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Una de las primeras aventuras de nuestro querido Conan el cimerio nos lleva a una huida llena de peligros, acción y aventura. Olivia, prisionera del sádico Shah Amurath, intenta escapar de su cautiverio con la ayuda de Conan. Ambos escaparán hasta una isla oscura y misteriosa en la que los aguardan numerosos peligros y más de una oscura sorpresa.
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Seitenzahl: 61
Veröffentlichungsjahr: 2023
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Robert E. Howard
Translated by Rodolfo Martínez
Saga
Conan el cimerio - Sombras a la luz de la luna
Translated by Rodolfo Martínez
Original title: Shadows in the Moonlight
Original language: English
Copyright © 2023 SAGA Egmont
All rights reserved
ISBN: 9788728322963
1st ebook edition
Format: EPUB 3.0
No part of this publication may be reproduced, stored in a retrieval system, or transmitted, in any form or by any means without the prior written permission of the publisher, nor, be otherwise circulated in any form of binding or cover other than in which it is published and without a similar condition being imposed on the subsequent purchaser.
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Un repentino choque de caballos entre las altas cañas; una caída estruendosa; un grito de desesperación. Quien iba a lomos del caballo moribundo se puso en pie tambaleante; era una esbelta joven calzada con sandalias y vestida con una túnica ceñida. El pelo negro se le desparramaba por los blancos hombros, y sus ojos eran los de un animal acorralado. No miró hacia el cañaveral que llenaba el claro ni hacia las aguas azules que bañaban la costa, a sus espaldas. Sus ojos estaban fijos con una intensidad agónica en el jinete que se acercaba atravesando el cañaveral y que desmontó al llegar a su lado.
Era alto y delgado, pero duro como el acero. Estaba cubierto de la cabeza a los pies por una cota de malla plateada que se adaptaba como un guante a su cuerpo flexible. Bajo el casco dorado con forma de cúpula, dos ojos pardos la contemplaban burlones.
—¡Atrás! —La voz de la joven temblaba de terror—. ¡No me toques, Shah Amurath, o me lanzaré al agua y me ahogaré!
El hombre soltó una carcajada; su risa era como el ronroneo de una espada contra una vaina de seda.
—No, no te ahogarás, Olivia, mi dulce cabeza hueca. Junto a la orilla no es suficientemente profunda, y te puedo alcanzar antes de que te alejes. Me has proporcionado una caza interesante, por los dioses; tanto que hemos dejado a mis hombres muy atrás. Pero no hay caballo al oeste de Vilayet que pueda superar a Item. — Señaló al esbelto semental del desierto, a sus espaldas.
—¡Déjame! —suplicó la joven, con el rostro cubierto de lágrimas de desesperación—. ¿No me has hecho ya bastante daño? ¿Hay alguna humillación, dolor o degradación que no me hayas infligido? ¿Cuánto más va a durar esta tortura?
—Hasta que deje de encontrar placer en tus lloriqueos, tus súplicas, tus lágrimas y tus estremecimientos —respondió él con una sonrisa que habría parecido tierna a quien no lo conociese—. Eres sorprendentemente excitante, Olivia. Creo que nunca me cansaré de ti como me he cansado de otras mujeres. Siempre pareces fresca e inmaculada, te haga lo que te haga. Cada día a tu lado me trae nuevos placeres.
»Vamos, volvamos a Akif, donde el pueblo festeja al conquistador de esos miserables kozakis, mientras este está ocupado recapturando a una miserable fugitiva. Una fugitiva imprudente, encantadora y estúpida.
—No.
La joven retrocedió hacia las aguas azules que lamían las cañas.
—¡Sí!
El relámpago de ira desatada en su voz fue como chispas que saltasen del pedernal. Con una velocidad que los delicados miembros de la joven no podían igualar, la agarró por la muñeca y se la retorció con malignidad hasta hacerla caer de rodillas con un grito.
—¡Perra! Debería llevarte de vuelta a Akif atada a la cola del caballo, pero seré piadoso y te llevaré en la parte delantera de la silla. Deberías estarme agradecida por ello, maldita…
La soltó de pronto mientras dejaba escapar un juramento, retrocedía y desenvainaba el sable. De los cañaverales surgió una aparición terrible que lanzó un grito inarticulado de puro odio.
En el el suelo, Olivia contempló lo que le pareció un salvaje o un loco que avanzaba hacia Shah Amurath de forma amenazadora. Era un individuo fuerte, desnudo excepto por un ceñido taparrabos manchado de sangre y fango seco. Su negra melena estaba llena de pegotes de limo y barro, y tenía regueros de sangre seca en el pecho y los brazos, así como en el mandoble que llevaba en la mano derecha. Sus ojos inyectados en sangre brillaban como brasas de fuego azul.
—¡Perro hirkanio! —rugió la aparición con acento bárbaro—. ¡La venganza del infierno te ha traído hasta mí!
—¡Un kozaki! —exclamó Shah Amurath, retrocediendo—. ¡No sabía que hubiera escapado uno de vosotros! Os hacía a todos pudriéndoos en la estepa junto al río Ilbars.
—¡Todos menos yo, maldito! Ah, he soñado con este momento mientras me arrastraba por las zarzas, mientras yacía bajo las rocas y las hormigas me roían la carne, mientras me agazapaba con el fango a la altura de la boca. Sí, soñé con ello, pero nunca me atreví a suponer que pasaría. ¡Ah, dioses del infierno, cuánto he deseado este momento!
El ansia de sangre del desconocido era un espectáculo terrible. Chasqueaba la mandíbula de modo espasmódico, y la espuma asomaba por la comisura de sus labios ennegrecidos.
—¡Atrás! —ordenó Shah Amurath, con los ojos entrecerrados.
—¡Ja! —Era como el gañido de un lobo gris—. ¡Shah Amurath, el gran señor de Akif! Ah, maldito, no tienes ni idea de cuánto me alegro de verte. Alimentaste a los buitres con mis camaradas, los hiciste descuartizar con caballos, los cegaste, los mutilaste y los dejaste lisiados. ¡Perro! ¡Puerco!
A pesar de lo terrorífico de su aspecto, Olivia estaba segura de que caería al primer cruce de espadas. Loco o salvaje, ¿qué podía hacer desnudo frente al acorazado amo de Akif?
Durante un instante pareció que las espadas llameaban y se besaban, como si apenas se tocasen antes de volver a separarse. De pronto, el mandoble sobrepasó al sable y descargó un golpe letal en el hombro de Shah Amurath. Olivia gritó ante la furia que entrañaba. Por encima del crujido de la cota de malla distinguió con claridad el ruido del hueso al romperse. El hirkanio retrocedió, pálido; la sangre corría entre los anillos de la cota de malla; el sable se le escurrió de los dedos inertes.
—¡Cuartel! —jadeó.
—¿Cuartel? —Había un deje de delirio en la voz del desconocido—. ¡Como el que tú nos diste, cerdo!
Olivia cerró los ojos. Aquello ya no era una batalla, sino una carnicería; frenética, sangrienta, gobernada por la histeria de la rabia y el odio. En ella culminaban los sufrimientos de la batalla, la matanza y la tortura, y volaba sobre las alas del miedo, la sed de venganza y el ansia de muerte. Aunque Olivia sabía que Shah Amurath no merecía la menor compasión de ninguna criatura viviente, cerró los ojos y se llevó las manos a los oídos para no oír como la espada caía una y otra vez con el sonido de un hacha de carnicero ni oír los gritos que poco a poco iban apagándose.
Abrió los ojos y vio al desconocido alejándose de aquella parodia sangrienta que apenas recordaba un ser humano. El pecho le subía y le bajaba por la emoción o el agotamiento; tenía la frente perlada de sudor y la mano derecha salpicada de sangre.