Conan el cimerio - Hatajo de rufianes - Robert E. Howard - E-Book

Conan el cimerio - Hatajo de rufianes E-Book

Robert E. Howard

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Beschreibung

En una ciuadd sin nombre sita entre Zamora y Corinthia, el aristócrata Murilo y el sacerdote Nabonidus luchan por hacerse con el poder. En el punto álgido de su enfrentamiento, Murilo busca la ayuda de Conan el cimerio. Sin embargo, muchas sorpresas desagradables aguardan a Conan en su intervención entre la lucha de los dos poderosos hombres. Pronto tendrá que comprender quién es su enemigo y quién su aliado verdadero.

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Seitenzahl: 48

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Robert E. Howard

Conan el cimerio - Hatajo de rufianes

Traducción de Rodolfo Martínez

Saga

Conan el cimerio - Hatajo de rufianes

 

Translated by Rodolfo Martínez

 

Original title: Rogues in the House

 

Original language: English

 

Copyright © 1934, 2023 Robert E. Howard and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728323007

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

Durante un festival de la corte, Nabonidus el Sacerdote Rojo, auténtico gobernante de la ciudad, rozó cortésmente el brazo de Murilo, un joven aristócrata. Este se volvió para encararse con la enigmática mirada del sacerdote y se preguntó qué se ocultaría tras ella. No intercambiaron palabra alguna, pero Nabonidus se inclinó y tendió un joyero dorado a Murilo. El joven aristócrata, sabedor de que Nabonidus no hacía nada sin un buen motivo, se despidió de sus anfitriones a la primera oportunidad y volvió a sus aposentos. Allí abrió el joyero y se encontró con una oreja humana, que reconoció por la cicatriz que la cruzaba. Empezó a sudar profusamente y ya no le cupo duda alguna sobre el significado de la mirada del Sacerdote Rojo.

Pero Murilo, pese a sus rizos perfumados y su aspecto afectado, no era ningún alfeñique que fuera a ofrecer el cuello desnudo al hacha del verdugo sin presentar batalla. No sabía si Nabonidus se limitaba a jugar con él o le brindaba la oportunidad de marchar voluntariamente al exilio, pero el hecho de seguir con vida y en libertad demostraba que al menos le había dado algunas horas, quizá para que meditase. Sin embargo, lo que necesitaba no era reflexión, sino una herramienta. El destino se la proporcionó y la puso a punto en los antros y burdeles de la plebe, mientras el joven aristócrata se estremecía y buscaba una solución en la parte de la ciudad ocupada por los palacios de mármol y marfil con torres moradas de la nobleza.

Había un sacerdote de Anu cuyo templo, justo en la linde de los suburbios, era escenario de algo más que simple devoción. El orondo sacerdote, bien alimentado, era al mismo tiempo perista y confidente de la policía. Tenía montado un floreciente negocio que se beneficiaba de ambos lados de la ley, pues en el distrito contiguo al templo empezaba el Laberinto, una maraña de callejones embarrados y retorcidos con antros sórdidos frecuentados por los ladrones más temerarios del reino. Entre ellos destacaban un gunderio que había desertado de una compañía de mercenarios y un bárbaro cimerio. Por obra del sacerdote de Anu, el gunderio fue prendido y colgado en la plaza del mercado, pero el cimerio logró escapar y, tras enterarse de la traición del sacerdote, entró una noche en el templo de Anu y le cortó la cabeza. Esto provocó un enorme revuelo en la ciudad, pero la búsqueda del asesino fue infructuosa hasta que una mujer lo delató ante las autoridades, y guio al capitán de la guardia y a su escuadrón a la cámara oculta donde el bárbaro dormía la borrachera.

Volvió a la vida, torpe pero fiero, cuando caían sobre él. Evisceró al capitán y se lanzó sobre los guardias, y habría logrado escapar de no haber tenido los reflejos embotados por el licor. Aturdido y medio ciego, no dio con la puerta abierta y se lanzó de cabeza contra la pared con tanto ímpetu que cayó inconsciente. Cuando volvió en sí estaba en la mazmorra mejor guardada de la ciudad, sujeto a la pared con cadenas que ni siquiera su tremenda musculatura podía arrancar.

A esa celda acudió Murilo, enmascarado y envuelto en una amplia capa negra. El cimerio lo contempló con curiosidad, tomándolo por el verdugo que enviaban a acabar con él. Murilo se sentó a su derecha y le devolvió el examen con idéntica atención. Incluso en la penumbra de la celda y con las extremidades cargadas de cadenas, el primitivo poderío de aquel tipo era evidente. El cuerpo recio y los miembros cubiertos de tensos músculos se combinaban con la fuerza de un oso pardo y la velocidad de una pantera. Bajo la melena negra revuelta, dos ojos azules brillaban con fiereza.

—¿Te gustaría seguir con vida? —preguntó Murilo.

El bárbaro soltó un gruñido, y un reflejo de interés le asomó a los ojos.

—Si organizo tu fuga, ¿harás algo por mí? —preguntó el aristócrata. —El cimerio no respondió; fue suficiente la intensidad de su mirada—. Quiero que mates a un hombre.

—¿A quién?

La voz de Murilo se convirtió en un susurro:

—A Nabonidus, el capellán del rey.

El cimerio no dio muestras de sorpresa o preocupación. Carecía del miedo y la reverencia a la autoridad que infunde la civilización. Para él no había diferencia entre reyes y mendigos. Ni se molestó en preguntar por qué lo había elegido Murilo, estando las calles como estaban llenas de asesinos bien dispuestos.

—¿Cuándo escaparé? —quiso saber.

—En una hora. De noche solo hay un guardia en esta parte de las mazmorras. Es sobornable y está sobornado. Aquí tengo las llaves de las cadenas. Te las quitaré y me iré. El guardia, Áticus, vendrá más tarde y abrirá la puerta de tu celda. Átalo con jirones de tu túnica; así, cuando lo encuentren, pensarán que te rescató alguien del exterior y no sospecharán de él. Ve de inmediato a casa del Sacerdote Rojo y mátalo. Después ve al Nido de Ratas. Allí te estarán esperando con una bolsa de oro y un caballo, que te servirán para escapar de la ciudad.