Cóndor de Medianoche - Leonardo Fiocchi - E-Book

Cóndor de Medianoche E-Book

Leonardo Fiocchi

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Beschreibung

En las sombras de la República Argentina de los años 80, un secreto amenaza con alterar el frágil equilibrio de poder en la región. Un avance tecnológico sin precedentes cae en las manos indebidas. El destino de las naciones y el juego del poder que se vuelve mortal. En este crisol de incertidumbre y traición, surge un protagonista. Su tarea es vital: impedir que esta tecnología caiga en las manos equivocadas, porque las consecuencias que se avecinarán irán más allá de la imaginación de cualquier mente inquieta. Lo que acecha en las sombras es aún más aterrador, un cruce de religiones y otros proyectos secretos aguardan en las penumbras. Y, en un giro cruel del destino, el enemigo elegido podría no ser el verdadero enemigo. El reloj avanza implacablemente mientras el equilibrio del poder regional pende de un hilo.

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Ähnliche


LEONARDO FIOCCHI

Cóndor de medianoche

Fiocchi, LeonardoCóndor de medianoche / Leonardo Fiocchi. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4409-4

1. Novelas. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenidos

Prólogo

–1– “Profesionalismo y discreción”

–2– “El despertar del pasado”

–3– “El poder de lo oculto”

–4– “La oportunidad en el caos”

–5– “Un pacto en la medianoche”

–6– “A contrarreloj”

–7– “El valor de la lealtad”

–8– “Bajo la mirada de la muerte”

–9– “La llamada del destino”

–10– “La cacería silenciosa”

–11– “Misiones paralelas”

–12– “El giro del destino”

–13– “Entre sombras y silencios”

–14– “Secretos revelados”

–15– “El maestro de las sombras”

–16– “Rituales en la oscuridad”

–17– “La senda del peligro”

–18– “La luz ámbar del despertar”

–19– “Sombras de confianza”

–20– “Doble juego”

–21– “Camino hacia la redención”

–22– “Un encuentro inesperado”

–23– “El final de la intriga”

–24– “Riesgos y recompensas”

–25– “El misterio del suicidio”

–26– “Las piezas del enigma”

–27– “Bajo la sombra del peligro”

–28– “El arte de la discreción”

–29– “El topo revelado”

–30– “La amenaza inminente”

–31– “La noche del intruso”

–32– “El factor sorpresa”

–33– “Llamada en espera”

–34– “Un respiro en la tensión”

–35– “La revelación del proyecto cilindro”

–36– “El camino a la oscuridad”

–37– “Entre dos mundos”

–38– “Las cartas sobre la mesa”

Epílogo

Agradecimientos

Para Gloria. Mi mujer, que me instó a escribir esta historia.

Experiencia Espacial

En la plataforma de Chamical aparece el cohete argentino Rigel, primer lanzamiento de la Experiencia Navidad que culminó con el envío al espacio de un Canopus II, con un mono Caí de 1400 Gramos.

Clarín

Tapa del 24 de diciembre de 1969

Su vida rinde, haciéndose inmortal.

PRÓLOGO

Corría el 3 de enero del año 1980 en la pintoresca localidad de Falda del Cañete, ubicada a pocos kilómetros de la ciudad de Córdoba. En este lugar, rodeado por el hermoso paisaje serrano, se alzaba una imponente instalación cuyas estructuras se encontraban parcialmente ocultas bajo tierra. Una torre de vigilancia, afectada por el paso del tiempo y la falta de mantenimiento, aportaba un aire de secreto a la ubicación.

Dentro de una sala perfectamente iluminada, el ordenanza de turno realizaba su tarea de trapear el piso meticulosamente, asegurándose de que no quedará ni un rastro de suciedad.

En el centro de la sala, el Mayor Franco Centurión, un hombre de gran estatura, tez trigueña y cabello abundantemente peinado hacia atrás, vestía una camisa impecable y un pulóver de color caqui. Con asombro en sus ojos, observaba detenidamente los planos desplegados sobre la mesa, y de repente se apartó de ella con los brazos en alto, exhalando una exclamación llena de satisfacción que resonó en la habitación.

“¡Lo logré!” proclamó y su voz llenó el espacio con una mezcla de emoción y orgullo.

Su superior, el Brigadier Enrique Sudelio, un hombre de mirada penetrante y porte autoritario, lo observó atentamente y estrechó la mano de Centurión en señal de celebración. “Esto va a cambiar el curso de todo lo que imaginábamos”.

Centurión, aún vibrando con la emoción del descubrimiento, miró a su superior con determinación.

“Así es, señor. El sistema de comando de la tobera flexible con control de vector (TVC) del lanzador satelital está listo. Solo falta llevar a cabo el montaje final”.

“Finalmente hemos alcanzado la independencia tecnológica necesaria para llevar a cabo este proyecto”, respondió Sudelio con una expresión de satisfacción y anticipación.

“Señor, ¿me permite expresar mi opinión?” preguntó Centurión, buscando la aprobación de su superior para compartir sus pensamientos.

“Por supuesto, adelante. Dígame lo que piensa”, replicó Sudelio, mostrando interés en escuchar la perspectiva de su talentoso ingeniero.

El Mayor Centurión sabía que estaba a punto de pronunciar una verdad incómoda, una realidad que podría abrir puertas hacia lo desconocido.

“Usted comprende que la única diferencia entre un lanzador satelital y un misil radica en lo que usted decide colocar en la cabeza del mismo. En pocas palabras, este sistema nos permite convertir un cohete balístico en uno de trayectoria controlada, con esta tecnología, tendremos lo último en armamento militar de la región. La defensa de nuestra nación frente a los países beligerantes ya no sería un problema debido al alcance final que podríamos lograr”.

Enrique asintió, entendiendo la gravedad y el potencial de esas palabras. Sabía que la balanza del poder podría inclinarse en su favor, pero también comprendía las consecuencias y los peligros que acechaban en las sombras.

“Estoy perfectamente de acuerdo, tenemos que enviar estos planos a un lugar seguro, voy a pedir una escolta militar de infantería con armas pesadas para que lo lleven directamente al comando central de la fuerza aérea en Buenos Aires, ni siquiera me atrevo a enviarlo por aire, podría nunca llegar a destino, no puede caer en manos subversivas, un ataque fortuito podría arruinarlo todo”. Dijo Sudelio.

Centurión asintió, procesando cada palabra con cautela. Pero entonces, una idea se formó en su mente, una estrategia que podría garantizar la seguridad de aquellos planos cruciales.

“Permítame darle una sugerencia, si lo enviamos vía correo postal normal, no levantaría sospecha alguna, es arriesgado, pero nadie pensaría que enviaríamos estos planos tan importantes por correo común. Podría enviárselo a alguien de confianza en Buenos Aires, le diría que lo guarde en su caja de seguridad del banco y luego hacer que lo recojan ahí mismo”.

El superior sopesó la sugerencia, consciente del peligro que acechaba en cada decisión que tomaran. Después de un momento de reflexión, finalmente asintió.

“Es arriesgado pero puede funcionar, a veces para ocultar algo, hay que dejarlo a la vista de todos, proceda con el envío Mayor”. Dijo con firmeza Sudelio.

El Brigadier, con su rostro sereno pero los ojos brillantes de determinación, se quedó en silencio por un instante, consciente de la importancia de proteger la confidencialidad del documento que ahora estaba en camino hacia la seguridad de una caja bancaria. Sabía que la información que contenían aquellos planos era de un valor incalculable, capaz de cambiar el rumbo de los acontecimientos en la región y colocar a la Argentina en los ojos del mundo.

Sin que ninguno de ellos lo notara, unos oídos vigilantes captan cada palabra de aquella conversación cargada de secretos y silenciosamente abandona el recinto, con su credencial en mano, pasa desapercibido entre los soldados apostados en la puerta y se marcha a buscar la primera cabina telefónica disponible en la ciudad de Alta Gracia, a pocos kilómetros de distancia. Tomó el auricular y marcó el número telefónico que solo unos pocos conocían. Al otro lado de la línea, una voz familiar respondió, lista para recibir instrucciones.

–1–

“Profesionalismo y discreción”

3 de enero de 1980, Buenos Aires

El teléfono sonó insistentemente en una residencia. Un joven tomó el auricular y escuchó atentamente la voz que provenía del otro lado, una voz con un sutil acento británico.

“Necesito de sus servicios para obtener unos documentos altamente confidenciales”, dijo la voz.

El joven respondió con profesionalismo, “¿Podría darme más detalles sobre la operación?”.

“Esta información podría comprometer la seguridad nacional de mis superiores. Necesitamos que su equipo consiga esos documentos, sin importar el costo”, respondió la voz, enfatizando la importancia de la misión.

El joven continuó indagando: “¿Cuál es el nivel de riesgo que enfrentaremos para llevar a cabo la operación?”.

“Si hacen las cosas de manera profesional, los riesgos son bajos. Recuerde, el objetivo es obtener esos documentos, sin importar las circunstancias”, dijo la voz, dejando claro el propósito prioritario de la misión.

El joven siguió cuestionando: “¿Se me permite utilizar cualquier medio necesario para obtener los documentos?”.

“La importancia de la información justifica cualquier medio. Sin embargo, debemos evitar cualquier derramamiento de sangre innecesario. Asegúrese de mantener la operación bajo el más estricto secreto y lejos de llamar la atención”, respondió la voz, enfatizando la necesidad de discreción.

La conversación continuó con el joven preguntando sobre el plan de extracción una vez que se obtuvieran los documentos y otros detalles importantes de la operación. La voz proporcionó respuestas precisas y directas, asegurando que la resistencia sería baja y que el éxito de la operación dependía de una preparación cuidadosa.

Finalmente, el joven solicitó un número de contacto en caso de emergencia, y la voz le proporcionó un número especial para solicitar ayuda en situaciones comprometidas.

La conversación dejó en claro que esta operación era altamente confidencial y requería de la máxima discreción y profesionalismo por parte del joven y su equipo.

Con el número anotado en la palma de su mano, colgó el teléfono y se quedó en silencio por un momento, dejando que las palabras del misterioso hombre con acento británico resonaran en su mente. La gravedad de la misión se hizo evidente en cada una de las palabras pronunciadas. Estaba a punto de embarcarse en una operación que pondría a prueba sus habilidades y lealtades.

Sabía que el destino de la seguridad nacional extranjera estaba en juego, y que los documentos que buscaba contenían información vital. Su mente se llenó de preguntas, tratando de desentrañar los secretos y peligros que le aguardaban. Pero también, sabía que era su deber cumplir con la misión, sin importar su costo.

La voz le había dado un mensaje claro: profesionalismo y discreción eran claves. El joven sabía que debía llevar a cabo la operación moviéndose en las sombras y evitando cualquier derramamiento de sangre innecesario.

La extracción de los documentos se convertiría en su principal objetivo. Su mente se llenó de posibles escenarios, planeando meticulosamente cada paso de la operación. Debía estar preparado para cualquier eventualidad, listo para enfrentar cualquier obstáculo que se interpusiera en su camino.

La confianza y el secreto eran su arma más poderosa. Solo podía confiar en su equipo y en sí mismo para llevar a cabo esta tarea de alto riesgo. No había lugar para errores, cada movimiento debía ser preciso y calculado.

El joven esperaría pacientemente a que llegara el momento de actuar, sabiendo que su vida cambiaría enormemente una vez que se adentrara en el peligroso mundo de las operaciones encubiertas. Estaba dispuesto a enfrentar los desafíos que le aguardaban, consciente de que la importancia de la misión trascendía su propia vida.

El teléfono permanecía en silencio, pero el joven sabía que el próximo llamado sería la señal para poner en marcha la operación de extracción. Estaba listo para hacer lo que fuera necesario para obtener los documentos confidenciales, sin importar las circunstancias y él estaba preparado para cumplir con su deber hasta el final.

–2–

“El despertar del pasado”

Suena la alarma, el reloj marca las 4:45 a. m. del día martes, el ventilador de techo con sus paletas de madera color caoba, hace un sonido repetitivo vuelta tras vuelta mientras gira a una velocidad que fácilmente se podría seguir con la mirada, todavía el sol no sale, la temperatura ambiente supera los 28 grados Celsius, humedad elevada, el verano de Buenos Aires resulta muy parecido al de la selva amazónica. De fondo puede escucharse el paso de un colectivo de pasajeros siguiendo su recorrido habitual. Las cigarras tímidamente comienzan a agitar sus alas para apaciguar el calor por venir.

Carlos Cabral estira su mano hacia el reloj anulando la alarma y luego enciende el velador que reposa sobre la mesa de luz. Se sienta en el borde de la cama y trata de darle sentido al sueño que acaba de tener. Mientras se viste, toma una diminuta bolsa negra y se la coloca en el bolsillo del pantalón, segundos después comienza su rutina diaria.

Se cepilla los dientes mirando fijamente al espejo del baño con su pelo corto y negro, todavía no es necesario afeitarse la cara, lo hizo el día anterior. Su tez de piel color trigueña, 1.76 m de altura y sus músculos firmes dan cuenta de un mesoformo puro. Sentado en la cocina mientras toma el desayuno, que consta simplemente de un mate cocido, observa las fotos enmarcadas en la pared, recuerdos de un tiempo no muy lejano, vestido de verde oliva con sus compañeros de curso, otra de frente con la cara atravesada de rayas negras, boina oliva y un subfusil mimetizado con colores verdes oscuros y marrones al igual que su ropa. En la misma pared cuelga la medalla por su valor y arrojo en combate como así también una bandera argentina con el sol dorado naciente en el centro. Enjuaga la taza recién utilizada y la deja en el escurridor sobre la mesada de la cocina, da unos pasos y agarra una pequeña cartera de cuero marrón sobre la heladera, abre la puerta lateral que comunica hacia el garaje, donde se encuentran estacionados dos vehículos, el primero presenta una línea en la parte exterior que cruza de punta a punta todo el vehículo con una insignia pintada dentro de la misma línea rezando TV 1300 en degradé de un color más oscuro a un color más claro hacia adelante, equipado con un spoiler delantero y dos faros antiniebla que le dan un tinte agresivo, el color principal es de un negro brillante. El segundo vehículo es una bicicleta con una rueda trasera de gran rodado, mientras que la delantera es pequeña, portando un canasto adosado al manubrio y un soporte para carga. Mira al auto como despidiéndolo y toma la bicicleta para dirigirse a uno de sus dos negocios de venta de periódicos tal y como lo hacía habitualmente. A pesar de tener empleados en ambos puestos, no le molestaba madrugar, era una costumbre que no podía abandonar desde su juventud. Al llegar, lo primero que hace es saludar al empleado que finaliza su jornal laboral para luego tomar la edición matutina del diario y observar los titulares del día, 15 de enero de 1980: “La ONU exige el retiro soviético de Afganistán”, “Anuncian sanciones económicas contra Irán”, “Aumento en las tarifas de transporte”. Nada nuevo en las noticias que refieren a Argentina. Agarra una de las revistas dedicadas al deporte continuando la lectura sobre el gran premio de fórmula 1 que se disputó en el país, preparación de motores para competición, nuevos lanzamientos automóviles etc. en su vida era un día normal como cualquier otro.

El reloj marca las 10:45 a. m., el sol está a pleno, el termómetro de pared marca unos 33 grados Celsius agobiando a los transeúntes que pasan caminando de un lado a otro buscando sombra por la transitada vereda de la avenida Julio Argentino Roca de la ciudad de Hurlingham, la plaza se encuentra con la habitual cantidad de niños jugando a la mancha, montados en los subibajas y lanzándose por los toboganes, mientras adultos los observan sentados en los bancos de material gris esperando que culminen su tiempo de juego.

Un joven de estatura media, vestido con una remera roja de mangas cortas y unos vaqueros azules desgastados, se acercó al kiosco sosteniendo una caja de zapatillas bajo el brazo. Sin detenerse en ninguna portada en particular, comenzó a hojear rápidamente las revistas, como si estuviera matando el tiempo. Carlos, atento a su comportamiento, se preguntó qué podía estar esperando. Quizás aguardaba la apertura de algún negocio en particular.

“Buen día, caballero. ¿En qué puedo ayudarle?” preguntó amablemente Carlos desde su puesto de revistas.

El joven, vestido con una remera roja, parecía interesado en revistas de crucigramas o sopa de letras. Aunque algo le decía a Carlos que ese cliente no encajaba en el perfil habitual de quienes buscaban ese tipo de revistas, no le preocupaba en absoluto. Sabía que sus clientes abarcaban todo tipo de gustos, y para él, una venta era una venta.

“Mire, las encontrará allá abajo, en la punta, debajo de las revistas de ciencia”, indicó Carlos, señalando la ubicación de las revistas de entretenimiento.

El joven continuó con su curiosidad. “¿Esas son todas las que tienen?” preguntó.

Carlos respondió con amabilidad: “Sí, tenemos bastantes. ¿Estaba buscando algo en particular?”.

El joven explicó que solo estaba matando el tiempo mientras esperaba a unos amigos y aprovechaba para charlar. Su conversación empezaba a tomar un giro peculiar.

“Es tranquilo por aquí, ¿no? Me refiero a que no veo muchos policías en la calle”, comentó el joven, haciendo una observación extraña.

Carlos respondió con una sonrisa: “Podría decirse que sí. Hay mucho movimiento de gente que va a trabajar, nada fuera de lo común”.

El joven continuó con su intrigante conversación. “Entiendo. Parece que usted también tiene mucho movimiento aquí, ¿no? Es un puesto muy dinámico, por lo que veo”.

Carlos asintiendo con una sonrisa. “Sí, los clientes suelen ser los mismos, las mismas caras, las mismas ventas día tras día. Diría que conozco a todo el mundo que pasa por aquí”.

El joven parecía complacido con la charla, sacando conclusiones de manera enigmática, “Y justo ahora vengo a molestarlo por unas revistas. ¡Qué día, ¿no?!”.

La conversación dejaba a Carlos con una sensación de curiosidad sobre la naturaleza de aquel cliente, pero por el momento, solo seguía siendo un encuentro peculiar en su rutina diaria.

Mientras el joven echaba un vistazo a su reloj, se dio la vuelta y se marchó en dirección a la plaza.

Carlos, observándolo mientras se alejaba, sintió que algo no encajaba. Sus instintos de vendedor y su experiencia en el negocio le indicaban que había algo más detrás de ese encuentro casual. Su mente se puso en alerta, consciente de que había algo oculto y peligroso acechando en las sombras.

A quince metros de donde se encontraba y frente al banco Nación, se detuvo un Peugeot 504 de color blanco sin la chapa patente colocada. Dentro del vehículo se encontraban dos hombres y una mujer. Uno de los hombres, ubicado en la parte trasera, con anteojos oscuros y pelo enrulado. La mujer, de pelo corto también con anteojos oscuros, oficiaba de acompañante y el chofer constantemente miraba hacia atrás por el espejo retrovisor izquierdo. A simple vista, ninguno aparentaba tener más de 30 años de edad.

La mujer salió del auto e ingresó rápidamente al banco por la puerta principal. Segundos después, la siguió el hombre que iba sentado en la parte trasera. El chofer notó que lo observaban desde el puesto de diarios y comenzó a mirar en esa dirección.

Carlos se encaminó hacia la salida de su puesto de revistas de manera tranquila, asegurándose de llevar consigo su cartera de cuero marrón. Mientras observaba la plaza, notó que el joven se acercaba nuevamente, esta vez con decisión, y tomaba una de las revistas.

“Me llevo esta”, dijo el joven, mostrando determinación en su elección.

Carlos respondió con cortesía: “Dame un minuto que ya te cobro”.

Sin embargo, cuando Carlos se preparó para cobrar la revista, notó que el joven había tomado una revista de cocina en lugar de la revista de crucigramas originalmente seleccionada. Además, Carlos se dio cuenta de que ya no tenía en su poder la caja de zapatillas que había estado cerca de su puesto.

“¿Qué pasó? ¿Te arrepentiste de tu elección? Son 400 pesos”, dijo Carlos, girando la cabeza alternativamente entre el joven y el vehículo estacionado, comenzando a sospechar que algo estaba ocurriendo.

El muchacho observó el reloj en su muñeca y se agachó como queriéndose atar los cordones de las zapatillas, al tiempo que se abrió la puerta del banco de forma brusca. Salió la mujer y el hombre corrió hacia el auto. Desde adentro, el chofer abrió la puerta trasera y se aprestó a tomar el volante nuevamente. Volteó la mirada hacia la persona que lo observaba a escasos metros.

“¡Uy, la puta que los parió!”. Gritó al mismo tiempo que comenzó a abrir su pequeña cartera marrón, cuando notó que la mirada del chofer no era hacia él, sino hacia el joven de remera roja que estaba a sus espaldas. Inmediatamente se produjo una fuerte explosión proveniente de la plaza, lo que instintivamente hizo que Carlos se tirara al suelo. El sonido retumbó dentro del puesto de diarios, haciendo estallar los vidrios del mostrador y de todos los negocios aledaños.

Observó desde lo bajo el humo de la explosión, gente sentada en el suelo tomándose la cara, cuerpos de adultos y niños desparramados por el suelo. El estruendo de la explosión aún retumbaba en el aire mientras el humo se dispersaba lentamente, revelando el horroroso panorama que yacía frente a los ojos atónitos de los transeúntes. Se levantó tambaleando y saca de la cartera una pistola Colt 1927 calibre 11.25 con dos cargadores. Insertó uno e inmediatamente amartilló, guardó el otro en el bolsillo trasero de su jean.

Un tanto desorientado, se apoyó en el borde del puesto de diarios, observando y apuntando hacia su objetivo: el Peugeot 504 blanco. En ese momento, notó una sombra que se acercó por detrás. Instintivamente, se tiró al piso y giró, quedando frente al joven de remera roja, justo cuando este se le arrojó encima y golpeó la Colt, que salió lanzada bajo el mostrador. El joven logró tomarle ambas manos con mucha agilidad y le escupió en la cara, intentando cegarlo. Carlos giró la cabeza a tiempo y lo evitó. Con un movimiento circular de su cuerpo, logró zafar una mano y asestó una palmada vigorosa de mano abierta a la oreja derecha del joven, quien aturdido le liberó la otra mano.

Aprovechando el momento, Carlos le insertó ambos dedos pulgares en los globos oculares, sacándoselo definitivamente de encima con un empujón pélvico mientras giró sobre sí mismo e intentó ponerse de pie. En ese instante, sintió un golpe en la nuca y todo se volvió una oscuridad total.

El hombre de pelo enrulado lo observó inmóvil en el suelo, lo escupió y apuntó con su pistola ametralladora JCR1 para rematarlo, cuando escuchó el grito y la bocina del chofer. Ayudó a levantar al joven de remera roja, quien estaba inmovilizado por el dolor y con sangre saliendo de su oído derecho mientras se cubría los ojos ensangrentados con ambas manos. El hombre lo tomó del brazo y ambos se subieron al asiento trasero del vehículo. Salieron a toda prisa aprovechando el desconcierto de la gente, el humo y los escombros en la calle.

El estallido del ataque dejó un silencio sepulcral en el aire mientras el polvo y el humo se disipaban lentamente. La escena era desoladora: cuerpos heridos que yacían en el suelo, personas desesperadas buscaban ayuda y el caos reinaba en la plaza. Carlos, aún aturdido por el golpe en la nuca, luchaba por recobrar el conocimiento. Con dificultad, logró levantarse y se apoyó en el mostrador destrozado del puesto de diarios. Su mente se aclaraba gradualmente y se dio cuenta de la magnitud de lo sucedido.

La adrenalina y el instinto de supervivencia lo impulsaron a reaccionar rápidamente. A pesar de la confusión y el dolor, su entrenamiento militar lo guía. En su interior, una determinación férrea se encendió. Con pasos tambaleantes, se dirigió hacia la multitud herida, buscando a aquellos que puedan necesitar su ayuda. A pesar del peligro y la incertidumbre, su sentido de responsabilidad y valentía prevalecían.

Mientras se movió entre los escombros y el caos, Carlos encontró a un niño pequeño que yacía inmóvil en el suelo. Sin pensarlo dos veces, se arrodilló a su lado y lo examinó rápidamente. Afortunadamente, el niño aún respiraba, aunque está inconsciente. Con delicadeza, lo cargó en sus brazos y buscó un lugar seguro, lejos del peligro.

A medida que se adentraba en una calle lateral, escuchó sirenas aproximándose. Los servicios de emergencia estaban en camino. Carlos depositó al niño con cuidado en el suelo y buscó un objeto para elevar su cabeza, asegurándose de que su respiración no se obstruyera. Mientras esperaba la ayuda médica, miró alrededor, sintiendo una mezcla de tristeza y rabia por lo que había presenciado.

La llegada de los servicios de emergencia finalmente rompió el silencio. Los médicos y los bomberos se apresuraron a atender a los heridos y a evacuar el área. Carlos se alejó, sabiendo que su deber en ese momento era dejar que los profesionales se encargaran de la situación.

A medida que avanzaba por la vereda, su mente se llenó de pensamientos y emociones encontradas. La trágica experiencia que acababa de vivir le hizo reflexionar sobre la fragilidad de la vida y la importancia de valorar cada momento. También se sintió agradecido por su entrenamiento militar, que le permitió actuar rápidamente en momentos de crisis.

En su camino, encontró a un oficial de policía que coordinaba el área y le informaba sobre lo que había presenciado. Contribuyó con cualquier detalle que pudiera ser útil para la investigación y se ofreció a proporcionar más información si fuera necesario.

Mientras se alejaba del lugar, la determinación de Carlos se fortaleció. A pesar del horror que había presenciado, no iba a permitir que el miedo dominara su vida. Sabía que la adversidad no debía frenarlo, todo lo contrario.

Ya en la comodidad de su casa, el oscuro recuerdo de aquel joven de remera roja, sus ojos ensangrentados y la mirada llena de odio lo persiguieron sin tregua.

Una ducha fría le ayudó a despejar su mente. Era un hombre curtido por la vida y la experiencia, alguien que había dedicado años de su juventud cumpliendo órdenes del ejército al servicio del ejecutivo nacional en misiones de riesgo y valentía contra la insurgencia argentina. Pero lo que había vivido ese día en la plaza superaba cualquier adversidad que hubiera enfrentado.

Sentado en el borde de la cama, descubrió una vez más las fotos colgadas en la pared. Las medallas y la bandera argentina que reflejaban su orgullo y valentía en tiempos pasados. Sin embargo, ahora todo eso parecía distante, una vida que había quedado atrás.

La mirada decidida de aquel joven de remera roja se grabó en su mente. No entendía qué había llevado a alguien tan joven a perpetrar un acto tan atroz. A pesar del dolor y la angustia que sintió, su instinto de proteger a los demás seguía intacto.

Esa noche, con su corazón cargado de preguntas y dolor, Carlos tomó una decisión. Sabía que no podía quedarse de brazos cruzados mientras la violencia y el odio se apoderaban de la ciudad.

Se había retirado del servicio activo, pero aún tenía contactos en el mundo de la inteligencia y la seguridad nacional. Como otras tantas veces en su vida… acababa de encontrar un objetivo.

–3–

“El poder de lo oculto”

En la soledad de una habitación sumida en un aura misteriosa, solo iluminada por el parpadeo inquietante de las velas, el reloj marca las 3 a. m., un momento en el que el mundo parecía detenerse ante el oscuro ritual que estaba a punto de llevarse a cabo. La mesa cuadrada, cubierta con símbolos enigmáticos tallados en su superficie, albergaba los siniestros instrumentos que Baptiste utilizaba para sus artes oscuras: un cuchillo de doble filo, un plato donde reposaba un pez fugu y objetos sagrados del vudú.

Con una precisión quirúrgica, como si su destreza fuera otorgada por fuerzas más allá de lo humano, Baptiste comenzó a separar las vísceras del cuerpo del pez. Colocó las entrañas cuidadosamente dentro de una pequeña prensa, mientras susurraba invocaciones impías en una lengua olvidada. Al accionar la prensa, eliminó el exceso de líquido, un paso crucial para extraer el poderoso veneno que se escondía en ellas.

Sobre la bandeja de plata rectangular, la pasta resultante se convirtió en el punto focal de este sombrío ritual. Conocedor de los secretos prohibidos, Baptiste introdujo la mezcla en el horno esterilizador, donde el calor infernal parecía avivar las fuerzas sobrenaturales que rodeaban su siniestro ser.

La habitación se impregnó con un aroma inquietante que parecía fusionar lo terrenal con lo espiritual, mientras el mercenario maestro de lo oculto extrajo la bandeja del horno. Sin un atisbo de vacilación, arrojó el resultado en un mortero de mármol. Su mano se movía con destreza experta, sosteniendo el pilón que descendía una y otra vez, triturando los componentes de la mezcla con un ritmo casi hipnótico.

Los conocimientos heredados de generaciones ancestrales lo guiaron en la adición de distintos ingredientes esporádicamente, cada uno seleccionado por su significado oculto y poder espiritual. Cada adición se acompañaba de invocaciones sibilantes y una conexión innegable con lo sobrenatural.

El “coup de poudre”, como lo llamaban en la oscura religión vudú, es una de las manifestaciones más temibles de su arte prohibido. En bajas dosis, esta perversa mezcla transformaba a sus víctimas en zombis obedientes, listos para someterse a los deseos del maléfico conjurador. Sin embargo, en altas dosis, este veneno de la oscuridad trae consigo la muerte ineludible, arrancando almas de cuerpos mortales.

Baptiste Jean, un hombre sin escrúpulos y devoto seguidor de las sombras, oriundo de Haití, tierra de misterios y supersticiones. Su tez negra y su contextura fibrosa eran reflejos de su conexión profunda con las fuerzas ocultas. Con manos diestras y sin titubeos, guardó el producto final en una bolsita plástica blanca, un objeto aparentemente insignificante pero que contenía un poder tenebroso en su interior.

La sala quedó envuelta en un silencio sepulcral cuando Baptiste apagó las velas una a una. Sus ojos, fríos y sin compasión, se desvanecieron en la oscuridad mientras se retiraba de la habitación, dejando atrás un aura de malicia y un rastro de malevolencia en el aire.

–4–

“La oportunidad en el caos”

En una modesta casa de la localidad de San Miguel, cuatro personas se reunían alrededor de una mesa, sus rostros mostrando el agotamiento y la tensión del incidente en el banco.

Martín, con su cabello castaño oscuro y rulos, hablaba con energía, su voz cargada de frustración y preocupación al dirigirse a los demás.

“¿Qué mierda pasó? Todo debería haber sido como siempre, entrar y salir rápidamente, todo organizado”.

Susana, jadeante, apartó algunos mechones de su oscuro cabello lacio de la frente sudorosa, su voz entrecortada revelando su angustia.

“¡La puta madre, estuvo cerca! Jamás imaginé que nuestra salida del banco se convertiría en un infierno”.

Roberto, con su cabello negro corto y sin sus lentes oscuros habituales, observaba atentamente a través de las persianas, su tono cargado de preocupación y alerta.

“No nos podemos quedar acá por mucho tiempo. Después de esa explosión, la policía nos va a buscar con todo lo que tiene. Nos tenemos que borrar de esta ciudad”.

Martín, intentando encontrar algo en medio del caos, trató de tranquilizar a los demás.

“Al menos logramos conseguir los documentos que buscábamos y obtuvimos algo de guita para despistar. Finalmente los encontramos, pero no podemos celebrar todavía; nuestra situación es delicada. Daniel, ¿cómo estás? ¿Podés ver bien?”.

Daniel, revisando con cuidado sus heridas, frunció el ceño. Los golpes que recibió aún le dolían y sentía un constante zumbido agudo en sus oídos.

“Ese tipo sabía pelear, casi pierdo la vista y creo que me reventó los tímpanos. Siento ese sonido agudo constante. Me las pagará, te lo aseguro”.

Martín, poniendo una mano reconfortante en el hombro de Daniel, intentó calmarlo.

“Mantén la calma, lo enfrentaremos cuando llegue el momento adecuado. Tengo la sensación de que nos cruzaremos nuevamente con él. Aparte, te pasaste con la potencia de la bomba... fue un poco excesiva”.

Roberto, asintiendo con preocupación, agregó:

“Daniel, te fuiste al diablo con la explosión. Fue mucho más grande de lo que esperábamos. No tengo idea de cómo logramos salir vivos de ahí. Por suerte, el puesto de diarios absorbió la onda expansiva; de lo contrario, el parabrisas del auto habría estallado”.

Susana, mirando por la ventana con inquietud, compartió su preocupación.

“Ahora no podemos permitir que nos atrapen. Necesitamos eliminar cualquier evidencia que nos pueda vincular con el robo al banco. La ciudad está patrullada por la policía; es casi imposible salir sin que nos atrapen”.

La mente de Martín registró una opción que tenían para asegurar su escape.

“Tengo un contacto en la ciudad que podría proporcionarnos una vía de escape”

Roberto asintió, preocupado por la seguridad de todos.

“Sí, pero contactarlo ahora sería arriesgado. Podríamos ponerlo en peligro a él y a su red”.

Daniel, consumido por su sed de venganza, compartió sus pensamientos internos.

“Habíamos planeado todo minuciosamente, pero ese maldito tipo nos tomó por sorpresa. ¿Quién carajos era? Sabía lo que hacía y no dejó de observarnos desde el momento en que llegamos”.

“No importa quién era. Lo importante ahora es deshacernos de ese individuo. Es el único testigo que nos prestó atención. Luego entregamos los documentos y desaparecemos de esta ciudad”.

Martín miró a cada uno de ellos con determinación, consciente de la importancia de tomar decisiones estratégicas en ese momento crucial.

“Estoy de acuerdo, pero debemos hacerlo de manera discreta. Necesitamos pensar en algo que sea fortuito, algo que desvíe la atención hacia otro lado. Algo como una violenta entradera seguida de un homicidio”.

Susana asintió, sintiendo cómo se aliviaba parte del peso que llevaba sobre sus hombros.

“Suena arriesgado, pero si lo hacemos bien, podemos generar suficiente caos para que nuestras acciones queden ocultas en medio del desorden general”.

La mirada penetrante de Martín se posó en cada uno de los presentes mientras la discusión se intensificaba. Tomó una inspiración profunda y continuó la conversación.

“Escúchenme, necesitamos un plan sólido para deshacernos de ese tipo y asegurar nuestra salida de la ciudad sin dejar rastro alguno. Debemos ser audaces y aprovechar al máximo nuestros recursos”.

Susana asintió, su rostro marcado por la tensión, mientras miraba a través de la ventana hacia las calles desoladas.

“Estoy de acuerdo, pero no podemos poner en riesgo a nuestro contacto y su red. Necesitamos encontrar a alguien de confianza, un grupo especializado que pueda encargarse del trabajo sucio por nosotros”.

Roberto, quien había estado observando atentamente desde las sombras, dio un paso adelante.

“Conozco gente que podría hacer el trabajo por dinero. No son leales, pero están acostumbrados a enfrentarse a situaciones peligrosas. Podríamos contratarlos y delegarles la tarea de eliminar al tipo”.

Daniel, aún resentido por sus heridas, se unió a la conversación.

“Está bien, pero debemos tener cuidado. No podemos permitir que este plan se vuelva en nuestra contra. Necesitamos asegurarnos de que el grupo que contratemos sea eficiente y discreto”.

Martín asintió, su expresión seria y calculadora.

“De acuerdo. Contactaremos a ese grupo y les proporcionaremos toda la información necesaria. Les diremos que se trata de un objetivo de alta prioridad y que el éxito depende de su discreción y eficacia. No les revelaremos todos los detalles, solo lo suficiente para que realicen el trabajo sin comprometer nuestra identidad”.