Corazón herido - Un amor de lujo - Natalie Anderson - E-Book

Corazón herido - Un amor de lujo E-Book

Natalie Anderson

0,0
4,99 €

-100%
Sammeln Sie Punkte in unserem Gutscheinprogramm und kaufen Sie E-Books und Hörbücher mit bis zu 100% Rabatt.
Mehr erfahren.
Beschreibung

Corazón herido Al millonario Rhys Maitland no le gustaba que las mujeres cayeran rendidas a sus pies solo porque su nombre iba unido al poder. Cuando conoció a Sienna, decidió ocultarle la verdad, aunque solo iba a estar con ella una noche. Sienna también tenía sus propios secretos. Vistiéndose con sumo cuidado para disimular la cicatriz que era la cruz de su vida, vivió una asombrosa noche de pasión con Rhys sin saber que hacía el amor con un millonario. Rhys y Sienna supieron que una noche no iba a ser suficiente y se vieron obligados a desnudarse en todos los sentidos. Un amor de lujo Bella siempre se había sentido como el patito feo de su familia, pero después de una noche con el increíblemente sexy Owen, se sintió como un hermoso cisne. Claro que eso fue hasta que se dio cuenta de que Owen no era el tipo normal y corriente que ella había creído... Cuando descubrió que era multimillonario, le entró verdadero pánico, porque esa era justamente la clase de hombres a los que solía evitar. Sin embargo, Owen no estaba dispuesto a dejar que Bella volviese a esconderse en su caparazón. Dos semanas de placer en su lujoso ático, y pronto la tendría pidiéndole más...

Sie lesen das E-Book in den Legimi-Apps auf:

Android
iOS
von Legimi
zertifizierten E-Readern

Seitenzahl: 355

Bewertungen
0,0
0
0
0
0
0
Mehr Informationen
Mehr Informationen
Legimi prüft nicht, ob Rezensionen von Nutzern stammen, die den betreffenden Titel tatsächlich gekauft oder gelesen/gehört haben. Wir entfernen aber gefälschte Rezensionen.



 

Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

N.º 400 - diciembre 2018

© 2008 Natalie Anderson

Corazón herido

Título original: Pleasured by the Secret Millionaire

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

© 2009 Natalie Anderson

Un amor de lujo

Título original: Pleasured in the Playboy’s Penthouse

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

Estos títulos fueron publicados originalmente en español en 2011

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.

Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.

Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.

Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-1307-748-2

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Créditos

Corazón herido

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Un amor de lujo

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Si te ha gustado este libro…

Capítulo Uno

 

 

 

 

 

La ciudad de Sidney: sol, playa y compras. Lo único que faltaba era el sexo.

Sienna sonrió mientras se abría paso entre los hermosos cuerpos tirados en la playa, la arena caliente quemando las plantas de sus pies.

Si alguna vez volvía al médico, aquélla sería la única receta que seguiría: una semana de vacaciones para prepararse antes de su gran aventura. La primera vez que nadie sabía nada sobre su salud o su historia, el nuevo comienzo que llevaba esperando toda su vida.

Se detuvo para dejar pasar a una pareja, intentando no envidiar el diminuto biquini rojo de la mujer, que revelaba más de lo que escondía. Y tenía el cuerpo y la audacia necesarios para ponérselo. Sienna no tenía ninguna de esas cosas. No quería las miradas, la mal escondida curiosidad o compasión. No quería especulaciones, punto. De ahí que llevase una camiseta de cuello alto. Pero la minifalda era más mini que falda. Y sí, se había dado cuenta de que algunos hombres la miraban. Pero, como siempre, ella no prestaba atención. Y nunca mostraría su escote como lo hacía aquella mujer.

Irritada, aceleró el paso. ¿Cómo iba a terminar con su lista de propósitos para el nuevo año si no era capaz de sostener la mirada de un extraño durante un segundo?

De repente, sintiéndose melancólica, cruzó el paseo marítimo para ir a la zona de pubs, restaurantes y cafés. ¿No era su resolución para el nuevo año vivir la vida al máximo? Tal vez debería ir a bailar con las chicas a las que había conocido en el hostal por la noche. Al menos, podría ver cómo ellas lo pasaban bien. Pero eso era de lo que estaba harta: de quedarse a un lado, incapaz de participar de la diversión.

Allí no había nadie que le dijera que no debía hacerlo, que no podía hacerlo. Pero tampoco había nadie que le dijera que podía y debía.

Ojalá Lucy estuviera allí, esa loca amiga que tenía valor y corazón para todo. La persona que la había hecho reír a pesar de sus penas durante esos años.

Pero quería hacerlo sola porque tenía que demostrarse a sí misma que era capaz de hacerlo. Sólo entonces lo creería y sólo entonces haría que los demás lo creyesen también.

Sienna miró su reloj. Eran más de las cuatro y la gente había salido de los restaurantes para volver al trabajo… bueno, todos salvo los turistas. El restaurante y el café a unas manzanas del hostal tenían sus puertas abiertas para dejar entrar un poco de brisa en el caluroso día de Sidney, con una tormenta de verano a punto de estallar. Y esperaba que llegase pronto porque ella no estaba acostumbrada a ese aire irrespirable.

Entonces oyó que alguien estaba tocando la batería y un acorde de guitarra eléctrica, seguido de una voz masculina:

–Uno, dos, tres…

Estaban probando sonido.

De repente, Sienna se sintió como en casa y, sin pensar, entró en un bar que estaba cerrado para los clientes. Había cuatro tipos sobre un escenario, todos con pantalones cortos y camisetas. Sienna se quedó apoyada en una columna, disfrutando de la brisa de los ventiladores del techo y mirando al batería con cara de envidia.

–Lo siento, no puede estar aquí. El bar no ha abierto todavía.

Con desgana, Sienna apartó la mirada del batería para mirar al hombre que se dirigía a ella. Y parpadeó, varias veces, para intentar concentrar la mirada. Dios santo. ¿De verdad había hombres así? Era la clase de hombre que haría que una mujer se pusiera a hacer ejercicios pélvicos porque, con toda seguridad, seguirle el ritmo en el dormitorio requeriría un esfuerzo extra.

Sienna se puso tensa, especialmente en la zona pélvica.

Unos ojos grises con puntitos verdes estaban clavados en ella, rodeados por largas pestañas y cubiertos por unas cejas oscuras. Una buena combinación. Pero fue su boca lo que la hizo tragar saliva. Tenía los labios más generosos y sensuales que había visto en un hombre.

Sienna parpadeó de nuevo antes de apartar la mirada. Pero se había fijado en lo que llevaba puesto: un pantalón de surf y una camiseta sin mangas. Aunque vestía con aparente despreocupación, el conjunto le quedaba de maravilla.

Sin embargo, fueron sus manos en lo que más se fijó. Tenía los brazos cruzados, esas manos grandes de largos dedos rozando sus bíceps. Y las uñas tan cuidadas como si se hubiera hecho la manicura.

Debía de ser gay, pensó.

Sin poder evitarlo, giró un poco la cabeza… y vio que él la miraba. Y la mirada de censura se había convertido en una de admiración, luz verde, atracción.

No, no era gay.

–¿Le importa si me quedo un rato? –parecía haberse quedado sin voz. Y si seguía mirándola así, no podría formar una sola frase.

«Dios, qué guapo es».

Él seguía mirándola y Sienna le devolvió la mirada, intrigada por saber si el verde de sus ojos se intensificaba o no. Su postura, con los brazos cruzados, destacaba la anchura de sus hombros.

Por fin, el extraño abrió la boca para decir algo, pero el solista se adelantó:

–No pasa nada, Rhys, puede quedarse. ¿Te importa traer el otro amplificador? –el chico parecía haber olvidado que tenía un micrófono en la mano y Sienna dio un respingo. Igual que el guapo extraño.

Rhys, se llamaba Rhys.

Él miró hacia el escenario, como si acabase de recordar dónde estaba. Sienna vio que los dos hombres intercambiaban una mirada, pero no le importó. Llevaba toda su vida con bandas de rock y sabía lo que pensaban que era: una groupie. Pero no lo era, aquel día no. Desde luego, no lo sería para ninguno de los músicos. ¿Sería Rhys el mánager? Nunca había visto uno tan guapo.

Entonces lo vio acercarse a la barra para buscar un amplificador.

El cantante le sonrió.

–Siéntate un rato si quieres, guapa.

Esbozando una sonrisa, Sienna se sentó frente a una de las mesas y estiró las piernas. Podía descansar allí un rato, refrescarse con la brisa de los ventiladores y dejar que el ritmo de la batería la animase un poco.

Dos minutos después, Rhys pasó a su lado con una caja negra que dejó sobre el escenario antes de volver a la barra.

Sienna no podía dejar de mirarlo. Pero no iba a refrescarse en absoluto porque sólo con mirarlo se sentía acalorada.

Mientras intentaba concentrarse en los músicos no podía dejar de mirarlo de soslayo. Él ni siquiera intentaba disimular que la observaba. Estaba de espaldas a la barra, con los brazos cruzados, mirándola fijamente.

Sienna intentó concentrarse en la música y lo consiguió durante unos minutos… pero seguía pensando en aquel hombre guapísimo. Cuando se dio la vuelta para sacar algo de detrás de la barra olvidó que debía disimular y lo siguió con la mirada. Bajo la camiseta era todo músculo, un espécimen masculino perfecto.

Ella, como la mayoría de la gente, sabía apreciar la belleza y aquel hombre era abrumador.

Rhys tomó una botella de agua mineral y, después de levantarla hacia ella como si hiciera un brindis, tomó un trago.

Con la garganta seca, Sienna se dio cuenta de que tenía sed. Y no necesariamente de agua.

¿Cómo sería besar a aquel hombre?, se preguntó. Sintió un escalofrío, pero intentó calmarse. Su sonrisa burlona la había puesto en guardia. Parecía leer sus pensamientos y, por su expresión, no le parecía mala idea.

De modo que se dio la vuelta para mirar a la banda y esta vez decidió concentrarse sólo en eso. No iba a mirarlo. Aunque lo deseaba.

Era exactamente lo que había estado buscando y jamás esperó encontrar: un hombre que podría llevarse el título de «hombre más sexy del planeta». Un hombre que, con una sola mirada, le decía que era preciosa.

Pero esa mirada cambiaría en el momento que la viera desnuda. La atracción se convertiría en compasión y luego en miedo. Sienna odiaba ver miedo en los ojos de un amante porque no la hacía sentir deseable o normal y, por una vez, sólo por una vez, quería ser normal.

El número uno en su lista de resoluciones para el nuevo año, lo había escrito en su diario esa misma mañana, en la playa. Y esta vez lo decía en serio, iba a llevar a cabo al menos una de sus resoluciones. ¿Podría hacerlo?

Sienna suspiró, tirando del cuello alto de su camiseta. No, imposible. Los amantes se desnudaban y ella no podía hacer eso porque entonces la diversión terminaba y empezaba la compasión.

Intentó concentrarse en el batería pero, de nuevo, tuvo que mirar de soslayo hacia la barra.

Y se llevó una desilusión porque ya no estaba. Se había ido.

Fin de la fantasía.

Pero ella sabía cómo recuperar la alegría porque lo había hecho muchas veces. De modo que se levantó y se dirigió al escenario.

–Lo siento, sé que esto es un poco raro y no pasa nada si decís que no, pero… ¿os importaría dejarme tocar la batería un rato? –Sienna miró a los músicos con el corazón acelerado.

–¿Tocas la batería?

–Sí, pero estoy de vacaciones y llevo algún tiempo sin hacerlo…

Esperaba que no pensaran que era una groupie desesperada. De verdad, lo único que quería era tocar la batería.

–Nos vendría bien un descanso. Venga, de acuerdo.

–Gracias –Sienna sonrió, encantada, mientras subía los escalones del escenario.

El batería le ofreció las baquetas con una sonrisa y ella se sujetó el pelo en un moño que escondió en el cuello de la camiseta. Después de colocar el taburete a su altura, flexionó las muñecas y giró las manos un par de veces. Luego tomó las baquetas, echó los hombros hacia atrás y empezó a mover los pies, buscando mentalmente el ritmo, sintiendo que su cuerpo volvía a la vida. Aquello era exactamente lo que necesitaba.

Entonces empezó a golpear los platillos, moviendo las manos, los pies, todo el cuerpo por separado pero al mismo ritmo para crear un estruendo de mil demonios.

 

 

Rhys Maitland estaba al fondo del bar y tuvo que cerrar la boca para evitar que se le cayera la mandíbula al suelo. Estaba en territorio desconocido desde que aquella rubia entró en el bar y lo miró con sus enormes ojos azules. Su cerebro no funcionaba de manera normal desde entonces. En lo único que podía pensar era en desnudarla y tenía la impresión de que a ella le pasaba lo mismo porque no dejaba de mirarlo. Ésa tenía que ser una buena señal.

Había tomado un sorbo de agua para calmarse un poco, pero estaba nervioso y había decidido colocarse en la entrada para mirarla sin ser visto porque temía que le diera un infarto.

Los ojos de aquella chica eran el arma más poderosa del mundo.

De modo que allí estaba, mirando a aquella belleza en el escenario. Parecía pequeña detrás de la batería, pero sabía que era muy alta. Y muy delgada, casi etérea. Y, sin embargo, allí estaba, tocando la batería de una manera que lo tenía a él, y al resto de la banda, estupefacto. Se había echado el pelo hacia atrás, pero mientras tocaba algunos mechones empezaron a caer sobre su cara y sus hombros. Que Dios lo ayudase. Por mucho que quisiera, no era capaz de apartar la mirada. Y había sentido una absurda punzada de celos al ver cómo la miraban los otros.

Además, en sus ojos azules había visto algo, un reconocimiento. No de su nombre, no de quién era, sino un reconocimiento primitivo, elemental.

Había visto un brillo de deseo.

Evidente desde el momento en que entró en el bar con esa minifalda que dejaba al descubierto sus largas piernas, las sandalias de piel casi invisibles. Era como cualquier otra belleza de las que paseaban por la playa y, sin embargo, totalmente diferente. No tenía la confianza de las demás. Había entrado, pero como intentando disimular. Y luego sus ojos, tan azules como el mar, se habían clavado en él y, además de un brillo de duda había visto otro de deseo; una contradicción que lo había sorprendido.

Y el aburrimiento que lo había perseguido durante las últimas semanas había desaparecido por completo.

Tim lo llamó desde la barra.

–¿Habías visto algo así alguna vez?

Rhys negó con la cabeza.

–Es la chica más atractiva que he visto en mucho tiempo.

Afortunadamente, incluso Tim sabía que tenía que callarse y disfrutar del espectáculo.

Unos minutos después, aunque podían haber estado mirándola durante horas, ella dejó de tocar. Después de levantarse, le dio las baquetas a Greg, el batería.

–Gracias, me hacía mucha falta.

–Cuando quieras –Greg tropezó cuando iba a recuperar las baquetas, mirándola a ella y no los obstáculos que había en su camino.

Tim se acercó al borde del escenario.

–Me llamo Tim. Tienes que venir a vernos tocar esta noche.

–Sí, claro –sonriendo, la rubia bajó del escenario y Rhys apretó los puños al ver esas piernas en acción–. Os lo agradezco mucho, chicos. Ahora me siento mejor.

Debía de saber que todos estaban con la lengua fuera, pero salió del bar tranquilamente, como si no tuviera una sola preocupación en el mundo, como si nadie estuviera mirándola.

¿Se sentía mucho mejor? La sangre de Rhys se había convertido en lava. También él se sentía mejor. Y sabía que ella podría llevarlo al cielo.

La vio dirigirse a la puerta con la cabeza baja, pero volvió la mirada cuando pasó a su lado.

Había cinco mesas entre ellos, pero podrían haber estado a unos milímetros, tal era la claridad con la que veía sus ojos. No sonreía mientras lo miraba de arriba abajo, como inspeccionándolo. Y él no sonrió tampoco, no movió un músculo porque no podía hacerlo.

Esa atracción imparable otra vez. Deseaba tomarla entre sus brazos…

¿A las cuatro de la tarde, con sus amigos mirando?

Por fin, ella salió del bar y Rhys miró hacia el escenario, recordando que debía respirar.

–Qué tipazo –dijo Tim–. Y cómo te ha mirado.

Rhys se encogió de hombros. Sí, cómo lo había mirado. Aún estaba intentando recuperarse.

Tenía unos ojos de escándalo, unas piscinas azules que parecían quemarlo, absolutamente magnéticos. Rhys sabía que era la mirada de una mujer interesada por un hombre, de modo que había una posibilidad.

No, ella era una certeza y en aquel momento la deseaba como no había deseado nunca a una mujer. Quería ir tras ella, envolverla en sus brazos y hacerla suya. Y tener que contener ese deseo era doloroso.

En Sidney había muchísimas mujeres guapas y Rhys conocía a algunas de ellas pero, de repente, aquella chica flaca con camiseta y minifalda lo había dejado catatónico.

–En cuanto sepa quién eres, será tuya –bromeó Tim.

Rhys frunció el ceño. No sabía quién era y él no quería que lo supiera. No quería ver la atracción en sus ojos reemplazada por el símbolo del dólar. Quería explorar el deseo que sentía por ella sin los obstáculos de los prejuicios y la avaricia.

Era extranjera, pensó. Tenía acento neozelandés y llevaba la ropa que llevaría una turista de mochila. También él estaba fuera de su hábitat, en una zona de la ciudad a la que rara vez solía ir y que casi le parecía territorio extranjero; uno en el que, afortunadamente, no era conocido.

Por el momento, lo que había entre ellos era una página en blanco y él no quería llenarla. Lo que quería era algo físico. Su cuerpo buscaba conectar con el de ella en cuanto la vio, de modo que no iba a marcharse de aquel bar hasta que hubiese vuelto a verla.

Capítulo Dos

 

 

 

 

 

Sienna se vistió, poniendo más cuidado del habitual y mucha más emoción. Si había algún hombre capaz de hacer realidad uno de sus deseos para el nuevo año, ése era el hombre.

Había vuelto al hostal para esperar a Julia y Brooke, las dos sudafricanas a las que había conocido cuando llegó por la noche. En cuanto mencionó las palabras «bar» y «banda de rock», las dos se mostraron encantadas. Y Sienna también. Con ellas se divertiría, pasara lo que pasara con el guapísimo de los ojos grises. Y ése era el propósito de aquel viaje, ¿no? Pasarlo bien, ser normal, aprovechar el tiempo.

Sienna salió del cuarto de baño sujetando el escote del top.

–¿Podéis ayudarme a atar estas cintas?

–¡Es divino! –Julia lanzó un silbido.

Lo era. Lo había metido en la maleta a última hora, pensando que no se lo pondría. De satén azul cobalto, con una tira de lentejuelas a juego, la prenda se ajustaba desde el cuello hasta el abdomen con tres cintas, una en el cuello, otra en el pecho y la última en el estómago. La cubría desde el cuello al estómago por delante, pero dejando la espalda al descubierto.

–Haz un nudo doble, Julia.

–¿Estás segura? Necesitarás tijeras para quitártelo.

–Estoy segura.

Ésa era la cuestión: el top era muy sexy, pero nadie podría quitárselo para descubrir lo que había debajo. La cinta que cruzaba su abdomen impediría que alguien metiese la mano por debajo, la del cuello evitaba que las manos fueran hacia el sur. Perfecto.

Se lo puso con una falda de campana negra y sandalias de tacón. Sus piernas eran lo mejor de ella y pensaba aprovecharlas. No sabía si los sueños se hacían realidad, pero tenía que echar una mano.

Después de ponerse crema hidratante en las piernas, ajustó discretamente el elástico del tanga de encaje negro. No solía usar tanga, pero estaba reinventándose a sí misma y esa noche pensaba echar toda la carne en el asador. Iba más tapada que la chica del biquini rojo, pero tan desnuda como podía estarlo.

–Pareces una vampiresa –Julia dio un paso atrás para mirarla antes de volverse hacia su mochila–. Tengo que encontrar algo que pueda competir con eso.

Como los pechos de Julia eran competencia más que suficiente, Sienna no pensaba dejar que el cumplido se le subiera a la cabeza.

–¿El cantante es guapo? –preguntó Brooke–. Porque te gusta el cantante, ¿no?

–El cantante es para ti… de hecho toda la banda es para vosotras.

–¿Entonces quién es el que te gusta, un camarero?

¿Tan evidente era que se había vestido para alguien en particular?

–No, es un chico que está con la banda.

–¿Un técnico? –exclamó Brooke, poniendo cara de asco.

–No sé a qué se dedica. Estaba ayudando a colocar los amplificadores…

Las otras dos intercambiaron una mirada.

–Bueno, si a ti te gusta…

Mientras Julia y Brooke se arreglaban, Sienna se hizo un moño alto y se puso rímel en las pestañas y brillo en los labios, deseando tomar una copa de vino o algo que tuviese alcohol.

Aquello era ridículo. Estaba extraordinariamente nerviosa por nada. Seguramente él no estaría allí esa noche… pero daba igual, estaba en una ciudad extraña, dispuesta a pasarlo bien. Si él estaba allí, estupendo. Y si no, pensaba divertirse de igual manera.

Pero quería verlo otra vez, quería que volviese a mirarla como la había mirado por la mañana. Una mirada más sería suficiente.

No, no lo sería.

–Bueno, chicas, vamos a pasarlo bien –anunció Julia.

Sienna no podía dejar de reír mientras salían de la habitación. Qué tonta era, pensó. Pero ya que se había vestido para matar, debía aprovecharlo. Al menos podría bailar, como solía hacerlo con su amiga Lucy. Bailar y reír.

Mientras iban por la calle, intentó que la confianza de sus amigas se le contagiase.

 

 

No llegó hasta que la banda estaba tocando la segunda canción. Rhys estaba en la barra, en un sitio desde el que tenía una buena perspectiva de la puerta. Iba con dos chicas que también parecían turistas, morenas, relajadas, divertidas. Las otras dos miraban el escenario, pero ella miraba alrededor.

Pero Rhys dio un paso atrás cuando miró hacia la barra porque quería observarla durante un rato sin ser visto.

Los músicos pararon antes de lo previsto y bajaron del escenario como lobos, los cuatro. Pero fue Tim, como siempre, el que llegó primero. Rhys se quedó observando un rato para ver si la rubia miraba a alguno de la banda como lo había mirado a él por la mañana. La vio sonreír mientras presentaba a sus amigas, pero eran ellas las que coqueteaban mientras iban hacia la mesa reservada para la banda.

Rhys la vio mirar alrededor de nuevo antes de sentarse. Estaba buscando a alguien, evidentemente. Ojalá fuese él.

Tim se acercó a la barra y pidió chupitos de tequila para todos, su modus operandi habitual.

–¿Por qué estás escondido aquí? Hay una chica en la mesa que te está buscando. Venga, no puedes ser el médico serio toda tu vida. Te han dicho que te tomases unas vacaciones… y ahí están tus vacaciones –le dijo, señalando la mesa.

Rhys consiguió sonreír. Sí, le habían obligado a tomarse quince días de vacaciones porque trabajaba demasiadas horas y en el hospital había problemas de presupuesto. Pero a él no le gustaba descansar porque eso significaba que tenía demasiado tiempo para pensar. No, él prefería estar ocupado.

–Venga, hombre –insistió Tim–. ¿Cuándo fue la última vez que te acostaste al amanecer, después de una juerga?

Tim podía hacer lo que le diese la gana porque nadie lo perseguía, nadie publicaba sus fotografías en las revistas de cotilleo. Si Rhys se acercaba a alguna mujer, aparecía al día siguiente como una nueva relación… con posibles campanas de boda. Los paparazzi habían invadido lo que él había querido que fuese una vida normal y no podía hacer nada al respecto. Cuando había dinero de por medio, especialmente mucho dinero, la gente sin escrúpulos era capaz de vender su alma al diablo.

Mandy había hecho eso.

Se había vendido, y a él, al mejor postor. Mandy trabajaba en un café cerca del hospital y, engañado por su simpatía, una noche que estaba de guardia la invitó a salir. Una hora charlando se convirtió en una cita y luego en una serie de citas. No supo hasta mucho después que había sabido quién era desde el principio, que lo que habían compartido no era real, que no había nada bajo ese burbujeante exterior. Había roto con ella y fue entonces cuando descubrió que sólo la motivaba el dinero.

Pero no sería tan tonto como para confiar en alguien otra vez. De modo que no se acostaba con chicas a las que no conocía porque no quería leerlo en las revistas al día siguiente. En lugar de eso, salía discretamente con mujeres de su círculo social; mujeres guapas, elegantes, pero también circunspectas y aburridas.

Esa noche quería ser alguien anónimo, capaz de divertirse sin preocuparse de los paparazzi. Seguramente no debería importarle, pero quería que su vida fuese algo más. Se negaba a ser el rico y caprichoso playboy que usaba su dinero y su apellido para ligar. Y se negaba a dejar que lo utilizasen.

La vida, Rhys lo sabía, era algo precioso.

Desgraciadamente, eso parecía hacerlo más atractivo para la prensa del corazón. Y con la traidora de Mandy contándoselo todo a cualquiera que pagase bien, los periodistas hablaban de él como si fuese un santo, el médico de urgencias que trabajaba para escapar de una vida llena de privilegios. Y tampoco era eso.

Rhys miró hacia la mesa que ocupaba la banda y la vio inclinar a un lado la cabeza para escuchar lo que decía una de sus amigas. Podía ver el brillo de sus ojos incluso a distancia, el bonito tono rubio de su pelo, los suaves hombros…

Y sus abdominales se contrajeron. No era un santo cuando pensaba en ella, eso desde luego. Quizá, sólo por una vez, podría portarse como un frívolo. Su deseo por ella era lo bastante fuerte como para animarlo.

–No es de aquí, ¿verdad?

–Neozelandesa, creo. Sus amigas son sudafricanas y se han conocido en el hostal en el que se alojan.

Rhys siguió mirándola. Seguramente sólo estaría en Sidney un par de días, pensó. ¿Qué importaba no decirle su verdadero nombre? Aquella noche no quería ser él mismo. Estaba cansado de vivir con sus recuerdos y sus penas. Quería divertirse.

Y la tentación ganó la partida.

–Sabe que me llamo Rhys, pero no tiene por qué saber nada más. Digamos que soy Rhys… Monroe.

Tim lo miró con cara de incredulidad.

–¿Y a qué se dedica, señor Monroe?

–No lo sé. ¿Tú qué crees que debo decir?

–Algo que se te da fatal. Cuanto más grande es la mentira, más fácil resulta creerla.

–¿Y tú cómo sabes eso?

–Rhys, yo soy un profesional –contestó su amigo, burlonamente indignado–. Podemos decir que eres carpintero o albañil, una profesión en la que no se gane mucha pasta.

–Eso es ridículo. Yo no sé nada de carpintería o albañilería.

–Precisamente por eso. Y no eres un Maitland, heredero de todos esos millones.

Rhys sacudió la cabeza.

–Nunca he oído hablar de él.

Tim tomó una bandeja con los vasos y la botella de tequila.

–Bueno, Monroe, vamos a contar mentiras.

–Voy enseguida.

Haciéndole un guiño, su amigo volvió a la mesa mientras Rhys observaba desde la barra, oculto por los clientes. La rubia tomó un chupito de tequila y arrugó la nariz. No parecía gustarle mucho, pero se lo tomó de un trago, como todos. Tim inmediatamente empezó a servir otra ronda, pero ella declinó la oferta. Después la vio mirar hacia la barra y hacia la puerta como buscando a alguien…

Sonriendo, Rhys llamó a la camarera.

 

 

Julia y Brooke estaban tomando el tercer chupito de tequila y Sienna sonrió con cierta tristeza, sabiendo que aquélla iba a ser otra de esas noches en las que ella se quedaba mirando mientras los demás lo pasaban en grande.

El tequila le había quemado la garganta. No le gustaba el alcohol fuerte, prefería una copa de vino. Algo ligero, para un peso ligero como ella.

No había ni rastro del morenazo de ojos grises. Intentó decirse a sí misma que no importaba, pero no era verdad. Había montones de hombres en el bar, montones de chicos guapos en grupos, pero no le interesaban. La atracción que había sentido por el hombre de los ojos grises había sido tan sorprendente, tan extraña, que se había hecho ilusiones.

Ahora, mirando alrededor, le parecía un mercado de carne y ella no tenía producto para poner una tienda.

Tim había conseguido sentarse entre las dos bellezas sudafricanas, con los otros alrededor. Sin duda, lo tenían todo estudiado. Y ella, que sabía que su sitio estaba entre el público, dejaría el estrellato para sus amigas.

Un brazo apareció entonces sobre su hombro.

–Pensé que preferirías esto –una copa de agua apareció ante ella– y luego esto –añadió, dejando una copa de vino blanco sobre la mesa.

Rhys, era Rhys.

Él apartó una silla y se sentó a su lado, un poco apartado de los otros. Llevaba unos vaqueros negros y una camisa del mismo color remangada hasta el codo. Tenía unos antebrazos fuertes morenos, capaces. Sonreía, pero tenía una expresión seria, acentuada por la sombra de barba.

–Gracias –Sienna tomó un sorbo de agua, que necesitaba más que nunca.

Pero antes de que pudiera volver a dejar el vaso en la mesa, él se lo quitó de la mano y, sin dejar de mirarla a los ojos, se lo llevó a los labios.

–¿Te importa compartir?

–No, no –dijo ella, después de tomar aire.

Las cejas de Julia habían desaparecido bajo su flequillo y Brooke estaba abanicándose.

–Me alegro de que te hayas decidido a venir, Rhys –empezó a decir Tim–. Julia, Brooke, os presento a Rhys. Creo que Sienna y tú ya os conocéis.

Sienna.

Los dos hombres se miraron y Brooke y Julia se miraron también, pero de una manera menos sutil. Sienna tuvo que tomar la copa de vino.

–Rhys es un antiguo compañero de universidad que ha venido a Sidney a pasar unos días –explicó Tim–. Nos está echando una mano…

–¿No deberías estar en el escenario, cantando a pleno pulmón? –lo interrumpió él.

Tim tomó la botella de tequila y se dirigió al escenario, donde el resto de la banda había empezado a colocar los instrumentos.

Julia y Brooke se volvieron para mirar a Rhys. Y luego a Sienna.

–Vamos a bailar –dijo Brooke, tomando a Julia del brazo.

Sienna las observó bailando en la pista como locas. Le encantaba su entusiasmo, su alegría.

Pero la fuerte y silenciosa presencia a su lado era en lo único que podía pensar. Nerviosa, se volvió para mirarlo. Una cosa que sabía hacer era hablar con la gente. O, más bien, cómo hacer que la gente hablase con ella. Había tenido que hacer el papel de confidente durante muchos años, porque no podía hacer otra cosa, y sin darse cuenta acabó convirtiéndose en el hombro sobre el que los demás lloraban. Era irónico que ella, que no podía participar, pudiese escuchar y motivar a los demás.

–¿Vas a estar mucho tiempo en Sidney, Rhys?

–Unos días. Trabajo en la construcción, en Melbourne.

Ah, datos básicos.

–¿En la construcción?

–Sí, soy albañil –contestó él, mirando el escenario.

–No pareces un albañil.

Él la miró entonces, con gesto burlón.

–No suelo llevar las herramientas cuando salgo a tomar una copa.

Sienna sonrió. Evidentemente, era un hombre de pocas palabras. Además, le gustaba tanto que era un milagro que pudiese articular palabra.

–¿Y tú? ¿A qué te dedicas?

–Por el momento, no hago nada.

–¿Estás de vacaciones?

–Sí, he venido a Sidney unos días antes de embarcarme en mi gran aventura. Soy de Nueva Zelanda, ya sabes que nos gusta viajar.

Era cierto, los neozelandeses viajaban mucho, tal vez porque vivían confinados en una isla diminuta al otro lado del mundo. Durante un año o dos, muchos hacían la mochila y se dedicaban a viajar por todo el mundo. Ella había tardado un poco en organizarse, pero por fin estaba en camino.

–¿Europa?

–En principio, Sudamérica –contestó Sienna. Había un par de países en su lista y Perú era uno de ellos–. ¿Y tú?

–Tengo uno par de semanas de vacaciones, supongo que me quedaré aquí.

–¿Con tus viejos amigos?

–Ahora mismo estoy más interesado en conocer amigos nuevos.

Sienna no dijo nada mientras lo veía tomar otro sorbo de vino, casi sintiendo celos de la copa. ¿Cómo sería besarlo?, se preguntó. Sentir el roce de su lengua…

De inmediato, sintió que le ardían las mejillas. Qué cosas pensaba. Y lo peor era que estaba segura de que él lo sabía y que, posiblemente, estaba pensando lo mismo.

De repente, Rhys se inclinó hacia delante, hablándole al oído con la voz más tentadora del mundo:

–¿Sabes lo que pienso, Sienna?

–¿Qué?

–Creo que deberías bailar conmigo.

Sienna sintió un cosquilleo que empezó en su espina dorsal y fue bajando por la espalda y las piernas hasta llegar a los dedos de los pies.

–Muy bien.

Julia y Brooke seguían bailando frente al escenario y Sienna se detuvo en medio de la gente, deseando desaparecer porque sabía que Tim y los demás los estaban mirando, que Brooke y Julia le harían un gesto de aprobación cuando Rhys se diera la vuelta…

Tres segundos después, no le habría importado que hubiese un equipo de cine filmando lo que hacía delante de veinte millones de espectadores porque se olvidó de todo salvo de Rhys. Aprovechando que había mucha gente en la pista, estaban pegados el uno al otro. Él sonrió y ella le devolvió la sonrisa. Todo era tan fácil. Él se movía, ella lo seguía y sus dedos se rozaban… pero estuvo a punto de dar un salto cuando la rozó, como si hubiera sentido una descarga eléctrica. ¿Habría sentido él lo mismo?

Si se ponía tan nerviosa sólo por un roce, ¿qué pasaría si la besara?

Lo único que sabía era que quería más, que lo deseaba con auténtica desesperación. Un deseo feroz y absolutamente extraño para ella.

Ninguno de los dos estaba sonriendo. Se movían sin decir nada y Rhys no apartaba los ojos de ella.

–Sé que esto es demasiado prematuro y que no nos conocemos de nada. Puedes decir que no, pero…

–¿Pero qué?

Él la miró a los ojos.

–Voy a besarte.

Sienna dejó de moverse. Se quedó inmóvil en medio de la pista, rodeada de gente a la que no veía. Su reacción inicial fue de alivio. Evidentemente, no había estado soñando, no había imaginado la atracción que había entre los dos. Pero el alivio dio paso a un escalofrío de deseo y decidió provocarlo un poco, sintiéndose más segura.

–Eso está bien porque pienso devolverte el beso.

Rhys había dejado de bailar y sus ojos estaban clavados en ella.

–Muy bien.

Luego dio un paso adelante. Estaba deseando que la tocase, pero los milímetros parecían kilómetros. Parecía haber un acuerdo tácito entre ellos para alargar el momento, para saborearlo. El momento que habían estado esperando desde que se vieron por la mañana.

Aunque quería moverse, sería él quien tendría que dar ese último paso.

Y lo hizo. Rhys levantó una mano para acariciar su cara… le temblaban los labios y tuvo que pasarse la lengua por ellos.

–No –murmuró él–. Deja que lo haga yo.

Rhys se inclinó un poco y, muy espacio, rozó su labio inferior con la punta de la lengua.

Aquello era una locura, pensó Sienna, temblando. Pero el incendio que se había apoderado de ella era real.

–¿Mejor?

–No –contestó ella, intentando disimular que temblaba.

–¿Aún tienes sed?

Estaba desesperadamente sedienta, pero consiguió asentir con la cabeza, levantando la barbilla.

Rhys enterró las manos en su pelo. Cómo deseaba esa boca, esa preciosa boca…

Rozó sus labios un par de veces y Sienna hizo lo mismo, enredando los dedos en su espeso pelo, empujándolo hacia ella.

Se quedaron completamente quietos entre una masa de gente que se movía, concentrados el uno en el otro, intentando controlarse. Aquél no era el sitio más adecuado para dejarse llevar, pero ella sabía que iba a ser imposible contenerse.

Un momento de fantasía mezclado con la realidad. Sólo una vez.

Él bajó la cabeza y se encontraron a medio camino, abriendo la boca para besarse apasionadamente.

–Eres preciosa –murmuró después, besando su cuello.

Sienna apartó la mirada para que no viese el dolor que había en sus ojos. ¿Preciosa? No del todo.

Pero, de nuevo, empujó un poco su cabeza para volver a besarlo. No quería halagos, frases bonitas o promesas. Porque aquello era todo lo que había: un momento de total felicidad. La clase de momento que había esperado durante toda su vida adulta y quería alargarlo. Quería que aquélla fuese una noche mágica y se dejó caer sobre él como no haría nunca en su casa. Pero no estaba en casa, no estaba con nadie a quien conociese.

El hombre más sexy del mundo estaba besándola como si ella fuera la mujer más bella del mundo y nadie podría decirle lo contrario. Y mantendría aquella fantasía durante todo el tiempo que pudiera.

Sus cuerpos chocaron cuando la pasión se volvió abrumadora, la contención inicial desapareciendo al reconocer que sentían lo mismo.

Y quería más.

Al notar el roce de sus manos en la espalda Sienna dio un respingo, de nuevo experimentando esa sensación, como si hubiera recibido una descarga eléctrica. Él echó la cabeza hacia atrás, mirándola a los ojos con cara de sorpresa. Abrió la boca para decir algo, pero Sienna se puso de puntillas para evitarlo. No quería que dijese nada, sólo quería vivir la experiencia.

Otra vez.

El deseo de sentir esos dedos por todas partes era abrumador, pero sabía que no iba a ocurrir. Así era como debía de haberse sentido Cenicienta, pensó, acariciando sus anchos hombros. Tenía a su príncipe azul y bailaba con él, pero sabiendo que era una fantasía que no podía durar pasada la medianoche.

Tenía que aprovechar el momento.

Él la deseaba y ella quería sentir esa deliciosa boca por todas partes.

No, no por todas partes, pensó, mientras se apretaba contra él. Nunca había sido tan atrevida en toda su vida y le encantaba. Estaba entre sus brazos, prácticamente aplastada contra su pecho, los dos sintiendo la desesperada necesidad de estar más cerca aún, de quitarse la ropa y convertirse en uno solo.

Lo que había empezado como un baile lento y contenido se había convertido en un abrazo apasionado, pero no era suficiente.

De nuevo, Rhys pasó las manos por su espalda desnuda, apretándola contra él, cerca pero no tan cerca como a Sienna le gustaría. Le dolía, un dolor físico que sólo él podía curar… estando dentro de ella.

Él puso una mano en su trasero, apretándola contra su pelvis, y sentir su erección fue la más exquisita de las torturas. Los besos se volvieron más frenéticos y Sienna cerró los ojos, jadeando, sin aliento.

Pero entonces levantó la cabeza con inesperada energía.

–Deberíamos irnos de aquí –dijo con voz ronca–. Creo que deberíamos estar solos.

Rhys la miraba a los ojos, tal vez buscando un brillo de duda en los suyos. Pero Sienna no tenía intención de dar marcha atrás. Por primera vez en su vida olvidó sus temores y decidió tener lo que deseaba.

–A algún sitio que esté cerca –añadió, asombrada de que sus cuerda vocales funcionasen.

–¿Estás segura?

–Tan segura como tú.

En sus ojos había un brillo de deseo, no había duda, pero también algo más, algo que no entendía. Y, sin embargo, cuando la tomó del brazo era como si no tuviesen alternativa, como si no pudieran evitarlo.

Capítulo Tres

 

 

 

 

 

La puerta se cerró tras ellos, ahogando el sonido de la música y de la gente. Estaban en una especie de almacén o trastienda, pensó.

Rhys la había llevado de la mano, sabiendo perfectamente dónde iban, y ella lo siguió sin hacer preguntas. Después de cerrar la puerta echó el cerrojo y la miró, señalándolo con la cabeza.

–Puedes irte cuando quieras.

–No quiero irme.

Rhys puso las dos manos sobre la puerta, a ambos lados de su cabeza. No tenía unos bíceps superdesarrollados pero sí bien definidos, de músculos largos. Y sentía que estaba apoyado en la puerta para contenerse, pero ella no quería que se contuviera. Lo quería todo.

Rápidamente, para no vacilar, desabrochó el primer botón de su camisa y lo vio sonreír. Aquello podría ser muy divertido y ella llevaba mucho tiempo sin pasarlo bien.

Le temblaban las manos mientras desabrochaba el resto de los botones pero, por fin, consiguió ver aquel torso bronceado. El inicial ataque de mariposas en el estómago fue reemplazado de inmediato por un cosquilleo entre las piernas al ver esos abdominales perfectos.

Debía de tener un hada madrina que estaba haciendo realidad sus deseos, pensó, haciendo un esfuerzo por apartar la mirada de su torso para mirarlo a la cara.

Sus ojos se encontraron. Él estaba muy serio.

–Normalmente no…

–Yo tampoco.

Y Sienna supo que era verdad.

–Sólo quiero…

–Yo también.

«Tocarte».

Sienna alargó una mano para apagar la luz y, de repente, quedaron envueltos en la oscuridad. Ni siquiera podía ver su silueta, pero sí podía sentirlo.

–¿Qué haces?

–Espero que no te importe –murmuró ella, sintiéndose seductora. Luego, sin decir nada, se quitó el tanga, dejándolo caer al suelo. Y experimentó una extraña sensación de libertad. En la oscuridad se sentía libre y podía ser tan atrevida como quisiera.

–Tócame.

Rhys dio un paso adelante. Al menos, oyó que movía los pies.

–¿Dónde quieres que te toque?

–Donde tú quieras.

Por todas partes, no le importaba. En la oscuridad podía pasar cualquier cosa.

Él estaba cerca, muy cerca, pero sin tocarla y Sienna deseaba que lo hiciera. Más de lo que había deseado nada en toda su vida.

Olía al vino que habían bebido, pero enseguida detectó un aroma nuevo: Rhys. Excitado.

Y aun así se contenía.

¿Dónde estaba? Sienna se asustó. ¿No habría cambiado de opinión?

–No sé si tocarte con la boca o con las manos.

–¿Qué tal si haces las dos cosas?

Lo oyó resoplar, divertido.

–Sienna, la sirena.

Por fin, puso las manos en su cintura para buscar sus labios. De vuelta al principio, pensó ella. Pero no era un beso de comienzo, era un beso apasionado, ardiente. Rhys acariciaba su espalda, su cuello, sus pechos por encima de la tela…

–¿Cómo se quita esta blusa?

–Es complicado. Yo…

–Más tarde. Te la quitaré más tarde.

No habría más tarde, pero Sienna dejó de pensar en ello al sentir la boca masculina sobre sus pechos, buscando sus pezones con total precisión.