De eso sí se habla - G. Suárez - E-Book

De eso sí se habla E-Book

G. Suárez

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Beschreibung

Un relato cautivador, por momentos desgarrador, por momentos optimista y de "loca resiliencia". Una mujer atrapada en un entramado de hipocresía social en donde es más importante el "qué dirán" que la salud mental. ¿Cuánto puede llegar a reprimir el ser humano para evitar el dolor? ¿Cómo es posible no bajar los brazos frente a las circunstancias adversas de la vida y seguir adelante? Los invito a acompañar a esta singular autora en su debut en la literatura para descubrir respuestas adentrándose en su propia realidad de una forma cruda pero genuina. Esta obra que podría describirse como autobiográfica (sin serlo del todo) es un esperanzador drama psicológico. Collage de escenas, imágenes, poemas, creatividad y mucha pasión aguardan a los lectores de esta novela. Ignacio Ribas Somar. Lic. y Prof. de Psicología, escritor e ilustrador. De eso sí se habla. Una historia de vida narrada a corazón abierto. Sorprendente, reveladora, emocionante hasta las lágrimas. Tan atrapante que no podrás dejar de leerla hasta el final. Betina Rodríguez Fos. Traductora y profesora de lengua inglesa, coordinadora en educación secundaria. Con su cálida prosa la autora nos lleva, casi sin darnos cuenta, hacia el corazón. En cada capítulo encontré profunda emoción. Queda grabado en mí el secreto de la autora: si alguien desea algo con fervor, finalmente lo logra. Gracias por mostrarme que en la vida no hay drama sino aventura. Mario Daniel Vilasetrú. Educador, teólogo, contador.

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Seitenzahl: 101

Veröffentlichungsjahr: 2022

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G. SUÁREZ

De eso sí se habla

G. Suárez De eso sí se habla / G. Suárez. - 1a ed. - Ciudad Autónoma de Buenos Aires : Autores de Argentina, 2022.

Libro digital, EPUB

Archivo Digital: descarga y online

ISBN 978-987-87-3149-0

1. Narrativa Argentina. 2. Novelas. I. Título. CDD A863

EDITORIAL AUTORES DE [email protected]

Tabla de contenidos

1. Ciudades de Familia

2. Legítima

3. Bullying

4. La primera

5. Mi gente

6. Viajo sólo conmigo

7. Adulta

8. Segunda primogénita

9. Pequeñas grandezas

10. Detalles

11. Estocadas

12. Goodbye

13. El Deptito

14. La Persiana

15. Tsunami

16. Idas y vueltas

A Daniel, por nunca claudicar.

Para Adriana y Betina, que son de fierro.Para mis aliadas, Ale y Pato.

A mis grupos de “Always” y “Nqn”con quienes comparto la vida.

A Silvia, con su mirada certera.

Y a vos, Nacho, por haberme guiado en este intenso viaje.

A todos y cada uno… gracias, gracias, gracias.

Para Malé,in memoriam.

1. Ciudades de Familia

En este enorme puerto de Europa está la ciudad natalde mi familia materna. La imponente Hamburgo, Alemania en 2021.

Elegí nacer en CABA, Argentina, y tenía bastante poco de sajona: solamente un veinticinco por ciento de mi sangre lo pregonaba. Alemania era, para mí, un lugar muy especial. Representaba mi familia de origen, porque Jana, mi bisabuela materna, había nacido en la Venecia alemana y yo no estaba dispuesta a renegar de eso.

Hamburgo era fascinante: ahí navegaban por los canales del río Elba barcos cargueros que representaban a mamá y a sus ancestros. Me prometí que vería todo eso algún día.

Mi familia materna me adoraba. Era hija y nieta única de un grupo de gente que conformaba un clan disfuncional pero amoroso. Recuerdo que me enojaba mucho si mi Oma, “abuela” en alemán, y mis tres tías abuelas hablaban en el idioma materno. Al principio no les entendía ni una sola palabra, quizás aquí lo único a entender era que estaban ocultando algo. Lo peor del caso era que en mi familia verdaderamente había secretos que yo tardaría décadas en descubrir. Decidí aprender a escuchar y a mirar mejor, porque había ciertos asuntos complicados que ya se vislumbraban. “Algún día voy a saber todo”, me prometí.

Para aclararles el panorama, me gustaría viajar al principio. Llegué a la Tierra un tórrido diecinueve de febrero sesenta años atrás (Oh my Gosh! ¡Sesenta!) Cuando llegué a tener uso de razón, mamá comenzó un ritual: cada cumpleaños me contaba cómo había vivido con una alegría enorme el eterno parto que nunca había querido tener: el mío.

—Me arruinaste, Fausto –le dijo mi madre a mi padre.

—Parir es tu obligación como mujer –, fue la respuesta.

Desde ya que este detalle no cabía en aquel relato maternal de cada año.

Fausto Márquez, papá, amaba a los niños. Nunca se le había ocurrido pensar en que esa bella teutona de ojos verdes, de ya más de treinta abriles, se había casado sólo pour la gallerie, es decir, para cumplir con las apariencias. Él la quería, por eso la obligó a ceder y el espermatozoide llegó a su meta. Lo supe a los veinte años, en medio de una discusión de pareja. Se sacudió mi mundo rosado.

Papá había dado a luz a su legítima primogénita. La señora Dalia Sosa Schmidt de Márquez, mi altiva mamá, aprendió a quererme con locura y se acostumbró a su pesar a cuidar de ese ser chiquito que la adoraba: yo.

Las ceremonias formalmente esperadas empezaron a desfilar: cumpleaños, comunión, buen colegio y una confusa felicidad que siempre dependía del qué dirán. Yo pasé findes completos en la casona maternal de Belgrano, en donde me bastaba un susurro para que se cumplieran mis deseos. Criada entre algodones, crecí bondadosa pero demasiado naïve. Me iba a costar caro tanta sobreprotección.

En esa misma casona, me contaron que mi bisabuela, Jana Schmidt, se había casado con un señor que, después de embarazarla cuatro veces, desapareció. La pobre Jana sobrevivió como pudo con sus cuatro pequeñas hasta que, como un regalo de la naturaleza, la hija menor (mi abuela) se enamoró de un hombre bastante mayor (mi abuelo). El señor Sosa hizo el amor con mi abuela siendo ella casi una niña y, como “le llenó la cocina de humo”, compró una casona para todos, se casó con ella y nació mamá antes de tiempo. Unos años más tarde llegó al mundo mi Tío Ramón, el “hijo legítimo”. Mamá jamás superó su vergüenza y apareció tácitamente en la familia una palabra que se repetiría mucho: bastarda. De eso no se habla.

Pasó el tiempo y mi memoria me hace viajar a mis cuarenta y cuatro, el día en que salieron a la luz, con un café de por medio, cuestiones álgidas. Me invitó papá.

—¿Tomamos un cafecito?

—¡Dale! – respondí – Vamos acá al shopping que hacemos más rápido. Tenemos media hora hasta que nos atienda el abogado.

Era por la sucesión: mamá había muerto hacía unos meses.

Ya sentados, papá empezó.

—Hay cosas que no sabíamos. Las fechas del casamiento de tus abuelos no tienen relación lógica con las del nacimiento de tu madre.

—¿Cuál es el problema? Mamá nació antes de que los abuelos se casaran... So what?

Fausto era antiguo como el minué, pero se creía moderno porque le gustaban Los Beatles. El tiempo me iba a demostrar que era moderno de una manera extraña. En realidad, Fausto era un verdadero transgresor reprimido, pero dejaré este tema para más adelante.

Siguió la charla y me dediqué a echar leña al fuego.

—¡Cuánto te hubiera gustado tirarle este temita en cara a la vieja! Dicen que la venganza es dulce. Lo hubieras disfrutado – le ladré. No me hubiera importado su enojo, pero ni pestañó. Mamá tenía un carácter muy fuerte y vivían discutiendo porque ninguno de los dos daba el brazo a torcer. Nunca. Dalia lo trataba de “ignorante” porque él no había estudiado en el colegio secundario mientras que papá se desquitaba mofándose de ella en las reuniones familiares y, a la noche, la forzaba.

—¡Dejame, te digo! – protestaba ella.

—¿Papá... qué pasa con mamá? – preguntaba yo.

Desde mi cuarto, me intrigaba ese quejido ronco que se escuchaba por lo bajo mientras mamá y papá “dormían”. De eso no se habla. Yo borré todo aquello de mi mente, como había borrado ya un par de otras cosas: era mi manera de sobrevivir.

En honor a mis raíces paternas.Palacio de Cibeles, hace muchos años. Madrid. España.

Me estoy olvidando, quizás a propósito, de mi familia paterna: mamá me alejaba de todos ellos por algún motivo. De eso no se habla. Supe que los abuelos Márquez habían llegado de España a principios de siglo y que el abuelo luchó como un buey para sacar adelante a su mujer y a sus cuatro vástagos. El primero nació con un tema neurológico incurable y el segundo, mi papá, era risueño e inteligente. Las dos hijas pequeñas formaron un dúo inseparable de por vida.

Si vuelo hacia mis treinta y pico me acuerdo perfectamente de una charla en el depto de mis padres, mi hogar natal, cuando por primera vez escuché a mamá hablar sobre papá con cariño.

—Tu abuela quería comprarse una casa con lo que ganaba tu pobre abuelo. Él trabajó de sol a sol: arrendó parcelas y las sembró a mano, puso una casa de comidas para campesinos y le fue bastante bien. Hasta que la bruja de tu abuela empezó a robarle porque quería tener casa propia – dijo Mamá dejando que su mirada se perdiese en lo profundo. Había brillo en sus ojos cuando por fin prosiguió.

—Las discusiones se tornaban densas y brumosas mientras que los cuatro chiquitos escuchaban gritos y quizás algún cachetazo de parte de tu abuelo –. ¿Estaba, acaso, relatando una historia repetida? Palideció mientras hablaba y su bella mirada verde se ensombreció. La interrumpí en forma abrupta.

—¡Qué mala mina! –. La injusticia me sacaba de quicio.

—Al final tu abuelo se enfermó, supongo de tanta lucha y sufrimiento. La bruja decidió no llamar al médico y el viejo se murió en una semana. La señora en cuestión no lloró jamás. De ahí en más tu papá, que era un hijo responsable y tan luchador como tu abuelo, trabajó para solventar todo.

—Increíble... ¡La bruja arruinó la vida del pobre abuelo! – mi bronca se notaba.

—El final de la historia es que tu abuela se salió con la suya: compró su bendita y austera casa: misión cumplida – terminó mamá.

La casa aún existe. Está en un lindo barrio de Buenos Aires y fue centro de la familia Márquez hasta hace muy poco.

Papá me contó, ya de grande, que el abuelo no era un santo como me lo había pintado mamá. Las eternas discusiones por dinero no eran solamente violencia psicológica.

—¿Ustedes cuatro que hacían ante ese panorama, papá?

—Nada. Sólo creer en que algún día las cosas mejorarían. ¡Imaginate! Mis hermanas muy chicas, mi hermano discapacitado, y yo...– su mirada vagó por unos segundos – me sentía en el desierto – concluyó.

Mis ojos se pusieron vidriosos. Lo abracé.

Pasó el tiempo y preferí no imaginar, sino razonar. ¿Cómo resolvió Fausto Márquez su futuro? Fíjense: mis abuelas, la alemana y la española, siempre hicieron su voluntad. Eran, irremediablemente, idénticas a mamá. Papá no se dio cuenta de que, cuando se enamoró, armó una fusión de cuerpo, alma y serios conflictos para toda la vida. Siendo fiel a la verdad, se enamoró dos veces. Ya veremos por qué. De eso no se habla.

Gracias al destino y a su tozudez, mis padres, que se percataron de que la vida no era fácil, decidieron que la iban a luchar hasta el final. Como cantaba Tanguito: “... Pero el amor es más fuerte”.

2. Legítima

Con casi 20 años, miré desde lo alto hacia ningún lado y busqué respuesta a las preguntas que todavía no había hecho.El Valle de los Caídos, España. Enero de 1981.

Corrían los años ochenta en Buenos Aires y yo estaba en el lugar que más amaba en mi casa: mi cuarto.

¡Qué paz! Era la paz que sólo encontraba en soledad.

Pensé enseguida que la aparente calma reinante podía quebrarse pronto. El clima en mi hogar solía tener un cielo gris pizarra que causaba diluvios de agresión. Fausto y Dalia repetían así la historia tormentosa de sus padres.

De repente mamá empezó el primer round.

—¡Fausto! Llamó Salerno de nuevo. Ya me tiene harta. Quería hablar con vos otra vez. ¡Terminala ya! Por favor decile que no llame más.

—No podés con tu genio, Dalia. ¡Siempre a los gritos! ¿Puede ser posible que vivas reprochándome todo?

Papá aullaba a la par de mamá y pasó casi una hora hasta que se aquietaron las aguas. No solucionaron nada: ese trato mutuo era ya casi un hobby para ellos e insoportable para mí.

Lo que tanto les preocupaba era un misterio. Yo tomaba a Salerno por un fantasma que rondaba nuestras vidas y era causa de eternas discusiones. Me animé a preguntar.

—Má... ¿Quién es Salerno?

La respuesta fue contundente.

—De eso no se habla.

Mi mente se empeñó en negar una silenciada realidad que descubrí décadas después, pero que ya había intuido. Así pude sobrevivir a otra gran pena.

Necesito explicarles que voy a ir hacia atrás en el tiempo para poder contarles algo crucial en mi vida, algo que se va a ir aclarando entre lágrimas y sonrisas. Veamos.

Una tarde de hace mucho me vi a mí misma llorando desconsoladamente. No recuerdo bien qué edad tenía... ¿cuatro años? Lo que sí recuerdo es que en ese instante aprendí lo que era sufrir de verdad. Estaba en un cuarto de colores cremosos, grande, lujoso, por lo que, desde ya, no era el mío. Una señora mayor abrió la puerta.

—Soy Caridad Salerno, la abuela de Mechi –. declaró.