sabía que Ricardo no la dejaría acercarse a su hijo y, en el fondo de su corazón, Lucy sabía que sería una tortura. ¿Cómo iba a conectar con su hijo después de tanto tiempo?

Sabía también cómo la miraría todo el mundo, cómo la vería Ricardo. ¿Qué buena madre abandonaría a su hijo dejándolo solo con su padre?

Había tardado mucho tiempo en aceptar que estaba enferma, en reconocer que no había alternativa. Los médicos decían que ya estaba bien… pero Lucy no estaba segura.

Unas lágrimas ardientes asomaron a sus ojos, nublando su visión. Lo único que sabía era que estar en aquella situación, tan cerca pero tan lejos, y no decir nada era lo peor para una madre.

Sentía como si su herido corazón se rompiera en mil pedazos que caían sobre el pavimento, a sus pies. Y, sin embargo, había ido allí para eso. Había llegado a la isla sin que la vieran, burlando la seguridad de Ricardo, sólo para eso. Para ver a su hijo.

Pero no estaba preparada.

Y menos con los fríos ojos de Ricardo Emiliani juzgando todo lo que hacía.

De modo que se dio la vuelta y empezó a caminar sin ver dónde iba, en dirección al lago, esperando llegar a la playa, al bote, antes de que el dolor fuese tan grande que cayera al suelo inconsciente.

El crujido de una rama seca sonó como un estallido en medio de la tranquila noche. Era imposible que su marido no lo hubiese oído y Lucy se puso tensa, preparándose para lo inevitable.

–¿Quién está ahí? –la voz de Ricardo sonaba brusca y fría en comparación con el tono cariñoso que había usado unos minutos antes.

Sin atreverse a mirar atrás, Lucy se metió entre unos arbustos con la esperanza de esconderse.

–¡Deténgase! ¡Marissa!

Lucy oyó unos pasos en los escalones que llevaban al jardín.

–Llévate a Marco…

Después de eso empezó a correr con todas sus fuerzas, sin ver dónde iba. Las ramas de los árboles golpeaban su cara, pero le daba igual. En lo único que podía pensar era en huir de allí, llegar al bote y alejarse todo lo posible de la isla. Cualquier cosa antes de tener que enfrentarse al frío e implacable Ricardo.

–¡Deténgase!

¿Como había llegado a su lado en unos segundos?, se preguntó, angustiada. Ricardo tenía que haber dejado al niño en manos de la niñera…

Pero cuando oyó pasos tras ella su corazón empezó a latir a mil por hora, ahogándola.

–¡Giuseppe… Frederico!

Lucy miró por encima de su hombro y vio que Ricardo había sacado el móvil y estaba hablando mientras corría, dando órdenes en italiano.

Estaba llamando a los de seguridad, pensó, aterrada. Llamando a los guardaespaldas que vigilaban la isla, protegían su privacidad y comprobaban que el niño estuviera siempre a salvo.

Y ahora estaba lanzando a sus perros de presa contra ella.

Lucy conocía bien ese tono autoritario porque lo había oído muchas veces cuando Ricardo y ella estaban juntos. Su equipo de seguridad le había fallado y estaba furioso.

Ricardo Emiliani no toleraba el fracaso y rodarían cabezas por ello.

Pero Lucy no quería enfrentarse con un Ricardo furioso. Había ido allí para intentar hablar con su marido, eso era cierto, pero había planeado hacerlo contando con la ventaja de la sorpresa. Enfrentarse a él ahora sería algo totalmente diferente.

Ver al pequeño Marco había destrozado el escudo protector que había ido levantando con el paso de los meses, de modo que tenía que salir de allí y reunir fuerzas de nuevo antes de atreverse a intentarlo otra vez.

La playa en la que había dejado el bote estaba a unos metros. Si pudiera llegar allí, hacer un último esfuerzo, forzar a sus cansadas piernas…

Pero salir de la isla iba a ser muy difícil ahora que la habían descubierto.

Lucy corrió con todas sus fuerzas, jadeando. No veía por dónde pisaba y tropezó con una piedra, cayendo de bruces.

O, más bien, empezó a caer pero no lo hizo.

Cuando sintió que perdía el equilibrio, convencida de que iba a caer al suelo, una mano sujetó firmemente su brazo.

–¡Ya te tengo!

Lucy intentó mantener un precario equilibrio antes de caer hacia el otro lado, justo en los brazos de su marido. Pero aunque él tuvo que dar un paso atrás, no soltó su brazo.

–¿Quién demonios eres?

Ella no podía contestar porque tenía la boca tan seca y el corazón en la garganta.

Ricardo la empujó un poco hacia atrás para mirar su cara…

–¡Tú! –exclamó.

Lucy tuvo que echar mano de todo su valor para mirarlo a la cara.

–Sí, soy yo –consiguió decir, con tono desafiante.

Un largo silencio siguió a su respuesta, hasta que Ricardo murmuró:

–Lucia…

Su nombre. O, más bien, su nombre italianizado. Ricardo lo había pronunciado con los dientes apretados y cuando miró esos ojos negros el hielo de sus pupilas la hizo temblar.

–Lucia.

Y esta vez no había duda de lo furioso que estaba; el veneno inyectado en esas sílabas la hizo temblar de arriba abajo mientras intentaba soltarse.

–¿Qué demonios estás haciendo aquí?

«No le digas la verdad».

«No digas una palabra sobre Marco. Si le das ese arma, la usará contra ti».

–¿Tú qué crees que estoy haciendo?

Había conseguido poner una nota de desafío en su voz. Incluso logró levantar la barbilla en un gesto de rebelión que no tenía nada que ver con lo que sentía en realidad. Porque en los ojos negros de Ricardo no había luz; nada que pudiera darle una pista de lo que sentía.

–Desde luego, no he venido para retomar nuestro matrimonio.

–Como si yo pudiera pensar que estás aquí para eso.

El tono de Ricardo era frío pero controlado, como si se negase a poner una emoción real en sus palabras. Y aunque no había soltado su brazo, Lucy se dio cuenta de que no pensaba en lo que estaba haciendo.

–Nuestro matrimonio ha terminado. Había terminado antes de empezar.

Desde el momento que la acusó de haberlo atrapado, de haber quedado embarazada a propósito para poner las manos en su fortuna.

–Bueno, eso es algo sobre lo que estamos de acuerdo.

Lucy tiró de su brazo para soltarse, pero Ricardo la sujetó con fuerza.

–¿Para qué has venido entonces?

Por fin estaba recuperándose de la sorpresa. Por fin aceptaba que Lucy estaba allí, a su lado. Lucia, a quien no había querido volver a ver durante el resto de su vida. La mujer que había decidido engañarlo, reírse de él. La mujer que había creído desaparecida para siempre, fuera de su vida.

Y, sin embargo, allí estaba, delante de él, con un brillo de desafío en sus ojos azules.

No había cambiado mucho, pensó, aunque no quería fijarse. Ni siquiera quería mirarla a la cara y ver la belleza que una vez lo había atrapado… y engañado como a un tonto. Una belleza que una vez lo fascinó de tal forma que se había olvidado de sus reglas, de sus pautas de comportamiento.

Más que olvidado. Había terminado rompiendo todas y cada una de ellas, convirtiendo su vida en un infierno del que sólo quería escapar. La única vez que olvidó esas normas se había visto atrapado por una buscavidas disfrazada de inocente.

Y no pensaba dejar que eso ocurriera otra vez.

Había perdido peso y ahora, más delgada, su rostro era más anguloso, menos infantil. No sería humano, ni un hombre, si no sintiera cierta pena al ver que sus curvas eran más suaves ahora, menos exuberantes.