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Una de las primeras y más aclamadas historias de Conan el cimerio. Mientras se encuentra en la ciudad de Zamora, nuestro héroe oye hablar del Corazón del Elefante, una joya legendaria custodiada por un malvado brujo. Pronto Conan emprenderá una gesta para recuperar la joya, sin saber que le aguardan todo tipo de peligros, aventuras y sangre en el camino.
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Seitenzahl: 50
Veröffentlichungsjahr: 2022
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Robert E. Howard
Translated by Rodolfo Martínez
Saga
La torre del elefante
Translated by Rodolfo Martínez
Original title: The Tower of the Elephant
Original language: English
Copyright © 1933, 2022 Robert E. Howard and SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728323021
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrievial system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
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Saga is a subsidiary of Egmont. Egmont is Denmark’s largest media company and fully owned by the Egmont Foundation, which donates almost 13,4 million euros annually to children in difficult circumstances.
Las antorchas alumbraban con luz turbia los festejos del Mazo, donde los ladrones del este se pasaban la noche de jarana. Allí podían organizar el alboroto que les pluguiera, pues la gente honrada rehuía aquellas barriadas y la guardia urbana, bien untada con monedas tintineantes, no se metía en sus asuntos. A lo largo de las calles retorcidas y sin pavimentar, llenas de montones de basura y charcos embarrados, los ebrios juerguistas se tambaleaban entre gritos. El acero brillaba en las sombras, donde el lobo era presa del lobo, y de la oscuridad surgían la risa estridente de las mujeres y el ruido de forcejeos y riñas. La luz se arrastraba perezosa por las ventanas rotas y las puertas desvencijadas, y la peste del vino se mezclaba con la de los cuerpos sudorosos antes de escapar al exterior acompañada del estrépito de las jarras y los golpes de los puños contra las mesas. Se oían retazos de canciones obscenas que caían como un puñetazo en el rostro.
En uno de esos antros, lleno de bribones cubiertos de toda clase de harapos, el jolgorio hacía temblar el techo bajo manchado de humo. Rateros furtivos, raptores rijosos y ladrones de dedos rápidos fanfarroneaban con bravuconería ante sus amantes, mujeres de voz estridente y ropas tan lujosas como de mal gusto. Los rufianes locales eran el elemento dominante: zamorios de piel morena y ojos negros con un puñal al cinto y un corazón traicionero. Pero había también depredadores de media docena de naciones, como un gigantesco renegado hiperbóreo de aspecto taciturno y amenazador, con una enorme espada al nervudo costado; la gente iba armada sin disimulos en el Mazo. Un poco más allá había un falsificador shemita de nariz ganchuda y barba negroazulada. Una moza britunia de mirada desafiante se desperezaba en el regazo de un gunderio de melena leonada; sin duda un mercenario, desertor de algún ejército derrotado. El rufián grasiento cuyas bromas procaces causaban alaridos de jolgorio era un secuestrador profesional llegado de la lejana Koth, empeñado en enseñar a raptar mujeres a zamorios mucho más experimentados de lo que él estaría jamás.
Este individuo detuvo la descripción de los encantos de una de sus víctimas y metió el hocico en una enorme jarra de cerveza. Se limpió luego la espuma de los labios grasientos y dijo:
—Por Bel, dios de los ladrones, os enseñaré cómo se secuestra una moza. La tendré antes del alba al otro lado de la frontera de Zamora, donde habrá una caravana esperándola. Trescientas monedas de plata me ha prometido un conde de Ofir por una joven britunia honesta de buena familia. Me tiré semanas pateándome las ciudades fronterizas disfrazado de mendigo hasta que encontré la mercancía apropiada. ¡De primera calidad, amigos!
Lanzó un beso baboso al aire.
—Sé de nobles shemitas que cambiarían el secreto de la Torre del Elefante por ella —añadió mientras volvía a llevarse la jarra a la boca.
Un tirón en la manga de la túnica le hizo volver la cabeza, molesto por la interrupción. Contempló al joven alto y fornido que tenía al lado. Estaba tan fuera de lugar en aquel antro como un lobo gris entre ratas de alcantarilla. La ropa barata que llevaba no lograba ocultar la poderosa silueta de formas fuertes y esbeltas, los hombros anchos y musculosos, el pecho enorme, la cintura breve y los gruesos brazos. Tenía la piel morena por el sol, y los ojos, azules y amenazadores. Una melena negra alborotada coronaba su amplia frente, y del cinto le pendía una espada en una vaina de cuero desgastado.
El kothiano se echó hacia atrás sin querer. Aquel individuo no pertenecía a ninguno de los pueblos civilizados que conocía.
—Has mencionado la Torre del Elefante —dijo el extranjero, en un zamorio con acento muy marcado—. He oído hablar mucho de ella. ¿Cuál es su secreto?
Su actitud no parecía amenazadora, y el valor del kothiano rebosaba a causa de la bebida y la clara aprobación de su público.
—¿El secreto de la Torre del Elefante? —exclamó mientras se pavoneaba—. Cualquier idiota sabe que el sacerdote Yara guarda allí el Corazón del Elefante, una gran piedra preciosa en la que reside el secreto de su magia.
El bárbaro rumió aquellas palabras un momento.
—He visto la torre. Está en medio de un gran jardín en la zona alta de la ciudad, rodeada de muros elevados. No he visto guardias, y la muralla se puede escalar con facilidad. ¿Por qué nadie ha robado todavía esa gema secreta?
El kothiano se quedó boquiabierto ante la simplicidad de su interlocutor, para estallar luego en una carcajada burlona a la que se unieron los demás.
—¡Oíd a este palurdo! —bramó—. ¡Quiere robar la gema de Yara! ¡Escucha, chaval! —dijo mientras se volvía con ostentación hacia el joven—. Supongo que eres uno de esos bárbaros del norte…
—Soy cimerio —respondió el extranjero en tono hostil.
Ni la respuesta ni los modales le dijeron gran cosa al kothiano. Procedía de un reino del sur colindante con Shem y solo conocía de forma vaga a los pueblos del norte.