Cenizas Quemadas - Joseph Mulak - E-Book

Cenizas Quemadas E-Book

Joseph Mulak

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Beschreibung

Deseche todo lo que usted creía que sabía sobre zombis.

Todd, un guitarrista de poco más de treinta años de Aspen Falls, se topa con una nueva droga que tiene efectos avasalladores sobre la mente. Después de rechazar la oferta de un misterioso anciano, Todd rápidamente se entera de que el mundo está al borde de la destrucción.

Efectos colaterales aterradores de la droga psicodélica “Ceniza” convierten a sus usuarios en muertos vivientes. Una peste está infectando con rapidez todo el mundo, lo que hace que Todd y su hermano Mitch, del que está distanciado, se alíen. ¿Podrán los dos hermanos hacer a un lado sus diferencias y sobrevivir el apocalipsis?

Un relato diferente de apocalipsis zombi, Cenizas Quemadas es un enfoque original y profundo del popular género y una lectura que ha de deleitar a cualquier entusiasta del horror.

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Veröffentlichungsjahr: 2023

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CENIZAS QUEMADAS

JOSEPH MULAK

Traducido porDANIEL YAGOLKOWSKI

Derechos de autor (C) 2014 Joseph Mulak

Diseño de Presentación y Derechos de autor (C) 2023 por Next Chapter

Publicado en 2023 por Next Chapter

Arte de la portada por CoverMint

Este libro es un trabajo de ficción. Los nombres, personajes, lugares e incidentes son producto de la imaginación del autor o se usan de manera ficticia. Cualquier parecido con eventos reales, locales o personas, vivas o muertas, es pura coincidencia.

Todos los derechos reservados. No se puede reproducir ni transmitir ninguna parte de este libro de ninguna forma ni por ningún medio, electrónico o mecánico, incluidas fotocopias, grabaciones o cualquier sistema de almacenamiento y recuperación de información, sin el permiso del autor.

ÍNDICE

Agradecimientos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Querido lector

Esta narración de dos hermanos

está dedicada a mi hermano, Mark.

Puede que no siempre coincida nuestro modo de pensar,pero eres mi hermano y te amo.

AGRADECIMIENTOS

Mucha gente ayudó para conseguir que este libro despegara y yo no podría haberlo conseguido sin la ayuda y el apoyo de esa gente en el transcurso de estos últimos meses, mientras yo trabajaba en este libro. Si olvidara mencionar a alguna de esas personas, les doy plena libertad para darme una patada la próxima vez que me vean.

Primero y principal, doy las gracias a Miika Hannila y al resto del equipo de Creativia por sus infatigables trabajo intenso y dedicación. Me asombra lo rápido y eficiente que es este equipo para conseguir que los libros salgan al mundo y para promocionarlos. Lo que es más importante, esa gente se dedica a asegurarse de que estén creando un producto lo más cercano posible a la perfección. Gracias a todos ustedes por su trabajo intenso. Me enorgullece ser miembro del equipo Creativia.

Asimismo doy las gracias a quienes ofrecieron sugerencias para el concurso Dar Nombre a esa Droga. Hubo muchas propuestas y gran cantidad de gente que votó para romper el empate resultante, así que mi agradecimiento va para Anthony Kendall, Kealan Patrick Burke, Jay Williams, Morticia Sixtwosix, Julie Northup, Jamie Lundin, Alisha Jondreau, Jeff Steiss, Isabelle Jodouin, Lindsay Lamarche, Jerrod Balzer, Paul Emmanuel Beaulieu, Vicky Fillier, Clayton James, Carole Gill, Steve MacDonald, Chris Noakes, Betty Depape, Angela Williams, Barbara Jones, Alison Pinder, Carl Hose y Kelly Alven.

El ganador del concurso (en realidad hubo dos ganadores, pero al final solamente pude elegir uno) fue Pat Alven. Necesito agradecerle a Pat por varios motives: primero, porque su sugerencia de llamar a la droga “Cenizas”, que acorté a “Ceniza” terminó siendo la mejor de todas las grandiosas sugerencias que recibí. Segundo, porque Pat leyó este texto original y ayudó a identificar lod errores que yo no había advertido durante mi primera serie de correcciones. Gracias, Pat, por ayudarme a hacer que Cenizas Quemadas fuera lo mejor que podía ser y gracias por ser mi amigo estos últimos años.

Y, claro está, no puedo olvidar a Thom Erb. Thom fue un enorme apoyo para mí desde que empecé a publicar hace poco más de cinco años. Desde ese entonces, Thom incluyó dos de mis cuentos en ambas antologías que editó, hizo la tapa de uno de mis libros, me proporcionó cotizaciones para tapas de libros (incluido el que está ahora en las manos del lector) y simplemente estuvo a mi lado cuando yo necesitaba alguien con quien hablar de naderías. Thom también leyó este libro y me brindó algunas palabras muy amables cuando estuve lleno de desconfianza de mí mismo y pronto a descartar este libro en su totalidad. Gracias por todos estos años de amistad, Thom.

Por último, pero no por eso menos importante, doy las gracias a mi familia. A mis padres, Mike y Karen, por su apoyo en el transcurso de los años. A mi hermano, Mark que, aunque separado por la distancia, ha sido un gran tío para mis niños. A mis hijos Moriyah, Isaac, Caleb y Lidiyah, que aguardaban con paciencia a que su papá terminara de escribir un capítulo más antes de ir afuera a jugar: ustedes, muchachos, son los mejores hijos que cualquier padre podría desear; los amo con todo mi corazón. Y, por ultimo, a Alicia y Cayden: hace tan sólo poco más de un año que entraron en mi vida, pero se han convertido en parte importante de ella y no puedo imaginarla sin ustedes.

1

Las calles estaban vacías. En condiciones normales Todd se encontraba cómodo entre las multitudes. Amigos y desconocidos por igual, no le importaba. En tanto estuviera rodeado por gente, se sentía en casa.

Pero para lo que estaba a punto de hacer necesitaba soledad. No quería que alguien lo juzgara o intentara convencerlo de no hacerlo.

Sin peatones, sin tránsito. Con la excepción de los bares, Aspen Falls era la clase de pueblo que dejaba de funcionar a las diez de la noche. Esto normalmente irritaba a Todd hasta el punto de hacerlo putear todo el tiempo, pero ahora lo hacía sentir agradecido. 

Era apenas pasada la medianoche cuando Todd salió del bar. Aunque no tenía la menor idea de cuánto tardaría en llegar a Lakeside Drive desde el centro del pueblo, supuso que una hora como mínimo. No es que ese lugar hubiera estado lejos de donde Todd había partido, sino que le había tomado tiempo abrirse camino por las calles, tratando de prolongar lo inevitable. Quería estar seguro de que eso era lo que quería. Hasta se había detenido en un restaurante de los que están abiertos toda la noche, para tomar un café antes de iniciar el viaje. Todd había hecho un desvío junto al lago, en parte para sentir la brisa fría que llegaba desde el agua; en parte, porque el sonido de las olas lamiendo la orilla lo relajaba... pero principalmente porque quería disfrutar su último día, bebiendo a sorbos su café mientras admiraba la vasta extensión de agua que se conectaba a lo lejos con el cielo negro.

Esta ruta estaba fuera del camino de Todd: tuvo que caminar en sentido contrario para llegar al lago Nordin y la acera que corría a lo largo de la playa evitaba por completo el centro comercial del pueblo, para finalmente conectarse con el camino Lakeside. Exactamente en el paso elevado.

Durante el día, este sitio era un hervidero de actividad: parejas que salían para dar un paseo romántico, gente que salía con su perro; nadadores, ciclistas y patinadores que hacían su ejercicio cotidiano. Había un parque con juegos para niños y bancos para sus padres o para la gente que simplemente quería un lugar donde leer. Durante la noche era un pueblo fantasma, en silencio con la excepción de las olas que se estrellaban contra la playa.

El paso elevado conectaba el camino Lakeside, probablemente la calle más concurrida de la ciudad, con el corazón del centro comercial. A medida que ascendía en pendiente lo flanqueaba por ambos lados una colina cubierta de hierba. Durante los fríos inviernos de Ontario era un sitio popular para deslizarse en trineo. Todd pensó en traer acá sus propios hijos, pero ahora ya no había posibilidad de hacerlo.

Más cerca de la redondeada cima la colina desaparecía, creando la impresión de que nada sostenía el puente, aunque Todd sabía que debajo de donde estaba parado había varios pilares de cemento. La barandilla, de apenas algo más que cuarenta y cinco centímetros de alto, se hallaba sobre la parte superior de una pared de cemento, lo que la llevaba a quedar a la altura del pecho de Todd: lo suficientemente alta como para que él apoyara los brazos mientras se inclinaba contra ella y miraba hacia abajo, a las vías de ferrocarril que pasaba por allí. Todd trató de estimar la distancia. Supuso que podría ser cualquiera entre dieciocho y veinticuatro metros; quizá más. Resultaba difícil discernirla en la oscuridad, pues la luz de las farolas no llegaba lo suficientemente lejos como para iluminar mucho más que la calzada en sí.

Buscó dentro del bolsillo de su chaqueta, pensando en lo extraño que era que tuviese que llevar chaqueta en agosto, pero el viento de verano durante las noches hacía que la temperatura bajara demasiado como para llevar nada más que una camiseta. Palpó hasta que la mano aferró la caja rectangular. Sacó un cigarillo, se lo puso entre los labios y lo encendió. Hizo una inhalación profunda, larga y miró a lo lejos, viendo luces del otro lado del lago y preguntándose qué podrían ser.

Revisó la calzada y se preguntó si podría ser que pasara algún auto. Quizá los otros se habían dado cuenta de que él se había ido y salieron a buscarlo

No era probable, se recordó a sí mismo: los demás estaban clavados en el espectáculo, para el momento en que se fue durante un intermedio. Era probable que hubieran terminado la última actuación sin él. No es que Todd hubiera sido esencial de todos modos. Probablemente Rick se hizo cargo con la guitarra rítmica y se las arregló sin la melódica. Quizá Jeff simplemente copió sus ostinatos en el bajo eléctrico, mientras Rick hacía sus solos

De cualquier forma, habrían seguido adelante sin él, como si nunca lo hubieran necesitado.

Al igual que todo el resto de la gente en la vida de Todd.

Sus padres. Su hermano. Su esposa. Sus hijos. Todos ellos siguiendo adelante sin él, recordándole que era más un estorbo y que todos ellos estarían mejor si Todd no existiera.

Hasta hacía algunas horas pensaba que su música era todo lo que le quedaba. Pero ya ni siquiera tenía eso. Realmente no. Pensaba que se podría satisfacer pasando el resto de su vida tocando en bares de mierda para veinte personas que opinaban que la música no era más que ruido de fondo, demasiado alto como para permitirles mantener una conversación pasable. A las mujeres les molestaba que no podían oír el chismorreo por sobre la banda. Los tipos se enojaban porque las mujeres que estaban tratando de seducir no podían oír el inteligente verso que les hacían.

Todd sabía que sus canciones valían mucho más que eso.

Las canciones que escribía eran tan parte de él como la sangre que le corría por las venas. Si se tomara cada una de las canciones que escribía y se leía la letra, comenzando por las primeras y terminando por las más recientes, se recitaría toda la triste y lamentable vida de Todd. Pero a nadie le importaba eso. Le había tomado demasiados años comprenderlo, pero finalmente lo había hecho y ahora hasta sus sueños le habían sido arrancados y no veía motivo alguno para seguir adelante.

Había una cierta libertad en el conocimiento de que su dolor habría terminado pronto. La carga que se había acumulad en el transcurso de treinta y cinco años se estaba levantando y Todd se sintió infinitamente mejor.

Era ahora o nunca. Si esperaba demasiado tiempo podría perder el coraje. Dio una última pitada al cigarrillo y lo lanzó lejos con rápido movimiento de los dedos, mirando el resplandor rojo intenso mientras caía hasta desaparecer en la oscuridad de abajo. Se paró sobre la pared de cemento dejando que las espinillas se apoyen contra la barandilla, mientras extendía los brazos. Cerró los ojos, dejando que el viento soplara contra él una última vez.

Todd relajó el cuerpo y se inclinó hacia adelante, esperando hasta que pudo sentir que el peso de la parte superior de su cuerpo lo arrastraba. ¿Qué pasa si esto no es lo suficientemente alto como para que me mate? pensó. ¿Qué pasa si simplemente termino lastimándome tan mal que quedo inmóvil preso del dolor y sin alguien que me ayude? Expulsó de su cabeza ese pensamiento, descartándolo como no otra cosa que su instinto de supervivencia que se hacía notar. Siguió cayendo hacia adelante, esperando hasta que no hubiera cosa alguna bajo sus pies.

—¡Yo no haría eso si fuera usted!

La voz llegó no supo de dónde, sobresaltándolo y haciendo que casi cayera a plomo, pero se las arregló para aferrarse., se estabilizó sobre la pared y buscó alrededor de sí para hallar la fuente de la voz.

Tanto como podia saber estaba solo. No había movimiento en la calzada. En el instante mismo en que decidió que la voz estaba en su cabeza, la volvió a oír:

—¡Créame, duele como la puta madre!

Alzó la mirada hacia el cielo: ¿acababa de oír la voz de Dios? ¿Era el Señor interviniendo en el último segundo porque tenía un propósito divino para la vida de Todd? ¿Entonces todo lo que esos fanáticos religiosos le habían dicho durante años era verdad? ¿Jesús lo amaba lo suficiente como para terciar y evitar que se quitara la vida? ¿Usaba Él palabras como “puta madre”?

—¡Acá abajo, idiota!

Todd miró hacia abajo: apenas pudo divisor la forma de un hombre que yacía sobre los rieles.

Miró con fijeza, tratando de decidir si lo que estaba viendo era real o si su mente había inventado esa imagen como una manera de distraerlo de su propósito, como si su inconsciente estuviera intentando decirle que no siguiera adelante con lo que se proponía hacer.

—¡Oiga, mientras trata de resolver si da la zambullida o no la da, ¿le importaría bajar acá y hacerme un poco de compañía?! Me siento un poco solitario.

Más por curiosidad morbosa que por la voluntad de ayudar a un ser humano que lo necesitaba, Todd volvió sobre sus pasos a la colina, trepó sobre la barandilla e inició el descenso corriendo, pero nada más que porque la empinada pendiente lo impulsaba hacia adelante.

Las vías estaban resguardadas por una valla, pero la trepó con facilidad, aun con la falta de luz, merced a años de práctica durante su juventud. Una vez que estuvo del otro lado encontró al hombre con relativa facilidad, aunque le resultó difícil creer que alguien en la condición de esa persona pudiera hablar y, mucho menos, gritar con el volumen que se necesitaba para que se lo oyera en el paso elevado.

El pronóstico no era bueno. Al hombre no parecía quedarle mucha vida. El que aún estuviera vivo era un milagro en sí mismo-

Todd se inclinó sobre él. Había suficiente luz como para que viera que el hombre llevaba traje…o lo que quedaba de traje por lo menos: se había desgarrado considerablemente cuando el hombre cayó y sobre la camisa blanca había varias manchas de sangre. Era probable que en la chaqueta y en los pantalones también, pero eso era más difícil de saber porque eran negros.

El hombre yacía de espaldas, uno de los brazos por encima de la cabeza; el otro cruzado sobre el pecho. Una de las piernas estaba doblada de un modo en el que no debería haberse podido doblar y, dado que los pantalones del hombre estaban hechos jirones, Todd pudo ver parte del hueso empujando a través de la carne. El cuadro lo hizo sentir deseos de vomitar, pero logró contenerse, aunque le tomó bastante recuperar la compostura y hablar:

—¿Qué demonios le pasó?—preguntó, aunque estaba más que seguro de conocer la respuesta.

—Lo mismo que estaba a punto de ocurrirle a usted—. La voz sonaba con mucha mayor intensidad que la que debió haber tenido, dadas las circunstancias. Ni que hablar de que el hombre seguramente estaría padeciendo un dolor terrible, aunque ni siquiera parecía darse cuenta de eso.

—¿Saltó?

El hombre asintió con la cabeza, pero hacer eso fue un tremendo esfuerzo para él.

—¿Por qué hizo algo tan estúpido como eso?”

El desconocido dejó salir una carcajada:

—Miren quién habla. Estoy completamente seguro de que usted no estaba ahí arriba admirando el paisaje.

Todd nada dijo.¿Qué podría decir? El tipo tenía razón aunque, en ese momento, los problemas propios no estaban en la vanguardia de su mente: su curiosidad prevaleció y estuvo más interesado en descubrir cómo alguien podía haber sobrevivido la caída y no tener dolor alguno.a

—¡Oiga, don!—le gritó Todd—Mire su pierna. ¿Cómo es que en estos momentos no está aullando de dolor?

El hombre volvió a lanzar una risa ahogada. Buscó en su bolsillo con lentitud y sacó una bolsa de polvo grisáceo.

—Esta mierda—dijo—, es mejor que cualquier analgésico que le hubieran dado jamás en un hospital, permítame que le diga. Lo estuve esnifando sin parar desde que estuve aquí abajo.—Esta vez la risa fue más sonora, casi estruendosa.—Me siento malditamente bien.

Le extendió la bolsa a Todd:

—¿Quiere un poco?

Todd negó con un movimiento de cabeza: no iba a tirar a la basura todo un año libre de drogas a cambio de esta cosa, no importaba lo maravillosamente bien que según afirmaba este tipo lo haría sentir.

—¿Qué tiene de malo? No me parece que usted planeara vivir mucho más tiempo de todos modos. Bien podría irse sintiéndose en la gloria.

—¿Qué es? ¿Cocaína?

—La cocaína no tiene nada ver con esto, amigo mío: esto es ceniza.

—Nunca la oí nombrar.

—Tampoco yo aunque, para ser honesto, no soy exactamente parte de la cultura de la droga: simplemente estaba buscando algo que me diera el coraje para dar el salto. Cuando finalmente ubiqué un traficante, esto es lo que me ofreció. Me costó una burrada pero, hombre, ¡sí que me siento bien!

—Paso. Gracias de todos modos.

—Como quiera—dijo el tipo, hundiendo el dedo en la bolsa y metiéndoselo, ahora lleno con el polvo gris, dentro de la nariz y haciendo una gran esnifada.—Dios, que bueno que es esto.

Todd había olvidado su plan de suicidarse y cuando la mente se lo recordó con delicadeza, lo hizo a un lado por el momento: tenía cosas más importantes para atender.

—Tenemos que conseguirle ayuda, don. Aguarde.

Todd sacó el teléfono cellular del bolsillo de su chaqueta. Abrió la tapa y empezó a marcar.

—¿Qué demonios?—dijo cuando nada ocurrió. Apretó unos botones más, pero la pantalla permanecía apagada—.Maldita sea. Debe de haberse muerto.

—Supongo que esto solamente agrega algo más a un día que ya es de mierda.

—Vida de mierda—corrigió Todd.

El hombre sonrió:

—Bueno, miremos el lado positivo: las cosas no pueden empeorar.

—Sabe, el hecho de que usted esté tendido ahí hablándome cuando debería estar muerto, realmente me aterra hasta cagarme.

—Lo siento. Trataré de ser menos aterrador.—El hombre sonrió.

Todd, a pesar de la gravedad de la situación, sonrió también. Resultaba difícil no gustar de alguien que conservaba el sentido del humor en la más desesperada de las circunstancias… aunque lo hacía preguntarse qué podría haber ocurrido para llevar a una persona a saltar desde un puente. Los problemas de este tipo debían de hacer que los de Todd fueran meras minucias.

—Vamos—dijo Todd.

—¿Adónde?

—Tengo que llevarlo a un hospital.

—No. Hospital, no.

—¿Qué? ¿Simplemente se va a quedar tendido ahí hasta que finalmente muera?

—Ése era el plan.

—Lo digo en serio: necesita un medico.

—Sí, ésa es una buena idea. Tengo suficientes drogas dentro de mí como para matar un animal pequeño. Lo primero que hará ese médico será llamar a la Policía y no bien yo esté mejor, iré a compartir una celda con un tipo grandote llamado Bubba. Creo que probaré suerte acá fuera, muchísimas gracias.

Todd suspiró. De haber sido una persona más fuerte, habría sopesado la idea de cargárselo al hombre y llevarlo a un hospital pero, al ser el tipo alto y esmirriado que era, sabía que eso no iba a ocurrir. Aún no había resuelto con precisión cómo iba a llevar al hombre al hospital de todos modos, al ver que no tenía auto y si no tenía modo de llamar una ambulancia, era absolutamente cierto que no podía llamar un taxi.

—Así que le dan por la cabeza con un cargo por posesión. No le harían cumplir tanto tiempo; si es un primer delito sera aún menos. Eso es major que padecer una muerta lenta y atrozmente dolorosa.

Pero el hombre negó con un movimiento de cabeza:

—Tengo lo suficiente conmigo como para que me levanten cargos por tentativa de tráfico de drogas—. Señaló el portafolio que tenía cerca y del que Todd no se había percatado.

—Pues entonces dejemos el portafolio acá. ¿Cuál es el problema?

El desconocido suspiró:

—Mire, los cargos por drogas son el menor de mis problemas en este mismo instante. Créame: ir al hospital no es una opción válida.

—¿Por qué? ¿Qué más hizo usted?

—No se preocupe por eso. En estos momentos no es importante. Simplemente, nada de hospital, ¿está claro?

Todd pensó unos minutos:

—¿Tiene teléfono?

—¿Por qué? ¿A quién planea llamar?

—A mi hermano: es medico.

El desconocido lo miró, vacilante.

—Puede confiar en él—.Aunque Todd no estaba tan seguro de sus propias palabras, eso fue todo lo que se le ocurrió que podía hacer.

El hombre vaciló:

—Ni siquiera sé si puedo confiar en usted.

—En estos momentos, ¿tiene otra alternativa? Es decir: ese portafolio está fuera de su alcance, así que, ¿qué pasará cuando se le termine lo que hay en la bolsa? Me da la impresión de que usted está declinando. Apuesto a que tendrá unos dolores terribles cuando esa sustancia se le acabe.

—Creo que eso que acaba de decir tiene sentido.

—Tenga presente que dado que no podemos ir a un hospital, mi hermano estará limitado a lo que pudiera hacer. Pero eso es mejor que nada.

—Hay un teléfono en mi chaqueta de deporte.

Todd se inclinó sobre el hombre y buscó en el bolsillo, extrayendo varios pedazos de un Blackberry.

—Creo que no funciona—dijo riendo, más por frustración que por humor.

El hombre más joven, aún inclinado sobre el desconocido, aferró las solapas de la chaqueta del traje y jaló hasta poner al hombre en posición sedente

—¿Qué cree que está haciendo?

—Bueno, no puedo llamar con ninguno de nuestros teléfonos: tendremos que buscar un teléfono público, así puedo llamar a mi hermano. Quizá nos venga a buscar, ya que estoy barruntando que usted tampoco quiere que yo llame un taxi. Tampoco lo puedo pagar: la casa de mi hermano está demasiado lejos como para que podamos ir caminando, aun conmigo sosteniéndolo a usted. Pero debe de haber un teléfono público cerca de aquí.

—Sabe, simplemente me podría dejar acá para que yo espere a que su hermano aparezca.

Todd negó con la cabeza:

—No lo voy a perder de vista: ¿quién sabe lo que podría intentar una vez que me hubiera ido?

—Está bien. Terminemos con esto de una buena vez.

Todd tomó uno de los brazos del desconocido y se lo puso sobre el hombro; después se paró, dejando que el hombre dejara caer sobre él todo su peso. Todd se desplazaba con lentitud, la pierna rota del hombre arrastrándose tras ellos. El joven se preguntaba cuánto tiempo podría mantener la marcha. Esperaba que por el camino encontraran un banco donde pudiera detenerse para descansar. Dudaba de que pudiera continuar más que diez o quince minutos, y ni siquiera ese tiempo, sin hacer una pausa.

Cuando llegaron a la valla Todd se dio cuenta de la falla de su plan.

—¿Y ahora qué, sabelotodo?—preguntó el hombre mayor.

—Deme un segundo. Estoy pensando.

—Piense con más rapidez.

—No oigo que usted proponga algún plan grandioso.

—Tenía un plan grandioso: yacer en las vías y morir. Con el tiempo vendría un tren que pondría fin a mis pesares.

—Sí. Plan grandioso.

Todd miró la mano que tenía sobre el hombro, y advirtió el anillo de matrimonio:

—Estoy seguro de que a su esposa le encantaría eso.

—Deje a mi esposa fuera de esto, por favor.

La luz que había en los ojos del hombre desapareció; cualquier vestigio de esperanza que pudiera haber existido en ellos, ido para siempre. Parecía estar perdido en sus pensamientos. Todd podría haberse equivocado, pero creyó haber visto un dejo de arrepentimiento en la cara del tipo.

—Bueno, caminemos un poco a lo largo de la valla y veamos si en alguna parte podemos encontrar un agujero.

—¿Y si no lo encontramos?

—Cruzaremos esa valla cuando lleguemos a ella.

—Qué gracioso.

—Así lo creí.

Como si el hombre hubiera sido una especie de profeta, no se veía abertura alguna en la valla…por lo menos, alguna que Todd pudiera ver.

—¿Alguna otra idea brillante?

Todd pensó unos momentos:

—En realidad, sí la tengo.

—¿Le molestaría esclarecerme?

—Un segundo. Acá, agarre un momento la parte de arriba de la valla.

El hombre obedeció. Todd sintió alivio por haberse sacado el peso del cuerpo, aunque más no fuera durante unos minutos.

—¿Ya pasó el efecto de esas drogas?

—No ¿Por qué?

Sin responder, Todd se puso debajo del hombre, empleando el hombro para levantarle el cuerpo y empujarlo suavemente por sobre la valla. El hombre cayó del otro lado con ruido sordo. Todd rápidamente saltó la valla después de él.

—¡Usted es un reverendísimo hijo de puta!—aulló el hombre.

—Mejor eso que dejarlo atrás—dijo Todd, mientras volvía a levantar el hombre para continuar la búsqueda de un teléfono público

Cuando lograron llegar a la carretera Lakeside, habiendo demorado mucho más que lo que hubieran debido, Todd aún no veía señales de actividad, lo que resultaba un alivio pero, aun si alguien los hubiera visto, lo más probable es que hubiera pensado que estaba ayudando a que su amigo ebrio llegara a la casa. Ése era uno de los motives por los que era bueno vivir en un pueblo como este: si se estaba en la calle durante las altas horas de la madrugada, todo el mundo suponía que era porque se había salido a beber.

El hombre mayor no había hablado mucho durante la caminata. Todd supuso que eso quería decir que las drogas estaban dejando de hacer efecto y que el hombre estaba empezando a sentir el dolor. Eso no era necesariamente algo bueno, pero Todd tenía la esperanza de hallar pronto un teléfono público. Desde que hubo tenido un teléfono celular varios años atrás y no necesitado más uno público, ni siquiera les había vuelto a prestar atención; casi había olvidado que existieran siquiera. Ahora, cuando necesitaba uno, no parecía haberlo en parte alguna, aunque su memoria le dijo que solía haber uno en casi todas las esquinas de las partes con más actividad del pueblo.

—¿Cuánto…más…hay que…caminar?—Había pasado casi media hora desde que el viejo hubiera hablado. Todd supuso que el habla entrecortada significaba que tenía mucho dolor, aunque sus expresión facial y lenguaje corporal no indicaban que estuviera sufriendo.

—¿Qué le pasa?”

—Nada…Estoy…de maravillas

—Sí, claro. Eso es convincente.

Todd levantó la vista:

—Vamos. Creo que veo un teléfono más allá.

La idea de de que casi hubieran alkcanzado su objetivo impulsó a Todd a moverse con mucha mayor rapidez, aun con el peso adicional sumado del hombre mayor. Apenas si lo notaba ya. Llegaron al teléfono y apoyó al hombre contra el poste del cual colgaba el aparato. Hurgó en los bolsillos; primero en los de sus vaqueros; después, en los de la chaqueta, y gimió.

—Por favor, dígame que tiene cambio—le dijo al hombre.

—Billetera…—el hombre alcanzó a decir, aunque con aún más dificultad que antes.