Chatterton - Alfred de Vigny - E-Book

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Alfred de Vigny

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Beschreibung

La figura del poeta inglés Thomas Chatterton despertó un creciente interés en los escritores románticos. La atracción ejercida por Chatterton y la cuestionable autoría de sus poemas sobre escritores e intelectuales del siglo XIX no se limitó al ámbito británico; atravesó el canal de la Mancha, llegó al continente y dio lugar a que Alfred de Vigny, romántico y anglófilo, hiciera subir al "maravilloso muchacho" de Bristol a un escenario francés. El resultado cristalizó en uno de los títulos más admirables y representativos del teatro romántico francés.

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Seitenzahl: 191

Veröffentlichungsjahr: 2016

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ALFRED DE VIGNY

Chatterton

Edición de Santiago R. Santerbás

Traducción de Santiago R. Santerbás

Índice

INTRODUCCIÓN

Idas y venidas

Grandeza y servidumbre de un poeta romántico

Un muchacho maravilloso

Chatterton en escena

En la torre de marfil

ESTA EDICIÓN

BIBLIOGRAFÍA

CHATTERTON

Última noche de trabajo del 29 al 3o de junio de 1834

Personajes

Carácter y vestuario de los personajes principales

Chatterton

Kitty Bell

Cuáquero

John Bell

Lord Beckford

Lord Talbot

Acto I

Escena I

Escena II

Escena III

Escena IV

Escena V

Escena VI

Acto II

Escena I

Escena II

Escena III

Escena IV

Escena V

Acto III

Escena I

Escena II

Escena III

Escena IV

Escena V

Escena VI

Escena VII

Escena VIII

Escena IX

APÉNDICES

Sobre el drama representado el 12 de febrero de 1835 en la Comédie-Française

Sobre las obras de Chatterton

Créditos

INTRODUCCIÓN

Alfred de Vigny.

IDAS Y VENIDAS

A comienzos del otoño de 1066, las tropas del duque Guillermo de Normandía, también conocido como William the Conqueror —o, entre nosotros, Guillermo el Conquistador—, zarparon del norte de Francia, cruzaron el canal de la Mancha, desembarcaron en la costa de Sussex y, el 14 de octubre, al llegar a Hastings, se enfrentaron y derrotaron a las huestes del rey Harold, soberano sajón de Inglaterra, que pereció en la batalla junto con sus dos hermanos. Todos estos hechos serían descritos visualmente, a modo de historieta gráfica, en un maravilloso tapiz —que, en rigor, no es un tapiz, sino una serie de imágenes multicolores bordadas con hilo de lana sobre una tira de lino de setenta metros de longitud— llamado, en honor de la esposa del vencedor, tapiz de la reina Matilde, que se conserva y exhibe en un recinto contiguo a la catedral de Bayeux.

Pero la batalla de Hastings no se limitó a marcar el inicio de la dominación normanda en Inglaterra y de esa rivalidad, más o menos abierta, entre invasores e invadidos que tanto juego maniqueo ha dado a la literatura romántica y a la industria cinematográfica. Lo que nos interesa, en este caso, es advertir que el triunfo del invasor determinó la inapelable irrupción de la lengua francesa, de origen primordialmente latino, en el ámbito idiomático anglosajón, de estirpe germánica.

Desde mediados del siglo XI hasta el siglo XIV la situación lingüística de Inglaterra ofrece una gran complejidad, ya que, por una parte, el primitivo sajón, contenedor de residuos escandinavos y formas dialectales, cae paulatinamente en desuso y, por otra parte, el propio idioma de los conquistadores se ve sometido a numerosos cambios. De hecho, la lengua dominante en las relaciones cotidianas de los ingleses —y en sus albores literarios— podría calificarse de «anglonormanda»1. Como indica Henriette Walter:

No se puede establecer la fecha concreta del nacimiento del inglés como lengua común de Inglaterra, pero se puede decir que, a finales del siglo XIV, el francés sólo era ya, incluso para la nobleza, una lengua extranjera que se aprendía en la escuela, una lengua reservada al campo de la cultura y de la elegancia2.

Suele considerarse generalmente que la obra de Geoffrey Chaucer (1340-1400) es la primera producción literaria escrita en un inglés identificable con el actual. El autor de los Cuentos deCanterbury no sólo crea nuevas formas léxicas, aún hoy en vigor, sino que altera habilidosamente y moderniza la estructura gramatical del idioma.

Sin embargo, la lengua inglesa no alcanzará su máxima capacidad expresiva hasta la aparición de William Shakespeare (1564-1616). El gran poeta y dramaturgo isabelino mostrará una osadía fuera de lo común frente a las restricciones tradicionales del idioma, convirtiendo, por ejemplo, adjetivos en nombres o sustantivos en verbos, o forjando atrevidas imágenes, juegos de palabras y neologismos que han perdurado inconscientemente en el lenguaje cotidiano. Se cacula que el vocabulario shakespeariano asciende a más de treinta mil palabras, cuadruplicando así el de la versión de la Biblia autorizada por el rey Jacobo I en 16113..

El caso es que, siendo profeta en su tierra —e idolatrado por los pre-románticos alemanes—, Shakespeare ha de realizar un esfuerzo considerable, e inicialmente infructuoso, para atravesar el canal de la Mancha y, emulando en sentido inverso a su tocayo normando, proclamarse «William the Conqueror» de la escena francesa. Aun declarándose anglófilo sin reservas, Voltaire, cuando recibió en Ferney a James Boswell —autor de la magistral Life of Doctor Johnson—, escandalizó a su visitante diciéndole que Shakespeare era un «bufón de feria, dotado de genio pero carente de gusto, capaz de escribir dos versos buenos, pero nunca seis»4. No está de más advertir que las obras del autor inglés representadas durante el siglo XVIII en los teatros franceses fueron, en su mayoría, versiones edulcoradas y asépticas perpetradas por el dramaturgo y académico Jean-François Ducis (1733-1816), que acabaría siendo una de las víctimas favoritas de los escritores románticos. También se editaron algunas traducciones más ajustadas al sentido original del texto; entre otras, las de François Guizot (1787-1874), futuro jefe del gobierno conservador durante el reinado de Luis Felipe de Orleans. Pero éstas no tuvieron, por lo común, ocasión de llegar a las tablas.

El verdadero primer encuentro de Francia con Shakespeare se produce cuando, en el verano de 1822, una compañía de actores británicos hace su presentación en el teatro de la Porte Saint-Martin de París. Tal vez el momento elegido no es el más favorable: Napoleón ha muerto el año anterior, desterrado en la isla de Santa Elena bajo implacable vigilancia inglesa, y el clima nacional se resiente de cierta previsible xenofobia. Por otra parte, acostumbrado al insípido hieratismo de las representaciones teatrales francesas, el público rechaza instintivamente el jouer à l’anglaise (actuar a la manera inglesa), que se le antoja excesivamente desaforada y libre de trabas gestuales; y, en consecuencia, tras la representación de Othello, despide a los comediantes británicos con abucheos, insultos y una lluvia de tomates y huevos podridos. Stendhal escribirá el panfleto titulado Racine et Shakespeare, donde criticará con su habitual lucidez el comportamiento del público francés ante la primera visita de una compañía inglesa.

Cinco años después, otra compañía británica se arriesga a cruzar de nuevo el canal. Esa vez las circunstancias han cambiado, especialmente en el ámbito de las tendencias artísticas. La mentalidad romántica se está adueñando de la producción literaria y de sus destinatarios. El romanticismo ha dejado de ser una extravagancia minoritaria.

Los principales miembros de la troupe que visita Francia en 1827 proceden de los mejores teatros de Londres —el Covent Garden y el Drury Lane—, lo que garantiza su alta calidad profesional. Entre esos actores que interpretan a Shakespeare con un realismo inconcebible hasta entonces para el público del teatro francés se encuentran figuras tan destacadas como Charles Kemble, que había debutado, siendo adolescente, como Malcolm en Macbeth; Harriet Smithson, enternecedora Ofelia, que en 1833 se casará con el compositor Hector Berlioz; y el fabuloso Edmund Kean, desmesurado, exhibicionista y dipsómano, que inspirará en 1836 un melodrama a Alexandre Dumas5. El descubrimiento de Shakespeare y de su ilimitada libertad expresiva —que vulnera el sacrosanto respeto a las tres unidades escénicas: lugar, tiempo y acción— influye en todos los sectores del arte francés. Stendhal rehace y endurece su panfleto de 1822. Delacroix se apasiona por Hamlet. Victor Hugo recurre a Shakespeare para establecer, en su prefacio a Cromwell, los principios del «drama del porvenir»; pocos años más tarde, su Hernani, manifiesto escandaloso y tangible del teatro romántico, ocasionará una memorable batalla en la Comédie-Française. Aun a riesgo de olvidar que Shakespeare también ha sufrido las presiones de una época y las veleidades del gusto del público, los románticos lo idealizan: «se le plagia para comprenderlo, se le traduce para defenderlo»6. Profundamente impresionado por el espectáculo de las tragedias shakespearianas, un joven poeta que ha conocido la grandeza y la servidumbre de la vida militar se decidirá a traducir en verso Romeo y Julieta. Se trata de Alfred de Vigny.

GRANDEZA Y SERVIDUMBRE DE UN POETA ROMÁNTICO

Alfred-Victor de Vigny nace el 22 de marzo de 1797 en Loches, pintoresca localidad situada a unos cuarenta kilómetros al sudeste de Tours, en cuya iglesia mayor reposan, bajo una estatua yacente, los restos de la bella Agnes Sorel, amante oficial del rey Carlos VII, coronado gracias a los heroicos empeños de Juana de Arco. Aunque a lo largo de su vida se tendrá por conde y como tal lo reconocerá la mayoría de sus contemporáneos, su familia no pertenece en sentido estricto a la aristocracia. Su padre, Léon-Pierre de Vigny, hidalgo francmasón arruinado por la Revolución, se jacta de poder reconstruir su árbol genealógico hasta la época de las guerras de religión entre católicos y hugonotes, y se titula coronel de caballería cuando sólo ha sido capitán de infantería. Enrolado tardíamente como voluntario en una fragata al mando de su hermano, Joseph-Pierre, éste se rinde ante un navío inglés durante la guerra de independencia norteamericana, y un tribunal militar le condena a ser encarcelado en el castillo de Loches. Su hermano, el voluntario Léon-Pierre, le acompañará en el cumplimiento de una benévola condena que es prácticamente una simple asignación de residencia. La madre, Marie-Jeanne-Amélie de Baraudin, es hija de un comandante de navío —no de un almirante, como asegura ella— y se atribuye un aristocrático ascendiente sardo, el marqués de Baraudini. Un tío suyo ha sido «lugarteniente del rey» —léase alcaide— en el castillo de Loches, y otro tío, canónigo decano de la fortaleza.

Casados en 1790, Léon-Pierre de Vigny y Marie-Jeanne-Amélie tendrán cuatro hijos varones; pero sólo Alfred, el menor, sobrevivirá a sus hermanos, muertos en su primera infancia. Sus padres no dudan en calificarlo de «hijo milagroso»: esperanza última de descendencia para dos largos linajes en vías de extinción. «Con sus errores y sus silencios, la historia familiar en la que Vigny fue criado marcó de forma indeleble su universo imaginario»7.

En 1799, Vigny y sus padres se trasladan a París y se instalan inicialmente en el palacio del Elíseo (actual residencia del presidente de la República), dividido entonces en pequeñas viviendas y locales comerciales. La madre, creyente pero ilustrada, se ocupa de la educación de su hijo hasta que, en 1807, éste ingresa en el liceo Bonaparte (hoy Condorcet). Termina sus estudios con un excelente preceptor, el abate Gaillard, que le hace conocer a fondo y amar la literatura inglesa y le impulsa a traducir la Ilíada a dicho idioma. Estos precoces conocimientos darán lugar, como es sabido, a futuras demostraciones literarias de anglofilia.

Siguiendo la tradición familiar, Vigny emprende sin vacilar la carrera de las armas. Pero su optimismo se irá diluyendo en una serie de frustraciones. Recién nombrado teniente de la Guardia real, es herido en la rodilla durante unas maniobras. La segunda restauración de Luis XVIII determina su traslado forzoso al cuerpo de infantería; mientras recorre diversas guarniciones provinciales, sufre las primeras crisis de hemoptisis. Aunque sigue vistiendo uniforme, ha comenzado a escribir y publicar poemas. En 1820, por mediación de Émile Deschamps, amigo suyo desde la infancia, penetra en el círculo del Conservateur Littéraire, fundado el año anterior por los hermanos Abel y Victor Hugo, y, valiéndose de su temprana experencia lingüística, publica la primera parte de un largo artículo sobre lord Byron, escritor que comienza a ser traducido al francés.

Vigny forma parte sucesivamente de guarniciones en Rouen, Vincennes, Orleans, Estrasburgo, Burdeos y Bayona. Asiste seguramente a la presentación de los actores británicos en París durante el verano de 18228. Publica un volumen de Poèmes sin indicación de nombre del autor; frecuenta el salón de Charles Nodier (1780-1844), conservador de la prestigiosa Biblioteca del Arsenal; y colabora con poemas y artículos en La Muse Française, la nueva revista de Émile Deschamps y Victor Hugo.

Intenta en vano pertenecer al estado mayor del ejército. Espera partcipar en la guerra que mantienen en España las tropas del duque de Angulema a favor del régimen absolutista de Fernando VII, pero su regimiento no llega a traspasar los Pirineos; aunque Vigny no oculta sus moderadas inclinaciones monárquicas, el poema Le Trappiste [El trapense], basado libremente en el conflicto español, da una imagen poco halagüeña de un rey ingrato y felón, traidor a sus propios defensores. En abril de 1824 edita el largo poema Éloa, ou la Soeur des Anges [Éloa, o la hermana de los ángeles], glosa fantástica de un fragmento del Génesis que provoca ataques de extremada violencia por el «partido católico».

Incorporado de nuevo a su regimiento, que forma parte de la guarnición de Bayona, tiene ocasión de conocer en Pau a quien va a ser su legítima esposa durante casi cuatro décadas: Lydia Bunbury, nacida el 6 de abril de 1796 en la isla de Saint-Vincent, Guayana inglesa, huérfana de madre, hija de sir Hugh Mills Bunbury, rico y distinguido terrateniente, propietario de centenares de esclavos negros —emancipados mediante indemnización en 1833—, que, tras enviudar de su primera esposa, volverá a casarse con una dama, Alicia Lillie, mucho más joven que él. A finales del verano de 1824, Hugh Mills Bunbury, su segunda esposa y su hija están recorriendo el sur de Francia en viaje de recreo. Vigny, mujeriego impenitente, siempre se ha sentido atraído por las blondes anglaises9; y, al parecer, ignorando la relación de parentesco entre Lydia Bunbury y su madrastra, dedica sus primeras cortesías donjuanescas tanto a una como a otra. Pero la elección final es la lógica y previsible, y concluye en una boda que requiere una triple autorización: la del padre de la novia, la de la señora de Vigny, viuda desde 1816, y la de la autoridad militar de la que oficialmente depende el novio. También será triple el rito nupcial: el 3 de febrero de1825 se firma en Pau el contrato de matrimonio; el 8 de febrero, el pastor de Orthez oficia en Pau la boda protestante; y el 8 de marzo se celebra una ceremonia católica en la iglesia de la Madeleine de París.

Lydia, flamante condesa de Vigny, es, pese a su belleza, una mujer débil, tímida y enfermiza; pronto se le desvanecen todas sus esperanzas de maternidad. Por otra parte, su escaso manejo de la lengua francesa la mantiene alejada de la vida literaria de su marido.

Literaria y sentimental. Porque Alfred de Vigny, dominado por esa vehemente lubricidad que se suele atribuir a los tísicos, abandona frecuentemente a su esposa para gozar de la intimidad de otras mujeres, algunas de las cuales le otorgarán la paternidad que le ha negado el matrimono. Entre tantas y tantas, hemos de mencionar los nombres de Virginia Ancelot, estudiante de pintura en París, esposa de un dramaturgo sin talento y, luego, de un político del Segundo Imperio, que convierte a Vigny en padre de una hija, Louise, legalmente apellidada Lachaud, a quien el escritor designará heredera universal de sus bienes; Tryphina Holmes, perteneciente a la más rancia nobleza irlandesa, que tiene con Vigny una hija, Augusta, que será una hermosa actriz, compositora de óperas y republicana militante; Augusta Froustey-Bouvard, hija natural de un aristócrata belga, que ejerce vagamente el oficio de preceptora y da a nuestro autor un hijo, Auguste-Antoine, reconocido tan solo por su madre; Julia Dupré, originaria de Charleston, estudiante de bellas artes en París; la también norteamericana Céline Chollet, poeta y compositora; Camille Maunoir, anglo-suiza, emparentada con los Bunbury, devota traductora de Vigny al inglés; la escritora Louise Colet, poseedora (según ella) de los brazos de la Venus de Milo, que ha sido asimismo amante de Flaubert y, episódicamente, de Alfred de Musset...

Sería imperdonable que omitiéramos un nombre esencial en la vida y en la obra de Vigny: Marie Dorval, su actriz-talismán y amante desde 1830 hasta 1838. Nacida en Lorient (Bretaña) en 1798, Marie-Thomase-Amélie Delaunay es hija de la comedianta Marie Bourdais, que la dio a luz cuando tenía diecisiete años y había sido abandonada por el padre de la criatura. Tan precoz como su madre y actriz como ella, la adolescente Marie es seducida por un traspunte de teatro veinte años mayor, Alain Dorval, con quien se casa en 1814 y del que tendrá dos hijas: Louise y Gabrielle. Viuda y casada en segundas nupcias con el músico Louis-Alexandre Piccinni, vuelve a enviudar en 1828 y se casa por tercera vez con el director y autor teatral Jean-Toussaint Merle, marido tolerante que, lejos de ponerle trabas, favorece el desarrollo profesional de la actriz. Los éxitos de Marie Dorval —que conserva el apellido de su primer esposo— se sucederán a raíz del estreno de Anthony, melodrama de Alexandre Dumas. Y alcanzará su cenit interpretativo en Chatterton, pieza hecha expresamente a su medida.

Lydia ignora —o finge ignorar y soporta en silencio— los descarríos conyugales de su marido. La pareja comparte sucesivos domicilios —el último, en el número 6 de la rue des Écuries d’Artois— y viaja con asiduidad a Inglaterra, donde mantiene cordiales relaciones con los Bunbury. En abril de 1826, Vigny publica Cinq-Mars, novela histórica al estilo de Walter Scott, que obtiene excelente acogida pese a la crítica reprobatoria del temible Sainte-Beuve, que aparece, sin firma, en Le Globe. Y a fines de ese año, gracias a la mediación del coronel Hamilton Bunbury, tío de Lydia, Vigny tiene la oportunidad de reunirse, en el hotel Windsor de París, con su admirado novelista escocés.

Retirado del ejército, Vigny se dedica a escribir y publicar poemas, críticas literarias, relatos y colaboraciones periodísticas. Sin embargo, al igual que la mayoría de escritores decimonónicos, considera que el máximo, el auténtico triunfo literario no surge en las páginas de un libro o de un periódico, sino en el escenario de un teatro: «nuestro púlpito más poderoso»10. A finales de 1827, Émile Deschamps, impresionado como Vigny por las representaciones de Shakespeare llevadas a cabo por actores británicos, le pide que colabore con él en la traducción de Romeo y Julieta. Vigny accede; y aunque el resultado no llega a satisfacerle plenamente, la versión es presentada al Théâtre Français y aceptada por éste. Oscuras razones burocráticas impedirán que la obra suba a escena.

Marie Dorval (1832), litografía de Léon Noël.

Prescindiendo de cualquier clase de colaboración, Vigny traduce en verso Othello —Le More de Venise—, que es aceptado y representado el 24 de octubre de 1829 en el Théâtre Français, con Mlle. Mars11, la actriz más famosa de su época, como Desdémona. El discreto éxto de la representación quedará eclipsado, pocos meses más tarde, por el tumultuoso estreno de Hernani, de Victor Hugo. La revolución de julio de 1830, que eleva al trono a Luis Felipe de Orleans, incita a Vigny a solicitar su reingreso en la Guardia Nacional; no obstante, se siente dividido entre su tibia fidelidad a la monarquía y la convicción de que su causa no es correcta. Prosigue la creación teatral con La Maréchale d’Ancre[La mariscala de Ancre], drama histórico en cinco actos y en prosa, que ha escrito con el propósito de que sea interpretado por Marie Dorval; pero ésta se ve forzada a renunciar al papel por haberse comprometido con anterioridad a actuar en Marion de Lorme, de Victor Hugo. Al fin, Vigny logrará que su amada sea la protagonista del «proverbio» (o comedia en un acto) Quitte pour la peur [Nada más que un susto], representado en el Théâtre de l’Opéra el 30 de mayo de 1833, a beneficio de la actriz, en una función miscelánea que obtiene una fría acogida: el adulterio recíproco de dos amantes presentado como solución discreta y razonable, aunque hubiera complacido a espectadores del siglo XVIII, es considerado inmoral y démodé por los contemporáneos de Vigny.

La afanosa producción teatral se compagina con la poesía y la prosa narrativa. El poema «Les amants de Montmorency», donde trata el espinoso tema del suicidio por amor, es publicado en 1832 por la Revue des Deux Mondes. El titulado «Paris», que recibe la calificación de «sueño simbólico», es editado en un folleto por el librero Charles Gosselin. Y la recopilación en volumen Les Destinées (Poëmes philosophiques), por la revista mencionada.

La misma revista, que ha publicado en 1833 «Laurette ou le Cachet rouge» [Laurette o el sello rojo], primer episodio de Servitude et grandeur militaires [Servidumbre y grandeza militares], y al año siguiente «La Veillée de Vincennes» [La velada de Vincennes], segundo episodio del libro, viene ofreciendo por entregas una obra inclasificable y singular, Stello, que presenta diversas historias fragmentadas de manera imprecisa, oscuramente relacionadas entre sí, definidas como «consultas» (o «consultaciones») del protagonista, crédulo defensor de una «poesía superior a la realidad», al Docteur-Noir [Doctor-Negro], frío apologista de «lo real en la vida». Por sus páginas desfilan, como figuras destacables, el rey Luis XV, mademoiselle de Coulanges, André Chenier, Robespierre, Saint-Just... y otros personajes reales e imaginarios, dos de los cuales —la ficticia y adorable Kitty Bell y el poeta adolescente Thomas Chatterton, insólito pero de carne y hueso— llevarán a Vigny a forjar una de las piezas fundamentales del teatro romántico francés: Chatterton.

La «Historia de Kitty Bell» se inicia en el capítulo XIV de Stello, que se publica el 1 de diciembre de 1832 en la Revue des Deux Mondes; y elafable personaje continua haciendo acto de presencia hasta que, en el capítulo XVIII, se nos informa de su fallecimiento a causa de los calomelanos prescritos por los médicos ingleses12. En cuanto al joven poeta que da su nombre al drama, Vigny ha podido tener noticia de su existencia y de sus obras por el libro Poems supposed to have been written by Thomas Rowley [Poemas que se supone han sido escritos por Thomas Rowley], de Jeremiah Milles, que ha tomado en préstamo de la Biblioteca Real, y por Love and Madness [Amor y locura], de Herbert Croft, o más probablemente por testimonios verbales de su amigo Charles Nodier, que ha sido secretario de Croft13. En todo caso, hay notables diferencias entre el verdadero Chatterton y el que protagoniza el drama de Vigny. Es, pues, razonable que en primer lugar nos preguntemos quién y cómo fue en realidad Thomas Chatterton.

UN MUCHACHO MARAVILLOSO

Thomas Chatterton nació en Bristol el 20 de noviembre de 1752. La casa natal se encontraba en Pile Street —actualmente, Redcliffe Way—, cerca de la iglesia de St. Mary Redcliffe, una de las joyas de la arquitectura gótica inglesa. Su padre, muerto pocos meses antes de que él naciera, había sido un pobre y disipado maestro auxiliar de la escuela parroquial de Radcliffe, pretencioso y bebedor, cantante en el coro de la iglesia y hermano del sacristán. Su madre mantenía a Thomas y a su hermana realizando trabajos de costura.

En 1760, el pequeño Thomas ingresó en Colston’s School, fundación para niños pobres similar al Christ’s Hospital de Londres14. A semejanza de los chiquillos londinenses, los pupilos del establecimiento de Bristol vestían bata azul con cuello postizo y medias amarillas y lucían una monstruosa tonsura en lo alto de la cabeza15. Al principio, Thomas fue considerado torpe y lento en sus estudios, lo que hizo que su infancia fuera un período de tristeza y soledad vivido en una mísera buhardilla. Paradójicamente, sin abandonar su aislamiento, no tardaría en revelarse como lector omnívoro e infatigable. Y como poeta precoz. Su primer poema, «On the last Epiphany» [En la última Epifanía], escrito a los diez años de edad, acusaba una evidente influencia académica de Milton. Pero, con el paso del tiempo, las influencias literarias revelarían un deliberado retroceso cronológico: un viaje intencional al pasado. A Chatterton le atraían especialmente los documentos antiguos, los viejos papeles de música, los textos manuscritos con historiadas iniciales que su padre y su tío habían ido recogiendo —¿o sustrayendo?— en la iglesia de St. Mary Redcliffe. Tenía once años cuando escribió en un pergamino «Elinoure and Juga», supuesta égloga pastoral del siglo XV, que decepcionó a sus escasos lectores. Comenzó tambien a publicar breves artículos y crónicas en periódicos locales, ocultando su personalidad bajo extraños seudónimos; así, por ejemplo, con motivo de la construcción en 1768 de un nuevo puente sobre el Avon, insertó en el Felix Farley’s Bristol Journal una crónica descriptiva de la demolición del antiguo puente firmada por un tal «Dunhelmus Bristoliensis».

Grabado de J. Bew (1784).

No es posible precisar la fecha en que Chatterton empezó a escribir los poemas «compuestos» por el quimérico Thomas Rowley, clérigo del siglo XV