Un marido siciliano - Kate Walker - E-Book

Un marido siciliano E-Book

KATE WALKER

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Beschreibung

Se enamoró de un desconocido En cuanto conoció a Gio Cardella, Terrie Hayden supo que entre ellos había algo especial. Algo por lo que valía la pena arriesgarlo todo. Pero el orgulloso y distante siciliano no quería correr el riesgo de volver a amar. Además, no entendía qué era lo que motivaba a Terrie y no tenía la menor idea de qué era lo que lo impulsaba a él a llamar a su puerta una y otra vez.

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2003 Kate Walker

© 2017 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Un marido siciliano, n.º 1431 - octubre 2017

Título original: A Sicilian Husband

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises

Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9170-461-4

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

El hombre que estaba al fondo del bar era sencillamente espectacular.

Espectacular.

Terrie no podía definirlo de otra forma. Porque «guapísimo» no parecía la palabra adecuada para describir a un hombre tan masculino, tan impresionante.

Era, más que guapo, soberbio.

Pelo negro, nariz recta, pómulos altos, labios sensuales, profundos ojos castaños y una hermosa piel morena que proclamaba a gritos su ascendencia mediterránea.

Pero ni siquiera la palabra «apuesto»podía describir la belleza de aquel hombre, el brillo turbulento en sus ojos oscuros. Y sospechaba que su boca, aunque sensual, podía endurecerse hasta adoptar un rictus cruel.

Su actitud confiada, casi arrogante, la tremenda seguridad en sí mismo, lo hacían destacar entre la multitud como si le hubieran colocado un foco.

Sí, «espectacular» era la mejor palabra para definirlo.

Terrie no podía dejar de mirarlo, aunque sospechaba que, si seguía mirándolo así, pronto se daría cuenta. Y justo cuando lo estaba pensando, aquel perfecto espécimen masculino clavó en ella sus ojos negros.

El gesto de desdén, la calculada frialdad de su mirada eran tan evidentes que Terrie tuvo que hacer un esfuerzo para controlar los latidos de su corazón. Se sentía como una cría mirando a un famoso actor de cine.

Giovanni Cardella se dio cuenta de que la mujer sentada al otro lado del bar no le quitaba los ojos de encima. Lo miraba con descaro, como si no hubiera visto un hombre en toda su vida.

Otra mujer.

Otra mujer que no era Lucía.

Otra mujer insinuándose, dejando claro que lo encontraba atractivo cuando eso era lo último que deseaba.

Él no era ningún tonto. Sabía que sus rasgos, su altura y su aspecto atlético atraían a las mujeres. Y en cuanto supieron que estaba solo aparecieron muchas, todas dispuestas a consolar al «viudo rico».

Pero no tenía ni tiempo ni ganas de conocer a otra mujer. Solo hubo una mujer en su vida: Lucía. Lucía era la única a la que había amado.

Y aquella mujer no era Lucía. Para empezar, era una rubia de piel muy clara, típicamente inglesa. Y era alta; aunque estaba sentada se veía que era alta, mientras su Lucía había sido bajita, morena y preciosa.

La mujer de ojos azul grisáceo y pelo claro no se parecía a ella en absoluto. Era como el negativo de Lucía.

Y seguía mirándolo.

Aquel día precisamente la atención de esa chica era una intromisión. Y lo molestaba profundamente.

–Madre di Dio!

Furioso, clavó en ella una mirada profundamente despreciativa.

–Qué corte –murmuró Terrie, horrorizada por la respuesta del extraño.

Aunque volvió la cara, seguía sintiendo la mirada desdeñosa del hombre clavada en ella.

–Chicas, tenemos que irnos.

A su lado, Claire y Anna estaban levantándose.

–¿Vienes, Terrie?

–¿Qué? No… la verdad es que paso de la última sesión.

¿Qué estaba haciendo? Era la oportunidad perfecta para desaparecer de allí antes de hacer el ridículo. Si se iba, seguramente no volvería a ver a aquel extraño en toda su vida.

Pero la verdad era que no quería irse. Incluso antes de entrar en el bar con sus amigas había decidido que la última sesión del seminario de ventas estaba siendo una pérdida de tiempo.

–¿Segura?

Terrie asintió con la cabeza, liberando sin querer alguno de los rizos rubios que había intentado controlar en un moño.

–Del todo. Estas sesiones me tienen aburrida desde el principio. Antes de venir al seminario ya sospechaba que lo de vender ropa de niños no era para mí… ahora estoy absolutamente segura.

–¿Y qué vas a hacer? –preguntó Claire.

–A partir de mañana me pondré a buscar otra cosa, así que no tiene sentido que vuelva a tragarme todo ese rollo sobre cuotas y nuevas líneas de producto.

Sonaba totalmente racional, como algo que hubiera pensado mucho. Nada que ver con el hecho de que su sentido de la realidad acababa de esfumarse por culpa del hombre más guapo que había visto en toda su vida.

No tenía nada que ver con eso, se dijo a sí misma. Nada en absoluto.

–En fin, si estás segura…

Claire pareció vacilar, pero Anna estaba tirándole de la manga para llevarla a la sala de conferencias.

–Desde luego. Voy a terminar la copa y después subiré a mi habitación para hacer la maleta.

–Entonces, ¿nos vemos a la hora de la cena?

Terrie asintió, distraída. No estuvo segura hasta que dijo aquellas palabras en voz alta, pero no tenía que pensarlo más.

Estaba aburrida. En realidad, odiaba su trabajo. Odiaba tener que viajar, intentar convencer a la gente para que le comprase un producto carísimo y de baja calidad. No sabía por qué había aguantado tanto tiempo.

Pero a partir de aquel momento, todo iba a cambiar.

Y, para empezar, no subiría a su habitación. Se quedaría en el bar y pediría otra copa mientras pensaba qué iba a hacer con su vida.

Y ni siquiera iba a mirar en la dirección del extraño, pensó, mientras se levantaba de la silla. No pensaba arriesgarse a que la fulminase de nuevo con su mirada desdeñosa.

A pesar de su determinación de no mirarla, los movimientos de la chica llamaron la atención de Gio una vez más. Se movía como un felino, pensó, al verla acercándose a la barra.

Llevaba una chaqueta roja entallada y una falda recta, por encima de las rodillas. Su pelo pugnaba por salirse del moño y varios rizos dorados caían alrededor de su cara.

Con un suspiro de impaciencia, la chica se quitó unas horquillas estratégicamente colocadas y sacudió la cabeza. El resultado dejó a Gio estupefacto.

Cuando vio aquella melena rubia cayendo sobre sus hombros como un halo dorado, sintió un calor inesperado en la entrepierna.

Fue como una patada en el estómago; un golpe de una intensidad tal que no había creído volver a experimentar en su vida.

–Inferno! –murmuró entre dientes. Pero, aunque intentaba no mirarla, el deseo de hacerlo era casi insoportable–. ¿Dónde demonios está Chris Macdonald?

Una copa antes de cenar para hablar sobre cómo habían ido las cosas en los tribunales, había sugerido Chris. Y a Gio le pareció un salvavidas.

Después de hablar con su hijo Paolo por teléfono, la noche le parecía eterna, llena de recuerdos. La oportunidad de estar acompañado era más que bienvenida para no recordar el aniversario del peor momento de su vida.

Pero Chris no aparecía. Habían quedado a las ocho y eran las ocho y media.

En ese momento sonó su móvil. Era Chris, como si lo hubiera invocado al pensar en él.

–¿Sí?

Unos segundos después tiraba el teléfono sobre la mesa, mirándolo como si el ofensivo utensilio fuera el propio Chris.

No podía acudir a la cita. Por lo visto, tenía que quedarse en casa porque su hija estaba enferma.

«No hay problema, no te preocupes», le había asegurado él.

Pero era mentira. Había un problema. El problema de la larga y solitaria noche que lo esperaba.

Debería estar acostumbrado a eso. Desde la muerte de Lucía todas las noches eran largas y solitarias. Se quedaba despierto durante horas, en aquella cama tan grande que, desde la muerte de su mujer, le parecía fría y desierta.

Y si se quedaba dormido era aún peor porque al despertar, durante un segundo no recordaba que estaba solo. Lucía seguía allí, con él. Hasta que alargaba la mano y la realidad lo golpeaba como un martillo.

–Dio! –murmuró salvajemente, intentando apartar de sí aquellos negros pensamientos.

Creía haber escapado aquella noche. Creía que, con una compañía agradable, una cena y quizá un par de copas de vino, podría encontrar alivio a su soledad. Pero la llamada de Chris acababa de dar al traste con todo eso.

–¿Qué quiere tomar, señorita Hayden?

–Una copa de vino blanco, por favor.

Gio supo, sin mirarla, que era la rubia. La rubia que lo había mirado con tanto descaro.

–¿Esta noche no está con sus amigas? –preguntó el camarero.

–No, se han ido a la última sesión del seminario.

–¿Y usted no va?

–No. Estoy harta de cifras y objetivos. Llevan dos días matándome de aburrimiento.

Aburrida, ¿eh?

Estaba aburrida, se había quedado mirándolo descaradamente y no había ido con sus amigas a la sala de conferencias.

¿Coincidencia o invitación?, se preguntó Gio.

Aquella chica lo excitaba y el sonido de su voz lo provocaba aún más. Era suave, musical y ligeramente ronca. La clase de voz que hacía pensar en murmullos pronunciados en la oscuridad, en el calor de un aliento sobre su piel.

Y había pasado mucho tiempo. Demasiado tiempo para un hombre tan apasionado como él.

–El seminario era una pesadez. Además, he decidido dejar mi trabajo –sonrió la rubia–. Así que me quedaré por aquí un rato, a ver qué pasa.

La carcajada que soltó después de esa frase fue la gota que colmó el vaso. Tenía una risa alegre, muy festiva.

De modo que quería divertirse, ¿eh? Y él… él quería cualquier cosa con tal de no estar solo aquella noche. Quería un cuerpo cálido y acogedor en su cama después de tanto tiempo.

No se había sentido tan interesado, tan alerta, tan vivo en muchos años. Y no pensaba darle la espalda a esa oportunidad.

Gio estaba de pie antes de haber tomado una decisión racional.

Terrie, con los codos apoyados en la barra, miraba el líquido dorado de su copa, pensativa. Había quemado sus barcos, se dijo. Había tomado una decisión importante quizá muy a la ligera.

James Richmond, su jefe, seguramente ya había notado su ausencia, y estaba segura de que la llamaría a su despacho para pedirle explicaciones. Era ese tipo de hombre. Nadie se saltaba con impunidad una conferencia considerada importante. La última vez que eso pasó, el culpable fue despedido de inmediato.

Aunque no dimitiera, seguramente la despedirían. De modo que estaba sin trabajo. Y con problemas económicos. Debía el alquiler de ese mes y no tenía dinero para pagar el seguro del coche.

De acuerdo, su trabajo era aburrido, pero era un trabajo que le permitía pagar las facturas. Y lo había arriesgado todo por un impulso absurdo que no podría explicar.

Ese hombre.

El pensamiento apareció de repente, de forma inesperada.

Había sido aquel hombre tan guapo al otro lado del bar quien la impulsó a tomar esa decisión. Una decisión irracional, absurda e irresponsable.

¿Qué hacía allí, en la barra de un bar, cuando todos sus compañeros habían ido a la sala de conferencias? ¿Qué estaba esperando?

¿De verdad pensaba que aquel hombre guapísimo, aquel extraño impresionante iba a cambiar su vida?

Debía de haber perdido la cabeza.

Tomando la copa, Terrie se giró un poco y, por el rabillo del ojo, vio que había desaparecido de su mesa.

–Muchas gracias, amigo –murmuró para sí misma.

Tontamente, lo culpaba a él por su estúpida decisión. Aunque era ella quien había tirado el trabajo por la ventana al no ir con sus compañeras a la última sesión del seminario, por aburrida que fuera.

«Admítelo», se dijo a sí misma. Se había quedado en el bar con la esperanza de conocer a aquel extraño que tanto la impresionaba.

Y el tipejo se había marchado sin mirarla dos veces.

Irritada consigo misma y con el extraño, Terrie levantó la copa dirigiéndola hacia la mesa vacía.

–Por los barcos que se cruzan en la noche.

Y entonces alguien brindó con ella. Una copa apareció de repente chocando con la suya.

–Salute, signorina –murmuró una voz ronca, con acento italiano.

Capítulo 2

 

QUÉ?

Nerviosa, Terrie soltó la copa sin querer. El contenido se derramó sobre su falda antes de que el cristal se hiciera añicos en el suelo.

–¡Mire lo que ha hecho!

Se daba cuenta de lo irracional de su comportamiento, pero no podía controlarse. Especialmente, teniéndolo tan cerca. Sus ojos no eran negros, sino de color bronce, con unos fascinantes puntitos dorados.

–Perdone, signorina.

La voz era incluso más atractiva que la cara. Pura miel, con un toque grave, ronco, terriblemente masculino.

–Perdone…

El extraño le hizo un gesto al camarero y, antes de que ella pudiese reaccionar, estaba limpiando las manchas de vino de su falda.

Aquello era terrible. El roce de sus manos hacía que le temblasen las piernas como si fuera una colegiala. Y cuando el extraño secó una mancha en las medias, Terrie se apartó, incómoda.

Estaba muy cerca, demasiado cerca. Si respiraba profundamente, podía oler la colonia masculina.

–No es nada…

–Pero se ha manchado la falda…

–¡No es nada! –exclamó ella, con más fuerza de la necesaria–. Además, es un traje barato.

–Al menos deje que la invite a otra copa.

–De acuerdo.

Terrie se sentía tan aliviada cuando dejó de tocarla que hubiera aceptado cualquier cosa. El extraño la llevó hasta una mesa y le hizo un gesto para que se sentase en el sofá de terciopelo granate.

–Era vino blanco, ¿verdad?

Su falda no fue la única víctima en el episodio de la copa. También le había manchado a él los pantalones… y claramente no eran unos pantalones baratos. De hecho, llevaba un traje gris de corte perfecto, seguramente de diseño italiano.

–No hay necesidad… no tiene que molestarse.

–No es molestia –le aseguró él–. Al contrario, es un placer.

Aquellas palabras deberían haberla tranquilizado. Desgraciadamente, ejercieron el efecto contrario. Se sentía incómoda, como si alguien le hubiera quitado una capa protectora de piel.

De cerca era simplemente demasiado. Demasiado guapo, demasiado grande, demasiado masculino para cualquier mujer con la suficiente cantidad de hormonas. Y su instinto femenino se puso en alerta máxima.

–De verdad, no hace falta…

–¿De qué tiene miedo?

–¡Yo no tengo miedo!

Pero su nerviosismo desmentía esas palabras.

–Entonces, puedo pedir la copa ¿no? –sonrió él, haciéndole un gesto al camarero.

Aunque era una pregunta, lo había dicho como si fuera una orden. Y una orden que debía ser obedecida sin rechistar. Pero el impulso de rebelarse murió cuando aquellos ojos de color bronce se clavaron en ella.

–Gracias –consiguió decir.

–De nada.

El camarero llegó unos segundos después con la copa y Terrie intentó sonreír.

–No quiero que piense… quiero decir que normalmente no dejo que un extraño me invite.

¿Estaba tan nerviosa como parecía o era un cuento?, se preguntó Gio. La mujer que lo había mirado descaradamente unos minutos antes no podía encontrarse tan incómoda.