Club de amigas - Robyn Carr - E-Book

Club de amigas E-Book

Robyn Carr

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Beschreibung

Marni McGuire, presentadora de un programa de televisión, era una mujer felizmente soltera y de éxito. Pero cuando Bella, su hija embarazada, insistió en encontrarle pareja, Marni empezó a plantearse qué quería de verdad. Unas citas desastrosas y unos encuentros inesperados encendieron en ella la posibilidad de que el amor pudiera estar a su alcance. Mientras, Ellen, amiga y compañera de trabajo de Marni, se había cerrado a las relaciones después de haber pasado años cuidando de su marido enfermo. Sin embargo, cuando descubre que su joven becaria está atrapada en una relación tóxica, se empeña en ayudarla, incluso a costa de tener que revelar un secreto que nunca ha compartido con nadie. Además, sabe que el matrimonio de Bella empieza a desmoronarse bajo el peso de una paternidad inminente, e intenta ser también un apoyo para ella en el terreno emocional. De pronto, estas amigas se ven en una encrucijada, cada una de ellas abordando los desafíos de las citas, el matrimonio, la soledad y el amor. Por suerte, se tienen las unas a las otras.

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Seitenzahl: 425

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Portadilla

Créditos

Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley.

Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra.

www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

www.harlequiniberica.com

 

© 2024, Robyn Carr

© 2025 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S. A.

Club de amigas, n.º 314 - abril 2025

Título original: The Friendship Club

Publicada originalmente por Mira Books, Ontario, Canadá

© De la tradución: Ester Mendía Picazo

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

Sin limitar los derechos exclusivos del autor y del editor, queda expresamente prohibido cualquier uso no autorizado de esta edición para entrenar a tecnologías de inteligencia artificial (IA) generativa.

® Harlequin, HQN y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Shutterstock.

 

I.S.B.N.: 9791370005146

 

Conversión a ebook: MT Color & Diseño, S.L.

 

Índice

 

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Capítulo 15

Capítulo 16

Capítulo 17

Capítulo 1

 

 

 

 

—Y… hemos terminado —dijo el director—. Creo que tenemos todo lo que necesito. Lo editaré y podrás revisarlo.

—Gracias, Kevin —dijo Marni—. Mi hermana y mi hija van a venir a tomar una copa de vino. ¿Te apetece tomarte algo con nosotras para celebrar el final de otra temporada?

—Gracias, pero voy cronometrado. Nuevo bebé en camino.

—¡Es verdad! ¿Cómo está Sonja?

—Enorme —dijo él riéndose—. Pero el bebé sigue creciendo. La matrona dice que aún le quedan unas semanas más. Sonja estuvo una hora llorando cuando lo oyó.

—Recuerdo esa sensación como si fuera ayer. Más te vale estar cerca de ella. Gracias por todo esta temporada. Creo que tenemos buen material.

Entonces Marni se giró hacia su becaria, Sophia Garner, y dijo:

—Pero tú te quedas, ¿no?

—No me lo perdería. Creo que va a ser una especie de reunión de asesoramiento.

—Ay, qué bien. Me encantan —dijo Marni con una pizca de pánico—. Si Ellen y tú recogéis, sacaré unos aperitivos.

Cómo no, Marni estaba preparada. Solo hacía falta un poco de elaboración y presentación. Marni Jean McGuire trabajaba todos los días y se tomaba muy pocos descansos de cocinar, escribir, estudiar, viajar y experimentar con recetas nuevas, aunque solo grababan los segmentos del programa sesenta días al año. Aun así, las grabaciones eran intensas. Dos veces al año grababan durante treinta días a lo largo de seis semanas, suficiente para dos temporadas. Era la presentadora de uno de los programas más famosos de la televisión por cable. Hoy era el último día de grabación y siempre lo celebraban.

La cocina de Marni era básicamente un plató; lo grababan todo en su casa en lugar de en un estudio. Sonrió al ver a su productora, Ellen, tan afanosa recogiendo y limpiando con Sophia. Ellen era una chef de verdad, pero no tenía ningún interés en estar delante de la cámara. Sophia, por su parte, adoraba la cámara y la cámara la adoraba a ella. Después de haber aparecido en pantalla accidentalmente unas cuantas veces, había conquistado a los telespectadores con su agudeza mental y su delicioso acento.

Marni cocina era muy popular, pero presentar un programa de televisión nunca había sido el objetivo de su vida. Ni mucho menos. Le había caído encima como un glorioso milagro. Cuando era una joven madre viuda y había hecho todo lo posible por sacarse un dólar y criar a su pequeña Bella. Había aceptado un empleo sirviendo muestras de comida para una cadena de supermercados. Con su niña en un portabebés a la espalda, se convirtió en toda una sensación. Vendía todas las existencias de su producto día tras día, probablemente porque Bella era muy graciosa y juguetona, y Marni, aunque no había tenido una vida fácil, era agradable y accesible. Casi inmediatamente después de haber empezado en ese trabajo, los compradores iban a buscarla y a charlar con ella. Le daban buenas valoraciones y les comentaban a los gerentes de las tiendas lo mucho que les gustaba.

En una ocasión cubrió el puesto de demostradora de productos para la misma cadena de supermercados y les mostró a los interesados clientes cómo picar verduras, espiralizarlas y cortarlas en rodajas y en tiras. De nuevo, Bella la acompañaba. Las guarderías eran carísimas. El sentido del humor de Marni y su facilidad para estar delante de una pequeña audiencia encandiló a la gente, incluyendo al productor de un canal de televisión. La contrataron para hacer un par de recetas semanales en un programa matutino local. Además, hizo demostraciones de cocina en ferias y exhibiciones, publicó un par de pequeños libros de recetas, ayudó en servicios de cáterin, empezó a escribir una breve columna de cocina para el periódico y sustituyó a algunos chefs cuando estos no estaban disponibles para acudir como invitados en distintos programas de cocina. Luego consiguió un trabajo a tiempo completo como chef en directo para un programa de cocina de la televisión por cable. En aquel momento tenía treinta y dos años. Su audiencia creció rápidamente y poco después ella contrató a Ellen, que era experta en el tema por derecho propio. El programa de Marni se vendió a un montón de cadenas afiliadas y su popularidad siguió creciendo. Sabía que debía su éxito tanto a Ellen como a su propio esfuerzo y trabajo. Ellen tenía un don para crear elaboraciones exquisitas, pero era tan introvertida que jamás había accedido a salir delante de la cámara con Marni.

En manos de Ellen, la comida se convertía en una pura y vívida maravilla, y con el tiempo ella se había convertido en productora asociada gracias a Marni. Ella sabía que tener a Ellen era todo un regalo y la cuidaba muy bien. Y, a su vez, Ellen sabía la gran oportunidad que tenía con Marni. Nadie más en el negocio le permitiría cocinar sin asumir responsabilidades de dirección y, aun así, le pagaría tan bien. Cada vez que la suerte de Marni mejoraba, Ellen salía beneficiada también.

 

 

Poco más de veinte años atrás, Marni había conocido a Jeff, un presentador de noticias de la cadena local afiliada. Desde la pérdida de su joven esposo cuando Bella solo tenía nueve meses, no había tenido esperanzas de volver a encontrar a un hombre con el que poder estar para siempre, pero el destino la había sorprendido al traerle a Jeff. El suyo era un amor fantástico, lleno de promesa y pasión. Habían sido un equipo desde el principio, ambos trabajando en la televisión y siendo muy visibles en la comunidad. Trabajaban juntos, apoyándose y alentándose. Jeff era un padrastro fantástico para Bella y con orgullo la había llevado hasta el altar seis años atrás.

Poco después, algo cambió. A Marni le preocupaba que una mujer con la que Jeff trabajaba tuviera dobles intenciones. Llevaba años al acecho, enviándole mensajes, pidiéndole consejo y diciendo a los cuatro vientos que era su amiga, su protegida y su apoyo constante. En muchas ocasiones Marni le había advertido a Jeff que tenía que tener cuidado y no darle coba a esa mujer, y él siempre había respondido que podía manejar la situación. Pero su comportamiento cambió y Marni empezó a sospechar. Los pilló enrollándose en el coche de Jeff, en el aparcamiento de un parque local ubicado bajo la sombra de las preciosas Sierras.

Al ser consciente de lo que estaba presenciando, condujo muy despacio hasta el coche y plantó las manos en su claxon. Ellos, espantados, se separaron del bote que pegaron. Fue divino.

En aquel momento supo que su matrimonio, del que tantísimo había disfrutado, estaba acabado. Sin duda, Jeff llevaba años mintiendo y llevando una doble vida. El dolor que le produjo fue atroz. Pero en el fondo sabía que Jeff y esa mujer tenían lo que se merecían: el uno al otro. Ninguno era sincero ni leal. Al instante supo que no estaría ni un segundo más con un hombre capaz de mirarla a los ojos y engañarla. Le dijo que se fuera. Él no discutió ni intentó salvar el matrimonio, pero sí que contrató a un buen abogado y luchó por un sustancioso acuerdo. En aquella época ambos tenían unas carreras sólidas, pero Marni le sacaba ventaja y Jeff buscaba llevarse un buen pellizco de ese éxito; de hecho, se atribuía el mérito por haberle dado tantos consejos maravillosos. Al menos, así lo veía él.

Ante la insistencia de Marni, llegaron a un acuerdo y se divorciaron rápidamente. Ella había dudado si debería pararse a reflexionar, tal vez probar con terapia matrimonial, pero su instinto le dijo que le pusiera fin enseguida. Y cuando él pidió un porcentaje de sus futuras ganancias, ella supo que no se había equivocado. Eso tenía que acabar lo más rápido posible. Le dio la mitad a pesar de que él no había ganado la mitad. Como no había niños menores ni negocios de por medio, Jeff no pudo sacar más. Marni le dio un cheque, le dijo adiós y salió huyendo de la quema. Descubrió que se puede correr a toda velocidad incluso con el corazón roto.

Tras un par de años odiándolo, las cosas se calmaron. Había entregado más dinero del que le parecía justo, y desde luego más del que Jeff se merecía, y eso la enfurecía, pero al menos, en su corazón, la relación estaba acabada. Y como el karma tenía muy mala leche, a Jeff lo bajaron de categoría en su trabajo mientras que la popularidad de ella se puso por las nubes.

Jeff había usado el dinero del acuerdo para abrir un restaurante con la esperanza de sacar provecho de la notoriedad de Marni como chef televisiva. Pero Gretchen, la otra mujer, era su socia en el negocio y Marni se negó a apoyar el restaurante. Mientras él estaba ocupado intentando aprovecharse de su éxito, ella se limitó a agachar la cabeza, trabajar mucho y hacerse más popular incluso.

Luego se produjo un cambio radical. Jeff no se había casado con Gretchen, pero se había gastado mucho dinero en ella y la pilló engañándolo. Al final, ella lo abandonó sin contemplaciones y lo dejó convertido en un hombre roto, mucho más pobre y con un restaurante en apuros. Por supuesto, él se plantó ante Marni arrepentidísimo, suplicándole que lo perdonara. ¡Diciéndole que dejarla marchar había sido el mayor error de su vida!

—De eso no hay ninguna duda —había dicho Ellen.

—A buenas horas —había dicho Bella, que estaba más enfadada que Marni, si cabía, por la traición de Jeff.

—Los hombres son tontísimos —había dicho Sophia al oír la historia.

Hacía tiempo que Marni había dejado de quejarse a sus amigas.

A Jeff le había dicho:

—Me has roto el corazón y has hecho añicos mi familia. No esperes compasión de mí.

—No lo entiendes, Marni. Creo que me ha utilizado y me ha puesto en tu contra cuando eres la única mujer que de verdad me ha querido.

—Ay, sí, creo que lo entiendo perfectamente —había dicho ella.

Esa historia era tan antigua como el tiempo. Jeff había sucumbido a los halagos y había estado pensando con la polla. Por muy arrepentido que estuviera, ella sería idiota si volvía a confiar en él. Y no era idiota.

Pero sí que había aplacado un poco su ira y ahora tenían una relación cordial. De vez en cuando Jeff la llamaba o le escribía o se pasaba a verla, pero los cerrojos de la casa llevaban tiempo cambiados. En el último par de años él le había propuesto salir a cenar y ella siempre lo había rechazado. Con gran torpeza, Jeff incluso le había sugerido que le cocinara algo.

—Una de tus recetas nuevas favoritas. Me encantaría.

—Ni lo sueñes —había respondido ella.

Marni oyó el lavavajillas ponerse en marcha y salió de sus pensamientos del pasado. Sacó los canapés de pesto del horno y la salsa de alcachofas de la nevera y oyó a Kevin marcharse.

La puerta volvió a abrirse.

—¿Mamá? —gritó Bella.

—¡Aquí! —dijo Marni—. ¿Cómo está el Bollito?

Bella estaba embarazada de cinco meses y preciosa. Había sido un embarazo muy difícil de lograr a base de carísimos procedimientos de fertilización in vitro.

—Un poco juguetón —dijo ella con una sonrisa de orgullo.

La puerta volvió a abrirse y Nettie, la hermana de Marni, accedió desde el garaje.

Marni llevó los aperitivos, la atracción principal, desde la isla de la cocina a la larga mesa de café rectangular del salón mientras Ellen llevaba una bandeja con copas de vino. Sophia las seguía con un gran cubo ovalado lleno de hielo y dos botellas de vino blanco abiertas. Volvió a por una botella de sidra espumosa sin alcohol, metida en un cubo de hielo sobre un trípode, para Bella, que no podía beber.

A Marni le encantó verlas entrar. Eran sus amigas, sus seres queridos. Ellen entraba en los sitios ágil y elegante, con su algo más de metro ochenta y actitud tímida. Llevaba el pelo, antes rubio y ahora canoso, en un sencillo corte estilo paje. Siempre agachaba la cabeza ligeramente y Marni no sabía si era porque su altura la hacía sentirse incómoda o por su timidez.

Nettie, diez años más joven que Marni y madre de dos niños, era profesora de Lengua Inglesa en la universidad de Reno.

Marni puso un par de bandejas más de aperitivos, Sophia colocó servilletas por todas partes, Ellen sacó una butaca para que Bella apoyara los pies y todas se acomodaron. Primero hubo un brindis.

—Por una buena temporada, creo —dijo Marni—. Una de las mejores. Mañana duermo hasta tarde.

Brindaron, llenaron los platitos y desdoblaron las servilletas. Y Marni miró a su alrededor envuelta en una reconfortante satisfacción. Ese era su lugar feliz. Ese salón con sus mejores amigas y su familia. Y fuera, a través de las puertas del patio y reflejadas en la piscina infinita del jardín trasero, se veían las montañas de Sierra Nevada, aún cubiertas de nieve a pesar de que era mayo. Todas vivían en Breckenridge, Nevada, un pintoresco pueblecito enclavado en la base de la cordillera, justo al sur de Reno y del lago Tahoe. Había una carretera serpenteante, que, sin ser exactamente un secreto, era poco conocida, recorría las montañas en zigzag y bajaba hasta el lago Tahoe. Los que habían crecido en Breckenridge la conocían bien.

Era un pueblo dedicado a la agricultura y al esquí, con las montañas muy cerca y precioso, con unas lujosas vistas de la naturaleza en todo su esplendor. Para Marni era parecido a Austria.

Marni había supervisado cada aspecto de la construcción de esa casa, que tenía la cocina como punto focal. Jeff y ella habían estado casados en aquel momento, pero, aunque él había colaborado dando consejos y ayudándola a supervisar la obra, la casa era de ella. Fue ella quien aprobó los planos y la convirtió en parte de su negocio. Y le encantaba. Sabiendo que la casa saldría en pantalla, la había decorado de una forma preciosa, con tonos beis, marrón, rosa y malva. La redecoraban casi anualmente por la misma razón: actualizarla para los telespectadores. Pero para Marni lo más importante era que la casa fuera como un abrazo para ella, que la hiciera sentirse segura y protegida.

Cuando Jeff se fue, ella enseguida llenó el vacío que había dejado.

Lo de llenar el vacío que le había dejado en el corazón había llevado más tiempo. Aunque había dejado de quererlo y había dejado de odiarlo, ahí seguía habiendo un agujero. Uno negro y frío que con frecuencia le recordaba que no tenía talento para el amor.

—Pues resulta que Nettie, Sophia y yo hemos estado hablando sobre que… —dijo Bella.

Al instante Marni pensó que de ahí no podía salir nada bueno.

—… llevas sola demasiado tiempo —continuó Bella— y deberías empezar a salir con gente.

—Seguro que lo hacéis con buena intención, pero no tengo ningún interés en volver a casarme —dijo Marni.

—¿Quién ha dicho nada de casarse? —contestó Bella—. No es que vayas a ponerte a formar una familia, pero ¿no estaría bien tener un novio? ¿Un compañero? Al menos deberías echar un vistazo. Solo tienes cincuenta y siete años. ¡Te quedan años de diversión por delante! ¿No quieres tener a alguien con quien disfrutarla?

—Bella, eso no se me ha pasado por la cabeza en ningún momento —dijo Marni. Y lo dijo con un tono bastante hastiado—. He estado casada dos veces, pero me he pasado sola gran parte de mi vida adulta. A lo mejor no estoy destinada a tener pareja.

—Pero sí que estás destinada a ser una empresaria de éxito —dijo Ellen con tono suave pero ferviente. Dio un trago de vino—. Y a tener unas amigas maravillosas.

—Estoy bastante feliz con mi vida —dijo Marni.

—No has estado casada tanto tiempo —dijo Bella—. ¿Con mi padre cuánto? ¿Dos años? ¿Y con Jeff? ¿Quince o así? A lo mejor es hora de tener otro tipo de relaciones. No tienes por qué casarte, pero ¿no estaría bien tener a alguien que esté deseando verte para cenar juntos? ¿O con quien viajar de vez en cuando? ¿O simplemente con quien poder hablar?

—Tengo mucha gente con la que poder hablar —dijo Marni.

—¿O con quien echar un polvo? —señaló Sophia.

Todas se rieron.

—Ni se me ha pasado por la cabeza —dijo Marni. Pero era mentira. Era prácticamente lo único que se le pasaba por la cabeza en lo que respectaba a los hombres, pero parecía que los riesgos superaban con creces los beneficios. Luego tocaría hacer malabares con las emociones para decidir si valía la pena arriesgarse. Y, una vez cruzabas esa línea, venía demasiada introspección para decidir si el hombre en cuestión te gustaba lo suficiente como para tener que preocuparte por pequeñas cosas como el orden y la pulcritud. O grandes cosas como la fidelidad. ¿Y qué pasaba con lo de la posibilidad de descubrir que tu dinero le gustaba más que tú? ¿Y lo de plantearte a la larga si tu corazón sería lo bastante fuerte para soportar descubrir que él había encontrado a alguien que le gustaba más? Alguien más joven, más guapa y más lista. Alguien que tuviera el poder de llevárselo, usarlo un tiempo, quedarse con su dinero, que resultaba que era el tuyo, y luego abandonarlo. Como Gretchen le había hecho a Jeff.

O tener que preocuparse por que él se enfadara mucho y… le pegara.

—Mamá, ¿no te sientes sola?

—Estoy demasiado ocupada para sentirme sola.

Pero ¡por supuesto que se sentía sola! Sería una maravilla tener a alguien ahí que te quisiera y respetara. Alguien cerca en quien poder confiar y con quien poder contar de verdad si lo necesitabas. Alguien a quien le gustaras de verdad tal como eras, alguien a quien le parecieras una monada por dormir con la boca abierta y soltar algún que otro sonido parecido al de una motosierra…

—No pasaría nada por echar un ojo —dijo Nettie.

—Venga, mamá. ¿Qué dices?

Marni soltó una risita.

—¡No sabría ni por dónde empezar!

—¡Pero me tienes a mí! ¡Y te he creado un perfil! Creo que deberíamos mirar algunas webs de citas.

—¿Deberíamos?

—Yo puedo ayudarte —dijo Bella—. Soy objetiva.

—Ay, Dios —gimoteó Marni.

—Vale, iré empezando.

—Nada de webs de citas…

—Pues preguntaré por ahí. A amigos de amigos. Mantendré los ojos bien abiertos. Solo nos interesa encontrar un compañero. Te prometo que no voy a organizarte una cita hasta que hayas tenido tiempo de mirarlo todo, pero es hora de al menos abrir un poquito esa puerta y ver si hay o no un hombre que quiera pasar tiempo contigo. Alguien con quien salir. ¿Vale?

—La verdad es que no me interesa. Tengo mi familia, a ti, a la tía Nettie y al Bollito. Y buenas amigas. Buenos compañeros de trabajo. Un trabajo muy exigente.

—No has mencionado a Jason —dijo Bella—. Tu yerno.

—No pretendía omitirlo. Pero, sí, por supuesto, también tengo a Jason, el mejor yerno que una mujer podría pedir.

—Creo que te has pasado con el sarcasmo, pero lo voy a dejar pasar porque últimamente no ha sido tan maravilloso. Está gruñón e insoportable. Bueno, voy a publicar tu perfil y a ver qué pescamos. Vale. Hecho.

—¿Nettie? —dijo Marni—. ¿Tú apoyas esto?

—No ha sido idea mía, pero admito que no me importaría verte en una relación feliz. Y tengo muchos amigos que han encontrado pareja en webs de citas.

—A ver, la cosa es así —dijo Marni—: a veces están muy felices y luego no duran. A veces se es más feliz siendo independiente, teniendo el amor y la lealtad de unas buenas amigas y de tu familia en lugar de arriesgándote a estar con un hombre que no cumple sus promesas. ¡No soy una infeliz!

—No estoy sugiriendo que necesites un hombre para encontrar la felicidad —dijo Nettie—. Eso sería una estupidez. Pero te diré una cosa: trabajas muchísimo y llevas años haciéndolo. Por suerte, te ha merecido la pena, pero me gustaría oírte reír más. Y ojalá los ojos te brillaran como antes. Como cuando te ilusionaban otras cosas además de tener más trabajo.

—¡Me encanta mi trabajo!

—Mucho trabajo y poca diversión…

«… te vuelven una aburrida», terminó Marni en su cabeza.

 

 

El nombre de Marni no era diminutivo de nada; era su nombre de pila. Se lo habían puesto por su abuela materna, a la que apenas había conocido. A su abuela la habían descrito como enérgica, inteligente, divertida y atrevida. La perdieron pronto, cuando la atropelló un tranvía en San Francisco. Dejó tres hijas mayores y una nieta. Nettie, su segunda nieta, nació siete años después de su muerte. Marni tenía tres años cuando murió y no recordaba a su abuela, pero había crecido oyendo historias sobre ella.

Marni creció en una sencilla casa en Reno junto a su madre, Celeste, y su padre, Ernie. Al tiempo sus dos tías, Ruth y Dahlia, se fueron a vivir con ellos. Ruth se había casado y divorciado dos veces mientras que Dahlia estaba casada y sin hijos cuando su marido, con el que llevaba diecisiete años, había caído muerto. Celeste había sido la pequeña y la que había tenido el matrimonio más duradero. Era una casa de mujeres y su padre había tenido muy poco que decir. Las mujeres, en cambio, rara vez se callaban. Ernie murió con cincuenta y siete años, un dato que a Marni solía pasársele por la cabeza porque ella ahora tenía esa misma edad. El médico de la familia había dicho que fue un fallo coronario, pero la tía Ruth decía que probablemente murió de desesperación. Precisamente por eso Marni se había sometido hacía poco a un chequeo cardíaco completo, que la había declarado sana y fuerte.

Marni y Nettie, diminutivo de Annette, recibieron muchas atenciones, pero en realidad no tuvieron un modelo masculino a seguir. Ernie fue todo lo que conocieron. Era mecánico de coches y había trabajado en el mismo taller durante años. Por mucho que se lavara las manos, siempre tenía aceite negro y suciedad bajo las uñas. Todos los días llevaba los mismos pantalones azules marinos y la camisa azul clara con su nombre bordado en el bolsillo izquierdo.

Fue un buen hombre. Amable y atento. Se preocupaba por la gente que tenía problemas. A veces arreglaba coches gratis, algo que sacaba a Celeste de sus casillas. Era posible que Marni hubiera aprendido esa buena voluntad de Ernie, pero su padre no le había enseñado a nadie cómo tener una relación marital de éxito.

Y de ahí la breve e infeliz relación de Marni con su novio del instituto, Rick. Dudaba que Bella pudiera sacar algo bueno si conociera la verdad. Y la verdad era que Marni se había muerto de amor por él desde los diecisiete años y él se había vuelto agresivo. La buena noticia era que Rick se había alistado en el ejército a los dieciocho años y desde aquel momento había pasado mucho tiempo fuera. La mala era que volvía mucho a casa. Se casaron cuando ella tenía diecinueve años y él veintiuno. Pensó en dejarlo a los veinte, pero entonces descubrió que estaba embarazada. Poco después de que Bella naciera, Rick murió en un accidente de tráfico. Había estado bebiendo y, gracias a Dios, había chocado contra un árbol y no contra otro vehículo. Nadie sabía que había sido un maltratador. De hecho, ni siquiera Marni lo había tenido claro hasta mucho después de su muerte. Ella cargaba con la vergüenza de ese secreto al igual que muchas mujeres maltratadas. Volvió a casa de su madre con Celeste, Nettie, la tía Ruth y la tía Dahlia. La gente solía decir lo fuerte que era por haber salido adelante con tanto optimismo y esperanza.

Por supuesto que fue optimista. Había días en los que incluso lo había echado de menos y se había preguntado si las cosas habrían mejorado con el tiempo, aunque su instinto más profundo le había dicho que eso era una quimera. Pero había sido feliz en general. El peligro había pasado. Y estaba volcada en Bella.

Cuando pasaron los años, Marni les contó lo de su marido a un par de amigas muy íntimas. Aunque sabía que el maltrato no era culpa suya, una pequeña parte de ella temía que la juzgaran. Así era la vergüenza secreta de una mujer maltratada. Decía que sus razones para no estar con un hombre eran su trabajo y su hija; que estaba demasiado ocupada y no quería poner en riesgo ni la estabilidad de Bella ni el crecimiento de su carrera.

Después de charlar un poco más y volver a brindar por otra buena temporada, Bella se preparó para marcharse.

—Hoy me toca hacer la cena a mí. Y echo mucho de menos el vino, así que me marcho antes de que abráis más. Cuando nazca el bebé, probablemente beberé directamente de la botella.

—Seguro que resulta una imagen muy atractiva —dijo Nettie—. Yo también tengo que irme. Hoy le toca hacer la cena a Marvin —añadió riéndose, porque casi siempre le tocaba hacer la cena a Marvin—. Salgo contigo.

Sophia recogió copas y platos y fue a la cocina, donde Ellen la interceptó y le quitó las copas.

—Yo me ocupo, Sophia. Tú puedes dar por acabada la jornada.

—¿Seguro? Porque mi coche hace ruidos desagradables y había pensado en llamar a un amigo al que le gusta trastear con motores.

—Desde luego, eso es una prioridad —dijo Marni—. Y si necesitas ayuda o que te lleve a algún sitio o algo…

—Gracias. Si necesito ayuda, mi padre saldrá pronto del trabajo y sabe lo de los ruidos. Puedo llamarlo si lo necesito. No le importará.

Marni recogió el resto de platos mientras Ellen seguía fregando.

—¿Te apetece una taza de té? —preguntó Marni cuando se quedaron solas.

—Mucho. Ha sido un día largo, qué bien que ha acabado.

Y mientras colocaba los platos para ponerlos a secar, añadió:

—He estado teniendo unos sueños maravillosos con platos principales gourmet de carne, como lomo de cerdo relleno y braciola de ternera.

—Cómo no —dijo Marni riéndose a la vez que sacaba tazas y bolsitas de té. Cuando la tetera silbó, los sirvió—. Vamos a sentarnos en el sofá. Pero no hablemos aún de recetas. Sé que tendrás una lista de sugerencias cuando yo esté preparada.

—Una lista estupenda.

—¿Qué te parece la idea esa de Bella? ¿Lo de las citas?

—Que mejor tú que yo. Pero lo que yo opine da igual. A mí eso no me interesa. Y tampoco creo que a tus ojos les falte brillo o que no sonrías lo suficiente.

—Sé sincera, ¿parezco infeliz? —preguntó Marni.

—Para nada. No creo que tengas que estar todo el rato dando brincos por ahí para demostrar que eres feliz. A veces la única prueba necesaria es que duermas bien y tengas buen apetito.

—No me importaría tener un hombre en mi vida —dijo Marni—, pero es que no dejo de preguntarme si merecerá la pena.

—Y esa es la cuestión. Ya sabes qué opino yo al respecto.

Ellen se había pasado la mayor parte de su vida adulta cuidando de un marido con una discapacidad grave. No se casó hasta los treinta y ocho, lo hizo con un hombre diez años mayor y, a los dos años, él sobrevivió a una aneurisma que lo dejó paralizado y con problemas mentales. Se pasó postrado en una silla de ruedas diecisiete años, muchos de los cuales estuvo en una residencia. Ellen nunca lo dijo, pero Marni imaginaba que su amiga recibió su muerte con cierto alivio, si no por ella, desde luego sí por él.

Ellen tenía familia, un par de hermanas y unos sobrinos ya mayores y con sus propios hijos. No estaba completamente sola.

—¿Te sientes sola alguna vez? —le preguntó.

—Nunca —respondió Ellen—. Nunca me ha importado estar sola. Solo hay una cosa que me produce un cierto pesar. Los nietos. Habría sido complicadísimo tener hijos, criarlos y hacer frente a la vez a los problemas de Ralph, aunque habría sido agradable tener nietos. Pero, bueno, tengo sobrinos…

—Nunca me has contado nada de esto, pero ¿tuviste romances en tu juventud? Lo mío ya lo sabes. Me enamoré en el instituto para terror de mi madre.

Ellen soltó una carcajada y dio un sorbo de té.

—Me pasé gran parte de mi vida sintiéndome completamente invisible. Era muy alta y desgarbada y nunca podía arreglarme el pelo. Mi madre me prohibía llevar maquillaje, pero mi secreto era que yo en realidad no quería. Con tal de no llamar la atención, era feliz.

—En el instituto tenía una amiga… Bueno, supongo que sigue siendo amiga aunque no tengamos relación. El caso es que era… es… preciosa y muy vanidosa. Decía que, si entraba en un sitio y toda la gente no se volvía para mirarla, entonces es que había hecho algo mal.

Ellen se rio con fuerza.

—Si una sola persona se volviera para mirarme cuando yo entro en un sitio, ¡me aseguraría de que no voy arrastrando papel del baño pegado al zapato!

Ellen dio un trago de té.

—¿Cómo fue estar enamoradísima perdida a los diecisiete años?

—No tan divertido como podrías pensar. Fue un poco como una intoxicación alimentaria. Era tan joven y tan tonta que, cuando me di cuenta de que había perdido mi identidad mientras estuve con Rick, ya llevaba varios años viuda. Rick era un controlador y tomaba todas nuestras decisiones. Discutíamos mucho. No habría durado. O, al menos, no debería haber durado.

—Nunca supe nada de eso —dijo Ellen.

—Bueno, está muerto. No gano nada hablando mal de él. Y, aunque sé que a lo mejor es una tontería, no querría decepcionar a Bella.

—Nunca has dicho nada…

—Pasó hace mucho tiempo y me temo que dejé que la gente pensara que fui una pobre chica recién casada que había perdido al amor de su vida. Suena muy romántico y nunca reconocí la joven idiota que fui. Algún día te lo contaré todo.

—Por eso estabas tan encima de Bella. La vigilabas como un halcón, ¡sobre todo cuando había chavales cerca!

—Lo intenté. Creo que hemos tenido suerte con Jason. Ahora lo que me preocupa es lo convencida que está de que tengo que salir con alguien.

—Mmm —dijo Ellen mientras bebía—. Conozco a Bella desde hace mucho tiempo y pocas veces he visto un brillo tan feroz en su mirada.

—Daba miedo —dijo Marni.

—Tengo la sensación de que te has aferrado a la idea de estar sola. Y sé que estás bien como estás, pero eres una persona sociable. Podrías abrir tu mente a la idea de que puede que haya alguien especial ahí fuera, para ti, con expectativas similares. Solo por ver qué pasa.

—¿Tú lo harías?

—Ni hablar. Yo no quiero a nadie en mi espacio. No quiero ningún consejo de un hombre presuntuoso. No hay nada que pueda ofrecerme un hombre que a mí no me sobre ya. Pero tú…

El pensamiento de Marni dio un giro. No se opondría a sentir la piel o el vello del torso de un hombre contra su cuerpo siempre que fuera un buen hombre que no le rompiera el corazón. Echaba mucho de menos tener a alguien con quien reírse. Y no es que no se riera con su hermana, su hija y sus amigas; se reían, y a veces como locas. Pero esas risas descontroladas bien entrada la noche, en la oscuridad… Esas las había disfrutado muy brevemente y mucho tiempo atrás. Pensó que sería maravilloso tener un hombre que se interesara por lo que ella hacía, al que le apasionara lo que ella hacía. Tener lo mismo que Ina Garten tenía en su marido, que aparecía en su programa con regularidad y expresaba su asombro ante sus estelares habilidades culinarias. No le importaría tener un hombre romántico con quien viajar, que quisiera hacer lo mismo que ella, como visitar granjas, viñedos, destilerías, misteriosas cocinas escondidas, pequeños restaurantes con comida rica.

«Esa persona no existe», se recordó rápidamente.

—Tendrás que afeitarte las piernas con frecuencia —dijo Ellen.

—He sido muy feliz sola —dijo Marni—. Y llevando pantalones largos o leggings.

—Yo lo que creo es que has estado muy bien sola, pero que nunca lo sabrás con seguridad a menos que abras tu corazón y tu mente a la idea de tener a una persona especial. Si estás cerrada… pues ya sabes.

—¿Crees que una persona se pone a canturrear «Venga, estoy abierta a la idea» y, ya está, el universo decide ayudarla?

—Claro —dijo Ellen antes de dar un sorbo de té—. Básicamente.

Capítulo 2

 

 

 

 

 

El sol aún estaba haciendo su perezoso descenso cuando Ellen se terminó el té y se marchó. Los días de mayo eran cada vez más largos y se estiraban para recibir al verano. En pueblecitos de montaña como Breckenridge aún hacía fresco por la noche. Marni encendió el brasero de gas del patio trasero, dejó descorridas las puertas de cristal y volvió a la cocina. No tenía hambre, ni siquiera un poco, pero sacó cebolla y ajo y empezó a cortar y picar en la isla de la cocina. Vertió caldo de pollo en una olla, lo puso a hervir y añadió unos linguini. Por lo que tenía en el puño, sabía que era la cantidad correcta de pasta. Lavó unos champiñones y unas hojas de espinaca.

Pensó en la sugerencia de Bella y en su conversación. En la idea de salir con alguien. Y, la verdad, sonaba fatal.

Metió unas pechugas de pollo en el horno y, mientras se cocinaban, cortó los champiñones en rodajas. Iba a darle su toque particular al pollo a la florentina. Para cuando escurrió la pasta, reservando el caldo, el pollo estaba casi listo para despedazarlo. Lo dejó enfriar y luego, con dos tenedores, lo desmenuzó. Añadió los champiñones y las espinacas al ajo y la cebolla, incorporó la pasta, el pollo, el caldo espesado con un poco de harina, medio tarro de queso crema y un poco de pimienta negra. El aroma y la textura, tan cremosos y suaves, la relajaron. Había mujeres que se servían una copa de vino para relajarse después de un día largo, pero Marni preparaba comida, incluso aunque no tuviera hambre.

Aun así, sí que se echó una pequeña ración en un plato y lo probó. Luego añadió aceitunas negras en rodajas.

Se había entrenado a sí misma para ser catadora más que una gran comedora. Tenía mucho peligro pasarte la vida en la cocina y enamorarte de cada creación. Mientras que la mayoría de las mujeres que vigilaban su figura podían darse un margen de dos kilos y pico, Marni a veces se pasaba cinco o siete, en cuyo punto tenía que ponerse a contar las calorías y los bocados diligentemente. De no trabajar en televisión, tal vez ni se molestaría.

El timbre sonó sobresaltándola. Miró el reloj. Eran las nueve y cuarto. Cualquiera que la conociera sabía que, con mucha frecuencia, estaba en su dormitorio a las ocho y media. Si estaba en casa y no viajando, claro. Había ocasiones en las que tenía que salir: reuniones de negocios, cenas, recaudaciones de fondos, asuntos de la comunidad. Ser una personalidad de la televisión local requería muchas apariciones fuera de la jornada laboral.

Entró en la aplicación del teléfono que mostraba sus cámaras de seguridad y ahí, en la puerta principal, vio a Jeff, su exmarido. Tenía una botella de champán y flores. Ella respiró hondo para intentar calmarse. Últimamente había estado dándole largas, esquivando sus llamadas, evitando sus intentos de ir a visitarla. Estaba claro que estaba decidido a verla por algún motivo.

Lo que también captó en ese segundo fue su atractivo. Sí, desde luego era guapísimo. Tenía lo que llamaban «planta para la televisión». Además, era encantador, sexi y divertido, que era el punto débil de Marni. Podía hacerla reír incluso cuando estaban en plena batalla.

Resentida con los atributos de Jeff, abrió la puerta.

—Imagino que estoy a punto de descubrir qué quieres.

—Quiero felicitarte —dijo él entregándole las flores—. ¿No acabas de terminar de grabar la temporada?

—¿Y si no hubiéramos terminado? —preguntó ella, aunque aceptó las flores de todos modos.

—Conociéndote, lo dudo. Pero si no hubierais terminado, entonces esto sería incluso más necesario —dijo él levantando el champán. Olisqueó el aire—. Debe de haber sido una buena grabación. Aquí huele de maravilla.

—Es por el ajo.

—¿Qué le has puesto alrededor? —preguntó él esperanzado.

—Pollo a la florentina. Más o menos.

—No me muero de hambre, pero podría probarlo y darte mi opinión. Ya sé que estará fantástico, pero solo por si acaso…

—Vale, pasa. Te daré un poco. No es de la grabación. Eso ha ido al congelador.

Se giró y lo dejó seguirla.

—La casa está genial. La has remodelado.

—Siempre la actualizo un poco antes de una grabación. Aunque la cocina sea el foco central, a los telespectadores siempre les gustan las pequeñas excursiones por la casa y el jardín, y se fijan en las mejoras. Nos lo dicen constantemente. Y los responsables de las redes sociales publican todas las fotos nuevas en Instagram y cosas así. La gente suele pedir recomendaciones.

Le acercó un plato de pasta.

—Es otra fuente de ingresos —dijo él sonriendo con aire de suficiencia— eso de meter artículos y productos en el plató que luego la gente compra. Son unas oportunidades de publicidad increíbles.

—Lo sé —respondió ella, aunque no dijo más al respecto. Llevaba años haciéndolo, pero con sutileza. Un centro de flores preparado especialmente para su plató, un mueble, un artículo de decoración, un accesorio para la cocina. Ella no hacía anuncios, pero si el artículo se veía y los telespectadores preguntaban, se les daba el nombre de la marca y la tienda. En algunas ocasiones llegaba a decir algo como «Esta es una herramienta útil», y ahí lo dejaba. Los distribuidores pagaban por ese privilegio.

—Me has llamado varias veces. ¿Qué pasa?

Él masticó, saboreó con los ojos cerrados y tragó.

—Está increíble, ¡cómo no! Solo quería ver cómo estabas. ¿Y cómo está Bella?

—Nunca la he visto tan feliz y tan sana. Y yo estoy bien.

—Las audiencias del programa son altas. Cada vez mejores.

—La pandemia no nos ha afectado. Estuve en el lugar adecuado en el momento adecuado. La gente estaba obligada a quedarse en casa y buscaba algo que ver en la tele. Otras cadenas nos compraron el programa y teníamos muchos episodios que ya habíamos emitido y con los que se llenaron muchos huecos. Y, además, la gente hacía la compra por teléfono y comía en casa.

—A mí no me fue tan bien. Lo que te benefició a ti me hundió a mí.

«No preguntes», se dijo Marni con firmeza.

Gretchen había convencido a Jeff para que se jubilara anticipadamente de la cadena y abriera un pequeño restaurante boutique especializado en cocina vasca entre otras cosas, así que él, además de perder gran parte de la fortuna que se había llevado con el divorcio, tenía a Gretchen como copropietaria del restaurante. Y entonces llegó la pandemia. Nadie sufrió tanto como los que se dedicaban a la restauración. Unos amigos comunes no muy cercanos le habían comentado que Jeff y Gretchen, aún en conflicto por el negocio, iban y venían en su relación. Marni les deseaba un sufrimiento continuado.

—Es una cuestión circunstancial —dijo ella sin sentir la más mínima compasión por él—. Ni siquiera un genio del marketing podría haber capeado ese temporal.

Para sí y de mala gana, admitió que Jeff era un estratega del marketing con mucho talento.

Pero no, nada de compasión por él.

—¿La cosa está empezando a mejorar?

«Mierda», pensó. «¡Ya he preguntado!».

—Poco. Me falta mucho para remontar, aunque me alivia ver que a ti te va muy bien. Y al menos Bella vuelve a hablarme. También poco. Pero pensé que jamás nos reconciliaríamos.

—Yo ahí no me voy a meter. Lo siento si estáis teniendo problemas en vuestra relación, pero…

—No digas más. Fue todo culpa mía. Y últimamente está más amable. Creo que es por el embarazo. Está más tierna. Más flexible.

Automáticamente, al oírlo, Marni quiso ser amable.

—A lo mejor tú también.

Él se rio con suavidad, como avergonzado.

—Me gustaría ejercer de abuelo. Si ella me deja.

—Eso es muy bonito.

Y entonces, sin ni siquiera darse cuenta de lo que hacía, Marni empezó a sacar comida otra vez. Él estaba sentado en la isla con su plato de pollo a la florentina mientras ella, en frente, reunía piezas de fruta. Manzanas, kiwis, peras, plátanos, mandarinas, nueces, pasas y cerezas. Empezó a lavarla, a cortarla en rodajas y a trocearla. No había pensado hacer una ensalada de fruta, pero manipular y combinar sabores y aromas la hacía sentirse más fuerte. Improvisaría una ensalada Waldorf mientras charlaban. Pelaba y cortaba con un cuchillo grande y extremadamente afilado como si estuviera ejecutando un ballet. O más bien como un barman lanzando botellas al aire.

—Brindemos por tu año —dijo él peleándose con el corcho del champán—. Ese cuchillo me pone los nervios de punta.

Marni sacó dos copas y las dejó en la isla. Una vez que estuvieron servidas, Jeff levantó la suya.

—Por una próxima temporada aún mejor.

—Gracias —dijo ella antes de dar un sorbo.

Charlaron de banalidades mientras Marni cortaba los ingredientes de la ensalada y Jeff comía la pasta. Él le preguntó cómo iban las cosas en la cadena y ella le dio su respuesta habitual: no pasaba tanto tiempo allí, solo iba para alguna reunión que otra y para hablar de asuntos de programación o producción. Marni le preguntó cuándo había hablado con Bella por última vez y él dijo que se aseguraba de llamarla al menos dos veces al mes y que había almorzado con ella hacía solo una semana. Hablaron sobre algunos de sus amigos comunes. Brad Thomas había aceptado un puesto en la Cámara de Comercio y a Gloria Neiman la habían ascendido a presentadora de la mañana. A Elizabeth Reynolds le habían ofrecido un puesto de presentadora en horario de máxima audiencia en San Francisco.

—Nunca me cayó bien —dijo Marni.

—A nadie. Casi se podría pensar que eso es un requisito para conseguir un puesto de alto nivel.

Para cuando ella estaba terminando la ensalada Waldorf y él estaba aclarando su plato, el auténtico motivo de la repentina visita salió a la luz.

—Mira, las cosas han ido un poco peor de lo que te he contado. El restaurante no sale adelante y yo estoy con el agua al cuello.

Marni se endureció.

—Siento oírlo, Jeff. En circunstancias normales, habría sido un éxito.

—He estado en todas partes buscando ayuda, buscando asistencia financiera o préstamos o incluso un comprador, pero me he quedado sin ideas.

Ella no dijo nada durante un momento y, tras una larga pausa, respondió:

—¿Has hablado con tu madre?

—Claro. Ahí no hay tanto como yo pensaba. Mi hermana es la albacea testamentaria y no está dispuesta a darme un adelanto de la herencia porque mi madre necesita cuidados y no hay forma de saber durante cuánto tiempo. Podría durar dos años o diez.

—¿Pero de momento está bien y feliz?

—Sí. La vi hace solo unos días. Estaba jugando al bridge con unas señoras de su nueva residencia. Parece feliz. Jasmine está muy pendiente de que reciba todos sus cuidados.

La madre de Jeff era una especie de heredera. La muerte de su marido unos años atrás le dejó no solo una valiosa póliza de seguros, sino un buen patrimonio neto, en fideicomiso y protegido de hijos avariciosos y sus respectivos cónyuges. Pero la realidad era que, si la madre de Jeff vivía diez años en una residencia cara, quedaría muy poco dinero por el que discutir.

—Como debería ser…

—Estoy de acuerdo. Mientras tanto, yo voy a perder el restaurante. Justo cuando estamos tan cerca de hacerlo funcionar.

—¿«Estamos»?

—Bueno, Gretchen. Pero sobre todo, nosotros, el personal y yo. Varias personas dependen de ese local. Gretchen solo mira los libros de cuentas de vez en cuando por orden del juzgado, para asegurarse de que no le están estafando su mitad, por la que no mueve ni un dedo. Yo quiero salvar el local por la gente que ha invertido su vida ahí. El chef, su esposa, su hija y su hijo y otros familiares. Todos son vascos. Tienen una ética laboral envidiable. Cuando el restaurante se hunda, ellos también lo harán.

—¿Has pensando en venderlo?

—Claro, pero estoy tan endeudado que sería una ganga, y no creo que tampoco saldara la deuda nunca. Lo mejor que puedo hacer es encontrar un préstamo. Soy un cliente de riesgo, pero es lo mejor que puedo hacer.

—¿Y eso qué tiene que ver conmigo? —preguntó ella, aunque temía que ya lo sabía.

—Si pudieras ofrecerme…

—¿De qué estamos hablando? ¿Y qué garantía me darías?

—Con unos cientos de miles…

—¿Unos cientos de miles? —gritó ella—. ¡En el divorcio te di cinco millones!

—Yo contribuí a ese patrimonio, sabes que sí. Y cedería mi parte del restaurante…

—¡Ay, Dios! ¿Por qué no firmaría un acuerdo prematrimonial? ¡Esos cinco millones aún me escuecen! Pero lo más importante aquí es ¿por qué no firmaste un contrato con Gretchen antes de asociarte con ella? ¡Te dije que esa mujer tenía segundas intenciones! ¡Buscaba el dinero! Y resultó ser un montón de dinero. Lo único que se me ocurre peor que que tú no pagues el préstamo ¡es que yo acabe asociada con Gretchen!

—¿No crees que me arrepiento de haber dejado que juegue conmigo? Creía… Bueno, ¡qué más da lo que yo creyera! Supongo que la respuesta es «no»…

—¡Solo una idiota permitiría que semejante locura se repitiera! ¡En solo unos años!

—Siento haber preguntado. No lo habría hecho, pero, de verdad, eras mi último recurso, la única posibilidad que se me ha ocurrido. Mmm, escucha, el cuchillo…

Marni había sacado unos tallos de apio, una cebolla y unos champiñones de la nevera y estaba cortándolos en trozos diminutos, distraídamente. Paró, un poco sorprendida por lo que estaba haciendo.

—Ay, Jeff, ¿pero en qué te has metido?

—Ya he pasado demasiadas horas culpándome. No tengo experiencia en restauración, aunque sí que trabajé mucho. Vivía en ese lugar. Pero la pandemia me enterró y Gretchen no solo me abandonó, sino que se largó sin haber aportado su parte. Logró sacar más dinero del que yo conseguiré nunca.

—¿No creaste una sociedad de responsabilidad limitada?

—No, pero ella sí.

Marni silbó.

—Te ha tomado el pelo.

—Me lo ha tomado a base de bien.

Ella sacudió la cabeza.

—No me das pena, pero tampoco quiero discutir más contigo. ¡Estoy hartísima de estar enfadada! No puedo hacerte un préstamo de semejante cantidad. De hecho, no puedo hacerte ningún préstamo. Sería idiota. Conozco las leyes; sé que, por mucho daño que me hicieras, estamos en un estado de bienes gananciales y de divorcio unilateral, así que te llevaste tu mitad sin tener que pedir perdón en ningún momento. Te di la mitad, y fue una fortuna.

—Sí que pedí perdón. Y tengo un montón de remordimientos.

—Qué pena que no tengas también un montón de compensaciones para mí.

—No sé cómo podría recompensarte.

—Sinceramente, estoy cansada de todos los rollos del divorcio. Quiero acabar con eso. Siento no poder ayudarte. Pero tampoco soy un monstruo y nunca permitiré que te mueras de hambre. Si ves que no puedes alimentarte, avísame. Me aseguraré de que tengas comida, y puedo ayudarte a encontrar la forma de que tengas un techo. Jamás te verás descalzo ni sin casa, aunque la idea me resulte un poco atractiva…

—No estoy tan mal, pero gracias.

—No me des las gracias. Tu angustia no me trae el placer que imaginaba.

Unos minutos después, y tras una incómoda despedida, Marni recogió la cocina y se fue a la cama. Le pesaba el corazón. En una época había querido a Jeff y había confiado en él, y había pensado que él la quería y confiaba en ella. Se habían separado hacía cinco años y del divorcio hacía prácticamente el mismo tiempo. No entendía que el tema siguiera haciéndole daño. El karma había hecho su trabajo y la mujer que Jeff había elegido había acabado jugándosela. ¿No debería ella dar ya el asunto por cerrado?

«La traición debe de ser como una espada enorme que deja cicatrices profundas», pensó.

Por supuesto, no durmió bien con Jeff tan metido en la cabeza. Se pasó lo que parecieron horas gritándole por todas las cosas que no se le habían ocurrido en su momento. Se despertó atontada y agarrotada. Y temprano. Hacía poco que había amanecido.

Después de un café, y aún en pijama, salió descalza al jardín. Mientras que la Condesa Descalza publicaba preciosas fotos profesionales de sus exuberantes jardines y huertos, los de Marni eran puramente funcionales. Disfrutaba cultivando algunos de los alimentos que preparaba. Se relajaba con las largas y uniformes hileras de plantas y con el olor de la tierra. Era un jardín orgánico, donde se las tenía que ver con bichos e insectos. Rociaba los límites con repelente de conejos y, menos frecuentemente, de ciervos. Luchaba contra el pulgón con lavavajillas y agua. Arrancó la maleza y eso la ayudó a quemar su furia contra Jeff. Cavó alrededor de las raíces con su cultivador y su aireador de mano. Al momento tenía barro en las rodillas y suciedad bajo las uñas. El timbre sonó, pero ella aún no había terminado de reprender mentalmente a Jeff. Y tampoco se encontraba en condiciones de abrir la puerta.



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