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Esperábamos ansiosamente esta compilación del autor Antonio Piñeiro. Muchos lectores solicitábamos la reedición de sus cuentos, que nos causaron intensas emociones en cada momento: "Sed de Estrellas"; "Ni Una Menos", "La Muñeca Tranquila" y "Minicuentos", nos alertaron sobre un narrador exquisito. Y por fin contamos con "CUENTOS PARA LAURA", la obra que reúne todas estas historias profundamente humanas que se encontraban agotadas. Ahora podemos disfrutar nuevamente, y para aquellos lectores que no contaron con los libros mencionados en su momento, la reedición de historias conmovedoras e inolvidables. Disfrutemos pues, de cuentos para adultos, en esta nueva reedición, de un escritor fascinante.
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Seitenzahl: 293
Veröffentlichungsjahr: 2023
Antonio Piñeiro
Piñeiro, AntonioCuentos para Laura / Antonio Piñeiro. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2023.
Libro digital, EPUB
Archivo Digital: descarga y online
ISBN 978-987-87-4116-1
1. Cuentos. I. Título.CDD A863
EDITORIAL AUTORES DE [email protected]
PRÓLOGO
SED DE ESTRELLAS
LA CASA DE CHABELA 1
LA BRUJA LUCRECIA
EL DOLOR DE MATILDE
EL FUTURO DE CARLOS
LA VALENTÍA DE ANALÍA
NOVIA DE DOS
LA PRISIÓN
NI UNA MENOS
LA GUERRA SILENCIOSA
LA CASA DE CHABELA 2
CORSO
LAS QUIROGA
EN LA PLAZA 1º DE MAYO
LAS MONEDAS DE FERMÍN
LA VERDAD EVAPORADA
LA SOMBRA DE UN ENGAÑO
EL CHARQUITO
LA MUÑECA TRANQUILA
ISABEL
ANTES DE CANTUYO
TORBELLINO
LA PINTURA PERDIDA
LAS CARTAS HABLAN
EL PELIGRO ANTICIPADO
LILA
PAGARÉ
LA CASA DE CHABELA 3
JUSTICIA PRESA
LA VIDA ES UNA SORPRESA
LA MARIPOSA
UN SECRETO MÁS EN LA CIUDAD
PANDEMIA
LA CASA DE CHABELA 4
LA LLAMADA CELESTIAL
EL ABUELO
LAURA TIENE UNA AMIGA
LAS FUERZAS UNIVERSALES
DESPUÉS DE CANTUYO
CARTA AL SEÑOR JUEZ
NO IGUALES
LA LLAVE*
ALTA COSTURA
EL CASTIGO
LA NUEVA VIDA DE SONIA
LA LUZ BRILLANTE
A mi sobrina Laura García
Antonio Piñeiro, escritor de intensa sensibilidad, agudeza realista y buceador de las diferentes emociones del alma humana, hoy nos convoca a compartir y disfrutar de múltiples historias, las que componen ésta obra, "Cuentos para Laura"
Se trata de un compilado de sus cuatro libros de cuentos, Sed de Estrellas, editado en Abril de 2019; Ni una Menos de Octubre 2019; La Muñeca Tranquila, Octubre 2020 y Minicuentos, de Diciembre de 2021, éste último incluye "La Llave", cuento ganador del primer premio, en el concurso Cabildo Abierto, realizado en la Ciudad Autónoma de Bs As.
La estructura de la Obra, en formato de cuentos breves, apasiona y sorprende a cada instante del relato, conmueve e impulsa a seguir leyendo deseando arribar al secreto desenlace.
Las Historias, cargadas de realismo, sensibilidad, creatividad, de alto contenido social y cotidiano, se agigantan, en el transcurrir de las mismas, gracias a la exquisita pluma del autor.
Conmueve por momentos, la cruel realidad vivida por "Lechuga", en ese estar atrapado sin salida; la inmensa tristeza de la esposa de Enrique, ante "La Verdad Evaporada"; la felicidad de Juan Carlos y Mauro, "dos almas frágiles enamoradas", cuando "Las Cartas Hablan" y estremece, el darnos cuenta, de todo lo que es capaz el ser humano, en tiempos difíciles, como la "Pandemia".
Por lo cual, invitamos a los lectores a recorrer el maravilloso camino de las letras, que tan mágicamente nos traza, Antonio Piñeiro.
Irma Alicia Valle
“Tu alma tiene sed de estrellas”, había leído María en un libro hace unos días y la frase se quedó instalada en su pecho como un prendedor de oro.
A causa de ello había trabajado sin prestar atención, cosa que jamás hacía. Era una pequeña fábrica a diez cuadras de su casa en el pequeño pueblito de la Provincia de La Pampa.
María tenía turno noche, de modo que salía al amanecer y ya faltaban pocos minutos para volver a su casa a descansar.
Afuera, el sol se desperezaba desde su nido. Los rayos empezaban, tímidamente, a arañar las calles.
Y se animaban rápidamente a correr, a treparse, a asomarse y a enredarse entre ellos como chicos traviesos en el patio de la escuela.
Adentro de la fábrica, María se preparaba para salir, saludando a sus compañeros.
Empezó a caminar decididamente rumbo a su casa, pensando en los mates que cebaría su mamá, ricos, calentitos con un poco de pan casero, antes de irse a la cama.
Era enero, hacía calor y los pasos de María sonorizaban las veredas solitarias del pueblo.
Digamos que María era una joven hermosa, de hermoso cuerpo, de hermosa cara y de corazón más hermoso todavía. Quién no estaba enamorado de ella.
Martín la festejaba y se proclamaba “novio”, pero María lo consideraba solo un “amigo cercano”. Los padres de María no simpatizaban con el muchacho. Pero él se esforzaba en acercarse al corazón de la joven y bella María. Tal vez algún día . . .
Los pasos de María rumbo a su casa cantaban una hermosa canción ése día de verano.
Los rayos del sol seguían saltando y brincando en las calles pueblerinas; jugaban alegremente con todo lo que encontraban a su paso.
La presencia de María rumbo a su casa no pasó desapercibida y uno de los rayos comenzó a seguirla. La siguió al caminar, cuando cruzó algunas calles, de adelante, de atrás y a los lados. Iluminó su andar y se enamoró.
Ahora no la seguía, la perseguía. El osado rayo de sol ya no volvió con los suyos. Se dedicó a María quien al darse cuenta de la persecución, apretó el paso. Al llegar a la esquina de su casa, (María vivía justo en la esquina), increpó al rayo:
—¿Porqué me seguís?, dijo seriamente María.
—Porque nunca había visto una chica tan hermosa – dijo el rayo. – Sos luminosa.
María creyó prudente hacer silencio y no agregar ninguna otra palabra a la breve conversación. Pero quedó turbada. Además, ya llegaba y se metió adentro de su casa lo más rápido que pudo. Sus padres la notaron algo contrariada pero no dijeron nada.
El padre de María, Don Hipólito, perspicaz y canchero, sospechó algo y salió a la calle a ver qué pasaba. Y vio que el rayo se había instalado justo en la esquina de la casa, donde estaba el paredón que separaba la casa de la calle. Una enredadera intentaba cubrir la muralla como un pulpo desaforado. Don Hipólito increpó al rayo:
—¿Busca a alguien usted? –, dijo con autoridad.
—Si, a María – dijo el rayo.
—Vea m´hijo – dijo Don Hipólito – María es mi hija y no está para nadie, por favor, no la moleste.–
—Pero yo me he enamorado de ella – dijo el rayo.
Don Hipólito, hombre de pocas palabras decidió terminar con la conversación. Entró y se lo contó a Doña Margarita, la madre de María, quien comenzó a santiguarse como una monja asustada.
A todo esto, el rayo no se movió de su esquina ni se apartó de su objetivo que era volver a ver a María. Intentó ingresar por una ventana de la casa, pero estaba cerrada.
Estuvo allí todo el día y toda la noche iluminando la esquina. Los vecinos vinieron a ver al rayo cuando se enteraron de la noticia, pero con cierto resquemor. Las amigas de María, por curiosidad, no faltaron para ver al enamorado.
Los que preguntaban al rayo, recibían de respuesta que estaba locamente enamorado de María. Que ansiaba verla y conversar con ella.
Llegó el fin de semana y María no fue a trabajar. Pero el rayo no se movió de su esquina. La enredadera del paredón estaba encantada de tener tanto sol para ella sola y creció cubriéndolo todo como un tapiz persa.
Pero la inquietud crecía para María y su familia. La gente comentaba el hecho y sacaba conclusiones.
Nadie sabía qué hacer con el rayo enamorado. Fueron vanos todos los reproches, retos y hasta consejos que le dieron para que se retirara del lugar y olvide a María.
Le dijeron que ése no era su lugar; que un rayo de sol no se podía enamorar de una chica, por más linda que fuera; que qué iba a ser de ellos si decidían estar juntos; cómo iban a organizarse; que la vida es complicada y además qué iban a decir los demás, aquí y entre los rayos colegas.
Pero eso al rayo no le interesó ni lo apartó de la esquina. Le dijeron que volviera al sol y él les dijo:
—Para empezar, el sol tiene nombre, se llama Turk y yo me llamo Turkdin. Y quiero a María con toda mi fuerza. Nos uniremos y seremos muy felices. Y además nos transformaremos.
Los padres de María consultaron con todas las personas del pueblo y notaron que la gente se dividía en dos grupos: los que rechazaban el ofrecimiento del rayo y los que lo aceptaban. Hasta las amigas de María se habían dividido en los dos grupos de opinión. Incluso los padres de María le solicitaron a Martín que se acercara a “su novia”, para intentar alejarla de Turkdin.
Pero el corazón de María se llenaba de inquietud y estremecimiento. Entendió que lo razonable no impide creer en lo mágico. Cuanto más incómoda se sentía, más consciente era de sí misma. Sentía satisfacción de vivir. Ella no se abandonaba jamás. Y cualquiera que fuera el juego, tenía que jugarlo a fondo. Empezó a entender también que solo el espíritu es libre, el cuerpo no lo es. Entonces toda su fuerza de libertad se reflejó en sus ojos.
—¿Acaso tengo sed de estrellas? – se dijo a sí misma. – ¿No debo buscar la respuesta? –.
Por fin María decidió salir a conversar con Turkdin. Hablaron mucho, largo e iluminados.
Volvió sin decidirse. Lo que sí decidió fue consultar con Martín, su “novio”. Y éste, que era un chico generoso e inteligente, le dijo:
—Debés hacer lo que dicte tu corazón. Tratá de escucharlo.–
Y María se dio cuenta que Martín tenía razón. Se encerró todo un día en su habitación. No salió, no comió, no habló.
Pero finalmente abrió su puerta y sus ojos mostraban una luz especial. Salió de la casa y en medio de la calle llamó a Turkdin. El rayo vino como un rayo. Hablaron un buen rato. Todos observaban desde lejos agolpándose en las cuatro calles ya que no se oía la conversación. Y de pronto, el rayo rodeó completamente a María. Un torrente de luz que giraba enloquecidamente envolvió a la joven. Una nube luminosa de colores cambiantes y centellantes cubría su cuerpo a una velocidad creciente. María comenzó a elevarse dentro del rayo. Ambos se elevaron rápidamente hasta perderse en el firmamento.
Hoy, todos en el pueblo piensan que hay una estrella en el cielo que les pertenece.–
Finalmente mi novia Estela me convenció de ir el sábado a la reunión en la casa de Chabela. Le costó bastante trabajo convencerme, incluso trajo a su mejor amiga para esa batalla. Entre las dos, se pusieron tan cargosas, que me vi obligado a aceptar. Estela me decía “Mario, sos un topo y nunca me acompañás”. Claro que es una exageración, ya que siempre la acompaño a todas partes, salvo a la casa de Chabela.
Chabela era una ex compañera de estudios de la Facultad y con un grupo de compañeros, compañeras, y algunos amigos y amigas, formaron una cofradía interesante que se reunía mensualmente reviviendo sus lazos. Resulta que inventaron una forma de verse para renovar vínculos, juntándose una vez por mes en casa de Chabela, ya que era la única que tenía una casa grande con comodidades para un grupo de aproximadamente veinte personas. Se reunían a cenar y al finalizar la cena, se dirigían al gran living, donde alguno de ellos contaba una historia. La persona a contar la historia quedaba designada desde la última reunión, de modo que todos se disponían a escuchar la narración mensual con interés, agrado y curiosidad.
Yo no quería ir y había puesto todo tipo de excusas, porque me molestaba estar en una reunión donde no conocía a nadie y había que repartir sonrisas falsas y mostrar interés aunque uno se aburra como una ostra. Pero esta vez tuve que ceder, disponiéndome a soportar con la mejor cara los saludos, las presentaciones, la cena, el cafecito, es decir, todo un culto que siempre me pareció hipócrita, al que le llaman “ser una persona civilizada”. Yo había escuchado de boca de Estela alguna de estas historias, pero realmente no había prestado demasiada atención. De modo que todo quedó perfectamente arreglado, organizado y dispuesto para la gran reunión mensual en casa de Chabela.
Llegó el día señalado y a la hora convenida ingresamos en la casa, con los saludos habituales, incómodos y fingidos.
La comida estuvo muy buena. Hasta ése momento, era lo mejor para mí. El resto, habría que soportarlo con estoicismo, como un santo de la iglesia.
Ésa noche, le tocaba en turno de narración a Javier, joven profesional novio de la amiga de Estela, que aparentemente gozaba de gran popularidad en esta particular audiencia.
Una vez que todos estuvieron bien ubicados, y el narrador hubiera tomado unos sorbitos de agua, no sé si para aclarar la garganta o como parte de su actuación narrativa, se hizo un silencio complaciente e intimista, apropiado al evento.
Javier comenzó: “Esta historia se inicia cuando yo tenía 17 años. Mis padres se habían quedado sin trabajo y debimos ubicarnos a duras penas en una piecita infame en las afueras de la ciudad. Y cuando digo infame, era eso o tal vez menos que eso. Mis padres, mi hermano menor y yo, pasamos a vivir en una pieza de madera, cartón y latas, en el último límite de la ciudad, es decir donde termina la ciudad y comienza el campo. La casilla era terriblemente pobre, pero al menos estábamos juntos. Se trataba de un grupo de casillas al final de una andrajosa villa, donde van a parar los arrojados de la sociedad de consumo. Un arroyo sucio separaba el conjunto de casillas del campo. O sea, de un lado las casillas y del otro un alambrado donde comenzaba el pleno campo de una gran finca agrícola. Claro que nuestra educación era diferente y no éramos del lugar, eso se notaba a simple vista, pero las circunstancias nos habían llevado allí. De modo que había que adaptarse por el momento. Mi gran preocupación de chico, era intentar conseguir dinero para comprarme un pantalón de jean y una campera igual, que había visto en una tiendita en el centro comercial de la villa, y de la cual me había enamorado perdidamente. Me había prometido a mí mismo conseguir el dinero fuera como fuera.
Yo era un adolescente inquieto, como todos a ésa edad, y no tardé en integrarme a un grupo de chicos de entre 15 y 19 años que nos reuníamos para no hacer nada, para reírnos de pavadas hasta que alguno de ellos daba por terminada la “asamblea”. Ellos se manejaban con códigos que yo no entendía pero tampoco preguntaba, tal vez por íntima precaución y por ser sapo de otro pozo, es decir, sapo prudente.
Una tarde, que estábamos en ésa reunión de chiquilines, Quique, el jefe del grupo dijo: – “¿Qué les parece si esta vez llevamos a Javier a la “querumba?”.– Yo abrí los ojos grandes, pues no sabía de qué se trataba y los otros me miraron fijamente y dijeron que era buena idea, que seguramente caería bien. Pregunté que era “la querumba”, pero me dijeron: – “Mirá, vos vení y después vas a saber de qué se trata, además vas a ganar unos buenos pesos”. – Entendí que sería alguna changuita, ya que todos ellos hacían trabajitos informales para ganar algún dinero.
Me informaron el día, la hora y el lugar donde nos pasaría a buscar la camioneta para llevarnos al trabajito. Lo único que alcancé a entender, era que todo se desarrollaría en la Finca La Noria, que era el campo frente a las casillas.
Llegó el día y me presenté puntualmente en el lugar de la cita, con la promesa de ir a ganar esos necesarios pesos. A los pocos minutos apareció una gran camioneta que estacionó bajo el paraíso donde nos encontrábamos. Éramos seis chicos; Quique, el Lagarto, el Pilu, el Peti, el Queru y yo. Partimos de allí y después de andar unos quince minutos, entramos en un camino bordeado de grandes árboles, finalizando en una enorme casa que solamente pude ver al llegar. Seguramente era el centro de la finca, donde yo supuse que trabajaríamos. Bajamos y entramos en la casa que ya era conocida por todos menos por mí.
Nos atendió la que según me indicaron sería la dueña de nombre Maruja, señora de unos sesenta y cinco años, con alegría y amabilidad. Evidentemente, todos eran viejos conocidos. Al saludarme, los chicos le dijeron que era un nuevo amigo que traían para “la querumba”.
Entramos en un gran living, con varios sillones, y decoración variada, donde nos esperaban cinco señoras de edad avanzada que al vernos estallaron en saludos afectuosos, y hasta se produjo cierta algarabía con aplausos y exclamaciones diversas. Creo que juntando a las cinco señoras con la dueña, sumaríamos en total más de quinientos años. Nosotros éramos seis párvulos sin experiencia en la vida. O al menos yo lo era.
Al cabo de unos minutos, Quique nos dijo – “Vamos al baño” – y ante mi cara con marcado signo de pregunta, me dijo – “Vos hacé lo mismo que hacemos nosotros y no digás nada”.–En el baño los chicos ya estaban bajo la ducha. Yo fui el último en ducharme y en salir tapado con una toalla. Los demás, desnudos se encaminaban al living donde estaban las viejas con absoluta naturalidad. Yo llegué último y aún tapado, debido a mi timidez, motivando la risa de todos. Entonces el Lagarto se acercó y me arrancó la toalla, quedando completamente desnudo como los otros, y frente a las viejas que se divertían como en un teatro de comedia. Me costaba entender lo que sucedía, aunque empezaba a intuirlo.
Los chicos se repartieron entre las viejas que comenzaban a tocarlos, acariciarlos y admirarlos, y se sentaron junto a ellas. Mi sorpresa era tan enorme, que casi no distinguía si estaba despierto o soñaba. Pero como los otros estaban tan seguros de sí y de lo que hacían, me acordé de un dicho: donde fueres haz lo que vieres. No lo pensé mucho ya que la Porota me agarró de la cintura y me sentó junto a ella en un gran sillón.
Las otras ancianas estaban muy entusiasmadas con los chicos. Noté que faltaba el Queru entonces pregunté por él. Y me dijeron que el Queru era el favorito de Maruja y siempre se lo quedaba en su dormitorio. Aparentemente el Queru estaba muy bien dotado y Maruja le abonaba extra.
La función continuaba en silencio. Las cinco ancianas disfrutaban acariciando, tocando y sobando a todos nosotros. Incluso intervenían más activamente con felaciones profesionales.
Esto continuó hasta que las cinco señoras lograron el orgasmo en todos nosotros, masturbación mediante y la función llegó a su fin. Pasamos nuevamente al baño donde nos vestimos y volvimos al living de la casi orgía, donde todo continuaba con absoluta normalidad. Lo bueno, a mi entender era que las damas nunca se desvistieron, por suerte. Nos reunimos allí, y al rato apareció el Queru, que era el único que faltaba. Una de las viejitas colocó en el bolsillo trasero de mi pantalón un buen fajo de billetes y me besó amorosamente en la mejilla. Maruja nos acompañó a la puerta y las señoras se despidieron de nosotros amablemente, como si no hubiera pasado nada. Quique prometió que volveríamos. Nuevamente creí que se trataba de un sueño. Pero en este sueño, yo había aprendido que era “la querumba”. Subimos a la camioneta donde comencé a contar el dinero recibido que era bien real. Quique me dijo – “Con ésa plata te podés comprar dos pantalones y dos camperas” – y volvimos a la villa.
Noté que el auditorio en la casa de Chabela estaba petrificado como en el Valle de la Luna. Creo que tampoco yo respiraba. Caímos de nuevo en la realidad cuando la novia de Javier dijo: – “¿Y no volviste más a ése lugar?”. –
—No, – dijo Javier, – nos fuimos de la villa porque mi papá consiguió trabajo como portero en un edificio muy lejos de allí. –
Mi bautismo en la reunión de la casa de Chabela había sido sorprendente, sobre todo por haberme enterado que era “la querumba”.–
Yo tenía ocho años. Me llamaban Richi. Vivíamos en un pueblito en la Provincia de Santa Fe. Éramos una familia común, nuestros padres, yo y mi hermana menor. Pero a pesar de los años, recuerdo como si fuera hoy, las aventuras que pasamos en la infancia.
Vivíamos en una calle tranquila, donde se podía jugar en medio de la calle o andar en bicicleta, o jugar al carnaval con los vecinos, sin ningún tipo de problema. Nadie se enojaba, nadie se ofendía y todos eran solidarios con los demás.
Por eso, me asusté cuando mi mamá me dijo en la vereda de una casa muy grande que había cerca, –“Nunca te quedes frente a esta casa, ni entres si te llaman, pasá lo más rápido que puedas” –. Esto me lo repitió a lo largo de dos años unas mil veces, con toda seguridad. Nunca me explicó a qué se debía esta prohibición o qué sucedía en esta casa. Lo que incentivó no solo el miedo, sino también una terrible curiosidad, que en un alma infantil es más grande que un planeta.
Si bien el interés por conocer el misterio de la gran casa aumentaba, yo no me animaba a preguntar, ya que mi mamá se molestaba con mis preguntas de chiquilín. Ella había sido muy enfática con la prohibición. Entonces recurrí a mis compañeros de la escuela, ya que todos los días pasábamos frente a la casa maldita cuando volvíamos de clase.
Los otros chicos tampoco sabían cuál era el misterio de la casa, pero con mis preguntas les contagié el temor como si fuera sarampión. Y todos sabemos el atractivo que contiene lo peligroso y lo desconocido. Todos pasábamos rápido por la vereda de la casa porque hasta pisar ésas baldosas parecía que algo se nos iba a pegar en los pies. Pero estábamos unidos por la misma curiosidad. Y el solo ver la casa allá en el fondo del parque, nos producía un temblor en el cuerpo que no podíamos disimular. Si nos quedábamos espiando con los chicos, mi hermana se ponía a llorar, y teníamos que irnos con más miedo y más impresión todavía. Pero a un chico, todo le interesa, incluso lo peor.
Uno de mis amigos, Pablito, averiguó un día, que en la casa maldita vivía una viuda maléfica. ¿Qué era una viuda? Tal vez una persona enferma. Otro chico, Sebastián se enteró que la viuda se llamaba Lucrecia, que era enorme, fea, mala y rara. De esta manera, y con esta valiosa información empezamos a sacar conclusiones que los padres del grupo no querían contarnos.
Un día alguien comentó que una viuda era una persona sin marido. ¿Lucrecia no tenía marido? Qué raro, todas las mujeres tienen marido. No podíamos imaginarnos esta situación que no concordaba con ninguna hipótesis a esta edad. Lo que sí estaba seguro, era que la casa de Lucrecia estaba maldita, que había fantasmas en su interior, que la mujer era enemiga de todo el mundo, ya que no se daba con nadie. Ni siquiera salía de la gran casa misteriosa. Tal vez ni siquiera comía, o comía ratas o chicos. Tal vez había tenido marido y lo había matado.
Otro día, espiando, vimos salir un hombre de la casa. ¿Las viudas podían acercarse a un hombre? Pobres tipos, tal vez estaban embrujados, o hipnotizados o enfermos como ella. ¿Lucrecia embrujaba a la gente? Con razón nuestros padres no querían que nos acercáramos a la puerta de la casa. Era un peligro que duraba, ya se había convertido en una costumbre. Y nuestra certeza un día tuvo su premio: estábamos espiando por la gran puerta del frente de la casa, como hacíamos tantas veces; Melinda, una de nuestras amiguitas estaba comiendo un helado, y de pronto lanzó un grito aterrador. ¡Su helado había desaparecido frente a la casa! Todos corrimos desesperados. ¡La bruja Lucrecia le había quitado el helado a Melinda sin siquiera salir de la casa! Corrimos y corrimos hasta escondernos cada uno en su casa, al borde del colapso. Después yo pensé que tal vez Melinda al inclinarse para espiar, su helado se le había caído. Porque me pareció verlo en el piso. Pero la estampida fue atroz, y no hubo tiempo para indagar semejante hecho de brujería y maleficio en la vía pública. Si le había quitado el helado a Melinda, que no nos quitaría a nosotros. Ya sabemos que el miedo crea cosas y sombras.
Las clases estaban a punto de terminar y en la tranquilidad de nuestra casa, jugábamos varios amiguitos y yo, un apasionante campeonato de ludo. Mi mamá se acercó, nos interrumpió y nos dijo: “Chicos, guarden todo porque va a venir la hermana de mi esposo que se llama Lucrecia, la que vive en la otra cuadra. Estaban peleados, así que es un gran momento para nosotros. Es tu tía, Richi”.–
Matilde despertó y no entendía qué había sucedido. Tampoco sabía dónde estaba. El lugar le resultaba extraño, ajeno, desconocido. Su cabeza estaba inundada de preguntas, menos mal, pero no tenía respuestas. Sus ojos buscaron tímidamente la luz, pero solo encontraron algunas cosas que brillaban tenuemente. ¿Qué hacía ése señor delgado a su lado que lloraba? Ella veía una lágrima que le caía en forma persistente. ¿Estaría ella por morir? ¿Era esto la muerte? O tal vez estaba muriendo, por eso el señor lloraba. Sí, eso debía ser, ya que un espectro blanco cruzaba delante de su cama. Claro, había una cama. Entonces no estaba muerta. Alcanzó a distinguir una ventana. Pero estaba cerrada y con una cortina seguramente, ya que Matilde apreciaba un color diferente a las paredes. Pero la casa, o lo que fuera no era su casa. ¡Ah!, entonces no estaba en su casa. La suya era muy pobre. Apenas una casilla grande con un solo ambiente para todos los quehaceres. Además, no tenía ésa ventana y tampoco sábanas tan limpias. ¡Qué lindas sábanas! Tan suaves, limpias y hasta perfumadas. O así le pareció. Hasta había un cubrecama clarito, que le daba un hermoso calor como ella siempre quiso tener y nunca pudo. Aparentemente en el techo vislumbraba una lámpara. Pero ella no tenía lámparas. ¿Y la mesa de luz? Ella tampoco tenía mesa de luz. Entonces, ¿dónde estaba? ¿Y los ruidos del barrio? ¿Dónde estaban los gallos cantores de los gallineros vecinos? ¿Y los perros vigilantes de sus vecinas? ¿Y Michifuz, ése gatito dormilón que siempre se acurrucaba junto a ella? Este silencio en la habitación era sospechoso, ya que el silencio es más duro en la oscuridad que en la luz.
Pero lo peor eran los dolores en su vientre que empezaban a torturarla. Y en las piernas. ¿Tenía piernas? La espalda le brindaba dolores desconocidos hasta ahora que la golpeaban en el cerebro. Y pensando en estos nuevos padecimientos, Matilde se preguntaba quién era ella, qué hacía allí sola. Y entonces al preguntarse por esta rara existencia empezó lentamente a recordar. Las imágenes comenzaron a llegar como pájaros mirones.
Ella vivía con Marcelo desde hacía cinco años. Se habían juntado porque ella estaba enamorada y su sentimiento se ató desmesuradamente a este hombre. ¡Ah, la fantasía mágica del amor! No entendió que lo verdadero a veces puede no ser verosímil. Marcelo era un ex boxeador que había tenido un cierto éxito. Hasta había ganado un título mundial. Pero ahora representaba a boxeadores, o sea, les conseguía peleas. Él se daba muchos gustos, pero la pobre Matilde siempre quedaba rezagada. Muchas veces ninguneada y hasta negada.
¿Cuántas veces Marcelo le pegó a Matilde? ¿Y cuántas veces Matilde lo perdonó? Después de cada paliza, él se arrepentía y ella perdonaba cada moretón. El amor de aquellos hermosos días se iba perdiendo paso a paso. Y dolía cada vez más con un dolor imposible de explicar.
Las amigas y las vecinas de Matilde habían dejado de visitarla a raíz de los malos modos con que Marcelo obsequiaba a todas. Los padres de Matilde eran paraguayos muy primitivos, que solo podían manejar su brutal trabajo de albañil el padre, y las múltiples enfermedades de la madre, que además debía cuidar a sus ocho hijos, cuatro propios y cuatro ajenos.
En esta caótica situación, de miedo, de asco y de rebeldía, Matilde debía encontrar la forma de hablar con Marcelo. Tarea muy difícil, ya que el huraño y violento ex boxeador no prestaba fácilmente sus oídos a quien lo acompañaba en la vida. Era muy egoísta con la gente. Con todos, incluso era despiadado con los animales, gozaba haciéndolos sufrir. Matilde se preguntaba cómo no había visto antes estas cuestiones.
Es muy peligroso que uno se acostumbre a vivir de esta manera.
En este momento de soledad su tempestuoso espíritu entró en conversación con su alma. ¡Que necesarios son la soledad y el silencio para poner la cabeza en orden!
El señor que lloraba a su lado era solo un atril con suero que goteaba e ingresaba en su brazo adormecido. El blanco espectro era una enfermera de ronda. ¡Claro, era un hospital o una clínica! Entonces recordó: antes de este momento cuando Matilde se acercó a Marcelo para darle la noticia, después de juntar coraje, él le aplicó un muy violento puñetazo en el vientre, nido del amor y ahora cara del odio. Ella sabía que Marcelo no quería una nueva vida junto a él.
Matilde cerró los ojos. El suero a su lado seguía llorando.–
Conocí a Carlos al ingresar por trabajo administrativo en una gran concesionaria de automóviles. Él había entrado unos meses antes que yo y era mecánico. No nos veíamos mucho durante el trabajo, ya que estábamos en diferentes secciones de la empresa. Pero coincidíamos a la hora del almuerzo en el comedor y a la salida del trabajo.
Nuestra amistad tuvo como origen gustos parecidos en música, cine y en coincidencias políticas de la época.
Carlos era un muchacho menor que yo, algo culto, aunque no quería hacer ésa demostración delante de sus compañeros mecánicos, pero sobresalía por su inteligencia y capacidad, cosa que me complacía por ésos días.
Me acerqué a él e iniciamos una buena amistad que prometía extenderse en el tiempo. A menudo íbamos a tomar un café y a charlar a la salida del trabajo.
Me contó que estaba casado, con seis hijos, cosa que me sorprendió, y su esposa estaba embarazada de cuatro meses, para mayor sorpresa. Su señora era una persona con muchas veleidades de dama aristocrática, cosa que estaba lejos de ser cierto y que le exigía cada día más, en lo que concierne a aportar dinero al hogar para sobrellevar una vida de ficción y de apariencias. El pobre muchacho debía romperse el alma trabajando y haciendo muchas horas extras para llevar cada día más dinero al hogar y naturalmente, nada alcanzaba. Los niños concurrían a colegios privados caros y su esposa gastaba la vida comprando ropa costosa para todos, con el afán de demostrar un nivel económico que no era real. Para colmo, la numerosa familia política de Carlos, también le exigía al muchacho que se sacrificara por el bienestar de todos, desarrollando un nivel de vida desmesurado para un obrero.
Naturalmente que apenas nos conocimos me pidió dinero prestado. Ahí fue donde comenzó a contarme su vida. Me daba mucha lástima, que una persona inteligente y capaz como Carlos, no pudiera desarrollarse más como trabajador, como mecánico y como persona, ya que debía estar atento a cómo hacer cada día más dinero para complacer y mantener a su familia política y a su esposa.
Un día, conversando con otros compañeros de trabajo, me enteré la técnica que empleaba Carlos para conseguir más dinero: él necesitaba evidentemente al menos dos sueldos. Entonces le pedía prestado una suma importante de dinero a varios compañeros de trabajo el día de cobro, mediante súplicas extremas y bajo la promesa de devolución al día de cobro siguiente. Yo caí en ése préstamo ingenuamente.
Debo decir, que aunque la suma era importante, era más la lástima que él me inspiraba, que el gusto de ayudar a un amigo, porque no me agradaba ser acreedor de una persona que apreciaba. Además, con el paso de los meses, pude notar que Carlos cumplía estrictamente con la palabra empeñada de devolver el dinero puntualmente el día de cobro.
Y eso era algo que me sorprendía. Hasta que un día, mi sorpresa se duplicó desmesuradamente. Me contaron que Carlos tenía una táctica para cumplir con los préstamos: él pedía una suma a varias personas y para devolver los préstamos solicitaba otro préstamo igual a otras tantas personas diferentes. Entonces el préstamo A era devuelto con el préstamo B de las otras personas, o sea, vivía endeudado peligrosamente. Me resultaba increíble que se pudiera hacer eso. Y aparentemente el modus operandi se cumplimentaba todos los meses. De ésa forma, Carlos había conseguido dos sueldos para afrontar sus gastos, que tampoco le alcanzaba. Esto me motivaba a reflexionar sobre la extraña personalidad de la gente. Me extrañaba el afán de parecer en lugar de ser. Además, el sacrificio que hacía Carlos, era a todas luces disfrutable porque sabía por quién lo hacía. Pero en su complicada naturaleza, el bien y el mal estaban mezclados. La realidad para él quedaba oculta o casi invisible.
Resultó que algunos “prestamistas” comenzaron a negar el préstamo suplicado y se bajaban de la lista, entre ellos yo. Entonces Carlos entró en pánico como pájaro enjaulado. Noté que su inteligencia no obedecía a la razón y que su gran virtud era su gran necesidad.
A todo esto, la empresa, urgida por el sindicato, solicitó que se designara delegado gremial e impulsó una asamblea de trabajadores. Algunos nos sorprendimos que la gerencia promoviera como delegado a Carlos, quien salió votado por la mayoría. Después nos enteramos que Carlos había recibido una importante “ayuda” económica por parte de la empresa. El interés patronal evidentemente era conseguir un delegado gremial atado a la gerencia y fiel a la empresa. Es decir, la concesionaria se había comprado un delegado gremial.
Sucedió que durante mucho tiempo, Carlos jamás se interesó por los problemas de los trabajadores. Nunca los atendió ni puso interés en sus requerimientos, que eran muchos ya que la empresa era totalmente abusiva e incumplidora con el personal.
Pero un día, Carlos ingresó en la empresa en pie de guerra. Fue a hablar con los obreros en sus lugares de trabajo, con el personal de maestranza y con los administrativos en cada lugar. A todos les planteó que había que terminar con los abusos y los incumplimientos patronales, y que no cabía otra cosa que la lucha y el cese de actividades. Ante tal posición novedosa en Carlos y debido al mal trato al personal por la parte empresaria, la gente aceptó el llamado a luchar por los derechos conculcados. Todos lo aceptamos. Carlos citó a una asamblea donde propuso el cese laboral en protesta. Fue aclamado, apoyado y vivado. Él se reuniría primero con la gerencia y después comunicaría a los afiliados para realizar el paro laboral convenido con las bases.