¿De qué lado estás? - Maria Cristina Kalbermatter - E-Book

¿De qué lado estás? E-Book

Maria Cristina Kalbermatter

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Beschreibung

Este libro narra la triste y dolorosa historia de Román, un muchacho cuya familia es maltratada por un padre violento. Lucía, su mamá, fallece víctima del trato miserable que le brinda su esposo. Este hecho marca aún más el corazón de Román, quien se convierte en un muchacho oscuro. El adolescente repite en la escuela la violencia vivida en su experiencia familia, y ahora dirige su enojo hacia Nancy. El centro educativo cristiano, las amistades y la madre de esta jovencita luchan con inteligencia en medio del acoso cruel y la desobediencia atrevida de Román. En estas historias, las autoras procuran dar respuesta al interrogante acerca de cuál debería ser el rol de la escuela cristiana ante hechos de bullying.

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¿De qué lado estás?

Bullying (maltrato entre pares)

Cristina Kalbermatter, Adriana Komyk y Claudia Ciapponi

Gral. José de San Martín 4555, B1604CDG Florida Oeste, Buenos Aires, Rep. Argentina.

Índice de contenido
Tapa
Sobre las autoras
Agradecimientos
Anhelamos...
1 - Desde la infancia
2 - Crecer en el dolor
3 - Cuando las lágrimas se acallan
4 - Una súplica hecha grito
5 - Dos piezas de un engranaje
6 - ¿Un juego?
7 - El encuentro
8 - Desplegando las velas
9 - Al borde del abismo
10 - Inevitable
11 - Descubriendo a su espejo
12 - Amor a segunda vista
13 - Desenlace fatal
Palabras finales
Apéndice A - Clarificando conceptos
Apéndice B - Cuestionario sobre la intimidación y maltrato entre iguales para alumnos
Apéndice C - Proyecto de formación de alumnos mediadores
Apéndice D - Semana de discriminación cero
Obra teatral

Sobre las autoras

Claudia Ciapponi

Nació en Córdoba, Argentina, donde obtuvo el título de profesora de Bellas Artes. Es docente de Educación Artística desde hace más de quince años y también posee el título de Licenciada en Educación. Ha enseñado en instituciones públicas y privadas de nivel medio, superior y universitario.

Actualmente, se desempeña en la enseñanza de varias asignaturas en el Instituto Adventista del Plata, en el Profesorado de Música, y en la Universidad Adventista del Plata. Es madre de tres jovencitas y una apasionada de la educación adventista. Su deseo es que Dios la utilice para dar a conocer el amor de Jesús, especialmente a sus estudiantes.

Adriana Komyk

Es oriunda de Córdoba, Argentina. Allí vivió durante veinticinco años, cursó en la Universidad Nacional de Córdoba el profesorado de Lenguas Modernas y comenzó a ejercer su carrera docente.

Posteriormente, se trasladó a Libertador San Martín, donde continuó ejerciendo la docencia. Obtuvo después de unos años el título de Magíster en Educación (a distancia) otorgado por la Universidad Blas Pascal y la Universidad UTEM Virtual de Chile. Se desempeñó luego como Coordinadora del Área de Materiales en Educación a Distancia de la Universidad Adventista del Plata.

Es madre de dos hijos, Roy de 11 años y Helen de 17. Durante los últimos años ha organizado cursos de perfeccionamiento docente relacionados con su especialidad, y presentado trabajos en jornadas y congresos.

María Cristina Kalbermatter

Vio la luz en Argentina, donde se crió, estudió y formó su familia. Es madre de tres hijos.

Licenciada en Pedagogía por la Universidad Nacional de Córdoba y Magister en Psicopedagogía Clínica, por la Universidad de León, España, ha trabajado como asesora pedagógica en diferentes instituciones. A su vez, es fundadora de dos escuelas y de un instituto para niños con capacidades diferentes.

Coordinó el C.O.V.O.C. (Centro de Orientación Vocacional Ocupacional de Córdoba) dependiente del Ministerio de Educación, y formó parte de la Comisión Provincial de Orientación Vocacional de esa repartición.

Ejerció la docencia en la Universidad Adventista del Plata, en las carreras de Psicología y Psicopedagogía, en las asignaturas de Orientación Escolar y Orientación Vocacional.

Es coautora de los libros De qué lado estás (Bullying, violencia entre pares); Formación de alumnos mediadores; Resiliente se nace, se hace, se rehace; Cómo estimular desde el hogar el aprendizaje; Estimulación temprana para la lecto-escritura y Sobrevivientes.

Es también autora de las siguientes obras: Gestión y organización institucional, Violencia ¿esencia o construcción? y Aprendiendo en familia.

Es cofundadora de la ONG S.O.S. (Servicio de Orientación Social), que atiende problemáticas de violencia y otras conductas de riesgo, en Libertador San Martín desde el año 2004. Actualmente sirve como Coordinadora del Área Asistencial de dicha entidad.

Agradecimientos

Cuando invité a Adriana Komyk (mi hija mayor) y a Claudia Ciapponi (su mejor amiga) a acompañarme en el proyecto de escribir esta historia que es, quizá, la síntesis de muchas otras que aparecen en su compartir cotidiano con los adolescentes; lo hice porque conozco el compromiso de ambas con sus alumnos, el entusiasmo y amor con el que tiñen su tarea, y la creatividad que destilan sus prácticas docentes.

Quizá, nunca imaginé que el libro les gustaría tanto a los jóvenes, y que los docentes lo utilizarían tan eficazmente en el aula. También sé que les parecieron útiles los diferentes apéndices: “Clarificando conceptos sobre el bullying”, “Cuestionario sobre la intimidación y maltrato entre iguales para los alumnos”, “Proyecto de formación de alumnos mediadores” y “Semana de discriminación cero”. Nos han llegado sus apreciaciones desde Perú y desde diversos lugares de la Argentina, lo cual nos llena de satisfacción.

Por eso, en esta segunda edición, incluimos un quinto apéndice que contiene una obra de teatro, escrita por la conocida escritora Esther Iuorno de Fayard, quien accedió gustosamente a guionar y ambientar las escenas de la historia propuesta. Deseo agradecerle su valioso aporte.

Anhelamos...

Anhelamosque disfrutes de este libro. Quizá puedas leerlo en compañía de tu grupo de amigos o, tal vez, con la presencia del profesor que más quieres. Encontrarás en él dos historias de adolescentes que, quizá, te toquen de cerca porque algo de eso te haya pasado a ti o a algún compañero. Si no es así, tal vez, tarde o temprano puede sucederte lo mismo, porque aún estás en el aula.

Te sorprenderá comprobar que cada historia tiene dos finales, porque jugamos con lo que hubiera podido pasar si no se hubiera realizado el encuentro que cambió tantas vidas. A veces, los finales tristes sirven para reflexionar, para anticiparse y no cometer los mismos errores, o para influir sobre otras personas a fin de ayudarlas a modificar sus conductas.

Nosotras disfrutamos escribiendo para ti y pusimos toda nuestra pasión en estos textos, porque te amamos y deseamos lo mejor para tu vida.

Cristina, Claudia y Adriana

Capítulo 1

Desde la infancia

Claudia Ciapponi

“Carguen con mi yugo y aprendan de mí, pues yo soy apacible y humilde de corazón, y encontrarán descanso para su alma” (Mateo 11:29, NVI).1

-¡Basta, basta! ¡Cállense!

El calor de aquella tarde marcaba con mayor intensidad las palabras de Raúl. El paisaje abrasador del asfalto asfixiaba el aire denso de aquella ciudad.

Raúl se encontraba hundido en su cama, adormecido por la falta de trabajo y por la incapacidad de desarmar aquella cómoda escena. Los murmullos de los niños que jugaban sin el permiso de la siesta y teñidos de un aletargado abandono, hirieron la tolerancia de Raúl con un agudo estallido de ira. Los gritos recorrieron cada rincón del hogar, como buscando víctimas a quienes devorar.

Un silencio agotador ahogaba a Lucía. Una mirada perdida empalidecía su rostro, lágrimas temerosas se asomaban por los ojos negros del dolor. Tristeza. Calor.

Raúl y Lucía vivían juntos desde muy jóvenes, inmersos en una rutina de falencias, tras una carrera diaria en búsqueda del mínimo sustento para sus tres hijos varones. La escasez era el ingrediente inevitable de la historia que transcurría en aquel humilde departamento hacinado de deseos insatisfechos, de oportunidades censuradas, de sueños sin color.

Noches sin tiempo surcaban la piel reseca de Lucía, que en la soledad, se hallaba como dormida en un vacío, sin aliento, sin sentido. Ella era el escenario dispuesto para el desenfreno y la ira de un cónyuge abusivo, para un amor enfermizo al que la felicidad aborreció. Un esposo de aspecto desprolijo y mirada sin amparo; sombra de un hombre pequeño, de caminar altanero que anda como pisando las más frágiles ilusiones. Tan humano, tan dañino.

Raúl esperaba, como un rito diario, el momento de demostrar su poder. Con voz irónica ridiculizaba a Lucía frente a sus hijos que, con consternación, observaban el acto cotidiano como si se tratara del alimento que no podía faltar. Sus movimientos iracundos enmarcaban el inconstante temperamento que atemorizaba a tres criaturas sumidas, entre el miedo y el candor, en una infancia fugaz.

Los hermanos mayores reiteraban el maltrato hacia su madre con tenaz insensibilidad, como desafiando al mundo al no poder vencer una herencia devastadora, con la incapacidad de revertir un futuro miserable. Imitaban la agresión con la perfección de unos aprendices ante su maestro. Ofensas, gritos, burlas y angustias ligaban a los jóvenes con su hogar, una puesta en escena difícil de cambiar. Pero Román, el más pequeño de los varones, guardaba en su corazón las imágenes y las voces de aquellos años como suspendidas en el tiempo, a la espera de escribir la historia de su propia vida.

A pesar de la marcada diferencia de edad entre Román y sus hermanos, la responsabilidad del trabajo era pareja. La venta de periódicos era la tarea diaria, Román era el encargado de repartir los ejemplares casa por casa. Con una bicicleta oxidada, surcaba las calles transitadas por el humo y el tormentoso caminar que caracterizaba la gran ciudad.

Cada mañana, Lucía preparaba el desayuno de su hijo más pequeño y se esmeraba en acicalar su ropa con la dedicación amante de la que solo una madre es capaz. El niño de mirada temerosa se refugiaba en el cuidado de Lucía que justificaba con ilimitada pasión las travesuras de su hijo preferido, a quien destinaba su mayor atención.

Los hijos mayores se cobraban los privilegios de Román en los abusos que la edad y el trabajo les facilitaba. Los horarios y las cargas desmedidas marcaban la relación entre los jóvenes y el pequeño. En la memoria de Román, se registraban los gritos y la violencia que sus hermanos ejercían sobre él en ausencia de su madre, y ante la actitud despreocupada de Raúl.

En las noches, se dejaban caer unas lágrimas que dibujaban la impotencia y el rencor en los rasgos prematuros del dolor. El rostro húmedo de Román se aliviaba en los recuerdos tiernos de Lucía, que con actitudes permisivas disculpaba todo error y desobediencia.

1 Utilizaremos la Nueva Versión Internacional (NVI) en la mayoría de referencias bíblicas. Si no fuera así, se indicará alguna otra versión.

Capítulo 2

Crecer en el dolor

Claudia Ciapponi

“Si la esperanza que tenemos en Cristo fuera solo para esta vida, seríamos los más desdichados de todos los mortales” (1 Corintios 15:19).

VERANOS sucedieron, tardes y tardes de calor. Los días pasaron en la vida de aquella familia, las horas impregnadas de monotonía se dejaban ver en las oscuras paredes del hogar, en los sombríos pasillos y en cada humilde habitación que no pudo abrigar las noches eternas de Román. Una vida movida por un trabajo y un futuro no prometedor; como olvidada por las risas de su infancia fugaz. Rondas y rondas dieron vueltas, sin darse cuenta de que no lo invitaron a jugar. La niñez ya no estaba más, solo huellas de ternura se escapaban por los ojos de aquel pequeño que la adolescencia disfrazó.

Pero la frescura de aquella edad se enfrentó, repentinamente, con la crueldad de una fría mañana. Aquel día de invierno parecía llorar en cada muro de la ciudad, las calles húmedas deslizaban con mayor facilidad la angustia de una muerte sin razón, el cielo calló las palabras que Román no pudo gritar con un gris indiferente y solitario. Lucía, su madre, había muerto.

Los recuerdos invadieron su mente, el pasado se hizo vivo en sucesivas pantallas tan reales como las lágrimas que corrían por sus mejillas. Las fotografías de esa mujer especial aparecían en su memoria como una luz, que se fue apagando desde el día en que el dolor se apoderó de su futuro sin dudar, sin vacilar.

Una mirada perdida fue testigo del pensamiento que Román escondió; la palabra no dicha, el amor no abrazado, la mano no brindada, ¡cuánto vacío sin explicación, cuánto peso en su corazón!

Con las manos en los bolsillos Román caminaba como buscando el aire para respirar, cada paso marcaba el ritmo desesperado de una ausencia que no entendía. La muerte de su madre se presentó en su primer día de clases, ¿acaso no sabía?, ¿no le dijeron?, pero… ¿es que ni la muerte pudo esperar?… No. Allí estaba, sin expresión, tan dura, tan real.

Una casa de colores pardos con paredes revestidas por un espeso musgo daba el marco a la imagen que Román ya no podía ver. Asomado por una angosta y rústica ventana, sus ojos añoraron la figura de su madre, tan bella como las caricias que ya extrañaba, tan frágil como la voz que le declaraba día a día entrega y devoción. En aquel lugar, cuatro rostros se encontraron: el de Román, los de sus hermanos y el de Raúl, su padre. Tan lejanos como desamparados, en un mundo sin amor.

Raúl sentado en su sillón, enmudecido por la soledad, se encontraba inmóvil, sin rumbo, contemplando el vacío. El desierto de su corazón lo venció y, como saltando en un vertiginoso abismo, la depresión impactó en su cuerpo. Prisionero de la culpa, los recuerdos de años de maltrato, de agresiones y de gritos desmedidos con que había abusado de Lucía, enloquecieron ahora sus noches.