Con toda sinceridad - Bill Konigsberg - E-Book

Con toda sinceridad E-Book

Bill Konigsberg

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Beschreibung

PARA TODO EL QUE HAYA DESEADO QUE ALGUIEN TE VEA, TE COMPRENDA Y TE QUIERA TAL Y COMO ERES... Rafe tiene pensado pasar las vacaciones de Navidad en su casa de Colorado, lamentándose por lo que casi ocurre pero no ocurrió con Ben; pero su mejor amiga, Claire Olivia, tiene planes para él. Mientras tanto, Ben está pasando las Navidades en la granja de su familia en Nuevo Hampshire, y no se siente precisamente feliz. Un relato solo en formato digital de Bill Konigsberg que sucede después de Abiertamente hetero y antes de su secuela, Sinceramente Ben. «Me pregunté si Rafe me habría reconocido en el muñeco de nieve. Y me pregunté si, algún día, alguien me volvería a amar de esa forma». (Ben Carver)

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Índice
Gracias
Con toda sinceridad
1
2
3
4
5
Créditos

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Con toda sinceridad

(Openly, Honestly)

 

Bill Konigsberg

1

14:35, zona horaria de Colorado, 29 de diciembre

Cuando te crías siendo el hijo único de Opal y Gavin Goldberg, no te planteas por qué estás celebrando una Navidad judía el 29 de diciembre mientras llevas puesto un disfraz de roedor gigante y preparas queso vegano con leche de soja.

No. Simplemente lo haces. E involucras a tu mejor amiga, Claire Olivia, en los festejos de las Cuatro Bondades de Januvidad para mitigar la agonía.

Porque, sean o no problemas del primer mundo, hay mucho dolor.

—Precisamente por esto existen leyes contra la explotación infantil —dije mientras removía con la espátula un cazo al fuego con leche de soja, anacardos, zumo de limón y concentrado de aceite de oliva.

—A ti, cariño mío, no te habría ido bien si hubieras nacido en un país del tercer mundo —dijo mi madre. Mientras hablaba, un mechón de cabello rojo se le mecía delante de la boca—. No dejes de remover. No querrás que salga grumoso.

Claire Olivia asintió con su enorme cabeza de roedor azul.

—La verdad es que a mí esto me encanta —dijo sacando una estameña de su paquete y colocándola en la encimera delante de nosotros—. Lo único que hace por Navidad la mayoría de la gente es esperar a que un hombre obeso baje por la chimenea y les traiga cosas. No sé, al menos nosotros llevamos queso vegano a los sintecho.

Yo gruñí manteniendo inmóvil mi enorme cabeza rosa. Se me estaba agarrotando el cuello.

—¿Acaso los sintecho no sufren ya bastante?

Claire Olivia se echó a reír, pero mi madre me dio una colleja y dijo:

—Puñetero.

Era el último acto de las Cuatro Bondades de Januvidad anuales de nuestra familia. Siempre lo hacíamos una semana después de Navidad porque solíamos ir a esquiar el día 25 junto con el resto de los deportistas no cristianos de Colorado. Aunque mis padres son judíos no practicantes, nunca vieron eso como un motivo para privarme de la alegría de esta época, así que establecimos nuestros propios rituales aconfesionales. Las Cuatro Bondades de Januvidad habían evolucionado mucho desde el primer año cuando, entre otras cosas, salimos a cantar villancicos vestidos con ropa normal e hicimos ángeles de papel maché, los cuales usamos para decorar la mesa del comedor de un vecino cristiano. El pobre se quedó desconcertadísimo y sin saber qué decirle a mi madre, porque nos presentamos allí cuatro días después de Navidad para una comida que no tenía nada que ver con las fiestas. Para cuando tenía yo diez años, los disfraces y los juegos ya formaban parte de la tradición, y Claire Olivia se había convertido también en una parte orgánica de las festividades.

Mientras el queso se cuajaba, un proceso tan emocionante como, bueno, ver cuajarse un queso, Claire Olivia me informó de que este año los festejos de Januvidad se iban a alargar unas cuantas horas más.

—Después de esto, vamos a salir —sentenció como si aquello ya se hubiera decidido sin mí.

—Paso —dije. Me metí en la boca un dulce con forma de árbol de Navidad y disfruté de la sensación que la capa de azúcar verde me producía en el paladar. Me encantan estas guarrerías.

—De eso nada —dijo Claire Olivia—. Pasar no es una opción.

—Me tengo que quedar aquí —insistí mientras masticaba.

—Tenemos planes, señorito —dijo ella arrebatándome el paquete de dulces justo cuando iba a pillar otro. Se lo llevó a la despensa y lo colocó en el estante más alto—. Más tarde me darás las gracias por guardar esas porquerías, ya verás.

—¿Te daré las gracias por negarme la felicidad?

Claire Olivia no me hizo ningún caso y volvió con el queso, que era de un color amarillo grisáceo reservado para cosas que no te quieres meter en la boca.

—Para que lo sepas: nos vamos en quince minutos.

—¿Esta es otra de tus ideas navideñas locas? Porque de verdad creo que no puedo ni con una más este año.

—Lo es, y te aguantas —dijo.

Suspiré, me arrastré hasta el salón y me dejé caer en el sofá. Mi padre estaba en el sillón reclinable, tan metido en la «novela del momento» que ni pareció darse cuenta de que estaba a su lado. ¿Acaso Claire Olivia no entendía que yo no estaba de humor para festividades? Había hecho el paripé durante la Januvidad, pero lo único que quería era tumbarme en la cama, mirar al techo y fantasear con lo que podría haber sido. Con Ben, el chico perfecto.

Si yo hubiera sido una persona normal y le hubiera dicho que era gay antes de que se volviera raro que no lo supiera.

Si no hubiera echado a perder lo mejor que me había pasado en la vida justo cuando la cosa empezaba a ir bien.

Sentí que me hundía otra vez. Era como si no pudiera detener esa sensación de vacío y tristeza que tenía en el pecho. Sabía que Claire Olivia estaba hasta el moño de ese tema, pero es que no se me pasaba. Cuando ella entró en el salón, dije:

—Lo siento, pero no. —Puse los pies en alto y los brazos detrás de la cabeza—. Lo del queso es literalmente la última cosa navideña que voy a hacer. En la vida.

Claire Olivia se acercó a mí, gruñó y me agarró de la mano.

—Calla y ponte el abrigo —dijo.

Me solté y volví a ponerme la mano debajo de la cabeza.

—Sabes que soy judío, ¿verdad?

—El peor judío de la historia —dijo, y mi padre soltó una risita sin levantar la mirada—. Vives a base de beicon y gambas.

—Creo que necesitas actualizar los conocimientos que tienes sobre mi pueblo.

—Si por «tu pueblo» te refieres al de los amigos desagradecidos que no quieren hacer cosas que molan un montón, que sepas que mis conocimientos son dignos de un máster.