¡Colombia a la vista! - Leal Quevedo - E-Book

¡Colombia a la vista! E-Book

Leal Quevedo

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Beschreibung

Una nueva y apasionante forma de ver y entender la historia de nuestro país. Varios muchachos y muchachas, alumnos curiosos y destacados, son inscritos para asistir al famoso curso de vacaciones del profesor Teruel. En el curso, a través de la imaginación y de la visita a ciertos lugares icónicos, los alumnos aprenden más sobre la historia del país, pero desde una perspectiva diferente. Un libro que resulta interesante, no solo por su estilo narrativo, sino también por todos los datos interesantes que aporta sobre hechos y lugares importantes en la historia del país.

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Leal Quevedo, Francisco, 1945-

¡Colombia a la vista! : los objetos ancestrales / Francisco

Leal Quevedo ; ilustraciones Alejandro Giraldo. -- Bogotá :

Editorial Panamericana, 2020.

312 páginas : ilustraciones ; 20 cm.

ISBN 978-958-30-6092-2

1. Cuentos juveniles colombianos 2. Identidad - Cuentos juveniles 3. Cultura - Cuentos juveniles 4. Colombia - Historia - Cuentos juveniles I. Giraldo, Alejandro, ilustrador II. Tít.

Co863.6 cd 21 ed.

A1660687

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Ángel Arango

Primera edición en Panamericana Editorial Ltda.,junio de 2020

© 2020 Francisco Leal Quevedo

© 2020 Panamericana Editorial Ltda.

Calle 12 No. 34-30. Tel.: (57 1) 3649000

www.panamericanaeditorial.com

Tienda virtual: www.panamericana.com.co

Bogotá D. C., Colombia

Editor

Panamericana Editorial Ltda.

Edición

César A. Cardozo Tovar

Ilustraciones

Alejandro Giraldo

Diagramación

Martha Cadena

ISBN 978-958-30-6092-2 (impreso)ISBN 978-958-30-6368-8 (epub)

Prohibida su reproducción total o parcialpor cualquier medio sin permiso del editor.

Impreso por Panamericana Formas e Impresos S. A.

Calle 65 No. 95-28. Tels.: (57 1) 4302110 - 4300355. Fax: (57 1) 2763008

Bogotá D. C., Colombia

Quien solo actúa como impresor.

Impreso en Colombia - Printed in Colombia

Contenido

1. 1… 2… 3…

2. La idea “grandiosa”

3. El profesor Teruel

4. ¡Colombia a la vista!

5. El meteorito

6. El fósil

7. La balsa de la ofrenda

8. Tomates y jamones

9. El águila de piedra

10. El mono de la pila

11. Los grilletes

12. Las esmeraldas

13. La lámina del herbario

14. El ajiaco

15. La imprenta patriótica

16. La vacuna

17. El florero de Llorente

18. La tricolor

19. La lanza de un niño soldado

20. Un sancocho de leña

21. Las espadas de El Libertador

22. El escudo nacional

23. El carriel del arriero

24. Los granos de café

25. Las monedas y billetes

26. El tren

27. Las estampillas

28. El tamal tolimense

29. La flor nacional

30. El cuadro del Sagrado Corazón

31. El escapulario

32. El pesebre artesanal

Algunas lecturas sugeridas

A los niños y jóvenes de Colombia,en cuyas manos está nuestra Historia.

1

1… 2… 3…

«§»

Colombia

De donde siento que soy.

País de regiones, múltiple y diverso.

La gente y el lugar, a los que amo y estoy unido entrañablemente.

Personas de una especial alegría, de un baile y un son.

La llevo metida en mis cinco sentidos.

Contar

Es poner en palabras una historia.

Es charlar sobre nuestras semejanzas y diferencias para celebrarlas.

Es recrear alegrías para sentirlas de nuevo.

Es hablar de tristes sucesos para dejarlos atrás.

Es hacer planes y tener sueños juntos.

Objetos

Lo que está frente a mí. Lo que me interesa e intento conocer.

Son los testigos fieles del pasado.

Encierran mensajes cifrados de quienes se fueron.

Contienen historias de vida para quienes vienen detrás.

Los hacemos, nos hacen.

Somos un poco nues­tros objetos.

2

La idea “grandiosa”

«§»

Desde ayer estoy en vacaciones. Siempre hacemos un viaje en familia, de unas tres semanas, por algún sitio de nuestro país. El resto del tiempo me gusta no hacer nada o hacer solo lo que me viene en gana. No importa que al final de las vacaciones llegue a aburrirme un poco, en los últimos días libres, largos y lentos.

Eso planeaba hace dos días, pero las cosas comenzaron a complicarse. Ellos no pueden tomar sus vacaciones en esta época, por tanto, no habrá viaje. Ir donde los abuelos está descartado pues de nuevo tienen problemas con sus achaques. Entonces estaría, día tras día, solo en casa, aburrido como una ostra, con los libros, la bicicleta y los aparatos. Ya me iba haciendo a la idea y estaba tranquilo, pero va a ser peor. A mi mamá se le ocurrió una “idea grandiosa”, la soltó ayer, durante la cena, a la hora de los postres.

—Tomarás un curso de vacaciones de cinco semanas.

—¿Qué? ¿Seguir estudiando? —le dije.

Mi papá no decía nada, pero estaba de acuerdo, era evidente. Mi cerebro rugía como un volcán que iba a hacer explosión en un momento.

—Han debido preguntarme primero —seguí.

Estaban mudos, desconcertados. Seguro habían pensado que para mí sería una buena noticia, que por algo tengo fama de ser un “comelibros”, pero la situación era muy clara: Si quería salvar mi libertad de solo hacer lo que me viniera en gana, debía usar sin demora mis mejores argumentos:

—Están coartando mi libertad. —No respondieron nada, pero me pareció ver en sus caras una cierta sonrisa—. Ya estoy averiguando por Internet dónde debo quejarme.

Les anuncié, mientras efectivamente miraba el celular. Había iniciado la búsqueda: “Derechos de los niños en vacaciones”. El buscador se movía en círculos, estaba lento.

Esperaba encontrar un mandamiento en alguna carta, o una frase en algún manifiesto que dijera: “Todo ser humano, en especial si es un niño o un joven, tiene derecho a descansar en vacaciones”. Y que a continuación me ofrecieran el salvavidas: “Puede quejarse en esta oficina y será atendido de forma inmediata”.

El buscador seguía girando imparable, sin ofre­­cer resultados.

—¡Es una estupidez madrugar, estudiar y acos­tarme temprano, cuando estoy en vacaciones!

Seguían inamovibles como estatuas. Entonces lancé la más poderosa de las consignas:

—Voy a poner una tutela, el descanso en va­ca­ciones es un derecho fundamental.

Ellos esperaban a que me calmara, pero yo es­taba furioso. Miré mi plato. Aún me esperaba media milhoja de arequipe, pero no terminé. Me marché a mi cuarto y esperé. Pensé que iríamos a dialogar y a buscar una solución, pero me equivoqué, aquella noche me ignoraron. Tras mi puerta cerrada solo escuché un “Buenas noches”, al que apenas respon­dí con un gruñido. Era evidente que ellos mantenían su decisión y yo mi oposición.

Al día siguiente, a la hora del desayuno, esta­ban sonrientes como si nada hubiera pasado; yo, en cambio, estaba dispuesto a hacer cualquier cosa, hasta huelga de hambre si era necesario. Pero su amabilidad me desarmó.

—No es un programa más de “Vacaciones recreativas” —comentó mi papá mientras me acercaba una tortilla de huevo, hecha como me gusta—. El curso es apenas en la mañana, tendrás tus tardes libres. Te quedará tiempo hasta para aburrirte —añadió.

Yo seguía mudo, aparentaba estar concentrado en la ensalada de frutas.

—Serán solo cinco semanas, luego vendrán otras tantas para hacer lo que quieras —agregó mi mamá.

Debo reconocer que esas frases me tranquilizaron un poco. Algo había logrado con mi actitud. Por lo menos aparentaban ser flexibles.

—Pregunta entre tus amigos quiénes han oído hablar del profesor Teruel y de sus cursos —sugirió ella.

—Esta noche conversamos, aún el proyecto puede detenerse —concluyó mi papá.

Se fueron y me puse a llamar a mis informantes, uno a uno.

—¿Has oído hablar de un tal profesor Teruel?

Para mi sorpresa más de uno, más exactamente la mitad, sabía de él.

—Es famoso por sus cursos de vacaciones.

—Los mejores estudiantes de nuestro colegio fueron a sus clases.

—Con él descubrí que siempre es muy divertido aprender.

Eso último lo dijo Carlos, quien es casi el mejor en Sociales. (Después de mí, es obvio).

Pero cuando pregunté cómo eran esos cursos, nadie pudo dar detalles:

—Solo te puedo decir cómo fue mi clase, porque siempre es diferente.

—Tiene fama de hacer todos los años una clase nueva.

—Es más fácil que un río se devuelva, que el profesor Teruel se repita.

Esa noche cenamos todos juntos. Poco a poco me iba serenando. Hubiera preferido tocar otro tema, pero hablar del curso era inevitable.

—Ni siquiera es seguro que puedas asistir, hay pocos cupos, mandamos tus datos y mañana al mediodía nos avisan si eres uno de los elegidos —me informó mi papá.

Para mí era seguro que la solicitud sería aprobada, mis calificaciones siempre son de sobresalien­te para arriba, pero si el curso era tan famoso como decían, podría haber muchos otros candidatos exce­lentes. Empezó a darme curiosidad saber si me aprobaban.

§

En la tarde del tercer día mi papá no llamó. Yo ha­bría podido llamarlo y preguntar, pero quería mostrarme poco interesado. Cuando ellos llegaron del trabajo, yo seguía ocupado en mis cosas, aunque tenía curiosidad y no pensaba en nada más.

—Te aceptaron —dijo mi papá mientras mostraba indiferencia.

Noté que había un cierto orgullo oculto en sus miradas.

—Está bien, iré, pero…

En ese momento puse una exigente condición:

—Si después de la tercera clase no quiero volver, nadie va a oponerse.

Luego me enteré, cuando mi mamá hablaba por teléfono con su mejor amiga, que el curso era exclusivo y carísimo.

—Vale casi tanto como si nos fuéramos de viaje, pero parece que es sensacional. Y solo aceptan a unos pocos, los mejores. Él se lo merece, es pilísimo.

3

El profesor Teruel

«§»

Así, esa mañana de lunes, sonó el despertador a las 6:00 a.m. Miré por la ventana. El cielo estaba encapotado. El calor de las cobijas era irresistible. Quise meterme de nuevo en el nido, pero ya me había comprometido. Hice un gran esfuerzo y logré levantarme.

“Lo inevitable: hay que aceptarlo”, me dije mientras buscaba la ropa en el armario.

Mi papá iba ese día por esos lados y ofreció llevarme. Pronto llegamos al Jardín Botánico, pues no vivimos lejos. Me bajé frente a la entrada y él siguió de largo. Desde lejos se veía el aviso. Todo sería seguir en línea recta. La puerta de ingreso quedaba a unos cien metros de la avenida, caminé por un sendero custodiado por inmensos árboles. Me agradó el paisaje. Mi respiración formaba una nubecita de vapor, que me empañaba los lentes. El sol se asomaba débil entre las densas nubes, hacía algo de frío, pero soportable. Además, tenía saco y chaqueta.

“Y la curiosidad también calienta el cuerpo”, me dije.

Varios caminábamos hacia la entrada. Entre ellos busqué alguna cara familiar. Alguien de mi barrio o de mi colegio, pero no conocía a nadie. Me entró una sensación de desamparo. Todos parecían animados, menos unos pocos. Dos más tenían mi misma cara de desubicado; me acerqué primero a ellos, se llamaban Mabel y Pablo. Más tarde supe que coincidíamos en que nuestros padres trabajaban mucho y no tenían tiempo para nosotros en esos días. Nos sentamos juntos, aunque en ese momento hablamos poco.

Algunos compañeros se destacaban fácilmente dentro del grupo, como una chica de piel morena, Manuela, con una sonrisa blanca, inmensa. Estaba allí Ramón, de muchos músculos, alto, nos llevaba a todos una cabeza. Rosita, de apariencia frágil, pero en realidad incansable y emprendedora. Sebastián, que no se quitaba la camiseta de la selección Colombia sino para ponerse otra, y hablaba de deportes todo el tiempo. Martín, se veía que el rock era su pasión y lucía cadenas y camisetas de un grupo conocido. Había dos extranjeros que posiblemente se quedarían a vivir unos años en este país: Maricarmen, española, con una voz varios decibeles más potente que las nuestras. Y Antoine, francés, de hablar pausado, creo que su madre trabaja en la Embajada de su país. También me llamó la atención Daniel, de mirada de despistado, daba la impresión de que su cerebro llegaba tarde a todo, pero siempre llegaba. Y Rodolfo, con el clásico aspecto nerd: de gafitas, callado y concentrado, con su morral pesado y con aire de sabérselas todas.

Había un grupito de unos cinco que parecían tolerar poco el frío, como si vinieran de lejos, de tierras más cálidas. Ricardo quien venía de Medellín. Elsie, cartagenera, simpática e inteligente, parecía casi una muñeca vestida con esmero, todos sus colores armonizaban. Gerardo, de Bucaramanga, seco, un poco hosco al comienzo, pero luego abierto y sincero. Luciano, de Neiva, algo lento al hablar, con un tono de canción, pero con un enorme sentido del humor. En el grupo sobresalía alguien más, una persona que se veía feliz, aunque un poco alocada. Simpatizamos al instante, se presentaba: “Mi nombre es Isabel de los Reyes, pero llámame Isa”. Iba de grupo en grupo conversando con todos, como si los conociera desde siempre.

Somos 25 en total, 13 mujeres y 12 hombres. Si contamos al profe quedamos igualados. Detrás de él, sin falta, está Victoria, su asistente; menuda, discreta, siempre en movimiento, como si de ella dependiera todo. Y detrás de Victoria, Moisés, su ayudante.

El famoso profesor Teruel entró saludándonos a todos, uno por uno, por nuestro nombre de pila. No era difícil, nos habían puesto en el pecho una escarapela muy visible. Sin embargo, sabía de qué colegio veníamos, nuestro rendimiento académico y los hobbies que se habían declarado en la hoja de vida.

—Todos ustedes son especiales. Son los pocos elegidos. Recibimos más de doscientas solicitudes.

Cuando llegó mi turno me dijo:

—Dizque sobresaliente en composición literaria, mis respetos —le sonó con gracia, no se estaba burlando.

Era inevitable analizarlo. De estatura mediana y más bien flaco, parecía de unos cuarenta años. Tenía un cierto aire al profesor Chiflado: calvo, pero con pelos a los lados que caían sobre las orejas como guardabarros de una bicicleta. De chiflado no tenía sino ese detalle. Vestía informal, quizás quería lucir más joven. Se veía jovial y despreocupado. Parecía estar muy a gusto con su vida y su trabajo. Uno sentía que ya lo conocía desde antes.

Empezaron las sorpresas desde el primer momento, no entramos a un salón con pupitres en fila, sino que nos llevó al teatrino, un edificio evidentemente nuevo.

—Ustedes lo están estrenando. Esta será nuestra aula, mejor, nuestro centro de operaciones. Ha sido diseñada especialmente para nuestro curso.

Parecía la cabina de un avión del futuro. Habían construido una consola que a mí me pareció de nave espacial. La proyección se haría sobre una pantalla de doce módulos, que podían funcionar juntos, individuales o por segmentos. Las imágenes mostraban una nitidez absoluta. El sonido parecía brotar de mil sitios. Las sillas eran aerodinámicas, con auténticos cinturones de seguridad. Estaban dispuestas en semicírculos, en una gradería de tres niveles. Desde cualquier punto la visibilidad era perfecta. Se disponía de escenario y espacio para proyección, música y luces. Además, allí cabíamos cómodos los 25 del grupo. Todo estaba diseñado para que nos olvidáramos del mundo exterior y nos concentráramos en la inmensa pantalla.

—Muchachos, vamos a pasarla bien. Espero que a ratos superbién, mientras hacemos un viaje lleno de descubrimientos. Se trata de aprender en grande, pero de divertirnos en grande, también. No solo ustedes van a aprender, yo también espero hacerlo a diario, esta Historia nuestra es muy compleja y nadie se las sabe todas. El curso se llama “¡Colombia a la vista! I. La voz de sus objetos”. En ninguna parte existe algo similar. Es un invento mío que se hace aquí por primera vez y es posible que también sea la última que se haga.

»Si alguien nos pregunta de dónde somos, al instante respondemos que somos colombianos, obviamente. Somos inconfundibles por nuestro acento, por cierta alegría, por el amor al baile, por cierto humor, entre otras mil cosas. Pero ¿alguno de ustedes me puede responder esta pregunta?: ¿Qué es ser colombiano? Es difícil ponerlo en pocas palabras o en muchas. Durante todo el curso tendremos esa pregunta siempre presente. Iremos por partes, al final podremos responder con alguna claridad esta y otras más, como por ejemplo: ¿Tenemos algo que sea colombiano para ofrecerle al mundo? ¿Cómo se ha hecho este país? ¿Quiénes lo han hecho? Y, finalmente, tomaremos posiciones: ¿Podemos cambiar en algo nuestro país? ¿Existe algo concreto que cada uno de nosotros pueda hacer para lograr ese cambio?

»Estaremos juntos buena parte del tiempo, todas las mañanas, de lunes a sábado, durante casi cinco semanas. Nos van a unir los descubrimientos y las vivencias. Los datos que oirán, con el tiempo los olvidarán, pero les habrá quedado para siempre una mirada nueva sobre esto que integramos juntos y que se llama Colombia.

Miré a mis compañeros. La atención era total.

—Para este curso les traigo algo fuera de serie —anunció con su voz potente—. Para conocer los objetos lejanos o pasados vamos a utilizar este Túnel del Espacio y el Tiempo. En adelante lo llamaremos simplemente TET. En él visitaremos tiempos ya idos y lugares distantes. Cuando los objetos estén en la ciudad o en sus alrededores, procuraremos ir al sitio, verlos con nuestros propios ojos, percibirlos con nuestros cinco sentidos. Los sábados tendremos una actividad diferente, de la que no les cuento detalles por ahora para no dañarles la sorpresa.

4

¡Colombia a la vista!

«§»

—Hoy vamos a viajar en el TET, subamos a bordo. Ahora tomen asiento y abróchense los cinturones.

Cada silla tenía dispuesto uno, los 25 clics de cierre sonaron al tiempo.

Luego se apagaron lentamente las últimas lu­ces, quedamos en penumbra y en silencio. Una nube de gas carbónico fue invadiendo la cabina.

—La nave ya está carreteando sobre la pista.

—Pongo en los comandos las coordenadas geográficas de nuestro destino: latitud: 4° 0’ 0’’ N, longitud: 72° 0’ 0’’ O. ¿Las recuerdan? 4-72. No es solo un código postal para cartas y paquetes, es la dirección de Colombia para alguien que viene del espacio.

El teatrino se llenó totalmente de gas, sentí que nos metíamos en una nube cósmica, en el vórtice de un remolino espacial. El gas carbónico me dio tos, pero luego me calmé.

—Estamos llegando a nuestro objetivo: ese pla­neta azul que se ve a lo lejos. Ahora buscamos un país en una esquina, en el centro del mapa, en una posición geográfica privilegiada, con dos mares, tres cordilleras y casi en el centro una inmensa sabana. ¡Colombia a la vista! Vamos a viajar por su accidentada geografía y su interesante historia.

En ese momento comenzó la vertiginosa proyección sobre los doce módulos. Las imágenes se sucedían una tras otra. Cada fotografía era más impresionante que la anterior. Mares, cordilleras, aves, mariposas. Estadios llenos. Las fiestas populares con sus exóticos personajes y sus disfraces. Silleteros llevando a sus espaldas inmensos adornos florales. La alegría contagiosa de un carnaval. Acordeones, marimbas, tiples, cajas, maracas. Gente recogiendo café. Ríos desbordados, candidatas a un reinado desfilando sobre balleneras. Soldados camuflados en la selva, atletas corriendo, ciclistas dominando empinadas cuestas. Rostros de muchas etnias, sonrisas de muchas formas, algunas lágrimas furtivas. Plazas de mercado, restaurantes de barrio, niños en parques.

—Verán que así es este país: colorido, alegre, solidario, lleno de aromas, musical. Pero también lleno de contrastes, desigual, amable y violento a la vez, lleno de entusiasmos, con muchos peligros, pero siempre en crecimiento.

Confieso que en los salones a oscuras siempre me gusta observar a los demás, espío sus movimientos cuando están absortos en un espectáculo y no saben que los miro. Creo que en esos momentos el alma se les ve en los ojos. Mis compañeros, sin excepción, estaban concentrados en la pantalla, como hipnotizados.

—Nuestro país es múltiple y diverso, en él coexisten al menos 87 etnias diferentes que hablan 67 lenguas distintas, en un poco más de un millón de km2. Su geografía es amplia y variada, y pre­senta megadiversidad biológica, con grandes recursos de flora y fauna, en especial de mariposas, pájaros y ranas. Pero esa espléndida naturaleza está pidiendo auxilio, se está deteriorando aceleradamente.

»La población, de cerca de 45 millones de habitantes, se ubica en diversas regiones que muestran enormes diferencias en la forma de vestir, de hablar, de cantar, de comer. El país se divide en 32 departamentos y un distrito capital. Posee 1122 municipios. Cada región tiene su cultura propia, con una distinta manera de gozar, soñar y vivir.

»Existen muchas maneras de conocer un país. En especial este que es tan complejo. Uno puede meterse en la vida de los personajes ilustres, o elaborar listas de presidentes y de guerras, o analizar las estadísticas y las cifras especiales, o estudiar en detalle los accidentes geográficos de este rico suelo. Todas esas vías nos muestran aspectos importantes, pero parciales del país.

»Vamos a hacer todo esto a la vez, de una manera diferente, como aún no se ha hecho. Los invito a recorrer Colombia por medio de unos cuantos objetos que son parte de la tradición y las costumbres de algunas de las regiones de este territorio. Veremos de dónde surgieron, quiénes los crearon, qué propósito cumplían y por qué se han conservado. Comprobaremos que las manos y las mentes de los colombianos son muy creativas. Que la historia la escriben grandes personas… y pequeñas también.

»Hemos escogido para conocer el país determinados objetos porque están frente a nosotros, porque son el fruto del trabajo de manos colombianas. Son objetos que nos acompañan, nos ayudan, nos transforman. Pueden enseñarnos muchas cosas de nuestro pasado y explicar nuestro presente. También nos permiten escribir el porvenir. Luego, inevitablemente partiremos y se los dejaremos a otros.

Y aparecieron en las pantallas, casi como relámpagos, el balón, la bicicleta, una espada, una ruana, la bandera, un carriel, hileras de mulas, monedas, un escudo, medallas, estampillas, libros, un sombrero, un portabebé, y muchas cosas más, eran tantas que no se detenía mucho en ninguna.

—Lo vamos a hacer conversando, como ocurre entre amigos que celebran encontrarse. Pueden preguntar o comentar cuando quieran hacerlo. To­das las opiniones serán bienvenidas. Espero que al final de este viaje sintamos la más grata de las experiencias: entender un poco de dónde venimos, sentir que este país es grande y nuestro, y conocer un poco mejor quiénes somos, para dónde vamos y qué nos espera en el próximo futuro.

»¡Bienvenidos a esta gran experiencia de conocer Colombia en sus objetos! Pueden desabrochar sus cinturones de seguridad. Por hoy el viaje ha terminado.

Se encendieron las luces. Se disipó completamente el gas carbónico. Salíamos de un mundo desconocido. Nos miramos los unos a los otros, éramos los mismos y a la vez otros, no sé cómo explicarlo mejor, sentí que los viajes reales o imaginarios nos cambian. Me sentí diferente, como si me hubiera quitado una venda de los ojos. Llegamos al jardín con la sensación de que realmente habíamos sobrevolado un país de gran belleza y de muchos contrastes y misterios. La experiencia nos había fascinado.

Pablo no decía nada, pero tenía los ojos brillantes de la emoción.

—¡El viaje estuvo increíble! —repetía Isabel, maravillada.

—Así cualquiera aprende mientras viaja —dijo Mabel cuando íbamos a buscar un refrigerio.

Con todos ellos estuve de acuerdo: aquello iniciaba a lo grande. Tuve que reconocer que mis temores sobre el curso no tenían fundamento. Era un curso divertido, interesante, y la gente: increíble.

¡Claro que iba a continuar! Pero no diría nada en casa, la consigna era clara: guardar silencio unos cuantos días. Si me retractaba muy pronto, mi protesta de aquella noche parecería una tonta pataleta y no lo que realmente fue: la defensa de un derecho.

5

El meteorito

«§»

Eran las seis de la mañana cuando sonó la alarma. Tras la ventana se veía un día con nubes, ideal para hacer pereza. No me costó trabajo levantarme, te­nía mucha curiosidad por lo que vendría.

“¿Cuál será el primer objeto? ¿Será que empezamos, otra vez como en el colegio, con las etnias, las carabelas, las joyas de Isabel la Católica, los criminales que vinieron, el grito de ‘Tierra’, para seguir con el cuento de los indios idólatras, que a veces eran caníbales? No. Si es así, me defraudaría. Espero que sea algo muy diferente”, me dije.

El bus 81, que tomo cerca de casa, me dejó en la avenida. Debía caminar desde allí, por la alameda. En el recorrido me fui encontrando a los compañeros. Casi no reconozco a Isabel debajo de toda esa ropa abrigada que llevaba, parecía un esquimal. El profesor ya nos estaba esperando junto al autobús.

—Adelante, pueden sentarse donde quieran.

El asiento junto a Mabel estaba libre. Me pregunté por qué ella me ofrecía la ventana. Sin dudarlo, acepté. Luego supe que le producía algo de vértigo el paisaje en movimiento.

Me gusta viajar mirando hacia afuera. La ciudad siempre es un gran escenario. Mi asiento era como el palco de un teatro donde estaba ocurriendo un espectáculo de multitudes.

—Vamos a aprovechar que estamos en Bogotá —nos dijo—, una ciudad con mucha historia. Hoy, como pocas veces, vamos a situarnos a un metro de nuestro primer objeto.

Teruel nos entregó dos mapas plegables, impresos en policromía, uno del país y otro de la ciudad. El primero tenía las coordenadas geográficas, en una especie de cuadrícula. El de Bogotá tenía señalados 36 sitios turísticos.

—Los mapas deben guardarlos, nos servirán durante todo el curso. Los vamos a utilizar para varias salidas. Son plegables, resistentes, caben en el bolsillo, les pido que los conserven durante todo el curso. Ojalá lleguen a conocerlos como la palma de su mano.

Era evidente que nos dirigíamos al centro de la ciudad. Tomamos la avenida El Dorado hacia el oriente, en el horizonte sobresalían los cerros de Monserrate y Guadalupe. La ciclorruta que va por el separador central estaba concurrida. Una nube de motociclistas se escurría entre el tráfico como el agua en medio de los dedos. En los semáforos, unos payasos hacían malabares y acrobacias por unas cuantas monedas. Se oían muchos pitos. Me gustaba el bullicio de la gran ciudad.

—Bogotá a esta hora parece un hormiguero —le comenté a Mabel.

—Y las termitas huyen en estampida, como si les hubieran pisado el techo —me respondió.

Nos reímos. Ella me había caído bien desde el principio, era simpática y chistosa y no hablaba como una cotorra, dejaba pensar. El conductor aprovechaba cada espacio para avanzar con habilidad. Luego, al llegar a la carrera Séptima, desviamos hacia el norte.

—¿Ven esa edificación antigua, sólida, con muros de piedra y algunos pendones que anuncian eventos? Ese es hoy nuestro destino.

En grandes letras doradas, sobre la puerta central, se leía “Museo Nacional”.

—El edificio tiene casi 145 años. Anteriormente fue una cárcel, en 1946 los presos fueron trasladados a la prisión de La Picota y el Gobierno lo destinó para albergar el museo que está aquí desde el 2 de mayo de 1948. Como la construcción reúne grandes valores arquitectónicos, fue declarada monumento nacional el 11 de agosto de 1975. Vamos ahora al contacto con nuestro primer objeto.

Avanzamos por una galería ancha de techo elevado. En un punto se cruzaba con otra, formando una cruz. Nos detuvimos en la misma intersección. En ese momento las luces formaron un círculo sobre el suelo. El foco central aumentó su intensidad. En esa aureola luminosa sobresalía un objeto que brillaba con visos metálicos, una roca mediana, de formas irregulares y del color de las cenizas del carbón.

Por su aspecto sólido, aun sin tocarla, sabía que era muy pesada. La miramos con curiosidad. Al menos yo, no recordaba haber visto antes una igual.

—Lo adivinan sin duda. Este es el objeto inau­gural de nuestro curso. Es el fragmento mayor de un meteorito. Una roca llegada de lo profundo del cielo. Diferente a las rocas de nuestras montañas. Esta sí es extraterrestre.

»Se calcula que en el espacio sideral hay unos 100 000 millones de cuerpos celestes en sus órbitas: planetas, soles, estrellas, asteroides. Y entre ellos flota una gran cantidad de material disperso: muchas rocas pequeñas, algunas medianas y unas pocas grandes, y polvo cósmico. A esos elementos que se hallan en el intermedio se les llama meteo­ritos y suelen tener un tamaño menor a los diez metros, aunque también hay algunos muy grandes, de kilómetros.

»Un meteoro o estrella fugaz es el fenómeno atmosférico que resulta del paso de un pequeño cuerpo celeste a través de la atmósfera. Estos cuerpos ingresan a ella con una gran velocidad, entre 10 y 70 km por segundo; al encontrar resistencia sufren fricción, presentan calentamiento y una fuerte desa­celeración. Si son pequeños, suelen derretirse lejos de la tierra, a unos 80 km de altura, sin alcanzar a tocar la superficie de nuestro planeta. Si el meteorito es más grande, puede resistir mejor la entrada a la atmósfera y acercarse hasta unos 10 km sobre el nivel del mar antes de desintegrarse. En ese momen­to se torna muy luminoso y se le conoce con el nombre de bólido. La figura es parecida a la de un cometa en miniatura, con una cabeza brillante y una larga cola de polvo cósmico que también resplandece. Su luminosidad varía, alguno puede alcanzar el brillo de la luna llena y durar unos cuantos segundos.

»Hemos comenzado el curso con un meteorito porque es bueno recordar que los seres humanos no somos el principio de la Historia, somos solo el capítulo más reciente. Estas rocas son más antiguas que la misma Tierra y están cayendo sobre ella desde su primitiva formación. Nuestro planeta es joven entre los cuerpos celestes. Nuestro país es parte de uno de los cinco continentes que forman un planeta que, suspendido en el cielo infinito, es apenas una parte minúscula de la Vía Láctea. Mientras los astros permanecen en sus órbitas estables, los cuerpos pequeños como los meteoritos están un poco sueltos y pueden caer sobre nuestra superficie, prácticamente en cualquier momento. Pero eso ocurre muy excepcionalmente y entonces su aparición se convierte en un suceso inolvidable.

»Algunos meteoritos se han hallado incrustados dentro de la Tierra y se ha determinado su época de impacto. Su estudio nos da información sobre cómo se formó el sistema solar y los elementos que lo integran… y, además, sobre algo de suma importancia: la vida misma. Sí, no les suene raro, los meteoritos se relacionan con la vida.

La frase quedó sonando en la sala. Nos sorprendía que esas rocas inanimadas tuvieran conexión con la vida.

—¿Alguien ha oído antes la expresión “somos polvo de estrellas”? Es una frase de una melodía que habla de lo insólito de la vida. La expresión encierra una gran verdad. Sin meteoritos, no habría vida. Algunos elementos que integran las células vivas vinieron del cielo con esas rocas especiales.

¡Aquello era fascinante! En ese momento, siguiendo mi costumbre de espiarlo todo, miré al grupo; todos seguían absortos, atentos. El profesor había logrado cautivarnos. No paraba de sorprendernos, ya otra sorpresa se anunciaba en su cara.

—También los meteoritos pueden destruir la vida.

Quedamos perplejos, nos parecía una contradicción estar a favor de la vida y en contra de ella, a la vez.

—Un asteroide, que es un meteorito gigante, fue el causante de la desaparición de los dinosaurios, que era la especie animal más poderosa sobre el planeta. Ello ocurrió hace unos 66 millones de años. Un gran cuerpo celeste de unos 10 kilómetros de diámetro cayó sobre lo que hoy es la península de Yucatán, en México, y desencadenó un cataclismo que terminó con infinidad de organismos vivos. Se especula que el impacto formó una nube de polvo de tal magnitud que ocultó la luz del sol por un tiempo largo, tanto, que cortó la fotosíntesis. Y con ella se quebró la cadena alimentaria.