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Cita perfecta ¿Sería un enfrentamiento con final feliz? En un rincón del cuadrilátero, representando a los hombres, está Cutter Thompson, el ex piloto más sexy de Miami. Él cree que los hechos hablan más que las palabras. Participar como famoso en un concurso de coqueteo en el que cada mensaje es analizado con lupa supone la peor de las pesadillas para él. Agitando la bandera de las chicas está Jessica Wilson. Tras su divorcio ha logrado reconstruir su vida y ha creado una empresa de contactos con la premisa de que la comunicación es la clave de la felicidad. Tal vez Cutter piense que no necesite ayuda para coquetear con éxito, pero el radar profesional de Jessica indica otra cosa. Esta batalla de sexos se ve complicada por una intensa y profunda atracción. El último deseo El idilio prohibido de la princesa Pippa El idilio de la princesa Pippa con el magnate de Texas Nic Lafitte tenía que terminar. Sus familias estaban enfrentadas desde hacía generaciones, como los Capuletto y los Montesco. El problema era que Pippa no lograba sacarse de la cabeza a aquel apuesto Romeo. Nic admiraba a la dulce princesa, sin embargo, si cedía a la atracción que sentía hacia ella le rompería el corazón... otra vez. Por eso trató de luchar contra esa atracción... hasta que tras una noche de pasión descubrieron que Pippa estaba embarazada. ¿Conseguiría ese hijo reconciliar a las dos familias? El privilegio de amarte Si Estados Unidos tuviera familia real, esa sería la de los Marshall Después de huir de su antigua vida, Lily necesitaba un nuevo comienzo y, por suerte, parecía haberlo encontrado. Después de todo, ¿para qué iban sus nuevos jefes, miembros de la influyente familia de los Marshall, a indagar más allá de su aspecto? Hasta que llamó la atención del famoso rompecorazones Ethan Marshall… Tener una aventura con un Marshall no era una buena idea, en especial para una mujer con un pasado escandaloso. Pero Lily no iba a poder resistirse al lujo y encanto que rodeaba a Ethan…
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Seitenzahl: 620
Veröffentlichungsjahr: 2025
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© 2011 Aimee Carson Cita perfecta Título original: How to Win the Dating War
© 2012 Leanne Banks El último deseo Título original: The Princess and the Outlaw
© 2011 Kimberly Kerr El privilegio de amarte Título original: The Privileged and the Damned Publicadas originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd. Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2012
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A. Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia. Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa. ® Harlequin, Julia y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países. Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1074-551-3
Créditos
Cita perfecta
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
El último deseo
Prólogo
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Capítulo 11
Capítulo 12
Epílogo
El privilegio de amarte
Capítulo 1
Capítulo 2
Capítulo 3
Capítulo 4
Capítulo 5
Capítulo 6
Capítulo 7
Capítulo 8
Capítulo 9
Capítulo 10
Epílogo
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MANEJAR herramientas tumbado de espaldas no era fácil con aquel incesante dolor en el pecho, y cuando se le resbaló la llave inglesa, la mano de Cutter se estrelló contra la palanca de cambios. Sintió un gran dolor, y la parte inferior de su Barracuda del setenta y uno se iluminó por las estrellas que vio.
—Maldita sea —sus palabras se perdieron bajo la música rock que sonaba en el garaje.
La sangre de los nudillos le cayó sobre la camiseta. Se giró hacia la derecha y las costillas gritaron en protesta, provocando en él un gemido de dolor cuando se sacó un trapo del bolsillo de los vaqueros y lo lio alrededor de la muñeca. El pecho seguía enviándole angustiosas señales, pero el lado positivo era que el escozor de los dedos superaba ahora el dolor del brazo izquierdo que le acompañaba desde hacía dos meses.
Porque Cutter Thompson, antiguo campeón del circuito americano de automóviles de serie, nunca hacía nada a medias. Ni siquiera meter la pata. Había terminado su carrera con estilo, dándole una vuelta de campana al coche y entrando en la línea de meta cabeza abajo antes de estamparse contra un muro.
Estaba acostumbrado al dolor. Y aunque meterse bajo las tripas de su Barracuda iba contra las órdenes del médico, Cutter iba a terminar aquel proyecto aunque le costara la vida.
La música se detuvo. La voz de Bruce Springsteen se paró a media estrofa, y un par de sandalias de tacón avanzaron hacia el coche. Las uñas de los pies pintadas de color canela. Tobillos bonitos. Pantorrillas esbeltas y bien formadas. Lástima que el resto quedara bloqueado por la parte inferior del coche. Aquellas piernas bonitas estarían probablemente cubiertas por una falda. Desde su posición, si movía un poco la plataforma sobre la que estaba tumbado, podría tener una visión completa.
Se podía saber mucho de una mujer por la ropa interior que llevara puesta.
La dueña de las piernas se inclinó delicadamente con las rodillas juntas hasta que su rostro apareció debajo del coche. Tenía unos ojos oscuros y exóticos y el cabello brillante de color castaño.
—Hola, señor Thompson —la voz era suave y cálida como la miel caliente. Sonreía con entusiasmo auténtico—. Bienvenido a Miami.
Bienvenido a casa, Thompson. Como si una lesión que ponía fin a su carrera a los treinta años fuera una bendición.
Cutter se quedó mirando a la dama.
—Ha interrumpido usted a Springsteen.
Ella no dejó de sonreír.
—Soy Jessica Wilson —hizo una breve pausa—. ¿Ha oído mis mensajes?
Jessica Wilson. La loca que no aceptaba un «no» por respuesta.
—Los cinco —le confirmó Cutter con ironía. Volvió a centrarse en el trabajo para hacerle ver que no quería saber nada de ella—. No me interesan las maniobras publicitarias —afirmó.
No estaba interesado en la publicidad. Punto.
Antes le gustaba. Vivía para ella, qué diablos. Y sus seguidores eran absolutamente leales, le seguían por todo el circuito de carreras apoyándole incondicionalmente, en lo bueno y en lo malo. Lo que solían hacer los padres.
Excepto los suyos.
¿Y qué se suponía que tenía que decirle ahora a la prensa? ¿Menudo accidente tan espectacular? ¿Y qué había que decir sobre la suspensión con la que le habían castigado los técnicos? Aunque por supuesto, eso fue antes de que todos supieran que aquella decisión tomada en una décima de segundo le había costado algo más que fractura de costillas, de un brazo y una bonita conmoción. Le había costado la carrera.
Un dolor distinto le agujereó la base del cráneo y sintió una punzada de tristeza en el estómago. Agarró la herramienta y manejó con torpeza el tornillo. Para colmo se había destrozado la mano buena también.
Se dio cuenta entonces de que la dama seguía ahí, como si estuviera esperando a que cambiara de opinión. Había gente que insistía demasiado. Volvió a intentarlo.
—Estoy ocupado.
—¿Cuánto tiempo lleva trabajando en ese coche?
Cutter frunció el ceño, sorprendido por el cambio de tema.
—Catorce años.
—Entonces no creo que quince minutos más de retraso supongan ningún inconveniente, ¿verdad?
Cutter levantó la cabeza y la miró fijamente. Estaba tratando de ser antipático y librarse de aquella pequeña damita. ¿Por qué seguía ella empeñada en mostrarse tan amable? Tenía los ojos muy abiertos. Luminosos. Del color del chocolate fundido. Cutter bajó la herramienta.
—Sí supondrían un inconveniente.
—Como le decía en mis mensajes, la Fundación Brice quiere contar con usted para su gala benéfica anual —continuó la mujer haciendo caso omiso de su actitud—. Necesitamos a una quinta persona famosa para completar la lista.
—Les resultará difícil encontrar a cinco famosos tan ingenuos como para querer participar.
Ella ignoró el comentario y siguió hablando.
—Creo que su participación supondría una gran baza, ya que es un héroe nacional y además nacido en Miami.
Cutter sintió un nudo en el estómago.
—Han pensado en el tipo equivocado.
Allí no había ningún héroe. Ya no. Eso había terminado en aquella décima de segundo en la que tomó aquella decisión autodestructiva en la carrera.
—Mi respuesta sigue siendo no.
Ella se lo quedó mirando con aquellos grandes ojos de cervatillo inocente. Tenía que estar incómoda, apoyada en los talones con el pecho sobre los muslos y la cabeza colgando lo suficiente para poder mirar debajo del coche. Pero su voz mantuvo un tono paciente.
—¿Sería tan amable de escucharme, nada más?
Maldición. No iba a marcharse.
Cutter se pasó la mano con la cara y gimió frustrado. Necesitaba paz. Necesitaba escuchar a Springsteen a todo volumen para acallar el torbellino que tenía en la cabeza. Y necesitaba echar a andar el Barracuda. Pero no podía conseguir nada de todo eso si aquella mujer no se iba. Aunque, si seguía mucho tiempo en aquella posición, se desmayaría por falta de riego en el cerebro. Al menos así podría sacarla a rastras del garaje.
Por mucho que deseaba que se fuera, no podía permitir que una persona mantuviera una conversación mientras actuaba como contorsionista. Aunque todavía no se le hubiera recuperado el pecho del esfuerzo que había supuesto ponerse debajo del coche y moverse le causaría más dolor, tenía que convencerla para que se fuera desde una posición erecta.
Emitiendo un suspiro forzado y un gemido de agonía, se agarró del chasis del Barracuda y tiró de la plataforma con ruedas en la que estaba tumbado para salir de debajo del coche. Se incorporó y sus costillas protestaron. Cuando por fin logró ponerse de pie obtuvo una visión de su cimbreante cuerpo embutido en un vestido veraniego de color del cielo en primavera. La melena, que le caía por los hombros, enmarcaba un rostro delicado de bellos ojos marrones. Elegante. Femenina por los cuatro costados. Casi valía la pena el dolor que estaba sufriendo en las costillas por ver aquella imagen.
Casi.
La mujer volvió a sonreírle y señaló con la cabeza hacia el coche.
—Catorce años es mucho tiempo. Parece que todavía necesita mucho trabajo.
Cutter frunció el ceño. Por muy mona que fuera, nadie tenía permiso para criticar su Barracuda.
—El motor está casi terminado —en gran parte porque cuando el médico le dio la mala noticia, Cutter había sacado al coche de su encierro y se había entregado a él hasta finales de mes para terminarlo. Era mejor que darle vueltas al lío en que se había convertido su vida—. Estará listo para probarlo cualquier día de estos.
Ella miró por la ventanilla.
—Pero solo está el asiento de atrás.
—Ahí besé a mi primera novia. Resulta que es mi lugar favorito. Solo le faltan algunos detalles técnicos.
—Mm —murmuró ella dando un paso atrás y mirando los bloques de hormigón sobre los que se sostenía el coche—. ¿Las ruedas se consideran también un detalle técnico?
Cutter alzó una ceja, intrigado por su tono irónico.
—Ya me pondré a ello. He estado ocupado —compitiendo. Destruyendo su carrera.
Torció el gesto. ¿Acaso no podía un hombre retirarse a su garaje un rato con su coche sin que una mujer alegre e insistente le siguiera hasta allí? Tal vez, si se mostraba ocupado, se marcharía.
Rodeó el coche, se acercó al capó abierto y quitó la tapa del depósito de aceite. La mujer se colocó a su lado al instante. Ignorando su cercanía, sacó la varilla y utilizó el trapo que tenía en los nudillos heridos para comprobar el nivel.
Ella miró por detrás de su hombro derecho.
—Aceite de sobra —dijo con tono algo burlón—. Me extrañaría que hubiera perdido mucho, dado que el coche no anda.
Le habían pillado.
—Nunca se tiene demasiado cuidado.
—Es un buen lema, señor Thompson.
—Así es —aunque no había sido precisamente el suyo, al menos hasta hacía poco. Volvió a poner el medidor de aceite en su sitio con más fuerza de la necesaria—. No quiero saber nada de maniobras publicitarias.
—Es por una buena causa.
—Siempre lo es.
—Todavía no ha oído los detalles.
—No me hace falta —volvió a poner la tapa del depósito de aceite sin mirar hacia ella—. No voy a hacerlo.
Ella puso las manos en el marco del coche y se inclinó hacia delante. Su provocador aroma le envolvió.
—La Fundación Brice lleva a cabo la clase de trabajo que usted y sus patrocinadores siempre han apoyado en el pasado. Sé que, si oyera usted los detalles, accedería.
Aquella damita optimista parecía muy segura de sí misma. Cutter se incorporó y puso las manos en el marco del coche al lado de las suyas. Finalmente la tenía cara a cara. Su tono aceitunado sugería algún antepasado mediterráneo. También sus facciones. Pómulos altos. Boca carnosa pero no demasiado.
—Ya no tengo patrocinadores —alzó una ceja para remarcar el comentario—. Y usted no sabe nada de mí.
—Empezó en el circuito de camionetas de serie a los diecisiete años. Dos años más tarde, la revista Top Speed dijo que eras un piloto a seguir —sus grandes ojos marrones se clavaron en los suyos—. Entró de sopetón en el circuito de coches de serie y se abrió camino hasta la cima. Es conocido por sus cortantes palabras y por no tener miedo al volante, por eso se le conoce con el apodo del Comodín. Ha mantenido el título de campeón durante los últimos seis años.
La mujer guardó silencio un instante antes de continuar.
—Hasta que tuvo lugar su accidente dos meses atrás, cuando chocó intencionadamente contra su mayor rival, Chester Coon.
Cutter sintió una punzada ácida en el estómago e hizo un esfuerzo por no apartar la mirada. Pagaría el resto de su vida por aquel momento. Lo revivía cada noche en sueños. El rugir de los motores. El olor a neumático. Y entonces veía a Chester a la izquierda. Cutter apretaba con fuerza el volante. Y entonces se despertaba bañado en sudor y con el corazón acelerado.
Y sintiendo cada una de las heridas como si fueran recientes. Pero el momento exacto en que chocó contra Chester quedaba en blanco. Amnesia retrógrada, le había dicho el médico. Un regalo que le debía a la conmoción que había sufrido.
O tal vez fuera una maldición.
Apretó con más fuerza el marco del coche.
—Los técnicos tendrían que haber suspendido a Chester por el incidente de Charlotte del año anterior. Ese maldito novato ponía a todo el mundo en peligro cuando conducía. Y estuvo a punto de matar a otro piloto.
—Se conducía con mucha violencia el día de su accidente. Todo el mundo sabía que Chester se lo estaba buscando.
Cutter inclinó la cabeza sorprendido. Estaba claro que Jessica Wilson conocía las reglas no escritas de las carreras.
—No serás una de esas fanáticas a las que le gusta perseguir a su piloto favorito, ¿verdad? —tras los cinco mensajes que le había dejado, eso era lo que había pensado. Pero, viéndola en persona, no le parecía una loca—. En ese caso, la artimaña de tu fundación es muy imaginativa. Aunque es difícil superar a la fan que burló el control de seguridad del circuito, consiguió la llave de mi caravana y me esperó desnuda en la cama.
El brillo de los ojos de Jessica resultaba cautivador.
—Confío en que consiguiera echarla.
Cutter se inclinó hacia delante y aspiró su embriagador aroma.
—Así fue. Pero me lo habría pensado dos veces si se hubiera tratado de ti.
—Soy aficionada a las carreras, señor Thompson —afirmó ella con voz pausada—. No una fanática.
Él deslizó la mirada hacia su boca.
—Qué lástima. Me encantaría que me llegaras por mensajería envuelta únicamente en un lazo.
Jessica le miró con recelo.
—Eso se lo está inventando.
—No —Cutter inclinó la cabeza—. La historia lleva años circulando por el mundillo de las carreras. Aunque podría ser solo una leyenda urbana.
Jessica se inclinó más hacia él, entornó los ojos y bajó un octavo el tono de voz.
—Y usted es una leyenda por apoyar organizaciones que trabajan con niños desfavorecidos.
Ya estaba otra vez allí la benefactora.
—Y yo que pensé que te habías acercado más para coquetear conmigo.
Sus profundos ojos marrones no se inmutaron.
—Nunca he utilizado el coqueteo como un arma.
—Lástima —pero le gustaba tenerla cerca, así que siguió—. Y como te he dicho, no voy a…
—Esos niños necesitan el apoyo de un modelo de comportamiento como usted.
Un modelo de comportamiento.
La expresión le golpeó con toda la fuerza del accidente que puso fin a su carrera. Aparte de ser un espectacular ejemplo de cómo destruir la única cosa buena de su vida, ¿qué tenía que ofrecerle al público ahora? No era más que un piloto acabado que había llevado a cabo una maniobra arriesgada y se había cubierto de vergüenza.
Aparte del brillo burlón de sus ojos verdes como el mar, Jessica no había visto todavía sonreír a Cutter. Vio cómo todo asomo de buen humor se borraba y se le endurecían las facciones.
—Mira —Cutter se pasó una mano con impaciencia por el pelo castaño claro—. Me confundes con alguien a quien le importan los demás. Mis patrocinadores me pagaban millones. Me decían qué obras benéficas debía apoyar. La única persona a la que yo apoyo es a mí mismo.
A Jessica se le borró la sonrisa ante aquellas palabras tan egocéntricas.
Cutter se dio la vuelta y pasó por delante de estanterías llenas de piezas de coche y herramientas para dirigirse hacia un lavabo que había en la esquina.
—Y ahora mismo tengo un coche que arreglar — añadió con tono firme.
Jessica sintió una punzada de desilusión en el pecho. Así que no le importaba. Solo le interesaba su cuenta bancaria. Y tal vez las palabras de apoyo que había pronunciado en el pasado habían sido escritas por alguien a quien pagaban. No se trataba de su desilusión porque su ídolo no fuera el héroe que ella pensaba. Se trataba de la Fundación Brice que había fundado Steve. Y ella le había prometido que conseguiría a Cutter Thompson. Se lo debía a Steve.
¿Cuántos exmaridos ayudaban a su exmujer a poner en marcha su negocio?
Su servicio de citas por Internet le había dado un sentido a su vida cuando todo se derrumbaba. Y encontrar a la persona adecuada para otros le compensaba en cierta medida por su propio fracaso.
Y aunque había prometido tiempo atrás que no se dejaría llevar por la melancolía, el garaje olía a gasolina y a aceite de motor, despertando poderosos recuerdos. Durante los últimos meses de su matrimonio, Steve se había apartado de ella y pasaba más y más tiempo en su barco. Tal vez casarse a los veinte años había sido un error, pero Jessica estaba segura de que podrían superarlo todo. Se había equivocado. Y Steve había empezado a insistir en que no podía darle lo que ella necesitaba.
Al final, Jessica le había dado la razón.
Pero entre su padre y su ex, estaba acostumbrada a los hombres y sus masculinos feudos. Y Cutter Thompson era un hombre de verdad. Largas y poderosas piernas embutidas en vaqueros desgastados. Brazos bien musculazos. La amplitud de la espalda bajo la camiseta gris era una señal inequívoca de poderío masculino. Era el favorito de los medios de comunicación por su encanto algo brusco, así que la abrupta sinceridad no le había resultado nueva. Pero el leve encogimiento con el que caminaba sí lo era. ¿Por qué andaba cojeando?
La curiosidad pudo más que la prudencia.
—¿Por qué cojea si lo que se fracturó en el accidente fue el brazo?
—No cojeo, es que tengo un cartílago roto entre las costillas y me duele mucho —abrió el grifo del lavabo y sin torcer el gesto ni quejarse puso los nudillos destrozados de la mano derecha bajo el agua. Agarró el jabón con la izquierda y lo dejó caer dos veces.
Jessica sintió una punzada de simpatía. Fuera egoísta o no, nadie merecía tener una lesión permanente en los nervios debido a un brazo roto.
—Déjeme —dijo colocándose a su lado.
Los ojos de Cutter se iluminaron con un apagado tono de humor.
—¿Me prometes que serás delicada?
Jessica le ignoró, agarró el jabón y le tomó la mano ensangrentada. Era larga y callosa, y una extraña sensación se apoderó de su vientre y descendió algo más. Ninguno de los dos dijo nada, acrecentando la tensión. El sonido del agua corriendo cortaba el silencio mientras ella le limpiaba cuidadosamente la mano herida con los dedos.
Cuando terminó, a Cutter le brillaban todavía más los ojos.
—¿Seguro que no te has dejado nada?
—Seguro —Jessica le secó pausadamente la mano con una toalla de papel—. La debilidad de su mano izquierda es peor de lo que ha dicho su agente de prensa —cuando acabó alzó la mirada hacia la suya—. Ahora entiendo que haya decidido retirarse.
El brillo de los ojos de Cutter se apagó, pero mantuvo la mirada firme y el tono burlón.
—Un hombre no puede conducir a más de ciento treinta kilómetros por hora con baches con mano poco firme.
Jessica buscó alguna señal de tristeza, pero no la encontró.
—Lo siento.
—Son cosas que pasan —se encogió de hombros y adquirió una expresión indiferente—. No me puedo quejar. He ganado suficiente dinero como para no tener que volver a trabajar.
Se quedaron mirándose durante unos segundos. Jessica contuvo el impulso de salir huyendo de allí. Cutter había ganado sus millones. Competir le había servido para su propósito. Sabía que iba a volver a rechazar su proposición, pero Steve contaba con ella. A pesar del aire indiferente de Cutter, el instinto le decía que debía dejar el tema de las lesiones e intentarlo de nuevo con la persuasión.
Buscó algo que decir y deslizó la mirada hacia las manchas de su camiseta.
—Deberías quitarte la sangre antes de que se seque.
—¿Lo dices porque no pega con las manchas de aceite?
Cielos, tenía una respuesta para todo.
—No —contestó Jessica con sequedad—. Lo digo porque las manchas de sangre no están de moda.
A Cutter se le iluminaron los ojos con expresión vengativa.
—La sangre siempre está de moda —aseguró—. Y levantarme de una posición horizontal me ha ayudado. Ahora puedo respirar sin morirme de dolor. Si trato de sacarme la camiseta por la cabeza me desmayaré del dolor —Cutter compuso un amago de sonrisa—. ¿Qué te parece si me la quitas tú?
Jessica puso los ojos en blanco antes de mirarle.
—Señor Thompson, me pasé la mitad de la infancia siguiendo a mi padre por su fábrica llena de hombres. Estoy inmunizada contra ese tipo de testosterona.
Y tras su divorcio se consideraba también completamente inmune a cualquiera que no estuviera dispuesto a comprometerse completamente. Necesitaba a alguien dispuesto a trabajar duro para mantener viva la llama.
Los chicos malos y egocéntricos, por muy guapos que fueran, nunca habían estado en su lista de parejas aceptables. Mientras todas sus amigas suspiraban por el rebelde de turno, Jessica permanecía impávida. Incluso cuando era adolescente evitaba las relaciones peligrosas destinadas al fracaso. Suponía que debía agradecérselo al divorcio de sus padres.
Pero no quería dejarse llevar por la autocompasión. Hacer planes, tomar la iniciativa era la única manera de evitar los errores del pasado. Los de sus padres y los suyos propios.
—No sé, mi testosterona es bastante potente — aseguró Cutter—. Y la seducción podría ayudar mucho a convencerme para participar.
—Créame —Jessica sonrió con tirantez—. No tengo ninguna intención de seducirle.
Cutter sonrió a su vez.
—Tras seis dolorosos accidentes de coche, esta es la primera vez que tengo ganas de llorar.
—No malgaste ninguna lágrima por mí, señor Thompson —reuniendo todo su valor, Jessica se dirigió hacia su enorme bolso, que estaba al lado del equipo de música, sacó una carpeta y volvió al lado de Cutter—. Solo he venido aquí para reclutarle.
Jessica sacó la foto de un niño de ocho años y sonrisa dulce y continuó sin preámbulos.
—El padre de Terrell murió de cáncer. Él asiste al programa de Hermano Mayor que financia la Fundación Brice.
A Cutter se le borró la media sonrisa del rostro y se hizo una pausa mientras la miraba con recelo.
—¿Y qué tiene que ver eso conmigo?
—Es más fácil decirle que no a un niño sin nombre ni cara. Y quiero que sepa a quién está fallándole si se niega a participar —sacó una segunda foto, esta vez de un niño con pecas—. Mark tiene once años y es un niño de acogida que asiste a un programa que ayuda a los pequeños a encontrar su sitio en un nuevo hogar —se detuvo para hacer una pausa dramática—. A los mayores es más difícil colocarlos.
—¿Huérfanos? —Cutter frunció el ceño—. ¿Estás sacando fotos de huérfanos?
Su respuesta le dio algo de esperanza, así que Jessica sacó una tercera foto, la de un adolescente malencarado. Llevaba el pelo por los hombros y los pantalones caídos hasta las caderas, enseñando los calzoncillos rojos. Tenía una mirada beligerante. Si no bastaba con las sonrisas dulces y las caras pecosas, un adolescente con actitud defensiva sería más difícil de rechazar. Jessica había investigado en la historia de Cutter para conseguir que accediera.
—Emmanuel dejó el instituto —le contó—. La Fundación Brice le asignó un mentor que le llevó a verle a usted competir —abrió mucho los ojos.
Cutter frunció todavía más el ceño.
—¿Estás tratando de llorar adrede?
Jessica parpadeó y deseó saber cómo hacerlo.
—Estaba metiéndose en carreras callejeras ilegales —al ver que las lágrimas no brotaban, optó por poner un tono de voz más grave—. Igual que usted.
Cutter torció el gesto.
—Vaya, eres muy buena. Has hecho tus investigaciones. Pero la voz ronca es un poco excesiva. Respondo mucho mejor a la seducción.
Jessica ignoró el comentario y siguió.
—Ahora está yendo a clases nocturnas para sacarse el graduado escolar —al ver que el rostro de Cutter no se inmutaba, lanzó toda la artillería—. Ha decidido que quiere ser piloto de carreras. Igual que tú.
Cutter dejó escapar un suspiro burlón, y al hacerlo torció el gesto por el dolor. Se puso una mano en la cadera, como si buscara una posición más cómoda.
—Si con eso consigo que te vayas y puedo poner mis costillas en hielo, inscríbeme en esa lista de los cinco ingenuos.
Misión cumplida. Jessica sonrió aliviada y feliz.
—Gracias —dijo—. Sacaré la información para que podamos…
—Cariño —Cutter volvió a torcer el gesto y subió más la mano sobre la cadera. Le estaba doliendo—. Tendremos que posponer esta conversación hasta mañana. Pero no te preocupes —un brillo burlón volvió a asomar a sus ojos—. Dejaré sobre la mesa la proposición de que me quites la camiseta.
DIABLOS, no —afirmó Cutter.
—Pero la prensa ya lo ha anunciado —dijo Jessica.
La creciente sensación de pánico aumentó cuando vio a Cutter cruzar el moderno salón. La estancia estaba decorada con muebles de cuero y toques de acero y cristal, pero, era el inmenso ventanal que daba a Bahía Biscayne, flanqueada por palmeras, lo que la convertía en lujosa.
Si ahora se echaba atrás, sería una pesadilla.
—Se anunció anoche en las noticias de las seis — continuó Jessica.
Estaba llena de esperanza cuando llegó a su casa aquella noche para hablar de la gala benéfica. Cutter se sentía claramente mejor que el día anterior, ya no andaba tan encorvado. Lo único que tenía que hacer era explicarle los planes de la gala, conseguir que su nombre apareciera en la página de la red social que patrocinaba el evento y habría cumplido con Steve. Lo que significaba que ya no tendría que hablar más con Cutter Thompson.
Eso habría estado muy bien.
Cutter se giró para mirarla. Tras la ventana se veía el muelle con sus filas de yates de lujo amarrados.
—Tendrías que haber esperado a explicarme cómo iba esta treta publicitaria antes de anunciar mi participación.
—No tenemos mucho tiempo. Empezamos la semana que viene. Y no entiendo cuál es el problema.
Cutter estaba muy serio.
—Creí que sería como la subasta que hacen todos los años. Los hombres se exhiben. Las mujeres pujan. La Fundación Brice consigue dinero para los niños sin hogar y yo me siento en la cena de recogida de fondos con la afortunada mujer que ni sabe ni le importa a qué niño está ayudando con su vergonzosa puja.
Se cruzó de brazos y estiró la camisa contra los fuertes músculos.
—No sabía que tendría que interactuar con las mujeres que compiten para conseguir una cita conmigo.
—Pero ese es el chiste de la historia —Jessica se levantó del asiento de cuero, incapaz de disimular una sonrisa entusiasta a pesar del rechazo de Cutter. Había trabajado mucho para crear algo que no fuera el típico concurso superficial de belleza masculina—. No se trata de subastar a un famoso como si fuera un trozo de carne cara.
Él la miró fijamente.
—No encuentro nada degradante en que un grupo de mujeres trate de sobrepujarse para conseguir una cena conmigo.
A Jessica se le borró la sonrisa.
—Tal vez tú no, pero yo quería hacer algo más significativo. Ver a hombres inteligentes pavoneándose por el escenario para aumentar la puja es una manera indigna de conseguir dinero.
—Te olvidas de mi parte favorita: cuando las mujeres gritan—. Cutter sonrió por primera vez en toda la noche—. Hay que saber cómo manejar al público. Llevarlo al límite. La clave está en saber esperar al momento adecuado para quitarse la camisa.
Tenía un pecho impresionante aunque estuviera cubierto, sin duda habría conseguido millones para varias obras benéficas a lo largo de los años.
Jessica se centró en la tarea que tenía delante.
—La junta quería algo fresco y nuevo, no lo mismo de todos los años —cruzó la gruesa alfombra para ponerse a su lado—. A excepción de la cena benéfica, toda la interacción se lleva a cabo por Internet. Inicias un pequeño debate amoroso con las damas que compiten por ti. Se supone que tiene que ser una entretenida batalla de sexos sobre cómo debe ser la cita perfecta.
Jessica sonrió. Aquella era su parte favorita. A raíz del fracaso de su matrimonio, el estudio de las relaciones se había convertido para ella en una pasión.
—Por una cantidad simbólica, la gente puede votar por la pareja más compatible. Así que son los votantes los que deciden quién será tu compañera en la cena benéfica, no la dama con más dinero para apostar.
Habían hecho falta varias semanas para llegar finalmente a un plan del que se sentía orgullosa. Esperó a ver alguna señal de aprobación por parte de Cutter.
—Entonces, ¿es la gente la que decide qué participante, una mujer a la que nunca he visto ni volveré a ver, es la más compatible conmigo?
Quedaba claro por su tono de voz que el plan le parecía ridículo.
—¿A quién diablos se la ocurrido esta idea de bombero?
Jessica frunció el ceño.
—Fue una sugerencia mía. Me pareció una idea divertida para ligar.
—¿Qué entiendes tú por ligar?
—Meterse en una conversación sin importancia que demuestra que encuentras a la otra persona interesante.
Cutter se la quedó mirando.
—Tal vez sea así a los doce años. Pero para los adultos se trata únicamente de sexo.
—Claro que no —Jessica no disimuló el tono crítico. Se mordió el labio inferior y trató de mantener la calma—. Hay muchos datos que avalan la idea de que la gente que triunfa es la gente positiva. Construir relaciones sólidas es la base para el triunfo, ya sea en el trabajo, en la amistad o en el amor. Y ligar —continuó con énfasis— demuestra que el aspecto más importante de una relación amorosa es la comunicación.
Cutter alzó tanto las cejas que Jessica pensó que se le iban a salir de la frente.
—¿Quién te ha contado todas esas tonterías?
—No son tonterías.
—Cariño, eres tan cándida que podrías iluminar el mundo con los rayos de sol que salen de tu falda — afirmó él—. La atracción entre un hombre y una mujer surge por una chispa, así de simple. Y, si no salta esa chispa, no hay nada más que se pueda comunicar.
Jessica tenía experiencia de sobra con un hombre al que le faltaba habilidad para mantener un diálogo serio. Sin él la chispa se apagaba, y aunque ella había hecho todo lo que estaba en su mano para evitar la muerte de su matrimonio, una pequeña parte de ella, la parte que había fracasado, no lograba recuperarse.
Sintió una punzada de tristeza en el corazón y se cruzó de brazos para aligerar la carga.
«Piensa en positivo, Jessica. Aprendemos de nuestros errores y seguimos adelante. No permitas que don Cínico pueda contigo».
—Las chispas se sustentan con atracción emocional e intelectual —aseguró—. Y las dos son tan importantes como la atracción física.
Cutter frunció el ceño con expresión confundida.
—¿Qué tiene que ver eso con una fiesta de ligoteo virtual entre desconocidos?
Jessica aspiró con fuerza el aire para recuperar el control. Se había salido del camino. No era importante convencerle de sus puntos de vista. Lo único que necesitaba de él era que mantuviera el compromiso inicial. Si reculaba ahora, la gala benéfica fracasaría antes incluso de empezar. Cientos de fans se llevarían una desilusión. Y Steve la mataría, porque reclutar a Cutter había sido idea suya. Steve consideraba al piloto retirado una opción arriesgada, pero Jessica siempre se había sentido atraída por el magnetismo que Cutter transmitía por televisión.
Al parecer se le daba bien fingir cuando había dinero de por medio.
—Olvidemos que considero la idea inicial fallida —dijo Cutter interrumpiéndole sus pensamientos—. Tenemos otros problemas. En primer lugar, no sé nada sobre redes sociales.
—Yo puedo ayudarte —se ofreció ella animada.
—En segundo lugar, no tengo tiempo para toda esta historia de distracción por Internet.
—Puedes hacerlo desde cualquier sitio, incluso en la cola del supermercado. Solo se necesitan cinco segundos para hacerle una pregunta a alguna candidata. Y tal vez diez para responder a lo que ellas digan.
—Yo no mando mensajes.
Jessica se le quedó mirando con asombro.
—¿Cómo es posible que alguien que viva en el siglo XXI no mande mensajes?
Cutter se dirigió hacia el bar de madera de caoba y mármol negro situado en el extremo del salón.
—Cariño, yo interactúo con las mujeres en vivo — sacó una botella de Chardonnay, le quitó el tapón y lo dejó sobre la barra mirándola a los ojos—. Si quiero salir con ella, se lo pido en persona. Si voy a llegar tarde a la cita, telefoneo.
Sacó una cerveza de la nevera, le quitó la chapa y le lanzó una mirada escéptica.
—No me paso las veinticuatro horas del día pegado al móvil para poder informar a mis amigos vía Twitter que voy a ir a la tienda a comprar cervezas —lanzó la chapa con los dedos y cayó en el cubo de basura.
Jessica contuvo una sonrisa.
—Me alegro, porque dudo que a nadie le interesen ese tipo de detalles —no sabía si estaba haciendo algún progreso con él. Tras una breve pausa, agarró una copa de vino del bar y se sirvió un poco de Chardonnay. Luego se sentó y le miró—. Cutter, no te estoy pidiendo que le cuentes a la gente detalles irrelevantes de tu vida.
Con la cerveza en la mano, Cutter rodeó la encimera y se sentó en el otro taburete a su lado.
—Entonces, ¿mi búsqueda del mejor papel de baño es irrelevante?
Jessica no pudo evitarlo y sonrió.
—Sí.
Cutter se giró en el asiento para mirarla.
—¿Y qué me dices de esos molestos emoticonos? —frunció ligeramente el ceño—. Las caritas sonrientes no son mi estilo.
—Ya me he dado cuenta. Pero hay una carita de diablo sonriente que sí iría muy bien contigo.
—Puedo hacerlo al natural —lo demostró componiendo una mueca.
Jessica contuvo una carcajada.
—Tampoco hace falta poner exclamaciones.
—¿Y qué hay de la utilización de las mayúsculas?
—Las mayúsculas son para principiantes.
Cutter se inclinó un poco más hacia delante.
—¿Y si tengo algo importante que hacer, como volver loca a una mujer con mi ingenio y mi brillante personalidad? ¿No querría poner en mayúsculas la palabra «guapa» para hacerle un cumplido sobre su aspecto?
La intensidad de su mirada dejaba claro que se estaba refiriendo a ella. Jessica sintió una pequeña llamarada pero la ignoró.
—Olvídate del aspecto. Conseguirás más puntos alabando su sentido del humor. Y un escritor de mensajes experimentado no necesita el botón de mayúscula —Jessica inclinó la cabeza—. Deja a una mujer temblando solo utilizando las palabras adecuadas.
Aquel amago de sonrisa apareció en los labios de Cutter.
—Un hombre de verdad deja a una mujer temblando solo con la mirada adecuada.
Totalmente de acuerdo. Por eso era mejor que estuviera sentada. Porque le estaba enviando unas vibraciones muy poderosas. Se sentía tentada, casi hipnotizada. Le dio un sorbo a su vino y le miró por encima del borde de la copa.
—Accederé a pasar por esto si me echas una mano al principio —dijo Cutter.
—¿Qué quieres decir?
—Nos reuniremos y tú compartirás conmigo la responsabilidad de los mensajes.
Jessica se atragantó con el vino y tosió.
—¿Quieres que coquetee con otras mujeres en tu nombre?
—Solo quiero que me ayudes hasta que me sepa manejar.
—La respuesta es no —giró el taburete para mirarle—. Tienes que ligar tú solo.
—¿Por qué? No voy a casarme con ninguna de ellas. Ni siquiera me estoy comprometiendo a salir con ellas. Lo único a lo que accedo es a una cena en nombre de una buena causa.
—Porque… porque es… —mientras su boca trataba de ponerse de acuerdo con su cerebro, Jessica buscó la palabra adecuada. «Sacrilegio» le sonaba melodramática. «Maleducado» seguramente no le importaría.
Sintiéndose perdida dejó la copa sobre la barra.
—Porque es poco romántico y además poco ético. No puedes externalizar el coqueteo.
Cutter inclinó la cabeza sin dar crédito.
—Jessica, no estamos hablando de destruir la economía local.
—Tú eres el Comodín —afirmó ella sin alterarse—. Las mujeres burlan la seguridad para subirse a tu cama. Estoy segura de que estás más que cualificado para manejar un coqueteo por Internet con varias mujeres a la vez.
Sin inmutarse ante su intento de halagarle, Cutter dijo:
—Nunca he ligado con una mujer por Internet en mi vida —se encogió de hombros—. Así que o me echas una mano para empezar o no lo hago.
Jessica apoyó los codos en la barra y se cubrió los ojos con las palmas de las manos. Cutter Thompson era agotador y un cínico. Pero se lo había prometido a Steve.
Se lo debía.
Tal vez no fuera el amor de su vida como una vez creyó, pero la había ayudado a encontrar su pasión. El gran regalo de la satisfacción profesional. Le encantaba su trabajo. La definía. Y a pesar de su divorcio, Steve había formado parte de aquel descubrimiento. Y su consejo durante los años de arranque del negocio había sido muy valioso.
No tendría el éxito que tenía hoy de no haber contado con su apoyo.
—Muy bien —dejó caer las manos sobre la barra y se giró para mirarle a los ojos—. Pero estas son las reglas. Cuando le pilles el tranquillo, yo desaparezco. Y nadie puede saber que te estoy ayudando. Deben pensar que todo sale de ti o la vergüenza caerá sobre nosotros. Mantener la integridad del evento es mi máxima prioridad.
La expresión del rostro de Cutter no dejaba traslucir nada.
—Quiero tener mi Barracuda terminado a finales de este mes. Esa es mi prioridad.
Cutter abrió la puerta de cristal con una sensación de victoria y alivio y entró en la pequeña pero elegante recepción de Parejas Perfectas, S. A. Se quitó las gafas de sol y la gorra de béisbol. Había tardado veinte minutos en librarse del periodista que le había seguido desde que salió de casa. Una semana entera de despliegue en prensa sobre la gala benéfica tenía a los paparrazzi más pesados de Miami persiguiendo de nuevo a Cutter Thompson. Había dejado Carolina del Norte y había vuelto a Miami para evitar aquel tipo de acoso.
Por supuesto, su repentina aversión a las entrevistas solo servía para que la prensa buscara con más ahínco información sobre sus actividades, pero estaba decidido a guardar lo de la pérdida de memoria para sí mismo.
Ya era bastante malo que hubiera recuperado la consciencia en la ambulancia con el dolor más grande de su vida; no necesitaba que el mundo se regocijara con los detalles. Y desde luego, no estaba dispuesto soportar una pregunta más sobre sus motivos para arrollar a Chester Coon de manera ilegal.
Cuando conociera la respuesta, si alguna vez sucedía, contrataría una página entera de publicidad en el Times para que todo el mundo lo supiera. Hasta entonces, todos los periodistas eran personas no gratas para Cutter.
Aunque se las había arreglado para perder de vista al periodista que le seguía, el encuentro le había dejado de mal humor y no podía recuperarse. Había pasado un buen día en el garaje. El dolor era tolerable, y los nuevos rodamientos funcionaban de maravilla. Pero luego tuvo que recorrer la ciudad con aquel vampiro pisándole los talones. Y le debía toda aquella publicidad a la buena samaritana Jessica Wilson, la mujer que había destrozado sus planes de reclusión con un aluvión de fotografías destinadas a provocar su simpatía.
Era un débil.
Ahora su única opción ahora era entrar y salir de allí lo más rápidamente posible. Acabar la primera ronda de charla con sus aspirantes y volver a la paz de su garaje. Necesitaba volver a reptar bajo el Barracuda. Allí era fácil resolver los problemas. Las partes conectaban y funcionaban. Las piezas rotas podían repararse o reemplazarse.
No como su vida.
Miró a su alrededor con el ceño fruncido. La pequeña sala de recepción que quedaba a la izquierda estaba decorada de manera hogareña, con un grupo de sillones de piel dispuestos en círculo y las paredes cubiertas de fotos de parejas sonrientes que se burlaban de su mal humor. Algunas parecían cándidas, otras profesionales, y había otras de bodas con novios felices.
Jessica apareció en el vestíbulo con sus preciosas y largas piernas desnudas bajo una falda gris que terminaba en un delicado volante. Una blusa rosa de gasa se le ajustaba a las suaves curvas. Era una intrigante mezcla de sofisticación, profesionalidad y feminidad.
Pero creía en conceptos como el amor verdadero y la «comunicación efectiva».
—Gracias por venir —dijo Jessica—. He quedado a cenar con una persona a las ocho, así que voy un poco justa de tiempo.
Allí estaba, luchando por su causa. Ayudándole con su parte. Cutter todavía estaba tratando de entender la razón.
—¿Por qué es tan importante para ti este evento para recaudar fondos? ¿Tan horrible fue tu infancia que te sientes obligada a arreglar la de otros?
La expresión de Jessica reflejaba cierta impaciencia.
—No. Mi infancia consistió en unos padres que me querían y cuidaron de mí. Llevo mucho tiempo apoyando el trabajo de la Fundación Brice, y mi exmarido es el presidente de la junta. Le prometí que te reclutaría para la cena benéfica.
Cutter alzó una ceja. El hecho de que estuviera divorciada le resultaba sorprendente. Y que se llevara bien con su ex, todavía más.
—Me parece extraño escuchar las palabras «exmarido » y «apoyo» en la misma frase.
—Estamos en el siglo XXI —afirmó ella mientras enfilaba por el pasillo.
Cutter la siguió.
—No paras de decirme eso.
—Nuestro matrimonio fracasó —continuó Jessica—. Pero nuestra amistad no, y se lo debía.
¿Debérselo?
En el mundo de Cutter, los padres divorciados hablaban mal el uno del otro y no se hablaban entre ellos, lo que había obligado al pequeño Cutter de cinco años a transmitir los mensajes entre ellos. No eran capaces de mantener una conversación. Por lo que él sabía, sus padres estuvieron locamente enamorados hasta que su madre se quedó embarazada de Cutter y tuvieron que casarse. Según su madre, durante los cuatros años de matrimonio no vivieron ni un momento feliz.
¿Quién quería ser así de desgraciado?
Cutter alzó una ceja con gesto interesado.
—¿Por qué te sientes obligada hacia tu ex? ¿Le trataste como a una basura durante vuestro matrimonio?
Jessica le lanzó una mirada fulminante.
—Se lo debo porque me ayudó a arrancar mi negocio de citas por Internet tras nuestro divorcio.
Cutter se detuvo mientras ella seguía avanzando por el pasillo.
—¿Tu exmarido te ayudó a poner en marcha un negocio en el que otras personas encuentran el amor? —le resultaba difícil entender que una mujer tan segura de la existencia de los finales felices formara parte de la liga de los divorciados. Pero la profesión que había escogido le resultaba todavía más irónica—. ¿Un matrimonio fracasado no te descalifica para ejercer tu trabajo?
Jessica se detuvo y se giró para mirarle con el ceño fruncido.
—Un divorcio no te descalifica en nada —aseguró con voz firme.
Cutter se acercó un poco más con gesto desconcertado.
—¿No te basta con haber arruinado tu vida, también quieres estropear la de los demás?
Jessica se mordió el labio inferior. Cutter estaba seguro de que lo hizo para no soltar una impertinencia.
—Cuando dos personas son compatibles, su vida no tiene por qué estropearse —entró en una salita decorada de manera muy femenina, en tonos malvas y cremas—. Y a pesar de mi divorcio, sigo creyendo en las relaciones románticas.
Cutter entró tras ella y dejó escapar un resoplido burlón.
—Yo no estoy divorciado, pero sé que esas relaciones son una farsa.
Jessica rodeó el escritorio adornado con un jarrón de coloridos lirios amarillos y tomó asiento frente al ordenador mirándole de reojo. Cuando habló lo hizo con tono algo preocupado.
—No saquemos a relucir tus poco entusiastas puntos de vista cuando hables de tu cita ideal por Internet —dijo.
Daba la impresión de que le consideraba una causa perdida. Y sí, era de los que habían visto la luz mucho tiempo atrás.
—Mis puntos de vista no son poco entusiastas, son realistas —y cuanto antes empezaran, antes podría poner fin a aquel falso coqueteo cibernético—. De acuerdo, ¿por dónde empezamos?
—Haciéndole una pregunta a las candidatas. Algo para iniciar la conversación.
—Algo sobre ligar, ¿verdad? —se acercó a ella por detrás y frunció el ceño al ver la pantalla del ordenador. Se sentía un estúpido por tomar parte de aquello—. ¿Qué te parece preguntarles sobre cuál sería su lugar favorito para una cita?
Jessica se cruzó de brazos.
—Necesitas algo más abierto. Contestarán que la playa o un restaurante y la conversación morirá ahí.
—Al menos yo terminaría por esta noche y tú tendrías tiempo para tomar una copa antes de cenar.
Jessica le miró con sus ojos de cervatillo dándole a entender que se perdería la cena antes de dejar las cosas a medias.
Su ex debía de ser un tipo increíble.
Cutter exhaló un suspiro resignado y se sentó en el escritorio.
—De acuerdo, ¿y si les pregunto sobre las peores citas que han tenido?
—Tendríamos el mismo problema. Eso implicaría respuestas individuales, y lo que buscas es un debate interactivo —Jessica sonrió—. Por no mencionar que es una manera negativa de empezar.
Cutter se la quedó mirando.
—¿Quieres decir que no solo tengo que participar en este debate, sino que además tengo que ser optimista al respecto? —no sabía cómo hacer algo así desde que su padre se marchó para siempre y su madre le culpó por ello.
—Regla número uno de una primera cita —dijo Jessica con una sonrisa tranquilizadora.
Pero Cutter tenía la sensación de que la estaba empastando. En cierto modo, eso la hacía más intrigante todavía.
—A nadie le gustan los llorones.
No sabía por qué, pero le resultaba divertida.
—Creía que era no comer ajo y llevar ropa cómoda.
—La ropa es una declaración de intenciones. Un reflejo de ti mismo.
—Cierto —aseguró él—. Se puede saber mucho de una mujer por la ropa interior que lleva.
Jessica alzó una ceja y habló con tono paciente.
—Para cuando llegues a la ropa interior ya deberías saber bastante de ella.
Cutter negó con la cabeza.
—A ti te gustan los tonos pastel. El encaje. Nada de tangas. Nada transparente. Ropa interior práctica y al mismo tiempo bonita.
A Jessica se le sonrojaron las mejillas, pero su tono resultó desafiante.
—¿Has pensado ya en una pregunta para tus candidatas?
Cutter se pasó la mano por la barbilla, disfrutando con su sonrojo.
—Entonces, ¿el tema de la lencería queda descartado?
La respuesta de Jessica fue entornar ligeramente los ojos y componer una mueca de paciencia que le resultó adorable. Cutter se dio cuenta entonces de que ya no estaba de mal humor. Maldición, ¿cuándo había empezado a divertirse? ¿Y cómo era posible que alguien tan ridículamente optimista respecto a las relaciones le sacara de su estado malhumorado con sus radicales puntos de vista sobre el amor? Apartó los ojos de los suyos y trató de concentrarse en la tarea que tenía por delante.
La mayor broma de Cupido era torturar a los hombres con la regla de los opuestos que se atraían.
Aquella idea le inspiró.
—¿Y qué te parece hablar de qué provoca la chispa entre dos personas?
Supo que había triunfado por el brillo de sus ojos. Y la admiración que mostró su expresión hizo que la espera hubiera valido la pena.
—Perfecto —dijo Jessica con una sonrisa.
Se giró hacia el ordenador y tecleó. Unos instantes más tarde alzó la mirada y clavó en él sus ojos exóticos.
—Poción de Amor Número Nueve dice que la respuesta es la química. ¿Qué quieres contestarle?
Cutter no tenía ni idea, estaba cautivado por su hechizo.
—¿Dónde están las pociones de amor del uno al ocho?
—No puedes mofarte de su seudónimo.
—¿Es la regla número dos de la primera cita?
—No —respondió ella con ironía—. Va implícita con la primera, la de los llorones negativos.
Cutter hizo un esfuerzo por no sonreír.
—Seguro que tienes un montón de normas para una cita —apartó la mirada de sus ojos marrones para clavarlos en el monitor—. Pregúntale qué entiende por química.
Cuando Jessica tecleó la pregunta, la respuesta de otra candidata hizo su aparición en la pantalla. Cutter se inclinó hacia delante para leerla.
—Juanita Calamidad dice que la chispa nace de una atracción sexual.
Eso era obvio. Volvió a mirar a Jessica, y su dulce aroma le envolvió. No solo era guapa, sino también sensual y segura de sí misma.
¿Cómo era posible que se sintiera tan atraído por una ferviente gurú de las relaciones amorosas? La sangre le bulló con fuerza en las venas, perturbándole con su intensidad.
—Yo diría que Juanita está en lo cierto —murmuró—. No hay nada de qué discutir. Diré que estoy de acuerdo con ella.
Jessica abrió los ojos de par en par.
—No puedes hacer eso.
—¿Por qué no?
—En primer lugar, si le das la razón, no hay discusión. Y sin debate es aburrido. En segundo lugar, la chispa no se define únicamente por la atracción sexual. Lo físico es solo una pequeña parte. La química es una conexión basada en intereses compartidos.
Cutter alzó una ceja.
—A menos que estemos hablando de compartir el interés por el cuerpo del otro, no es eso a lo que se refiere Juanita Calamidad.
Jessica curvó los labios hacia abajo.
—Juanita se equivoca.
Cutter la miró y sintió un gran deseo de sonreír.
—¿Quién está siendo negativa ahora? —desde aquel ángulo veía una apertura de su blusa que dejaba entrever la curva de sus senos cubiertos por un sujetador de encaje.
Solo se había equivocado en una cosa: era color lavanda.
La señorita Rayo de Sol llevaba puesto un cliché.
Sintió una oleada de satisfacción. Había cambiado de opinión. Ver su día interrumpido y sufrir la persecución de aquel periodista habían valido la pena por disfrutar de su compañía.
—Volviendo a Juanita —dijo Jessica—, ¿por qué no empezamos respondiendo que la atracción sexual es importante? —le miró—. ¿Qué podríamos añadir? —se preguntó pensativa.
Unos ojos capaces de hacer que un hombre se convirtiera en cavernícola.
Cutter la miró y sonrió levemente.
—¿Qué te parece «también me gustan las mujeres que me desafían»?
Su sonrisa fue como un bálsamo en una quemadura.
—Eso está mejor.
Sí. Mucho mejor. Cutter sonrió todavía más.
—Ah, y dile también que me gusta la ropa interior de encaje en tono lavanda.
UN desastre.
La gala benéfica de la Fundación Brice iba a ser un enorme desastre y todo era culpa suya.
Jessica se detuvo en el semáforo en rojo y consultó el reloj. Solo tenía diez minutos para llegar a la cena. La última hora había sido larga, frustrante e infinitamente esclarecedora. Le asombraba no haberse arrancado todos los pelos de la cabeza. Y por si la actitud de Cutter no hubiera sido suficiente por sí sola, le había mirado el escote. Como si fuera un adolescente impulsivo incapaz de controlar su testosterona. Desde su posición había sido inevitable que lo viera, pero mencionarlo no había sido muy galante.
La palabra «galante» no tenía cabida en el universo de Cutter Thompson.
Al principio no le había hecho ninguna gracia continuar tratando con Cutter durante su participación en aquella guerra de sexos. Ahora parecía que se trataba de una bendición disfrazada. Porque Cutter Thompson en un coche sin duda aceleraría el corazón de cualquier mujer.
Cutter Thompson en una entrevista televisiva era realmente eléctrico.
Pero Cutter Thompson ligando por Internet era un desastre. Cada vez que una candidata respondía, su respuesta automática habría asustado a la mitad de las participantes y también a buena parte de Miami. No se daba cuenta de que una respuesta llena de chulería podría provocar efectos desastrosos, sobre todo porque las palabras no se veían amortiguadas por una cara bonita, unos ojos verdes chispeantes de humor y un tono burlón.
Pensándolo ahora, tal vez debería haber pensado en las consecuencias de pedirle al antiguo número uno de las carreras que participara. Cuando se ofreció a hacer aquello por Steve lo hizo para ayudarle a conseguir un éxito, no para pasar vergüenza. Y Steve tenía razón. Tenía que habérselo pedido al violonchelista local que había ganado el concurso de música más importante de América el año anterior. Era demasiado blandito y excesivamente dulce, pero nadie se habría dado cuenta por Internet.
Ahora estaba atrapada con el Comodín, el maestro de los comentarios cortantes.
Jessica metió el coche en el aparcamiento del restaurante, apagó el motor y se quedó sentada tamborileando con los dedos sobre el volante. Faltaba un mes para la batalla de los sexos, y no quería estar constantemente pendiente de Cutter para evitar cada comentario inapropiado durante todo el concurso. Lo que significaba que el señor Cutter Thompson necesitaba una lección o dos sobre cómo comportarse por Internet. No se podía hacer nada por él en las relaciones personales cara a cara, pero, si pudiera lograr que superara la prueba de la estrategia publicitaria, el resto no importaba. Cuando hubiera terminado con él, podía insultar al Papa si quería.
Al día siguiente, cuando se encontraran para el segundo asalto, iba a revisar la etiqueta cibernética con él y las normas de comportamiento aceptables. Sin duda podría enseñarle algo a aquel hombre.
Y, si no podía, tendría que pasar todo el mes pegada a él, soportando que le lanzara alguna que otra mirada furtiva al escote. Y la idea no le resultaba en absoluta atractiva.
—Buen trabajo, Jessica —dijo Steve con voz acallada.
Con una mano en el volante, Jessica ajustó el auricular de su móvil y la voz de Steve se escuchó con perfecta claridad.
—El debut de Cutter Thompson anoche fue oro puro. ¿Trabajar con él resulta difícil, es una prima donna?
¿Prima donna? Jessica apretó con más fuerza el volante. Más bien era una mezcla entre una prima donna y un adolescente con las hormonas revolucionadas. Y exudaba una virilidad que le haría millonario si pudiera embotellarla y venderla. Y en cierto modo lo había hecho. Jessica había disfrutado aquella mañana del perverso placer de desayunar mirando a Cutter con su traje de piloto, los brazos cruzados y su media sonrisa plasmados en la caja de cereales. Por el amor de Dios, ¿por qué no podía limitarse a sonreír? Parecía como si supiera que aquel amago de sonrisa era más poderoso que la sonrisa completa de cualquier actor de Hollywood.
—Se ha mostrado un poco difícil. Pero estaba preparada —aseguró sintiéndose culpable por mentir.
¿Cómo podía nadie estar preparado para alguien como Cutter?
—¿Y cómo te fue la cena de anoche? —quiso saber Steve.
Jessica torció el gesto mientras enfilaba el coche hacia el barrio de Cutter.
—Desde luego no se parecía en nada al perfil que colgó en la página.
—Hay muchos tipos raros por ahí —dijo Steve preocupado—. Mantente alejada de los acosadores, ¿de acuerdo?
Jessica sonrió.
—Todavía no me ha tocado ninguno.
—Bien. Pero, si necesitas que contrate a alguien para que rompa algunas piernas, avísame.
—Eso es un buen amigo.
Steve se detuvo un instante antes de continuar.
—Solo quiero verte feliz, Jessica.
Ella se agarró con más fuerza al volante, se despidió y colgó.
Era feliz. Y algún día encontraría a alguien con quien compartir esa felicidad. Esa persona existía, podía sentirlo. El hombre perfecto para ella. Era como lo que les decía a sus clientes de Parejas Perfectas:
—Tenéis que estar abiertos al amor para encontrarlo. Y tenéis que estar dispuestos a trabajar duro antes y después de encontrarlo.
Steve era un gran tipo. Pero no era el tipo perfecto para ella.
Y ni todo el trabajo del mundo habría servido para arreglar una mala elección. La melancolía amenazó con apoderarse de ella, pero Jessica la apartó de sí.
Por el momento no importaba, en cualquier caso. Su vida, ocupada completamente por su trabajo, se había expandido desde que arrastró a Cutter a formar parte de la gala benéfica. Por el momento, las citas tendrían que esperar.
Y había aprendido mucho de sus errores. La próxima vez estaba segura de que le saldría bien. Aunque lo cierto era que siendo niña estaba convencida de que sus padres eran felices, y estaba completamente equivocada. Ignoró la punzada de dolor que sintió en el corazón.
Se detuvo frente a la moderna casa de tres pisos de Cutter, que quedaba oculta desde la calle por una jungla de árboles de plátano y refuerzos de bambú. Un jardín tan salvaje como su dueño. El garaje ocupaba toda la planta de abajo, y en la puerta había una nota que decía: Da la vuelta.
Tras rodear la casa, Jessica pasó por delante de una reluciente piscina azul y se dirigió hacia el jardín de atrás que terminaba en Bahía Biscayne. En la dársena había atracada una lancha rápida de aspecto potente. Cutter estaba en el muelle recogiendo un cabo con movimientos seguros y confiados.
Jessica cruzó hasta el final del muelle. El pelo de Cutter tenía reflejos dorados que brillaban bajo el sol. Presentaba un aspecto informal con unos pantalones cortos caqui y camiseta.
—Parece que te encuentras mejor —dijo ella.
—Estoy esperando a que me llegue una pieza del Barracuda, así que he pasado el día poniendo la lancha a punto. Pensé que podríamos dar una vuelta en ella y cortejar a mis candidatas al mismo tiempo —sus ojos verdes como el mar se deslizaron por el vestido estilo principesco color melocotón de Jessica y por sus sandalias de tacón—. Pero vas demasiado vestida.
—Igual que la sangre, la seda siempre está de moda.
A Cutter le brillaron los ojos cuando le tendió la mano.
—Entonces sube a bordo.
Cuando la ayudó a subir a la lancha, el roce de su piel le resultó más perturbador de lo que esperaba. Tal vez solo tuviera que acostumbrarse a la visión de sus piernas desnudas y fuertes.
—Qué lancha tan bonita —dijo soltando los dedos de los suyos.
—Es una de las embarcaciones más rápidas del vecindario. Tiene un motor de cuatrocientos treinta caballos.
Jessica se sentó en el banco de cuero que cruzaba la popa de lado a lado y apoyó los brazos en el respaldo. Aquella era una parte de Cutter Thompson con la que sí podía lidiar.
—Eso es porque tu vecindario está lleno de barcos lentos.
Desde el asiento del piloto, situado delante de ella, Cutter se giró para mirarla con la mano en la llave del motor.
—¿Estás diciendo que mi lancha es pequeña?
Ella sonrió y cruzó las piernas. Cutter defendía su barco como defendía su coche. Era esa clase de hombre.
—Te estoy diciendo que tu lancha es lenta.
—Cariño —Cutter puso el brazo en el respaldo del asiento—. Yo no tengo nada lento. Y eso incluye mi lancha.
—Yo he llevado lanchas más rápidas.
El rostro de Cutter exudaba incredulidad.
—¿Como por ejemplo?
—Una Mach SideWinder.