Despertar de nuevo - Michelle Celmer - E-Book
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Despertar de nuevo E-Book

Michelle Celmer

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Beschreibung

Cuarto de la serie. Tras una exhaustiva búsqueda, Ash Williams, gerente de Maddox Communications, había encontrado por fin a su amante desaparecida, Melody Trent, que lo había abandonado sin darle explicaciones. Melody había sufrido un accidente y padecía amnesia, pero Ash estaba decidido a recuperarla y a descubrir los secretos que la habían llevado a alejarse de él; para ello sólo había una forma: hacerse pasar por su prometido y fingir que mantenían una sólida relación sentimental.

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Seitenzahl: 202

Veröffentlichungsjahr: 2011

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2010 Harlequin Books S.A. Todos los derechos reservados. DESPERTAR DE NUEVO, N.º 64 - abril 2011 Título original: Money Man’s Fiancée Negotiation Publicada originalmente por Silhouette® Books. Publicada en español en 2011

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9000-272-8 Editor responsable: Luis Pugni

ePub X Publidisa

Despertar de nuevo

MICHELLE CELMER

Prólogo

Febrero

Melody Trent metió la ropa en la maleta con una prisa innecesaria, pues sabía que Ash aún tardaría bastante en regresar. Sus jornadas laborales se hacían cada vez más largas, el tiempo que pasaba con ella era cada vez más escaso, y no sería ninguna sorpresa que pasaran varios días hasta que advirtiera la desaparición de Melody.

Sintió el escozor de las lágrimas y cómo se le formaba un nudo en la garganta. Rápidamente se mordió un carrillo y respiró hondo para calmarse. Nunca había sido una persona de lágrima fácil, y la única explicación que se le ocurrió fue que tenía las hormonas revolucionadas.

Le hubiera gustado culpar a la frivolidad de su madre de que su relación con Ash había durado sólo tres años porque el matrimonio más largo de su madre –de cinco que había tenido–, apenas había durado nueve meses. Quería ser diferente de su madre, ser mejor que ella y marcar distancias entre los problemas de su madre y el suyo propio.

Miró la única foto que tenía con su madre, encima de la cómoda. En ella se veía a Melody con trece años, aunque su cuerpo parecía el de una niña de diez, flacucha, escuchimizada y desgarbada junto a la voluptuosa y despampanante figura de su madre. La infancia y adolescencia las pasó en un insignificante segundo plano, prácticamente invisible, hasta que empezó la universidad y compartió piso con una chica que trabajaba como monitora de educación física. Tuvo que someterse a un entrenamiento largo y exhaustivo, pero al cabo de un año ya podía presumir de sus curvas y los hombres empezaron a fijarse en ella.

Su cuerpo era el cebo perfecto, y la adicción al sexo era lo único que mantenía el interés del género masculino. ¿Qué otro motivo podría tener un hombre para estar con alguien como ella? Era lista e ingeniosa, pero no la típica chica que sólo pensara en divertirse. Desde siempre había preferido quedarse en casa leyendo o estudiando que ir desmelenándose de una fiesta en otra.

Por esa misma razón había congeniado tan bien con Ash. Él la mantenía económicamente y ella se ocupaba de todo lo demás, pudiendo estudiar Derecho y hacer otras cosas sin tener que preocuparse de llevar un sueldo a casa. No le importaba en absoluto cocinar, limpiar o poner la lavadora. Llevaba haciéndolo toda su vida, pues su madre jamás se había ocupado de las tareas domésticas… no fuera a romperse una uña.

Lógicamente, el trato incluía mantenerlo sexualmente satisfecho, y en eso Melody era una auténtica maestra. Pero en los últimos seis meses sentía que Ash se estaba alejando de ella. Por muy atrevida, apasionada o complaciente que se mostrara en la cama, él parecía tener la cabeza en otra parte cuando hacían el amor.

El retraso en la regla no la sorprendió ni asustó. Ash le había dejado muy claro que era estéril, por lo que nunca usaban protección. Pero cuando los pechos y el apetito empezaron a aumentarle, supo que estaba embarazada incluso antes de hacerse la prueba. Ash era un buen hombre y haría lo correcto por su riguroso sentido de la responsabilidad, pero ¿de verdad quería ella atarse a un hombre que no quería ser padre ni marido?

Si abandonaba a Ash tendría que dejar también la carrera de Derecho, aunque hacía bastante tiempo que había perdido todo interés por sus estudios. Pero le faltaba el coraje para decírselo a Ash. Había invertido tanto en su formación que sería muy humillante decirle que no había servido para nada.

Y así siguió hasta que un día, estando en la ducha mientras pensaba en su próximo paso, Ash entró con una cámara de vídeo. Melody estaba demasiado cansada, física y emocionalmente, para interpretar el papel que se esperaba de ella, y en cualquier caso ya no le encontraba ningún sentido. La decisión estaba tomada. Tres años jugando a ser la mujer perfecta la habían llevado al límite de sus fuerzas; no quería seguir impresionándolo.

Pero cuando Ash se metió en la ducha y empezó a tocarla y besarla con una ternura que nunca había demostrado hasta entonces, Melody se derritió. Y cuando hicieron el amor, sintió que por primera vez en su farsa de relación Ash veía y valoraba a la verdadera Melody. Se permitió creer entonces que, en el fondo, muy en el fondo, Ash tal vez la amara.

Durante dos semanas no supo qué hacer. Albergaba la esperanza de que Ash se alegraría al saber lo del bebé, hasta que un día él volvió del trabajo despotricando contra Jason Reagert, a quien habían obligado a casarse y tener un hijo no deseado para ascender en su carrera. Al oír cómo se vanagloriaba de tener una mujer que respetara sus límites, Melody supo que sus fantasías nunca se harían realidad.

Todo había acabado. Era el momento de marcharse.

Metió el resto de sus cosas en la maleta, salvo los vestidos de fiesta y la lencería sexy. No los necesitaría en el lugar al que iba. Y en cualquier caso no le valdrían al cabo de unos meses. A sus veinticuatro años, su vida se reducía a dos maletas y una bolsa de viaje. Pero eso iba a cambiar. Dentro de poco tendría un hijo al que querer, y tal vez algún día encontrase a un hombre que la apreciara por lo que realmente era.

Llevó el equipaje a la puerta y agarró el bolso de la encimera de la cocina. Se cercioró de que seguía conteniendo los seis mil dólares que durante tres años había ahorrado para una ocasión como aquella.

Tenía un bloc y un bolígrafo preparados para escribirle una carta a Ash, pero no sabía qué decirle. Podría darle las gracias por todo lo que había hecho por ella, pero ¿acaso no se lo había agradecido ya lo suficiente? Podría decirle que lamentaba lo que estaba haciendo, pero estaría mintiendo. No lo lamentaba en absoluto. Al fin y al cabo, le estaba dando a Ash la libertad que él tanto necesitaba. En unas pocas semanas habría encontrado a una sustituta y ella sólo sería un recuerdo lejano.

Agarró las maletas y abrió la puerta, echó un último vistazo a su alrededor y se alejó para siempre de aquella vida.

Capítulo Uno

Abril

Asher Williams no era un hombre al que le gustase esperar, y la verdad era que rara vez tenía que hacerlo cuando quería algo. Pero al contratar los servicios de un detective privado le habían advertido que encontrar a una persona desaparecida podría llevar bastante tiempo. Y más aún si la persona en cuestión no deseaba que la encontrasen. Ante semejante perspectiva, resignado a esperar, lo sorprendió recibir una llamada del detective tan sólo dos días después.

Estaba en una reunión y generalmente no respondía al móvil en la oficina, pero al ver el número del detective en la pantalla no pudo menos que hacer una excepción. Tenía el presentimiento de que podían ser muy buenas noticias, o muy malas.

–Disculpadme un momento –les dijo a sus colegas, y se levantó del sillón para alejarse hacia el otro extremo de la sala–. ¿Alguna novedad? –preguntó, y entonces oyó las palabras que había estado esperando.

–La he encontrado.

En aquel instante se sintió invadido por una desconcertante mezcla de alivio y rencor.

–¿Dónde está?

–Se aloja en Abilene, Texas.

¿Qué demonios estaba haciendo en Texas?

No importaba. Lo esencial era devolverla a casa, y el único modo de hacerlo era ir en su busca. Estaba convencido de que, con un poco de persuasión, podría hacerle ver que se había equivocado al abandonarlo y que él sabía lo que era mejor para ella.

–Estoy en una reunión. Te llamo en cinco minutos –cortó la llamada y volvió junto a sus colegas–. Lo siento, pero tengo que irme. No sé cuánto tiempo estaré fuera, pero espero que no sean más que unos días. Os avisaré cuando sepa algo más.

El desconcierto reflejado en los rostros lo dijo todo. En todo su tiempo como gerente de Maddox Communications, Ash nunca había faltado a una reunión, nunca había llegado tarde al trabajo, nunca había pedido una baja por enfermedad y no recordaba la última vez que se tomó unas vacaciones.

De camino a su despacho le pidió a su secretaria, Rachel, que no le pasara ninguna llamada y que cancelara todos sus compromisos para la próxima semana.

Los ojos de Rachel se abrieron como platos.

–¿Para toda la semana?

Ash cerró la puerta de su despacho y se dejó caer en el sillón. La cabeza le daba vueltas con todo lo que tenía que hacer mientras marcaba el número del detective.

–Me dijiste que tardarías meses en encontrarla. ¿Estás seguro de que se trata de la auténtica Melody Trent?

–Completamente seguro. Tu novia sufrió un accidente de coche. Por eso la encontré tan rápido.

Melody Trent no era su novia. En realidad, era su amante. Un cuerpo que le calentaba la cama después de un largo día de trabajo. Él le había pagado sus estudios de Derecho y sus gastos de manutención a cambio de una compañía libre de compromisos. Como a él le gustaba.

–¿Está herida? –preguntó. Como mucho, esperaba que sólo hubiera sufrido algunas magulladuras. De ninguna manera estaba preparado para oír lo que le dijo el detective.

–Según el informe de la policía, hubo una víctima mortal y el conductor, tu novia, sufrió una fuerte colisión.

A Ash se le revolvió el estómago.

–¿Cómo?

–Ha estado ingresada en el hospital un par de semanas.

–Has dicho que hubo una víctima. ¿Qué ocurrió exactamente?

Se levantó y se puso a caminar de un lado para otro mientras el detective lo ponía al corriente de los detalles. No eran muchos, pero sí mucho peores de lo que jamás se hubiera imaginado.

–¿Hay cargos contra ella?

–Por suerte, no. La policía lo archivó como un accidente. Pero eso no significa que no haya una demanda civil.

Ya se ocuparían de eso cuando llegara el momento.

–¿Cómo está Melody? ¿Sabes algo de su estado?

–En el hospital sólo me dijeron que estaba estable y que únicamente pueden darle más información a su familia. Pregunté si podía hablar con ella y me dijeron que no recibía llamadas, lo que en lenguaje médico podría traducirse como que se encuentra inconsciente.

Desde que Melody lo abandonara, Ash se había pasado las horas pensando en su regreso, imaginándose como se arrastraba a sus pies para suplicarle perdón. Al menos ya sabía por qué no lo había hecho, pero tampoco le servía de consuelo. Y nada ni nadie iba a impedir que descubriera la verdad.

–Supongo que su familia seré yo…

–¿Vas a hacerte pasar por un primo lejano o algo así?

–Claro que no –necesitaba algo más creíble. Algo que pudiera demostrar.

Tenía que ser el novio de Melody.

Al día siguiente Ash tomó el primer vuelo a Dallas y en el aeropuerto alquiló un coche para dirigirse a Abilene. Había llamado al hospital la tarde anterior y había concertado una cita con el médico responsable de Melody. Al parecer, Melody había recuperado el conocimiento y estaba fuera de peligro, pero ésa fue la única información que pudo obtener por teléfono.

Cuando entró en el hospital se dirigió directamente hacia los ascensores, sin detenerse en el mostrador de recepción. Hacía tiempo que había aprendido que si se mostraba firmeza y resolución en esos lugares, nadie intentaría impedir el paso. Aunque, mientras subía a la tercera planta descubrió que, lejos de sentirse seguro y decidido, estaba más nervioso de la cuenta. ¿Y si Melody no quería regresar con él?

Claro que volvería con él. Su precipitada marcha había sido una imprudencia y sólo era cuestión de tiempo hasta que se diera cuenta de su error. Además, ¿adónde podía ir para recuperarse de sus heridas? Melody lo necesitaba, quisiera admitirlo o no.

Se detuvo en la sala de enfermeras y preguntó por el doctor Nelson, quien apareció a los pocos minutos.

–¿Señor Williams? –lo saludó, estrechándole la mano. En su tarjeta de identificación se leía «Neurología», por lo que Melody debía de haber sufrido daños cerebrales. Aquello explicaba que hubiera estado inconsciente, pero ¿significaría entonces que sus heridas eran más graves de lo que Ash se había imaginado? ¿Sería posible que nunca se recuperara por completo?

–¿Dónde está mi novia? –preguntó, sorprendido por el pánico que despedía su voz. Tenía que mantener la compostura, pues de lo contrario sólo conseguiría empeorar las cosas. Sobre todo si Melody les decía que él no era su novio.

Se tomó un segundo para calmarse y adoptó un tono mucho más sereno.

–¿Puedo verla?

–Naturalmente, pero ¿le importa que hablemos antes?

Ash quería ver a Melody cuanto antes, pero siguió al médico hasta una pequeña sala de espera junto al ascensor. La sala estaba vacía, salvo por el televisor del rincón que emitía un programa de variedades. El médico se sentó y le indicó a Ash que hiciera lo mismo.

–¿Qué sabe del accidente? –le preguntó el doctor Nelson.

–Me han dicho que el coche volcó y que murió una persona.

–Su novia es una mujer muy afortunada, señor Williams. Estaba conduciendo por una carretera secundaria, apenas transitada, cuando tuvo el accidente. Pasaron varias horas hasta que alguien pasó y la vio. La trajeron hasta aquí en helicóptero, pero si el equipo médico de urgencia no la hubiera atendido allí a tiempo, habría sido demasiado tarde para salvarla.

Ash se estremeció por dentro. La idea de que Melody hubiera estado a punto de morir, atrapada y sola, le resultaba horriblemente surrealista. Tal vez estuviera furioso con ella por haberlo dejado, pero seguía importándole.

–¿Cuál es el alcance de sus heridas?

–Ha sufrido un hematoma subdural.

–¿Por un traumatismo craneal?

El médico asintió.

–Hasta hace dos días estaba en un coma inducido.

–Pero ¿se recuperará?

–Esperamos que sí.

El alivio que lo invadió fue tan intenso que, de no haber estado sentado, sus piernas no habrían podido sostenerlo.

–Aunque me temo que hay algo más –añadió el médico con expresión sombría.

Ash frunció el ceño.

–¿De qué se trata?

–Lamento decirle que ha perdido al bebé.

–¿Qué bebé? –preguntó Ash. Melody no tenía ni iba a tener a ningún bebé.

El médico parpadeó con asombro.

–Lo siento. Pensaba que usted sabía que estaba embarazada.

¿Melody embarazada? ¿Cómo era posible, si él se había quedado estéril por la radioterapia que recibió de niño?

–¿Está seguro?

–Completamente.

La única explicación era que Melody lo hubiera estado engañando con otro. El nudo que se le formó en la garganta le impedía respirar. ¿Por eso lo había abandonado? ¿Para estar con su amante, el padre de su hijo?

Y él, como un imbécil enamorado, había ido tras ella para convencerla de que volviera a casa.

Su primer impulso fue levantarse, salir del hospital y no volver a acercarse a Melody nunca más. Pero su cuerpo se negaba a moverse. Tenía que verla, aunque sólo fuera una última vez. Tenía que saber por qué lo había traicionado, después de todo lo que había hecho por ella. Al menos Melody podía tener la decencia y el coraje de ser sincera con él.

El médico parecía sorprendido, y no sin razón, de que el supuesto novio de su paciente no supiera nada del embarazo. Pero Ash no se sentía obligado a darle explicaciones.

–¿De cuánto estaba? –le preguntó.

–Creemos que de catorce semanas –respondió el médico.

–¿Creen? ¿Es que no lo ha dicho ella?

–No le hemos dicho nada del aborto. En estos momentos sería muy perjudicial para su recuperación.

–Entonces ¿ella cree que sigue embarazada?

–No sabía que estaba embarazada cuando sufrió el accidente.

Ash frunció el ceño. Aquello no tenía ningún sentido.

–¿Cómo que no lo sabía?

–Lo lamento, señor Williams, pero su novia padece amnesia.

Unos dedos invisibles atenazaban el dolorido cerebro de Melody. Era como si un torno se estuviera introduciendo de manera lenta e imparable en su cráneo.

–Es la hora de los calmantes –anunció la enfermera, apareciendo junto a la cama como si Melody la hubiese invocado mentalmente.

O tal vez hubiera pulsado el botón de llamada. No lo recordaba. Todo le seguía pareciendo un poco borroso, pero el médico le había dicho que era perfectamente normal. Sólo necesitaba tiempo para que se disiparan los efectos de la anestesia.

La enfermera le tendió un vaso de plástico lleno de pastillas y un vaso de agua.

–¿Puedes tomarte esto, cariño?

Sí, podía, pensó Melody. El agua fría le sentaba bien contra el escozor de la garganta. Sabía cómo tragar pastillas, cepillarse los dientes y manejar el mando a distancia. Podía usar un cuchillo y un tenedor y también leer las revistas del corazón que le llevaba la enfermera.

Entonces, ¿por qué no podía recordar ni su propio nombre?

No sólo eso. No recordaba absolutamente nada, ni siquiera el accidente de coche que parecía haber sido la causa de su estado actual. Era como si le hubieran arrebatado todos los recuerdos de la vida anterior a ese accidente.

El neurólogo lo atribuía a una amnesia pos-traumática, y cuando Melody quiso saber cuánto duraría, la respuesta no fue precisamente alentadora.

–El cerebro es un órgano muy misterioso del que apenas sabemos nada –le había dicho–. La amnesia podría alargarse una semana, o un mes. Incluso existe la posibilidad de que sea permanente. Tendremos que esperar.

Pero ella no quería esperar. Quería las respuestas ahora. Todo el mundo le decía que había sido muy afortunada. Aparte del golpe en la cabeza había escapado casi ilesa del accidente, sin huesos rotos ni heridas graves que le dejaran cicatrices imborrables. Pero cuando cambiaba de canal en la televisión en busca de sus programas favoritos y no reconocía ninguno, o cuando se tomaba la comida sin saber qué platos eran de su agrado, no se sentía muy afortunada. En realidad, se sentía condenada. Como si Dios la estuviera castigando por algo horrible que hubiera hecho pero de lo que no podía acordarse.

La enfermera examinó la botella de suero y anotó algo en la gráfica.

–Pulsa el botón si necesitas algo.

Respuestas, pensó Melody mientras la enfermera se alejaba. Sólo quería respuestas.

Se llevó la mano a la cabeza y palpó la línea de puntos sobre la oreja izquierda, donde le habían perforado el cráneo para aliviar la presión que provocaba la hinchazón del cerebro. La habían salvado al borde de la muerte, pero Melody se preguntaba a qué vida la habían devuelto. No tenía parientes vivos, ni hermanos, ni hijos, ni recuerdos de haber estado casada. Tampoco se acordaba de sus amigos o colegas, y nadie había ido a visitarla al hospital. ¿Significaba eso que siempre había estado tan… sola?

Su dirección estaba en San Francisco, California… donde quiera que estuviera California… a tres mil kilómetros del lugar del accidente. Era desconcertante que pudiera reconocer palabras y números, mientras que las fotos de la ciudad donde supuestamente había vivido tres años no le decían absolutamente nada. ¿Qué había estado haciendo tan lejos de casa? ¿De vacaciones, tal vez? ¿Iba de camino a visitar a unos amigos? De ser así, ¿por qué no se habían preocupado por ella cuando no se presentó a la cita?

¿O podría tratarse de algo más siniestro?

Al despertar del coma había vaciado su bolso con la esperanza de hallar algún recuerdo en su contenido. Su sorpresa fue mayúscula cuando, aparte de una cartera, un cepillo, varios pintalabios y una lima de uñas, encontró un grueso fajo de billetes. Rápidamente lo devolvió al bolso antes de que alguien lo viera. Esperó hasta la noche para contarlo y resultaron ser cuatro mil dólares.

¿Estaba huyendo de alguien? ¿Había cometido algún delito? ¿Tal vez se había golpeado la cabeza en los aseos de una gasolinera? Pero si así fuera, ¿por qué no la había detenido la policía?

Tenía que haber una explicación lógica, pero por si acaso, no le contaría a nadie lo del dinero y mantuvo el bolso anudado a su muñeca todo el tiempo.

Oyó voces en el pasillo y estiró el cuello para ver quién hablaba. Había dos hombres junto a la puerta de su habitación. El doctor Nelson, su médico neurólogo, y otro hombre al que no reconoció. No era nada extraño, teniendo en cuenta que no reconocía a nadie.

¿Podría ser otro médico? En los dos últimos días había visto a muchos de ellos. Pero había algo en él, en su forma de moverse y expresarse, que lo hacía diferente del personal del hospital. Aquel hombre era alguien importante. Alguien con un gran poder.

Lo primero que se le vino a la cabeza fue que se trataba de un inspector de policía. Tal vez la policía había visto el dinero en su bolso y habían enviado a alguien a interrogarla. Pero enseguida se percató de que un funcionario público no podía costearse un traje tan caro. No sabía por qué sabía que aquel traje costaba una fortuna, pero el instinto le decía que podía reconocer la ropa de diseño, aunque no se acordara de las marcas. Tampoco se le pasó por alto lo bien que le quedaba el traje al hombre. Sin duda estaba hecho a medida.

El hombre escuchaba con atención al médico y asentía de vez en cuando. ¿Quién podía ser? ¿La conocía a ella? Seguramente, porque de lo contrario ¿qué estaba haciendo allí?

Se giró hacia ella y la pilló mirándolo. Sus ojos se encontraron y a Melody le dio un vuelco el corazón al apreciar su atractivo físico. Era alto y delgado, de rasgos marcados y angulosos, y ojos claros y penetrantes. Parecía un personaje de televisión o de las revistas del corazón.

El hombre le dijo unas palabras al médico, sin dejar de mirarla, y entonces entró en la habitación y caminó directamente hacia la cama. Un aura de autoridad precedía sus pasos. Fuera quien fuera, sabía lo que quería, y parecía estar dispuesto a lo que hiciera falta para conseguirlo.

–Tienes visita, Melody –dijo el doctor Nelson, que también había entrado en la habitación.

El hombre permaneció en silencio junto a la cama, observándola con aquellos ojos de color verde, tan únicos e intensos como el resto de su persona. Parecía estar esperando a que ella dijera algo, pero Melody estaba cada vez más confusa.

El doctor Nelson se colocó al otro lado de la cama y Melody agradeció su reconfortante presencia, porque el severo escrutinio de aquel desconocido no la ayudaba a tranquilizarse.

–¿Te resulta familiar? –le preguntó el doctor Nelson.

Melody negó con la cabeza. El hombre era muy agradable a la vista, pero no recordaba haberlo visto antes.

–¿Debería?

Los dos hombres intercambiaron una mirada.

–Melody… –dijo el doctor Nelson con voz serena y tranquilizadora–, es Asher Williams. Tu novio.

Capítulo Dos

Melody negó enérgicamente con la cabeza. No sabía por qué, pero se negaba a aceptar lo que el médico le estaba diciendo. Tal vez fuera el modo en que aquel desconocido la miraba, como si el accidente hubiera sido un desaire para él. ¿No debería mostrar alivio, al menos, al ver que estaba viva? ¿Por qué no lloraba de alegría? ¿Por qué no la estrechaba entre sus brazos?

–No, no lo es –dijo Melody.

El médico frunció el ceño, y el supuesto novio pareció sorprenderse.

–¿Recuerdas algo? –preguntó el doctor Nelson.

–No, pero lo sé. Este hombre no puede ser mi novio.