Conan el cimerio - La reina de la costa negra - Robert E. Howard - E-Book

Conan el cimerio - La reina de la costa negra E-Book

Robert E. Howard

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Beschreibung

Nuestro cimerio favorito, Conan, huye del puerto de Argos debido a una disputa judicial. A bordo del navío Argus, no tardará en sufrir el ataque de los piratas liderados por la fiera Bêlit, la reina de la costa negra. Los piratas dan muerte a todos los marineros excepto a Conan, de quien Bêlit se ha encaprichado. Pronto ambos se harán amantes y emprenderán numerosas aventuras marineras y arriesgadas. Uno de los mejores y más afamados relatos de aventuras de Conan el cimerio.

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Seitenzahl: 62

Veröffentlichungsjahr: 2022

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Robert E. Howard

La reina de la costa negra

Translated by Rodolfo Martínez

Saga

La reina de la costa negra

 

Translated by Rodolfo Martínez

 

Original title: Queen of the Black Coast

 

Original language: English

 

Copyright © 1934, 2022 Robert E. Howard and SAGA Egmont

 

All rights reserved

 

ISBN: 9788728322994

 

1st ebook edition

Format: EPUB 3.0

 

No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.

 

www.sagaegmont.com

Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.

CIMERIA

ROBERT E. HOWARD

Versión en castellano de Rodolfo Martínez

Recuerdo mil bosques sombríos,

penumbra en colinas abiertas al viento,

el arco plomizo de nubes sin cuento,

arroyos adustos, torrentes umbríos

y un valle erizado de cerros baldíos.

Tras esas colinas, mil más se agazapan,

laderas cuajadas de bosques huraños,

paisaje de picos abruptos y extraños.

Madre feroz, madrastra postrada,

Cimeria. De viento y de noche preñada.

En ella los vientos confluyen convulsos

y sueños sin dueño rehúyen el sol.

Son soplos sombríos que marcan el son

de ramas crujientes en bosques adustos

y sombras quebradas en rotos arbustos.

Cimeria. De noche y de sombra engendrada.

Recuerdos de un hacha de borde afilado,

de lanza clavada en sangrante costado,

de denso silencio que a todos abraza

y extiende en las nubes su espesa coraza.

Cimeria. Morada de vientos eternos.

Herencia inasible que no me abandona,

fantasma irredento que nunca perdona,

mortaja que aplasta feroz mis empeños,

desgarra miradas, derrota los sueños.

LA REINA DE LA COSTA NEGRA

ROBERT E. HOWARD

Traducción de Rodolfo Martínez

1

Conan se une a los piratas

¿Crees que acaba el invierno sombrío,

que ceden las sombras su reino escarchado,

que lavan las lluvias el mar encrespado

y tiembla la luz entre niebla y rocío?

¿Crees que el oro sin fin del verano

se vierte en un pardo apagado y tardío,

preñado de sombra, temores y hastío,

que trae un otoño gastado y temprano?

Pues cree que el paso que en mí desemboca,

que lleva a mi alma, mi rostro, mi boca,

cerrado estará si así yo lo quiero.

Será precipicio cercado de espinas,

que solo abrirá sus negras esquinas

al hombre salvaje que ansío y espero.

—La canción de Bêlit

Los cascos del caballo resonaban en la calle que bajaba al puerto. Mientras gritaban y se apartaban, los transeúntes vieron de refilón una figura en cota de malla sobre un semental negro con una amplia capa escarlata ondeando al viento. Se oían a lo lejos el estrépito y los gritos de una persecución, pero el jinete no se volvió a mirar. Se lanzó hacia los muelles y detuvo bruscamente al caballo justo al borde del malecón, encabritándolo. Los marineros lo contemplaron asombrados, distribuidos entre los remos y bajo la vela de rayas de una ancha galera de proa alta que salía del puerto. El capitán, un hombre robusto de barba negra, estaba junto al bauprés, apartando el bajel del muelle con un bichero. Lanzó un grito de enojo cuando el jinete desmontó y aterrizó de un largo salto en plena cubierta.

—¿Quién te ha invitado a bordo?

—¡Zarpa de una vez! —rugió el intruso. Con un gesto feroz, agitó la espada que blandía y esparció gotas rojas por todas partes.

—Pero... ¡vamos a las costas de Kush! —manifestó el patrón.

—¡Pues voy a Kush! ¡Zarpa de una vez, maldición!

Lanzó un rápido vistazo a la calle, por la que descendía al galope un grupo de jinetes. Por detrás se acercaban a pie varios hombres, ballesta al hombro.

—¿Cómo vas a pagar tu pasaje? —quiso saber el capitán.

—¡Con acero! —rugió el desconocido, sin dejar de blandir la enorme espada que arrancaba destellos azules del sol—. ¡Por Crom que si no zarpas de una vez, empaparé la galera con la sangre de la tripulación!

El capitán, que no era tonto, lanzó una mirada al rostro crispado de cólera y cruzado de cicatrices del espadachín y ladró una orden mientras seguía empujando con el bichero los pilones del malecón. La galera se apartó del muelle y los remos empezaron a moverse rítmicamente. Un golpe de viento llenó la vela y empujó el ligero bajel, que surcó elegantemente las olas rumbo al mar.

En el muelle, los jinetes blandían las espadas, lanzaban amenazas, ordenaban que el barco diera media vuelta y gritaban a los ballesteros que se apresurasen antes de que la nave estuviera fuera de alcance.

—Que rabien —gruñó el espadachín—. Tú mantén el rumbo.

El capitán abandonó el pequeño puente, bajó a proa, se desplazó entre las filas de remeros y subió a cubierta. El extranjero tenía la espalda apoyada en el mástil, los ojos entrecerrados y la espada desenvainada. El patrón no dejaba de mirarlo, con cuidado de no hacer ningún movimiento hacia el largo cuchillo que pendía de su cinturón. El extranjero era alto y robusto, y vestía coraza de escamas negras, grebas relucientes y un casco de acero azul del que sobresalían dos cuernos pulidos. Por los hombros le caía una capa escarlata que ondeaba al viento. La vaina de la espada pendía de un amplio cinturón de cuero con hebilla dorada. Bajo el yelmo astado se desparramaba una espesa melena negra de corte recto que contrastaba con el azul intenso de los ojos.

—Ya que tenemos que viajar juntos —dijo el capitán—, será mejor que nos llevemos bien. Me llamo Tito, capitán con licencia de los puertos de Argos. Vamos hacia Kush a comerciar con los reinos negros. Llevamos abalorios, seda, azúcar y espadas con empuñadura de bronce. Lo cambiaremos por marfil, copra, cobre bruto, esclavos y perlas.

El espadachín miró hacia el puerto cada vez más lejano, donde diminutas figuras gesticulaban impotentes. Era evidente que les costaba trabajo encontrar un bote suficientemente rápido para alcanzar la galera.

—Soy Conan. Soy cimerio —respondió—. Vine a Argos a buscar trabajo, pero parece que las guerras han acabado y no había nada en lo que emplear mi espada.

—¿Por qué te perseguían los guardias? —preguntó Tito—. No es que sea asunto mío, pero a lo mejor...

—No tengo nada que ocultar —replicó el cimerio—. Por Crom, he pasado bastante tiempo en la civilización, pero sigo sin comprender muchas de vuestras costumbres.

»Anoche, un capitán de la Guardia Real ofendió en la taberna a la amante de un joven soldado, quien naturalmente se lo hizo pagar. Al parecer existe una absurda ley que prohíbe matar guardias, y la pareja de mozos tuvo que poner pies en polvorosa. Corrió la voz de que se me había visto con ellos, así que hoy me llevaron ante el juez, que me preguntó por su paradero. Le respondí que, dado que el soldado era mi amigo, no podía delatarlo. El tribunal se encabritó de rabia y el juez se puso a perorar sobre mi deber hacia el Estado, la sociedad y otras cosas que no entendí, y me ordenó revelarle adónde había huido mi amigo. Yo empezaba a enfadarme; ya había dejado clara mi postura, al fin y al cabo.