Domar a un jeque - Olivia Gates - E-Book
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Domar a un jeque E-Book

Olivia Gates

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Beschreibung

Estaba decidido a poseerla El jeque Shaheen Aal Shalaan se fijó en ella en una fiesta y enseguida decidió que sería suya. Tras intercambiar unas cuantas palabras, Shaheen tuvo a la misteriosa mujer en su cama, donde ella despertó las pasiones que se había estado negando durante tanto tiempo. Entonces, el jeque descubrió la verdadera identidad de su amante. Era Johara, su amiga de la infancia, ahora convertida en una mujer bellísima sin la que no podía vivir. Sin embargo, su puesto en la casa real de Zohayd exigía un matrimonio de Estado. Pero ¿cómo iba a darle la espalda a la mujer que esperaba un hijo suyo?

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Editado por HARLEQUIN IBÉRICA, S.A.

Núñez de Balboa, 56

28001 Madrid

© 2010 Olivia Gates. Todos los derechos reservados.

DOMAR A UN JEQUE, N.º 1835 - febrero 2012

Título original: To Tame a Sheikh

Publicada originalmente por Silhouette® Books.

Publicada en español en 2012

Todos los derechos están reservados incluidos los de reproducción, total o parcial. Esta edición ha sido publicada con permiso de Harlequin Enterprises II BV.

Todos los personajes de este libro son ficticios. Cualquier parecido con alguna persona, viva o muerta, es pura coincidencia.

® Harlequin, Harlequin Deseo y logotipo Harlequin son marcas registradas por Harlequin Books S.A.

® y ™ son marcas registradas por Harlequin Enterprises Limited y sus filiales, utilizadas con licencia. Las marcas que lleven ® están registradas en la Oficina Española de Patentes y Marcas y en otros países.

I.S.B.N.: 978-84-9010-477-4

Editor responsable: Luis Pugni

ePub: Publidisa

Capítulo Uno

Johara Nazaryan había ido a ver al único hombre al que había amado en toda su vida.

Antes de que él se casara con otra.

Su corazón latía con una mezcla de anticipación, miedo y desesperación mientras miraba a los elegantes invitados a la despedida de soltero que su socio, Aidan McCormick, había organizado en honor de Shaheen.

Pero no había ni rastro del príncipe Shaheen Aal Shalaan.

Johara respiró profundamente mientras se escondía un poco más en una esquina, esperando no llamar demasiado la atención. Agradecía el tiempo extra para calmarse, aunque la espera estaba poniéndola nerviosa.

Aún no podía creer que hubiera decidido volver a verlo después de doce años.

Durante ese tiempo había leído todo lo que se publicaba sobre él, incluso lo había visto alguna vez, de lejos. Pero aquella noche estaba decidida a acercarse a Shaheen para saludarlo.

Shaheen.

Para todo el mundo, era un príncipe de Zohayd, un reino del desierto, el hijo más joven del rey Atef Aal Shalaan y la difunta reina Salwa. También era un empresario que, en los últimos seis años, se había convertido en uno de los más poderosos en el mundo de la construcción y el transporte.

Para Johara, siempre sería el chico de catorce años que había salvado su vida veinte años atrás.

Entonces ella tenía seis años y era su primer día en el palacio real de Zohayd. Su padre, un estadounidense de ascendencia armenia, había sido nombrado ayudante del joyero real, Nazeeh Salah.

Mientras su padre se entrevistaba con el rey, ella había salido al balcón y, siendo como era una niña, se asomó demasiado y quedó colgada del alféizar.

Acudió mucha gente al escuchar sus gritos pero nadie era capaz de llegar hasta ella. Su padre había lanzado una cuerda desde el balcón para que se agarrase a ella y cuando Johara intentaba hacerlo, alguien le gritó que se soltara. Asustada, miro hacia abajo…

Y entonces lo vio.

Parecía estar demasiado lejos pero mientras su padre le gritaba que se agarrase a la cuerda, Johara se soltó, dejándose caer más de diez metros, sabiendo que él la atraparía.

Y tan rápido y precioso como el halcón que le daba nombre, Shaheen lo había hecho.

Aún recordaba ese momento muchas veces. Sabía que habría podido agarrarse a la cuerda pero había elegido confiar su seguridad a una magnífica criatura que la miraba con un destello de seguridad en sus brillantes ojos dorados.

A partir de ese día había sabido que siempre sería suya. Y no sólo porque la hubiera salvado. Shaheen se convirtió en el mejor amigo de su hermano mayor, Aram, y en mucho más para ella pero Johara sabía que su sueño de ser suya algún día era imposible.

Shaheen era un príncipe, ella la hija de un empleado de palacio. Aunque con el tiempo su padre se había convertido en el joyero real, con la importante responsabilidad de conservar el tesoro de la nación, las joyas llamadas El Orgullo de Zohayd, seguía siendo un empleado, un extranjero de origen humilde que había logrado aquel puesto gracias a su talento y a su trabajo.

Pero Shaheen no la hubiese mirado aunque fuera la hija del noble más noble del reino.

Siempre había sido extraordinariamente amable con ella, pero salía con las mujeres más bellas y sofisticadas desde los diecisiete años. Entonces, Johara estaba convencida de no poseer belleza y sofisticación suficientes para llamar su atención pero para ella era suficiente con estar a su lado, amándolo en silencio.

Durante ocho maravillosos años, Shaheen le había ofrecido su amistad y para estar a su lado, Johara decidió quedarse con su padre cuando sus progenitores se separaron y su madre, francesa, se marchó de Zohayd para continuar su carrera como diseñadora de moda en París.

Y entonces, de repente, todo terminó. Poco antes de cumplir los catorce años, Shaheen se había apartado abruptamente de su hermano y de ella. Aram, furioso, le dijo a Johara que Shaheen había decidido dejar de confraternizar con los empleados y dedicarse a su papel como príncipe de Zohayd.

Aunque Johara no podía creerlo y estaba convencida de que el enfado de Aram tenía otro origen, la repentina distancia del príncipe era una llamada de atención.

Porque en realidad, ¿qué podía esperar más que un amor no correspondido hasta que un día Shaheen se casara con una mujer noble, como era su destino?

Tal vez se había alejado porque conocía sus sentimientos por él y no quería hacerla sufrir. En cualquier caso, su alejamiento había influido en su decisión de marcharse del país. Unas semanas antes de su cumpleaños, Johara se había ido de Zohayd para vivir en Francia con su madre. Y no había vuelto nunca.

Desde ese día, encontraba consuelo sólo cuando leía alguna noticia sobre Shaheen, amándolo en secreto.

Pero pronto no tendría derecho a amarlo y tenía que verlo por última vez. De verdad tenía que verlo… antes de que se casara con otra mujer.

Uno de sus socios, Aidan McCormick, había organizado una de despedida de soltero para él en Nueva York y Johara había decidido acudir a la fiesta. Trabajaba como diseñadora de moda y joyas, con gran éxito en Francia en los últimos años, y la consideraron una invitada VIP.

Pero lo difícil sería encontrar valor para acercarse a Shaheen. Y rezaba para descubrir que lo había exagerado en su recuerdo, a él y sus sentimientos por él.

De repente, Johara sintió que se le erizaba el vello de la nuca y se dio la vuelta…

Shaheen estaba allí.

La gente parecía abrirle paso, su presencia iluminando el salón como si fuese un faro.

Y su corazón se detuvo durante una décima de segundo.

Siempre había sido mucho más alto que ella, aunque medía un metro setenta y dos a los catorce años. Ahora medía un metro ochenta con tacones de cuatro centímetros y Shaheen seguía sacándole una cabeza.

Pero aquel no era el Shaheen que ella recordaba.

Tenía veintidós años la última vez que lo vio, en Cannes. De lejos daba una tremenda impresión de virilidad, clase y poder… había visto fotografías e imágenes suyas en programas de televisión pero nada de eso podía transmitir el carisma de aquel hombre.

Sí, había sido como un dios para ella desde siempre, un magnífico dios del desierto hecho de misterio y de fuerza.

El esmoquin negro se ajustaba a unos hombros dos veces más anchos que cuando lo conoció. No llevaba hombreras en el traje, eso era evidente. Si antes le había parecido un joven halcón, ahora tenía la majestad de un halcón maduro.

Y eso fue antes de mirar su rostro.

Shaheen siempre había sido lo que los medios llamaban «espectacular», con ese pelo ondulado de color tabaco y esos ojos únicos de color miel en contraste con su piel morena. De joven era impresionante, ahora era arrebatador.

Pero fue su expresión, que traicionaba su estado de ánimo, lo que la hizo sentir un escalofrío.

Shaheen no estaba contento. Al contrario, parecía profundamente molesto por algo. Tal vez los demás no se daban cuenta, pero Johara podía sentirlo.

Si lo hubiese encontrado sereno, divertido, relajado se habría atrevido a hablar con él, pero ahora…

En fin, al menos había algo por lo que sentirse agradecida: Shaheen no la había visto.

Y no se acercaría a él. Acercarse en aquel momento podría tener terribles consecuencias. Si ejercía ese efecto devastador en ella sin haberla visto siquiera, ¿qué ocurriría si estuviesen cara a cara?

Tonta romántica que era, sólo había conseguido una cosa viéndolo aquella noche: aumentar su pena. De modo que lo mejor sería evitar males mayores.

Regañándose a sí misma, Johara dio un paso adelante para salir del salón… y sintió como si hubiera entrado en un campo de fuerza.

La mirada de Shaheen.

El impacto fue tan tremendo que se quedó inmóvil. Sus ojos siempre le habían parecido como carbones encendidos, incluso cuando la miraba con afecto, pero ahora sentía esa quemazón en los huesos. Había sido un error acudir a esa fiesta, pensó, y no tenía la menor duda de que lo lamentaría el resto de su vida.

Se quedó donde estaba, inmóvil, como hipnotizada, mirándolo con el mismo fatalismo con el que uno miraría un coche que se acercara a toda velocidad.

Shaheen había lamentado desde el primer momento haber ido a casa de Aidan. Y ese malestar se intensificaba con cada paso que daba en aquel salón lleno de gente que hablaba y reía.

Debería haberle contado a Aidan que aquella no era una fiesta de despedida para él sino una pira funeraria.

Y allí estaba su amigo y socio, acercándose con una sonrisa en los labios.

–¡Sheen! –exclamó, dándole una palmadita en la espalda–. Pensé que habías decidido hacerme quedar en ridículo otra vez.

Shaheen intentó sonreír. Odiaba que Aidan abreviara su nombre. Sus amigos occidentales lo hacían porque les resultaba más fácil y en casa porque era la primera letra de su nombre en árabe. No sabía por qué lo aguantaba. ¿Pero qué era un sobrenombre que no le gustaba comparado con lo que tendría que soportar a partir de aquel momento?

–De haber sabido qué clase de fiesta pensabas organizar, lo habría hecho.

–Tienes que relajarte un poco, no puedes estar trabajando todo el tiempo –dijo Aidan, pasándole un brazo por los hombros.

Shaheen tuvo que disimular una mueca de desagrado. Le caía bien Aidan y, en su país, las muestras físicas de afecto era habituales entre miembros del mismo sexo. Pero, aparte de su familia, no le gustaba que lo tocasen. Ni siquiera las mujeres con las que se acostaba. Mantenía relaciones sexuales para relajarse, no porque buscase intimidad.

Apenas podía recordar su último encuentro sexual. Los encuentros carnales, sin la menor emoción, habían perdido su atractivo para Shaheen. Y era lógico, ya que las mujeres a las que respetaba no despertaban ningún deseo en él.

–Te aseguro que prefiero trabajar a este… frenesí.

Aidan lo miró, desconcertado. Después de seis años como socios, aquel hombre aún no lo conocía en absoluto. Probablemente porque lo mantenía, como a todo el mundo, a distancia. Pero Aidan había organizado aquella fiesta con la mejor intención, de eso estaba seguro, y no era justo ni educado mostrarse desagradecido.

–Pero no todos los días le digo adiós a mi libertad –añadió–. De modo que toda esta… fanfarria es bienvenida.

Aidan sonrió de nuevo.

–No vas a perder tu libertad. He oído que esos matrimonios arreglados son el paradigma de… en fin, de la flexibilidad marital –le dijo, dándole otra palmadita en la espalda.

Shaheen tuvo que hacer un esfuerzo para contenerse.

Afortunadamente, Aidan se dio la vuelta en ese momento para anunciar que había llegado el príncipe y él actuó como un autómata, como hacía tantas veces, para no defraudar a su socio. No tenía sentido explicarle que la situación no era la que él creía. Además, había tomado un par de copas y no estaba lúcido del todo. Dejaría que disfrutase de la euforia del alcohol y no le hablaría de la dura realidad.

Porque su vida estaba a punto de hundirse para siempre.

No la vida profesional, donde no había dejado de tener un éxito detrás de otro, sino la vida personal. Las cosas habían ido deteriorándose poco a poco… incluso podría decir el día en el que todo había empezado a ir cuesta abajo: el día de su pelea con Aram.

Antes de eso, vivía una existencia encantadora, con un futuro sin límites. Pero las cosas habían ido de mal en peor desde entonces.

Siempre había sabido que, como príncipe de Zohayd, se esperaba de él que contrajese un matrimonio de Estado. Pero no había querido pensar en ello, esperando que alguno de sus hermanos mayores se casara con la mujer adecuada para los intereses del país.

Amjad, su hermano mayor y príncipe heredero, había hecho tal matrimonio y había terminado en desastre.

La mujer de Amjad, que se había casado embarazada, conspiró para matar a su hermano y hacer pasar a ese hijo como suyo para seguir siendo la princesa y madre del heredero al trono.

Tras el divorcio de Amjad, el escándalo, que aún resonaba en la región, había dado la vuelta al mundo. Y nadie se atrevía a pedirle a su hermano que volviera a contraer otro matrimonio de Estado. Él decía que cuando llegase el momento de convertirse en rey, su hermano Harres sería su heredero y si no, lo sería Shaheen. Punto.

En cuanto a Harres, él nunca contraería un matrimonio de Estado porque casarse con una mujer de alguna tribu de la región comprometería su posición como ministro de Interior, el mejor que había tenido nunca Zohayd. Si decidía casarse, algo que parecía imposible, ya que ninguna mujer le había interesado de verdad en sus treinta y seis años, Harres podría elegir a su esposa.

De modo que dependía de él contraer un matrimonio que revitalizase los pactos entre las diversas facciones de su país. Shaheen era el último hijo del rey nacido de una reina de Zohayd. Haidar y Jalal, sus hermanastros, hijos de la reina Sondoss, que era natural de Azmaharia, no eran considerados lo bastante «puros» de raza como para que sus matrimonios pudiesen implementar la paz.

Durante años, Shaheen había sabido que no podría escapar a su destino pero en lugar de resignarse, lo odiaba más cada día. Era como una sentencia de muerte pendiendo sobre su cabeza.

Unos días antes, el día que cumplió treinta y cuatro años exactamente, había decidido terminar con el sofocante suspense anunciando su capitulación. Le había pedido a su padre que empezase a buscar candidatas y, al día siguiente, la noticia de que el príncipe Shaheen buscaba esposa había aparecido en todos los medios de comunicación.

Y allí estaba, soportando una fiesta que su socio había organizado para celebrar que pronto dejaría de ser un hombre libre.

Shaheen miró su reloj y frunció el ceño. Sólo habían pasado unos minutos y ya había estrechado cientos de manos y sonreído a docenas de rostros artificialmente embellecidos o embriagados.

Ya estaba bien. Le diría a Aidan que estaba cansado y se alejaría de aquella pesadilla. Seguramente su socio ya habría bebido lo suficiente como para no echarlo de menos.

Pero cuando se dio la vuelta… se quedó sin aire en los pulmones. Porque al otro lado de la habitación estaba… ella.

Y, de repente, el mundo pareció detenerse. Todo parecía contener el aliento mientras miraba esos preciosos ojos oscuros.

No hubo una decisión consciente para lo que hizo después pero una compulsión incontenible lo empujó en su dirección, como si estuviera hipnotizado.

La gente se apartaba a su paso, como empujados por una fuerza invisible. Incluso la música cesó abruptamente.

Por fin, también Shaheen se detuvo a unos metros de ella para poder mirarla de arriba abajo. Para devorar con los ojos esos rizos dorados que caían sobre sus sedosos hombros. Llevaba un vestido de tafetán color chocolate, a juego con sus ojos, con un hombro al descubierto, que destacaba su cintura de avispa y caía luego hasta los pies en varias capas. Tenía un rostro esculpido, exquisito, ojos inteligentes y sensibles, pómulos elegantes, nariz pequeña y unos labios hechos para la pasión.

Y eso fue sólo un primer vistazo, luego llegarían los detalles. Necesitaría una hora, un día, un año para maravillarse ante todos ellos.

–Di algo –le pidió por fin, con una voz ronca que parecía salir directamente de su corazón.

Johara temblaba, desconcertada.

–Yo…

–Di algo para que pueda creer que de verdad estás aquí.

–Yo no… –Johara no terminó la frase, consternada.

Pero Shaheen había oído suficiente como para saber que su voz era tan bella como su rostro.

–¿No sabes qué decirme o no sabes por dónde empezar?

–Shaheen, yo…

De nuevo, Johara se detuvo y el corazón de Shaheen se detuvo también durante unas décimas de segundo. Casi se había mareado cuando pronunció su nombre y cuando levantó su barbilla con un dedo para mirarla a los ojos sintió que caía en un abismo…

–¿Me conoces?

Capítulo Dos

¿No la había reconocido?

Johara miró a Shaheen, atónita. Pero debería haberlo imaginado. ¿Por qué iba a reconocerla? Seguramente se había olvidado de su existencia mucho tiempo atrás. Y aunque no fuera así, ya no se parecía nada a la chica de catorce años que había sido.

Eso era debido en parte a que empezó a crecer muy tarde y en parte a la influencia de su madre. Cuando vivían en Zohayd, Jacqueline Nazaryan siempre había intentado esconder su belleza. Más tarde le explicó que, habiendo heredado la estatura, el hermoso color de piel y los ojos de su padre, sabía que se convertiría en una chica rubia alta y voluptuosa. Y en un país como Zohayd, donde las mujeres eran bajitas y morenas, alguien como Johara sería una joya muy apreciada y una fuente de interminables problemas.

Según ella, si hubiera aprendido entonces a destacar su belleza, se habría convertido en el objetivo de peligrosos deseos masculinos y ofertas ilícitas. Pero la había abandonado en Zohayd, segura de que Johara seguiría siendo una persona invisible.

Una vez que se reunió con su madre en Francia, sin embargo, Jacqueline la había animado a destacar su belleza, enseñándole a usar lo que, según ella, eran sus poderes.

A medida que Johara se convertía en diseñadora y empresaria, había descubierto que su madre tenía razón. La mayoría de los hombres no veían más allá de una cara bonita y un cuerpo que deseaban. Varios hombres ricos e influyentes habían intentado adquirirla como si fuera un trofeo, aunque ella los había rechazado sin el menor incidente. Sin las repercusiones que su madre tanto temía en Zohayd.

De modo que era lógico que Shaheen no la hubiera reconocido; el patito feo se había convertido en un elegante cisne.

Y allí estaba. Mirándola como si la viera por primera vez. El brillo de interés en sus ojos era sólo eso, interés en una mujer bonita. Nada más.

–Claro que sabes quién soy –dijo Shaheen entonces. Las luces de las lámparas le daban un brillo de cobre a su pelo–. Al fin y al cabo, has venido a mi despedida de soltero.

Ella permaneció muda. Pensaba que lo reconocía sólo porque era una celebridad…

–¿A quién debo darle las gracias por invitarte?

A Johara se le encogió el corazón. No se le había ocurrido pensar que Shaheen podría no reconocerla después de tantos años… aunque debería haberlo esperado. Pero que no hubiera nada en ella que despertase sus recuerdos le dolía. No podía aceptarlo.

Y sólo había una razón para que se hubiera acercado a ella: Shaheen estaba intentando conquistarla.

–Puede que suene como la frase más antigua del mundo pero siento como si te conociera desde siempre.

La música subió de volumen en ese momento, cortando de raíz la posibilidad de que Johara pudiese replicar.

Shaheen miró alrededor con expresión airada antes de volver a clavar en ella sus ojos.

–Este sitio es insoportable –le dijo–. ¿Nos vamos?