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La tribu de Bakalah rapta a Livia, una mujer civilizada y débil. A punto de ser sacrificada, Livia se ofrecerá carnalmente a la única persona que puede salvarla: Conan el cimerio, líder de una tribu rival. Sin embargo, ante la brutalidad de Conan, Livia huirá a la jungla, sin saber que allí le esperan terrores mucho peores que la muerte.
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Seitenzahl: 34
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Robert E. Howard
Traducción de Rodolfo Martínez
Saga
El valle de las mujeres perdidas
Translated by Rodolfo Martínez
Original title: The Valley of Lost Women
Original language: English
Copyright © 1967, 2022 Robert E. Howard and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728322987
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
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El retumbar de los tambores y la fanfarria de los grandes cuernos elaborados con colmillos de elefante resultaban ensordecedores, pero en los oídos de Livia aquel clamor no era más que un murmullo apagado, sordo y lejano. Tumbada en un camastro dentro de la gran cabaña, pasaba del delirio a la semiinconsciencia. Sus sentidos no percibían apenas los sonidos y movimientos del exterior. Toda su atención, confusa y embotada, estaba centrada en la imagen desnuda y retorcida de su hermano y en la sangre que le corría por los temblorosos muslos. Siluetas negras se recortaban con claridad implacable contra un pesadillesco fondo de formas oscuras entrelazadas, y el aire se estremecía con un estertor, mezclado y entretejido obscenamente con el susurro de una risa diabólica.
No era consciente de sí misma, de aquello que la separaba del resto del cosmos. Se ahogaba en un abismo de dolor, como si ella no fuera más que dolor cristalizado y manifestado en la carne. Yacía sin pensar ni moverse mientras los tambores redoblaban, los cuernos resonaban, las voces bárbaras entonaban cantos siniestros, los pies marcaban el ritmo contra el duro suelo y las palmas batían frenéticas.
Al cabo, la conciencia fue volviendo poco a poco a su mente paralizada. Sintió un vago asombro al comprobar que no tenía ningún daño físico. Aceptó el milagro sin experimentar agradecimiento. No parecía importante. De forma mecánica, se sentó en el camastro y miró a su alrededor, aturdida, mientras sus extremidades se movían indecisas, obedeciendo al despertar de los centros nerviosos. Posó unos pies descalzos y nerviosos en el suelo de tierra batida; sus dedos tiraron de forma espasmódica de la exigua camisola que era su única indumentaria. Le pareció recordar, como si hubiera contemplado la escena desde fuera, que hacía mucho tiempo unas manos bastas le habían arrancado el resto de la ropa, y que se había puesto a llorar de miedo y vergüenza. Le pareció sorprendente que algo tan nimio le hubiera causado tanto dolor. La magnitud de las atrocidades y las indignidades, como todo lo demás, era relativa después de todo.
Se abrió la puerta de la cabaña y entró una mujer negra, una criatura esbelta como una pantera, con un cuerpo flexible que brillaba como el ébano pulido. Solo llevaba una tira de seda, alrededor de las cimbreantes caderas. El blanco de sus ojos, que giró con expresión taimada, reflejaba la hoguera del exterior.
Llevaba un plato de bambú con comida: carne humeante, gachas, batatas asadas y barritas del duro pan nativo, además de una jarra de oro batido llena de cerveza yarati. Lo posó todo en el camastro, pero Livia no le prestó atención. Estaba sentada en el otro extremo de la cabaña, apoyada contra la pared cubierta de esteras de bambú. La joven negra dejo escapar una risa maligna y mostró los blancos dientes, los ojos ardientes de desprecio. Luego siseó una obscenidad y realizó un gesto de burla más grosero aún que sus palabras, tras lo cual dio media vuelta y salió de la cabaña. Había más insolencia en el bamboleo de sus caderas de la que habría sido capaz de expresar verbalmente una mujer civilizada.