Confidencias en la oficina - Cynthia St. Aubin - E-Book

Confidencias en la oficina E-Book

Cynthia St. Aubin

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Beschreibung

Miniserie Deseo 208 La necesitaba para acabar con su hermano, pero ¿por qué era él el que se estaba hundiendo? Con el fin de expulsar a su hermano gemelo de la empresa de la familia, el director general Samuel Kane le había tendido una trampa para que se saltara la regla de oro de su padre: nada de relaciones en el trabajo. Para ello había contratado a Arlington Banks, la única mujer a la que su hermano nunca había logrado conquistar. Lástima que el plan fracasara cuando el mismo Samuel mordió el anzuelo. Porque la historia entre él y Arlie se venía gestando desde hacía tiempo. ¿Lo perdería todo por aquel engaño o serviría para algo el secreto que Arlie guardaba?

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Seitenzahl: 210

Veröffentlichungsjahr: 2023

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Avenida de Burgos, 8B - Planta 18

28036 Madrid

 

© 2022 Cynthia St. Aubin

© 2023 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Confidencias en la oficina, n.º 208 - enero 2023

Título original: Corner Office Confessions

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 9788411415545

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

No era el momento de pensar en el beso.

Había ocurrido hacía diez años, pero Arlington Banks todavía recordaba su sabor, la dulzura del grano tostado de la cerveza introducida furtivamente en aquella fiesta del instituto, la adrenalina en la lengua. Todavía sentía el roce de sus dedos subiendo por sus costillas, la piel de gallina de la cabeza a los pies.

Después de una década, volvían a estar en el mismo edificio.

Arlie echó una última mirada a su reflejo en las puertas metálicas del ascensor y se colocó un mechón de pelo que se había escapado del moño que había tardado horas en hacerse. Movió la cabeza a un lado y a otro y comprobó que el maquillaje que con tanto esmero se había aplicado siguiera en su sitio, a pesar de que su reflejo se veía dividido en la puerta.

Y dividida era exactamente como se sentía. Por un lado, sabía que haber aceptado la entrevista de trabajo con Samuel Kane, el director general de Kane Foods International, era probablemente la peor idea que había tenido jamás. Por otro, era la mejor opción, teniendo en cuenta sus circunstancias.

Circunstancias. Una palabra bastante amable para definir el caos en el que se había metido.

Con los puños cerrados, vio cómo los números se iluminaban en el panel a la derecha de las puertas: 12, 13, 14… Diez pisos más y llegaría a la planta en la que se ubicaban los despachos de los directivos.

El ascensor se detuvo y emitió un sonido musical. Arlie respiró hondo, confiando en que el nudo que sentía en el estómago se aflojara. No tuvo suerte.

Se bajó en la planta vigésimo cuarta y se encontró con unas imponentes puertas de doble altura.

Sin duda, aquel era el sitio. Los Kane nunca habían sido discretos, al menos en los quince años que hacía que conocía a la familia.

Un zumbido metálico se oyó y las puertas se abrieron hacia dentro al acercarse. Arlie contuvo una exclamación. Ante ella, una vasta extensión de suelo de mármol travertino y una escalera curva flaqueada a cada lado por una barandilla de hierro forjado. Una lámpara de araña de intrincadas piezas de cristal colgaba del altísimo techo, recientemente pintado de un azul cielo y adornado con nubes y querubines. A lo largo del contorno daba la impresión de que había piedra labrada gracias a unos detalles arquitectónicos minuciosamente pintados.

Había estudiado aquella técnica en la universidad, en la clase de historia del arte. Se trataba de un trampantojo, un engaño a la vista.

Por su experiencia, la familia Kane no solo era capaz de engañar a la vista.

No sabía cuánto tiempo llevaba allí, con la boca abierta, cuando una dulce voz a su espalda la devolvió a la realidad.

–Usted debe de ser la señorita Banks.

Arlie apartó los ojos del techo y reparó en el mostrador de recepción que había pegado a la pared. Detrás del tablero de madera, una mujer morena y menuda, con gafas de marca, le sonreía. Una pequeña placa sobre el escritorio anunciaba que se trataba de Evelyn Norris, la recepcionista.

–Sí, soy yo. Tengo…

–Una entrevista a las nueve con el señor Kane –dijo con eficaz desenvoltura–. Sí, ya me ha informado la señorita Westbrook.

–Con Samuel Kane –matizó Arlie.

No quería terminar ante la mesa del Kane equivocado.

–Sí, ya lo veo –dijo Evelyn con la vista fija en el monitor de la mesa–. Si no le importa, siéntese un momento mientras le aviso de que ya está aquí.

–Claro.

Arlie se ajustó la correa del maletín del ordenador. El eco de sus tacones de aguja resonó en el vestíbulo mientras se dirigía a la zona de espera.

Al igual que sus zapatos, el resto de su atuendo había sido minuciosamente elegido. Llevaba una falda lápiz no demasiado ajustada y una blusa blanca entallada que revelaba lo justo de su escote. Había dedicado mucho tiempo frente al espejo a elegir el peinado y había acabado recogiéndose su larga melena rubia en un moño.

Se acomodó en una butaca de cuero, sacó el teléfono del bolso y buscó en su correo electrónico el mensaje que había sacudido su mundo.

 

Buenas tardes.

En nombre de Samuel Kane, me pongo en contacto con usted para darle a conocer la vacante en el puesto de estilista gastronómico en Kane Foods International, con un sueldo inicial de ochenta y cinco mil dólares, más beneficios. Caso de estar interesada en conocer más detalles de esta oportunidad, por favor póngase en contacto a la mayor brevedad posible.

Atentamente,

Charlotte Westbrook

Asistente ejecutiva del señor Parker Kane

 

El señor Parker Kane. Arlie había estado a punto de borrar el mensaje nada más ver aquel nombre. Recordaba al patriarca de los Kane con todo detalle: su fría mirada, la rigidez de sus finos labios, la forma en que la hacía sentir inferior solo por ser hija de la cocinera de la familia…

Pero el señor Samuel Kane era otro asunto. Samuel, el mayor de los tres hermanos, era un empollón de manual que se había convertido en un ejecutivo multimillonario. Aquel nombre y ese caso de estar interesada habían despertado su interés. Arlie había leído aquella frase unas ochenta veces.

No era una oportunidad que le interesara especialmente, pero el puesto encajaba a la perfección con su cualificación. Además tampoco tenía interés en estar eligiendo cada mes qué pago posponer. No quería seguir prestando sus servicios para millonarios que la hacían sentir incómoda. Estaba deseando recomponer su vida después del absoluto desastre que habían sido los últimos seis meses.

–Al parecer, el señor Kane se retrasará unos minutos. Me pide que le transmita sus disculpas.

Como si Kane fuera capaz de ser sincero.

Lo había aprendido de sus breves encuentros con Mason Kane, el hermano gemelo de Samuel. Presuntuoso, popular e insistente, Mason no había dejado de perseguirla desde el momento en que había cruzado la puerta del colegio privado en el que habían estudiado. La academia Lennox Finch fomentaba la superación. Algunos estudiantes habían batido récords en atletismo; otros habían visto sus nombres inscritos en el cuadro de honor.

¿En qué había destacado Arlie? Había sido la única chica que se había resistido a los encantos de los que se pavoneaba Mason Kane. Cuatro largos años en los que le había pedido salir de todas las formas posibles para ser rechazado una tras otra. Toda la atención de Arlie había estado puesta en el tímido y serio Samuel, por quien había sentido una ardiente y desesperada atracción.

–No pasa nada –le aseguró Arlie.

Buscó en su bolso y sacó una carpeta de cuero. Un sentimiento de orgullo calmó la ansiedad que albergaba su pecho mientras hojeaba las espléndidas fotografías de libros de cocina, revistas y anuncios digitales: vasos de té helado recubiertos de gotas de condensación, jugosos entrecots sobre platos de porcelana blanca, brócoli asado salpicado de granos de sal gorda…

En otra época, se le había dado muy bien hacer apetitosas presentaciones de alimentos y tomar las fotografías. Esa habilidad era un bálsamo para la herida que la pérdida del trabajo de sus sueños le había dejado y que ella misma se había buscado.

–El señor Kane la espera.

Evelyn rodeó el mostrador y con una leve inclinación de cabeza le indicó que la siguiera. Juntas recorrieron el pasillo hasta otro ascensor. La recepcionista pasó su tarjeta de identificación por un pequeño panel antes de apretar el único botón. Solo era de subida.

–Ya estamos.

Cuando llegaron a su destino, Evelyn sujetó la puerta del ascensor para que Arlie la precediera.

La legendaria planta vigésimo quinta parecía más un apartamento que una oficina, con sus suelos de parqué, sus mullidas alfombras persas y sus vitrinas llenas de piezas de arte.

Al otro lado del ascensor había una pared de espejos detrás de una mesa repleta de marcos de fotos. Arlie se fijó al pasar y una ola de nostalgia la invadió. En ellas aparecían los Kane montando a caballo, posando con perros de pura raza y sujetando los cuerpos inertes de patos y gansos. Había otra en la que los tres hermanos Kane posaban delante de la enorme chimenea de piedra de Fair Weather Hall. Desde niña, siempre le había fascinado la idea de tener hermanos y, viendo esas fotografías, volvió a sentir aquella añoranza. En su día, la fallecida señora Kane le había explicado que había elegido sus nombres basándose en novelas de detectives: Marlowe a su única hija y Mason y Samuel a los gemelos.

Allí estaba él, el Samuel Kane que había conocido cuando ambos tenían trece años. De ojos verdes y pelo oscuro, aquel chico tímido de gafas siempre un paso por detrás de su hermana y su gemelo. Apostaría su Nikon D6 a que en su mano izquierda ocultaba un libro en la espalda.

–¿Señorita Banks?

Evelyn había avanzado medio pasillo antes de darse cuenta de que había perdido a Arlie.

–Lo siento –dijo Arlie, apresurándose a alcanzarla.

–El despacho del señor Kane –anunció Evelyn antes de llamar tres veces con los nudillos a la imponente puerta de madera.

–Adelante –ordenó una voz desde el interior, con un ligero tono de fastidio.

Arlie sintió que el estómago le daba un vuelco mientras Evelyn giraba el pomo y se asomaba.

–La señorita Banks está aquí.

–Bien.

Evelyn Norris se hizo a un lado y le dio un apretón en el codo, animándola a entrar antes de desaparecer por donde habían venido.

Con el corazón rebotando bajo las costillas, Arlie se cuadró de hombros, levantó la barbilla y abrió la puerta.

Su primer pensamiento al ver a Samuel Kane de pie, junto al escritorio del tamaño de un vagón, fue que no debería haber llevado su portafolio sino un casco. Y todo porque en cuanto sus miradas se cruzaron, sus rodillas se volvieron de mantequilla. Había ensayado aquella escena mil veces en su cabeza. Y mil veces no se había sentido preparada para enfrentarse al hombre que tenía ante ella.

El Samuel Kane que había dibujado en su cabeza era una versión madura de aquel adolescente callado y estudioso que había conocido. Alto y esbelto, tal vez con entradas en la línea de nacimiento del pelo, y con un elegante traje de marca.

En lo del traje no se había equivocado, pero sí en cuanto a cómo le sentaría.

Su chaqueta colgaba de un perchero de caoba a la izquierda de su escritorio, lo que le brindó a Arlie la oportunidad de verlo en mangas de camisa, con sus anchos hombros y un torso musculoso fruto de horas, días y probablemente años de gimnasio. Una corbata caía en el centro de su pecho, sujeta por un alfiler, y un cinturón de cuero marrón marcaba su cintura. Bajo unos pantalones de raya diplomática se adivinaban los músculos de sus largas piernas.

Luego estaba su rostro.

Muchas tardes, cuando había ido a Fair Weather a ayudar a su madre con la comida de alguna celebración, había inventado toda clase de excusas para mirar de reojo a Samuel, recluido en la biblioteca ante una pila de libros en la mesa. Desde su discreta posición, lo había observado pasar páginas deteniéndose de tanto en tanto para ajustarse las gafas con el dedo índice de su mano izquierda.

Desde joven, en su físico destacaban unos labios carnosos y unos pómulos prominentes, con un mechón de pelo oscuro cayéndole sobre la frente. El pelo y los labios seguían intactos, pero los años y una buena dosis de testosterona habían ensanchado su mandíbula. Más allá de los cambios físicos, su sed de conocimiento se había convertido en un ansia depredador.

–Arlie Banks –dijo Samuel rodeando su mesa–. Gracias por venir.

No fue hasta que se acercó a ella con paso decidido que se dio cuenta de que se había quedado inmóvil bajo el umbral de la puerta. Cuando estuvo lo suficientemente cerca como para percibir el olor de su colonia, le tendió la mano. Después de unos segundos de duda, se la estrechó y se sorprendió al sentir una corriente eléctrica.

–De nada –dijo tratando de transmitir confianza en sí misma al encontrarse con aquellos ojos verdes dorados que había heredado de su difunta madre–. Gracias por acordarte de mí.

–No fue idea mía –replicó, invitándola a sentarse en una butaca ante su mesa.

Mientras tomaba asiento, Arlie trató de ignorar el arrebato de desilusión.

–Fue de Marlowe –añadió Samuel rodeando de nuevo la mesa para sentarse en su sillón de cuero.

–Vaya –fue lo más inteligente que se le ocurrió decir.

Marlowe Kane, un curso por debajo de ella y varios niveles de sofisticación por encima de Arlie, la había ignorado durante sus años de instituto. Al poco de terminar la universidad, Arlie había recibido una solicitud de amistad de ella desde una red social profesional. Se había sorprendido enormemente al descubrir que había cambiado los pompones por un MBA y un empleo como auditora en Kane Foods International.

–Comentó que habías sido directora artística de Gastronomie, pero que hacía poco habías dejado la compañía.

–Así es –le confirmó Arlie.

Sintió una gota de sudor frío bajando por las costillas y rezó para que no le pidiera detalles.

Samuel se recostó en su asiento.

–¿Por qué?

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Samuel Kane había hecho ganar millones de dólares a Kane Foods International adivinando lo que pensaba la gente. Una ceja arqueada, unos labios fruncidos, una mirada nerviosa a un lado… Todo señales de debilidad, algo que podía ser muy útil.

En aquel preciso momento, los rasgos de Arlie Banks delataban una batalla interna de magnitud exponencial. Cierto era que le estaba costando anticiparse a sus reacciones. Y no porque sus grandes ojos azules le hicieran imposible concentrarse en asuntos de negocio. Tampoco porque estuviera conteniendo el impulso de quitarle el prendedor con el que sujetaba su suave melena rubia para comprobar si seguía siendo tan larga como cuando tenían diecisiete años.

–¿Que por qué dejé Gastronomie? –repitió, en un claro intento de ganar tiempo.

–Es lo que te he preguntado.

Arlie abrió los ojos de par en par y se mordió el labio inferior de tal manera que Samuel sintió que los pantalones se le estrechaban en la entrepierna.

Miedo. Podía percibirlo a pesar de su perfume.

–La jefa de marketing y yo teníamos un gusto artístico muy dispar.

Se revolvió en su asiento y tiró de la falda para cubrirse las rodillas.

Estaba incómoda. Un hombre más escrupuloso habría sentido culpabilidad. Le había hecho una pregunta injusta y lo sabía. No porque la pregunta no fuera relevante para la entrevista, sino porque la respuesta no importaba. Arlie Banks ya tenía el trabajo.

En cuanto había entrado en su despacho, Samuel se había dado cuenta de que sería perfecta. Y no para el puesto de estilista gastronómico, que de eso ya se había asegurado, sino para un plan secreto que había concebido para expulsar de Kane Foods International al mujeriego de su hermano gemelo, Mason.

Su razón para hacerlo era tan sencilla como crucial: despejar su camino hacia la presidencia de la compañía que había ayudado a construir y que Mason se empeñaba en destruir. Esa mañana había contribuido a confirmar su determinación. Mason, en su línea habitual, no había hecho acto de presencia en la entrevista que iban a hacer juntos.

Durante veinte minutos, Samuel había tenido a Arlie esperando en el vestíbulo mientras él permanecía en su despacho, consumiéndose de ira, viendo los minutos pasar en el antiguo reloj que había en un rincón y que había sido de su abuelo. Llevaba toda la vida esperando a su gemelo.

Todo había empezado el día que habían nacido. Mientras Samuel pasaba su primera hora de vida en el nido, sus padres y un regimiento de enfermeras esperaban ansiosos la llegada de Mason. En los años de instituto, Samuel solía esperar a su hermano al volante del coche que compartían mientras Mason se abrazaba y besaba con su legión de admiradoras.

La semana anterior había llegado al límite de su paciencia cuando Mason no solo se había presentado media hora tarde a una reunión con un importante inversor al que Samuel llevaba dos años cortejando sino que se las había arreglado para llevarse el mérito de conseguir el acuerdo. Una victoria por la que su padre, Parker Kane, había felicitado a Mason muy efusivamente. Lo mismo que había ocurrido en ocasiones anteriores.

Algunas cosas nunca cambiaban.

Arlie Banks desde luego que sí.

La chica que recordaba se movía por Fair Weather Hall derrochando encanto natural, con despreocupación y sin pretensiones, completamente ajena a su hermano gemelo, que bebía los vientos por ella.

Cierto era que Samuel también se había sentido atraído por ella, pero por aquel entonces, no era más que un saco de hormonas.

La mujer que tenía sentada frente a él podía reducir a eso a cualquier hombre. Aunque su cintura seguía siendo igual de fina que cuando se sentaba delante de él en la clase de Literatura en el instituto, unas curvas peligrosas se adivinaban bajo su falda ajustada y su blusa.

Mason Kane era hombre muerto. En cuanto pusiera la vista en Arlie, se saltaría la regla de oro de su padre: nada de romances en el trabajo.

–Entiendo que la diferencia de criterio artístico pueda ser un problema –dijo Samuel, consciente de que había tardado demasiado en hablar–. No creo que eso sea un inconveniente aquí, puesto que creo que conoces a nuestro jefe de marketing, mi hermano Mason Kane.

–¿Ah, sí? –replicó Arlie, evidentemente aliviada.

–Sí. Se supone que iba a acompañarnos…

–Pero si es Arlie Banks.

Samuel alzó la cabeza y vio a Mason avanzando por su despacho.

–No me mires así –añadió poniendo su maletín Louis Vuitton en la mesa–. Me ha pillado tráfico.

«Sí, claro, entendiendo por tráfico una joven rubia de largas piernas», pensó Samuel.

–Me alegro de que puedas premiarnos con tu presencia –dijo Samuel sin ponerse en pie.

Con el descaro de alguien acostumbrado a hacerse con lo que quería sin preguntar, Mason tomó una silla y la acercó a Arlie más de lo que a Samuel le habría gustado. Luego se quitó la chaqueta y la dejó en el extremo de la mesa.

–¿Qué me he perdido?

Samuel se preguntó qué pensaría de ellos, teniendo en cuenta que los conocía desde que eran adolescentes. Aunque eran gemelos idénticos, los hábitos adquiridos en sus treinta años de vida habían empezado a borrar cualquier parecido.

Mientras que el físico de Samuel era el resultado de la rutina que ejecutaba religiosamente cada mañana en el gimnasio durante sesenta minutos, Mason tenía el aspecto de un habitual a las fiestas de piscina, empezando por el bronceado. El sol también había dejado su huella en algunos mechones de su cabello, que necesitaba un buen corte.

Arlie también parecía haber reparado en su físico, por la manera en que se humedecía los labios con la punta de la lengua. Samuel contuvo su irritación. Al fin y al cabo, eso era exactamente lo que quería, ¿no?

–¿Cuánto tiempo hace? –preguntó Mason, mesándose el pelo mientras se volvía hacia Arlie.

–Doce años –contestó ella quitándose un hilo invisible de la falda–. Más o menos.

Doce años, cinco meses y diez días. Era exactamente el tiempo que había pasado desde la última vez que habían visto a Arlie Banks en la fiesta de graduación del instituto, una ocasión que ocupaba un lugar destacado en sus recuerdos.

Era la única vez en su vida que Samuel Kane había aprovechado para hacerse pasar por su hermano gemelo por razones en las que no quería pensar mientras tuviera a Arlie Banks frente a él.

–¿Cómo es posible que no aparentes más de veinte años?

Mason se inclinó hacia delante, fingiendo estudiar los rasgos de Arlie. Samuel evitó hacer una mueca. Era incapaz de calcular la cantidad de veces que había oído a su hermano emplear aquella frase en restaurantes, bares, reuniones de trabajo…

–Por muy apetecible que pueda ser recordar viejos tiempos –dijo Samuel–, creo que deberíamos hacerle preguntas a la señorita Banks para confirmar su capacitación.

–¿Señorita Banks? –repitió Mason–. Te pones demasiado formal para estarte refiriendo a alguien que te ha visto desnudo.

Alguien menos cerebral habría saltado sobre la mesa para estrangular a su hermano con su propia corbata de Armani. Samuel podía haber vivido otros treinta años sin recordar la humillación que había sufrido en su decimosexto cumpleaños. Por el rubor que asomó a sus mejillas, era los recuerdos de Arlie de aquella noche eran igual de frescos.

–Relájate, Samuel. Solo nos estamos poniendo al día.

Samuel carraspeó y se enderezó en su asiento.

–En cualquier caso, Kane Foods International ha decidido entrar en la industria de la salud y el bienestar y, como parte de ese esfuerzo, necesitamos modificar la estrategia de marketing que hemos empleado hasta ahora…

–Lo que mi querido hermano está tratando de decir es que necesitamos a alguien que haga parecer que no hemos estado vendiendo dulces que llevan engordando el hígado desde mediados del siglo XIX.

–Kane Foods ha sido responsable de proveer a las familias de productos de calidad desde 1834 –comenzó Samuel.

–Con tan solo cinco dólares en el bolsillo y un carro artesanal –continuó Mason en tono de burla–, Damien Hetherington O´Kane comenzó un negocio que hoy reporta veintiséis mil millones de beneficios anuales. Lo siguiente será retirar esa foto en blanco y negro de los envoltorios de los caramelos –añadió poniendo los ojos en blanco–. Dios mío, pareces papá.

Aquello fastidió a Samuel.

Parker Kane, patriarca y presidente emérito de Kane Foods International, el hombre al que Samuel había idealizado y que Mason había desobedecido e ignorado desde su llegada al mundo, favorecía a su segundo hijo hasta límites vergonzosos.

–Tengo experiencia en estrategias de marca.

Por tercera vez desde que había llegado a aquel despacho, Arlie volvió a pasarse un mechón de su cabello dorado por detrás de la oreja.

–Me gustaría que nos explicaras más sobre eso –dijo Mason, y apoyó el codo en la rodilla y la barbilla en el puño.

Si no lo conociera bien, Samuel habría pensado que su hermano estaba realmente escuchando.

–En Stride Global, empezamos como fabricantes de paquetes de vitaminas y pasamos a pastillas energéticas y compresas de gel para la resaca.

–Tremendo cambio –dijo Mason antes de que Samuel tuviera intervenir.

Había habido una época, si bien había sido breve, en que ambos habrían hablado al unísono. Esa clase de curiosidades de los gemelos se había evaporado cuando habían alcanzado la pubertad.

–Lo fue. Tengo que admitir que esos pequeños envoltorios de aluminio son todo un reto, pero nos vino bien mantener el énfasis de que no usábamos ingredientes transgénicos.

Mason asintió, fingiendo estar pensativo.

Samuel se levantó y rodeó su mesa.

–Permíteme que te pregunte una cosa.

Arlie se estremeció.

–En breve se celebrará la Supply Side West –continuó Samuel–, el mayor encuentro de proveedores de servicios de salud y bienestar.

–Sí, he oído hablar de ello.

Sus miradas se encontraron y rápidamente Arlie desvió la suya. Interesante.

–Va a venir un número importante de colaboradores y nos vendría bien estar presentes en esa feria. ¿Crees que podrías encargarte de montar un stand?

–Por supuesto.

–No todo va a ser trabajo –dijo Mason–. Sé de buena tinta que vamos a organizar varios actos de agradecimiento, y nos vendría bien contar con tu asistencia.

–¿Desde un punto de vista artístico? –preguntó Arlie mirando a Mason.

–Digamos que a efectos de imagen.

La amplia sonrisa de Mason mostró una de las mil razones por las que ya no eran idénticos, una pequeña cicatriz en la comisura de sus labios que solo se adivinaba cuando sonreía.

–Estaré encantada.

La sonrisa de Arlie igualó a la de Mason en luminosidad.

Samuel se mordió el carrillo.