CUENTOS DE OSCAR WILDE - Oscar Wilde - E-Book

CUENTOS DE OSCAR WILDE E-Book

Oscar Wilde

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Beschreibung

Oscar Wilde es recordado, sobre todo, por sus historias para niños, que presentamos en esta bella edición que recoge sus relatos más destacados, en los que siempre se encuentra no solo un texto muy bien cuidado, sino una valiosa lección para la vida: El ruiseñor y la rosa, El príncipe feliz, El gigante egoísta, El cohete extraordinario, El niño estelar. Esta hermosa traducción es del poeta y escritor cubano David Chericián. Además, esta edición en tapa dura está profusamente ilustrada por el artista argentino Diego Nicoletti.

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Seitenzahl: 91

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Primera edición en digital, agosto 2023

La presente edición es traducción directa e íntegra.

Títulos originales en inglés:

The Nightingale and the rose, The Happy Prince, The Selfish Giant, The Remarkable Rocket, The Star Child

© Panamericana Editorial Ltda.

Calle 12 No. 34-30, Tel.: (57) 601 3649000

www.panamericanaeditorial.com.co

Tienda virtual:www.panamericana.com.co

Bogotá D. C., Colombia

Editor

Panamericana Editorial Ltda.

Traducción del inglés

David Chericián Fernández

Ilustraciones

Diego Nicoletti

Diagramación y diseño de portada

Precolombi EU-David Reye

ISBN DIGITAL: 978-958-30-6735-8

ISBN IMPRESO: 978-958-30-6526-2

Prohibida su reproducción total o parcial por cualquier medio sin permiso del Editor.

Hecho en Colombia -Made in Colombia

Contenido

Prólogo

El ruiseñor y la rosa

El príncipe feliz

El gigante egoísta

El cohete extraordinario

El niño estelar

Cronología

Prólogo

Este “rebelde hombre... respetable... elegante apóstol... cismático en el arte”, como lo calificara José Martí, quien lo conoció en Nueva York en 1881; este producto de una sociedad que “ama el ingenio, que complace; no el genio, que devora”, y que le cobraría caro su ejercicio, es el mismo que al llegar a esa ciudad respondió al funcionario de la aduana cuando le preguntó si tenía algo que declarar:

—Nada, salvo mi genio.

¿Presuntuoso? Puede ser. Pero los que hemos conocido su vida y su obra sabemos que, al menos, no mentía.

Porque nada tenía, en verdad, salvo su extraordinaria sensibilidad, su genio desbordante, su imaginación espléndida, su obra renovadora y admirable, nacida de la feliz conjunción de tales elementos, y la pasión por la belleza, esa que da objeto a la vida y hace que los hombres lleguen a “vivir contentos con estar en sí”.

Oscar Wilde fue un hombre que amó y sufrió; sufrió y amó, y para suerte nuestra supo canalizar amor y sufrimiento a través de una de las más hermosas y originales obras de la literatura de habla inglesa, que comprende novelas, teatro, poemas, cuentos, obra signada toda por el mágico toque del poeta, capaz de convertir en belleza hasta los más insondables abismos del ser humano.

El puñado de cuentos que vas a leer es una excelente muestra de lo anterior, al tiempo que suma una virtud adicional: la ironía, el sentido del humor; cosa que, por demás, también está presente en el resto de su obra. Y aun podría hablarse de otro elemento consustancial a estos relatos: la ternura, la inmensa ternura de quien sabe que el mundo puede ser mejor y solo la fraternidad, la comprensión, la generosidad —el amor, en fin— pueden lograrlo.

Atendamos ahora un poco más al magistral retrato que de él nos ha hecho Martí:

“¡Ved a Oscar Wilde! (...) El cabello le cuelga cual el de los caballeros de Elizabeth de Inglaterra, sobre el cuello y los hombros; el abundante cabello, partido por esmerada raya hacia la mitad de la frente. Lleva frac negro, chaleco de seda blanco, calzón corto y holgado, medias largas de seda negra y zapatos de hebilla. El cuello de su camisa es bajo, como el de Byron, sujeto por caudalosa corbata de seda blanca, anudada con abandono. En la resplandeciente pechera luce un botón de brillantes, y del chaleco le cuelga una artística leopoldina. Que es preciso vestir bellamente, y él se da como ejemplo. (...) Brilla en el rostro del poeta joven honrada nobleza. Es mesurado en el alarde de su extravagancia. Tiene respeto de la alteza de sus miras, e impone con ellas el respeto de sí”.

Mucho más nos cuenta Martí de este hombre a quien indudablemente admiraba. Pero no es el caso de reproducir la admirable crónica que le dedicara entonces.

Por nuestra parte, nos parece imprescindible añadir que predicó el arte por el arte, y lo ejerció; sin embargo, no pudo evitar que las imperfecciones de su tiempo, de su sociedad, del mundo en que le tocó vivir, afloren a su obra, con una sinceridad que llega a veces a ser brutal. Claro que tamizada por la sensibilidad y la elegancia a que aludía antes, y por la pícara sonrisa burlona de la ironía con que trazaba los retratos de sus contemporáneos. Contemporáneos suyos y, gracias a él, nuestros, ya que, como afirmó Jorge Luis Borges: “La obra de Oscar Wilde no ha envejecido: pudo haber sido escrita esta mañana”.

Estos cuentos son una brillante muestra de cómo el sufrimiento y el amor que presidieron su breve vida, pueden transformarse en belleza y cómo esta belleza puede suscitar en nosotros el afán de ser mejores, de intentar alcanzar, en un mundo más limpio, la plenitud de la condición humana.

David Chericián

El ruiseñor y la rosa

Ella dijo que bailaría conmigo si le llevaba rosas rojas —exclamó el joven estudiante—, pero en todo mi jardín no hay ni una rosa roja.

Desde su nido en la encina lo oyó el ruiseñor, y miró en torno suyo a través de las hojas desconcertado.

—¡Ni una rosa roja en todo mi jardín! —clamaba, y sus ojos hermosos se llenaban de lágrimas—. ¡Ah, de qué cosas tan pequeñas depende la felicidad! He leído todo lo que han escrito los sabios, y poseo todos los secretos de la filosofía; sin embargo, por la falta de una rosa roja toda mi vida es desgraciada.

—He aquí al fin un verdadero amante —se dijo el ruiseñor—. Noche tras noche he cantado sobre él, aunque no lo conocía: noche tras noche he contado su historia a las estrellas y ahora lo veo. Su cabello es oscuro como la flor del jacinto, y sus labios tan rojos como la rosa de su deseo; pero la pasión ha dado a su cara el tono del pálido marfil, y la tristeza ha puesto su sello sobre su frente.

—El príncipe ofrece un baile mañana por la noche —murmuró el joven estudiante—, y mi amada estará entre los asistentes. Si le llevo una rosa roja, bailará conmigo hasta el amanecer. Si le llevo una rosa roja, la estrecharé en mis brazos, y ella reclinará la cabeza sobre mi hombro, y su mano se apretará con la mía. Pero no hay ni una rosa roja en mi jardín, tendré que sentarme solo, y ella ante mí pasará de largo. No se fijará en mí, y se me romperá el corazón.

—He aquí, sin duda, al verdadero amante —se dijo el ruiseñor—. Lo que yo canto, él lo sufre: lo que para mí es alegría, es para él dolor. Es cierto que el amor es una cosa maravillosa. Es más precioso que las esmeraldas, y más apreciado que los finos ópalos. Las perlas y las granadas no pueden comprarlo, ni tampoco está expuesto en el mercado. No puede comprarse a los mercaderes, ni se puede pesar en la balanza para el oro.

—Los músicos se sentarán en su estrado —dijo el joven estudiante—, y tocarán sus instrumentos de cuerda, y mi amada bailará al son del arpa y del violín. Bailará tan ligeramente que sus pies no tocarán el suelo, y los cortesanos con sus atuendos llamativos se agolparán en torno a ella. Pero ella no bailará conmigo porque no tengo una rosa roja para darle —y se dejó caer sobre la hierba, y hundió la cara entre sus manos, y lloró.

—¿Por qué llora él? —preguntó una lagartija verde al pasar a su lado con la cola levantada.

—¿Por qué razón? —dijo una mariposa que volaba cerca tras un rayo de sol.

—Sí, ¿por qué razón? —murmuró una margarita a su vecina, en tono bajo y dulce.

—Llora por una rosa roja —dijo el ruiseñor.

—¿Por una rosa roja? —exclamaron todos—. ¡Qué ridículo! —y la pequeña lagartija, que era un poco cínica, se rio a carcajadas.

Pero el ruiseñor comprendía el secreto de la pena del estudiante, y permaneció silencioso en la encina, meditando sobre el misterio del amor.

De súbito desplegó sus alas pardas para el vuelo y se lanzó al aire. Voló a través de la arboleda como una sombra, y como una sombra atravesó el jardín.

En el centro del prado se levantaba un hermoso rosal, y al verlo voló hacia él y se posó en una de sus ramas.

—Dame una rosa roja —gritó— y te cantaré mi canción más dulce.

Pero el rosal negó con la cabeza.

—Mis rosas son blancas —respondió—; tan blancas como la espuma del mar, y más blancas que la nieve sobre la montaña. Pero ve a donde mi hermano, el que crece en torno del viejo reloj de sol, y quizá él te dé lo que buscas.

El ruiseñor voló hacia el rosal que crecía en torno del viejo reloj de sol.

—Dame una rosa roja —gritó— y te cantaré mi canción más dulce.

Pero el rosal negó con la cabeza.

—Mis rosas son amarillas —respondió—; tan amarillas como el cabello de la sirena que se sienta en un trono de ámbar, y más amarillo que el narciso que florece en la pradera hasta que llega el segador con su hoz. Pero ve a donde mi hermano, el que crece bajo la ventana del estudiante, y quizá él te dé lo que buscas.

Y el ruiseñor voló hacia el rosal que crecía bajo la ventana del estudiante.

—Dame una rosa roja —gritó— y te cantaré mi canción más dulce.

Pero el rosal negó con la cabeza.

—Mis rosas son rojas —respondió—; tan rojas como las patas de la paloma, y más rojas que los grandes abanicos de coral que se mecen y se mecen en las cavernas del océano. Pero el invierno heló mis venas, y la escarcha marchitó mis capullos, y la tormenta desgajó mis ramas, y no tendré ninguna rosa este año.

—Una rosa roja es todo cuanto quiero —gritó el ruiseñor—, ¡solo una rosa roja! ¿No hay modo alguno de que la pueda conseguir?

—Hay un modo —respondió el rosal—; pero es tan terrible que no me atrevo a decírtelo.

—Dímelo —replicó el ruiseñor—, no tengo miedo.

—Si quieres una rosa roja —repuso el rosal—, debes construirla con tu música en el claro de luna, y teñirla con la sangre de tu propio corazón. Debes cantar para mí con tu pecho apoyado contra una espina. Debes cantarme toda la noche, y la espina tiene que atravesar tu corazón, y la sangre de tu vida debe fluir por mis venas y convertirse en mía.

—La muerte es un precio muy alto para pagar por una rosa —clamó el ruiseñor—, y la vida es muy preciada para todos. Es agradable posarse en el verde bosque, y contemplar el sol en su carroza de oro, y la luna en su carroza de perlas. Dulce es la fragancia del espino, y dulces las campánulas que se esconden en el valle, y el brezo que florece en la colina. Sin embargo, el amor es mejor que la vida, y ¿qué es el corazón de un pájaro comparado con el corazón de un hombre?

Entonces desplegó sus alas pardas para el vuelo, y se lanzó al aire. Voló a través del jardín como una sombra, y como una sombra atravesó la arboleda.

El joven estudiante permanecía aún sobre la hierba, tal como lo había dejado, y todavía las lágrimas no se habían secado en sus hermosos ojos.