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Habían dejado a un lado su rivalidad por una noche. Ahora, les esperaba una sorpresa. La escultora Kat McIntyre debería haber sabido que acostarse con su mayor enemigo, Sawyer Steele, era una mala idea. Su inesperado embarazo era buena prueba de ello. Y no solo eso. Kat había descubierto que aquel multimillonario reservado no era quien pensaba. ¿Podía confiar en que Sawyer hiciera lo correcto por el bebé y por ella sin enamorarse de él otra vez?
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Seitenzahl: 213
Veröffentlichungsjahr: 2021
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Editado por Harlequin Ibérica.
Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
Núñez de Balboa, 56
28001 Madrid
© 2020 Andrea Laurence
© 2021 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.
De la seducción a los secretos, n.º 194 - noviembre 2021
Título original: From Seduction to Secrets
Publicada originalmente por Harlequin Enterprises, Ltd.
Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial.
Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.
Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.
® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.
® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia.
Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.
Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited.
Todos los derechos están reservados.
I.S.B.N.: 978-84-1105-117-0
Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.
Créditos
Capítulo Uno
Capítulo Dos
Capítulo Tres
Capítulo Cuatro
Capítulo Cinco
Capítulo Seis
Capítulo Siete
Capítulo Ocho
Capítulo Nueve
Capítulo Diez
Capítulo Once
Capítulo Doce
Epílogo
Si te ha gustado este libro…
Para ser una boda, no estaba nada mal. Sawyer Steele apenas asistía a bodas, pero conociendo a sus padres, probablemente era una de las más caras y extravagantes. Tal vez, la mejor boda que se había celebrado en Charleston, aunque él nunca notaría la diferencia. No era algo que le interesara a Sawyer, pero teniendo en cuenta que su hermana pequeña, Morgan, estaba celebrando su gran día, tenía que sonreír para las fotos y comer tarta. No todo el mundo tenía la suerte de que lo mandaran a China a cerrar un acuerdo y perderse la boda, como le había pasado a Finn.
Probablemente, la idea de mandarlo fuera del país había sido una estrategia por parte de Trevor Steele para evitar que su hijo más problemático asistiera al casamiento. El gemelo de Sawyer era el causante de muchos dolores de cabeza de su padre. Por otra parte, tenía la tranquilidad de que Sawyer y Tom, su hijo mayor, asistirían y se comportarían. Sawyer había llevado su esmoquin a la tintorería, se había cortado los rizos de su cabellera rubia y había elegido a la acompañante perfecta. Eso era todo lo que se esperaba de él esa noche: comportarse, no montar una escena y agradar a Morgan. Bastante fácil.
La fiesta ya había empezado a decaer. Habían comido, bailado, hecho un millón de brindis y saboreado la tarta que había elegido su hermana. Unos cuantos bailes más y los novios partirían para iniciar su vida juntos. Estaba deseando que llegara ese momento. A cada hora que pasaba, sentía que la pajarita le oprimía más el cuello.
Volvió la vista hacia su cita, Serena, una mujer que había conocido unas semanas antes en una conferencia, y la vio mirando hacia los que estaban en la pista de baile. Había llegado el momento de sacarla a bailar. No se le daba muy bien, pero era capaz de moverse al ritmo de un vals en las ocasiones formales. A todos los Steele les habían hecho aprender los pasos básicos. Al fin y al cabo, vivían en el sur y la etiqueta era algo primordial en los círculos sociales en los que se movían.
–¿Quieres bailar? –le preguntó a Serena.
Aquella rubia pechugona había elegido un vestido azul escotado y ajustado que desprendía un cierto aire de Cenicienta moderna con el pelo recogido en un moño. Estaba muy guapa, aunque no sentía mucho entusiasmo por ella. No destacaba por su personalidad. De hecho, le recordaba a una de las valiosas antigüedades de su madre: bonita, pero meramente decorativa.
Su hermano Finn prefería las novias tipo coche deportivo: sexy, con altas prestaciones y de conducción excitante, por así decirlo. Esas mujeres eran tan caras de mantener como los coches, además de dadas a meter a Finn en líos.
La ex de Sawyer, Mira, había sido todo un Ferrari. Después de aquella relación había decidido que tal vez un todoterreno amplio y lujoso era más su estilo. Audaz, versátil, y si se le daban buenos cuidados, vería recompensados sus esfuerzos en años venideros.
Pero Serena se parecía tanto a Mira que en más de una ocasión había estado a punto de llamarla por el nombre de su ex. Eran tan parecidas que sus sentimientos por cómo habían terminado las cosas con Mira estaban afectando a lo que sentía por Serena.
–Claro, me encantaría bailar –contestó con una sonrisa.
No le quedaba otra que aguantar lo que quedaba de noche. La tomó de la mano y la llevó hasta la pista de baile, en donde unas veinte parejas estaban moviéndose al ritmo de una vieja melodía de Sinatra. La rodeó con su brazo por la cintura y se dejó llevar por la música.
Fue entonces, mientras la estrechaba contra él, que se dio cuenta de que llevar a una mujer a una boda en su tercera cita era demasiado precipitado. Hacía que la relación pareciera más seria de lo que era. Habían salido a cenar y de copas, y si no hubiera surgido aquella boda, tal vez habrían ido al cine. Quizá ni siquiera eso, así que no quería que se hiciera ilusiones cuando no tenía pensada una cuarta cita.
Su mirada se posó en una mujer que en aquel momento entraba en el salón. Incluso desde la distancia, su piel clara en contraste con su vestido negro y su brillante melena castaña llamaron su atención. Estaba mirando a su alrededor, como buscando a alguien. Entonces, sus ojos se encontraron. Fue como si le dieran un golpe en el estómago. Nunca antes había sentido algo así. Fue una fuerza tan poderosa que le hizo olvidarse por un instante de la mujer que tenía entre sus brazos.
Entonces, advirtió enfado en el rostro de la recién llegada y dudó si lo que le había llamado la atención había sido atracción o simplemente su furia.
Rápidamente se abrió pasó entre los asistentes hacia él. Sawyer se quedó de piedra en la pista de baile, incapaz de liberarse de la fuerza atrayente que la pelirroja ejercía sobre él a pesar de que su cabeza le decía que saliera corriendo.
Por fin llegó hasta él.
–¡Maldito cretino!
Aquel sonoro grito atravesó los sonidos del salón como si fuera un cuchillo. Los que estaban bailando se quedaron paralizados e incluso la orquesta dejó de tocar. Todo el mundo se volvió hacia la atractiva pelirroja que estaba en un extremo de la pista. Estaba a escasos metros de Sawyer y sus ojos seguían clavados en él.
Por un momento pensó que estaba en la línea de fuego de otra persona. Volvió la cabeza, pero no había nadie detrás. ¿De verdad se estaba dirigiendo a él? ¿De verdad le estaba hablando a gritos?
–¿Quién es esta mujer, Sawyer? –preguntó su acompañante.
Buena pregunta. No la había visto en su vida. Nunca habría olvidado a una mujer con aquel color de pelo encendido y una piel tan impecable y delicada como el de una muñeca de porcelana. A pesar de lo furiosa que estaba, quería saber más de ella. Sawyer sacudió la cabeza.
–No tengo ni idea. ¿Puedo ayudarla, señorita?
–¿Que si puedes ayudarme? –repitió con amargura–. Sí.
La mujer se acercó a Sawyer y le dio una bofetada.
Por un momento, fue incapaz de reaccionar. Nunca antes le habían dado una bofetada. El hecho de que fuera una desconocida lo descolocaba aún más, aunque lo cierto era que no le dolía. Detrás de la bofetada sentía que había una gran emoción. Su intención había sido hacerle daño, y por alguna buena razón, aunque no sabía de qué podía tratarse.
Un grito ahogado dio paso a los murmullos de los asistentes comentando lo que acababa de pasar. Por el rabillo del ojo, Sawyer pudo ver a un par de guardas de seguridad que su padre había contratado avanzando por el salón para hacerse cargo de la situación. Teniendo en cuenta que las dos últimas fiestas que se habían celebrado en la casa habían terminado con un secuestro y una bomba respectivamente, había sido aconsejable adoptar medidas oportunas.
–Voy a tener que pedirle que nos acompañe, señorita –dijo uno de los guardias, con traje oscuro y un auricular en el oído.
La pelirroja vaciló unos instantes antes de darse media vuelta y salir del salón seguida de los dos vigilantes. Al parecer, había conseguido lo que había ido a hacer.
Aunque sabía que no debía abandonar a su acompañante para seguir a una desconocida, decidió ir tras ella para averiguar qué estaba pasando.
–Enseguida vuelvo.
Serena asintió y Sawyer salió corriendo hacia el vestíbulo para ver adónde habían llevado a la mujer. Miró a su alrededor y percibió movimiento por el rabillo del ojo. Los guardias de seguridad la estaban acompañando hasta la puerta.
Atravesó la entrada de mármol y pasó entre los vigilantes, que regresaban al interior sin la mujer. Desde arriba de los escalones vio a la mujer esperando a que algún aparcacoches le trajera el suyo.
–¡Os dije que no lo llevarais lejos! –exclamó a uno de los hombres que habían contratado sus padres para ocuparse de los coches–. Os dije que no iba a tardar.
Se volvió nerviosa y fue entonces cuando vio a Sawyer observándola desde lo más alto de la escalinata de entrada.
–¿Suele vestir de negro en las bodas? –le preguntó–. ¿No se supone que va contra las normas de protocolo de una boda?
No quería preguntarle directamente por qué le había dado una bofetada. Eso supondría iniciar una conversación que no quería que terminase de inmediato.
Ella suspiró y cruzó las manos sobre el pecho.
–Es el único vestido que todavía me sirve. No pretendía ofender a tu hermana. De todas formas, no me hagas caso –dijo–. Los de seguridad ya me han dejado claro que no soy bienvenida, así que me marcho. Vete con esa rubia espectacular. Es evidente que has pasado página.
Sawyer bajó unos escalones, pero se mantuvo a cierta distancia de la mujer. No quería llevarse dos bofetadas la misma noche.
–Creo que hay algún error. ¿La conozco?
La quemazón que sentía en la mejilla así lo sugería, pero estaba seguro de que nunca la había visto antes. Era preciosa incluso sin maquillaje y con aquel sencillo vestido negro sin tirantes que llevaba. Su melena pelirroja brillaba bajo la luz de la luna y los rizos le caían sobre sus hombros desnudos.
No. Si la hubiera conocido, se acordaría de ella.
–¿Hablas en serio? –preguntó entornando sus ojos verde esmeralda, y sacudió la cabeza–. Desde que estuvimos juntos hace semanas has estado ignorándome, y cuando por fin doy contigo, actúas como si no tuvieras ni idea de qué estoy hablando. ¿Qué vas a decirme, que el que se acostó conmigo era un doble y no tú?
Sawyer abrió la boca para protestar, pero no dijo nada. Todo empezaba a tener sentido. ¿Cómo no se había dado cuenta antes? No era la primera vez que su hermano se llevaba una bofetada de una mujer.
–Creo que al que está buscando es a mi hermano gemelo, no a mí.
–Esa excusa es aún mejor.
–No es ninguna excusa. Pregúntele a cualquiera en la fiesta y le dirán que tengo un hermano gemelo. La mayoría de la gente no puede distinguirnos.
Entornó los ojos y se quedó mirándolo unos segundos.
–¿Me estás diciendo que no eres Sawyer Steele?
Sawyer fue a decir algo, pero se contuvo. Una cosa era que lo confundiera con su hermano, pero aquello era diferente.
–Soy Sawyer Steele, pero creo que a quien está buscando es a Finn Steele.
La mujer se volvió hacia él y apretó las manos en puños.
–¿Me estás tomando por una fresca?
Sawyer abrió los ojos como platos. Solía ser muy considerado y diplomático con todo el mundo, pero por alguna razón, no podía decir que lo estuviera siendo con aquella mujer. Al parecer, tenía un carácter tan encendido como su pelo.
–¿Qué? No, claro que no.
–Acabas de decirme que no sé el nombre del tipo con el que me acosté –replicó, señalándolo con un dedo acusatorio.
–No es eso lo que quería decir.
Levantó las manos en señal de rendición y lentamente siguió bajando los escalones hasta llegar junto a ella. Confiaba en que se tomara un momento para respirar y calmarse.
–Todo el mundo nos confunde a mi hermano y a mí. Le digo que no la he visto en mi vida, y esa es la única explicación que tiene sentido. ¿Cómo se llama?
–Katherine McIntyre –contestó sintiéndose insultada–. Pero me llaman Kat, si eso te ayuda a recordar.
Sawyer frunció el ceño. El nombre le resultaba familiar, pero estaba seguro de que nunca la había visto y mucho menos había tenido sexo con ella. Dejó caer la vista y se fijó en el vestido negro ajustado que tan bien resaltaba sus curvas y que acababa por encima de las rodillas dejando ver sus piernas torneadas. Era una desilusión que hubiera pasado la noche con su hermano y no con él. Nunca había pensado que le gustara un tipo concreto de mujer, pero Kat venía con todos los extras. Era un impresionante Lamborghini rojo de los que jamás había visto.
–Nos conocimos en la entrega de premios de Charleston en el acuario, hace unos tres meses –dijo al ver que no daba muestras de acordarse de ella–. Bebimos mucho champán, charlamos y, cuando nos hartamos de ver peces, nos fuimos a un hotel y… nos conocimos mejor.
Sawyer no recordaba haber estado en el acuario. Estaba seguro, aunque recordaba que se había celebrado algo allí no hacía mucho tiempo. Aquel día no se sentía bien. Había pillado un virus estomacal y tenía previsto asistir como representante de la familia Steele para recoger un premio mientras sus padres ultimaban los preparativos de la boda. Al final no había ido. De hecho, había sobornado a su hermano para que fuera por él. Finn no había querido ir tampoco y a Sawyer no le había quedado otra opción que darle su nueva moto acuática a cambio de que fuera a la fiesta.
Al caer en la cuenta de lo que realmente había pasado, se le heló la sangre. Sawyer se llevó la mano a la cara y se la frotó con rabia. Hacía años que Finn no hacía una cosa así. Tal vez desde la universidad. Por aquel entonces, le gustaba conocer a chicas en los bares y presentarse como Sawyer en vez de dar su nombre. Nunca había sabido si su hermano lo hacía por diversión o para evitar que las chicas lo localizaran, el caso era que Sawyer se había ganado sin hacer nada toda una reputación en el campus. Pero ya habían cumplido los treinta. Para ser exactos, los treinta y tres, demasiado mayores para tonterías como esa.
–Creo que sé cuál es el problema.
–El sexo fue tan increíble que tu mente lo ha borrado porque sabe que no volverás a experimentar algo tan bueno, ¿es eso?
Se quedó boquiabierto unos segundos y luego sacudió la cabeza. Nunca en su vida había sentido tantos celos de Finn.
–Se suponía que iba a ir a esa entrega de premios, pero mi hermano fue en mi lugar. Al parecer, no se molestó en aclarar que no era yo.
–Llevaba una etiqueta de identificación que decía Sawyer Steele.
Sawyer no se sorprendió.
–Sí, conociendo a Finn, seguro que se la puso y fingió que era yo para que mi padre no se enterara de que lo había sobornado para que fuera a la fiesta.
Kat se quedó inmóvil unos segundos mientras su mente procesaba lo que le estaba diciendo.
–¿Y cuando me besó? ¿Cuando pidió la habitación de hotel? ¿No habría sido el momento de decirme quién era realmente?
–Desde luego, y no tengo ni idea de por qué no lo hizo. Escucha, siento mucho todo esto. Mi hermano es… el más embaucador de la familiar. Si estuviera aquí ahora mismo, lo arrastraría fuera y le obligaría a disculparse, pero está en Pekín por trabajo. Estará unas semanas más, pero me aseguraré de darle su mensaje, bofetada incluida, cuando vuelva.
La bravuconería de la pelirroja pareció desinflarse al escucharlo. Su rabia ya no estaba dirigida hacia Sawyer y, de alguna manera, se la veía desamparada.
–¿Así que el hombre que conocí es realmente Finn Steele? No puedo creer que después de todo lo que pasó no me dijera su nombre real.
Sawyer sí podía creerlo. Haciéndose pasar por su hermano, Finn tenía vía libre para hacer lo que quisiera sin preocuparse de las consecuencias.
–Según deduzco, lo que tuvo con mi hermano fue una aventura de una noche, ¿no es así?
Ella lo miró aturdida.
–Sí, al menos esa era la idea.
Ese era el estilo de su hermano. Amarlas y dejarlas, independientemente del nombre que usara.
–Entonces, dudo que se moleste en sacarte del error si pensaste que era yo. Al fin y al cabo, ¿qué más da? Fue solo una aventura.
La expresión de Kat se dulcificó por un momento al bajar la vista al suelo. Sus ojos quedaron ocultos tras sus espesas pestañas oscuras.
–Claro que importa, Sawyer. Por eso he venido a esta fiesta, aunque es evidente que él no quiere volver a verme. Importa porque estoy esperando un hijo suyo.
Katherine McIntyre nunca había visto la cara de un hombre palidecer tan rápidamente. Incluso de noche, con la luz a sus espaldas, pudo ver cómo su rostro se quedaba sin sangre y su bronceado desaparecía. Si no se hubiera mostrado tan calmado hasta ese momento, habría pensado que estaba a punto de desmayarse.
No acababa de entender por qué estaba tan molesto con la noticia. Él no era el padre ni acababa de descubrir que se había acostado con un farsante. Era ella la que estaba teniendo una noche espantosa. Sí, se había llevado una bofetada por equivocación e iba a tener mucho que explicar cuando volviera junto a su acompañante, pero ese no era su problema.
El aparcacoches apareció por fin con su coche.
–Lo siento. He tenido que dar un par de vueltas –se disculpó el joven.
Kat volvió la vista al aparcacoches y de nuevo al estupefacto heredero Steele.
–Será mejor que me vaya.
Sawyer se acercó a ella en un gesto que incluso a él le sorprendió.
–Espera. Volvamos adentro y hablemos.
Se sintió tentada a decir que sí. Había una ternura en su mirada que la invitaba a subir los escalones y charlar con él. La expresión de sus ojos había cambiado y empezaba a creerse su historia. Aunque fueran gemelos idénticos, los Steele eran hombres muy diferentes. Pero hablar con Sawyer no tenía sentido cuando no era con él con quien tenía que hablar del bebé.
Un Rolls Royce se detuvo en la entrada y las puertas de la casa se abrieron. La gente empezó a congregarse en los escalones. Era el momento en que los novios iban a marcharse. Kat no quería quedarse para verlo, a pesar de que su viejo jeep no estaba molestando.
–No puedo –dijo–. Pero Sawyer, quiero decir, Finn, debería ponerse en contacto conmigo cuando vuelva a Estados Unidos. Por favor, que me llame.
Buscó en su bolso y sacó una tarjeta. Ya le había dado una a Finn, pero seguramente había acabado en la papelera a la mañana siguiente.
Sawyer se volvió para mirar a la gente que se acercaba a ellos y apretó la mandíbula, irritado, al tomar la tarjeta. Suspiró y asintió mientras la leía.
–Me aseguraré de que te llame antes de que vuelva. De hecho, ahora mismo voy a llamarlo aunque lo despierte. Se lo merece.
Kat asintió, se dirigió hacia su jeep y se metió dentro. Trató de no mirar por el retrovisor al dar marcha atrás, pero no pudo evitarlo. No apartó la vista de Sawyer Steele mientras la veía alejarse. Seguía observándola cuando giró al final del camino de entrada y perdió de vista la casa.
Con un gruñido, se aferró al volante y apretó el acelerador. No era así como se había imaginado que acabaría la noche. Solo quería hablar con Sawyer, mejor dicho, con Finn, al igual que habían hecho aquella primera noche. Un embarazo no era lo que tenía en mente aquel día, ni mucho menos. Pero ya que estaba hecho, quería hacer lo correcto y decírselo al padre. Si no le devolvía las llamadas, tenía que encontrar la manera de localizarlo.
Su idea había sido llegar hasta él, irse a un rincón a charlar y continuar a partir de ahí. Darle una bofetada al padre de su hijo no formaba parte de su plan, pero al verlo bailando con aquella atractiva rubia, no había podido evitarlo. Entre las náuseas matutinas y el cansancio, hacía semanas que no se sentía bien.
Pero había descubierto que había dado una bofetada al hombre que no era. El padre de su bebé estaba en China y ese era el menor de sus problemas. El padre de su bebé era también un embaucador, alguien que no tenía inconveniente en seducir a una mujer usando el nombre de su hermano. No era ese el hombre que quería que formara parte de la vida de su hijo, pero ya era demasiado tarde. Iba a tener que encontrar la manera de lidiar con las consecuencias.
Kat giró lentamente en el camino de acceso, apagó el motor de su jeep y se quedó observando la casa de estilo histórico de Charleston a la que consideraba su hogar. Ubicada en el centro de la península, siempre le había parecido suficiente. Aquellos poco más de cien metros cuadrados eran el espacio perfecto para su espíritu de artista. Tenía mucha luz, el patio le permitía trabajar al aire libre cuando quería y, lo mejor de todo era que ya la tenía pagada.
Se bajó del jeep y entró en la casa. Su pequeña morada no tenía nada que ver con la mansión de los Steele, pero ¿acaso había alguna que se le pareciera? Lo cierto era que no se había dado cuenta de con qué clase de familia se había visto envuelta hasta que había detenido el coche y había visto por primera vez la casa. Las columnas corintias, los muros de piedra, los viejos robles flanqueando el camino de entrada… Parecía sacada de una novela gótica. Un sitio así parecía más bien un museo o un lugar para bodas y celebraciones. Pero no, lo cierto era que los Steele vivían allí.
Kat sabía lo que era tener dinero. Sus padres habían tenido éxito en la vida. Su padre había sido un exitoso escritor de novelas de misterios y su madre una prestigiosa pintora. Les había ido bien y, tras su muerte en accidente de tráfico, Kat había salido adelante con sus propiedades y las pólizas de los seguros de vida y se había podido pagar sus estudios en Bellas Artes. Había llegado a convertirse en artista sin pasar penurias ni tener que recurrir a un trabajo convencional. Sí, necesitaba un coche nuevo y no le iría mal una mano de pintura a la casa, pero tampoco era tan exigente.
Tiró el bolso al sofá, junto a la caja de herramientas y unos trozos de madera. Iba a llevárselos al District el lunes por la mañana, cuando fuera a trabajar. La mayor parte del día la pasaba en el viejo almacén reconvertido en centro de arte. Tenía alquilado un estudio en aquel edificio, aunque en casa contaba con una zona de trabajo. Lo había hecho porque así se sentía más integrada en la comunidad y su obra tenía mayor repercusión. Cuando no estaba allí trabajando o vendiendo alguna pieza, estaba con el resto de artistas, que habían pasado a convertirse en su familia desde que sus padres murieran. Perder aquel lugar sería como volver a perder a sus padres otra vez. Y eso era a lo que se enfrentaba. Por eso se había puesto sus mejores galas y había asistido a aquella estúpida ceremonia de entrega de premios la noche en que se había encontrado a Finn, porque iba a perderlo todo bajo las ruedas del progreso y del comercio.
Hacía cuatro meses que el dueño del District había muerto y sus hijos lo habían vendido a un constructor. El edificio iba a ser demolido y construido de nuevo. Seguiría siendo un centro de actividades artísticas, al menos era lo que decía la carta que les habían enviado, pero a la fuerza tenía más que ver con los negocios que con el arte.
Kat tenía dinero suficiente para pagar una renta en el edificio nuevo, pero la mayoría de los artistas no tenían tanta suerte. Cuando el District reabriera como lugar de encuentro para comprar y dejarse ver, perdería de vista a la mayoría de la gente que conocía y quería.
Mientras subía a su dormitorio, se bajó la cremallera del vestido y lo dejó caer al suelo en el descansillo. Luego se volvió hacia el espejo para contemplar su vientre abultado en el espejo del pasillo. En la última semana se había hecho evidente. Su vientre había empezado a curvarse y sus vaqueros favoritos le quedaban estrechos de cintura. No había faltado a la verdad cuando le había dicho a Sawyer que aquel era el único vestido que todavía le quedaba bien.
La vida no siempre resultaba como uno esperaba y aquel bebé era la prueba. Kat había ido a la ceremonia de entrega de premios para intentar hacer entrar en razón al nuevo propietario del District, Sawyer Steele. Sin embargo, se había encontrado con que iba a tener un hijo de su hermano.
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