Citas peligrosas - Natalie Anderson - E-Book
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Citas peligrosas E-Book

Natalie Anderson

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Beschreibung

¿Rompería sus propias reglas? Nadia Keenan tenía unas reglas en su página web acerca de qué hacer y qué evitar en una primera cita, como ponerse guapa, no insinuarse hasta una segunda cita y, en caso de desconfiar del hombre, informar de ello en mujeralerta.com, por muy sexy que este fuera. Ethan Rush decidió poner sus reglas a prueba tras ser difamado en la página web de Nadia. Quería demostrarle que no era el tipo despreciable que describían en su blog. Pero Nadia no se dejaría convencer fácilmente. Y así comenzó la guerra de las citas.

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Seitenzahl: 169

Veröffentlichungsjahr: 2015

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2011 Natalie Anderson

© 2015 Harlequin Ibérica, S.A.

Citas peligrosas, n.º 2023 - febrero 2015

Título original: Dating and Other Dangers

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas propiedad de Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-687-5801-5

Editor responsable: Luis Pugni

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño

www.mtcolor.es

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Publicidad

Capítulo Uno

MujerAlerta:

¡No consientas que te usen de felpudo! ¿Estás harta de citas frustrantes? Consulta aquí la información acerca del hombre con el que vas a quedar, y no olvides repasar nuestros consejos para sobrevivir a la jungla de las citas.

 

MujerAlerta entrada#: ¡DonTresCitasySeAcabó!

 

CafeínaAdicta-publicado 15:49

Puede que Ethan Rush no salga con dos mujeres al mismo tiempo, pero acabará contigo con una táctica aún peor. Es sexy y lo sabe; y puede resultar encantador. Te llevará a un par de sitios lujosos, te encandilará y te proporcionará el mejor sexo que puedas imaginar. Pero casi de inmediato, te dirá adiós sin ningún tipo de explicación. Solo con una nota del tipo: «Ha sido divertido».

Para entonces, ya ha concertado la siguiente cita. No te esfuerces en atraparlo: tres citas y se acabó.

 

MinnieM-publicado 18:23

Yo también salí con él y tienes toda la razón. Te hace sentir maravillosamente y luego te deja echa un guiñapo. Es un manipulador.

Bella_262-publicado 21:38

A mí me llevó a un restaurante espectacular. Fue la noche más increíble de toda mi vida, pero para él… No sé, yo diría que solo le importa acumular conquistas. Me siento como una idiota.

 

CafeínaAdicta-publicado 07:31

Una vez consigue lo que quiere, desaparece. Te deja con la miel en la boca, y convencida de que hay tienes algo defectuoso.

 

MinnieM-publicado 09:46

Sigo sin saber por qué dejó de llamar. Pensaba que todo iba fenomenal y de pronto desapareció. Que me regalara flores no fue ningún consuelo.

 

CafeínaAdicta-publicado 10:22

¿A ti también te regaló flores? Estoy segura de que no somos las únicas. Pero tened claro que el problema lo tiene él, no nosotras. Hay que evitarlo como a la peste. ¡No dejéis que se salga con la suya!

 

Ethan sentía golpes de frío y de calor a medida que leía el enlaces que su hermana que le había mandado por correo, y que había abierto pensando que sería una broma.

Pero aquello no tenía nada de gracia.

Don Tres Citas y Se Acabó marcó un número de teléfono.

—Polly, te lo has inventado —dijo, en cuanto su hermana contestó.

—Desgraciadamente, no —dijo Polly.

—Eres la reina de Internet.

—Pero no uso a las mujeres —se defendió Polly.

—Ni yo las uso más que ellas a mí —tras una pausa, Ethan añadió—: Además, soy muy generoso —las llevaba a buenos restaurantes, se aseguraba de que lo pasaran bien.

—¿En qué sentido? —preguntó Polly—. Es verdad que no sales con ninguna mujer más de tres veces.

—¿Qué tiene eso de malo?

—Solo te interesa una cosa.

—No es verdad, ni siquiera me acuesto con todas —que le gustara la compañía de las mujeres no significaba que fuera promiscuo.

Ethan interpretó el silencio con el que Polly recibió sus palabras como un reproche. Indignado, volvió la mirada a los comentarios de algunas de sus citas.

—No puedes creerte todo lo que lees en Internet. ¿Dónde están las pruebas? —preguntó, irritado.

—Sé que lo de las flores es verdad.

Porque ella era la florista de cuyo negocio él era el mejor cliente.

—¿Y eso convierte todo lo demás en verdad?

Polly volvió a guardar silencio y Ethan se sintió herido.

—En cualquier caso, ¿quién abre una página web para que se desahoguen mujeres amargadas y retorcidas? —preguntó, indignado.

Quienquiera que fuera la mujer que la había diseñado, debía ser una bruja. Vistas las espantosas camisetas que vendía, estaba claro que quería obtener beneficios de mujeres vulnerables y vengativas.

—Olvídalo, Ethan. No debería habértelo mandado —Polly intentó cambiar de tema—. ¿Vendrás al bautizo? ¿Solo?

—Claro, así podré escoltar a mamá y protegerla de papá y de su última conquista.

Sin apartar la mirada del ordenador, Ethan leyó dos entradas más y sintió que le hervía la sangre.

—Esto es difamación. Puede que en Internet haya libertad de expresión, pero esto es injusto.

Además de peligroso. Un blog como aquel debía estar prohibido. Alguien tenía que hacer algo al respecto antes de que la vida y el trabajo de más de un hombre corriera peligro por culpa de su mala reputación online.

Ethan Rush jamás rechazaba un reto. Tendría que pasar a la acción.

 

 

Nadia miró la bandeja de entrada con los ojos enrojecidos. Había sido una estúpida quedándose hasta tarde para moderar el foro. Y peor aún había sido tener que abrir dos nuevas entradas a las tres de la madrugada. Su blog había crecido más de lo que había esperado, y aunque estaba encantada, se le hacía cada día más difícil el trabajo, y era este el que pagaba las facturas, además de proporcionarle el prestigio por el que tanto había luchado. Así que no podía permitirse cometer errores.

Cerró los ojos y tomó aire. Cuando estaba a punto de ir a la máquina para hacerse con una provisión de chucherías que le elevaran el nivel de azúcar, le sonó el teléfono.

—Nadia, hay un caballero en recepción que pregunta por ti —le informó Steffi, la recepcionista, en un tono inusualmente animado.

Nadia miró el calendario, pero no tenía apuntada ninguna cita.

—¿Seguro que es para mí?

—Sí. No le vale nadie más.

Nadia lo dudaba. Debía tratarse de alguien que aspiraba a un puesto en la aseguradora Hammond. Ella sabía bien lo difícil que era, puesto que había luchado como una gata salvaje para conseguir el trabajo.

—Es muy insistente. ¿Te lo mando?

—Está bien —accedió Nadia finalmente—. Mándalo a la sala número cinco. Dame tres minutos.

—Fenomenal —dijo Steffi como si le faltara el aliento.

—¿Stef, estás bien? —susurró Nadia, frunciendo el ceño.

—Sí, ¿por qué?

—Pareces agobiada.

—Qué va. Estoy perfectamente —dijo Steffi con una sonora carcajada.

Nadia colgó, convencida de que se trataba de un obstinado aspirante. Alegrándose de dejar el ordenador un rato, tomó una de las carpetas con información sobre las condiciones de empleo en la empresa antes de ir a la sala de reuniones.

Una vez se sentó, echó una ojeada a la documentación y se preparó para soltar el correspondiente discurso con una sonrisa de oreja a oreja acerca de las increíbles oportunidades que representaba trabajar en aquella prestigiosa compañía, a la vez que no daba demasiadas esperanzas al candidato. Hammond solo empleaba a los mejores, y el noventa y nueve por ciento de los que lo intentaban, fracasaban.

Alzó la mirada al tiempo que veía llegar a Steffi con una sonrisa tan luminosa que Nadia parpadeó. En tono animado, dijo a la persona que la seguía:

—Esta es la sala —y se echó a un lado.

Nadia vio al hombre en cuestión y tuvo que parpadear de nuevo. Varias veces. No tenía nada que ver con el joven graduado que esperaba. Siempre parecían listos y ansiosos por agradar, pero nunca presentaban aquella imagen de seguridad en sí mismos ni eran tan… adultos y masculinos. Con un traje cortado a medida y una sonrisa que se correspondía con su viril cuerpo, Nadia jamás había visto unas facciones tan perfectas en la vida real. No era de extrañar que Steffi se hubiera transformado en una abobada adolescente.

Nadia sintió que le faltaba aire y no consiguió sonreír o saludarlo. Pero la sonrisa del hombre desapareció en cuando Steffi se fue. Nadia sintió entonces un escalofrío y los sentidos se le aguzaron. Aquel hombre no estaba allí por un puesto de trabajo, y había algo en él bajo su inmaculada superficie que resultaba inquietante, algo que no estaba segura de querer identificar.

El hombre cerró la puerta cuidadosamente, sin dejar de mirar a Nadia, y preguntó:

—¿Usted es Nadia Keenan?

—Así es. ¿Le sorprende? —contestó ella, al tiempo que señalaba una silla frente a ella. Normalmente se ponía en pie, pero temía que le fallaran las piernas.

Nadia desvió la mirada a la pared opuesta y se concentró en bajar las pulsaciones. Dos de las paredes eran ventanales; y la tercera, que daba al pasillo, estaba acristalada, de manera que cualquiera que pasara podía verlos. No tenía sentido que se sintiera aislada, o que tuviera la impresión de que en la sala faltaba oxígeno, como no había justificación para los escalofríos que la recorrían. Y no precisamente de miedo. Tomó aire de nuevo.

—¿En qué puedo…?

—¿Cuál es la política de Hammond en relación al uso de Internet? —interrumpió él.

Nadia apretó los labios y deslizó a un lado la carpeta a la vez que intentaba poner en orden su mente.

—Supongo que es bastante conservadora —continuó él, sin esperar a que contestara—. Hammond lo es.

—¿Cuál es el objeto de su pregunta, señor…? —preguntó Nadia, evitando mirarlo.

—Rush. Ethan Rush —dijo él con si fuera el mismo James Bond—. ¿Reconoce mi nombre?

—¿Debería?

—Yo diría que sí.

Nadia no era capaz de pensar. Apenas podía respirar.

—Lo siento, señor Rush, pero va a tener que ser más claro.

—Pensaba que la habían puesto sobre aviso.

—¿Eso cree? —desconcertada, Nadia alzó la mirada y vio en los ojos marrones de Rush un destello de dureza.

—Sí, en MujerAlerta. ¿Conoce ese blog, Nadia?

Nadia lo miró boquiabierta al tiempo que se le ponía la carne de gallina y cada célula de su cuerpo sufría una descarga de adrenalina. Dejó pasar un segundo y tomó la decisión de fingir que no sabía de qué hablaba. Si era necesario, lo negaría todo.

—¿Quería algo de mí, señor Rush?

—Sí, quería conocer la normativa de Hammond respecto al uso de Internet, y por lo visto, usted es la experta dentro del departamento de Recursos Humanos.

Aunque no se había movido, Rush pareció agrandarse y llenar la habitación con su apabullante energía.

—Dígame —añadió con sarcasmo—, ¿sabe su jefe que tiene el blog más malintencionado y difamatorio de la Red?

Nadia sintió la garganta atenazada.

—¿Qué cree que pasaría si sus jefes supieran de su afición? Dudo que le hiciera ningún bien, y más teniendo en cuenta que es la persona encargada de instruir a los empleados sobre el protocolo a seguir en Internet. No creo que sea la persona apropiada para dar consejos.

Nadia apretó los dientes, irritada con la calificación de «afición».

Rush sacó un papel del bolsillo y lo colocó sobre la mesa. Nadia miró de reojo el encabezamiento y alzó la mirada hacia él. No necesitaba leer más porque lo había escrito ella misma. Era el memorándum interno sobre acceso a Internet y el uso de los ordenadores, en el que se especificaba que tanto las redes sociales como los foros estaban prohibidos. Nadia había actualizado el borrador, que había sido aprobado por el departamento legal y sus supervisores.

—¿De dónde ha sacado eso?

¿Y cómo demonios había dado con ella?

—Resulta contradictorio que dé seminarios a sus empleados para que protejan su identidad y su reputación en la Red cuando en el ciberespacio es usted tan viperina.

—¿Qué es exactamente lo que quiere, señor Rush? —preguntó Nadia, con todos los músculos en tensión.

Habría querido huir, pero necesitaba saber qué era lo que aquel hombre pretendía. Así que, a pesar de que el corazón le latía acelerado, se obligó a calmarse. Jamás había utilizado a Hammond en sus foros ni pensaba hacerlo. Su trabajo le importaba demasiado.

—¿Usted qué cree, Nadia? ¿Qué puedo querer?

Nadia se encogió de hombros.

—No tengo ni idea. A no ser que quiera un empleo en Hammond, no tenemos nada de qué hablar.

Rush la observó, sonriendo. Apoyado en el respaldo, parecía a sus anchas. Y estaba espectacular con su arrogante y varonil actitud.

Nadia conocía bien ese tipo, y por eso mismo alertaba a las mujeres para que los evitaran. Demasiado guapo para su propio bien, un playboy caprichoso que probablemente salía con varias mujeres a la vez. Y estaba molesto. ¡Pobrecito!

Clavaba una mirada de fuego en ella, retándola a contestar. Pero Nadia no estaba dispuesta a dejarse avasallar.

—Puede que sea el doble que yo, pero no me intimida, así que puede llevarse su actitud amenazadora a otra parte.

—¿Amenazadora? —Rush dejó escapar una carcajada que cargó el aire de tensión—. No estoy aquí para amenazar, Nadia, sino para arrancarle una promesa.

Nadia se humedeció los resecos labios.

—Las entradas sobre mí son difamatorias —dijo él bruscamente.

—Ya sabe que la mejor defensa contra la difamación es la verdad —dijo Nadia con una sonrisa forzada.

—Así es.

—¿Quiere decir que nada de lo que está escrito es verdad?

—Exactamente.

—Demuéstrelo —dijo Nadia, encogiéndose de hombros.

—¿No debería ser al revés, Nadia? En un sistema libre y legal una persona es inocente hasta que no se demuestre lo contrario. Pero en el mundo que usted ha creado, es culpable hasta que se demuestre inocente. ¿Le parece lógico?

Nadia lo miró con fingida inocencia.

—Los hombres que se mencionan en mi blog son culpables.

—¿No cree que puede dar lugar a abusos? ¿No cree que una mujer pueda utilizarlo con deseos de venganza?

—¿Una mujer con deseos de venganza? Hombres como usted han creado ese estereotipo.

—¿Así que usted no es una mujer herida que busca retribución? ¿Por eso tiene ese blog?

Nadia se enfureció.

—Lo tengo para proporcionar información.

—¿Porque todos los hombres son unos bastardos?

—Información sobre cómo relacionarse con hombres en el mundo moderno —apuntó Nadia.

Pero aquella conversación no llevaría a nada. Él nunca lo comprendería. Era obvio que se sentía herido en su inflado ego.

—No tengo por qué justificarme ante usted.

—Se equivoca —Rush se inclinó hacia adelante—. Va a tener que justificar sus acciones ante muchas personas. ¿Por qué se esconde tras el anonimato? Sus jefes no saben lo que hace.

Nadia miró por la ventana. Claro que no lo sabían y, de averiguarlo, podría perder su trabajo.

—No engaño a nadie —dijo con firmeza—. Así que, ¿me quiere explicar qué hacemos aquí? Es evidente que usted sí ha hecho daño a alguien.

—¿Y no tengo derecho a réplica?

—Puede escribir una reclamación. Solo tiene que registrarse.

—¿Con una identidad falsa? —Rush negó con la cabeza—. Usted es quien debe asumir la responsabilidad de la página que ha creado, y confirmar la veracidad de lo que se escribe en ella para evitar perjudicar a la gente.

—¿En qué se ha visto perjudicado?

—La reputación es un valor incuantificable.

Nadia lo sabía bien.

—Entonces, ¿qué es lo que quiere?

Rush se reclinó en el respaldo pausadamente y bajó la mirada, mientras Nadia tenía que concentrase en desviar la suya de sus sensuales labios.

—Está bien. Tendré que demostrarlo —dijo él finalmente, mirándola.

—¿Y cómo pretende hacerlo? —preguntó Nadia, sin comprender por qué la voz le salía en un susurro.

—Tres citas —dijo él en el mismo tono.

—¿Perdón?

—Vamos a concertar tres citas. Usted es juez, jurado y verdugo, así que deberá juzgarme por mis actos. Le demostraré que lo que pone en su blog es mentira.

Nadia dejó escapar una risa nerviosa.

—No pienso quedar con usted.

—Entonces tendrá que llamar a sus abogados —dijo él, mirándola fijamente—. ¿Tiene mucho dinero, Nadia? Supongo que no gana demasiado en su posición.

—Los usuarios de mi blog firman una cláusula de exención por la que estoy liberada de la responsabilidad de lo que escriben.

—¡Qué apropiado! Aunque no sé si sería aceptada en un juicio —Rush sonrió con suficiencia—. Además, el juicio sería largo y dudo que le convenga perder tantos días de trabajo. Todo el mundo se enteraría, sus colegas de trabajo, su familia… —entornó los ojos inquisitivamente—. Nadie lo sabe, ¿verdad? —y fue por la yugular—. Querida, va a necesitar un buen abogado.

—¿Está dispuesto a invertir tanto dinero en esto? —preguntó Nadia con un nudo en el estómago. No podía estar hablando en serio.

—Tengo la suerte de ser abogado y de poder representarme a mí mismo.

Por supuesto que era abogado. Tenía todas las peores características de su gremio. Pero, una vez más, Nadia se negó a ser intimidada.

—No voy a retirar los comentarios que le afectan. Es un caso de libertad de expresión.

—No quiero que las quite. Quiero que las niegue.

—Para eso tendrá que contactar con las mujeres que las han escrito.

—Las entradas son anónimas.

—¿Y son tantas que no consigue identificarlas? —preguntó Nadia con fingida sorpresa antes de pasar al ataque—. Sea sincero, lo que quiere es una entrada en la que digan lo fabuloso que es en la cama.

—¿Se ofrece a acostarse conmigo para poder dar los detalles usted misma?

Nadia sintió que le ardían las mejillas… y el resto del cuerpo.

—Yo no necesito su aprobación para saber lo bueno que soy en la cama, Nadia. Lo que quiero es que ponga una nota en la que explique que no todo lo que se escribe en la página es objetivo. Aunque preferiría que cancelara el blog.

—Eso no va a pasar.

—¿Tan importante es para usted ser una harpía?

—Si poner sobre aviso a las mujeres sobre hombres como usted me convierte en una harpía, sí.

—¿Y cómo sabe que lo que escriben es cierto?

—¿Por qué iban a mentir? Son mujeres que han sufrido.

—¿Como usted?

Nadia se quedó paralizada por una fracción de segundo.

—En mi caso, no es algo personal.

—¿A quién pretende engañar?

Nadia intentó pensar en una escapatoria, pero supo que estaba acorralada.

—Está bien. ¿Tres citas? De acuerdo. Pero pagamos a medias.

Rush hizo que se sobrecogía, pero no pudo ocultar el brillo triunfal de su mirada.

—¡Qué vulgar!

—No quiero deberle nada, señor Rush. Ni que crea que estoy en deuda con usted por haberme invitado a una cena.

—De hecho, espero mucho más que eso, Nadia —Rush sonrió—. Y llámame Ethan.

Nadia se puso en pie y fue hacia la puerta. Él la imitó y ella fue consciente de que la miraba de arriba abajo y calculaba la altura de sus tacones.

—Las cosas más peligrosas tiene proporciones pequeñas —dijo en tensión.

Ethan le dedicó una sonrisa paternalista.

—También las más valiosas —dijo con dulzura.

Nadia no lo acompañó a la salida. Tenía la sangre en ebullición. ¡Desde luego que Rush se merecía estar en MujerAlerta! Debía haber destrozado cientos de corazones sin ni siquiera darse cuenta.

Pero no tocaría el suyo. Nunca. De ninguna manera.

Capítulo Dos

MujerAlerta

 

Diez consejos básicos para sobrevivir en la jungla de las citas:

Lo que no debes hacer en la primera cita:

No bebas demasiado. El alcohol nubla la mente y tienes que poder tomar decisiones seguras y sensatas.

No seas abiertamente provocativa. Quieres una posible relación, no sexo de una noche.

No hables de tus exparejas, enfermedades o problemas de trabajo. Es deprimente.

No vayas al cine. Quieres conocer a la persona, no sentarte a su lado dos horas en silencio.

No estés ansiosa, relájate y sé tú misma.

 

Ethan, que leía el mensaje echado en el sofá, con el ordenador apoyado en el estómago, rio a carcajadas. ¡MaduraEscarmentada, el seudónimo de Nadia Keenan, tenía reglas estrictas! El blog estaba lleno de consejos y sugerencias, como si fuera una gran experta. Y Ethan lo dudaba.