Cuentos de acá cerquita - Gustavo Azula - E-Book

Cuentos de acá cerquita E-Book

Gustavo Azula

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Beschreibung

En las profundidades del estero, Amílcar es uno de los yacarés más viejos y se la pasa contando historias a los demás. También es el encargado de llevar y traer de la escuela a todos los yacarés más jóvenes. Carlos es un yaguareté adulto que se ocupa por cuidar de todo. Cuida los huevos que están esparcidos por el estero, cuida las ramitas que las aves dejaron listas para usar para hacer nidos, cuida que no haya alguna colilla de cigarrillo que se le haya caído a una persona distraída. Y cuida otras cosas menos importantes. Teresa, una calandria, es la que se encarga de despertar a todo el mundo. Los encargados antes eran Emilio y Catalina, una pareja de gallina y gallo que tuvieron que jubilarse. Ahora se mudaron al pueblo, donde tienen un local de venta de huevos. Cuentos de acá cerquita es solo el comienzo de una aventura que te llevará a conocer una infinita cantidad de seres asombrosos. Sumergite en estas páginas y dejá que la emoción te envuelva mientras te acercas a la riqueza de la vida que te rodea.

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Seitenzahl: 65

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Producción editorial: Tinta Libre Ediciones

Córdoba, Argentina

Coordinación editorial: Gastón Barrionuevo

Diseño de tapa: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Ilustraciones de tapa e interior: Guido Agustín Dario Perucca.

Corrección: Guadalupe Garione

Diseño de interior: Departamento de Arte Tinta Libre Ediciones.

Azula, Gustavo José Nicolás

Cuentos de acá cerquita / Gustavo José Nicolás Azula. - 1a ed. - Córdoba : Tinta Libre, 2023.

86 p. ; 21 x 15 cm.

ISBN 978-987-824-426-6

1. Narrativa Argentina. 2. Literatura Infantil. 3. Cuentos. I. Título.

CDD A860.9282

Prohibida su reproducción, almacenamiento, y distribución por cualquier medio,total o parcial sin el permiso previo y por escrito de los autores y/o editor.

Está también totalmente prohibido su tratamiento informático y distribución por internet o por cualquier otra red.

La recopilación de fotografías y los contenidos son de absoluta responsabilidadde/l los autor/es. La Editorial no se responsabiliza por la información de este libro.

Hecho el depósito que marca la Ley 11.723

Impreso en Argentina - Printed in Argentina

© 2023. Azula, Gustavo José Nicolás

© 2023. Tinta Libre Ediciones

Antes de empezar

Hace unos cuantos años, intenté escribirle cartas a quien estaba en camino. Él no llegó a estar entre nosotros físicamente y esas cartas están guardadas todavía en algún lugar. Con el tiempo, la herida de no tenerlo entre nosotros casi pudo ser sanada. Hoy, con la misma ilusión con la que escribí esas cartas, decidí fabricar historias sobre animales de acá cerquita para Carmela, que nacerá en unos meses.

Te sugiero que, al momento de leérselas a alguien, cambies las palabras que quien esté escuchando no pueda entender todavía. Por ejemplo, decí “escondido para aprovechar que el color de sus plumas es igual al de las plantas” en lugar de “camuflado”. De esta manera, vas a poder adaptar la lectura a su edad. De acuerdo con la paciencia o el sueño de tu oyente, leé las historias de manera continua o pausada. También, podés explicar con imágenes los animales, los árboles y las plantas que no están ilustrados.

Los personajes son animales de los Esteros del Iberá, algunos de los cuales sí están dibujados en el mismo texto, donde vas a encontrar características reales de ellos. Notarás que no hay elefantes o jirafas porque, como decía al inicio, estos cuentos son para Carmela y me gustaría que ella conozca primero los animales, los árboles y las plantas que posiblemente vea desde muy pequeña.

Te pido que me ayudes en esta tarea haciendo lo mismo con quienes te escuchen leer estos cuentos. De eso depende en gran parte el futuro de nuestra región.

LA CARRERA

En Corrientes, la mayor parte del año hace calor, bastante calor. Por suerte, hay bastantes árboles florecidos de muchos colores diferentes, lo que hace que haya buena sombra para refugiarse.

Hablando del calor y de cuando volvería a llover, debajo de la sombra de un lapacho, estaban Pancho, Pancha y Pencho, tres carpinchos que viven cerquita de la laguna junto a otros amigos y amigas. Está Amílcar, uno de los yacarés más viejos, que se la pasa contando historias a los demás; también, es el encargado de llevar y traer de la escuela a los animales más jóvenes. Carlos es un yaguareté adulto que volvió hace un par de años a la laguna y se preocupa por cuidar de todo. Es el responsable de seguridad: junta y acomoda los huevos que están esparcidos por el estero que, si no están a resguardo, se los lleva cualquiera; las ramitas que las aves dejaron listas para hacer nidos y que todavía no buscan; que no haya alguna colilla de cigarrillo que se le haya caído a una persona distraída; y cuida otras cosas menos importantes. Teresa, una calandria, es la que se ocupa de despertar a todo el mundo. Esta tarea antes era realizada por Emilio y Catalina, una pareja de gallina y gallo que tuvo que jubilarse porque, de tantos años de tener que despertar a todos con sus gritos, se les arruinaron las cuerdas vocales. Ahora, se mudaron al pueblo, donde tienen un local de venta de huevos.

En esa vuelta de hablar pavadas estaban los hermanos carpinchos cuando Ramón se metió en la conversación. Él es un aguará guazú que trabaja de profesor de Educación Física en la escuela y, en su tiempo libre, se puso a organizar un triatlón con un premio especial: al final del recorrido, esperaría una carreta llena de frutas de la zona. Ramón siempre hace mucho alarde de lo ricas que son las frutas que vende su familia: dice que los mangos son los más dulces, que no se deshilachan cuando los comés; que las frutillas vienen sin esos puntitos rojos que a algunos no les gustan; que las mandarinas no tienen tanto olor; que las naranjas se pelan al toque; que las sandías no tienen tantas semillas y son puro corazón sin la parte que no es dulce; que los duraznos no tienen cáscara molesta porque los venden pelados, pero frescos y no en almíbar. Y, además, mamá aguará guazú prepara el mejor dulce de mamón de la zona.

Había que convencer a la manada de carpinchos de participar de la carrera del domingo, pero, como había que levantarse temprano y estos no son de madrugar, estaba un poco difícil. La más entusiasta era Pancha, la hermana más chica. A ella le gusta mucho nadar y lo hace muy bien, así que trataba de persuadir a sus hermanos asignándoles tareas. A Pancho le tocaría correr, porque hacía mucho que lo hacía y era relativamente bueno. La parte más difícil era la de andar en bici: Pencho tenía una hacía rato, pero no es que practicara mucho y, además, las piernas cortitas no lo ayudaban demasiado. Sin embargo, al final, aceptó. Quedaron en practicar cada uno por su lado, sumar los tiempos y hacer una práctica el domingo, ya que la competencia era en dos semanas.

Ramón les contó, de paso, que había premios solo por participar y con eso convenció a los dos hermanos que aún estaban indecisos. Resulta que había un enjambre de avispas que estaba de paso y había quedado en donar para cada participante un tarrito con miel pura, uno de los artículos más buscados por su elaboración artesanal. También, andaba Florencio, un pecarí nuevo en la zona, ofreciendo quinotos. Muchos no los consumen por lo complicado que resulta pelarlos, pero él los ofrecía sin piel, sin el amargor clásico y con un almíbar que decía que era muy rico, así que también donó muestras gratis para todos los participantes.

La carrera iba a arrancar a las siete de la mañana. Se largaría desde el palo borracho que está en el arenal y el recorrido sería el siguiente. Los primeros tres kilómetros habría que hacerlos corriendo; por suerte no sería en bici, porque pedalear por allí estaría complicado. Una vez recorrido, se pasaría la posta a quien le tocara nadar, ya que el camino de arena desemboca en un muelle que nadie sabe quién construyó, pero termina justo en la parte menos honda de la laguna. Desde ahí, se arrancaría nadando a toda velocidad: ochocientos metros entre agua y pastizales. No sería complicado para casi nadie, a excepción de las iguanas que se habían anotado por la miel, pero que seguro no llegarían al agua. La última parte era la que definiría la carrera. Eran mil doscientos metros en bici por la costa de la laguna. Habría que apurarse porque el camino era recto y terminaría justo en el arco de llegada, en el bosque de lapachos blancos donde Ramón iba a tener improvisado un escenario de tacuaras al que subirían los equipos ganadores.