Corazón en deuda - Kim Lawrence - E-Book
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Corazón en deuda E-Book

Kim Lawrence

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Beschreibung

"Ven conmigo a Italia… y hazte pasar por mi prometida". Ivo Greco estaba decidido a hacerse con la custodia de su sobrino, huérfano. El niño heredaría la fortuna de la familia Greco. Para conseguirlo, necesitaba convencer a Flora Henderson, la persona que tenía la custodia del bebé, de que aceptara su anillo de compromiso. Pero la atracción entre ambos complicó la situación durante la estancia de Flora en la Toscana. Ivo siempre había descartado el matrimonio real… hasta ese momento.

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Seitenzahl: 178

Veröffentlichungsjahr: 2019

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Cualquier forma de reproducción, distribución, comunicación pública o transformación de esta obra solo puede ser realizada con la autorización de sus titulares, salvo excepción prevista por la ley. Diríjase a CEDRO si necesita reproducir algún fragmento de esta obra. www.conlicencia.com - Tels.: 91 702 19 70 / 93 272 04 47

 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2019 Kim Lawrence

© 2019 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Corazón en deuda, n.º 2705 - junio 2019

Título original: A Wedding at the Italian’s Demand

Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-832-8

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

 

 

 

 

EN DIRECCIÓN a las enormes puertas vidrieras, Ivo Greco recorrió el pasillo del que colgaban tapices de incalculable valor. Las puertas debían permanecer cerradas con el fin de mantener unos niveles de luz y humedad adecuados para la conservación de las antigüedades.

Al otro lado de las puertas estaban los aposentos de su abuelo, y era ahí hacia donde se dirigía. Su abuelo había requerido su presencia dos días atrás y nadie hacía esperar a Salvatore Greco.

Aunque Salvatore, un hombre con una gran fortuna y mucho poder, declaraba que respetaba a la gente que le hacía frente, la realidad demostraba todo lo contrario. Desde que tenía ocho años, cuando Salvatore se había hecho cargo de su hermano y de él, Ivo era plenamente consciente de lo fácil que era hacer enfadar a su abuelo. Había ocurrido un día antes de su cumpleaños, cuando su padre decidió que la vida sin su difunta esposa había dejado de tener sentido.

Ivo había encontrado el cuerpo sin vida de su padre y su abuelo le había encontrado a él.

En medio de aquel horror, Ivo recordaba claramente la fuerza de los brazos de su abuelo, la seguridad que le había ofrecido al levantarle en sus brazos y alejarle de aquella escena que le había causado pesadillas durante toda su niñez.

Incluso de adolescente, Ivo sabía lo mucho que le debía a su abuelo, a pesar de saber que Salvatore no era un ángel, sino un hombre duro y cruel, no siempre justo y casi imposible de complacer.

No obstante, al margen de cómo fuera y de lo que hiciera, Salvatore era la persona que le había sacado de aquel infierno.

Ivo cruzó las puertas y se adentró en un pasillo con mucha más luz gracias a unos enormes ventanales con una espectacular vista al mar Tirreno que lanzaba destellos color turquesa bajo el sol matutino de la Toscana.

Los aposentos de su abuelo ocupaban la zona más antigua del edificio, que incluían las torres cuadradas del siglo xii construidas por uno de sus antepasados. La enorme puerta que daba al estudio estaba abierta e Ivo la traspasó directamente. Casi se echó las manos al bolsillo interior de la chaqueta del traje para ponerse las gafas de sol, el antiséptico blanco y cromo era deslumbrante.

Cinco años atrás, su abuelo había hecho arrancar los antiguos paneles de madera que cubrían las paredes, al igual que los libros, y ahora la decoración era pulcra y moderna. «Eficiente», había sido la palabra utilizada por su abuelo cuando le pusieron monitores en las paredes. Lo único que se había salvado del mobiliario anterior era el antiguo escritorio de madera que dominaba la estancia.

La amplia y sensual boca de Ivo esbozó una sonrisa al recordar la ocasión en la que había admitido que echaba de menos el viejo estudio, provocando aún más burla al añadir que le gustaba el olor de los libros viejos. Al parecer, eso había confirmado la sospecha de su abuelo de que él era un estúpido sentimental.

Ivo había aceptado el insulto con un encogimiento de sus anchos hombros, consciente de que si Salvatore hubiera pensado eso de él realmente no le habría puesto al frente de la división de Informática y Comunicaciones de Greco Industries; aunque, en realidad, su abuelo había tenido ese generoso gesto porque no había creído que él pudiera durar en el puesto.

En aquel momento, su gratitud había sido sincera, a pesar de que Ivo había sido consciente de que la intención de su abuelo había sido cortarle las alas. Se había esperado que el joven Ivo fracasara; más aún, ese había sido el objetivo, que fracasara, públicamente.

Pero Ivo había desafiado esas expectativas, negándole a su abuelo la oportunidad de sacarle del apuro. Lo que había causado una gran frustración a Salvatore, un hombre al que le gustaba controlarlo todo.

Y, hasta la fecha, Ivo tenía carta blanca.

¿Era eso lo que iba a cambiar?

No tenía tendencias paranoicas, pero tampoco creía en las coincidencias y, que su abuelo eligiera ese momento para hablar con él, momento que coincidía con la reciente fusión a nivel global que él había negociado, había despertado sus sospechas. ¿Era significativo que dicha fusión transformara la división Informática de Greco Industries, a la que no se le daba tanta importancia como a otros departamentos, y desafiara en importancia a otras ramas de la empresa que tenían que ver con el ocio, la propiedad o la construcción… o que la hiciera la más importante?

Hasta el momento, Salvatore se había contentado con la gloria que, indirectamente, el éxito de su nieto le había procurado; pero, quizá, eso ya no fuera suficiente. ¿Iba a anunciarle que quería intervenir personalmente en la división de Informática y Comunicaciones?

Ivo consideró esa posibilidad con más curiosidad que preocupación. Teniendo en cuenta lo dominante que Salvatore era, esta situación hipotética siempre había sido una posibilidad real, pero él ya había decidido dejar la empresa antes de ceder el control que tenía.

«¿Buscando una excusa, Ivo?»

Ivo frunció sus oscuras cejas al tiempo que se aclaraba la garganta.

En realidad, sabía que jamás dejaría de cumplir con sus obligaciones; lo mismo le ocurría a su abuelo, que nunca le había abandonado. Ivo no era como su padre, ni como su hermano.

–Buenos días, abuelo.

Rondando los ochenta años de edad, Salvatore Greco presentaba un aspecto imponente. Su persona no mostraba ninguna señal de fragilidad; sin embargo, al volverse para mirar de cara a su nieto, este pensó, por primera vez en la vida, que su abuelo era un anciano.

Quizá se debiera a que la luz matutina le daba directamente en el rostro, mostrando con claridad las profundas líneas que surcaban su frente, las que aparecían a ambos lados de la nariz bajando y flanqueándole la boca.

Esos pensamientos le abandonaron en el momento en que su abuelo habló. En la voz de Salvatore, no había señales de fragilidad ni vejez al declarar:

–Tu hermano está muerto –Salvatore tomó asiento en la silla de respaldo alto detrás de su enorme escritorio.

Ivo, con la mirada perdida, dio vueltas en la cabeza a las palabras que su abuelo había pronunciado, pero sin conseguir encontrarles sentido.

–Yo me encargaré de todo personalmente. Lo comprendes, ¿verdad?

Ivo hizo un esfuerzo por controlar las distintas emociones que le embargaron, el peso que sentía en el pecho apenas le permitía respirar.

–¿El funeral? –preguntó Ivo. No obstante, no le parecía posible, la situación no le parecía real. Bruno, nueve años mayor que él, treinta y nueve años… ¿Cómo podía uno morir a los treinta y nueve años?

No, no podía ser. Se trataba de una equivocación, estaba seguro. Sí, era una terrible equivocación. Si su hermano hubiera muerto, él se habría enterado.

–Les hicieron el funeral el mes pasado, creo –respondió su abuelo con frialdad.

Esas palabras resonaron en la cabeza de Ivo. Necesitaba sentarse. Se sentó. Llevaba semanas de aquí para allá, con toda normalidad, sin saber que su hermano estaba muerto. Sacudió la cabeza.

–¿El mes pasado?

Su abuelo le miró y, sin mediar palabra, agarró una botella y un vaso sobre una bandeja encima de su escritorio, echó un líquido ámbar en el vaso y se lo pasó a su nieto.

Ivo negó con la cabeza, sin cometer el error de interpretar la invitación como un gesto de consuelo. Su abuelo era incapaz de dar consuelo; en opinión de Salvatore, mostrar cualquier tipo de emoción era una debilidad. Y esa era la educación que Ivo había recibido.

–¿Has dicho «les hicieron el funeral»? –preguntó Ivo, ahora que su cerebro empezaba a funcionar.

El sentimiento de pérdida era casi físico, algo que se había jurado a sí mismo no volver a padecer. Había tenido que arreglárselas solo tras el abandono de Bruno y, por eso, se había prometido no contar nunca más con nadie con el fin de no sufrir como había sufrido. Y ahora, esos sentimientos latentes volvían a cobrar vida.

–La mujer estaba con él.

–Su esposa –declaró Ivo con énfasis.

Solo había visto a la mujer de su hermano en una ocasión y de eso hacía catorce años. Samantha Henderson había sido la responsable de que su hermano mayor le hubiera abandonado, el hermano al que había adorado. A pesar de que él le había rogado que no se marchara, que no le dejara solo. ¿Y cuánto tiempo le había llevado aceptar que Bruno no iba a volver para llevarle con él, tal y como le había prometido?

«Estúpido», se dijo a sí mismo pensando en el joven inocente de años atrás. Bruno le había dicho lo que él había querido oír. La verdad era que su hermano no había tenido intención de volver a por él, le había abandonado.

Era la tónica en su vida, así le había ocurrido siempre: la primera persona que le había abandonado había sido su padre; después, Bruno. Una persona que atraía esa clase de sufrimiento debía ser estúpida, pero Ivo no lo era.

Con los años, había llegado a la conclusión de que estar solo le daba fuerza. No tenía intención de permitir que nadie jamás volviera a hacerle sufrir. No buscaba el amor, el amor hacía débiles a los hombres, los hacía vulnerables.

Hasta la fecha, no le había resultado difícil evitar el amor, lo mismo le ocurría con las relaciones sexuales. El amor no le afectaba, pero la lealtad era otra cosa.

Su abuelo jamás había exigido cariño, pero sí lealtad, e Ivo creía que merecedor de esa lealtad. La única persona con la que siempre había podido contar era Salvatore, un hombre que no fingía ser lo que no era. Ese viejo era un demonio, pero no se le podía acusar de ser un hipócrita.

Bruno había sido su nieto preferido.

Su heredero.

A Ivo, que había adorado a su hermano, no le había importado.

Siempre se había esperado de él que acabara siendo un rebelde, que fracasara. Se rumoreaba que era igual que su padre, que había heredado sus defectos, su debilidad.

Ivo había decidido demostrar lo equivocados que estaban quienes pensaban eso. Él sabía muy bien que su padre había sido una persona débil, solo un hombre débil se habría suicidado dejando solos a dos niños sin madre por no poder vivir sin la mujer a la que había amado.

Su madre debía haber sido una mujer especial; al menos, eso era lo que siempre le había dicho Bruno. Pero Ivo no se acordaba de ella y tampoco se permitía recordar a su padre, le despreciaba.

La vida de su hermano había sido muy diferente a la suya. Bruno había sido un chico brillante, el heredero del imperio de su abuelo. Quizá por eso las consecuencias de que se hubiera rebelado contra su abuelo habían sido tan extremas.

Salvatore había elegido esposa para Bruno, un matrimonio de conveniencia, la hija única y heredera de un hombre casi tan rico como Salvatore Greco y de gran linaje, algo tan importante para su abuelo como el dinero.

Su hermano lo había dejado todo para irse a vivir con la mujer a la que amaba cuando Ivo tenía solo quince años. Al parecer, había estado viviendo en un lugar frío y solitario, una isla escocesa. Bruno había sido el débil, no él.

–¿Nadie te informó de su muerte? –preguntó Ivo a su abuelo haciendo un esfuerzo por comprender lo que estaba oyendo.

Su abuelo arqueó las cejas.

–Sí, el abogado de tu hermano me informó de su muerte. Ah, y la hermana de su mujer ha enviado una carta, escrita a mano –añadió Salvatore con sorna–. Con una letra casi ilegible.

Ivo, con una furia apenas contenida, sacudió la cabeza. Pero también se vio presa de un irracional sentimiento de culpa que se negaba a reconocer y que le hizo estremecer.

–¿Así que lo sabías? –dijo Ivo apretando la mandíbula.

Su abuelo lo confirmó con un encogimiento de hombros.

–¿Y no creíste oportuno informarme en su momento? –añadió Ivo sin mostrar la cólera que se había apoderado de él.

–¿De qué habría servido, Bruno? –dijo su abuelo con una cierta nota de desafío en la voz sosteniéndole la mirada a su nieto.

Ivo apretó los dientes. Su abuelo, sin ser consciente de ello al parecer, lo había llamado Bruno.

–¿No se te ocurrió pensar que podría haber querido asistir al funeral?

¿Lo habría hecho? Nunca lo sabría, pensó con ironía.

–No, no se me ocurrió. Cortaste toda relación con él hace años, cuando dejó de ser tu hermano. Y… tú no eres un hipócrita –Salvatore arqueó las cejas con gesto de burlón desdén–, ¿verdad?

Ivo alzó la cabeza y sus ojos oscuros y rasgados se clavaron en el rostro de su abuelo. El rubor que había enrojecido sus pronunciados pómulos de piel aceitunada se disipó. Sacudió la cabeza como si estuviera despertando de un sueño.

–Bruno se puso en contacto conmigo hace dieciocho meses. Quería que nos viéramos –declaró Ivo con la mirada perdida, por lo que no vio la sombra de furia que cruzó la expresión de su abuelo.

–¿Os visteis?

Ivo volvió la cabeza. Si realmente hubiera dejado de querer a su hermano, ¿sentiría tanto dolor como el que sentía en ese momento?

Ivo respiró hondo y enderezó los hombros. Todo el mundo debía asumir responsabilidad sobre sus propios actos.

–No, no nos vimos.

Una decisión de la que, a partir de ese momento, quizá se arrepintiera toda la vida. Su hermano había querido una reconciliación, pero él se había negado. ¿Por qué? ¿Porque no le había perdonado, porque había querido castigar a Bruno?

Sintió desprecio por sí mismo, culpabilidad y arrepentimiento.

–Creía que habría dejado de intentarlo –comentó Salvatore como si hablara consigo mismo.

–¿Dejado de intentarlo?

–Bruno se mantuvo lejos después de que yo consiguiera la orden judicial, pero continuó enviando cartas hasta… En fin, al final tuvo que darse por vencido –Salvatore frunció el ceño–. ¿Cuándo fue eso…? Bueno, da igual, tuvo que cesar en su empeño cuando los abogados se pusieron en contacto con él y le comunicaron que os desheredaría a los dos y sería culpa suya.

Llevándose una mano a la cabeza, Ivo trató de asimilar lo que acababa de oír.

–¿Quieres decir que Bruno intentó venir a por mí?

Salvatore lanzó un bufido.

–Quería tu custodia. ¿Puedes creerlo?

Bruno no había mentido, Bruno no le había abandonado.

–Bruno volvió.

Salvatore chascó los dedos con impaciencia.

–Ningún tribunal le habría dado tu custodia teniendo en cuenta que tenía un antecedente penal.

–¿Un antecedente penal?

–Supongo que no lo sabes, pero tu hermano, cuando estaba en el colegio, se juntó con malas compañías y le pillaron con una pequeña cantidad de… Fue fácil de solucionar, pero el antecedente penal constaba.

–¿Drogas? ¿Bruno? –Ivo no sabía nada de aquello. ¿Qué más le habían ocultado todos esos años para protegerle?

¡Él había renegado de su hermano a pesar de que Bruno no se había olvidado de él! El descubrimiento le dejó un mal sabor de boca.

Apenas había comenzado a asimilar las implicaciones de lo que su abuelo le había dicho cuando este volvió a sorprenderle.

–El niño…

–¿Qué niño?

–Tu hermano tenía un hijo, un bebé, se llama… bueno, el nombre que le pusieron no tiene importancia. Pero este es el motivo por el que quiero que vayas a Escocia, a la isla de Skye, aunque supongo que sabes dónde vivía tu hermano; probablemente, en una cabaña perdida sin electricidad ni agua corriente. La cuestión es que quiero que vayas a por el niño. Su sitio está aquí, con nosotros. Aunque su padre fuera un idiota y su madre… En fin, el niño es un Greco.

–¿Cómo…? –Ivo bajó los párpados y tragó para aliviar el nudo que sentía en la garganta–. ¿Cómo murieron?

–Estaban escalando y tuvieron un accidente; al parecer, los dos colgaban de una cuerda y esta se rompió. Un testigo dice que oyó a tu hermano gritar a su mujer que cortara la cuerda, pero ella no lo hizo… –por primera vez, Ivo imaginó oír emoción en la voz de su abuelo.

–A Bruno le encantaban las montañas –dijo Ivo con voz suave.

–¡Sí, y mira cómo ha acabado! –exclamó su abuelo con amargura–. Si no le hubiera dado por escalar no habría conocido a esa chica… Una ceramista que vivía en una cueva.

Algo exagerado. No obstante, Samantha había estado muy lejos de ser una de esas mujeres modelo de la gran sociedad con las que su hermano había salido previamente.

«Amor a primera vista», había dicho Bruno.

¡Como si hubiera sido inevitable! Ivo no lo había creído posible y seguía sin creerlo. Era la excusa de un hombre débil, un hombre que él estaba decidido a no ser.

Era una cuestión de elección.

De repente, la convicción de ese mantra que llevaba años repitiéndose a sí mismo disminuyó.

–He hablado con los abogados, pero me han informado que no hay forma de anular el testamento.

–¿Ha dejado un testamento? ¿Qué dice?

–Eso es irrelevante.

Ivo opinaba lo contrario, pero no dijo nada. Estaba pensando en el hijo de Bruno, el niño al que él no iba a abandonar. Le había dado la espalda a su hermano, pero no haría lo mismo con su sobrino.

–Eran muy jóvenes, demasiado para morir. Y esa mujer, la hermana, que se apellida Henderson…

Ivo no sabía que Samantha hubiera tenido una hermana.

–¿Cómo se llama de nombre?

–No sé, tiene un nombre escocés… Fiona… Ah, no, Flora, creo.

–¿Y tiene la custodia del niño?

Ivo se aferró a la idea de que Bruno tenía un hijo. De ese modo, quizá se le pasara el sentimiento de culpa que le corroía. Eso era, debía concentrarse en el niño, no en la culpa. Pero… «No se trata de ti, Ivo, sino de tu sobrino», se recordó a sí mismo esbozando una media sonrisa sin humor.

Su abuelo, de repente, dio un puñetazo en el escritorio.

–¡Es ridículo. Esa mujer no tiene nada! –exclamó Salvatore con desdén.

–Si quieres formar parte de la vida del niño, quizá debas aprender a pronunciar el nombre de ella –sugirió Ivo.

–Lo que no quiero es que ella forme parte de la vida del niño. Esa familia tiene la culpa de que yo haya perdido a mi nieto.

Ese era el punto de vista de su abuelo y la forma que le habían inculcado a él de ver las cosas. Y, de momento, no veía motivo para considerar la situación de otra manera.

–Dime, ¿no va eso a repercutir en mi trabajo, abuelo? Quizá debieras ser más realista y aceptar la situación.

Salvatore empequeñeció los ojos.

–¿Es eso lo que has aprendido de mí? ¿Aceptar las situaciones? –espetó Salvatore–. ¡Le hice una oferta más que generosa! Pero la rechazó.

–¿Le ofreciste dinero a cambio de la custodia del niño? –su abuelo parecía haber perdido la sutileza y la sagacidad que siempre le habían caracterizado–. ¿Y te sorprende que lo rechazara?

–Sé perfectamente por qué lo ha hecho. Es estéril, no puede tener hijos, por eso se aferra al niño –declaró Salvatore sombríamente–. La carta que me envió, sumamente sentimental, invitándome a ir a ver al niño… ¡No quiero que esa familia tenga nada que ver con el niño! Han conseguido privarme…

La voz del anciano tembló y sus ojos se empañaron. ¿Por sufrimiento o por ira?

¿O solo por el hecho de que alguien había tenido la temeridad de contrariarle?

En cualquier caso, el anciano tragó saliva y volvió el rostro. Su repentina vulnerabilidad evidente, en contraste con la fuerza de unos años atrás, muy diferente al momento en que le hubo sacado de la habitación en la que un pequeño Ivo había tratado de hacer revivir a su padre e intentado meterle pastillas en la boca, las pastillas que había tomado para suicidarse, en la creencia de que eran medicina y le curarían, sin comprender que su padre había muerto de una sobredosis utilizando esas pastillas.

Salvatore quería ahora rescatar al niño, igual que había hecho con él. Para Salvatore, era una cuestión de linaje.

«¿Tienes derecho a reprocharle algo?», se preguntó Ivo a sí mismo. «Para ti, es una cuestión de aplacar el sentimiento de culpa».

Ivo enderezó sus anchos hombros. De repente, se dio cuenta de lo que su abuelo quería realmente: criar a ese niño por ser parte de Bruno.

–¿Esta información la has obtenido por tu cuenta o es del dominio público?