Desterrada del paraíso - Bella Frances - E-Book

Desterrada del paraíso E-Book

Bella Frances

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Beschreibung

¡Seducida, despreciada y embarazada! La prometedora fotógrafa Coral Dahl no podía permitirse distracciones durante su primer encargo importante. Pero la belleza de Hydros, la isla privada donde se iba a realizar la sesión de fotos, no era nada en comparación con el atractivo Raffaele Rossini. Y Coral se vio incapaz de resistirse a aquel carismático magnate. Raffaele se llevó una sorpresa al descubrir que Coral podía tener motivos ocultos para estar en Hydros y la echó de la isla. Pero no podía imaginar que la noche de pasión que compartió con ella iba a tener consecuencias inesperadas…

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Editado por Harlequin Ibérica.

Una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

 

© 2017 Bella Frances

© 2018 Harlequin Ibérica, una división de HarperCollins Ibérica, S.A.

Desterrada del paraíso, n.º 2620 - abril 2018

Título original: The Consequence She Cannot Deny

Publicada originalmente por Mills & Boon®, Ltd., Londres.

 

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con autorización de Harlequin Books S.A.

Esta es una obra de ficción. Nombres, caracteres, lugares, y situaciones son producto de la imaginación del autor o son utilizados ficticiamente, y cualquier parecido con personas, vivas o muertas, establecimientos de negocios (comerciales), hechos o situaciones son pura coincidencia.

® Harlequin, Bianca y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

Imagen de cubierta utilizada con permiso de Harlequin Enterprises Limited. Todos los derechos están reservados.

 

I.S.B.N.: 978-84-9188-126-1

 

Conversión ebook: MT Color & Diseño, S.L.

Índice

 

Portadilla

Créditos

Índice

Capítulo 1

Capítulo 2

Capítulo 3

Capítulo 4

Capítulo 5

Capítulo 6

Capítulo 7

Capítulo 8

Capítulo 9

Capítulo 10

Capítulo 11

Capítulo 12

Capítulo 13

Capítulo 14

Epílogo

Si te ha gustado este libro…

Capítulo 1

 

¡Algo extraordinario va a ocurrir!

 

Eso declaraba el dossier de prensa de la revista Heavenly en su cubierta.

«Estoy segura de ello», pensó Coral Dahl al tiempo que se recostaba en el asiento de cuero de color crema del avión privado de Romano Publishing’s y comenzaba a ojear el dossier. «Con un poco de suerte, eso es lo que me va a ocurrir a mí».

Las palabras de la portada se hacían eco de lo que ella esperaba de ese viaje; sin embargo, para los expertos en moda, para los creativos, para los estilistas y maquilladores y personal de editorial, era un día más de trabajo. Pero para una fotógrafa novata como ella era una oportunidad única.

En menos de una hora iban a aterrizar en Hydros, la isla privada de la familia Di Visconti. Iban a pasar dos días fotografiando a Salvatore, el heredero, y a su prometida antes de su discreta y selecta boda. Todo ello después de haber firmado un contrato de confidencialidad. Por triplicado.

–Bien, prestad atención –dijo Mariella, la editora jefe–. Al parecer, Raffaele, el hermano de Salvatore, va a estar presente en todo momento en calidad de supervisor. Sí, ya os veo suspirar, pero no quiero que cunda el pánico y tampoco quiero ver a nadie coqueteando con él. Yo me encargaré de todo. Somos profesionales y sabemos hacer nuestro trabajo. Bueno, casi todos –añadió mirando a Coral–. Estoy segura de que no va a haber ningún problema. Le conozco y sé que, sea lo que sea lo que le tiene preocupado, lo solucionaré.

Coral miró a su alrededor. Todas las mujeres habían agarrado sus bolsos y se estaban retocando el maquillaje.

–¿Qué es lo que pasa? –le preguntó a la chica que iba sentada a su lado.

–Raffaele Rossini, director ejecutivo de Romano. ¡Un macizo! –la chica lanzó una carcajada y se pintó los labios–. Por supuesto, imposible ligar con él, pero eso no nos va a impedir intentarlo.

Coral arqueó las cejas. Ella no tenía intención de ligar con nadie, ese era un viaje de trabajo. Solo conocía de oídas a la familia Di Visconti antes de recibir el dossier que había estado ojeando; pero ahora ya sabía mucho sobre el difunto Giancarlo, el fundador de la empresa de barcos de cruceros Argento, y de su hijo Salvatore; y, por supuesto, del enigmático Raffaele Rossini, el hombre que estaba a la cabeza del imperio editorial Romano, que editaba la revista Heavenly.

–Raffaele es inaccesible. Es como un dios. Por eso resulta increíble que vayamos a conocerle.

Coral continuó ojeando el informe. Vio fotos del primer barco crucero de la flota Argento en los años cincuenta del siglo XX; en la actualidad, la empresa contaba con doce extraordinarios barcos. Era la flota de cruceros más selecta del mundo.

Buscó información sobre Raffaele, pero lo único que descubrió fue que tenía una casa en lo alto de un acantilado no lejos de la villa de su familia y que había sacado al mercado varias revistas a lo largo de los años. Ah, y que era multimillonario.

–El dossier no dice casi nada sobre Raffaele –comentó Coral con el ceño fruncido.

–No le gusta la publicidad –declaró Mariella–. El hecho de que quiera supervisar nuestro trabajo es algo muy raro. Así que será mejor que todo el mundo se esfuerce por hacer bien su trabajo. Coral, ¿te has preparado bien? Solo tienes una sesión de fotos con Kyla hoy al mediodía. No será dentro de la casa, sino en la galería. ¿De acuerdo? Ah, y nada de extravagancias. ¿Entendido? Intenta no ponerte nerviosa, habla solo cuando te pregunten y déjalo todo en manos de los profesionales.

A Coral se le encogió el corazón. ¿Fuera de la casa? ¿En la galería? Eso significaba que su trabajo consistiría exclusivamente en posicionar el paraguas reflectante. Y eso después de sus esfuerzos para conseguir ese trabajo.

El material de su portafolio era muy artístico. Su madre, Lynda Dahl, se quedaría horrorizada si se enterara de que la cúspide profesional de su talentosa hija, después de su brillante paso por la escuela de arte, iba a ser una serie de fotos a la novia de un multimillonario.

Bueno, siempre era difícil abrirse paso en una profesión. Ella iba a comenzar en Hydros e iban a publicar su trabajo en Heavenly. No era un mal comienzo para una fotógrafa en su primer mes de trabajo.

El avión aterrizó y, al desembarcar, les recibió el espectacular sol primaveral del Adriático.

Se apartó de sus compañeros y llamó a Lynda. Había firmado un contrato de confidencialidad, pero su madre se preocupaba mucho por ella y, cuando se preocupaba, se angustiaba, y cuando se angustiaba…

Eso era algo que había que evitar a toda costa.

Su madre no contestaba y, por el rabillo del ojo, vio al resto de sus compañeros caminando hacia unos coches.

Envió un mensaje por el móvil:

 

Acabamos de aterrizar en una isla griega. Vamos a ver a nuestro cliente. No te puedo contar nada más porque he firmado una cláusula de confidencialidad. Besos.

 

Guardó el móvil en el bolso y corrió para reunirse con sus compañeros. Fue entonces cuando vio el motivo de su atención.

Entre los hombros de unas y otras vio una hilera de coches con las puertas de los chóferes abiertas y estos uniformados con pantalones negros y camisas blancas. Todos parecían estar esperando.

Entonces, un hombre salió de uno de los coches.

–¡Dios mío! –oyó exclamar a unas y a otras–. ¡Atención, que viene el irresistible!

Coral aguzó la vista. ¿Tan extraordinario era Raffaele Rossini?

Alto y en buena forma física. ¿Proporciones?, perfectas. ¿Guapo?, sí. Extraordinariamente guapo. Cabello castaño y la sombra de una barba en sus mejillas, alrededor de los labios y en la mandíbula. No le gustaban las barbas incipientes. En principio.

Cuando él se movió entre los coches fue cuando ella lo sintió. ¡Guau! Era imposible negar el magnetismo de ese hombre.

Pero iba a ser su jefe. Estaba completamente fuera de su alcance.

Raffaele Rossini avanzó despacio, con los ojos ocultos tras las gafas de sol. Su expresión era neutral, pero cuando asintió con la cabeza fue como una caricia. Y su voz, cuando habló, fue como un abrazo. Todas suspiraron.

–Bienvenidas a la isla de Hydros. Espero que hayan tenido un buen vuelo. Mis empleados las llevaran a sus villas y se asegurarán de que estén cómodas.

Mariella asintió y el resto pestañeó su agradecimiento.

–Todas han firmado un contrato de confidencialidad, doy por sentado que son plenamente conscientes de que no pueden publicar ninguna foto que no esté autorizada ni hacer grabaciones para publicarlas en Internet.

Todas respondieron afirmativamente y él se dirigió a Mariella.

–Y la chica que has recomendado, Mariella… ¿dónde está?

Como si hubiera contraído una enfermedad contagiosa, todas se apartaron de Coral.

–Esta es Coral Dahl, Raffa. La chica de la que te he hablado.

Coral sonrió y esperó a que él se dirigiera a ella, pero Raffaele no lo hizo. Se limitó a lanzarle una rápida mirada.

–Usted es quien va a fotografiar a Kyla.

No había sido una pregunta, pero Coral asintió.

–Sí, así es. Estoy encantada de haberle conocido y de tener la oportunidad de trabajar en la revista.

Él se la quedó mirando.

El resto del equipo guardó silencio mientras Raffaele se acercaba a ella.

–Hablemos de ello durante el camino. Páseme su bolsa.

Coral clavó los ojos en la enorme bolsa de cuero que hacía las veces de bolso, cartera y maleta.

–No, no, no se moleste, no hace falta –respondió ella con una sonrisa.

Él se quedó esperando y, por fin, Coral comprendió. Ese hombre estaba acostumbrado a que le obedecieran. Le pasó la bolsa.

–Ahí –Raffaele indicó el segundo coche de la fila, deportivo, a diferencia de los otros con tracción a las cuatro ruedas. Raffaele le abrió la portezuela del asiento contiguo al conductor y ella se metió en el vehículo.

Coral percibió el olor a cuero y a almizcle; y, cuando Raffaele se sentó al volante, le llegó el olor de él.

Aunque no miró por la ventanilla, sintió los ojos del grupo en ellos. Raffaele tomó una carretera secundaria y pisó el acelerador. Ella dio un respingo hacia atrás y agarró el cinturón de seguridad.

–Bueno, Coral, cuénteme algo de su vida.

–Bueno… tengo veinticuatro años, vivo en un pequeño piso en Islington, Londres, y trabajo en un café que hay a la vuelta de la esquina de mi casa. Pero siempre he querido ser fotógrafa de la moda. Por eso este trabajo es como un sueño convertido en realidad.

–Entiendo. ¿Ha estudiado arte?

Coral se aferró al asiento mientras él tomaba las curvas del acantilado a toda velocidad.

–Sí, empecé estudiando pintura. Mi madre es pintora y, de pequeña, me pasaba la vida en las galerías de arte. Cuando podía, me llevaba de viaje por todo el país. Cuando no podía…

–Cuando no podía… ¿qué?

–Lo que quiero decir es que me especialicé en fotografía porque mi madre, con la pintura, apenas podía sufragar los gastos. Quiero un trabajo creativo, pero también quiero ganar dinero. Y…

–Es un mercado muy saturado. ¿Qué le hace pensar que conseguirá abrirse paso?

–Soy buena fotógrafa –respondió ella. No quería presumir, pero sabía que era buena.

–Tiene un máster en fotografía y la directora creativa de mi revista opina que su trabajo es excelente.

–Gracias.

–Pero, para mí, este trabajo es demasiado importante como para dejarlo en manos de una novata.

¿Ese era el problema? No iba a ser nada fácil.

–Empecemos con el aspecto creativo. ¿Cómo tiene pensado enfocarlo? ¿Como un relato? ¿Como un concepto?

No iba a ser ella quien le dijera que era Mariella quien lo había decidido todo, incluida la galería. El corazón le latió con fuerza mientras pensaba a toda velocidad. Miró el paisaje, las islas volcánicas en la distancia que salpicaban el mar.

–Yo… llevo pensando en ello desde que despegamos. Sabía que la luz era extraordinaria y los colores muy fuertes; pro eso, me gustaría revisar la mitología referente a las diosas griegas.

Un torrente de palabras escapó de su boca sin más porque era evidente que si no se le ocurría algo extraordinario la iban a enviar de vuelta a casa.

–Cuando pienso en Atenea y en todas esas diosas griegas pienso también en las mujeres de los años setenta, mujeres liberadas pero, al mismo tiempo, increíblemente femeninas. Me gustaría utilizar la nitidez del paisaje y la luz y yuxtaponerlos contra siluetas suaves.

–Entiendo –él frunció el ceño al tiempo que tomaba un desvío.

A la vista apareció una edificación moderna con enormes ventanales que se curvaban hacia la derecha abrazando el acantilado.

Raffaele aparcó delante de una gran entrada de piedra en la que había dos perros negros gigantescos y salió del coche. Ella le miró al salir del vehículo. Su expresión era impasible, pero al menos no le había dicho que volviera a su casa.

–Avanti –dijo Raffaele.

Raffaele le tocó el brazo al quitarle la bolsa, que se echó al hombro, y la condujo a la ancha escalinata de la entrada. Los perros les miraron al pasar, pero no se movieron.

Dentro, la luz era más tenue y dorada. La decoración, desde las arañas de cristal a una piscina hundida aguamarina que la dejó sin respiración, evidenciaban un sutil lujo.

–¡Guau! –exclamó ella sin poder evitar su asombro.

–La piscina de Afrodita –explicó él–. Se dice que bañó al pequeño Adonis aquí.

Coral se acercó. Bajo la burbujeante agua la superficie de las rocas se hundía en una profundidad oscura. Se apartó, como con miedo a caerse.

–La belleza de Adonis hechizaba a Afrodita hasta el punto de hacer imposible que se separara de él. Tenía que compartirle con Perséfone, la diosa de la muerte, durante seis meses al año.

–Los niños no deberían pasarse de una mano a otra como un trapo –declaró Coral indignada.

–Por supuesto –dijo él con calma y en voz baja–. Pero nadie se atrevería a llevarle la contraria a Zeus.

–¡Yo sí! –Coral sonrió.

–Sí, no me sorprendería –dijo él con voz queda.

Raffaele se quitó las gafas de sol, estaba cerca de ella y la observaba. Coral sonrió, hipnotizada por el azul de esos irises, los pómulos altos, la incipiente barba y la piel color miel.

Y qué boca. Quería fotografiar su absoluta perfección. Quería tocarla y pasar los dedos por ella.

–Estaba hablando de inspirarse en la mitología griega…

Coral salió de su ensimismamiento. Le pareció que Raffaele se impacientaba; pero antes de poder contestar a su pregunta, oyó la musiquilla del móvil que había puesto para las llamadas de su madre. Las únicas que contestaba, estuviera con quien estuviese.

–Perdone –dijo Coral hundiendo la mano en la bolsa–. Me llaman por el móvil.

–Conteste más tarde. Esto no nos va a llevar mucho tiempo.

Era mejor no discutir. Su madre se daría cuenta de que estaba ocupada y llamaría más tarde.

–De acuerdo.

Coral sonrió dulcemente y él le indicó un perfecto cuarto de estar con una ornamentada chaise longue. Consciente de lo informal de su atuendo con ese vestido de verano estilo años cincuenta, oyó el rechinar de sus zapatos en el suelo de mármol. Se lo había puesto porque la ropa vintage estaba de moda, pero en medio de tanto lujo se sintió harapienta.

«No todo el mundo nace rico», pensó a la defensiva.

Tomó asiento bajo la penetrante mirada de él.

–Sinceramente, sus ideas no me parecen nada originales.

«Genial».

–El tema de las diosas griegas se ha explotado hasta la saciedad. Kyla es una australiana que va a contraer matrimonio con un miembro de la nobleza italiana. Creía que debido a su juventud se le ocurriría algo más innovador.

–Le aseguro que puedo hacerlo. Tengo muchas ideas más…

–Su portafolio es muy artístico. Ha hecho cosas muy bonitas e inteligentes. Pero este trabajo tiene que ser sumamente sofisticado. Los lectores de Heavenly quieren ver un cuento de hadas propio del siglo XXI.

–Por supuesto. Un príncipe y Cenicienta.

Raffaele suspiró con impaciencia.

Ella tragó saliva. «¡Vamos, Coral!». La entrevista estaba yendo muy mal. Se había esforzado mucho para conseguir estar allí y no estaba dispuesta a perder ese trabajo. Tenía que hacer algo.

–Si me pudiera explicar lo que quiere estoy segura de que podría hacerlo.

El móvil volvió a sonar. Miró la bolsa. Su madre iba a sufrir un ataque de pánico. Hacía dos días que no hablaban.

–Lo siento, creía que había quitado el sonido al móvil. ¿Le importaría que contestara a la llamada?

–¿No cree que está demasiado ocupada para eso?

Coral cambió de postura en el asiento e hizo un esfuerzo por ignorar la llamada.

–Señor Rossini, le aseguro que reproduciré exactamente lo que usted quiera. Cuando me empeño en algo no paro hasta conseguirlo y…

–Los fotógrafos con los que trabajo son excelentes –la interrumpió él.

No iba a darle una oportunidad. Raffaele Rossini había tomado una decisión. Era injusto.

–¡Todo el mundo tiene que empezar! Por si se le ha olvidado, me he enterado de este trabajo hace apenas un par de horas.

–Puede ser, pero ha dispuesto de dos horas de vuelo para pensar en algo original.

–No creo que esta sea la forma correcta de realizar un encargo. Tiene que haber consultas y discusiones con el cliente, no que me avisen con dos horas de antelación para después someterme a un interrogatorio.

–¿Esto le parece un interrogatorio?

Arrepentida de sus palabras, Coral tragó saliva. Pero era demasiado tarde para echarse atrás.

–Si esto le parece un interrogatorio será mejor que cambie de profesión. Esto es un asunto de negocios, y es personal. Como propietario de Heavenly, simplemente quiero asegurarme de que una novata realice un trabajo con la calidad y discreción requeridas. Yo no la conozco de nada. Lo único que sé de usted es lo que Mariella me ha dicho y lo que oigo que sale de su boca. Y, hasta el momento, no me he llevado una buena impresión. ¿Me ha entendido?

El teléfono volvió a sonar.

–Si prefiere hablar por teléfono, adelante.

Se estaba burlando de ella. Coral metió la mano en la bolsa y sacó el móvil.

–Voy a contestar la llamada –dijo Coral antes de volver el rostro hacia un lado–. Mamá, estoy bien. Sí, todo bien. Mamá, estoy en medio de una entrevista, así que no puedo hablar. Hydros, la isla se llama Hydros. Por favor, mamá, tranquilízate, no te angusties. Te llamaré en cuanto termine. Te lo prometo. No tardaré mucho.

Raffaele Rossini la observaba con las cejas arqueadas mientras ella apagaba el móvil y lo guardaba en la bolsa. El calor que sentía en las mejillas no era nada comparado con la opresión que sentía en el pecho.

–Lo siento, era mi madre –dijo Coral–. Tenía que decirle dónde estaba. Se preocupa por mí y se angustia con mucha facilidad. Sé que he firmado un contrato de confidencialidad, pero jamás he ido a ningún sitio sin decírselo antes a mi madre. Puede que no sea así como se comportan sus «expertos», pero así son las cosas en mi casa.

Él se quedó impasible.

–Como ve, no es el único que se preocupa por su familia –añadió Coral llenando el tenso silencio mientras él continuaba observándola–. Mi familia es tan importante para mí como la suya para usted, la única diferencia es que yo me visto con ropa de segunda mano y no de alta confección. ¿Y qué? La persona que me ha llamado es mi madre. Y, ya que esta entrevista no va a ninguna parte, será mejor que emprenda el viaje de regreso a Inglaterra.

Coral se puso en pie.

–Siéntese –dijo él.

A pesar de lanzarle una mirada desafiante, Coral se sentó. El equipo debía estar preparándose para la sesión de fotos. Le habría encantado quedarse allí a trabajar, pero no iba a permitir que nadie le impidiera hablar con su madre. Nadie.

–En primer lugar, yo decido quién entra y sale de la isla. La única forma de salir de aquí es en mi barco o en mi avioneta. Así que deje de dramatizar. A menos que quiera nadar hasta el continente.

Coral apretó los labios. No iba a dejarse amedrentar.

–En segundo lugar, si vamos a mantener una relación, no voy a permitir que vuelva a hablarme así.

–¿Una relación? –repitió Coral sin comprender.

–Profesional, cliente y fotógrafa.

–No comprendo…

Raffaele suspiró y se sentó frente a ella.

–Digamos que ha pasado la primera prueba.

–¿Que la he pasado? –repitió con la boca abierta–. ¿Cómo? ¿Qué he dicho? ¿Es por lo de los años setenta?

Él se permitió una leve sonrisa.

–No, desde luego que no es por eso. Se debe a su lealtad y a la importancia que le da a la familia. Me gusta. Y, en mi opinión, eso dice mucho de una persona. Sé que sabe sacar fotos, el resto no será problema.

–No lo comprendo –dijo ella en un susurro–. ¿Me va a contratar aunque no le gustan mis ideas?

–Digamos que creo que no me va a decepcionar. Lo que siente por su madre es lo mismo que siento yo por mi familia. Siempre y cuando tenga en cuenta eso, estoy seguro de que podremos trabajar juntos.

–No sé qué decir. Es todo muy…

–No diga nada. Lo único que tiene que hacer es convencerme de que es tan buena con la cámara como dice.

–De acuerdo –Coral se relajó, ligeramente, en el asiento–. No creo que sea difícil. Los elementos para un buen trabajo están ahí. Hacen una pareja encantadora.

Él la miró en silencio unos instantes.

–Sin embargo, existen diferencias importantes entre ambos. La familia Di Visconti rehúye todo tipo de publicidad, al contrario que Kyla, una mujer muy inteligente, que desea que la gente la conozca y la admire. Mi trabajo consiste en controlar lo que la gente vea.

Raffaele se echó hacia delante y la miró con una intensidad que la hizo retroceder en el asiento.

–Giancarlo se pasó los últimos veinte años evitando la intromisión de los medios de comunicación en la vida de su familia. Me adoptó cuando yo tenía ocho años, así que sé de lo que hablo. No voy a permitir que la vanidad de nadie invada la intimidad de la familia.