Cuentos Mínimos Apócrifos - Marco Otero - E-Book

Cuentos Mínimos Apócrifos E-Book

Marco Otero

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Beschreibung

La obra se divide en dos partes. La primera incluye la creación de 27 mini relatos y tres poemas. Cada uno de ellos, un mundo propio de emociones y reflexiones. Estas piezas literarias transportan al lector a un rincón único de la mente del escritor, donde se exploran diversas temáticas y expresan sentimientos profundos. La segunda parte revela el deseo del autor de emular el estilo de escritores renombrados en sus tres cuentos originales, a manera de ejercicio literario. En esta sección se centra su habilidad para adoptar las voces y técnicas narrativas de los maestros de la literatura y aplicarlas a sus cuentos originales. El resultado es un homenaje al genio de los grandes escritores. En su conjunto, esta novela celebra la diversidad de voces en la literatura, desde la voz íntima y personal del autor, invita al lector a explorar distintas dimensiones de la narración y a contemplar cómo los relatos pueden desarrollarse y adoptar formas inesperadas.

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Seitenzahl: 156

Veröffentlichungsjahr: 2023

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MARCO OTERO

Cuentos Mínimos Apócrifos

Otero, MarcoCuentos mínimos apócrifos / Marco Otero. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-4496-4

1. Cuentos. I. Título.CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenidos

CAPÍTULO 1 - CUENTOS

BISTRO SURREALISTA

CINCO CENTÍMETROS

CORTE CASERO

EL CAMINO

CHIVO EXPIATORIO

EUTANASIA

EL JARRÓN

EL PIE DERECHO

El PROFESOR

FAROL

IMPOSIBLE DE CUMPLIR

ITALPARK

GEMELAS

JOHN WAYNE

MARIPOSA

MOZZARELLA

MUNDO PARALELOS

PARADOJA

PIBE

RENUNCIO

CAPÍTULO 2 - CHIVO EXPIATORIO

Al estilo de Antón Chéjov

Al estilo de Bioy Casares

Al estilo de Gabriel García Márquez

Al estilo de Guillermo Piglia

Al estilo de Marguerite Yourcenar

Al estilo de Roberto Arlt

Al estilo de William Faulkner

Al estilo Franz Kafka

Al estilo James Joyce

Al estilo de Jorge Luis Borges

Al estilo Julio Cortázar

CAPÍTULO 3 - EL EXPEDIENTE

Al estilo de Guillermo Piglia

Al estilo Bioy Casares

Al estilo Antón Chéjov

Al estilo de Frank Kafka

Al estilo Bioy Casares

Al estilo de Julio Cortázar

Al estilo de Marguerite Yourcenar

CAPÍTULO 4 - LA CARRERA

Al estilo de Adolfo Bioy Casares

Al estilo de Antón Chéjov

Al estilo de Gabriel García Márquez

Al estilo de Jorge Luis Borges

Al estilo de Roberto Arlt

Al estilo de Guillermo Piglia

Al estilo Julio Cortázar

Al estilo Marguerite Yourcenar

CAPÍTULO 5 - PÁJAROS

Al estilo Adolfo Bioy Casares

Al estilo de Antón Chéjov

Al estilo de Frank Kafka

Al estilo Jorge Luis Borges

Al estilo de Marguerite Yourcenar

Al estilo de Guillermo Piglia

Al estilo de Roberto Arlt

Al estilo de William Faulkner

Al estilo Julio Cortázar

a Alicia...

Capítulo 1

CUENTOS

BISTRO SURREALISTA

Puso el dedo sobre el mapa en Francia y el lugar más cerca a Barcelona era Navonne. Linda Ciudad, antigua y moderna a la vez, según decía en el folleto guía, fue un antiguo Fuerte Romano.

Era próspera, había una zona de restaurants, algunos muy refinados, otros no tanto.

Carlos, antes de viajar, había aprendido algunas palabras, diccionario por medio. Je recherche un emploeé, lave-vaisselle, assistant de cuisine, cuisinier, chef... expérimenté leasa, (busco empleado, lava copas, ayudante de cocina, cocinero, chef… con experiencia).

La mañana pasó rápido, los locales que solo atendían de noche, obviamente cerrados; los más comunes, abiertos desde el desayuno.

Recordaba, “cuando busques laburo apunta bien arriba, porque no te ascenderán jamás “.

Era una oportunidad, limpiaban los vidrios con las puertas abiertas.

“Tenían para rato”.

Ingresó sin ver cartel alguno, pensando usar el vocabulario que había practicado en forma ardua.

Bonjour Monsieur, je recherche un emploi d’assistant de cuisine; la practicó una vez más y se dirigió a una mesa donde estaba sentado, quien suponía era el dueño: —“Bonjour Monsieur, je receche un emploi d’chef de cuisine”.

Sobre la marcha inexplicablemente cambió el libreto.

El francés lo miró fijo, —Contemplo que usted no habla francés, seguramente debe cocinar muy bien, los argentinos son buenos cocineros, no serán Messi, pero justo ahora necesito uno. Así, si quiere empezar mañana a las 12, para ir preparando su menú, abrimos de 19 a 23 h. Tenemos el equipo blanco de cocina, no le hace falta nada, solo su libro de recetas y seguro algunas secretas.

Se paró… bonne chance! me dio tres besos y pensé: “¡Qué lo parió!, qué hago ahora con este franchute, me di vuelta, traté de caminar lentamente, quería no correr”.

¿Al llegar a la esquina quise memorizar donde me había metido y su cartel, LA VIE N’A PAS DE FOND, Bistrot Surréaliste Pourquoi veux-tu autant de doigts?

No entendía qué significaba, sentado en un banco de plaza cercano, busqué la traducción en mi teléfono…. “LA VIDA NO TIENE FONDO, Bistró Surrealista. ¿Para qué quieres tantos dedos”?

¿Cuál sería la metáfora?, hasta que me mostraron la cocina, ya vestido de blanco con gorro y todo… se hicieron las 12.

La metáfora se mantenía oculta, hasta que pude desentrañar la cocina...

Allí estaban las ollas y sartenes misteriosamente carentes de fondo, cocinar en ellas sería todo un desafío...

Habían desaparecido, por dentro, solo se veían las hornallas…

Dormía en el tren de regreso a Barcelona, despertó gritando.

Le había desaparecido un dedo…

CINCO CENTÍMETROS

Subió por la escalera, a buscar la vieja caja en la habitación de los recuerdos, nunca la llamó depósito. Cuando abrió la puerta sin mucho uso, aportó su queja al silencio.

Prendió la luz y en el último estante, ella estaba allí. La caja azul que esperó años parecía respirar, de ser perro, movería la cola a su dueña.

Buscó la mesa cercana, ya en desuso, la apoyó como ceremonia pagana inanimada.

Abrió lentamente su tapa. Allí estaba él, esperándola.

Lo levantó suavemente desde sus hombros, respiró hondo los aromas de sus antiguos perfumes, el olor de la inoportuna naftalina y lo desplegó.

Con las yemas de su mano, lo recorrió lentamente.

Finalmente, terminó en el círculo final del dobladillo, del que fue, su vestido de boda.

Con el centímetro (que también conoció otros tiempos), tomó el alto del vestido.

Para su hija, sólo tenía que recogerle centímetros. Con ese vestido se casaría.

Descosía sin apuro, con el placer íntimo de tocarlo nuevamente, pero notó algo más sólido, un papel varias veces plegado, encriptado dentro del doblez del dobladillo.

 

El sol se filtraba por las persianas del Taller de Alta Costura en París, invadiendo con luces encrucijadas de sombras, ese primer piso, mezclando sonidos de autos, palomas y gente.

La imagen; dos personas apoyadas en la larga mesa de confección, hablando.

En el otro extremo, rollos de tela apilados en espera, conocían su destino final, las perchas. Eran observados por mudos maniquíes en la penumbra, como militares, testigos obligados del diálogo de ambos.

Ellos, también teñidos por las mismas bandas de luz y sombra, alternadas como teclas de piano.

La luz de un foco, pálido y caprichoso, se encendía intermitente, invadiendo sin convicción el lugar. 

El señor mayor, hablaba con un joven, los dos apoyados en la superficie de corte, como para que esa gran mesada intervenga.

—Te llamará la atención que te cuente esta historia, en tu primer día de trabajo, pero no quería que quedase en el olvido. Esta empresa, Pablo Barragán Haute Couture, la creó hace más de 35 años. Fui uno de sus primeros empleados y luego inseparables amigos, finalmente socios. Nunca tuvo largos vínculos amorosos, le duraban poco, los terminaba sin causa alguna. Esa noche bebimos de verdad y me atreví a preguntarle, por qué no le duraban sus vínculos amorosos con las parejas. 

—¿Por qué?

—Por la culpa de no atreverse a olvidar y ser feliz.

—¿Olvidar?

—Sí, la historia puede ser muy larga o corta.

—Por favor, que sea larga, señor.

—Marisa y Pablo habían sido compañeros de colegio, tuvieron una atracción tímida y feroz. Me contó que sintió algo así en su cuerpo por primera vez. No se animó a demostrarlo, había algo mágico en esos momentos compartidos. Palabras que nunca pronunció, un lazo invisible los unía.

Pero la vida presentó senderos en direcciones opuestas.

Ella estudió abogacía y fue una respetable figura legal, en su ciudad natal. 

Él buscó su destino en el mundo textil, en los diseños de Alta Moda.

Aquí en este lugar, su vocación lo sumergió, en lo que ahora mismo estás comenzando.

Marisa se casaba y decidió, vaya a saber si por algún despecho íntimo, encargarle el vestido a su amigo Pablo. Fue muy emotivo, pero para él, tuvo un sabor amargo, me confesó.

El vestido, eso lo sé, tuvo un éxito sin precedentes en el mundillo de la moda, a tal punto que marcó tendencia por años.

Fue su último contacto con el vestido.

Marisa llegó a jueza de la Suprema Corte, se casó con un abogado compañero de la facultad, él murió muy joven, pero lo justo para que ella fuera madre. Creo yo, que su viudez debió potenciar la dedicación a su carrera, sin descuidar a su única hija.

La llamó Alicia, quien cumplió el sueño de casarse. 

Seguramente, se le ocurrió a la madre que lo hiciera con el mismo vestido de su propia boda. 

Guardado por tantos años soportó bien su vejez. 

Pensó que con un retoque de 5 centímetros, le serviría a su hija. 

—¿Pudo hacerlo?

—Algún arreglo le habrá tenido que hacer, quizá unos pocos, lo tuvo que haber leído aquella carta oculta —con sus letras seguramente sepias, aquellas que nunca se animó a decirle.

Sintió toda la culpa por su cobardía.

Hace ya unos cuantos años, murió, no sin antes decirme, si alguna vez ella venía a buscarlo a París, le dijera… que no lo mató el amor, sino el olvido.

CORTE CASERO

En mi atelier, hay un lugar desde hace años muy especial, colgado del muro una pequeña caja de madera, frente de vidrio transparente, en su interior contiene una antigua herramienta cromada para cortar el pelo. 

Conmigo está hace 50 años, siento que me mira y por qué no, me controla. 

Mi viejo, mix de anarquista, zurdo y vaya a saber qué más, que hasta hoy no lo sé. Nos cortaba el pelo a mi hermano y a mí, con una maquinilla manual cromada, similar a la del peluquero del barrio. Al corte se lo llamaba “americana” o “media americana”, si era menos o a ras.

Acostumbrados a que eso sucediera todos los fines de semana, así el lunes “parair pulcros al colegio”, no le salía nada mal, el corte era casi de peluquería. 

Cuando ya tenía unos once o doce años, me llamó y dijo:

—Es hora, quiero que me lo cortes a mí.

Su voz sonaba a premio.

Mi tío, su hermano menor, le rebatió con ironía como siempre, todos sus argumentos políticos, pero ese domingo estuvo feroz con su esgrima verbal, exquisita.

Lo dejaba sin fundamentos delante nuestro, le dio la espalda yéndose por el pasillo canturreando La Internacional, conteniendo la risa.

Fue fatal, papá giró buscando revancha, pero solo estábamos nosotros.

—¡Hoy corte de pelo!, con bronca.

—Comenzó por mí.

Supongo que tendría confianza en que lo iba a hacer de forma perfecta, aunque sea, por haberlo visto tantas veces.

No se movía, sentado muy quietito, para que no tuviera excusa por los errores que seguramente iba a cometer. 

Quizá, para darme ánimo o creyendo que refuta a su hermano, dijo:

—Esto de saber cortar el pelo, algún día me lo vas a agradecer. 

—Te habrás dado cuenta cómo el comunismo avanza día a día en el mundo, sino fíjate cómo sigue creciendo en los mapas, cada vez tiene más y más superficie, las democracias menos. ¡Mi hermano no sabe nada!, volvió a carraspear. —El mundo tiene cada vez más pobres que ricos y al final, las mayorías se harán comunistas… total, ¿qué pueden perder?

Eso tendría que decírselo, pero se fue el maldito ignorante.

Y cuando lleguen a la Argentina, ¿eh? ¿Qué va a pasar? Te pondrán en la fila junto a todos los demás, y cuando te toque el turno, te van a preguntar:

—¿Usted a qué se dedica?, ¿qué sabe hacer?

Les podrás decir “¡Soy peluquero!” entonces dirán “¡Usted se salva!”, al que siga en la cola, le harán la misma pregunta.

El tipo responderá orgulloso:

—Soy Empleado de Banco.

—¿Cómo dijo?

—Soy Empleado de Banco.

—¡A este me lo fusilan como a los demás!

Así le ocurrirá a uno por uno y también al que no tenga un oficio útil para la sociedad. “¡Fusilado!”, no se va a salvar nadie que no tenga un oficio.

Empecé a sudar ante semejante pronóstico, yo quería ser artista, pintor de cuadros, ni peluquero ni barbero.

Aún no sé si lo que le hice, fue una forma de no aceptar fracasar como artista, ya no quería oírlo.

Estaba parado frente al espejo del ropero, detrás de él temblando. Se miraba el corte que le había hecho hacía un ratito nomás, allí estaban los desparejos surcos ya instalados en sus parietales, hoy hubiera sido un auténtico punk.

En el muro, la máquina cromada me recuerda, su fobia con los inútiles artistas, sin rencor.

EL CAMINO

Nunca sabré si mis caminos

fueron muchos o pocos,

Si los elegí o me obligaron

solo sé que ocurrieron.

Aunque ya casi ni los recuerde

muchos me alegraron

otros malos por suerte olvidé,

huellas en la arena

seguro, ahogados ya no están…

otras en el barro

que mejor no recordar,

la de mis amigos

esos sí me marcaron,

como mis amores, perpetuos

imposibles de borrar.

Hoy camino descalzo

para reconocer mi huella,

con el susurro sombrío

de mi sombra detrás.

CHIVO EXPIATORIO

En Erbil, ciudad islámica hacia el 5000 a. C., nace la parábola del chivo expiatorio.

Los habitantes elegían borrar de la mente, sus miserias más íntimas al mismo tiempo.

Así todos los años, abandonan a la muerte un chivo en el desierto, para borrar sus culpas y miserias.

Al no tener memoria, no había redención posible de sus actos, sentían que los volverían a cometer, pero nuevamente podrían olvidar...

No hay pasado, nada se repite, nadie es culpable, nadie recuerda.

Cuentan que la desaparición de la antigua Erbil se produjo cuando sus habitantes se mataron unos a otros, aparición inexplicable de chivos surgidos del desierto.

EUTANASIA

Habiendo escuchado este tribunal los argumentos de partes, decide con carácter de ley aplicar al ciudadano Martín Herrera lo que la ley prevé para ese tipo de causa:

Constituirá un delito grave no excarcelable mediante cualquier procedimiento la vida vegetativa de cualquier persona, sea cual fuere el estado en que se encuentre. Este tribunal entra en receso a fin de dictar la pena correspondiente.

Martín Herrera ingresó al vestuario del personal del Hospital Federal, abrió su ropero para colocarse el uniforme, como lo estuvo haciendo durante 20 años.

Recorrió un largo pasillo, como siempre, estaba en penumbras, iluminado al final por un angosto y alto ventanal. Allí terminaba el área para el personal y comenzaba la escalera que llevaba al primer piso, donde eran atendidos los pacientes ambulatorios, en diferentes consultorios.

Este invierno el hall estaba casi completo de personas a la espera, como siempre la música de ese lugar consistía en una interminable sonata de estornudos, toses, carraspeos y el llanto de niños.

Martín, con el correr de los años había logrado no percibirlos, era el pasillo para ir al área que le correspondía, siempre debía atravesar esa sala de espera.

Como siempre sabía que nunca podría atravesar sin que alguien le consultara sobre algún familiar internado.

Ya no le molestaba contestar cualquier tipo de pregunta:

—Esperen aquí, serán atendidos.

Continuaba su camino retomando el pasillo que inexorable lo llevaba al área de internados.

Por ocho horas estaría junto a Marisa y Julia, ambas enfermeras.

La sala de internación disponía de 30 camas, mejor dicho, de 28 porque había dos de ellas, la número 16 y 17 que siempre estuvieron ocupadas. 

Nunca estuvo de acuerdo con el uso de ambas, pero la ley era la ley. 

Ellas siempre estuvieron ocupadas por los mismos, desde que él ingresó a trabajar en el hospital.

Se trataba de aquellos enfermos en estado vegetativo, a los que siempre les fueron adjudicadas distintas historias. 

Algunas extravagantes, otras realistas, pero fueron tantas, que al final no se podía creer en ninguna.

Hace tiempo que ya no se preguntaba la causa, del porqué llegaron allí.

Finalmente decidí liberarlas.

EL JARRÓN

Los ancianos ya no estaban allí.

Era importante vaciarla, fue la casa de sus padres, la última en habitarla, su madre. 

El hermano hacía años vivía en Barcelona, pintor medianamente exitoso y necesitaba venderla.

—Los tiempos ahora no son buenos para los artistas, Vicente necesito que la vendas, pasaron dos años, che.

Había llegado, lo inexorable.

Ya no estaban los viejos. 

Por lo menos evitaría seguir pagando las expensas. Lo único bueno desde que ella murió.

Los recuerdo, todos presentes sin convocarlos, mezclados sin almanaques, bien apretujados, competían quien salía primero uno o el otro.

A veces para joderme buscándome culpas, muchas de ellas ciertas.

En el barrio, sobre la misma avenida, Inmobiliaria López, fue fácil, era la de Lopecito. Lo conocía, era amigo de la infancia. 

Lo vendieron rápido, la posesión era el viernes, así lo decían los papeles, tenía una semana.

Cacho, era el portero desde hacía 25 años, para papá, 1º de mayo, porque “no trabajaba nunca”.

Se la pasaba limpiando el bronce del portero eléctrico con la franela, en las horas pico, siempre en círculos pequeños acelerados, cuando pasaba algún propietario de una unidad.

Así los llamaba.

—El de la unidad 12 se lleva pal’ carajo con el de la 13, el de la 8 me tiene harto.

Los nombres. Tan solo números para él.

Si le preguntaban por el portero.

—Portero no hay, aquí hay solo encargado ¿qué necesita? 

Cacho era una tranquilidad para mí, un medio rápido y seguro entre mi madre y yo.

Cerca de ella, fue de gran ayuda, siempre desinteresada y con buena onda. 

De Palermo hasta su madre, en Boedo, eran solo minutos para estar allí.

Indefectiblemente dos veces por semana almorzaba con ella, a veces se sumaba él. Nunca le aceptó propinas.

—Eso era para los propietarios giles, no para vos.

Mamá, con muchos años encima sin reconocer, se arreglaba bien sola, quería ser independiente. Cacho siempre estaba ahí con su apoyo incondicional. Si surgía algún problema, ella lo llamaba por el portero eléctrico.

—Cacho, llévate todo, así lo hubiera querido mamá, pero por favor antes del viernes, hay que entregarlo, no dejes nada dentro. Vaciá el departamento. 

Él no se animaba a hacerlo. 

Sería como un regalo de la madre, a ella le hubiese gustado. 

—Si hay que usar un flete o cualquier gasto para vaciarlo, no me consultes. Ojo, solo algo de limpieza, con alguien que te ayude, no quiero nada de lo que hay ahí dentro.

Viernes —hall de entrada— nuevos dueños. 

Los tres en el ascensor. Él respiró hondo, apretó una vez más a ese botón del número seis, el mismo, esmerilado de color indefinido.

—Por favor que sea la última vez que vuelva a tocarte, le susurró en voz muy baja.

Como siempre la luz del pasillo del sexto no encendió.

La llave, testigo de su temblor, prefirió abrir la puerta. Aquel no era el espacio de sus recuerdos ahora vacío, era otro que no reconocía, sintió que nunca había estado allí.