Crisálida - Fernando Navarro - E-Book

Crisálida E-Book

Fernando Navarro

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Beschreibung

Fernando Navarro (Malaventura) regresa con una fábula oscura que explora la naturaleza de la fe en un sur sangriento y desolador. Un salvaje drama familiar donde mística y psicodelia se mezclan magistralmente. La niña Nada abre los ojos en la cama de un sanatorio al que no sabe cómo ha llegado. Los recuerdos, las pesadillas y los ensueños provocados por los fármacos la trasladan a un tiempo anterior, cuando sus padres se la llevaron, junto con sus cuatro hermanos, a vivir a un bosque de secuoyas perdido en algún lugar entre las Alpujarras granadinas y Sierra Nevada. Allí, poco a poco, la violencia y la locura se apoderan de toda su familia, en especial de su padre, al que apodan el Capitán, un hombre atormentado y paranoico por el que Nada siente una extraña fascinación. Asediada por una presencia inquietante que habita en el corazón del bosque, la niña aprende a crecer en mitad de una naturaleza tan viva como hostil, tan extraña como peligrosa. Mitad folk horror, mitad novela de aprendizaje, Crisálida construye un territorio literario sureño único, lisérgico y evocador en el que se dan la mano el humor y la violencia para narrar una conmovedora historia de abandono y desamparo infantil que bebe tanto de la exploración del terror familiar de Shirley Jackson y Stephen King como de los dramas paternofiliales del cine de Víctor Erice o Carlos Saura. CRÍTICA «Un maestro del terror.» ―El País «De la pluma de Fernando Navarro en vez de salir tinta sale sangre y arena.» —Laura Barranchina, El Ojo Crítico «Un cruce fascinante entre Lorca y el tremendismo lírico a lo Cormac McCarthy.» —Daniel Gascón «Detrás de la prosa de Fernando Navarro hay una poética descarnada, cruel y al mismo tiempo llena de magia y belleza.» —Borja Cobeaga  «Fernando Navarro crea territorios literarios muy interesantes y muy duros.» —Ignacio Martínez de Pisón

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Seitenzahl: 327

Veröffentlichungsjahr: 2025

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Nazca el niño negativo,

niño nadie, niño nunca,

niño nada, niño no.

RAFAEL SÁNCHEZ FERLIOSO

EL SANATORIO Y LA ENREDADERA

1

Despierta niña despierta, escucho la voz grave del Capitán, y entonces despierto y me envuelve la niebla de los bosques donde me mataron cuando yo tenía doce años y no tenía nombre porque de niña no tuve nombre porque mi padre, al que llamábamos el Capitán, no nos puso nombre a ninguno.

No puede ser su voz porque él nunca me llamó niña o dijo niña o mi vida o criaturica o bebé o nena o mi dulce o mi amor, ni pensó que yo fuera una niña porque ya no lo éramos, no éramos niños, éramos sus soldados, sus juguetes, sus esclavos, sus discípulos, sus muñecos. No puede ser su voz porque anda perdido arriba en las tierras altas, seco como una rama y se lo están comiendo los gusanos y revolotean las alúas en el aire y algunas mariposas han venido a verlo y la tierra lo agarró y tiró de él, con fuerza, para dentro, quédate conmigo Capitán, y ya no se movió y se fue pudriendo y no, esa no puede ser su voz porque los fantasmas no hablan.

2

Tengo la cara empapá.

No sé si son lágrimas o lluvia o rocío o sudor y al encender la lámpara me acuerdo de dónde estoy. Sigo en este sanatorio rodeada de camas en las que duermen otros loquitos y algunos roncan por la noche. No sé cuánto llevo aquí ni qué hago aquí ni quién me trajo aquí y no quiero estar aquí. Aquí todo tiene el mismo color: el metal del cabecero de la cama y las sábanas, las paredes y los uniformes de las enfermeras. Es del color de la resina o del hueso, un amarillo apagao que es también el color de mis sueños aunque nunca sé si estoy despierta o estoy dormida o cuándo es de día o cuándo es de noche y no sé cuándo no sé quién no sé cómo me quitaron la ropa que estaba pegada a todas mis heridas pero era mi ropa y no deberían habérmela quitado porque era mía y olía a sierra, a nieve, a mi sangre y sobre todo a la sangre de mis hermanicos y por mucho que les pedí que me la devolvieran no me la devolvieron y me dicen que la han quemao y no sé por qué han quemao mi ropa y me han dado un pijama feo y el pijama me picaba y luego me han dado una bata más fea que el pijama para que la lleve por encima porque hace frío y yo me quiero quitar el pijama y la bata y quedarme desnuda y para que no lo haga me dan un camisón más fino, blanco, y no me quejo porque me dicen que el camisón lo ha traído una enfermera para mí, que era suyo y ahora es mío.

Me duele el pecho al respirar, debajo del camisón tengo la piel llena de heridas, de marcas, y escucho la carcoma comerse el edificio y la escucho avanzar por las venas del sanatorio igual que entra la enredadera en esta habitación grande llena de camas, aprovecha la enredadera las grietas de las paredes como las raíces de los árboles levantan el suelo. La naturaleza se abre paso, decía el Capitán.

Todo el sanatorio está medio derruido, las paredes llenas de desconchones y agujeros, se escuchan las goteras y los cristales tienen una capa de mierda gruesa porque nadie los limpia y la lámpara de la mesita no es una lámpara es una luciérnaga. Una luciérnaga gigante que ilumina todo el bosque y los troncos grandes de las secuoyas. Al clavar las uñas en el colchón, porque me duele todo el cuerpo y no sé qué hacer, también clavo las uñas en el barro y hundo las manos en la nieve y me envuelve la neblina de la sierra. Entonces veo la linterna del Capitán yendo y viniendo por el bosque y en la luz de la linterna asoman los helechos. Queda un poco de aguanieve sucia a medio derretir y tengo agujas de hielo en las pestañas y hay hojas secas y cáscaras de frutos mordidos por un herrerillo y me toco la cara, empapá por las lágrimas o la lluvia o el rocío, y de los radiadores debajo de las ventanas sale un sonido que parece un animal que gruñe y no es un radiador lo que hay debajo de la ventana: es un jabalí que guarrea mientras me mira.

Dónde están mis hermanos, niños perdidos en un bosque, dormidos bien pegaos en unas jarapas sucias dentro de una furgoneta arrumbiá. O tirados al sol sin camiseta, despecheretaos, los vaqueros medio rotos, las uñas largas sucias. Huelen a lo que huele la tierra. Llevan el pelo largo y enredao y son rubillos mis hermanos y yo tengo el pelo más rojo que ellos. Dónde están mis hermanos y qué flores salen del pelo de mi madre a la que llamábamos Madreselva y las lombrices enredás en mis dedos son mis dedos, y otra vez estoy a los pies de aquella montaña que llamábamos la Montaña del Tigre. Para él éramos dibujos en una hoja de papel o mejor: muñecos. Éramos muñecos hechos con ramas y hojas o con recortes de tela vieja. Como los cristobicas de las funciones del colegio, él nos movía como si fuera un dios porque siempre pensó que era un profeta un santo un elegido y por eso lo llamábamos el Capitán.

Nuestro jefe. Nuestro amo. Papá Ceniza. Papá Niebla. Papá Dios. Papá Abismo, que un día encerró a sus hijos entre secuoyas perdidas y del que nunca se volvió a saber nada y yo me arrastro por la nieve sucia y dejo un reguero de sangre en el que puede leerse ayuda, que alguien me ayude ayuda ayudadme, que soy Nada, la niña sin nombre.

3

En este sitio me da por cantar una canción que me inventé en las montañas. La inventé para no estar sola y se la cantaba a mis hermanos que me la pedían, canta un poco, Nada, porfa, la cancioncica esa que solo te sabes tú, y se la cantaba y los ayudaba a dormirse o estar tranquilos.

Aquí la canto sin darme cuenta. Cosas de loca, oigo que dicen en voz baja. Pobre niña Nada, Ná, que salió de los bosques perdía y asalvajá. Muerta porque la medio mataron con doce años. Sola y preguntando como pregunta día sí día también por sus hermanos y por su padre al que llama el Capitán y por su madre a la que llama Madreselva. Loca pa to la vida la niña Ná. Que ni comer ni ver la televisión quiere, que ni leer ni escuchar historias ni la radio ni la telenovela ni la música moderna. Nada, en su cama to el día y dando paseos y cantando como la loquita que es.

Y creen que no los escucho pero los escucho hablar, en voz alta, como si los loquitos fueran sordos. Dicen que en este sanatorio metieron a los locos de la guerra y a muchos rojos y a muchos muchos heridos y había amianto en las paredes y los que no se murieron por la guerra se murieron por el amianto y no sabían qué hacer con ellos y los fueron enterrando en las paredes y yo pongo la mano en la pared para ver si escucho algo y pego la cara a la pared y paso la lengua por la cal porque me gusta el sabor que es amargo y ni al jardín sacaron a esa panda de muertos. Abrieron las paredes y ahí fueron tirando a los locos y a veces la pared parece que está viva y pienso que son las ratas que se comen a los locos de la guerra de hace muchos años y mira que les gusta a los animales comerse a las personas y aunque la comida de este sitio no está mala yo siempre se la tiro a la cara a las enfermeras.

Vienen médicos y hombres con corbata y se sientan a mi lado y me preguntan y no les hago caso y se van igual que han venido y dicen que no puede ser que me llame Nada, que eso no es un nombre. Vienen enfermeras y médicos que me ponen inyecciones que me duelen y me ponen esa cosa fría en el pecho y me piden que respire fuerte y yo me imagino que dentro se escucha el sonido del hielo al crujir o a lo mejor un animal que grita y se acercan mucho a mí y cuando se van dejan en el aire un olor a cigarros distinto al tabacazo que fumaba el Capitán.

Hay dos celadores grandullones que parecen gemelos pero no son gemelos. Los dos llevan el pelo igual, son morenos, tostaos al sol, son de Jaén los dos y los dos se llaman Antonio, por eso no son gemelos porque no se podrían llamar Antonio si fueran hermanos pero quién va a hablar de nombres cuando mis hermanos no tenían nombre sino más bien palabrejas de cosas y a veces ni eso. Los médicos y los celadores y las enfermeras dicen que esto no es un manicomio, que es un sanatorio, un sitio para curarse y descansar y no sé por qué lo dicen porque esto está lleno de loquitos. Algunos se quedan mirando un punto y no se mueven por mucho que les hables y me da miedo cuando hacen eso porque no sé lo que están viendo y a lo mejor están viendo lo mismo que yo cuando me quedo mirando un punto y otros se arrancan el pelo con las manos y no tienen dientes porque se les caen o se les pudren y fuman y tosen y no hay casi zagales casi todo son viejos y hay uno que dice que es alférez de los tercios de Flandes y otro tenía un bar y un día les dio de beber lejía a sus clientes y se los llevó por delante y dice uno de los Antonios que no lo pudieron meter en el talego porque tenía un buen abogao y en la vida hay que tener un buen abogao, eso mismo decía el Capitán, y mi favorito es uno al que llaman el Señor Mostaza y que de joven era guapo y tiene fotos de cuando llevaba el bigotillo recortado y parece que estaba enamoriscao de una a la que su madre odiaba o estaba enamoriscao de su madre porque yo no me he enterado muy bien y tenía una tienda de ultramarinos con su madre en Málaga y su madre un día murió y estuvo con el fiambre de su madre en la casa muchos días y solo quería comer mostaza y cada tanto tienen que hacerle operaciones.

Y luego hay uno que trabaja aquí, tiene la cara picá y es delgado como un lagarto y veces cambia las bombillas cuando se funden y la caldera cuando se jode que es todo el rato y ese se entiende con una enfermera que no tiene nombre de cosa o de planta o una palabreja porque se llama Brígida. Brígida tiene una voz ronca aunque parece hecha de pan porque su piel tiene el color de la harina y a veces parece que viene horneada porque trae los colores subidos y eso pasa cuando ella y el carapicá se esconden en el cuarto de lavar la ropa aunque yo creo que aquí nadie lava la ropa y se esconden ahí y se creen que nadie lo sabe pero yo lo sé y a veces ella le dice al carapicá: no está loca, lo ha pasado mu malamente la muchacha. Y la enfermera Brígida entonces me cae bien.

4

No duermo no estoy despierta el dolor me atraviesa y vomito me mareo y vomito y me dan pastillas y las vomito porque no quiero comer y no tengo fuerzas para estar de pie y quiero estar de pie y cuando estoy de pie me caigo al suelo y me hago nuevas heridas que tienen que curarme y sigo sin comer y muchas veces me ponen una aguja en la vena ahí fija y yo me arranco la aguja de la vena y los tirones me están haciendo pequeñas marcas negras en los antebrazos, niña, por favor, no te quites eso, que te haces daño. El cuerpo tira un poco de mí a veces hacia abajo hacia la tierra y a veces hacia arriba camino de las cumbres. Algunas noches, cuando todos duermen, yo vuelo sobre la cama.

No vuelo: me elevo. Floto.

Floto unos pocos metros sobre mi cama y cuando bajo la mirada no hay más que nieve sucia y roja donde debería estar mi cama. Me despierto tirada en un charco de babas de color clarito y ya solo es bilis, me dice Brígida, si no comes no sé qué es lo que vomitas y a veces tengo tantos sueños distintos que no sé cuándo me he despertado. Me duele mucho la cabeza y tengo fiebre mucha fiebre que no baja y me duele la cabeza el pelo los pies las rodillas no duermo no despierto nunca sé dónde estoy. Persigo jinetas por los pasillos y quiero una lanza para cazar jabalís y las enormes manos del gigante me abrazan y no duermo duermo despierto no despierto y no sé dónde estoy, a veces me despierto de pie en mitad del pasillo, otras veces grito y es uno de los Antonios el que me despierta dándome bofetás mientras muerdo las sábanas y otras veces cuando todos duermen meto la cabeza bajo el grifo y me duermo con el pelo mojado del agua y empapo la almohada de agua otras veces de sudor y no quiero ducharme y cuando me ducho me quedo debajo del agua hasta que todo el cuerpo parece de corcho y me duelen las yemas de los dedos y no duermo no cierro los ojos me recorre el dolor es un pinchazo entero de dolor son mil agujas o mejor mil clavos clavados en todo el cuerpo. Sudo mucho me muero de calor sudo y las sábanas son finas amarillas y me envuelven y se me pegan a la piel y es como una crisálida una capa transparente sobre mi cuerpo que se convierte en una segunda piel como de gelatina y me elevo levito sobre la cama me elevo y la tela amarilla me aprieta el cuerpo las caderas los muslos las tetas los tobillos y a veces me cubro la cabeza entera y extiendo un poco los brazos al levitar y me veo en el reflejo de la ventana al fondo de la habitación y me elevo lo justo para parecerme a una de esas figuras de santas que abrían lo justo la boca antes de que llegara un ángel a visitarlas para decirles que se iban directas al cielo con Dios y los santos. No duermo porque tengo el cuerpo lleno de picores me pica ¡me pica! y no pueden hacer nada y me rasco apretando con las uñas y tengo el cuerpo lleno de rascaduras y me levanto la piel como si fuera la cáscara de un albaricoque y me hago sangre. Bebo un vaso de agua y otro y otro y otro y otro y otro y cierro los ojos pero los tengo que abrir porque me duelen las rodillas y noto dolor en las costillas y como si el pelo tirara de mí y solo puedo hacer una cosa, levantarme. Y me levanto y me doy paseos y no les gusta que pasee sola por la zona de los despachos aunque siempre están cerrados y hay una escalera que lleva a la última planta y ahí está prohibido subir, dicen.

Hay puertas que no llevan a ningún sitio.

Las abres y no hay una habitación hay un muro de ladrillo mal pegado con cemento y por la noche cuando todos duermen paseo por los despachos, siento mi pie frío en el azulejo más frío del pasillo que tiene un dibujo de rombos de colores azules marrones y rosas. Al final del pasillo hay una ventana grande. La pedrada o el pájaro que se estrelló en esa ventana dejó un dibujo que sale del centro y se expande un poco a los lados, crac, como una telaraña de cristal. A través de las grietas del cristal se ve la sierra, más arriba los glaciares. No quiero despertar a nadie y voy descalza y llego a la puerta de la enfermería y no me cuesta romper con el puño, cras, uno de los cristales de la puerta.

Con ese mismo cristal me corto las venas.

5

Pensaban que me había escapado en plena noche y no sé por qué lo piensan porque no hay manera de salir del sanatorio. Las puertas siempre están cerradas con llave y no puedo subir al tejado y tirarme porque no sé cómo se llega al tejado. Después de buscarme en las duchas y seguro que antes se ha pegao su buena ración de frotarse con el carapicá, Brígida me ha encontrado tirada en el suelo.

Las venas abiertas: el cristal ensangrentado.

Me ha faltado poco, Brigi, necesito un poco más, le digo al oído mientras me lleva en brazos a una camilla, no me ha dado tiempo a sacar toda la sangre. Tiene los brazos fuertes aunque es verdad que yo no peso mucho y le digo que mis padres me dejaron la sangre entera envenená, igual que el agua de un pozo al que cae un animal muerto y solo puedo escapar de ellos vaciándome entera por dentro y me río y Brígida no se ríe y ha llorado y es que cada vez que hago eso de cortarme las venas llora.

Por qué llora no lo entiendo, y le pregunto y eso hace que llore más, y si pudiera lanzarme contra una pared y destrozarme igual que una fruta lo haría.

Brígida me hace los vendajes y está enfadá y me dice que es la tercera o la cuarta vez que me hago daño y yo le digo que no es verdad que me hago daño todo el rato y no está enfadá lo que pasa es que me tiene miedo. Todos en este sitio me tienen miedo, y lo entiendo: yo me tengo miedo, la niña loca, la niña Nada, la niña sin nombre de los bosques que mira cómo se le mueve el pecho cuando duerme que parece que le va a estallar y yo quiero eso, que me estalle.

Paso la mano por el espejo que se ha empañado de vapor y no consigo borrarme la cara con ese gesto. Brígida espera fuera, me ha hecho unos vendajes en la muñeca y me ha pedido que no lo haga más y me pregunta por qué me gusta verla llorar. A lo lejos suena la tele que está todo el día encendida así tienen a los loquitos callados y suben el volumen si gritamos. Y ya debe de ser por la mañana y a los locos les esperan galletas y leche calentita con colacao y a algunos les gusta tomar papillas de avena y a otros si se portan bien les dan hasta chocolate.

Brígida pega porretazos en la puerta del baño, venga pafuera, y no dice mi nombre porque no se cree que me llame Nada y dice que quiere ponerme otro nombre, un nombre de verdad, y le he dicho que si lo hace entonces sí que le prometo que me desangraré del todo con los cristales o con lo primero que encuentre si es que no la desangro a ella antes y me ha mirado y se ha reído pero yo no me reía.

6

Me despierto enmorecía, llorando sin poder parar y no sabía que me había quedado dormida. Me han despertado los gritos del Capitán. Vienen de la planta alta. Está aquí, me ha encontrado. El Capitán ha buscado entre las capas más oscuras de mis sueños y me ha encontrado y ahora viene a por mí y por eso grita, me reta.

Ven aquí, Nada.

Ha vuelto de la muerte y ahora me espera en la última planta, y creo que son sus gritos y sigo sus gritos y nadie más los escucha porque todos duermen y tengo que ir descalza, no hacer ruido, y me aprietan las vendas en las muñecas. Salgo al pasillo y subo, busco las escaleras siguiendo sus gritos hasta llegar a la última planta, nunca subas a la última planta, me lo han dicho y repetido y ahora está abandonada pero antes llevaban ahí a los locos peligrosos de verdad y nunca subas porque todo allí está lleno de amianto y se murieron varios médicos que trabajaban allí y unas enfermeras y hay cables pelaos, te puedes electrocutar y quedarte frita y está prohibida, está cerrada, nadie puede subir y en la escalera no hay escalón al que no le falte un trozo de mármol.

Hay camas abandonadas. Del techo cuelgan cadenas oxidadas que acaban en argollas y ganchos. En los colchones, manchas negras enormes con formas de personas y hay varias garrafas de plástico como las de aceite y dentro algo que parece manteca blanca y densa y agujas tiradas por el suelo. Escucho un zumbido, un zzzzzzmmmm que viene de una puerta metálica de color verde fuerte en la que pone no pasar, prohibido. Del otro lado llega un ruido metálico y antes de abrir la puerta lo siento. Está ahí. Le grito ¡has venido a buscarme! No me contesta y entonces siento una respiración.

Espero, espero un poco, hasta que escucho dos pasos justo detrás de mí.

La respiración es más fuerte. Le pregunto por qué ha venido, le digo que se ha equivocado, le pido que no vuelva de la muerte porque de la muerte es mejor no volver. Me giro y hay una silueta en la puerta de una de las habitaciones. No se mueve y yo quiero verla mejor. Me acerco un poco más. La figura sale de la oscuridad.

No es el Capitán.

No sé lo que es porque no se mueve y me mira sin moverse y yo escucho la respiración y entonces reconozco el olor. Me ha seguido desde el bosque, y no quiero verla y empiezo a caminar sin girarme y la figura está detrás de mí y se mueve y yo la entreveo y no quiero girarme y ella camina. Bajo las escaleras, bajo lo más rápido que puedo y al bajar rápido siento un mareo me agarro a la barandilla para no caerme y escucho detrás de mis pasos sus pasos y escucho cómo gotea algo en el suelo y llego a mi cama y me tumbo y cierro los ojos.

Y no pasa nada con los ojos cerrados durante un rato.

Los abro.

Primero sale una mano de debajo de la cama vacía que hay justo enfrente. No es una mano es una garra y luego sale otra mano y no es una mano es otra garra y cuando irrumpen los brazos doblados crujiendo como ramas aparece su boca chorreando babas por el cuello y me ha seguido mi demonio del bosque.

Yo la llamaba la dama de las alturas.

El pelo le cae sobre los hombros, más larga una parte que otra, y sé que no puede hacerme nada. La dama de las alturas se arrastra por el suelo del sanatorio y deja ese rastro baboso negro de ramas y hojas y sigue hasta mi cama y yo no puedo moverme, estoy atrapada bajo las sábanas y la mano garra se posa en mi rodilla mientras escala a mi cama y es cuando grito. Ya está otra vez Ná gritando y soliviantando a los loquitos.

7

No te preocupes, Brígida, no te asustes que no pueden hacerme nada. Solo quieren asustarme, la dama de las alturas, yo la desperté, vivía en el bosque y la desperté y quiere convencerme para que me dé cabezazos contra la pared y me abra la cabeza en dos como hacía Madreselva cuando era chiquitica pero esa cosa no puede tocarme solo quiere asustarme quiere asustarme y que me tire desde lo alto del sanatorio eso quiere eso solo eso. No sé cómo ha salido del bosque no sabía que podía seguirme no sé cómo me ha seguido pero aquí no puede hacerme nada, no te preocupes, Brigi. Verla es como ver fotos, ver fotos de algo que te asusta pero no puede tocarte, le miento para no asustarla más. Claro que puede tocarme, claro que quiere asustarme, echarme del sanatorio, que me muera de hambre y de frío. Y no se lo digo a Brígida y sí que le digo: esta es la forma que ha tomado la montaña para hablarme.

Me quedo más tranquila, dice con guasa, pa hacerte daño ya te bastas tú sola, trolerilla, me dice, que eres una trolerilla, que te inventas esas cosas pa llamar la atención, y me hace gracia que me diga trolera porque el Capitán siempre me dijo trolera y dice que no me va a escuchar más y que no me va a creer porque la asusto y que no se puede fiar de mí porque no sé cuándo las cosas son de verdad y cuándo son de mentira y ahí tiene razón. No existe la Montaña del Tigre, nena, y yo le digo que claro que existe y ella dice que ni yo misma sé cuándo digo la verdad. Mi cabeza es como un puzle. Uno de los difíciles, dice, con muchas piezas, y se va enfadá refunfuñando pero los enfados no le duran mucho y siempre vuelve y como sabe que no quiero comer cosas de la cocina me trae flan que hace su madre.

Me cuesta tener los ojos abiertos y se me cierran mientras me habla y mientras me como el flan que es de vainilla y está rico pero no sonrío ni se lo digo aunque Brígida sabe que me gusta y ella me dice que si la montaña existe dónde está y si el Capitán existe dónde está y yo le digo, Brígida, serás enfermera y te creerás mu guapa y a lo mejor tu madre hace buenos flanes pero no tienes ni idea de lo que dices, y ella se ríe con mi forma de hablar y con mi pelo rojo enredao mal cortado y yo no quiero que se ría de eso porque si le contara por qué lo tengo así no se reiría tanto y vaya ocurrencia decirme que no sé cuándo estoy soñando y cuándo despierta y es verdad que a veces voy por el pasillo y he salido corriendo porque me ha parecido ver a mi hermano que se llamaba Rayo, que se me tira encima y me clava la faca una y otra y otra y otra vez.

Se me cierran los ojos y mi enfermera se lleva la bandeja con el flan y me mira y no lo entiende, no puede ser que nadie haya venido a verme, y me pregunta quién eres niña cómo es que nadie ha venido a verte en todo este tiempo. No puede ser que nadie haya preguntado por ti, nadie está tan solo, y entonces, Brigi, a lo mejor es que no soy tan trolera, y ella sigue a lo suyo negando y hace la señal de la cruz, no puede ser que nadie eche de menos a una niña y yo le digo es que yo no soy una niña, Brígida, y antes de que se vaya le agarro la mano porque me gusta la colonia que se pone y ella dice que un día me va a traer.

Me gustaría acordarme de cosas que no son sueños.

Me gustaría que esto hubiera empezado de otra manera.

Érase una vez una montaña helada y en medio de la montaña un bosque lleno de mariposas, ciervos, jinetas, zorros, jabalís, lobos y otras criaturas extrañas y peligrosas, y allí, en mitad del bosque, entre las nieves, vivían un monstruo y una monstrua que tuvieron cinco monstruitos sin nombre.

LA LUZ QUE PARTE LA NOCHE

8

Pienso en él. No dejo de pensar en él. De acordarme de sus cosas. Lo escucho hablar. Reírse. Insultar a alguien. Prepararse para lo peor. Tengo su voz metía en la cabeza y no me la puedo sacar. Tengo su misma sangre y por mucho que me corte las venas seguiré siendo hija suya.

Mi padre. El Capitán.

Pienso en el día en el que le dio el volunto. Les prendió fuego a sus papeles y a los nuestros en una fogatilla que hizo en el balcón, como Cortés quemando naves, dijo. No era algo nuevo. Ya había mentido bastante en el libro de familia para librarse de la mili: Papá Escondrijo. Había mentido toda su vida a médicos, curas, abogaos, jueces y maestros. Papá Mentira. Papá Escondite. El Capitán. Siempre en fuga. En exilio perpetuo, como él decía. Huyendo. Escapando. Más de él que de nadie. De un día para otro dejó de pagar el alquiler del piso. Total, siempre iba justo. De trabajo en trabajo de lío en lío. Toda la vida igual. El dinero era un problema para él. Ganarlo. Conservarlo. Dinero pa esto pa comer pa la casa pa los libros de bolsillo pa los discos pal tabaco y pa las copas. Paso de tó y ahí os quedáis. Cortó el cable del teléfono. Tampoco es que llamara mucha gente. Desmontó el timbre de la puerta, que tanto le molestaba. Se despidió de Graná. Se despidió del mundo. Como Cortés quemando naves.

No dijo adiós a sus padres ni a sus hermanos: para qué. Desheredado por mi abuelo, ese viejo cabrón del Opus, lo llamaba, llevaba meses sin hablarse con sus hermanos, que pensaban que era un perro verde y se lo decían, eres un perro verde. Yo nunca he visto un perro verde. Meses antes del volunto había estado trabajando para una editorial de libros infantiles que montó con un socio de esos que solo él se buscaba: con más dinero que él y menos luces, más cabrones en el fondo aunque menos malos, y con familias buenas apoyando detrás si la cosa salía mal, que es como casi siempre salía la cosa. El Capitán: toda la vida sin saber ser un niño bien, que es lo que tenía que haber sido de no ser por la vida, que es mu puta, decía, y entonces se peleó con el de los libros. Se pasó meses sin trabajar, aburrido. Estuvo un tiempo limpiando chimeneas en los primeros hoteles de Sierra Nevada y seguro que ahí le vino la idea. De estar ahí arriba. Solo en los tejados de los hoteles, la vista puesta en las cumbres altas, en los riscos, los picos y los bosques más al sur.

Lo imagino con su bigotón ya amarillento pensando que un día iba a mandarlos a todos a la mierda.

Lo hizo. Con una licencia de caza falsa se compró una escopeta. Días antes ya había estado mu raro: pintó de muchos colores las puertas del piso de mierda en el que vivíamos y esa semana, solo esa, le dio por ahí y nos borró los nombres y entonces nos llamó por colores. A mí me tocó el celeste, un celeste claro como la ropa que llevan los bebés o el hielo cuando le da un poco el sol y fue un color que me vino bien porque yo soy de hielo. Hacía ya unos meses que no nos dejaba ir al colegio y como había cortado el cable roto del teléfono y el del portero automático nadie llamaba ni nos visitaba para preguntar. Se habían presentado los del ayuntamiento un par de veces y él los había echado medio a gritos y si entonces hubiera tenido la escopeta no sé lo que habría pasado. Luego se peleó con el panadero y se peleó con los vecinos. No le daba la gana de aguantar más mierdas. Se pasaba el día quejándose. No dormía. Ya casi no comía. Empezaba con los lingotazos desde primera hora. A veces la música a todo volumen. Vendía cosas, compraba cosas, medio apañaba cosas en su habitación que estaba cerrada con un candado.

El piso se llenó de humo. Los objetos las paredes la vida, todo se fue volviendo de un gris turbio y denso: vivíamos bajo ese filtro. Tendríamos que haberlo visto venir. Tendríamos que habernos escapado cuando pudimos. Haber llamado a nuestros titos, a los abuelos, a alguien. Nunca tuvimos a nadie a quien llamar. Éramos una manada de animales apretujá y sola y apretujaos y solos íbamos a morir.

9

El rey de la montaña. El emperador de las nieves perpetuas. Un desgraciao to la vida. Un pirao. Un loco. Un iluminao.

Se hizo comunista cuando tocaba hacerse comunista, pa tocarles los huevos a sus padres, nos decía siempre riéndose. Estudió Derecho y no terminó porque conoció a mi madre: Madreselva. Él andaba por los colegios mayores venga guitarra venga fumar porros venga los primeros tripis. Se gustaron nada más verse. Vaya dos. Ella era casi una zagala cuando vio a mi padre cantar canciones jipis en la plaza de la Facultad de Derecho, yo no sé qué hacía ella allí, seguro que estaba haciendo repartos pa su madre. Se engaliaron al momento, príncipe y princesa. Él se había dejado barba, ella tenía el pelo rojo mu rojo. No se separaban nunca. Tiraban a base de cerveza, porros y tripis. A viajar con la mente, le decía el Capitán a Madreselva. Entonces se querían, creo que se querían, y mi padre en aquellos años la llamaba amor en la niebla, que era el nombre de su planta favorita.

Madreselva siempre tuvo problemas de sueño, nunca durmió, decía. De chiquitica lo que le gustaba era hacer dibujos y de niña hablaba sola y no tenía hermanos y pasaba mucho tiempo en la cocina de su casa y su madre que era mi mami Concha se iba a vender por las casas fritangas y cosas y su padre había sido zapatero remendón y flamenco del Albayzín y había muerto tieso después de una noche de vino y jarana y cante y se quedó la madre sola con la niña pelirroja, que ya estaba un poco pallá, y la niña se tiraba las horas muertas en casa, sin nadie, y por eso Madreselva no hablaba mucho y luego se ponía a darse cabezazos contra la pared y no paraba la niña hasta que se hacía sangre y su madre mi mami Concha, a la que años después atropelló un tren, se la encontraba tirada en el suelo con la cabeza abierta y otra vez de médicos, qué le pasa a esta niña, desesperada mi mami Concha, que estaba sola en el mundo, les preguntaba a los médicos y nadie sabía lo que le pasaba a su niña.

Me acuerdo de Madreselva. Dándole el bibe a mi hermano pequeño y sin poder parar de llorar y las lágrimas le caían al zagal y cuando le daba el pecho yo pensaba que no le daba leche sino lágrimas y yo le preguntaba qué te pasa y ella se encogía de hombros y lloraba y se reía y yo entonces me tenía que reír. Madreselva, con el rabillo del ojo pintao, largo, como una flamenca o una egipcia. Nunca la vi comer aunque nos hacía de comer, y no se le veía bien la cara porque siempre llevaba algo que la tapaba, un velo o pañuelos en el pelo. Le gustaba hacerse dibujos con maquillaje en las mejillas y la frente: estrellas, planetas. Compraba en los rastrillos candelabros viejos, le encantaban las bichas, de niña vivía en una casa vieja y jugaba con ellas, no le daban miedo, las cogía, las culebrillas eran sus mascotas y en los rastrillos también compraba espejos y le encantaba colgar los espejos del techo y entonces aquel piso en el que vivíamos era un piso lleno de espejos y me reflejaba al llegar del cole o al jugar con mis hermanos y Madreselva lo arreglaba todo con un beso en la frente que te dejaba el rastro del pintalabios rojo aunque a veces morado y hasta del color de la plata y cuando te lo ibas a quitar siempre decía lo mismo: no, no, otros tienen un ojo en la frente que lo ve todo, tú tienes una boca, y yo aprendí de ella a no hablar mucho aunque pensar no dejaba de pensar cosas como las que pienso ahora que no se me van de la cabeza.

En el barrio decían que eran dos flipaos, los más flipaos. Tu madre es la grupi de una estrella de rock que no fue y tu padre es un músico de pacotilla. El Capitán, que tuvo grupos con gente que luego se hizo de bien, abogaos, maestros, jipis que dejaban de ser jipis cuando entraba la pasta y le daban la espalda al Capitán y él se quedaba ahí, en medio, tirao, y nunca pudo ser lo que quería ser y eso siempre pasa cuando eres muy cabezón o muy pobre o estás solo o loco y el Capitán era todo eso y más cosas porque nunca fue una cosa solo: Papá Multiplicado, reflejado en los espejos de Madreselva. Cincuenta dos mil cien mil espejos.

Madreselva iba dando a luz y entre los dos se las iban apañando más o menos como podían y casi nunca podían y tenían que achucharse cada vez más, apretarse más, ir más justos, y el Capitán, claro, tuvo que dejar la guitarrica y meterse de administrativo, que la guitarrica no da parné pa comprar potitos, se quejaba, y así se le fue jodiendo la vida. Acabó a palos con sus jefes, yo aquí con vosotros de qué, porque no sabía mandar y le costaba más obedecer, estaba hecho pa estar tirao. Pa las drogas malas y las baratas.

Trabajó poniendo cervezas en un bareto. Allí conoció a gente molona y él mismo se creyó molón, decía mucho eso: qué molón soy. Se gastó todo lo que ganó. Se arruinó. Escribió poesía mala, nos la leía y nos reíamos. Volvió con la guitarrica, solo a ratos. Algunas de las poesías malas se convertían en canciones peores. Se paseó con la guitarrica y Madreselva de bareto en bareto. Otro curro de mierda en un banco. Otro aquí te quedas cabrón, que yo contigo paso. Tuvo su propio bareto. De copazos. Cubalibres y perico y yo al principio no sabía lo que era el perico y él le caía bien a todo el mundo, sobre todo a los periodistas y a la gente guapa de la ciudad, y leía en una columna del periódico los nombres de los que iban a su bar y a veces nombraban su bar y una vez lo nombraron a él y nos lo decía: lo que les gusta a estos payasos es el perico y las copas gratis. Siempre se rodeó de idiotas. Perdió todas las partidas que jugó. Entró en el paro y entonces cansado de todo y de todos nos lanzó a vivir a los montes.