Diosa por elección - P.C. Cast - E-Book
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Diosa por elección E-Book

P.C. Cast

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Beschreibung

Por fin, Shannon Parker se había reconciliado con la vida en el mundo mítico de Partholon. Amaba a su marido centauro y se había acostumbrado a su conexión con la diosa Epona y los beneficios que conllevaban ambas cosas. Casi había olvidado su antigua vida en la Tierra… sobre todo, cuando descubrió que estaba embarazada… Pero entonces una súbita explosión de poder la envió de vuelta a Oklahoma. Sin la magia, Shannon no podía regresar a Partholon, así que tendría que buscar ayuda. El problema era que esa ayuda tomó la forma de un hombre tan tentador como su marido. Y, durante el camino, Shannon descubriría que ser una diosa por error era mucho más fácil que ser una Diosa por elección

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A. Núñez de Balboa, 56 28001 Madrid

© 2006 P.C. Cast. Todos los derechos reservados. DIOSA POR ELECCIÓN, Nº 11 - noviembre 2010 Título original: Divine by Choice Publicada originalmente por Luna

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV. Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia. ® Harlequin y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A. ® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-671-9303-9 Editor responsable: Luis Pugni E-pub x Publidisa

Agradecimientos

¡Gracias a mi maravilloso equipo de LUNA (especialmente a Mary-Theresa Hussey, Stacy Boyd y Adam Wilson), por producir un libro tan bonito! Es un placer trabajar con todos vosotros. Muchas gracias a mi agente y amiga, Meredith Bernstein. Gracias, papá, por dejarme que usara tu terrible accidente en el hielo, aunque verlo impreso te pusiera los pelos de punta. Y mi afecto y agradecimiento especial para los lectores de Goddess by Mistake, que han estado esperando cinco largos años para tener en sus manos esta continuación. ¡Son los mejores!

Éste es otro para mi padre, Dick Cast (Superratón, el Viejo Entrenador). Con todo mi amor (Bichito).

Primera Parte

Capítulo Uno

Como la tinta corriendo por una hoja en blanco, la oscuridad de los límites de mi visión tembló y me provocó un escalofrío premonitorio. ¿Qué demonios…? Miré hacia las sombras. Nada. Sólo una noche vacía, sin estrellas, que se había vuelto fría y desapacible.

Claramente, me estaba volviendo loca.

La Guerra Fomoriana había terminado meses antes. No había ningún demonio acechando, esperando para saltar sobre mí. Estaba en mitad de mi templo que, a pesar de su belleza, era un fortín. Aunque hubiera habido algún monstruo suelto en el mundo, yo estaba a salvo. Corría más peligro de ser mimada y adorada hasta la muerte que secuestrada por un monstruo. Sin embargo, estaba muy inquieta, y aquélla no era la primera noche en que había tenido un mal presentimiento.

Mientras recorría el camino de mármol que conducía al monumento, me di cuenta de que llevaba dos o tres semanas así. Además, no tenía hambre, lo cual era muy raro, porque yo adoro la comida. Sin embargo, aquello podría deberse a un virus de estómago, o al estrés. Lo más raro era cómo me asustaba de las sombras. Y que las sombras me parecieron oscuras, espesas y pobladas por algo malvado.

Era cierto que acababa de vivir una guerra espantosa en la que los buenos, naturalmente, los que estaban de mi lado, habían tenido que luchar contra criaturas demoniacas y salvar al mundo de la esclavitud y la aniquilación. Literalmente. Y sí, eso podía hacer que una chica se encontrara ligeramente sobresaltada. Sobre todo, si la chica era en realidad una profesora de literatura y lengua inglesa que por accidente se había convertido en la encarnacion de la diosa de un mundo que parecía más una combinación extraña de la antigua Escocia y la Grecia mitológica que Broken Arrow, su antiguo precioso barrio residencial de Tulsa, Oklahoma. Todo eso era cierto, pero la guerra había terminado y los demonios habían sido aniquilados. Entonces, ¿por qué me sentía como si hubiera un monstruo acechándome en la oscuridad?

Vaya, tenía otro dolor de cabeza.

Cuando llegué al monumento en memoria de El MacCallan, intenté calmarme respirando profundamente y disfrutando de la paz y de la serenidad que siempre me invadían cuando lo visitaba. Se trataba de un estrado de mármol con tres escalones, rodeado de elegantes columnas, en medio del cual había un pedestal tallado, y sobre él una urna que siempre permanecía llena de aceite perfumado y encendido.

Aquella noche, el humo gris y plateado ascendía en una voluta, perezosamente, y atravesaba el agujero circular de la cúpula. Me acerqué lentamente a la urna, y admiré la forma en la que la llama amarilla y brillante contrastaba con el fondo del cielo nocturno sin estrellas. Yo había especificado que el monumento no tuviera paredes, sólo columnas, una cúpula y aquella llama que ardía siempre. Quería pensar que al hombre a quien se conmemoraba ahí le gustaría la libertad que simbolizaba.

La brisa agitó mi pelo y me estremecí. El aire era frío y casi húmedo. Me alegré de haber permitido que Alanna me convenciera para llevar la capa de armiño, aunque el monumento estuviera a poca distancia de mi habitación. Tenía la esperanza de que visitarlo me animara, como de costumbre, pero aquella noche no podía quitarme de encima la depresión que amenazaba con devorarme. Me froté la sien derecha para intentar mitigar un martilleo persistente.

Otro soplo de brisa me agitó la capa. El pelo de la nuca se me puso de punta. Volví la cabeza para comprobar que conservaba la cinta de cuero con la que me había recogido la melena, y capté el movimiento de algo líquido y oscuro que se escabullía de mi línea de visión. Me olvidé del pelo, erguí los hombros y me dispuse a reprender a cualquiera que estuviese inmiscuyéndose en mi privacidad.

—¿Quién es? —pregunté imperiosamente.

Silencio.

Escruté mi entorno. El cielo estaba nublado. La única iluminación provenía de la llama que ardía constantemente ante mí. No veía nada fuera de lo corriente, salvo que la oscuridad de la noche reflejaba mi estado de ánimo. No había nada siniestro en la penumbra.

Seguramente, sólo era el viento entre los árboles cercanos, mezclado con una dosis saludable de mi activa imaginación. Eso era, probablemente. En realidad no ocurría nada malo...

Entonces percibí otro movimiento por el rabillo del ojo. Volví la cabeza rápidamente, pero sólo vi oscuridad y más oscuridad, más tinta corriendo por una página de papel negro. Me estremecí de nuevo, y mi memoria se despertó. ¿Qué era lo que me había dicho Alanna poco después de que yo llegara a Partholon? Algo sobre unos dioses oscuros cuyo nombre era mejor no pronunciar. Se me encogió el estómago a causa de una inexplicable punzada de miedo. ¿Qué me ocurría? Yo no me relacionaba con dioses oscuros. Demonios, ni siquiera sabía nada sobre ellos. ¿Por qué con tan sólo pensar en aquellos seres sentía tanto temor?

Definitivamente, algo no iba bien.

Como llevaba ocurriéndome durante semanas, me sentí invadida por un sentimiento demasiado profundo como para llamarlo «tristeza» y demasiado impenetrable como para llamarlo «soledad». Escondí la cara entre las manos para ahogar un sollozo.

—Ojalá estuvieras vivo, papá. Necesito hablar contigo sobre lo que me está pasando.

«Él no es en realidad tu padre». Mis pensamientos erráticos fueron como una provocación. «Y éste no es en realidad tu mundo. Intrusa. Usurpadora. Estafadora».

—¡Ahora sí es mi mundo! —grité, antes de estallar en lágrimas.

Mi voz atravesó la noche con fuerza, y resonó de manera inquietante por las columnas, como una campanada, lo cual me sobresaltó. Aquella reacción inesperada hizo que me echara a reír mi propia estupidez.

Mientras me secaba las lágrimas de los ojos y respiraba profundamente, observé que la luna, casi llena, se abría paso a través de la niebla y de las nubes. Sonreí de placer al ver aquella belleza etérea.

—No me importa no haber nacido en este mundo. Me encanta. Aquí es donde quiero estar, éste es mi sitio.

Y por supuesto, era cierto. Rhiannon, Amada de Epona, la antigua diosa celta de los caballos, me había arrancado de la América del siglo XXI, de Oklahoma, para ser más exactos, donde yo vivía contenta como Shannon Parker, una profesora de instituto increíblemente atractiva, inteligente y arruinada. Rhiannon había conseguido intercambiar nuestras vidas con un encantamiento mágico. Casi seis meses antes, yo había despertado de lo que pensaba un espantoso accidente de coche, y me había encontrado en Partholon, un mundo paralelo en el que existían la mitología y la magia. Para aumentar mi confusión inicial, algunas de las personas de Partholon eran reflejos de personas de mi antiguo mundo. En otras palabras, la gente me parecía familiar, hablaban y se comportaban de una manera familiar, pero en realidad no eran quienes parecían. Ahí entraba el monumento a MacCallan, mi padre no padre.

Por un instante, sentí una oleada de tristeza, no sólo porque mi amado padre estuviera en otro mundo, sino porque su reflejo en éste, El MacCallan, el padre de Rhiannon, hubiera sido brutalmente asesinado no mucho después de mi llegada. El poder de mi diosa me había permitido presenciar su muerte para que yo pudiera advertir a este mundo de la invasión del mal. Mi mente me decía que el hombre cuya muerte yo había presenciado no era en realidad mi padre, pero el corazón me susurraba otra cosa. El MacCallan había sido un guerrero y un gran líder. Mi padre también era un líder de hombres, principalmente hombres jóvenes. Su campo de batalla era el campo de fútbol. Yo no podía evitar establecer un vínculo con el hombre muerto que tanto se parecía a mi padre.

—Algunas veces es muy desconcertante —dije mientras me levantaba y le daba una palmadita a la urna.

Aquélla no era la tumba de El MacCallan. Él yacía con sus hombres en las ruinas calcinadas del Castillo de Mac-Callan. Yo había sentido la necesidad de erigir aquel monumento en su memoria, para mostrarle el respeto que hubiera mostrado a la memoria de Richard Parker.

Había aprendido muchas cosas sobre Rhiannon que me mortificaban y me avergonzaban, pero el amor que sentía por su padre no era una de ellas. Ahora disfrutaba del estatus de lady Rhiannon, Suma Sacerdotisa de Partholon, Amada de Epona y Encarnación de la Diosa. Y suponía que ella estaba disfrutando del hecho de ser una profesora de instituto público mal pagada en Oklahoma.

Al pensarlo me eché a reír, mientras caminaba de vuelta al Templo de Epona.

—Sí —susurre con sarcasmo—. Quedó patente lo mucho que está disfrutando de su cambio de estatus cuando intentó intercambiar de nuevo su lugar conmigo hace unos pocos meses.

Al recordar aquello se me borró la sonrisa de los labios. Aunque yo no hubiera nacido en aquel mundo había forjado vínculos muy fuertes en él. Partholon se había convertido en mi hogar; aquella gente era mi gente, y Epona era mi diosa. Cerré los ojos y le envié una plegaria. «Epona, por favor, ayúdame a quedarme».

Se me encogió el estómago y tuve que tragar saliva. Quizá fuera eso lo que me estaba ocurriendo. Quizá Rhiannon hubiera retomado sus viejos trucos y estuviera intentando llevarme de vuelta a Oklahoma, para que pudiera volver a Partholon, y aquella sensación inquietante era una advertencia que me hacía Epona para que yo mantuviera los ojos abiertos. Sólo el hecho de pensar en perder Partholon, a mi marido, y la gente a la que había llegado a querer allí, fue suficiente para provocarme otra oleada de náuseas. Estaba harta de sentirme así. Me estremecí de nuevo al notar un soplo de brisa fría en las mejillas, y me envolví bien en la capa. Pensé en aquella oscuridad extraña y el movimiento que no podía dejar de imaginar. Parecía que había comenzado a tener alucinaciones.

Estupendo; mi marido se ausentaba por espacio de un mes, se iba para asegurarse de que las tierras se estaban recuperando de la batalla, y yo me volvía completamente loca.

Erguí los hombros y me repetí que Rhiannon estaba en Oklahoma. Yo estaba aquí, en Partholon, y así era como iban a continuar las cosas. Tendría que prestar atención a las situaciones extrañas, eso era todo. Y en cuanto a la sensación que tenía en el estómago... bueno... seguramente sólo era una gripe, combinada con un caso grave de tristeza por la ausencia de mi flamante marido. De todos modos, él iba a llegar a casa cualquier día de éstos.

Al menos, eso fue lo que me dije mientras hacía caso omiso de las sombras nocturnas. Me dirigí hacia las luces del templo, silbando una canción alegre. Bien alto.

Capítulo Dos

Por desgracia, al día siguiente no me sentía mejor. —¡Oh, qué asco! —exclamé, y escupí y un pedazo de fresa cubierta de chocolate en la mano—. Está mala.

Olfateé con desconfianza lo que tenía en la palma de la mano. Parecía un pedazo de carne cruda. Miré a mi amiga Alanna. Ella conocía a todos y lo sabía todo de Partholon, lo cual me ayudaba a parecer menos un bicho raro y más la Encarnación de una Diosa de verdad.

—Creo que está podrida.

Después de pasar otra noche en vela, lo que menos necesitaba era un episodio de envenenamiento para mi estómago enfermo.

Alanna eligió una fecha diferente de la bandeja, la olisqueó y después la mordió cuidadosamente.

—Mmm… —murmuró. Se relamió los labios y me miró con satisfacción—. Debe de ser sólo esa. Esta otra sabe muy bien —dijo, y se metió el resto de la fruta en la boca.

—Era de esperar —protesté yo—. La que yo he elegido es la única podrida de toda la bandeja.

Miré por la bandeja hasta que encontré una fresa especialmente bonita, y la mordí. —¡Puaj! —el pedazo de fruta se unió a lo que yo ya tenía en la mano—. ¡Ya está bien, esto es ridículo! Esta también es repugnante —afirmé, y le ofrecí la parte que no había mordido a Alanna—. Por favor, pruébala y dime que no estoy loca.

Alanna, que era una buena amiga y, casualmente, la persona que estaba a cargo de organizar la inminente fiesta de celebración, tomó la fresa, la olisqueó también y le dio un mordisquito en un lado. Yo esperé a que su expresión cambiara y a que ella escupiera la fresa.

Y esperé.

Y esperé.

Tragó y me miró con sus enormes ojos.

—No me digas que sabe bien.

—Rhea, sabe bien.

Me devolvió la fresa. Yo me estremecí.

—Eh, no, quédatela.

—Es evidente que todavía no estás bien —me dijo Alanna, con una mirada de preocupación—. Me alegro de que Carolan vuelva con ClanFintan esta noche. Este malestar de estómago tuyo ya está durando demasiado.

Sí, yo estaba deseando que nuestro médico me explorara, sin penicilina, sin análisis de sangre, sin rayos equis, etcétera. Por supuesto, no podía compartir mis temores con Alanna, no sólo porque Carolan fuera el doctor jefe de aquel mundo, sino también porque era su marido.

Una pequeña ninfa sirvienta se acercó a mí.

—Mi señora... —dijo, e hizo una reverencia adorable—. Permitidme que os limpie la mano.

—Gracias —dije, y tomé el paño húmedo que me ofrecía—, pero creo que puedo limpiarme yo misma.

Antes de que pudiera lanzarme una mirada que dijera que yo había aplastado su pequeño ego, añadí:

—Te agradecería mucho que me trajeras algo de beber, por favor.

—¡Oh, sí, mi señora! —respondió la muchacha, con una sonrisa de placer.

—Trae una copa para Alanna también —le grité cuando, literalmente, atravesó corriendo la habitación para cumplir mis órdenes.

—¡Por supuesto, mi señora! —respondió por encima del hombro antes de salir por la puerta que conducía hacia la cocina.

Algunas veces, era muy agradable ser la Encarnación de la Diosa y la Amada de Epona. Bueno, tenía que admitir que era más que agradable. Estaba rodeada de opulencia y era muy querida por el pueblo. Disponía de multitud de sirvientas cuyo único propósito en la vida era satisfacer todas mis necesidades, por no mencionar que tenía armarios llenos de ropa exquisita y cajones rebosantes de joyas. Muchas joyas.

Admitámoslo, estaba viviendo muy por encima de las posibilidades del salario de una profesora de inglés de un instituto de Oklahoma. Toda una sorpresa.

Terminé de limpiarme la mano y, cuando miré a Alanna, me di cuenta de que ella me estaba observando con suma atención.

—¿Qué? —mi tono decía que estaba exasperada.

—Últimamente estás muy pálida.

—Bueno, yo también me he sentido pálida —me di cuenta de que estaba de mal humor, e intenté sonreír y hablar en un tono más ligero—. No te preocupes por eso, sólo debo de tener un poco de... de... —pensé en Shakespeare— unas fiebres —terminé por fin, satisfecha con mi dominio de la lengua vernácula.

—¿Durante catorce jornadas? Te he estado observando, Rhea. Has cambiado de costumbres en cuanto a la comida. Y creo que has adelgazado.

—Bueno, he tenido catarro. Y este tiempo no me ha ayudado.

—Rhea, casi ha llegado el invierno.

—Y pensar que cuando llegué aquí creía que nunca iba a hacer frío…

Miré significativamente hacia la pared más cercana a nosotras, en la que había una pintura que retrataba a alguien exactamente igual que yo, montada en una yegua blanca plateada, con los pechos desnudos, mientras una docena de ninfas escasamente vestidas saltaban alrededor, lanzando flores indiscriminadamente.

Alanna se echó a reír.

—Lady Rhiannon siempre quería que los frescos plasmaran escenas de los rituales de verano y de primavera. Se deleitaba con la falta de ropa.

—Se deleitaba con más que eso —murmuré yo.

Llevaba poco tiempo allí cuando me di cuenta de que, aunque muchas de las personas de Partholon que eran reflejo de personas de mi mundo tenían también su personalidad, como por ejemplo Alanna y mi mejor amiga Suzanna, Rhiannon no era una persona agradable. Alanna y yo habíamos llegado a la conclusión de que una de las razones por las que ella y yo éramos tan diferentes podía ser que Rhiannon se había criado como una Suma Sacerdotisa consentida y mimada, mientras que a mí me había criado mi padre, que me hubiera echado una buena bronca si yo me hubiera comportado como una malcriada. Así pues, yo había crecido con sentido de la disciplina y con ética. Rhiannon se había convertido en una bruja. Todos los que la conocían la odiaban o la temían, o ambas cosas a la vez. Ella era amoral, y se permitía todos los excesos.

Y por eso, había sido difícil ocupar su sitio.

Sólo había tres personas en Partholon que sabían que yo no era la verdadera Rhiannon: Alanna, su marido Carolan y mi marido ClanFintan. Todos los demás creían que yo había cambiado de personalidad de una manera asombrosa sólo unos meses antes, más o menos al mismo tiempo que había adoptado el nombre de Rhea para abreviar Rhiannon. No era aconsejable que las masas supieran que el objeto de su adoración había llegado del siglo XXI. Y no sólo eso, para mi completa sorpresa, la diosa de este mundo, Epona, había dejado claro que yo era de verdad su Amada.

Un delicado carraspeo me sacó de mi ensimismamiento.

—Las doncellas dicen que anoche pasaste más tiempo del habitual junto al monumento de MacCallan —dijo Alanna, y su voz sonaba preocupada.

—Me gusta estar allí, ya lo sabes. Alanna, ¿recuerdas que me dijiste que el lacayo de Rhiannon, Bres, adoraba a dioses oscuros?

Alanna me miró con inquietud.

—Me acuerdo, sí. Bres tenía poderes que le habían concedido el mal y la oscuridad. ¿Por qué has pensado en él?

Me encogí de hombros, intentando no darle importancia. —No lo sé, supongo que me he asustado con esta noche fría y nublada. —Rhea, últimamente he estado muy preocupada por ti... Afortunadamente, unos pasos que se acercaban interrumpieron a Alanna.

—Vuestro vino, mi señora.

La ninfa había vuelto con una bandeja en la que descansaban dos copas de cristal llenas de mi merlot favorito.

—Gracias, Noreen —le dije.

—¡Es un honor, Amada de Epona! —respondió la ninfa, y se alejó mientras su pelo rojo flotaba en la brisa que ella misma había creado.

Dios santo, qué vigor.

—Por el regreso de nuestros maridos —brindé, con la esperanza de poder cambiar de tema. Alanna hizo chocar su copa suavemente con la mía, y de repente, se sonrojó.

—Por nuestros maridos —dijo, y me sonrió por encima del borde de la copa mientras bebía.

—¡Aj! —exclamé. Apenas pude tragar el sorbo que había dado—. ¡Esto es horrible! —dije. Olisqueé la copa y me encogí al percibir el olor a vino rancio—. ¿Acaso ser la Amada de Epona ya no significa nada? ¿Por qué me tocan a mí todas las cosas que están podridas? —me di cuenta de que me estaba comportando de una manera extrañamente petulante, y en el fondo, me quedé asombrada por aquel estallido. ¿Por qué demonios estaba todo el rato al borde del llanto?

—Rhea, deja que yo lo pruebe.

Alanna tomó mi copa, olió el vino y después tomó un buen trago.

Y otro.

—¿Y bien? —pregunté con frustración.

—Está muy bueno —dijo Alanna mirándome a los ojos—. Este vino no tiene nada de malo.

—Oh, mierda —me hundí en la silla que había junto a la mesa cargada de comida—. Me estoy muriendo. Tengo cáncer, o un tumor cerebral, o un aneurisma, o algo.

Sentí la garganta atenazada, síntoma de que estaba a punto de llorar. Otra vez.

—Rhea... quizá estés melancólica. Has pasado por muchas cosas desde que llegaste de tu mundo. Carolan sabrá cómo ayudarte —dijo Alanna, y me dio una palmadita en la mano para consolarme.

—Sí, Carolan sabrá lo que ocurre.

Y un cuerno. En aquel mundo no había tecnología. Eso significaba que no había escuelas de medicina. Probablemente él querría entonar algún cántico desafinado y obligarme a beber una pócima.

Estaba condenada.

—Siempre te animas con un buen baño caliente — dijo Alanna. Se puso en pie y me obligó a seguirla—. Vamos, te ayudaré a elegir un vestido bonito, con complementos a juego. El joyero ha estado aquí esta mañana mientras tú estabas ocupada con Epona. Le pedí que dejara todas sus piezas nuevas. He visto un par de pendientes de diamantes preciosos y un broche de oro deslumbrante.

—Bueno, si insistes.

Nos sonreímos la una a la otra mientras salíamos hacia los baños. Alanna conocía mi debilidad por las joyas, y sabía que verlas acabaría con mi mal humor casi tan fácilmente como pasar un rato con mi extraordinaria yegua, Epi, a quien yo había bautizado con el diminutivo de la diosa, Epona. Epi era el equivalente equino a mí. Ella también era la Amada de la Diosa. La yegua y yo teníamos una conexión que era mágica y muy fuerte.

—¡Eh! Tal vez esté teniendo una reacción extraña por lo que le está pasando a Epi.

La yegua iba a aparearse la noche de Samhain, la víspera del primer día de noviembre, tal y como era tradicional cada tres años. En Partholon el tres era un número mágico, según me había explicado Alanna, y cuando llegaba el tercer año de un ciclo, la encarnación equina de Epona debía aparearse para asegurar la fertilidad de la tierra y las cosechas venideras. Sólo faltaban un par de días para el uno de noviembre, y Epi se había estado comportando de una manera inquieta y temperamental desde que había llegado su futuro compañero, la semana anterior.

—Lady Rhiannon nunca se comportaba de manera diferente durante la época de cría de Epi.

—Me pregunto si eso es la norma para la Elegida de Epona, o si Rhiannon era tan egoísta que no se preocupaba por el estado de ánimo de la yegua. O quizá, ya que Rhiannon siempre estaba dispuesta a atender la llamada de la naturaleza, no notaba la diferencia.

Las dos nos echamos a reír, y me relajé un poco. La puerta de los baños estaba custodiada por dos de mis guardias. La diosa a la que yo había empezado a servir tenía varias cosas positivas; el hecho de que fuera una diosa guerrera y tuviera un centenar de hombres guapos y viriles a su servicio era sólo una de las ventajas de mi nuevo trabajo. Observé que los guardias se habían puesto unas túnicas de cuero sobre el uniforme de verano, que consistía en un taparrabos bien lleno. Sin poder evitarlo, suspiré de decepción al pensar en todos aquellos músculos cubiertos.

Sí, estoy casada, pero no soy un cadáver.

El olor a aguas minerales de la sala iluminada con velas me envolvió. El vapor se elevaba seductoramente desde la piscina profunda y clara. El borboteo del agua, que llenaba continuamente el baño, el sonido suave de la cascada que alimentaba la piscina, y su calor húmedo, me invitaban a que me relajara en sus profundidades.

Me quité el vestido y, lentamente, entré a la piscina de aguas termales y me acomodé sobre uno de los salientes de roca de las paredes. Cerré los ojos y escuché cómo Alanna enviaba a una ninfa en busca de una taza de tisana, y lamenté mi reciente rechazo por el vino. Hasta hacía pocos días, una de mis cosas favoritas era una copa de vino tinto y rico.

Quizá me estuviera haciendo vieja.

No, con treinta y cinco años todavía no podía ser vieja. Sólo tenía una gripe persistente que me estaba deprimiendo. ClanFintan llegaría a casa aquella noche. Sólo pensar en que iba a estar con él hacía que me sintiera mejor. Llevaba fuera un mes, y la falta de teléfonos y correo electrónico de aquel mundo habían hecho mella en mí. Sólo llevamos casados seis meses, pero en su ausencia me sentía vacía.

—Prueba esto —Alanna me entregó una taza llena de té perfumado—. Te calmará el estómago.

Yo lo olí con desconfianza, pero la esencia calmante de las hierbas y la miel me resultó deliciosa. Di un pequeño sorbo y dejé que reconfortara mi estómago rebelde.

—Gracias, amiga, ya me siento mejor.

—La doncella dijo que los centinelas han visto a los guerreros de ClanFintan. Llegarán pronto. Sabía que serían puntuales. Carolan dijo que volverían en los días anteriores a Samhain —dijo Alanna, con la impaciencia de una recién casada.

Yo sabía exactamente cómo se sentía. Dejé que las visiones de mi marido invadieran mi mente mientras disfrutaba del calor del agua.

—Dios, lo he echado de menos.

—Yo también he echado de menos a Carolan.

Las dos sonreímos.

—Será mejor que me des esa esponja. Quiero oler bien y estar bien vestida cuando lleguen.

Me enjaboné con mi gel favorito de vainilla y me froté con la esponja. Alanna comenzó a rebuscar en uno de mis abarrotados armarios.

— También será muy agradable ver de nuevo a Victoria.

Había echado de menos a la Jefa de las Cazadoras durante los dos últimos meses. Sus deberes nómadas la obligaban a viajar casi constantemente, y yo me había alegrado al conocer la noticia de que se había unido al grupo de guerreros de mi marido y de que volvería con él. Nos habíamos hecho muy amigas, y yo tenía la esperanza de que el Templo de Epona se convirtiera en un segundo hogar para ella.

—Quizá veamos a Dougal sonreír de nuevo —dijo Alanna, con un brillo de picardía en los ojos.

—Ha sonreído, mala.

—¿De veras? Y yo que creía que había enfermado del estómago, como tú. —Pobre Dougal; con las bromas que le hacéis ClanFintan y tú por este asunto con Victoria me extraña que no se le haya quedado la cara rosa para siempre de tanto ruborizarse.

—¿Y qué piensas que ha ocurrido en realidad entre ellos dos?

—Bueno, pensaba que sólo él estaba enamorado de ella, pero antes de que Victoria se marchara, me di cuenta de que los dos estaban ausentes del templo durante una temporada, casualmente, al mismo tiempo. Eso, sumado a la tristeza de Dougal desde que ella se ha ido, y a su sonrojo cada vez que alguien la menciona, me hace pensar que tenemos a un par de amantes.

Alanna dejó escapar una risita nerviosa.

—Se ruboriza mucho, ¿verdad?

—¡Quién fue a hablar! —respondí yo y le salpiqué con un poco de agua, que ella esquivó con agilidad. —Yo no me ruborizo. —Tú no te ruborizas igual que yo no digo palabrotas —le dije, y nos echamos a reír las dos—. Dame esa toalla, por favor.

Salí del agua y comencé a secarme vigorosamente, decidida a sentirme mejor de nuevo para pasar con alegría aquella noche rodeada de mi marido y mis amigos.

—Me alegro de que ClanFintan le ordenara a Dougal que se quedará aquí para encargarse de la supervisión de la construcción de la residencia para los centauros. De ese modo, el muchacho tiene demasiadas ocupaciones como para sucumbir a la tristeza.

Dougal había perdido a un hermano unos meses antes, y después, la mujer centauro de la que se había enamorado, Victoria, había interrumpido su incipiente relación y lo había dejado para recuperar su antigua vida. Claramente, Dougal era un joven centauro que necesitaba distracción.

—¿Sabes, Rhea? Tal vez no sea una coincidencia que Victoria se haya encontrado con nuestros guerreros. Quizá estuviera buscando un motivo para volver aquí, con Dougal —dijo Alanna.

—Eso espero —respondí yo, mientras terminaba de secarme. Después pasé las manos con admiración por la tela brillante del vestido que me presentó Alanna—. Creo que hacen una gran pareja, y a quién le importa que él sea más joven. Me da la impresión de que el centauro que se convierta en pareja de Victoria va a necesitar ser joven y muy atlético.

Volvimos a reírnos. Yo me envolví en la toalla y me senté en el banco del tocador. Me puse en las expertas manos de Alanna, y ella comenzó a domesticar mi melena pelirroja y salvaje. Después, contemplé en silencio cómo me maquillaba.

Cuando me desperté por primera vez en este nuevo mundo, me sentía muy azorada por el hecho de que Alanna me atendiera. Ella es el reflejo de mi mejor amiga en mi mundo, Suzanna, y me resultaba casi una blasfemia permitir que me peinara, me vistiera y me arreglara. Sin embargo, he llegado a la conclusión de que yo soy el trabajo de Alanna. Técnicamente, ella es mi esclava, pero eso es ridículo, y yo le dije que era una tontería en cuanto me lo contó. Así que ahora me digo a mí misma, y a todos los demás también, que es mi asistente personal, y dejo que haga lo que quiera conmigo.

Además, tengo que admitir que me gustan las atenciones.

Alanna me apretó el hombro, señal de que había terminado de maquillarme. Yo me puse en pie y extendí los brazos mientras ella me envolvía en una pieza de seda dorada, haciendo maravillosos pliegues que me acentuaban las curvas y dejaban a la vista mis largas piernas.

—Sujeta esto mientras voy a buscar ese broche nuevo.

Yo sujeté la tela sobre mi hombro mientras Alanna rebuscaba en el montón de oro y destellos que cubrían mi tocador.

—Aquí está... —dijo, y me mostró el broche—. ¿No te parece exquisito?

—Oh, Dios mío, ¡es maravilloso! —dije, con un suspiro de admiración.

Era una réplica en miniatura de mi esposo, un guerrero centauro, modelado en oro, con una espada cuya empuñadura tenía diamantes engarzados. ClanFintan sujetaba la espada ante sí, con ambas manos, con el pelo suelto, y muchos músculos. Tenía tanta vida, que, por un momento, me pareció que temblaba. Y en aquel mundo, nunca se sabía.

—Vaya... —susurré, sin dejar de mirar el broche mientras Alanna me lo prendía al vestido—. Se parece mucho a él.

—Eso pensé yo —respondió ella. Se dio la vuelta y tomó un par de aros de oro y brillantes—. Y me pareció que esto también te levantaría el ánimo.

Las llamas de las velas arrancaron destellos de los pendientes.

—Estoy segura de que no son baratos —dije mientras me los ponía.

—Claro que no. Son caros —respondió ella—. La Elegida de Epona sólo tiene lo mejor.

Me entregó una fina corona de oro, decorada con una piedra de ámbar pulido muy antigua, y yo me la coloqué en la frente. Se me ajustó cómodamente, como si la hubieran hecho para mí, como si yo hubiera nacido en aquella posición y ya hubiera sido elegida por una diosa que me había concedido favores especiales, y también responsabilidades. No era de extrañar que hubiera llegado a amar aquel mundo. Mi marido estaba allí, mis amigos estaban allí, y allí había gente que dependía de mí, y además, el trabajo como Encarnación de la Diosa estaba mucho mejor pagado que el de profesora de instituto público de Oklahoma. Estoy segura de que la verdadera Rhiannon ya lo ha averiguado.

—Estás maravillosa —dijo Alanna—. Pálida, pero maravillosa.

—Gracias, mamá —respondí, y le hice un poco de burla.

En aquel momento la ninfa Noreen llamó a la puerta del baño y nos avisó de que los guerreros habían llegado a la colina oeste. Alanna me ayudó a colocarme la capa de armiño, se envolvió en una capa similar, y las dos nos pusimos en camino. Yo tenía el corazón acelerado de impaciencia. Rápidamente, recorrimos mi pasillo privado, que conducía al patio principal interior del templo de Epona. Uno de mis guerreros abrió la puerta, y salimos al patio, que estaba abarrotado de gente.

—¡Ave, Epona!

—¡Bendita seáis, lady Rhiannon!

—¡Bendita sea la Elegida de Epona!

Yo sonreí y saludé alegremente a todas las doncellas y los guardias que me abrieron paso a través del patio, hacia la fuente del caballo, llena de agua mineral, y hacia la muralla de mármol que rodeaba al templo. A la salida de la puerta principal había otra multitud de gente que se había reunido para dar la bienvenida a los guerreros.

El Templo de Epona estaba erigido sobre una meseta, y la entrada al templo estaba orientada hacia el oeste. Yo alcé la vista y sentí que mi corazón daba un salto en respuesta a aquella magnífica panorámica. El sol de poniente había teñido el cielo de violetas y rosas, que se convertían en azul zafiro intenso cerca del horizonte. Contra aquel asombroso fondo se recortaba la silueta de los guerreros. El ejército se movía como uno solo, como una marea líquida de fuerza y elegancia. Los abalorios de los chalecos de cuero de los centauros brillaban con el movimiento de sus largas zancadas. Las bridas de los caballos de los humanos lanzaban dardos brillantes de color bajo la luz débil del anochecer. Galopaban en perfecta formación, y el estandarte de Partholon, una yegua plateada encabritada con un fondo púrpura, restallaba y se ondulaba sobre ellos.

Cuando llegaron a la zona que rodeaba el Templo de Epona, el ejército ejecutó una maniobra de flanqueo. Se separaron en dos columnas y rodearon a la muchedumbre de espectadores, que los esperaba con impaciencia entre vítores de bienvenida.

Ante mis ojos, mi marido centauro rompió filas y cabalgó rápidamente hacia mí. Yo me aparté de la cabeza los pensamientos tristes de aquel día y contuve una oleada de náuseas. Erguí los hombros para parecer una diosa de verdad y di un paso adelante, hacia mi marido. Mientras él se acercaba, los vítores se convirtieron en un silencio expectante.

ClanFintan llegó a mi lado rápidamente, pero me pareció que el tiempo quedaba suspendido mientras mis ojos se llenaban con su visión. Se movía con la elegancia y la fuerza únicas de su especie, los centauros. Eran, quizá, las criaturas más exquisitas que yo había visto en la vida. Y mi marido era un príncipe entre ellos. Era muy alto. Su torso humano superaba con mucho mi metro setenta de estatura. Tenía el pelo oscuro y liso, como el de los conquistadores españoles, y lo llevaba recogido en una coleta gruesa de la cual escapaban unos cuantos mechones que jugueteaban alrededor de su rostro bien definido. Al verlo después de meses de ausencia, con ojos nuevos, me asombré de lo mucho que me recordaba a Cary Grant, con sus pómulos marcados y una hendidura profunda y romántica en la barbilla.

Paseé los ojos por su cuerpo, y en mis labios se dibujó una sonrisa de satisfacción al ver su torso musculoso, que el chaleco tradicional de los centauros dejaba medio descubierto. Como yo ya sabía, la temperatura corporal de los centauros era varios grados más alta que la de los humanos. Obviamente, el aire frío no iba a molestarle. Y, no por primera vez, admiré su cuerpo.

De la cintura humana para abajo, su cuerpo era el de un semental musculoso. Tenía un pelaje castaño brillante. Aquel color intenso se convertía en negro en las patas y en la cola. A cada paso, sus músculos se ondulaban y se tensaban. Cuando se acercó, me pareció muy poderoso y, de repente, muy ajeno.

Se detuvo frente a mí y me empequeñeció con su presencia física. Yo tuve que contenerme para no dar un paso nervioso hacia atrás. Mis ojos se elevaron rápidamente desde su cuerpo hasta su mirada.

ClanFintan tenía los ojos grandes y un poco rasgados, casi asiáticos. Eran del color de una noche sin estrellas, tan negros que no se le distinguían las pupilas. Me vi atrapada en aquella oscuridad, y la náusea que había tenido antes volvió a despertárseme en la garganta.

De repente, recordé cuál había sido mi primera reacción al saber que tenía que mantener relaciones íntimas con aquel ser asombroso. Me había sentido muy inquieta, incluso después de saber que él podía adoptar la forma humana a voluntad.

Entonces, ClanFintan sonrió, y las arrugas de sus ojos formaron un dibujo familiar. Me tomó la mano, le dio la vuelta y se la llevó a la boca para besármela suavemente. Mientras sus labios todavía tocaban mi piel, me miró a los ojos y, juguetonamente, me mordió la parte carnosa de la palma con delicadeza.

—Ave, Amada de Epona —me dijo con una voz profunda y grave que se extendió entre la multitud—. Tus guerreros y tu esposo han regresado.

Aquellas palabras fueron como un bálsamo, y su tono me reconfortó por su afecto evidente. Pestañeé una vez, y mi inquietud se disipó. Aquél no era un extraño gigante. Era mi marido, mi amante, mi compañero.

—Bienvenido a casa, ClanFintan —dije. Como buena profesora, elevé la voz para que todo el mundo pudiera oírme—. Sumo Chamán, guerrero y esposo —dije, y me acerqué al calor de su abrazo, vagamente consciente de que la multitud prorrumpía en vítores otra vez.

—Te he echado de menos, amor mío —me dijo, y su voz resonó por todo mi cuerpo cuando se inclinó para capturar mis labios.

El beso fue breve y fuerte. Antes de que pudiera devolvérselo con el entusiasmo que hubiera querido, él me agarró por la cintura y me sentó en su lomo. Entonces, todo el mundo comenzó a moverse a nuestro alrededor, las familias y los amigos saludando a los guerreros que llegaban. Todos entramos al patio central del Templo de Epona. Por el rabillo del ojo atisbé un pelo rubio platino, y volví la cabeza justo a tiempo para ver a mi amiga Victoria aceptando el saludo sobrio de Dougal. Se quedaron el uno junto al otro, pero sin tocarse, dejando que la gente se moviera a su alrededor. A un desconocido le parecería que el rostro de belleza clásica de Victoria estaba sereno e impertérrito ante la presencia de Dougal. Sin embargo, yo había llegado a conocerla tanto como para saber que estaba ocultando sus emociones, porque como Jefa de la Cazadoras y abastecedora de su gente, aquello era lo adecuado. Sin embargo, no podía ocultar las emociones que transmitían sus ojos, y en aquel momento ardían con un deseo que ojalá Dougal pudiera leer tan bien como yo.

ClanFintan siguió avanzando con la multitud, y Victoria y Dougal desaparecieron de mi vista. Con un suspiro, apoyé una mano ligeramente en el hombro de mi marido, mientras saludaba a los guerreros a los que reconocía a nuestro alrededor. Me concentré en ser una diosa cordial. Eso, al menos, era algo familiar. Me había acostumbrado a representar a la diosa benevolente.

«No estás representando a nadie, Amada».

Aquellas palabras resonaron en mi mente, y yo me sobresalté como si hubiera recibido una descarga eléctrica. ClanFintan me miró alarmado, y yo le apreté el hombro para tranquilizarlo. Sin duda, mi cuerpo le estaba transmitiendo al suyo su tensión.

Hacía meses que Epona no hablaba conmigo, pero yo reconocí la voz de la diosa como si fuera la mía.

Entramos al patio, y ClanFintan se detuvo y se volvió para que quedáramos frente a la gente. Me miró brevemente y cubrió mi mano con la suya.

Yo carraspeé, intentando concentrarme.

—Eh… yo…

Todos quedaron en silencio mientras yo los miraba, y durante un instante, tuve la sensación de que veía algo oscuro detrás de aquel grupo jubiloso. Algo que permanecía allí, que observaba y esperaba, pero que desapareció cuando intenté mirarlo directamente. Carraspeé de nuevo, y sacudí la cabeza.

—Yo… eh…

Miré a mi alrededor hasta que encontré a Alanna. Estaba abrazada a su marido, pero me estaba mirando a mí. Tenía los labios fruncidos, y su expresión se volvió confusa al advertir mis titubeos.

Comencé de nuevo.

—Me gustaría invitaros a todos a que os unáis a nosotros, a todos los sirvientes de Epona y a sus familias, en la fiesta que vamos a celebrar para nuestros valientes guerreros —dije. La fuerza de mi voz aumentó a medida que hablaba—. ¡Por favor, compartid con nosotros la alegría de su regreso con vino y comida!

La multitud aplaudió y gritó de alegría, y nos siguió hacia el Gran Salón. Al mismo tiempo, ClanFintan se volvió hacia mí y me dejó suavemente en el suelo, junto a él. Seguimos avanzando hacia la entrada tomados del brazo.

—¿Estás bien, Rhea? —me preguntó en voz baja.

—Sí, estoy bien —dije, intentando sonreírle. Sin embargo, sentí otra ráfaga de náuseas que me dejó débil y sudorosa.

Los guerreros que custodiaban la puerta se cuadraron para saludar cuando me acerqué. Abrieron las puertas y los olores y visiones del Gran Salón escaparon e invadieron nuestros sentidos, dándonos la bienvenida.

ClanFintan me acompañó hasta nuestros asientos, que siempre me recordaban a la antigua Roma. Él se acomodó en uno de los divanes y me señaló el otro con un gesto de la cabeza. Como de costumbre, nos reclinamos para comer, como hacían los romanos, menos la parte de hartarse, vomitar, volver a hartarse, etcétera. Las cabeceras de nuestros divanes se tocaban, y había una mesilla estrecha junto a ellos. Yo sonreí a ClanFintan, con una ligera incomodidad por el modo tan intenso en que me estaba observando. Entonces, todo el salón quedó en silencio, y yo comencé la bendición. Tomé aire y me relajé. No sólo estaba acostumbrada a hablar en público para enseñar, o para reprender, o para lo que fuera, sino que me gustaba.

—Te damos las gracias, Epona, por el regreso de nuestros valientes guerreros. Oí un murmullo de asentimiento entre la multitud, y continué.

—Sólo tengo que cerrar los ojos y, en la memoria, veo las dificultades a las que nos hemos enfrentado esta pasada estación. Sin embargo, nuestra diosa estuvo con nosotros, como siempre. Oímos su voz en el sonido de la lluvia, y en el canto de los pájaros. Está en el ritmo de la luna, en el soplo de la brisa, en el olor dulce y vivo de la tierra. El cambio de las estaciones nos recuerda que las bendiciones no vienen solas, sino en una mezcla, y algunas veces, debemos saber encontrarlas como a gemas entre la arena. Esta noche, damos las gracias por nuestras gemas.

Mis últimas palabras resonaron contra los muros del Gran Salón:

—¡Ave, Epona!

Entonces, sonreí a mi maravilloso público y me dejé caer, con gratitud, sobre el asiento. Todos comenzaron a hablar entre sí.

—Por favor, tráeme una infusión y llévate este vino —le susurré a una de las sirvientas. Ella me miró con confusión, ¿y cómo iba a reprochárselo? Yo me estaba comportando muy extrañamente. Sin embargo, la muchacha obedeció sin preguntar nada.

—¿Qué te ocurre, Rhea?

Aunque me habló en voz baja, la preocupación de ClanFintan era evidente, y muchas de las personas que nos rodeaban, incluida Alanna y su marido Carolan, me miraron también.

—Oh… —yo intenté restarle importancia—. Es que he tenido mal el estómago, y no acaba de curárseme — dije, mirando a mi marido con una sonrisa—. Es casi tan obstinado como yo misma.

Algunos de los que nos escuchaban se rieron. Yo me di cuenta de que ClanFintan, Alanna y Carolan no estaban entre ellos.

—Estás pálida —dijo él—. Y delgada.

—Bueno, una nunca puede ser demasiado rica ni estar demasiado delgada —dije.

Entonces, él emitió un resoplido que sonaba casi equino.

El sonido de unos platos devolvió nuestra atención a la mesa. Estaban sirviéndonos un guiso de pollo con salsa de mantequilla y ajo. Cuando percibí el olor, tuve que apretar los labios y tragar saliva.

Disimuladamente, tomé del brazo a la sirvienta.

—Llévate esto y tráeme… arroz. Arroz blanco.

Ella parpadeó de la sorpresa.

—¿Sólo arroz, mi señora?

—Sí, y un poco de pan —respondí yo, intentando sonreír. —Sí, mi señora. Ella se alejó rápidamente, y yo volví a encontrarme con la mirada de preocupación de mi marido. Antes de que pudiera comenzar a interrogarme otra vez, le hice una pregunta para cambiar de tema.

—Bueno, cuéntame. Quiero enterarme de todo — dije, y le di un sorbito a la infusión que me habían llevado, rogando que mi estómago se calmara—. ¿Cómo se ha instalado la gente en el Castillo de la Guardia y en el Castillo de Laragon? ¿Encontrasteis a algún superviviente Fomorian?

—Rhea, he enviado informes semanales para mantenerte al día.

—Lo sé, amor mío, pero eran informes escuetos. Quiero detalles —dije, y sonreí con gratitud a la sirvienta que depositó ante mí un plato de arroz humeante.

—Como desees —dijo él, y entre bocados de aquella comida que parecía tan deliciosa, pero que a mí me provocaba náuseas, comenzó un resumen de los pasados meses. Mientras ClanFintan hablaba, yo seguí mirándolo mientras me metía pequeñas cucharadas de arroz en la boca y tomaba sorbitos de té—. Como las cuadrillas de trabajo habían limpiado y reconstruido ambos castillos, los nuevos habitantes se instalaron con facilidad… Tenemos que agradecerles a Thalia y al resto de las Encarnaciones de las Musas que ayudaran en el asentamiento de Laragon. Muchas de las estudiantes que estaban a punto de graduarse se ofrecieron voluntarias a quedarse allí para que los nuevos guerreros y sus familias se instalaran cómodamente —explicó, y sonrió—. Creo que varias de las jóvenes discípulas de las Encarnaciones de la Musas no volverán al Templo de la Musa.

El Castillo de Laragon estaba situado cerca del gran Templo de la Musa, que era una universidad femenina de Partholon. Las jóvenes más excepcionales de todo el territorio se educaban allí de la mano de las nueve Encarnaciones de las Musas. Las mujeres que se formaban allí eran las más respetadas de Partholon. No era de extrañar que los guerreros hubieran tenido poca dificultad a la hora de instalarse en Laragon.