Diosa por derecho - P.C. Cast - E-Book
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Diosa por derecho E-Book

P.C. Cast

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Beschreibung

Aunque Morrigan fue concebida en medio de una mentira, y estuvo atrapada en un árbol durante toda su gestación, su nacimiento fue verdaderamente mágico. Después de aquel comienzo, pasó los siguientes dieciocho años de su vida como cualquier chica normal de Oklahoma. Cuando descubrió la verdad de su origen, la rabia y la pena se apoderaron de ella y la llevaron de vuelta al mundo de Partholon. Pero allí, en vez de ser respetada como hija de la encarnación de una diosa, Morrigan se sintió como una intrusa rechazada. En su desesperación por formar parte de Partholon, se enfrentará a fuerzas que no podía comprender ni controlar por entero. Y pronto empezaría a sufrir el acecho de una extraña oscuridad…

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid.

© 2007 P.C. Cast. Todos los derechos reservados. DIOSA POR DERECHO, Nº 16 - diciembre 2010 Título original: Divine by Blood Publicada originalmente por Luna™

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción,total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso deHarlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecidocon alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas porHarlequin Books S.A.® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited ysus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® estánregistradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otrospaíses.

I.S.B.N.: 978-84-671-9449-4 Editor responsable: Luis Pugni Epub x Publidisa.

Agradecimientos

Gracias a mi equipo de LUNA, Mary-Theresa Hussey y Adam Wilson. ¡Trabajar con ellos es estupendo! También me gustaría mostrar mi agradecimiento al equipo maravilloso y lleno de talento que creó las exquisitas cubiertas de los tres libros Divine. Son James Griffin, el artista de la carátula original, Erin Craig, que ha puesto al día las tres carátulas y la directora artística de LUNA, Kathleen Oudit.

Como siempre, le doy las gracias a mi agente y amiga, Meredith Bernstein. Gracias, papá, por la información sobre el ecosistema y la vida de los felinos, con la que pude crear mi especie de ficción de lince de las cavernas, y por acompañarme al viaje de investigación a las fabulosas Cuevas de Alabastro y a las Grandes Salinas. Fue muy divertido. ¡Gracias también a Mamá Cast y a Lainee Ann! Me gustaría agradecerle al personal del Parque Estatal de las Cuevas de Alabastro su amabilidad y su ayuda durante mi investigación. El Parque Estatal de las Cuevas de Alabastro está en el noroeste de Oklahoma, y merece la pena visitarlo. Las Grandes Salinas de Oklahoma están al norte del estado, y también es un lugar increíble. Sí, hay formaciones de selenita en las salinas, pero uno tiene que excavar para verlas, no son tal y como yo las he trasladado a la ficción. Lo que no tuve que novelar fue la magia que encontré en ambos lugares. Para obtener más información, existe la dirección de correo electrónico [email protected], y el teléfono de contacto de la Reserva Nacional de la Fauna y Flora de las Salinas: 580-626-4794. ¡Explora Oklahoma y conócela por ti mismo!

Inhalt

Prólogo

Primera Parte

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Segunda Parte

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Tercera Parte

Capítulo Uno

Capítulo Dos

Capítulo Tres

Capítulo Cuatro

Capítulo Cinco

Capítulo Seis

Capítulo Siete

Capítulo Ocho

Capítulo Nueve

Capítulo Diez

Capítulo Once

Capítulo Doce

Capítulo Trece

Capítulo Catorce

Capítulo Quince

Capítulo Dieciséis

Capítulo Diecisiete

Capítulo Dieciocho

Capítulo Diecinueve

Capítulo Veinte

Capítulo Veintiuno

Capítulo Veintidós

Capítulo Veintitrés

Epílogo

Contraportada

Prólogo

No estaba muerta.

No estaba viva, tampoco.

En realidad, podría haber pasado innumerables años habitando en los límites de la existencia. Ni muriendo, ni viviendo. Tan sólo siendo. Si no hubiera sido por la vida que se movía en su vientre, y por la ira que le abrasaba el pecho. Antes de recordar quién era, recordó que la habían traicionado.

«Sí, la ira es buena…».

Aquella voz que resonó en su mente le resultó familiar, y se aferró a ella mientras intentaba encontrarse a sí misma. ¿Quién era? ¿Dónde estaba? ¿Cómo le había ocurrido aquello?

Abrió los ojos. Estaba envuelta en la oscuridad, y oprimida por un peso, como si se hubiera sumergido en una piscina caliente. Por un momento, el pánico la dominó. Si estaba debajo del agua, ¿por qué podía respirar? Tenía que estar muerta, muerta y sepultada para toda la eternidad por crímenes que no recordaba haber cometido.

Entonces, la niña volvió a moverse.

Los muertos no podían dar a luz una vida.

Le ordenó al miedo que se alejara, y éste obedeció. El pánico nunca ayudaba. Pensamiento lógico, frío. Planificación meticulosa, y ejecución precisa del plan. Aquél era el camino al triunfo. Aquél era el modo en que ella siempre había triunfado.

Hasta ahora.

Pero la habían traicionado. ¿Quién? Su ira se intensificó y ella la alimentó añadiendo su frustración y su miedo.

«Sí… Permite que tu ira te purifique…».

Cada vez era más consciente de sí misma. Su mente comenzó a activarse. Sintió un cosquilleo por el cuerpo. Cada vez sentía una ira más fuerte, que le proporcionó calor, energía.

La habían traicionado… La habían traicionado… La habían traicionado…

Aquellas palabras circularon por su cabeza y comenzaron a liberar los recuerdos.

Un castillo junto al mar.

Un templo de mármol, de fuerza y belleza exquisitas.

La llamada de una diosa.

¡Exacto! ¡Ella era divina! ¡Era la elegida de una gran diosa!

Rhiannon…

El nombre apareció en su mente, y con él se abrieron las compuertas que bloqueaban los recuerdos. Entonces, recuperó de golpe su pasado.

¡Su diosa la había traicionado!

Rhiannon lo recordó todo. Las decisiones tomadas con obstinación durante su vida le habían causado enfrentamientos con la diosa Epona. La violación de su ritual de ascensión. El hecho de que Epona nunca hubiera estado contenta con ella. Darse cuenta de que en Partholon nadie la quería de verdad, sino que sólo la adoraban como extensión de la diosa. El Sueño Mágico, en el que había visto a los demoniacos Fomorians infiltrarse en el Castillo de la Guardia y, desde allí, planear la destrucción de Partholon. Los susurros desde la oscuridad, que le decían que había otro modo… otro mundo… otra elección. La visión de aquel otro mundo, que había obtenido a través del poder de aquella voz oscura. Y su decisión de intercambiarse con Shannon Parker, la mujer de aquel otro mundo, cuya apariencia física era tan parecida a la suya que ambas podrían haber nacido del mismo vientre.

Rhiannon se echó a temblar al acordarse del resto de la historia. Clint, el Chamán que ella había encontrado en aquel mundo, era el reflejo del Sumo Chamán ClanFintan, de Partholon, pero se había negado a ayudarla a controlar el poder de aquel extraño mundo, en el que la tecnología era la magia, y la magia era un recurso sin explotar. Así que ella se había visto obligada a usar poderes oscuros para llamar a un sirviente que la ayudara.

Sin embargo, algo había salido terriblemente mal, y Clint y Shannon habían unido sus fuerzas para derrotarla.

Los árboles llamaban a Shannon, no a Rhiannon, y la consideraban la Elegida de Epona, la Amada de la diosa.

Epona ya no pronunciaba el nombre de Rhiannon. La diosa no la consideraba su Elegida. Cuando Rhiannon se había dado cuenta de aquello, se le había roto algo por dentro, se había sentido perdida, aterrorizada. Sin embargo, aquella herida ya no estaba tan fresca.

Epona la había traicionado y había permitido que la sepultaran, mientras que la usurpadora, Shannon, había regresado de manera triunfal a Partholon, y a la vida que debería haber sido suya. Y de su hija.

«Pero no todo el mundo te ha traicionado…».

Ya sabía de quién era aquella voz. El dios del mal, la Triple Cara de la Oscuridad. Pryderi.

Pryderi…

«Todavía estoy aquí contigo. Después de todo, quienes siempre te han traicionado han sido las mujeres. Tu madre murió y te dejó. Shannon te robó lo que te pertenecía. Epona te dio la espalda sólo porque tú no querías ser su mascota».

El dios oscuro tenía razón. Las mujeres siempre la habían traicionado.

«Si te entregas a mí, y me entregas a tu hija, yo nunca te traicionaré. Para recompensar tu obediencia, te daré Partholon».

Rhiannon quería cerrar la mente y no oír la vocecita que le advertía que no se aliara con la oscuridad. Ella quería aceptar el ofrecimiento de Pryderi, pero no era capaz de ignorar la desolación que le producía la idea de entregarse a otro dios. Lógicamente, sabía que había perdido el favor de Epona, y que la diosa se había alejado de ella para siempre. Sin embargo, aunque Rhiannon hubiera buscado otros dioses… otros poderes, nunca había dado aquel paso definitivo. El paso irrevocable de rechazar a Epona y entregarse a otro dios.

Si hacía eso, nunca podría presentarse otra vez ante Epona. ¿Y si la diosa decidía que ella había cometido un error? Si Rhiannon pudiera liberarse de aquel horrible encarcelamiento y volver a Partholon, tal vez Epona volviera a reconocerla como su Elegida. Sobre todo, después de haber dado a luz a su hija, cuya sangre llevaría el legado de cientos de generaciones de Sumas Sacerdotisas de Partholon.

«¿Qué dices, Rhiannon? ¿Te consagrarás a mí?».

Rhiannon percibió un tono áspero en la voz de dios. Había tardado demasiado tiempo en responder. Se concentró apresuradamente y le envió sus pensamientos.

«Eres sabio, Pryderi. Y yo estoy muy cansada de que me traicionen. Sin embargo, ¿cómo voy a consagrarme a un dios si todavía estoy aprisionada? Sabes que la Suma Sacerdotisa debe ser libre para llevar a cabo el ritual de ascensión y quedar vinculada así a un dios».

Pryderi permaneció en silencio durante tanto tiempo que Rhiannon comenzó a temer que lo había presionado demasiado. ¡Tendría que haberse consagrado a él! ¿Y si la abandonaba en aquel momento? Podría quedar atrapada para toda la eternidad.

«Es cierto que la Suma Sacerdotisa debe darse libremente a su dios. Por lo tanto te liberaremos, para que tu hija y tú podáis consagraros a mi servicio».

El árbol que era su tumba viviente se estremeció, y a Rhiannon se le aceleró el corazón. ¡Había apostado y había ganado! Pryderi iba a liberarla. Luchó contra el peso que la aplastaba por todas partes... que la atrapaba... que la ahogaba.

«Éste no es el camino de la libertad. Debes tener paciencia, Amada Mía».

Rhiannon contuvo su respuesta automática. No. Debía aprender del pasado. Enfrentarse a un dios abiertamente no era inteligente...

«¿Y qué hago?».

«Usa tu afinidad con la tierra. Ni siquiera Epona puede arrebatarte ese don. Es parte de tu alma, de la sangre corre por tus venas. Sin embargo, en esta ocasión no tendrás que molestarte con los árboles de la diosa. Busca los lugares oscuros. Siente las sombras que hay dentro de las sombras. Llama a ese poder. Se acerca el nacimiento de tu hija. Y con su nacimiento, tú también renacerás a la tierra. A una nueva era al servicio de un dios».

«No entiendo».

Rhiannon se concentró. Ella no era una sacerdotisa novicia. Sabía cómo obtener un gran poder y cómo canalizar la magia de la tierra.

Mirar hacia la oscuridad no era muy diferente a llamar el poder escondido de los árboles. No quiso pensar en lo que le había dicho Shannon, que los árboles la ayudaban voluntariamente y la llamaban Elegida de Epona. Se concentró en la oscuridad, en la noche y las sombras, y en el manto de la oscuridad que cubría la nueva luna cada mes.

Sintió el poder. No era la sensación embriagadora que tenía en Partholon, cuando Epona le concedía su bendición, pero el poder estaba ahí y ella era capaz de atraerlo.

Como una vasija que se llenara lentamente, Rhiannon esperó y la niña siguió creciendo su vientre.

Capítulo Uno

Oklahoma

—Se acerca una tormenta —dijo John Águila de la Paz, escudriñando el cielo del suroeste. Su nieto apenas levantó la vista de la Playstation. —Abuelo, si pusieras cable no tendrías que estar mirando al cielo todo el rato. Podrías ver el canal del tiempo, o verlo en las noticias como todo mundo.

—Esta tormenta no puede predecirse con los medios del mundo —respondió el anciano, guardián de la sabiduría choctaw, sin apartar la vista del cielo—. Vete ahora. Llévate la camioneta y vuelve a casa de tu madre.

Eso hizo que el adolescente lo mirara. —¿De verdad? ¿Puedo llevarme tu camioneta? Águila de la Paz asintió. —Esta semana iré al pueblo y la recogeré. —¡Bien! —dijo el chico. Tomó su mochila y le dio a

su abuelo un abrazo—. Adiós, abuelo.

Cuando su nieto se marchó, Águila de la Paz se preparó.

El guardián de la paz comenzó a tocar rítmicamente el tambor. No hizo falta mucho tiempo. Pronto, empezaron a moverse algunas sombras entre los árboles. Entraron al claro que había junto a la cabaña como si las hubiera arrastrado la violencia creciente del viento. A la luz del atardecer parecían fantasmas ancianos, pero Águila de la Paz sabía que no lo eran. Conocía la diferencia entre el espíritu y la carne. Cuando los seis se unieron a él, habló.

—Me alegro de que hayáis respondido mi llamada. La tormenta que se avecina no es de este mundo.

—¿Ha vuelto la Elegida de Epona? —preguntó uno de los ancianos.

—No. Ésta es una tormenta oscura.

—¿Qué quieres que hagamos?

—Debemos ir al bosque sagrado y contener lo que está luchando por liberarse —respondió Águila de la Paz.

—Pero… nosotros vencimos a esa maldad hace poco tiempo —respondió el más joven de los ancianos de la tribu.

Águila de la Paz sonrió con tristeza.

—No se puede vencer completamente al mal mientras los dioses sigan concediendo a los habitantes del mundo la libertad de elección, siempre habrá aquéllos que elijan el mal.

—El Gran Equilibrio —dijo el anciano más joven pensativamente.

Águila de la Paz asintió.

—El Gran Equilibrio. Sin la luz no habría oscuridad. Sin el mal, el bien no tendría equilibrio.

Todos los ancianos mostraron su aquiescencia.

—Y ahora, nosotros debemos trabajar del lado del bien.

Rhiannon agradeció el dolor. Significaba que había llegado la hora de que ella viviera de nuevo. La hora de que regresara a Partholon y tomara lo que era suyo por derecho. Utilizó el dolor para concentrarse. Pensó en él como una purificación. Ascender al servicio de Epona no había sido un ritual sin dolor, y no esperaba menos de lo que Pryderi debía de tener planeado por ella.

El trabajo fue largo y difícil. Para un cuerpo del que había estado separada durante tanto tiempo, fue una tremenda impresión sentir los músculos y los nervios, y la cascada de dolores y calambres que irradiaba como ondas desde su interior.

Rhiannon intentó no pensar en cómo debería haber sido aquel nacimiento. Ella debería haber estado rodeada de sus sirvientas y sus doncellas. Bañada, cuidada y mimada. Le habrían dado infusiones de hierbas que hubieran mitigado su dolor y su miedo. Y la entrada de su hija en Partholon debería haber sido una celebración jubilosa, la señal de que Epona estaba complacida por el nacimiento de la hija de su Elegida.

No, no quería concentrarse en aquellos pensamientos, aunque tenía la esperanza secreta de que cuando la niña hubiera nacido, Epona le enviara alguna señal, aunque Rhiannon no estuvieran en Partholon y aquélla no fuera su primera hija. En medio de la oscuridad y el dolor, Rhiannon tuvo tiempo para pensar en aquella otra niña, cuyo nacimiento había evitado años antes. ¿Lamentaba lo que había hecho? ¿Y qué sentido tendría lamentarlo? Aquélla era una elección que había hecho en su juventud, y que ya no podía deshacer.

Debía concentrarse en la hija estaba pariendo en aquel momento, no en los errores que había cometido en el pasado.

Cuando la siguiente contracción la oprimió, abrió la boca para gritar, aunque sabía que en aquella sepultura, su dolor y su soledad no tendrían voz.

«Te equivocas, Amada Mía. No estás sola. ¡Observa el poder de tu nuevo dios!».

Con un crujido ensordecedor, su tumba viva se abrió súbitamente, y rodeada de fluidos, Rhiannon fue expulsada del vientre del anciano árbol. Quedó tendida, jadeante, sacudida por los temblores, sobre la alfombra de hierba, tosiendo desgarradoramente. Parpadeó con fuerza para intentar aclararse la visión. Su primer pensamiento fue para el hombre cuyo sacrificio la había sepultado. Estremecida, miró por encima de su hombro hacia el agujero del árbol, esperando encontrarse con el cuerpo de Clint. Se preparó para enfrentarse a aquel horror, pero lo único que vio fue un brillo suave color zafiro que se desvanecía lentamente, como si lo estuvieran absorbiendo las entrañas del árbol herido.

Sí, sus recuerdos estaban intactos, como su mente. Sabía dónde estaba, en el bosque sagrado del estado de Oklahoma. Y, tal y como esperaba, había sido expulsada de su prisión, desde el interior de uno de los robles gemelos. El otro se mantenía inalterado, junto al pequeño riachuelo que discurría entre los dos árboles. Estaba anocheciendo. El viento soplaba quejumbrosamente a su alrededor. Los truenos retumbaban en el cielo oscuro, atravesado de vez en cuando por el fogonazo de los relámpagos.

Relámpagos... Eso debía de ser lo que la había liberado.

«Yo soy quien te ha liberado».

Aquella voz ya no resonaba en su cabeza, pero tenía un tono sobrenatural. Provenía de la parte inferior del árbol gemelo a su roble, de un lugar en el que las sombras eran más oscuras.

—¿Pryderi? —preguntó Rhiannon con la voz muy débil.

«Por supuesto, Amada Mía, ¿a quién esperabas? ¿A la diosa que te traicionó?».

El sonido de sus risotadas reverberó por el claro, y Rhiannon se preguntó cómo algo tan bello podía también tener un sonido tan cruel.

—Yo... no puedo verte —dijo, entre jadeos, a medida que sentía otra contracción.

El dios esperó hasta que el dolor se desvaneció, y entonces, las sombras que había bajo el árbol se movieron. A Rhiannon se le cortó el aliento al ver la belleza de la figura. Aunque su cuerpo no estaba completamente materializado y tenía el aspecto transparente de un espíritu, aquella visión hizo que Rhiannon olvidara que estaba a punto de dar a luz. Pryderi era alto y fuerte, imponente incluso en su forma espiritual. Su cabellera de pelo negro enmarcaba un rostro que podría haber sido inspiración de poetas y pintores, y no el argumento de las historias espantosas que se susurraban sobre él en Partholon. En sus ojos había una sonrisa y su rostro estaba lleno de amor y calidez.

«Te saludo, Sacerdotisa, Amada Mía. ¿Puedes verme ahora?».

—Sí —respondió ella, con reverencia—. Sí, te veo, pero sólo en forma espiritual.

«Me resulta difícil adoptar la forma corpórea. Para que yo pueda existir verdaderamente, debo ser adorado. Se deben celebrar sacrificios en mi nombre. Debo ser amado y obedecido. Eso es lo que haréis tu hija y tú por mí, dirigir a la gente hacia mí otra vez, y entonces, yo te devolveré tu lugar en Partholon».

—Lo entiendo —respondió Rhiannon, asombrada por el hecho de que su voz sonara tan débil entre sus jadeos—. Yo… yo...

Sin embargo, antes de que pudiera terminar lo que quería decir, ocurrieron dos cosas que la silenciaron con eficacia. De repente, la noche se llenó con el sonido de unos tambores. Eran sonidos rítmicos, como el pulso de la sangre en el cuerpo. Al mismo tiempo, Rhiannon sintió la imperiosa necesidad de empujar.

Se le arqueó la espalda, y las piernas se le doblaron automáticamente. Se agarró a las raíces retorcidas para intentar anclar su cuerpo tenso, y miró hacia el espectro de Pryderi.

—Ayúdame —gimió.

El sonido de los tambores era cada vez más fuerte. Rhiannon también oía un cántico, aunque no distinguía las palabras. La forma de Pryderi tembló, y con espanto, Rhiannon vio que su bellísima cara perdía la forma. Su boca sensual se cerraba. La nariz se convertía en un agujero grotesco. Sus ojos ya no mostraban bondad, sino que brillaban con una luz amarilla inhumana. Acto seguido, la aparición cambió de nuevo. Los ojos se convirtieron en cavernas oscuras y vacías y la boca se abrió y mostró colmillos y fauces ensangrentados.

Rhiannon grito de miedo, de rabia y de dolor.

El sonido de los tambores y los cánticos se acercó cada vez más.

La imagen de Pryderi volvió a cambiar y se convirtió de nuevo en un dios bello y sobrenatural, aunque en aquella ocasión apenas era visible.

«No puedo ser bello siempre, ni siquiera para ti, Amada Mía».

—¿Me vas a dejar?

«Los que se acercan me obligan a marcharme. No puedo luchar contra ellos esta noche, porque no tengo fuerza suficiente en este mundo. Rhiannon MacCallan, llevo décadas buscándote. He visto cómo tu infelicidad se multiplicaba al estar atada a Epona. Ahora debes elegir; ya has visto todas mis formas. ¿Renuncias a la diosa y te entregas a mí como Sacerdotisa?».

Rhiannon estaba mareada de dolor y miedo. Miró a su alrededor, frenéticamente, por el bosquecillo, buscando alguna señal de Epona; pero no vio su luz divina. Epona la había abandonado, la había dejado en manos de una oscuridad que llevaba años persiguiéndola. ¿Qué alternativa tenía? No podía imaginarse la existencia sin ser la elegida de una deidad. ¿Cómo iba a vivir si no tenía el poder que le proporcionaba aquel estatus? Sin embargo, Rhiannon no era capaz de renunciar abiertamente a Epona. Aceptaría a Pryderi sin rechazar por completo a Epona; eso debería satisfacer al dios.

—Sí, me entrego a ti —dijo débilmente.

«¿Y tu hija? ¿Me entregas también a tu hija?».

Rhiannon hizo caso omiso de la advertencia que le hacía su instinto.

—Te doy...

Aquellas palabras fueron interrumpidas por el grito de batalla de siete ancianos, mientras los hombres entraban en el claro, y formaban un círculo alrededor de los dos robles. Pryderi se disolvió entre las sombras con un rugido que hizo temblar el corazón de Rhiannon.

El dolor volvió a atenazar su cuerpo, y Rhiannon sólo supo que debía empujar. Entonces sintió que unas manos fuertes la sujetaban. Entre jadeos, abrió los ojos. El hombre que la estaba ayudando era uno de los ancianos. Su rostro estaba surcado de unas profundas arrugas y tenía el pelo blanco y largo. Llevaba una pluma de águila atada a un largo mechón. Y sus ojos... Rhiannon se concentró en la bondad de sus ojos castaños.

—Ayúdame —susurró.

—Estamos aquí. La oscuridad se ha ido. Tu hija puede entrar con seguridad en este mundo.

Rhiannon se aferró a las manos del extraño. Empujó con todas sus fuerzas. Entonces, acompañada del sonido de los tambores antiguos, la niña se deslizó de su vientre.

Y mientras daba a luz, Rhiannon llamó a gritos a Epona, y no a Pryderi.

Capítulo Dos

Con su cuchillo, el hombre cortó el cordón umbilical que unía a madre e hija. Después, envolvió a la niña en una manta y se la dio a Rhiannon. Cuando Rhiannon miró los ojos de su niña, le pareció que el mundo cambiaba irrevocablemente. Sintió aquella transformación en lo más profundo de su alma. Nunca había visto nada tan milagroso. Nunca había sentido nada parecido, ni siquiera la primera vez que había oído la voz de Epona, ni siquiera la primera vez que había experimentado el poder de ser la Elegida, ni siquiera cuando había visto la terrible belleza de Pryderi.

Aquello era la verdadera magia. Rhiannon sintió otra contracción, y jadeó de dolor. Siguió abrazando a su hija contra el pecho e intentó concentrarse en ella mientras expulsaba la placenta. Vagamente, oyó al anciano dando órdenes a otros, y entendió la urgencia de su voz. Sin embargo los tambores continuaban sonando con su ritmo antiguo, y era tan maravilloso tener a su hija en brazos...

Rhiannon no podía dejar de mirarla. La niña le devolvía la mirada con unos ojos enormes y oscuros que acariciaban el alma de su madre.

—He estado muy equivocada.

—Sí —contestó el anciano—. Sí, Rhiannon, has estado equivocada.

—Conoces mi nombre.

Él asintió.

—Estuve aquí el día en que el Chamán Blanco sacrificó su vida para sepultarte dentro del árbol sagrado.

Con un sobresalto, Rhiannon reconoció al anciano. Era el líder de los choctaw, la tribu que había vencido al demonio Nuada.

—¿Por qué me estás ayudando ahora?

—Nunca es demasiado tarde para que un morador de la Tierra cambie el camino que ha elegido. Entonces estabas rota, pero creo que esta niña ha sanado tu espíritu. Debe de tener una gran fuerza para el bien, si ha sido capaz de remediar tanto.

Rhiannon acunó a su hija, manteniéndola cerca del pecho.

—Morrigan. Se llama Morrigan, nieta de El MacCallan.

—Morrigan, nieta de El MacCallan. Recordaré su nombre y lo pronunciaré con alegría —dijo el anciano. La miró fijamente, de una forma tan intensa, que Rhiannon sintió un escalofrío incluso antes de oír sus siguientes palabras—. Hay algo que se ha roto dentro de tu cuerpo. Estás sangrando mucho, y la hemorragia no cesa. He enviado a alguien a buscar mi camioneta, pero van a pasar horas antes de que podamos llevarte al médico.

Entonces ella lo miró a los ojos y vio allí la verdad.

—Me estoy muriendo.

El anciano asintió.

—Creo que sí. Tu espíritu se ha curado, pero tu cuerpo está roto.

Rhiannon no sintió miedo ni pánico. Tampoco sintió dolor; sólo tuvo una horrible sensación de pérdida. Miró a su hija recién nacida, que la estaba observando con absoluta confianza, y le acarició la mejilla suave con la yema del dedo. No podría ver crecer a Morrigan. No estaría allí para vigilarla y asegurarse de que estuviera segura y...

—¡Oh, Epona! ¿Qué he hecho?

El anciano no intentó consolarla. Su mirada era inteligente y aguda.

—Dime, Rhiannon.

—Me he entregado a Pryderi. Él también quería que le entregara a mi hija para que le sirviera, pero vuestra presencia lo ahuyentó antes de que pudiera dársela.

—¿Pryderi el Malvado? ¿Uno de los dioses de la oscuridad?

—Sí.

—Debes renunciar a él, por ti misma y por tu hija.

Rhiannon miró a Morrigan. Si renunciaba a Pryderi en nombre de ambas, seguramente la niña quedaría atrapada en aquel mundo. Nunca volvería a Partholon.

Pero si no renunciaba a Pryderi, su hija estaría destinada al servicio de la misma oscuridad que había estado acechándola a ella durante toda su vida, susurrándole el descontento, subrayando la ira y el egoísmo y el odio, y retorciendo el amor hasta convertirlo en algo irreconocible.

Rhiannon no podía soportar la idea de que la vida de su hija fuera tan dura como la suya. No sería tan malo que Morrigan se quedara atrapada en aquel mundo. Por lo menos no estaría en manos del mal.

—Renuncio a Pryderi, la Triple Cara de la Oscuridad, en mi nombre y en el nombre de mi hija, Morrigan MacCallan —dijo Rhiannon.

Después, esperó. Había sido Suma Sacerdotisa y Elegida de la Epona desde que era niña. Sabía lo grave que era renunciar a un dios. Debería haber un signo, interno o externo, que le mostrara que el destino se había alterado. Los dioses no se tomaban muy bien el rechazo, sobre todo los dioses oscuros.

—El Malvado sabe que estás cerca de la muerte y muy cerca del reino de los espíritus. Te tiene en sus manos. No va a liberarte.

El hombre habló con suavidad, pero Rhiannon sintió aquellas palabras como una puñalada en el corazón. Aunque se estaba debilitando cada vez más, abrazó con más firmeza a su hija.

—Yo no le he entregado a Morrigan. Pryderi no tiene ningún derecho sobre ella.

—Pero tú sigues vinculada a él —dijo el hombre con gravedad, y al ver que Rhiannon desfallecía, insistió—: ¡Rhiannon, debes escucharme! Si mueres conectada a Pryderi, tu espíritu nunca conocerá la presencia de tu diosa de nuevo. Nunca tendrás alegría ni luz. Pasarás la eternidad envuelta en la noche del dios oscuro, y sumida en la desesperación con la que mancha todo lo que toca.

—Lo sé —susurró Rhiannon—. Pero ya no puedo luchar más. Me parece que lo único que he hecho en mi vida es luchar. He sido demasiado egoísta y he causado demasiado dolor. Tal vez es hora de que lo pague.

—Tal vez, ¿pero vas a permitir que tu hija pague también tus errores?

—Claro que no. ¿A qué te refieres, anciano?

—Tú no se la has entregado, pero Pryderi desea una Sacerdotisa con la sangre de la Elegida de Epona en las venas. ¿Quién crees que será su siguiente víctima cuando tú mueras?

—¡No! No puedo permitir que Morrigan sea su siguiente objetivo.

—Entonces, debes llamar a tu diosa para obligar a Pryderi a que te libere.

—Epona me dio la espalda.

—Pero tú no has renunciado a tus lazos con ella.

—He hecho cosas horribles. Ya no me escucha.

—Tal vez estuviera esperando a oír las palabras correctas por tu parte.

Rhiannon miró a los ojos del anciano. Debería intentarlo, por si acaso existía la más mínima probabilidad de que él tuviera razón. Llamaría a Epona. Estaba al borde de la muerte, y tal vez la diosa se apiadara de ella. Cerró los ojos y se concentró.

—Epona, diosa de Partholon, diosa de mi juventud y de mi corazón. Perdona mis errores egoístas. Perdóname por permitir que la oscuridad manchara tu luz. Perdona por el dolor que te he causado a ti, y a los demás. Sé que no merezco tu favor, pero te pido que no permitas que Pryderi obtenga mi alma y la de mi hija.

El viento se apoderó de sus palabras, y las hizo resonar hasta que parecieron lluvia cayendo a través de las hojas de los árboles. Rhiannon abrió los ojos. Las sombras que había bajo el roble sagrado comenzaron a moverse, y a ella se le aceleró el corazón de pánico. ¿Acaso Pryderi había vuelto para reclamarla, pese a la presencia del chamán y el poder de su tambor? Entonces, apareció una bola de luz que ahuyentó la oscuridad. Desde el centro de aquel círculo luminoso se acercó una figura. A Rhiannon se le cortó el aliento, y se le llenaron los ojos de lágrimas. El anciano chamán inclinó la cabeza respetuosamente.

—Bienvenida, Diosa —dijo.

Epona le sonrió.

«John Águila de la Paz, tus acciones de esta noche te han granjeado mi agradecimiento y mi bendición».

—Gracias, Diosa —dijo él con solemnidad.

Entonces, Epona volvió la mirada hacia Rhiannon. Con mano temblorosa, ella se secó las lágrimas de los ojos para poder ver mejor a la diosa. En su niñez, Epona se había materializado ante sus ojos varias veces, pero cuando Rhiannon había llegado a la edad rebelde de la adolescencia, y después se había convertido en una adulta egoísta y caprichosa, la diosa había dejado de visitarla, de hablar con ella, y finalmente, de escucharla. Y en aquel momento, Rhiannon sintió que su alma se henchía al ver a la diosa.

—¡Perdóname, Epona!

«Te perdono, Rhiannon. Te había perdonado antes de que me lo pidieras, porque yo también he cometido errores. Vi tu debilidad, y sabía que la oscuridad asediaba tu alma. Mi amor por ti no me permitió ver lo lejos que había llegado tu autodestrucción».

—Me equivoqué —dijo Rhiannon—. Epona, te pido que anules el poder que tiene Pryderi sobre mí. Yo he renunciado a él, pero como sabes, estoy a punto de morir. Tiene mi alma aprisionada con fuerza.

«¿Por qué me pides eso, Rhiannon? ¿Es porque temes lo que le ocurrirá a tu espíritu después de la muerte?».

—Diosa, ahora que voy a morir, hay muchas cosas de mi vida que veo con más claridad. O quizá sea la presencia de mi hija lo que ha permitido que se me caiga la venda de los ojos. La verdad es que sí, temo pasar el resto de la eternidad sumida en la desesperanza y la oscuridad, pero no te habría llamado para librarme de un futuro que merezco. Te he llamado porque no puedo soportar la idea de que mi hija padezca la misma oscuridad que ha envenenado mi vida. Si rompes los lazos que me unen a Pryderi, yo no voy a pedir que me permitas entrar en tu Paraíso. Te pido que me permitas existir en el Otro Mundo, donde pueda vigilarla e intentar susurrarle el bien siempre que el dios oscuro le susurre el mal.

«Pasar la eternidad en el Otro Mundo no es un destino fácil. Allí no tendrás descanso. No habrá praderas de luz y risa que alivien tu alma cansada».

—No deseo descansar si mi hija está en peligro. No quiero que ella siga mi camino.

«Los años de la vida de tu hija sólo serán una ola en el gran lago de la eternidad. ¿De verdad vas a abrazar un destino interminable por algo que, en esencia, es tan pasajero?».

Rhiannon apoyó la mejilla pálida contra la cabecita suave de su hija.

—Sí, Epona.

La diosa sonrió y, aunque a pesar de estar tan cerca de la muerte, Rhiannon sintió una alegría indescriptible.

«Por fin, Amada, has conquistado el egoísmo de tu espíritu y has seguido a tu corazón», dijo. Después, alzó los brazos y los estiró por encima de la cabeza. «Pryderi, dios de la Oscuridad y la Mentira, ¡no te concedo mis derechos sobre esta Sacerdotisa! ¡No podrás reclamar su alma sin vencerme antes!».

De las palmas de la diosa irradió una luz que hizo añicos las sombras que vacilaban al borde del claro. Con un grito terrible, aquella oscuridad antinatural se disipó por completo, y dejó a la vista la oscuridad normal, reconfortante, que llevaba el atardecer.

—Siento ligero el espíritu —le susurró Rhiannon a su hija.

«Eso es porque, por primera vez desde que eras niña, tu espíritu está libre de la influencia del dios».

—Debería haber tomado este camino mucho antes —dijo Rhiannon.

Epona sonrió con ilimitada bondad.

«No es demasiado tarde, Amada».

Rhiannon cerró los ojos ante la oleada de emociones que acababan con sus fuerzas.

—Epona, sé que esto no es Partholon, y que ya no soy tu Elegida, pero ¿puedes saludar a mi hija? —pidió, con la voz casi inaudible.

«Sí, Amada. Saludo a Morrigan, nieta de El MacCallan, y le concedo mis bendiciones».

Rhiannon abrió los ojos al oír un aleteo. Epona había desaparecido, pero el bosque sagrado se había llenado de luciérnagas que se elevaban y volaban en círculos a su alrededor, iluminándolo todo como si las estrellas hubieran bajado del cielo a celebrar el nacimiento de su hija.

—La diosa escuchó tu súplica —dijo el anciano—. No te ha olvidado. Nunca olvidará a tu hija.

Rhiannon lo miró y tuvo que parpadear para poder concentrarse en su rostro.

—Chamán, debes llevarme a casa.

—Yo no tengo el poder para llevarte a tu mundo, Rhiannon.

—Ya lo sé. Llévame al único hogar que he conocido en este mundo, a casa de Richard Parker, que es el reflejo de mi padre, El MacCallan. Lleva mi cuerpo allí, y entrégale a Morrigan como su nieta. Dile… Dile que creo en su amor y que sé que hará lo correcto.

El chamán asintió con solemnidad.

—¿Y dónde puedo encontrar a Richard Parker?

Rhiannon consiguió darle las indicaciones para llegar al pequeño rancho de Richard Parker, a las afueras de Broken Arrow. Por fortuna, el chamán consiguió entender sus palabras, susurradas entre jadeos.

—Lo haré por ti, Rhiannon. Y también ofreceré plegarias para tu espíritu. Que puedas vigilar a tu hija y protegerla.

—Mi hija… Morrigan MacCallan… bendecida por Epona…

Rhiannon ya no pudo luchar más contra aquel entumecimiento. Sujetando a su hija contra su pecho, dejó descansar la cabeza sobre una raíz retorcida. Y, mientras las luciérnagas volaban a su alrededor, envuelta en el sonido de los tambores, Rhiannon, Suma Sacerdotisa de Epona, murió.

Capítulo Tres

Partholon

—Bueno, pues ésta es la verdad: si fuera divertido, no lo llamarían parto.

Intenté moverme para encontrar una postura más cómoda en el colchón, pero me dolía tanto el cuerpo, y estaba tan cansada, que me quedé quieta y le di un sorbito más al vino con especias que me ofreció una de mis ninfas.

Alanna y su marido, Carolan, que acababa de ayudarme a traer a mi hija al mundo, me miraron. Ambos se echaron a reír, como varias de las doncellas ninfa que estaban en la habitación, ordenando, limpiando y adorándome.

—No sé de qué te ríes. En un par de meses sabrás de qué estoy hablando —le recordé a Alanna.

—Y yo cuento con que me agarres la mano durante todo el proceso —me respondió ella alegremente, y después le dio un beso en la mejilla a su marido.

—Me parece muy bien. Estoy deseando hacer ese papel en el nacimiento de un niño.

—Creía que las mujeres olvidaban pronto el dolor del parto.

Yo miré a mi marido, el Sumo Chamán ClanFintan, cuya fuerza y resistencia superaban a las de un hombre, pero que en aquel momento estaba muy cansado y demacrado, como si hubiera hecho el camino de ida y vuelta al Infierno en vez de haber estado con su mujer mientras ella daba a luz, durante un día entero, a su hija.

—¿Tú crees que vas a olvidarlo rápidamente? —le pregunté yo con una sonrisa.

—No creo —respondió él con solemnidad.

—Creo que yo tampoco. Me parece que eso de que las mujeres se olvidan del dolor del parto es una mentira que han empezado a hacer correr los maridos asustados.

Carolan se echó a reír desde el otro extremo de la habitación.

—Estoy de acuerdo con esa teoría, Rhea —me dijo.

—Pero ¿no ha merecido la pena? —me preguntó Alanna, que me traía a mi hija recién nacida ya limpia y vestida. Me la puso entre los brazos con una gran sonrisa.

—Sí —susurré yo, abrumada por una oleada de amor y ternura que nunca había conocido y que me había producido mi hija—. Sí, merece la pena por completo.

ClanFintan se arrodilló junto a nuestro colchón con la elegancia con la que se movían los centauros, y le acarició el pelo rizado y caoba a la niña.

—¿Cómo vamos a llamarla, mi amor?

Yo no tuve que pensarlo.

—Myrna. Se llama Myrna.

ClanFintan sonrió y nos rodeó a las dos con sus fuertes brazos.

—Myrna... En el Lenguaje Antiguo significa «amada». Así es como debe ser, porque es verdaderamente amada — dijo. Entonces, se inclinó hacia mí y me dijo al oído—: Te quiero, Shannon Parker. Gracias por el regalo de nuestra hija.

Yo me acurruqué contra él y le di un beso en la mejilla. ClanFintan usaba rara vez mi nombre verdadero, y nunca cuando podía oírlo el público general. Sólo había tres personas que sabían que yo no era lady Rhiannon, hija de El MacCallan: ClanFintan, Alanna y Carolan. El resto de Partholon no sabía que un año antes, yo había sido intercambiada «accidentalmente» por la verdadera Rhiannon, que era idéntica a mí físicamente. Sin embargo, nuestro parecido terminaba en lo físico. Rhiannon era una bruja egoísta y odiosa que había abandonado a los suyos a su suerte. Yo me consideraba un poco egoísta, y odiosa sólo cuando era estrictamente necesario. Sabía que nunca abandonaría Partholon, ni a la gente ni a la diosa, a quienes había llegado a querer allí. Había luchado por quedarme allí, y me quedaría.

No había duda de que mi sitio estaba en Partholon. Epona me había dejado claro que yo me había convertido en su Elegida, y que mi vida no se había intercambiado por la de Rhiannon a causa de un mero error ni de un accidente. Epona me había elegido, y por lo tanto, yo debía estar en aquel mundo.

Con una total felicidad, le acaricié la cabecita a mi hija con la nariz, y le dije:

—Feliz cumpleaños, mi niña.

ClanFintan me estrechó suavemente entre sus brazos, y yo percibí una sonrisa en su voz:

—Feliz cumpleaños para mis dos chicas.

Yo me eché a reír.

—¡Pero si es verdad! ¡Hoy es treinta de abril! Es mi cumpleaños. Se me había olvidado por completo.

—Has estado muy ocupada —dijo ClanFintan.

—Pues sí —dije, y le sonreí a aquel asombroso centauro de quien estaba tan enamorada—. Creo que deberíamos darle las gracias a Epona por el hecho de que nuestra hija haya nacido el mismo día del cumpleaños de su madre.

—Epona tiene mi gratitud eterna por Myrna y por ti —dijo él. Después tomó aire, y con su voz resonante, con la que conjuraba su magia de Sumo Chamán y adoptaba la forma humana para poder hacer el amor conmigo, exclamó—. ¡Ave, Epona!

—¡Ave, Epona! —repitieron Alanna y las ninfas.

De repente, las cortinas vaporosas que cubrían los ventanales comenzaron a hincharse como nubes, y con una brisa llena de perfume, entraron en la habitación cientos de pétalos de rosa. Las doncellas emitieron suaves exclamaciones y comenzaron a girar y a danzar con los pétalos. Entonces, Epona habló:

«Mi Amada ha dado a luz a su hija. Le doy la bienvenida a Partholon, con gran alegría, a Myrna, hija de mi Elegida. Saludémosla con júbilo, magia y las bendiciones de su diosa».

Entonces, los pétalos de rosa se convirtieron en cientos de mariposas con un pequeño estallido, y después, las mariposas se convirtieron en colibríes que volaban y se lanzaban en picado y giraban mientras mis doncellas bailaban, riéndose.

—Esto es la verdadera magia… —susurré yo, con los ojos llenos de lágrimas de felicidad.

«El amor de una madre es la magia más sagrada de todas», me dijo Epona. «Recuerda eso en el futuro, Amada. El amor maternal tiene el poder de sanar y redimir».

De repente, me quedé completamente helada. ¿Qué quería decir Epona? ¿Acaso Myrna iba a sufrir algún daño?

«Descansa tranquila, Amada. Tu hija está a salvo».

Sentí un alivio tan intenso que me puse a temblar. Entonces sentí algo más, y el temblor se convirtió en un estremecimiento.

—¿Rhea? ¿Te encuentras bien? —me preguntó Clan-Fintan, que sintió el cambio.

—Estoy cansada —mentí. Mi voz sonó tan débil que me sorprendió.

—Deberías descansar —dijo él. Entonces, miró a Alanna, que dejó de bailar con los colibríes y las ninfas y vino corriendo hacia nosotros—. Rhea tiene que descansar —le dijo.

—Por supuesto —respondió Alanna con la voz entrecortada, mientras se frotaba con suavidad el vientre hinchado. Después dio unas palmadas, y cuando las ninfas la miraron, les indicó que se retiraran—: La diosa sabe que su Amada debe descansar —dijo.

Yo les di las gracias a todas ellas por los cánticos y la alegría con la que habían recibido a mi hija. Las ninfas se marcharon entre risas y bendiciones para nosotros, y a los pocos instantes, quedamos a solas, ClanFintan, Carolan, Alanna y yo.

—Rhiannon ha muerto —dije.

Alanna se sobresaltó, y ClanFintan se quedó inmóvil.

—¿Cómo lo sabes, Rhea?

—He sentido su muerte.

—Pero… yo pensaba que había muerto hace meses, cuando el Chamán de tu antiguo mundo la sepultó en el roble sagrado —dijo Carolan.

Yo tragué saliva. Los labios se me habían quedado entumecidos, fríos.

—Yo también. Debería haber muerto entonces, pero durante todo este tiempo ha estado… viva, atrapada dentro del árbol.

Me estremecí. Rhiannon era una bruja odiosa. Me había causado muchos problemas; incluso había intentado asesinarme. Sin embargo, yo había llegado a entender que ella era sólo una versión rota de mí misma, y no podía evitar sentir lástima por ella. Pensar en que había estado sepultada viva me ponía muy triste.

Alguien llamó a la puerta.

—¡Adelante! —dijo ClanFintan.

Uno de los guardias del templo entró en mi habitación y me saludó con energía.

—¿Qué ocurre…? —hice una pausa para intentar recordar qué guardia era. Todos ellos se parecían mucho. Eran musculosos. Altos. Iban escasamente vestidos. Musculosos. Sin embargo, sus ojos, tan azules, estimularon mi memoria—. ¿Gillean?

Yo esperaba que hubiera acudido a darle la bienvenida a Myrna, pero tenía una expresión grave en el rostro.

—Es el árbol del Bosque Sagrado, mi señora. El roble alrededor del cual se realizan libaciones cada luna llena. Se ha destruido.

—¿Qué significa eso?

—Parece que lo ha destruido un rayo, pero el cielo está despejado. No hay ni rastro de tormenta en el cielo.

—¿Y ha salido algo del árbol?

—No, mi señora.

—¿No había ningún cuerpo? —pregunté, con la voz ronca de miedo, mientras intentaba apartarme de la mente la visión del cadáver de Clint, en descomposición.

—No, mi señora. No había cuerpos.

—¿Estás seguro? ¿Fuiste a verlo tú mismo? —preguntó ClanFintan.

—Sí, mi señor. Y, sí, yo mismo examiné el árbol. Acababa de terminar mi guardia en la parte norte del territorio del templo, y volvía a casa cuando oí un tremendo crujido que provenía del bosquecillo. No estaba lejos, y sé que el Bosque Sagrado es muy importante para lady Rhea, así que fui hacia allí inmediatamente. El árbol todavía echaba humo cuando llegué.

—Tienes que ir a verlo —le dije a ClanFintan.

Él asintió.

—Ve a buscar a Dougal —le ordenó al guardia—. Dile que se reúna conmigo en la puerta norte.

—Sí, mi señor. Mi señora —dijo Gillean, y después de hacerme una reverencia, se marchó apresuradamente.

—Iré contigo —dijo Carolan. Después, Alanna y él se alejaron hacia el otro extremo de la habitación, obviamente para darnos privacidad a ClanFintan y a mí.

—Si está aquí, está muerta —le dije a mi marido, con más calma de la que sentía.

—Sí, pero quiero asegurarme de que no ha traído nada a Partholon con su regreso.

Yo asentí y miré a Myrna, que estaba durmiendo. Era muy vulnerable. Yo también me sentí extrañamente vulnerable al saber que no podría soportar que le ocurriera nada a mi hija…

—Yo nunca permitiré que sufráis —dijo ClanFintan.

Lo miré a los ojos.

—Lo sé —respondí.

Sin embargo, en su mirada estaba bien claro que recordaba lo que había ocurrido unos meses antes. A través de aquel mismo roble yo había pasado a Oklahoma de nuevo, junto a un demonio resucitado a quien creíamos derrotado para siempre. Y todo eso había sucedido ante la mirada de ClanFintan, sin que él pudiera hacer nada para salvarme. Y después, yo había podido regresar a Partholon sólo a través del sacrificio de Clint Freeman, el reflejo humano de Clan-Fintan, y del poder de los árboles.

—Ten cuidado —dije.

—Siempre —respondió él. Después, nos besó a Myrna y a mí—. Descansa. No tardaré mucho.

Carolan y él salieron de la habitación. Yo oí que Clan-Fintan les daba órdenes a los guardias para que doblaran los turnos de vigilancia en el templo, lo cual debería haber hecho que me sintiera segura, pero sólo consiguió que tuviera más miedo. Myrna comenzó a hacer ruiditos de inquietud, y yo le susurré para reconfortarla.

—Seguramente tiene hambre, Rhea —me dijo Alanna.

Mi amiga me ayudó a colocarme el camisón para que Myrna pudiera encontrar mi pecho. Cuando terminé de amantar a la niña, Alanna la tomó en brazos y la colocó en una pequeña cuna que había junto a mi cama.

—Estoy asustada, Alanna.

—Epona no permitirá que os ocurra nada ni a Myrna ni a ti. Tú eres su Elegida, su Amada. La diosa protege a los suyos. Ahora descansa. Estás a salvo, en el corazón de Partholon, con todos los que te quieren. No tienes nada que temer, amiga, nada que temer…

Alanna siguió con aquel murmullo y, poco a poco, el sonido dulce de su voz, unido al agotamiento de aquel parto de veinticuatro horas, fue como un somnífero para mí. Sin embargo, justo antes de dormirme, mi último pensamiento fue que, si no había ningún cuerpo en el Bosque Sagrado de Partholon, entonces debían de estar en el reflejo de aquel bosque en Oklahoma. ¿Qué demonios estaba ocurriendo allí?

Capítulo Cuatro

Oklahoma

Richard Parker sabía que algo iba mal antes de que John Águila de la Paz llegara conduciendo lentamente por el camino de su casa. Había estado inquieto durante toda la noche. Y peor todavía, sus seis perros, cruce de sabueso y perro lobo, habían empezado a aullar justo antes del atardecer. Pese a sus reprimendas, los perros habían seguido aullando durante más de cinco minutos.

No tenía que mirar el calendario para saber qué día era: treinta de abril. El cumpleaños de Shannon. En otro mundo, en un mundo en el que ella era la encarnación de una diosa, y por ello, recibía adoración y reverencia. Aquel día iba a cumplir treinta y seis años. Sin embargo, recordar la fecha del cumpleaños de su hija no era lo que le causaba aquella sensación extraña, siniestra.

¿Habría dado a luz Shannon aquel mismo día? Por imposible que pareciera, a él no le sorprendería que ella intentara hacérselo saber de algún modo. Después de todo, toda aquella situación era imposible.

Shannon había aparecido de nuevo en la puerta de casa una noche, en mitad de una espantosa tormenta de nieve, asustada y desaliñada. Richard había reconocido al hombre que la acompañaba; era Clint Freeman, un ex piloto del ejército y un héroe nacional. Después de las explicaciones de Shannon, él no podía creer aquella historia inverosímil de que su vida había sido intercambiada por la de Rhiannon, la encarnación de una diosa de otro mundo, y que después, Clint la había llevado de vuelta a Oklahoma. Sin embargo, su hija no era ninguna mentirosa. Y la mujer que había estado allí durante los meses anteriores se había comportado como una bruja fría y calculadora y había alejado a sus amigos y a su familia con su forma de actuar. Aunque físicamente fuera igual que su hija, no se comportaba como ella.

Incluso antes de que el malvado Nuada hubiera estado a punto de matarlo en el estanque, y él hubiera sido testigo de que su hija tenía poderes realmente otorgados por la diosa Epona, le había resultado más fácil aceptar la idea de que existía un mundo alternativo que aceptar la idea de que su hija había sufrido un cambio total de personalidad.

Él había sabido en qué momento preciso Shannon venció a Nuada y se marchó de aquel mundo. Lo había sabido con tanta seguridad como conocía el olor de la lluvia y la sensación de acariciar a un caballo. Era un conocimiento innato, algo que tenía arraigado en el alma. También había sabido que Clint había muerto para devolverla a Partholon, y aquello le había entristecido casi tanto como la pérdida de su única hija. Por lo menos, Shannon no había muerto. En realidad, para él era más fácil hacerse a la idea de que se había ido a vivir a Europa, o quizá a Australia, y que algún día podrían visitarse el uno al otro.

Richard suspiró y se paseó con inquietud de un lado a otro por el patio de su casa. Shannon tenía que marcharse. Se había casado con el padre de su hija en aquel otro mundo. Lo quería. Y una hija necesitaba su padre.

Aunque también necesitaba a su abuelo. Richard conservaba la esperanza de que Shannon pudiera comunicarse con él, aunque sólo fuera brevemente, para no sentirse como si la hubiera perdido para siempre. Soñaba a menudo con ella. En sus sueños, Shannon siempre estaba feliz y rodeada de gente que la adoraba. Richard había visto, incluso, al marido centauro de su hija. Al pensarlo, se le escapó un resoplido. Aquélla fue una visión muy interesante. Tenía la impresión de que Shannon estaba detrás de aquellos sueños, o tal vez fuera más preciso decir que la diosa de Shannon, Epona, estaba tras ellos. En cualquier caso, era casi como recibir cartas suyas, y él se había conformado con aquellas pequeñas visiones durante el paso de los años.

Sin embargo, aquella noche tenía una sensación muy diferente. Tenía un presentimiento terrible. ¿Acaso Shannon estaba intentando comunicarse con él? Cabía aquella posibilidad. Eran los días en los que debía dar a luz a su nieta, y por supuesto, Shannon querría compartir aquel acontecimiento con él. ¿Entonces, por qué se sentía tan negativo? ¿Por qué tenía aquel presentimiento de peligro? Dejó de caminar y exhaló un suspiro de angustia. ¿Acaso estaba presintiendo su muerte? ¿Había muerto su hija en aquel mundo en el que no había hospitales ni medicina moderna? ¿Por qué tenía aquella sensación de tragedia?

—Por favor, Epona —le dijo al viento—. Protégela.

—Cariño, ¿qué ocurre?

Patricia Parker, o «mamá Parker» para todas las legiones de jugadores de fútbol americano a los que él había entrenado, lo llamó desde el umbral de la puerta.

—Nada —dijo Richard Parker—. Es sólo que me siento un poco inquieto esta noche.