Conan el cimerio - El estanque del negro - Robert E. Howard - E-Book

Conan el cimerio - El estanque del negro E-Book

Robert E. Howard

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Beschreibung

Vibrante aventura marinera de nuestro querido Conan en la que el cimerio se une a la tripulación de un barco pirata. Pronto pondrán rumbo a una isla misteriosa donde aguarda un tesoro escondido. Sin embargo, los misteriosos habitantes de la isla están dispuestos a vender cara su piel para salvaguardar el tesoro de los piratas.

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Seitenzahl: 61

Veröffentlichungsjahr: 2023

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ROBERT E. HOWARD

Conan el cimerio - El estanque del negro

Traducción de Rodolfo Martínez

Saga

Conan el cimerio - El estanque del negro

 

Translated by Rodolfo Martínez

 

Original title: The Pool of the Black One

 

Original language: English

 

Copyright © 2023 SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728322895

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

Hacia el oeste ignoto las naves han zarpado

Una y otra vez, desde tiempos ya olvidados.

Con manos muertas Skelos lo escribió.

Léelo ahora, si es que tienes valor.

Ve en pos de las naves,

impávidos esqueletos.

Ve en pos de las naves,

envueltas en silencio.

1

Sancha, natural de Kórdava, bostezó con delicadeza, estiró con lascivia las largas piernas y se tendió cuan larga era en la toldilla cubierta de seda ribeteada de armiño de la carraca. Era vagamente consciente de que la tripulación, del combés al castillo de proa, no le quitaba la vista de encima y seguía cada movimiento suyo con ojos febriles y ardientes, igual que sabía que el exiguo manto de seda apenas ocultaba nada de su voluptuosa figura. Así que sonrió con insolencia y se dispuso a arrebatarles unos cuantos guiños más antes de que el sol, cuyo disco dorado asomaba apenas sobre el océano, la deslumbrara.

Un sonido que no era el crujido del maderamen, el repiqueteo de las maromas ni el lamido de las olas llegó a sus oídos en aquel preciso instante. Se sentó, la vista fija en la borda sobre la que en aquel momento saltaba una figura chorreante. Sus oscuros ojos se abrieron de par en par y los rojos labios formaron una O de sorpresa. El intruso le era totalmente desconocido. El agua chorreaba en arroyuelos desde los enormes hombros y los macizos brazos. Solo llevaba puestos unos amplios pantalones de brillante seda carmesí, que estaban totalmente empapados, igual que lo estaba el ancho cinturón de hebilla dorada y la espada envainada que pendía de él. Erguido junto a la borda, el sol naciente recortaba su silueta haciéndolo parecer una gigantesca estatua de bronce. Se pasó los dedos por la empapada melena negra y los ojos azules relampaguearon cuando los posó en la joven.

—¿Quién eres? —quiso saber ella—. ¿De dónde has salido?

Él señaló hacia el mar en un gesto que abarcó un cuarto de circunferencia sin que los ojos azules se apartaran del esbelto cuerpo.

—¿Eres un tritón, visto que has surgido de las profundidades? —preguntó ella. A pesar de que estaba acostumbrada a la admiración, se sentía confusa ante lo directo de su mirada.

Antes de que él pudiera responder, se oyó el ruido de unos pies veloces en la cubierta y el dueño de la carraca se quedó mirando al desconocido, los dedos contraídos alrededor de la empuñadura de la espada.

—¿Quién demonios eres, rufián? —preguntó en tono hostil.

—Soy Conan —dijo el otro sin perder la calma. Sancha estaba pendiente de cada palabra. Nunca había oído hablar el zingario con un acento como el del desconocido.

—¿Y cómo has abordado mi nave? —preguntó el capitán, desconfiado.

—Nadando.

—¡Nadando! —exclamó el capitán, furioso—. ¿Me estás tomando el pelo, perro? Estamos muy lejos de cualquier costa. ¿De dónde sales?

Conan señaló hacia el este con un brazo tostado y fuerte, ribeteado en oro por el sol naciente.

—Vengo de las islas.

—¡Ajá! —El otro lo examinó, más interesado. Las cejas negras se estrecharon mientras entrecerraba los ojos y alzó el fino labio con desdén—. Así que eres unos de esos perros de las Baracha.

Una tenue sonrisa cruzó los labios de Conan.

—¿Sabes quién soy? —quiso saber su interrogador.

—Este barco es el Derrochador. Así que supongo que eres Zaporavo.

—¡Así es! —Que el desconocido supiese quien era halagaba la vanidad del capitán. Era alto, tanto como Conan, aunque más delgado. Enmarcado en un morrión de acero, su rostro era cetrino, saturnino y rapaz, de ahí que los hombres lo llamaran Halcón. Su armamento y vestimenta eran lujosos y recargados, como correspondería a un noble zingario. Nunca apartaba mucho la mano de la empuñadura de la espada.

La mirada que le echó a Conan no fue muy benévola. Poco afecto hay entre los renegados zingarios y los forajidos que infestan las Islas Baracha al sur de la costa de Zingaria. Estos últimos eran en su mayoría naturales de Argos, con algunos elementos dispersos de otras nacionalidades. Eran el azote de la navegación y asolaban las ciudades costeras de Zingaria… al igual que lo hacían los bucaneros zingarios, con la diferencia de que estos intentaban dignificarse haciéndose llamar filibusteros, mientras calificaban de piratas a los barachanos. No eran los primeros ni serían los últimos en darle un baño de oro al nombre de ladrón.

Algo de eso pasó por la mente de Zaporavo mientras jugaba con la empuñadura de la espada y miraba con el ceño fruncido a su inesperado invitado. Conan no le daba la menor pista de lo que pensaba; permanecía de pie con los brazos cruzados con la misma tranquilidad que si estuviera en su propia cubierta. En sus labios había una sonrisa y su mirada era confiada.

—¿Y qué haces aquí? —preguntó de pronto el filibustero.

—Me pareció lo más prudente abandonar la reunión de Tortage antes de que saliera la luna esta pasada noche —respondió Conan—. Me fui en un bote que hacía agua y me tiré toda la noche remando y achicando. Vi tus velas al amanecer, así que deje que esa miserable bañera se hundiese; iría más rápido por mis propios medios.

—Hay tiburones en estas aguas —gruñó Zaporavo, y no le gustó demasiado el encogimiento de hombros que obtuvo por respuesta. Un vistazo al combés le mostró una cortina de rostros ansiosos con la vista clavada en lo alto. A una palabra suya desencadenaría sobre la popa una tormenta de espadas que acabaría incluso con un guerrero tan experimentado como parecía el desconocido—. ¿Por qué debería perder mi tiempo en cada vagabundo anónimo que me mandan las olas? —gruñó Zaporavo, cuyo aspecto y modales eran incluso más insultantes que sus palabras.

—Un barco siempre puede usar un buen marinero — respondió su interlocutor sin alterarse.

Zaporavo frunció el ceño, pues sabía que aquello era cierto. Dudó un instante y, al hacerlo, perdió su barco, su liderazgo, su chica y su vida. Claro que no podía ver lo que le deparaba el futuro y para él Conan no era más que otro vagabundo que le habían mandado las olas, tal como él mismo había dicho. No le gustaba, pero tampoco había hecho nada para provocarlo. Sus modales no eran insolentes, solo algo más confiados de lo que a Zaporavo le gustaba.

—Trabajarás por tu sustento —gruñó el Halcón—. Largo de la popa. Y recuerda, mi voluntad es la única ley que existe.